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1.1 | LAS METÁFORAS

Hay que rastrear las metáforas en el lenguaje oral y escrito. Se pueden encontrar en frases en las que han sido colocadas de forma explícita (la poesía suele estar cargada de metáforas que exploran y empalabran nuevos espacios de la experiencia humana) o en otras en las que aparecen como expresiones automatizadas.

La metáfora es un modo de representación del conocimiento, una forma figurada y expresiva del mismo. Tanto es así que la expresividad es parte de su esencia. Más que de la investigación, forma parte de la comunicación del conocimiento. Pretende dar una versión de la realidad desde un punto de vista particular. Su coincidencia con la realidad que trasluce es independiente de la identificación con ella, en la medida en que la metáfora define a partir de elementos parciales de esa realidad. Gerardo Diego retrata la guitarra como un pozo de viento:

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La guitarra es un pozo

Con viento en vez de agua.

El pozo refleja la profundidad que es capaz de expresar el instrumento. La sustitución del agua por el viento recoge el apasionamiento de su forma de expresión. De las partes físicas que la componen —caja de resonancia, mástil, cuerdas, etc.— solo ha tomado la boca redonda de la caja de resonancia, que recuerda el brocal del pozo. A partir de ahí construye toda la metáfora, en la que esa caja es un manantial del viento del sentimiento. El viento se une con frecuencia a él.

El libro completo de Dámaso Alonso, El viento y el verso, se escribe sobre una metáfora básica:

Muele pan, molino, muele. Trenza, veleta, poesía.

La metáfora es también un modo de representación del sentimiento. Francisco Brines dice:

Reposa el huerto anclado en el otoño.

No solo percibimos su visión del huerto de otoño, ya sin frutos, similar al barco en reposo, tras la travesía de la siembra, la maduración, la cosecha..., sino que el verso nos transmite también la paz del reposo, tras los densos trabajos de la vida que llevan hasta la recolección última. Es una imagen melancólica de la vida, de su acabamiento, tras tantas travesías, probablemente fecundas, como el huerto, pero ya pasadas, posiblemente para siempre. No en vano el poema se titula: «Desaparición de un personaje en el recuerdo».

1.2 | EL ALCANCE DE LAS METÁFORAS

La metáfora es, pues, un instrumento lingüístico para la expresión del conocimiento y del sentimiento. Tiene su inicio en lo parcial, pero tiende a dar una imagen de la totalidad de una realidad dada, de una percepción dada. La metáfora más completa, desde el punto de vista del significado, es el sinónimo. En la medida en que el sinónimo perfecto no existe, la designación de cualquier realidad por otro nombre distinto al que el hablante ha elegido utilizar por primera vez es, siempre, una metáfora. No es lo mismo rostro que semblante, o aspecto, o cara, o figura, o faz, o talante, o facciones, o imagen u otro cualquiera de los sinónimos que los diccionarios proponen para la palabra rostro. Cada una de estas palabras añade un matiz a la primera que la diferencia de ella lo suficiente para que en determinados contextos utilicemos una u otra. Y muy pocas veces se pueden intercambiar sin modificar previamente, al menos, algún otro elemento de la frase en que se sitúa. Se suele decir de una persona que tiene «dos caras», raramente que tiene «dos rostros». Puedo decir lo mismo afirmando que presenta dos perfiles diferentes, aunque se pierde buena parte del matiz despectivo de la frase original. Aun si se emplea la misma estructura gramatical, la frase cambia de sentido. Una persona que presenta dos perfiles no es una persona hipócrita, como la de dos caras, sino la que ofrece vertientes distintas que enriquecen su personalidad.

A medida que las definiciones de una palabra que se sustituye por otra se alejan en sus contenidos, el sinónimo se enriquece de intención, de sentimiento, y se transforma en metáfora. En el fondo, el sentido gramatical es el mismo: la definición de una realidad por el lenguaje. La diferencia reside en la intención de los términos escogidos. El sinónimo pretende aproximarse el máximo al significado original, de forma que sean intercambiables. El sinónimo perfecto se compondría de palabras totalmente permutables en cualquier contexto significativo o construcción gramatical. No existe.

La metáfora no intenta definir la realidad de la que habla en todo su significado, sino destacar un aspecto de su contenido. Cuanto más reducido sea el aspecto que se define, se considera que la metáfora es más brillante. Por tanto, cuanto menor sea el nivel de coincidencia, o de sinonimia, entre la palabra definida y la definición, más acertada o más atrevida es la metáfora. De esta forma, teóricamente la metáfora más rica es la que se produce entre realidades sin ningún tipo de coincidencias. Lo cual lleva al absurdo, o a la metáfora surrealista. Solo la coincidencia subconsciente, en las realidades, afectos o recuerdos que provocan, permite su construcción.

De una metáfora se puede decir que es pobre. Tanto más pobre cuanto más se acerque al sinónimo. Se puede decir que es incomprensible, cuando las coincidencias significativas de definición-definido son nulas y no se intuye ninguna aproximación de otro tipo. Entre estos dos extremos se sitúan todos los niveles posibles de coincidencias o desencuentros de las palabras. Pero sin perder nunca de vista la constitución de la metáfora. No son falsas o malas por el hecho de la no coincidencia total de las realidades. Desde esa perspectiva ninguna metáfora sería verdadera. Por eso resulta muy fácil la ridiculización de la metáfora o su descalificación. Toda metáfora es parcial. En ningún caso puede definir la totalidad del objeto que describe. No lo pretende.

Algo similar habría que decir de la objetividad de las definiciones metafóricas. La vivencia de estas realidades contiene una importante dosis de experiencia personal, y se halla muy ligadas no solo a las respectivas sensibilidades individuales, sino también a las de la época en la que se sitúa. De esa forma es muy fácil contraponer sensibilidades y condicionantes temporales. Esto es legítimo para entender o expresar la evolución o las perspectivas desde las que la misma realidad es contemplada, no para demostrar la falsedad de una metáfora. El hecho de que las vivencias personales permitan entender experiencias radicalmente distintas de las de otra persona o lleven a comprender la misma realidad de una forma diferente no quiere decir que una de las dos sea falsa. Simplemente son diferentes. Lo mismo habría que decir de los intereses que imperan en cada época y de las perspectivas que cada tiempo favorece acerca de la realidad. La representación más objetiva de la metáfora es la igualdad matemática. En efecto, el signo igual (=) une dos términos que se parecen y que tienden a la igualdad, sin llegar nunca a ella. Solo la abstracción de una serie de los elementos que los diferencia permite introducir entre ellos el signo de la igualdad. Tres cervezas más dos limonadas son iguales a cinco refrescos. Naturalmente, para llegar a esta síntesis ha habido que suprimir el sabor amargo de la cerveza y la burbuja estimulante de la limonada para conseguir cinco refrescos, que es lo que en común tienen ambos productos.

Esto se acentúa hasta el extremo cuando, en vez de refrescos, manejamos términos abstractos, y cuando la igualdad se sustituye por el «semejante a», o el «mayor y menor que». Y si eso es así en las operaciones matemáticas, en las mediciones, que sirven de base tanto a la geometría como a la aplicación de las matemáticas a la vida, al comercio o al desarrollo científico, en el elemento metafórico llega a su máxima expresión.

Toda medida, en definitiva, es una comparación, sean las más antiguas, de longitud, por ejemplo, como la pulgada, el pie, los palmos o los codos, que comparan las distancias con las dimensiones del cuerpo humano, o las más abstractas mediciones de lo ínfimo, como el nanómetro, el angstrom o el yoctómetro, que comparan con la abstracción de lo mínimo que somos capaces de concebir. Lo mismo ocurre con las medidas de capacidad y de peso.

Lo que pretendió el sistema métrico no fue superar la metáfora sino objetivarla, lexicalizarla, evitando toda subjetividad. Los referentes comparativos dejan de ser elementos humanos —dedo, mano, pie, brazo, hablando de la longitud— para ser tomados de los polos y el ecuador o de parte de los meridianos terrestres, líneas metafóricas donde las haya, ideados para marcar las dimensiones y orientaciones terrestres inabarcables e inexistentes, de forma respectiva, que carecían de previa fijación de puntos de referencia.

Es imposible hablar de casi nada sin la metáfora comparativa que las mediciones suponen. Y menos avanzar en cualquier proceso científico sin la capacidad de medir sus progresos, causas y consecuencias.

Por eso hay que convenir que la ciencia matemática no solo es la expresión más fiel de la metáfora sino la mayor hacedora de metáforas existentes, a pesar de su aire de objetividad, o precisamente por ese aire. La diferencia entre las matemáticas y la poesía no está en el lenguaje ni en la estructura de sus respectivas expresiones metafóricas, sino en los objetivos, como afirma Michael Guillen en Cinco ecuaciones que cambiaron el mundo: «La poesía nos ayuda a ver más profundamente en nuestro interior, la poética matemática nos ayuda a ver mucho más allá de nosotros mismos». Y la matemática pura, la más abstracta de las ciencias, es para Einstein, «la poesía de las ideas lógicas».

1.3 | LA METÁFORA EN EL TIEMPO

Las metáforas nacen, son jóvenes, vigorosas y sugerentes, permanecen un tiempo activas, ya maduras, y se apagan. Pueden hacerlo en dos direcciones: o cayendo en desuso por obsoletas o fundiéndose en el lenguaje común. Muchas metáforas las utilizamos desde hace tanto tiempo que se han petrificado en el lenguaje corriente. Por expresarlo también metafóricamente, son como esas conchas que quedaron fosilizadas hace tantos millones de años que nos cuesta dilucidar si son fósiles o piedras. De igual manera, esas metáforas parecen tan naturales en una lengua que solo

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