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Encuentro nocturno

Número 6

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Encuentro nocturno

Carlos Enrique

Saldívar

Quizá estaba perdiendo la cordura...

NO RECUERDO exactamente cómo caí en desgracia. Tengo la vaga sensación de que mis adicciones al alcohol y a las drogas eran las responsables de que ahora me encontrase desarrapado, caminando por Lima, buscando comida en los basureros, peleándome con la gente que reciclaba las cosas que otros dejaban en las bolsas de desechos. A pesar de mi penosa condición, me mantenía con mi vida y no le tenía miedo a nada, ni siquiera al porvenir. Es gracioso como uno puede tener cierto optimismo aun en las situaciones más lamentables, quizá estaba perdiendo la cordura, puede que en algún momento acabase estallando en imparables carcajadas para ser encerrado en un manicomio, o terminara debajo de un puente, muerto. Mis familiares me odiaban, no me cabía duda. Tuve una esposa, aunque no conservo recuerdos de ella; tal vez me amó, y la amé. En cierto momento, cuando pasaba junto a un parque, caí de rodillas, quise llorar, pero ninguna lágrima salió. Era casi medianoche y todavía no hallaba nada para alimentarme, me preocupé, el vacío en mi estómago se hacía intolerable.

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El Callejón de las Once Esquinas

Apareció un sujeto, alto, robusto, de tez blanca y cabello ensortijado, vestía un terno azul. Me pareció raro que alguien así transitase por este barrio a tan altas horas de la noche; de un extremo del parque surgieron unos vendedores de droga, el individuo podría ser asaltado. No obstante, vi una sonrisa en su rostro, un gesto malicioso. Me tendió la mano y me dijo que yo era una buena persona, pero tuve mala suerte, que se había topado con muchos como yo. Comenzó a decir palabras que no entendí, excepto unas cuantas: debía firmar un contrato, solo así él me ayudaría a salvarme. Me pareció bien, me dio un lapicero y firmé con nerviosismo. El hombre se dio media vuelta y se perdió en la oscuridad de las calles.

He regresado con mi esposa, vivo con ella y esperamos un hijo. Además tengo una muy buena relación con mis padres y hermanos. También estoy en un trabajo donde gano bien. A veces pienso en el misterioso tipo que hallé en el parque. El terror me invade, pues hicimos un pacto, y recuerdo una parte de ese contrato, algo que leí a la volada: «Ya que tu alma vale poco, me darás la de tu primer vástago; a cambio tendrás una buena vida, o casi». Adriana me dice que ya es hora, he de acompañarla a su control prenatal; es lo que todo buen padre hace: estar al lado de su familia. Disimulo una sonrisa, en tanto ardo por dentro.

Carlos Enrique Saldívar Rosas (Perú) Blog: fanzineelhorla.blogspot.pe

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