El libro de oro de las hadas

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CU E N T O S ADAS H EL LIBRO DE ORO DE LOS

de

Ilustraciones de MURKASEC

Selección y versiones de VERÓNICA URIBE

Ediciones Ekaré


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T A B L A D E  C O N T E N I D O E L  G A T O  C O N B O T A S • 7 • CAPERUCITA ROJA • 17 • L A  B E L L A D U R M I E N T E • 2 5 • L A  C E N I C I E N T A • 3 7 • R U M P E L S T I L T S K I N • 53 • RAPUNZEL • 67 • LA INT E LIG E NT E  HIJA

DE L CA M P E S INO • 7 9 • BLANCANIEVES • 91 •

L O S  S I E T E C U E R V O S • 1 1 5 • E L  P R í N C I P E S A P O • 1 2 9 • L A S  T R E S  P L U M A S • 1 3 9 • P I E L  D E  O S O • 1 5 1 • C O M E N T A R I O S • 157 • BIBLIOGRAFÍA • 191 •



EL GATO CON BOTAS • Y EL HIJO DEL MOLINERO •

H

abía una vez un molinero que al morir, dejó en herencia a sus tres hijos tan sólo el mo­lino,

un burro y un gato. En el reparto, el hijo mayor se quedó con el molino, el segundo con el bu­­rro y el más pequeño tuvo que conformarse con el gato. «Mis hermanos podrán ganarse la vida con el mo­ li­­ no y el burro» pensaba el menor. «Pero, ¿y yo? Des­­­pués de haberme comido el gato y hacerme u­nos guan­­­tes con su pellejo, moriré de hambre sin re­medio». El gato, que estaba escuchando aunque fingía 7


dor­mir, habló entonces con un tono muy serio: —No te aflijas, mi amo. Lo único que tienes que ha­cer es darme un saco y conseguirme unas botas para poder recorrer el monte. Y ya verás que esta he­rencia que te ha tocado no es tan mala como parece. El hijo del molinero lo miró y recordó lo hábil que era cazando ratas en el molino; cómo se colgaba de las patas o se hacía el muerto escondido en medio de la harina. Y decidió darle el saco y las botas. El gato se calzó las botas, se echó el saco al hombro y se fue corriendo a un sitio de caza donde había gran cantidad de conejos. Puso un puñado de salvado de tri­go dentro del saco y algunas hierbas, y se ten­dió en el suelo haciéndose el muerto. Al cabo de poco tiempo, un conejo gordo y desprevenido se acercó oliendo las hierbas y se metió en el saco. El gato, de un salto, cazó y mató al conejo. Muy orgulloso, fue a ver al rey y le pidió audiencia. 8


Lo llevaron a la cámara real y, nada más entrar, hizo una gran reverencia. —Majestad —dijo—, aquí tenéis un conejo de monte que el señor Marqués de Carabás me ha encargado que os traiga con sus saludos. —Dile a tu amo —respondió el rey— que se lo agra­ dezco mucho y que me place. Otro día, el gato fue a esconderse en un campo de trigo, siempre con el saco abierto. Esta vez cazó dos perdices y, tal como había hecho con el conejo, fue a ofrecérselas al rey. Así continuó el gato a lo largo de dos o tres meses, lle­­vándole de vez en cuando al rey diferentes piezas de ca­­­­za y diciéndole que se las enviaba el Mar­qués de Carabás. Y, un día, en una de sus visitas a palacio, se enteró de que el rey iba a salir de paseo por la orilla del río con su hija, la princesa más bella del mundo. El gato corrió donde su amo y le dijo: 9


—Si sigues mi consejo, tu porvenir está resuelto. De­bes bañarte en el río, en el sitio que yo te indique. Lo demás, déjalo de mi cuenta. Sólo debes recordar que ya no eres el hijo del molinero sino el Marqués de Carabás. El hijo del molinero hizo lo que le indicaba su gato y cuando se estaba bañando, el rey pasó por allí. El gato, entonces, se puso a gritar: —¡Socorro! ¡Socorro! ¡Mi amo, el Marqués de Cara­bás, se está ahogando! Al oír los gritos, el rey sacó la cabeza por la por­te­­­­­ zue­­la de su carroza y reconoció al gato que le había llevado tantos obsequios. Ordenó inmediatamente a sus lacayos que socorrieran al Marqués. El gato, acer­ cándose a la carroza, le dijo al rey que unos ladrones habían robado la ropa a su amo mientras se bañaba, cuando, en realidad, él había escondi­ do en unos matorrales las pobres ropas del hijo del molinero. 10


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El rey ordenó a sus oficiales que fuesen a buscar uno de sus más hermosos trajes y se lo regalaran al Marqués de Carabás. El hijo del molinero era gentil y agraciado y con el traje del rey se veía muy elegante. La princesa lo miró y se enamoró locamente de él. Y el rey, viendo a su hija tan contenta, lo invitó a subir a la carroza para continuar el paseo con ellos. El gato estaba encantado al ver que sus planes es­taban resultando tan bien. Se adelantó a la comitiva y cuando vio a unos campesinos que estaban segando un campo de trigo, les dijo con voz amenazadora: —Dentro de un momento, pasará el rey en su carroza. Cuando les pregunte que a quién pertenecen estos campos, deben decirle que al Marqués de Carabás. Si no lo hacen, ¡los hará picadillo! Y así fue. Cuando el rey les preguntó de quién era ese hermoso campo, todos contestaron a coro: —¡Del Marqués de Carabás! 12


—Tenéis una hermosa hacienda, Marqués —comentó el rey. —Pues sí, Majestad, no deja de darme una buena cosecha al año —contestó el hijo del molinero, que ya estaba entendiendo lo que tramaba el gato. Y el gato seguía adelante. Se topó con unos vendi­ miadores recogiendo uva en unos viñedos y les dijo: —Muy pronto pasará el rey en su carroza. Cuando les pregunte que a quién pertenecen estos viñedos, deben decirle que al Marqués de Carabás. Si no lo hacen, ¡los hará picadillo! Y cuando el rey en su carroza pasó por allí y pre­ guntó de quién eran esos campos, los vendimia­dores contestaron a coro: —¡Del Marqués de Carabás, Majestad! Y al rey le pareció muy bien estar paseando con un marqués dueño de tantas tierras. El gato con botas seguía adelante. Llegó entonces 13


hasta un hermoso castillo que pertenecía a un terrible ogro quien era, justamente, el verdadero dueño de to­das las tierras y campos que el rey admiraba. El gato se había informado cuidadosamente acerca de este ogro en sus correrías cazando conejos y per­ dices para el rey, y sabía cuáles eran sus poderes. Le pidió audiencia y le dijo con mucha cortesía que, estando tan cerca de su castillo, había querido pasar a saludarlo. Y el ogro se sintió complacido. —Me han dicho —dijo el gato— que tenéis el poder de transformaros en toda clase de animales; que podéis, por ejemplo, transformaros en un león o en un elefante. —Es verdad —dijo el ogro con su ronca voz—. Y ahora mismo lo verás.

¡Zas! Desapareció el ogro y apareció un enorme león de ojos amarillos y afilados colmillos. El gato se asustó tanto que trepó por un canalón 14


hasta el tejado. De inmediato el ogro recuperó su aspecto normal y se sintió muy orgulloso cuando vio al gato con botas temblando en el tejado. —¡Qué susto he pasado! —confesó el gato cuando estuvo abajo nuevamente, pero siguió hablando con entusiasmo—. Me han dicho también que sois capaz de transformaros en animales pequeños, como una rata o un ratón. Eso sí me parece imposible. —¿Imposible? —sonrió el ogro con displicencia—. Ya lo veréis. Y ¡zas!, se convirtió en un pequeñito ratón que se puso a corretear muy cerca del gato. Entonces, el gato con botas, sin esperar un segundo, saltó sobre el ratón y se lo comió. Justo a tiempo, porque en ese mismo instante, el rey y su comitiva venían entrando al castillo. Salió el gato a recibirlos y haciendo una reverencia muy elegante, dijo: 15


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