Aladar n 171

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Sábado, 17 de marzo de 2018 Nº 171 @aladar_cultura

Antonio Muñoz Molina

El escritor regresa con ‘Un andar solitario entre la gente’, una obra en clave de collage en la que se convierte en caminante azaroso y atento a cuanto le rodea, y rinde homenaje a figuras como De Quincey, Poe, Baudelaire, Pessoa o Walter Benjamin

El escritor Antonio Muñoz Molina, que acaba de publicar ‘Un andar solitario entre la gente’ en Seix Barral, durante una reciente visita a Sevilla. / Jesús Barrera

Entrevista al pianista Alberto Rosado

‘Dulces lecturas’ para antes de dormir


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Entrevista

‘Un andar solitario entre la gente’. El escritor regresa con una novela de ‘no ficción’ en clave de collage, en la que, pertrechado de lápiz, papel y grabadora, sale a la calle para atrapar el prodigio y la estupidez de nuestra realidad cotidiana, al tiempo que rinde

ANTONIO MUÑOZ MOLINA

«Todavía me sorprende todo» Alejandro Luque {Antonio Muñoz Molina se hallaba en un momento extraño –«había vendido mi antigua casa y aún no tenía la nueva», recuerda–, sin estudio donde trabajar ni capacidad de concentración. Había dejado atrás la ciudad de Nueva York, donde había residido varios años, y regresaba a Madrid, aunque todavía no sabía bien cuándo podría hacer vida normal. Entonces decidió hacer de la necesidad virtud. «Empecé a tomar notas a mi alrededor, y la limitación acabó siendo una ventaja: era como desprenderse de cosas, una sensación muy liberadora. Me fui dejando llevar preguntándome si eso me conduciría a algún sitio, hasta que se convirtió en una cosa maniática: llenaba cuadernos y cuadernos, copiaba letreros, los fotografiaba, recortaba anuncios. Y me fijé en la cacofonía de la que está rodeada una ciudad». Ese es el germen de Un andar solitario entre la gente (Seix Barral), la última obra del autor, una novela de no ficción en clave de collage que empieza captando las voces de la publicidad diseminadas a nuestro alrededor: «Leía cosas como Lo que quieras, cuando quieras, donde quieras, que parece una promesa de felicidad ilimitada pero no es más que el anuncio de un servicio de televisión suministrado por una compañía telefónica. O esas que hablan de vivir Sin límites, o aquel eslogan tan poético, Ve a tu oficina de instantes perdidos, o ese otro, Dibuja donde quieres vivir. Apuntaba todos esos titulares e improvisaba un pequeño texto. Así fue saliendo el libro», explica. De alguna manera, la propuesta es lo más alejado de la literatura de evasión. Por el contrario, lo que se invita es a hacer una inmersión en la realidad, pero una inmersión atenta a los detalles, con los ojos y los oídos bien abiertos. «También recuerdo que me fijaba en los consejos del horóscopo, de una concentración de idiotez difícilmente superable. Lo cierto es que siempre se halaga al lector, Tú eliges, Adelgaza comiendo, Ahorra mientras gastas, Queremos lo mejor para ti, Com-

prendemos tus sueños... Te pones a analizarlos y ves lo preparado que está todo, cómo se busca el perfil de los jóvenes para casi todos los anuncios, pero no muy jóvenes... Y los mayores solo salen para anuncios de audífonos y planes de pensiones. Estoy convencido de que lo que mejor expresa el espíritu de una época es la publicidad, como una mala película expresa un tiempo mejor que una buena. Si quieres entender el Franquismo no puedes ver una buena película de Saura o de Víctor Erice, sino Lo verde empieza en los Pirineos y No desearás al vecino del quinto». Escribir, prosigue Muñoz Molina, «tiene una parte de mucha libertad, pero luego llega el momento de poner orden, de construir algo con todo eso que has ido acopiando. Para ello tuve la comprensión exigente de la editora y la ayuda del diseñador, que ha hecho un trabajo excelente. La idea era que el objeto en sí reflejase la peculiaridad del proceso de escritura», añade. Nueva York, Madrid, Londres, París, Lisboa... El autor de El jinete polaco se mueve por varias ciudades que se confunden hasta convertirse en una sola ciudad, La Ciudad, muy a su pesar. «Vivimos en el reino de lo mismo», lamenta. «Cuando ves la homogenización del mundo, esos lugares con sus urbanizaciones y sus burguerkings que podrían ser Tomares como Florida o Bogotá, piensa en lo raro que es la desaparición de lo específico. Antes el arte de cada sitio era distinto, porque venía determinado por los materiales que había más a mano y las condiciones de cada región. Ahora todo eso se está acabando, y reivindicar la individualidad personal está siendo una lucha contra esa homogeneidad. Por otro lado se universalizan las cosas, pero deberían universalizarse también los derechos. Y no es el caso». Sea como fuere, en sus itinerarios el escritor no está solo. Poco a poco va haciéndose acompañar de otros observadores, de los pioneros del deambular literario. «Cada vez que hay un mundo nuevo, tiene que crearse una manera nueva de


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homenaje a los grandes deambuladores de la literatura: Thomas de Quincey, Edgar Allan Poe, Charles Baudelaire, Fernando Pessoa y Walter Benjamin. Un apasionante paseo por una ciudad que es todas las ciudades El escritor Antonio Muñoz Molina, autor de ‘Un andar solitario entre la gente’. / Efe

contarlo. Cuando llega la explosión de la revolución industrial, Londres es una ciudad marcada por la industria, en la que la gente no se conoce, abunda el transporte, y de pronto hay una tecnología, la iluminación de gas, que lo cambia todo. Por primera vez hay ciudades de noche llenas de gente. Y eso también hay que contarlo», comenta. «Surgen los periódicos, y con ellos escritores que tienen que entregar páginas y páginas para ganarse la vida. Muchos de ellos hicieron una literatura que hoy admiramos, una literatura periodística, de urgencia, que entonces era de usar y tirar», dice Muñoz Molina. Por el libro desfilan las figuras de Thomas de Quincey, de Edgar Allan Poe, Charles Baudelaire, Fernando Pessoa o Walter Benjamin. «Este ejercicio me aporta la voluntad de prestar atención a las mismas cosas a las que prestaban atención ellos», asevera. «Hago el flaneur con la intención de mirar lo que para ellos era nuevo. Baudelaire, por ejemplo, cuenta muy bien el miedo que sentía al atravesar un bulevar entre el tráfico, una sensación que no existía antes. Y De Quincey cuenta cómo es una calle que se pierde en la lejanía, iluminada por el gas. Es como la primera foto de la Tierra tomada por los astronautas, algo que nadie antes había visto nunca» Todos ellos, esos viejos maestros del vagabundeo que lo pasaron bastante mal en vida le enseñan, de un modo u otro, a mirar aquello que a menudo resulta invisible a nuestros ojos en medio de la prisa cotidiana. «La literatura y el arte han tratado con mucho interés la diferencia entre apariencia y libertad», afirma. «En la segunda parte de El Quijote, Cervantes describe el palacio de los Duques, que representa el lujo, la aristocracia, pero se fija también en que eso es la pantalla de cosas terribles, de la ignorancia, de la dominación. Lo mismo sucede cuando vemos un bodegón de Sánchez Cotán o un cuento de Alice Munro, ante ellos piensas ‘Esto es el mundo’, te revelan la belleza de lo real». «Lo mismo ocurre con los grandes fotógrafos, Cartier-Bresson, Vivian Mayer, todos se fijan en lo que no tiene importancia, y de pronto ahí surge una majestad y una belleza. Todo el mundo tiene la posibilidad de fijarse en lo real y valioso, y

«Muchos autores hicieron una literatura que hoy admiramos, pero entonces era material de usar y tirar» «Estoy convencido de que lo que mejor expresa el espíritu de una época es la publicidad»

elegirlo. Yo no creo que vivamos en una época en que la gente sea tonta: todo el mundo puede disfrutar de la mejor literatura, o tiene a su alrededor más ocasiones de belleza de lo que parece. A propósito de esto me acuerdo de lo que decía Dubuffet: ‘El arte es tan necesario como el pan, porque si no comes pan te mueres de hambre, y si no tienes arte te mueres de hastío’. Así es». Cuando le preguntan si mantiene aún intacta su capacidad de sor-

presa a sus años, no duda en responder afirmativamente: «Me sorprende todo. El espectáculo de la vida tiene una parte tediosa, aunque conserve cierto interés, que es la repetición de ciertas tonterías, como la vanidad, la ambición del poder, Berlusconi, Trump... O también el modo en que mucha gente se apunta a cualquier novedad lingüística que llegue, como el abuso del término transversal», apostilla el novelista. ~

Jesús Barrera

Por la libertad de expresión Antonio Muñoz Molina es consciente de que algunas de las impresiones recogidas en Un andar solitario entre la gente no necesariamente tienen que ser compartidas por todos los lectores, incluso pueden resultar políticamente incorrectas. «Uno no puede renunciar a la libertad de expresión o de espíritu», asegura. «Creo que mi postura ante las cosas es de sobras conocida, y no creo que uno deba andar enseñando sus credenciales continuamente. La literatura es el reino de la libertad, y no se hace con consignas, ni con principios, ni con nada de eso. Crecí con una dictadura, y no pienso dejar de decir lo que pienso», añade a renglón seguido. «Me alegro mucho de la sentencia del tribunal de Estrasburgo que ha condenado a España por atentar contra la libertad de expresión, porque los defensores de la libertad de expresión tenemos que defenderla toda, no solo la que coincide con lo que pensamos. Pienso que no debe existir libertad para calumniar, pero sí la de decir, escribir y crear sin miedo. Yo me ofendo muchas veces con cosas que veo, pero de ningún modo quiero que se prohíban, ni que encarcelen a quienes las hacen o las dicen. Por suerte han cambiado muchas cosas en los últimos años, desde la situación política a la relación entre hombres y mujeres, pero cada generación tiene la obligación de mantener la conquista de las anteriores».


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Escrito para...

Si queremos que nuestros jóvenes lean hay que separarles de muchas cosas, nunca de sí mismos; hay que arrimarles a la gran literatura para que descubran que el mundo es incomprensible si no conocen la ficción. No podemos mostrarles una labor ardua ...entender mejor el pensamiento

El valle de los avasallados Daniel González {Novela de Réjean Ducharme que sirvió para ilustrar el film de Jean Claude Lauzon, Léolo. Es una apuesta canadiense que rescata la editorial Domaverso para el lector español y trata sobre la vida de una niña llamada Berenice Einberg, un personaje redondo, pero peligroso de definir que se mueve entre un pensamiento superdotado y demasiado maduro para su edad (11 años). La novela en principio se centra en sus pensamientos, pero van apareciendo personajes como su hermano Christian (hacia quién siente algo parecido al complejo de Edipo, desde que éste tiene novia), su odiada y estricta madre; un padre al que admira, pero que fantasea con matar; su novio Constance Exschange y una chica con la que juega a sentir la llamada de Lesbos, Gloria. Desde el principio en la vida de Berenice existe una necesidad de impostarse para preservar su alma; por eso, quizás, el lector adulto trate de identificarse a través de una mirada que no elude delirios de grandeza, odios exacerbados y desconfianza a ultranza como forma de amarse, más que una actitud egoísta y caprichosa ante el mundo. Por ejemplo, nacer no es salir del útero de una madre, en realidad nacer es renacer y, en cualquier caso,

se hace a los cinco años, cuando el niño es consciente de su relación con lo que le rodea. Y es que Berenice, no siente amor por nadie. Abundan las referencias mitológicas y los disfraces literarios, sorprende que se juegue a quebrar la estructura con elementos paraliterarios, tales como saltarse la numeración de los capítulos, jugar con las palabras de un modo estrambótico… La lectura engancha sobremanera desde el principio, pero llega un momento en que se hace densa, sobre todo cuando vemos a la niña, más que pensando o escribiendo su diario, dialogando o interactuando con sus familiares o fantasmas. Calificación: Muy buena. Tipo de lector: Dispuesto a introducirse en una realidad trágica. Las cien primeras páginas recuerdan incluso a Salinger. Tipo de lectura: Enriquecedora, va más allá. Argumento: Vida, sueños, pesadillas de una niña con tanta, tanta vida interior… Personajes: Bien perfilados unos. Desdibujados otros. ¿Dónde puede leerse? Sentado en el suelo de la cocina, a la luz de un frigorífico viejo, como Léolo. Portada de ‘El valle de los avasallados’.

...divertirse sin que cuente la edad

Ariol, un burrito como tú y como yo Silvia Fernández {Un cómic. Unos personajes entrañables. El trazo de Marc Boutavant presentando un universo accesible, divertido y exclusivo a lectores que pueden ir de los 8 ó 10 años a los 90 ó 100. Con adultos ayudando a leer la cosa puede arrancar a los 4 ó 5 años. Y no es una exageración de la que escribe. Ariol protagoniza historietas cortas que gustarán a cualquier lector. Sobre todo porque las tramas que desarrolla Emmanuel Guibert son estupendas. Buscan un núcleo muy fácil de localizar por parte del lector y termina ofreciendo finales llenos de moraleja y sentido del humor. Nada de moralina barata. Los niños y jóvenes se verán reflejados en cada viñeta aunque los adul-

tos también (para eso somos capaces de recordar). La colección protagonizada por el burrito Ariol tiene gran fama en Francia y se ha traducido a distintos idiomas de todo el mundo. Ahora, en España es HarperKids, el sello de literatura infantil y juvenil de HarperCollins Iberica, el que nos lo acerca. Muy bien editado. Todos los personajes son representados como diferentes animales que concentran sus tópicos, sus problemas y sus cargas, para que Guibert juegue a contarnos nuestro propio mundo utilizando una ficción con pinta de ‘cosa de niños’. Ya les digo yo que los adultos encontrarán cosas que les toca muy de cerca. Estupenda noticia que Ariol comience a editarse con regularidad en España.

Portada de ‘Ariol, un burrito como tú y como yo’.

Calificación: Excelente. Tipo de lectura: Divertidísima. Más profunda de lo que pudiera parecer. Tipo de lector: Niños, adultos, ancianos. Argumento: Distintas historias cor-

tas nos enseñan el día a día de familias enteras. ¿Dónde puede leerse?: En compañía de los padres, de los hijos, de los nietos… De lo que toque.


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Escrito para... que no les aporta nada. La pasión de los jóvenes no viene de lo material; la pasión llega de la sorpresa, de la maravilla que significa ser libre. Pero sobre todo del sentido que necesita descubrir el joven lector. La explicación de su propia existencia ...pensar en cómo piensan otros

...conmoverse

Logicomix

El ejército de salvación

Gabriel Ramírez {Fascinante cómic firmado por Apostolos Doxiadis y Christos H. Papadimitriou e ilustrado por Alecos Papadatos y Annie Di Donna. Eligen como narrador principal a Bertrand Russel que cuenta en una conferencia cómo se interesó por las matemáticas, por la lógica; y cómo la filosofía fue apareciendo en su pensamiento. Puede parecer que el asunto es duro y sólo accesible para los que ya estén iniciados es estos tres campos. Pero, sin embargo, los autores (hábiles y astutos) aparecen como personajes de la propia narración aclarando algunas ideas e indicando

el camino más recto al lector para entender y disfrutar. Lo hacen representados como autores y dibujantes con la obra en marcha. Los mejores pensadores de finales del siglo XIX y principios del XX llegan descargando su sabiduría a través del narrador que convierte en toda una aventura su propio aprendizaje. Los textos son magníficos. Justos y claros. Bien medidos para no llegar a zonas farragosas aunque suficientes para no quedarse en tierra de nadie. La ilustración es brillante y trabajada. El color destaca las zonas más relevantes y las zonas más oscuras matizan los textos en los que las sensaciones (por ejem-

plo, los miedos del niño Russell) necesitan ser elevadas a través de trazo. Y no es que los autores carezcan de un discurso potente para expresar esas sensaciones. Ese no es el problema. Es que el espacio para el dibujo existe bien definido y cumple con su papel. Excelente novela gráfica que nos acerca al filósofo, a la ciencia y a una filosofía que cuestiona el universo. Abdelá Taia. / El Correo

Calificación: Muy buena Tipo de lectura: Conviene que sea pausada para asimilar bien lo que se lee. Pero es muy agradable a la vez. Tipo de lector: Jóvenes. Es una oportunidad única para que descubran ciencia, pensamiento y lo que significa la lectura. Personajes: Interesantísimos y llenos de ideas. Argumento: La verdad. ¿Dónde puede leerse?: En casa. Con tranquilidad.

...explorar territorios nuevos para muchos

Querelle de Brest Augusto F. Prieto {Es lógico pensar que los que lleguen a esta novela lo hagan siguiendo la estela de la película de Fashbinder que es hermosa, sensual y violenta. Harán bien en llegar y encontrarán aquí, sobre todo, la voz angustiada del narrador y la belleza poderosa de las imágenes. Son dos obras distintas que participan sin embargo de un mundo que Genet tenía dentro y que extendió sobre el papel para explicárselo a sí mismo. Es una metáfora del amor y de la crueldad, sobre el valor supremo de la belleza. Habla Genet de una sexualidad subterránea y devastadora, del anhelo de la muerte y de la desesperación ante el encuentro con el cuerpo deseado. Restaña el autor las heridas del crimen, justifica el asesinato, entra en el prostíbulo hechizante de Madame Lysiane donde el marinero se enfrenta con su hermano en un juego de dupli-

cidad que representa la muerte y la disolución. La tensión sexual. Querelle es un marinero que habita en las sombras del puerto de Brest, metáfora de todos los puertos y de todas las sombras. Esta novela, en la que se intuyen hechos biográficos del autor es de una belleza estremecedora. Siempre será uno de los iconos de la literatura gay. Los restos mortales de Jean Genet, el gran maldito de la literatura francesa, reposan en la tierra española del cementerio de Larache, en Marruecos. Su publicación en 1953, ennoblece a Francia y a sus letras.

Calificación: Extraordinario. Tipo de lector: Intensos. Tipo de lectura: Aparentemente sencilla pero con un importante trasfondo simbólico.

Argumento: Inquietante y amenazador. Personajes: Crueles como la vida. ¿Dónde puede leerse?: En cualquier taberna de cualquier puerto del mundo.

Augusto F. Prieto {Nacido en la ciudad marroquí de Salé en 1973, Abdelá Taia es uno de los más jóvenes representantes de la literatura marroquí. Y francesa también, porque en esa lengua escribe desde la ciudad que, finalmente, ha elegido para vivir, París. Es un escritor sencillo y honesto y por eso su prosa nos llega muy adentro. En esta novela se mezclan retazos autobiográficos de su infancia y su juventud en Marruecos y de su primer viaje a Europa, a donde llegó para estudiar. Nos cuenta la historia de extrañamiento de una persona que en todas partes se siente extranjero y sufre por eso, y gracias a esa vivencia y ese sufrimiento tiene mucho que decir. Mucho que aportarnos. Ese viaje iniciático por la infancia y por Europa está marcado por un hecho decisivo, su orientación sexual; por un deseo desesperado, no olvidar los olores y los sabores de su infancia; y por un afán, el de ser aceptado en el mundo cultural que ha luchado por habitar. Quizás no sea una obra maestra de la literatura porque su lenguaje es básico, humilde casi, pero es muy importante escuchar esa voz porque nos ayudará a entendernos, a todos. Para que desterremos la palabra «otros». Es un relato tierno y conmovedor que se lee en un rato. Merece la pena. Calificación: Entrañable. Tipo de lector: Cualquiera. Tipo de lectura: Sencilla. Argumento: Fácil de seguir. Personajes: Muy cercanos. ¿Dónde puede leerse?: En cualquier sitio. Especialmente en un avión. Entre el norte y el sur.


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Libros ilustrados. Más que palabras

Érase una vez unos niños a los que leían cuentos al acostarse y que con los años, a fuerza de aficionarse a imaginar, se convirtieron en buenos lectores. Dicen que estos tiempos nuevos son los de la electrónica y las redes, y que los niños ya no

La noche es para volar Parece mentira que cada día haya más leyes prohibiendo cosas y todavía no haya, por contra, una que multe a quienes se duermen de noche sin haber leído siquiera un poquito. ‘Dulces lecturas’, habría que desear a los hijos, y no ‘dulces sueños’, porque los sueños son estúpidos por su propia naturaleza, mientras que los libros son un rotundo testimonio del afán por ser felices César Rufino {Plateado y dorado, como de purpurina, brilla el astro troquelado en la cubierta del libro. Es plena noche y abajo, en el bosque, en los mares, en los hielos y en los pueblos, las criaturas lo miran, sumisas o perplejas, con esa extraña devoción en la que a algunos les va la vida. Luna, se titula este libro de Britta Teckentrup con el que la editorial Bruño, a través de su colección Cubilete, pregunta a los lectores si alguna vez se han planteado por qué el cielo nocturno cuenta con extravagante luminaria, con esa bombilla que cambia de forma y de tamaño, unas veces rotunda, otras sutil y otras invisible. Al final, la supervivencia en la Tierra, condicionada a la existencia de esa bolita polvorienta con cara de Gioconda, resulta que depende de la belleza. Y que si no existieran esas noches que la Luna hace enigmáticas y soñadoras, sin la menor duda la vida no existiría en este planeta. A lo largo de las páginas, las fases de la Luna van visitando los diversos parajes despertando a los escorpiones, echando a volar a los loros, formando a las ranas en orfeón y moviendo las olas con su baile mecánico e infinito.

Pero esta misma colección de libros, Cubilete, no tiene ninguna fijación lunática. Entre sus prioridades, además del satélite misterioso que da aspecto de peonza al movimiento de la Tierra, hay otros protagonistas, otras historias. Otros sujetos, cabría decir, por su imprecisa naturaleza. Uno de los ejemplares se titula No abras este libro (¡mejor léete otro!). Lo escribe Andy Lee y lo ilustra Heath McKenzie. Y... bien, la criatura que lo protagoniza es azul. Un color muy impropio de la zoología, si uno repara en ello (no tan raro en la fabulación). Tal vez por eso tenga ese aspecto entre tierno y monstruoso el paisano que desde dentro insiste una y otra vez en que no se pasen las páginas, so pena de enfrentarse uno a un peligro inenarrable. Si será cierto o no, si verdaderamente hay algún conjuro por ahí amenazando a alguien, es algo que se verá en las últimas páginas. Pero entre estas obras nuevas de Bruño destaca una que los pequeñajos quieren leer (o que les lean) una noche, y otra, y otra, y así indefinidamente mientras les duren las risas. Lo firman Tom Fletcher y Greg Abbot y se titula Hay un monstruo en tu libro.

Consiste el asunto en que si uno efectivamente abre el volumen en cuestión, un simpático monstruito azul (de nuevo el color misterioso) se aparece ante los presentes y a partir de ahí se trata de echarlo fuera de las páginas, bien sacudiendo el tomo, soplando, dándole vueltas, haciéndole cosquillas a la criaturita, asustándola... en fin, lo normal que hacen los niños. El final no se cuenta porque también sería muy de monstruitos hacerlo, por más que esté de moda este procedimiento en las publicaciones encantadas de sentirse altamente especializadas en la materia. Hay muchas formas de ser lector

Intentar echar de su libro al monstruito azul es uno de los pasatiempos preferidos de los jóvenes lectores ‘Zenobia’ es un libro triste y necesario que habla de un mundo inhóspito donde todos los colores son peligrosos

en la cama, a cualquier edad. Existe un libro de Tres Tigres Tristes que se llama Colossus, lo firma Guridi y tiene el beneficio añadido de que puede servir como edredón llegado el caso. O como manta térmica, porque todavía está calentito de la imprenta. Pero lo importante en realidad es que esta obra trata sobre un secreto del personaje que le da nombre (secreto compartido por otras muchas personas entre los cero y los ciento veinte años, y que consiste en algo muy, muy pequeño sin lo que es muy difícil vivir). Aunque en el caso de Colossus la cosa es realmente llamativa, porque él es –como indica su nombre– un ser que necesita grandes cantidades de todo. Con lo cual el enigma está servido. Y ya se sabe que los enigmas son otra especie habitual de las noches con o sin la Luna presente. Más allá de en qué estado se encuentre la Luna, hay noches y noches, de todos modos. Algunas no son tan bellas como otras, ni expresan las mismas emociones, y el sueño al que conducen es más trágico que las más funestas pesadillas. Bien lo sabe Barbara Fiore Editora, que acaba de poner en las librerías Zenobia, de Lars Horne-


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quieren cuentos, pero es mentira. Lo demuestran las cifras de ventas de literatura infantil y juvenil y, de forma más subjetiva, las hordas de chiquillos que pululan cada año por la Feria del Libro con los ojos como platos. He aquí algunas razones

man y Morten Dürr. Zenobia es un libro triste y necesario; un cómic que precisamente muestra, en la primera de sus viñetas, el engañoso resplandor de la Luna. En la segunda aparece el mar nocturno. Y en la tercera, cerrando la página inicial, una patera rebosante de africanos en busca de un lugar donde vivir. No figuran muchas palabras en este tomo curioso y muy bellamente dibujado, lleno de los ocres del desierto y de los azules del mar (azul de nuevo, un color que a veces hace difícil la vida). En ese mundo protagonizado por Amina, que se imagina luchando contra las adversidades con la valentía y la determinación de la celebérrima reina de Palmira, cualquier color es peligroso e inhóspito: el de las arenas, el de los cazabombarderos, el de los edificios en ruinas, el de las profundidades de las aguas devoradoras, donde el nombre de Zenobia esconde una realidad muy diferente de aquella de la que hablaban los antiguos relatos de Siria. Muchas veces, de un tiempo a esta parte, los libros hablan a los niños sobre la muerte. Y la primera impresión –equivocada o no– es que obran bien. La reputada colección Ala Delta, de Edelvives, lo hace igualmente para chiquillos de alrededor de ocho años en El diente de oro de la abuela Vladimira, de Ignacio Sanz. Un texto que

Cubiertas de tres de los libros reseñados: ‘Zenobia’, ‘Te quiero, papá’ y ‘Expedición Tilovonte’. En la página anterior, ilustración de ‘Luna’.

Una exhortación a que los chiquillos aprovechen su tremendo potencial para buscar la felicidad Si Groucho Marx hubiera escrito un libro infantil, sería exactamente como esta ‘Expedición Tilovonte’

incita a volar, a que los chiquillos aprovechen su potencial descomunal de ser lo que les dé la gana para buscar la felicidad, y no las miserias de la vida, sus peores rutinas, sus más estúpidos temores y aprensiones y todo ese despilfarro infundado de fuerzas y de ganas que nos lleva a la muerte sin apenas rechistar y cogidos por las orejas, como hacían antes los profesores severos con los alumnos traviesos. Si en su juventud no había tenido problemas a al hora de amaestrar a un puñado de arañas para su número de circo, menos los tuvo la ya vieja Vladimira para enseñar a sus nietos –predicando con el ejemplo– a ser autónomos, algo osados y extravagantes, más sencillos que sofisticados, más inconformistas que amoldados. Entre las novedades de esta colección de Ala Delta, la verdad es que si hubiera que elegir un solo título, solo uno, una elección irreprochable sería Expedición Tilovonte, de Carlos López. Una lectura recomendada a partir de los diez años de edad y que en líneas muy resumidas podría decirse que es el libro infantil que habría escrito Groucho Marx. «El castaño hundía sus raíces tierra adentro, tierra adentro, tierra adentro, hasta llegar al incandescente centro de la Tierra, y entonces el castaño daba las castañas ya asadas». O cuando dice que en la fiesta de cumpleaños de la reina «asaban jabalíes con una manzana en la boca, y luego comían solo la manzana y desechaban el jabalí, porque este se empleaba para darle sabor a la manzana». O cuando explica que «el tragafuegos había empezado, de muy niño, tragando chispas», y «como las brasas le daban sed, siempre las acompañaba con un vaso de lava». Pues así todo el tiempo. Una demostración de poderío humorístico e imaginativo, un ejercicio de un ingenio agotador, donde se narra qué sucedió cuando la monarca

de Gledamoar, contentísima tras su última victoria militar contra el enemigo, ordenó una expedición científica alrededor del mundo con idea de recoger noticias sobre su geografía y sus habitantes. Al lado de esta peripecia fantástica a más no poder, lo de Gulliver fue una visita al Hogar del Pensionista del pueblo. Claro que no todas las odiseas son iguales. La editorial Abuenpaso cuenta la suya en el flamante Blanco como la nieve. O más que la suya propia, la de un ratón tremendamente escrupuloso, que apenas sale de casa por no mancharse su hermoso pelaje, y que –en atención a esa ley no escrita que dice que basta que uno no quiera una cosa para que le pase– se encuentra de buenas a primeras perdido por ahí, y toca buscarse la vida. Lo firman Mar Benegas y Andrea Antinori, y en cierto modo recuerda a todo lo que se está comentando aquí porque su moraleja es que en ocasiones, para saber lo que es la vida, uno tiene que renunciar a su zona de confort –como dicen los repipis–. Suele ocurrir que uno se mancha, pero la alternativa –no vivir– es impensable. Con ayuda de su curiosidad, de las pistas que va encontrando y de las adivinanzas que se le ponen por delante, este ratoncito logra sobreponerse a sus remilgos y conocer la diversidad del mundo que habita. Un libro tierno, simpático y lleno de franqueza y sencillez. Y a propósito, hablando de franqueza: el lunes es el día del padre y Anaya pone en las estanterías con ese motivo su precioso librito Te quiero, papá, de Valentí Gubianas, rebosante de colorido, movimiento y emoción. Un repaso a las razones del amor en el hogar, a los lazos que se forman poco a poco en mil desayunos, en cientos de juegos, en los millones de detalles de la convivencia diaria y también, como cabía esperar, a la hora de dormir, cuando se cuentan los

cuentos y esa misma Luna que se asoma a todas las ventanas de todos los libros infantiles renueva la invitación a volar por ahí, sin miedo. Irse de unas recomendaciones de libros infantiles y juveniles sin pasar por Kalandraka no tendría mucho sentido, la verdad. Así que, entre sus nuevas aportaciones a la mesa de novedades de la librería más próxima, aparece Tomás el bromista, de Jorge Rico Ródenas y Anna Laura Cantone. Kalandraka es una editorial que, además de recuperar con verdadero amor por los libros –y sus lectores– lo más excelente de los clásicos del género, domina la intuición de distinguir cuáles de entre las obras modernas acabarán también siendo clásicos. Y esto podría ser lo que le pasa a este luminoso y colorido volumen que se nota que está hecho con muchas ganas y con un tremendo respeto por el oficio. Se incluye dentro de la colección Libros para soñar, con lo que de nuevo habrá que tirar de Luna, almohada y lampara en la mesilla y predisponerse para el sueño con una dosis de humor. Los autores utilizan toda la artillería: la maestría en el dibujo cómico, las rimas, los personajes arquetípicos, el juego entre lo previsible y lo imprevisible, la extravagancia, el emparejamiento feliz entre lo que se ve y lo que se lee, la sencillez del relato... y lo que sale es un álbum muy divertido que encima no necesita traducción paterna para que los niños lo comprendan. Lo cual no es necesariamente frecuente, como sabrán quienes se prodiguen en la compra de libros para estas edades. Pero no hay que preocuparse por ello, porque si algo ha quedado claro hoy es que no se debe tener miedo a lo desconocido, aunque bajo esa Luna que ilumina los sueños y las vigilias pululen toda clase de criaturitas. Se trata simplemente de elegir bien las compañías. ~


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Teatro

Diez años después de su publicación, «El hombre que esculpió a Dios», del periodista Fernando Carrasco, continúa agrandando su leyenda. Tras reeditarse en numerosas ocasiones e incluso zarpar a la conquista del mercado nacional, su versión escénica

Juan de Mesa y su esposa, María Flores personajes interpretados por Juan Collantes de Terán y Candela Cruz. / Paco Pérez

Antonio Puente Mayor {El 6 de febrero de 1930, el diario Abc publicaba una pequeña nota en su sección de Andalucía, que, pese a haber sido insertada a poco del cierre, rápidamente se convertiría en un bombazo informativo, obligando a reescribir la historia del Arte, de la Semana Santa y, por extensión, de la propia Sevilla. Jesús del Gran Poder, una de las obras maestras del Siglo de Oro y espejo de la devoción de miles de almas, no había sido tallada por Martínez Montañés, el «dios de la madera», sino por su discípulo aventajado, Juan de Mesa. Decepción, incredulidad y enfado fueron algunas de las emociones experimentadas por los hermanos, fervorosos y cofrades al conocer el hallazgo del joven Heliodoro Sancho Corbacho, alumno de Filosofía y Letras, quien, tras sumergirse en el Archivo de Protocolos Notariales en busca de tesoros documentales, halló, casi por azar, su anhelada perla negra. Una revelación que, por un lado, engrandecía la figura del casi desconocido escultor cordobés y, por otro, desmitificaba de algún modo la leyenda de su maestro. Y es que la vida de Juan de Mesa y Velasco, nacido en Córdoba en 1538, y de quien no ha quedado ni un retrato, ni un escrito, ni una modesta biografía, era un completo misterio en los albores del siglo XX, y en gran parte continúa siéndolo hoy. Tan solo los contratos y documentos ligados a sus obras nos permiten especular sobre su sensibilidad, gusto estético y condición

«El dolor siempre cumple lo que promete» humana, sobresaliendo especialmente la carta de pago y finiquito por la hechura de las imágenes de Jesús del Gran Poder y San Juan Evangelista para la hermandad de Nuestra Señora del Traspaso (1 de octubre de 1620) y el contrato de aprendiz en el taller montañesino, firmado el 7 de noviembre de 1607 en la escribanía hispalense de Jerónimo de Lara. La visión de Fernando Carrasco Este vacío histórico acerca del maestro de la imaginería, que, «a pesar de su corta vida posee una producción muy numerosa», según la historiadora del arte Pilar Calvo, fue uno de los acicates que impulsaron al periodista Fernando Carrasco a escribir su novela más exitosa hace una década. Un texto delicado y profundo que bajo el título El hombre que esculpió a Dios trataba de cubrir un hueco hasta ese momento insalvable. Narrado en dos tiempos —el siglo XVII y la época actual—, sus páginas nos permiten viajar al momento preciso en que Juan de

Mesa alumbró su gran obra, permitiéndonos, a su vez, explorar su relación con otras figuras fundamentales en su vida, como el citado Montañés o la joven María de Flores, con quien se casó en la parroquia de Omnium Sanctorum en noviembre de 1613. Una terna de personajes reales que el tristemente desaparecido Carrasco supo combinar en el relato con otros fruto de su imaginación, y que ocho años después, y merced a un cúmulo de benditas casualidades, cobraron vida en el Hospital de la Caridad. Del papel a las tablas Uno de los mayores retos de la compañía de teatro La Contenida a la hora de enfrentarse a la novela y adaptarla, era la de extraer la esencia de la historia y otorgarle categoría escénica. Una tarea bastante compleja, pues por si por algo destaca El hombre que esculpió a Dios es por sus profusas descripciones —Fernando Carrasco no dudó en incluir hasta los contratos de las imágenes, por poner un ejemplo—, el

retrato psicológico de los personajes y el uso del monólogo interior. Recursos que, si bien funcionan en el terreno puramente literario, suponen un obstáculo a la hora de ser dramatizados y llevados a un escenario. En este sentido, hay que aplaudir la labor del equipo recreando unos pasajes que en las quinientas páginas de la novela contaban con espacio suficiente para ser expuestos, pero que en el caso del teatro exigían un ritmo y un tempo completamente distinto. Asimismo merece destacarse la capacidad de sus artistas para concentrar la acción en una hora, con el uso de un tablero y apenas cuatro fichas; juego en el que el director, Gustavo A. García, demuestra ser un maestro. Francisco de Asís Gamazo Al construir su novela, Fernando Carrasco optó, como muchos escritores, por el narrador omnisciente. Un recurso tradicional y efectivo que le permitía observar con ojo analítico la Sevilla del XVII, y por supuesto dotar de suspense a la trama paralela, acaecida en nuestro siglo. Esta decisión obligaba a La Contenida a escoger entre una voz en off o un narrador en primera persona, optando acertadamente por lo segundo y rediseñando, de paso, una de las figuras más logradas de su experimento. Nos estamos refiriendo al joven aprendiz Francisco de Asís Gamazo, interpretado en la función por Mario Boraita, cuyo papel es clave en la novela, y que en el caso del espectáculo se erige como auténtico ti-


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Teatro

nos permite reencontrarnos con los espíritus de Juan de Mesa y Martínez Montañés, mientras reflexionamos sobre la futilidad de la vida, el papel del arte y nuestras propias creencias. Estos días puede verse en el Teatro Salvador Távora rón o Federico García Lorca, y se complementa con los ricos recursos propios de la actriz. En este sentido, el personaje esbozado por Cruz, y envuelto en telas moradas, nos ofrece la otra cara de la moneda, la del ser querido que aguarda al artista, que sufre su ausencia en silencio y lo apoya incondicionalmente en detrimento de su propio yo. O lo que es lo mismo: la generosidad de la madre, que ve tropezar a su hijo y acude rauda en su auxilio; que lo consuela en los momentos de traspaso y se muestra pletórica en los gloriosos; que escucha y aconseja pero jamás constriñe; que es faro incombustible y cálido regazo. ¿A qué nos remite esto?

Juan de Mesa, personaje interpretado por Juan Collantes de Terán. / Paco Pérez

Un producto redondo

món del barco. Suya es la responsabilidad de meter en situación a los espectadores desde que se encienden las luces, de tomarlos de la mano y guiarlos por el tenebrismo de la historia, y de manejar los minutos con la precisión de un relojero. Pero es que además, el joven Gamazo de Boraita «crece» junto a los personajes principales, se desnuda emocionalmente al igual que ellos, y demuestra estar a su altura en todo momento. Eso por no hablar de su pulcra dicción, su natural frescura o su carisma a la hora de conectar con el público.

perfil sensible que nos agita y conmueve a partes iguales. Un matiz casi imperceptible en el arranque, pero que poco a poco va calando en el espectador hasta hacer cognoscible su drama. Magistral es su evolución física, discursiva y emocional y aún más su presencia escénica. Tanto, que sus entradas suelen coincidir con los momentos más álgidos del espectáculo. Frente a la inocencia de Gamazo, Montañés es la experiencia y el carácter; dos modos de enfrentarse a la vida que el responsable de la dirección ha sabido leer con madurez y acierto.

Juan Martínez Montañés

Juan de Mesa y Velasco

Para entender la figura de Juan de Mesa hay que acudir necesariamente a su maestro y referente artístico, el escultor de Alcalá la Real, Juan Martínez Montañés. Un personaje que, en el difícil proyecto de La Contenida, no podía ser encarnado por nadie mejor que Pedro García. Y es que si el Mesa de Fernando Carrasco representa en cierto modo al antihéroe clásico, su Montañés es exactamente lo contrario. Fuerte, seductor, influyente y orgulloso, su retrato es a la imaginería lo que Lope de Vega a las comedias, de ahí que el actor que lo encarna haya recurrido al arquetipo del caballero áureo para otorgarle verosimilitud. En un rol controvertido y salpicado de aristas, García esboza todo eso y mucho más, pues a ese Montañés rotundo, enérgico e intimidatorio –cercano a las grandes siluetas del repertorio clásico español–, el actor añade un

El triunvirato de Fernando Carrasco se completa con Juan de Mesa y Velasco, el escultor en la sombra, el talento en la madriguera, el eterno discípulo del superlativo maestro. Un personaje que, para cualquier actor andaluz, supone un inmenso regalo, pero también un reto, dado su perfil huidizo e indeterminado. En una época en la que los claroscuros están de moda, la figura creada por Juan Collantes de Terán trasciende el propio escenario. Si su parlamento ya resulta hondo, sincero y hasta piadoso en los diversos capítulos que componen la novela, en la versión de La Contenida roza incluso el misticismo. Ello se debe a su cuidado trabajo corporal, a la benignidad de su palabra y, sobre todo, a la humanidad de su gesto, características que lo emparentan con la tradición humanística y lo erigen como el vehículo perfecto para transmitir el

mensaje. Junto a sus compañeros, Collantes eleva el texto a la categoría de arte, asumiendo en sus propias carnes la Pasión y Muerte de Nuestro Señor, y trasladándola a la madera con clarividencia y mucho, mucho dolor. Ese dolor que para Germaine de Staël, «cumple siempre lo que promete», y que en la visión del recordado periodista, vertebra gran parte de la trama. María de Flores Como complemento vital, afectuoso y necesario, El hombre que esculpió a Dios le otorga al protagonista la mejor compañera posible. De este modo, la histórica María de Flores, cuyo ostracismo es mayor incluso que el de su marido, pasa a ser aquí una mujer tierna, hermosa y enamorada cuyos parlamentos nos permiten comprender las miserias de su personaje en contraste con el ascenso de su partenaire. Rol que recae en la maravillosa Candela Cruz, cuyo rostro evoca las ilusiones y el ímpetu de la juventud, pero también los sinsabores del paso del tiempo en las diversas fases del matrimonio. Con su palabra dulce, armoniosa y de una elegancia innata, María ejerce de esposa, pero también de confidente para el espectador, ofreciéndonos una estampa que bebe de las fuentes de Aristófanes, Calde-

‘El hombre que esculpió a Dios’ es el ejemplo palpable de que las cosas hechas con el corazón calan entre el público. / Paco Pérez

Presentadas las fichas sobre el tablero, la responsabilidad de dotar de credibilidad a la historia recae en los cuatro intérpretes, pero también sobre el adalid de la función y su estupendo equipo. En este sentido, Gustavo A. García, actor, director y responsable de Tomateatro, con veinticinco años de experiencia en los escenarios, no duda en contar con los mejores profesionales. Desde Francisco José Cuadrado, cuya música y diseño de sonido está a la altura de los grandes –en su haber cuenta con bandas sonoras de películas, trabajos para TVE y producciones con Acciona–, hasta el sutil maquillaje de Marta Rodríguez Ferrete, pasando por el vestuario de Pepe Vázquez, todo en este espectáculo está medido y estudiado. Y qué decir de la iluminación, ejecutada por Julián Valladares a partir del mágico diseño de Antonio Villar, técnico de Teatro Clásico de Sevilla, cuya disposición en la sala es una de las sorpresas del montaje; o ese inteligente y práctica escenografía ideada por el grupo, que nos traslada a la época dorada de la imaginería en un ejercicio sensorial donde no existe la cuarta pared y en el que el espectador sufre, respira y llora a la par que los personajes. Ingredientes que, combinados con precisión y tras muchas horas de ensayo, dan como resultado un producto redondo que bascula entre los autos sacramentales del XVII y el teatro naturalista del XIX, pero con el sello posmoderno de esta joven compañía. En suma, El hombre que esculpió a Dios es el ejemplo palpable de que las cosas hechas con el corazón calan entre el público; máxime cuando su autor, un referente de la profesión y de las letras locales, puso el suyo en manos del Gran Poder una noche de Cuaresma, tras ver nacer a la criatura. ~


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Teatro El Teatro Lope de Vega recuerda al primer ‘superventas moderno’, Stefan Zweig, con la versión de su novela ‘24 horas en la vida de una mujer’. Un retrato psicológico de reminiscencias freudianas que, tras ser llevado al cine en varias ocasiones, renace para el teatro de la mano de Silvia Marsó Antonio Puente Mayor {En una modesta pensión de la Riviera francesa, Madame Henriette, casada y madre de dos hijos, abandona a su familia para huir con su amante, un hombre joven y atractivo, provocando un gran revuelo entre los huéspedes. Al día siguiente, un grupo de conocidos que se hallan alojados en el mismo establecimiento, discuten sobre el asunto, posicionándose a favor del marido desolado y criticando duramente a Madame Henriette. Todos, menos uno —curiosamente el narrador de la obra—, quien además de discrepar con el resto, confiesa su admiración por la mujer, a la que califica de «valiente». Esta reacción, del todo inesperada, provoca que una anciana inglesa, a la que todo el grupo respeta, le cuente su propia historia: veinticuatro horas que cambiaron su vida para siempre. Con esta premisa, el gran autor austriaco Stefan Zweig construye una de las narraciones más apasionantes y bien estructuradas de la literatura de entreguerras. Un texto que, pese a su brevedad — originalmente se incluyó como relato en la antología Confusión de sentimientos— es capaz de elevarse sobre cualquier propuesta de corte romántico actual, atrapando al lector desde la primera a la última página, e instándolo a posicionarse. De ahí que algunos investigadores lo calificasen de «folletín inteligente» o «pequeña obra maestra», incluyéndolo en la lista de las 100 mejores novelas de todos los tiempos.

Silvia Marsó ofrece un exquisito retrato de la viuda británica que hechiza a la par que conmueve. / Nacho García

«Cada día es una pequeña vida» asombrosa), así como el montaje que nos ocupa. Un musical intimista

Zweig revisionado Como todo el arte moderno judío («depravado», según Hitler), la literatura de Stefan Zweig fue prohibida en la Alemania de 1936, obligando al vienés a establecerse en Inglaterra e iniciando posteriormente una gira al otro lado del Atlántico para impartir conferencias. Un periplo que contribuyó a expandir su nombre internacionalmente y a considerársele uno de los más reputados escritores hasta la fecha de su muerte, acaecida en 1942. No obstante, incluso después de ser levantada la prohibición, «la obra de Zweig fue quedando paulatinamente en un segundo plano, olvidada en muchos casos, y del notable éxito que logró en vida apenas quedó un destello», como nos recuerda el crítico literario Ferrán Benito. Tendencia que, afortunadamente, ha comenzado a invertirse en los últimos años; en primer lugar, con la publicación de la mayor parte de su obra por la editorial Acantilado, y asimismo con un necesario revisionismo de su figura a nivel documental y cinematográfico —la película de 2016 Stefan Zweig. Adiós a

El trabajo físico y emocional de Silvia Marsó muestra sorprendentes registros que le permiten cantar, bailar e interpretar con una pasión desbordante. / Nacho García

Europa, dirigida por Maria Schrader, es el mejor ejemplo—. Como no podía ser de otra forma, esta apuesta por resucitar al genio austriaco se extendió igualmente a los escenarios, originando producciones teatrales tan interesantes como Una hora en la vida de Stefan Zweig, con libreto de Antonio Tabares y dirección de Sergi Belbel (en la que el sevillano Roberto Quintana daba vida al autor de Novela de ajedrez con una calidez

Tras el éxito obtenido en el madrileño Teatro de La Abadía, donde incluso llegó a prorrogar sus funciones, Silvia Marsó y su compañía presentaron su particular homenaje a Stefan Zweig en el 75º Aniversario de su muerte. Una adaptación teatral dirigida por Ignacio García, que conjuga con acierto la partitura de Sergei Dreznin y la dramaturgia de los autores franceses Christine Khandjian y Stéphane Ly-Cuongy, y que a su vez es una traslación al español del espectáculo homónimo estrenado en París en 2015. Concebido como musical de cámara intimista, la popular actriz barcelonesa —que aquí interpreta a la enigmática señora C—, está acompañada por Germán Torres (con 900 representaciones en el musical La Bella y la Bestia) y Felipe Ansola (Mamma Mia, Marta tiene un marcapasos), quienes nos trasladan a lugares tan sugerentes como el Casino de Montecarlo, la Costa Azul o la imperial Viena. Escenarios recreados a través de la sensualidad de las piezas de Dreznin —brillantemente interpretadas al piano, al violín y al violonchelo—, la escenografía de Martín Burgos, la iluminación de José Alberto Tarín y el espacio sonoro de Nacho García; ingredientes que, a la

par que tentadores, resultan idóneos para acoger el poderoso discurso ‘de resonancias europeas’ de Stefan Zweig. Heredera de Ingrid Bergman Entre las bondades de este arriesgado montaje sobresale, por encima de todo, el trabajo físico y emocional de una Silvia Marsó cuyos sorprendentes registros le permiten cantar, bailar e interpretar con una pasión desbordante y pocas veces vista en su interesante trayectoria. Heredera de Merle Oberon, Agnès Jaoui o Ingrid Bergman —quien encarnó a la señora C en una TV Movie en 1961—, su exquisito retrato de la viuda británica hechiza a la par que conmueve, confirmando su capacidad para interpretar personajes femeninos rotundos, desde la lorquiana Yerma a la audaz Nora de Casa de Muñecas, dotándolos de elegancia y mucha, mucha alma. Un talento contagioso perfectamente secundado por Felipe Ansola —su lograda encarnación del joven ludópata recuerda al Eloy Azorín de Gran Hotel— y Germán Torres, cuya experiencia en los escenarios le capacitan para lucir todo tipo de atuendos con absoluta prestancia y brillantez. En suma, 24 horas en la vida de una mujer es un mágico cenáculo de artistas, bien conducido por Ignacio García, al que las palabras pronunciadas hace veinte siglos por Horacio sientan como un guante: «Cada día es una pequeña vida». ~


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Atelier de músicas

El pianista Alberto Rosado es pionero en España en la enseñanza del repertorio actual dentro de las aulas. La próxima semana presentará en Sevilla su proyecto ‘e-piano’, con siete partituras de nueva creación que combinan piano, electrónica y vídeo

PIANISTA

ALBERTO ROSADO

«Hay conservatorios que obvian la enseñanza del piano actual» Ismael G. Cabral {Entre muchos otros, ha grabado a Ligeti, Halffter y López López y ha defendido la música de Messiaen, Hosokawa y Cage. Alberto Rosado (Salamanca, 1970) es un pianista de referencia en el ámbito de la música contemporánea. El próximo miércoles, día 21, presentará en el Teatro Central su proyecto e_piano (Ibs Classical), en el que interpreta obras de siete compositores actuales españoles e iberoamericanos que suman electrónica y audiovisuales. –Da la sensación de que es un espectáculo muy cerrado, en el que ni entran ni salen piezas más allá de las que ya ha llevado al disco. –Así es. Las obras se interpretan encadenadas, sin pausas, porque así se genera una potente sensación de unidad; es un espectáculo audiovisual, como una pequeña ópera del siglo XXI en la que solo falta la voz. Son siete actos (las siete obras de Edler-Copes, Fuentes, Navarro, Estrada, Humet, Paredes y Morales Ossio) que generan un flujo musical muy intenso. Es la segunda vez que presento el concierto de este modo, antes las piezas las he ido estrenando por separado. Hay una más, Lo fijo y lo volátil, de José Manuel López

López, que se ha quedado fuera porque ya la he tocado en muchos sitios. –En la escucha del disco [disponible también en Spotify] se aprecia una estética común de escritura muy virtuosa y pianística... –Tiene razón en que no hay piezas muy escoradas hacia el silencio o el ruido. Pero la exploración tímbrica que suponía hibridar el piano con la electrónica ya me parecía muy potente. Hay dos obras,

«Cuando la partitura es buena el alumno acaba sucumbiendo ante la obra de arte actual» «Xenakis dejó piezas increíbles pero lo que pensó para el piano no fue tan soberbio» la de Iñaki Estrada y la de Jesús Navarro que sí que indagan en otras posibilidades, obligándome incluso a cerrar la tapa del piano y trabajar en su interior. Pero sí que predomina el piano de teclas sobre el más puramente experimental. –¿Qué dificultades le plantea esta in-

El pianista Alberto Rosado.

mersión en 70 minutos de música radicalmente actual? –Todas las que pueda imaginar y más. La obra de Ramón Humet podría ser asequible para alguien que esté estudiando piano, igual que la de Navarro. Pero el resto son incluso difícilmente abordables por un músico profesional, son de una exigencia virtuosística enorme. Si a esto se le añade que la electrónica la controlo yo con una pedalera, el asunto es como un triple salto mortal. Hay algunas piezas que ya trabajo con mis alumnos de grado superior. –A propósito, usted también ejerce la docencia. ¿Cómo percibe el encuentro del estudiante con la obra contemporánea? –En algunos hay rechazo por dificultad o incomprensión estética, pero una vez que se ven obligados a estudiarla la mayoría disfruta muchísimo porque las obras que propongo son realmente muy buenas y el alumno acaba sucumbiendo ante las obras de arte de su tiempo. –De todas formas esto es una voluntad suya. En las aulas de los conservatorios la música de hoy sigue tristemente muy ausente... –El de Salamanca fue el primer conservatorio en aplicar la Logse en el año 2000. Y en este plan hay una asignatura que se llama Repertorio solista contem-

poránea que es obligatoria. Sin embargo, muchos centros siguen saltándose esta asignatura e incluso algunos profesores la usan para seguir haciendo repertorio romántico, como si nada. En Salamanca, Musikene (San Sebastián), Zaragoza y Madrid sí que se imparte. Aunque todos los conservatorios deberían hacerlo y me parece increíble que no se imparta en muchos. En mi caso empecé incluso antes, alrededor del año 1998, con talleres y cursos de interpretación de música contemporánea. –¿Es rotundamente inviable para un pianista vivir en España del repertorio de su tiempo? –En este país dedicarse a tocar un instrumento sin enseñar ya es prácticamente inviable. Es muy difícil. Ahora mismo lo están haciendo artistas como Iván Martín o Javier Perianes con el gran repertorio. En el terreno de la contemporánea es impensable. –Reflexionando sobre su trayectoria, se diría que musicalmente se siente más cercano al virtuosismo y la complejidad técnica que a otras estéticas más reposadas o indagatorias. –Bueno, también he tocado a Morton Feldman y a Helmut Lachenmann. Yo diría que la vida me ha llevado hacia ciertos creadores. Hay compositores formidables como José Luis de Delás y José María Sánchez-Verdú que se mueven en otros parámetros estéticos y a los que les cuesta mucho acercarse al piano porque lo ven como un instrumento con mucho peso de la tradición. Otros, como Iannis Xenakis, que hizo obras formidables para orquesta y cuarteto de cuerdas, escuchas lo que pensó para el piano y no es tan soberbio. –Usted estrenó y grabó –en el sello Kairos– el Concierto para piano de López López, que supuso una inflexión importantísima en la carrera del compositor. ¿Qué hace de esta obra una composición soberbia? –La estrené con la Orquesta de Bamberg en Canarias y luego la toqué con la RTVE en Madrid, también la he hecho en México. ¿Qué hace grande esta obra? Es el final de una exploración comenzada por el compositor desde el principio de su vida creativa; toda la cuestión espectral, que tiene un punto fuerte en el piano. Pero en el Concierto empezó a trabajar con la parte más granulada del espectro armónico, explorando esas micropulsaciones en la parte aguda del piano. Es una obra muy potente, estupenda; y luego está el modo en que suena la orquesta, a veces parece música electrónica. López López pensó también hacer una reducción para piano y electrónica que yo le pedí. La alumbró, pero no terminó de funcionar. Entonces hizo otra, que es solo la parte del piano del Concierto, se titula Un instante anterior al tiempo. –¿Qué proyectos tiene? –Voy a grabar con el violinista Alejandro Bustamante un disco con piezas de Hèctor Parra, Víctor Ibarra, Agustín Charles y con la Sonata de López López. Y también voy a ponerme pronto con la segunda parte de e-piano con partituras de Marco Stroppa y Pierre Jodlowski, entre otros. ~


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Ópera Hay títulos en el repertorio que no fallan nunca. Incluso las producciones llenas de imperfecciones funcionan bien y no generan grandes quebraderos de cabeza. ‘Aida’ es una de esas obras que suelen gustar a los espectadores. No sabemos si los cantantes se emocionan al saber que la representarán porque esconde más dificultades de lo que pudiera parecer

Higiene de la imperfección El trasiego sobre el escenario es constante. / © Javier del Real | Teatro Real

Gabriel Ramírez Lozano {El Teatro Real se llenará hasta el 25 de marzo cada día que se represente Aida de Guiseppe Verdi. Así será porque esta obra, sin ser la mejor del compositor, es un valor seguro. Suele gustar a todo el mundo. De hecho es de esas óperas que sirven de banderín de enganche para los que se arriman por primera vez o quieren hacerlo definitivamente al espectáculo más conmovedor y completo al que una persona puede asistir. La ópera, sí. La puesta en escena diseñada por Hugo de Ana quiere ser vistosa, colorista y dinámica. Es algo grandilocuente, algo extravagante y el tránsito sobre el escenario termina molestando por la cantidad de movimiento y la falta de sentido en algunos casos. Hay detalles difíciles de entender que, por esa razón, colaboran en que esa sensación de desorden crezca. Por ejemplo, las cintas blancas que unen al héroe con los antepasados (muy explícita la referencia a las momias y resuelta sin demasiada gracia), las rojas que unen en su pasión a las mujeres protagonistas, las azules que unen al héroe (otra vez) a su esencia y su destino. Las estructuras enormes que escalan corriendo los bailarines y que nos hacen temer que se puede producir una caída. Las grandes estructuras que se elevan, que descienden… Todo grande, todo en busca de una simbología bastante simplona aunque revestida de un misterio que no existe y solo hace

La grandilocuencia y el colorido algo exagerado es una constante en la producción. / © Javier del Real | Teatro Real

Durante toda la representación el contenido audiovisual toma protagonismo y se mezcla con actores, bailarines y cantantes. / © Javier del Real | Teatro Real

dudar al público. La música llega desde el foso con ímpetu. La dirección de Nicola Luisotti es enérgica aunque delicada si es necesario. Arropa bien a los cantantes y trata de colaborar para que lo que sucede en el escenario vaya enseñando el sentido. El Coro Titular del Teatro Real sorprende porque la diferencia entre las voces masculinas y las feme-

ninas es notable. Es posible que cuando esa diferencia se acusa tenga algo que ver la disposición de los cantantes sobre el escenario. Cuando los componentes masculinos de ese coro tienen que distribuirse en la estructura que aparece al fondo del escenario y que les coloca a varios metros por encima de las tablas, con el enorme movimiento que se desarrolla en el escenario y la orquesta a pleno rendimiento, parece que el resultado vocal se ve afectado. Las damas estupendas. Violeta Urmana va cumpliendo años. A pesar de todo se defiende más que bien. Sigue logrando papeles que no desmerecen. La soprano, Liudmyla Monastyrska, no es una mala cantante, ni mucho menos.

Sin embargo, satura cuando abandona los tonos medios y baja. El tenor, Gregory Kunde, tiene un problema cercano al de Monastyrska. Cuando deja los tonos medios y baja trata de defenderse (no se siente cómodo) y tiende a ‘abrir la voz’. Y los tres, están mal dirigidos. George Gagnidze y Roberto Tagliavini cumplen bien como Amonasro y Ramfis. ¿Merece la pena acercarse al Teatro Real para ver esta ópera? Por supuesto que sí. Porque el conjunto es atractivo, porque es Verdi y porque la perfección en la ópera no se conoce. A veces, esos pequeños problemas forman parte del aliño de un espectáculo que siendo siempre perfecto se haría aburrido. ~


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Arte Hay artistas que crean escuela, aportando un giro a la Historia del Arte. Suelen centrarse en la investigación sobre la materia y sus posibilidades, la mutación del espacio, la necesidad de avanzar en busca de algo nuevo. Ahora, el Centro Pompidou de París celebra una exposición retrospectiva de la obra de César, un clásico después de veinte años muerto

César: Estética de la destrucción Augusto F. Prieto {En diciembre de 1961, la gran mecenas de la vanguardia francesa Marie Laure de Noailles, hizo enviar su limusina Ziss –el único automóvil soviético que circulaba en aquel momento por París- al estudio del escultor César para que lo prensara. Cuando éste se lo devolvió, unos días más tarde, a su domicilio en L´Étoile, el coche había perdido nueve décimas partes de su volumen, y multiplicado por treinta su valor. Apenas un año antes el artista había organizado un escándalo en el Salón de Mayo con la exposición de tres coches comprimidos que pesaban una tonelada cada uno, pero era conocido ya en los ambientes mundanos como «El Miguel Ángel de la chatarra». Esta acción dice mucho de una coleccionista en estado de gracia, y también nos pone en la situación en la que comenzaron a recibirse las obras de César como una aportación al Arte contemporáneo. Algunos le copiarán, y muchos otros se inspirarán en sus investigaciones sobre la modificación de la materia. El espíritu de sus insectos, o de los animales construidos con piezas de metal, reconvertidas en figuraciones, está hoy por todas partes, y representa la última tendencia de la artesanía «solidaria». Ahora –por fin- el Centro Pompidou de París celebra una exposición retrospectiva de la obra de César, convertido en un clásico cuando se cumplen veinte años de su muerte. Son sobre todo los vehículos los que tienen una plástica singular. Nada es casual. Nuevos o viejos, vaciados de toda parte no metálica, o con sus ruedas incrustadas, compactados mediante procesos mecánicos, pero nunca dejados al azar, sino supervisados por el artista. Devienen esculturas leves, en las que juegan las luces, las sombras y el color. Pierden su carga cinética y adquieren una nueva calidad expresionista. Sus títulos, en los que se mencionan las marcas, juegan al equívoco de los iconos. Pero también hay anónimos tubos y barras de cobre, bidones, piezas sueltas sobre las que resuenan los chasquidos de la destrucción que los han inmortalizado. Los grumos en poliuretano, por otra parte, conservan una morbidez orgánica, como lo hacen los materiales congelados en bloques de vidrio. Los pulgares gigantes de César,

Compression, 1961.

Citroën Zx, 1995.

Dauphine 1959, 1970.

con su detallismo de huellas dactilares, nos acercan a lo humano, a lo que es intrínseco a cada persona, erigidos en tótem. Son reconocibles, uno de ellos saluda a los visitantes en la entrada, expuesto en la plaza, frente al Beaubourg. Desde el Dauphine comprimido en los 70, es una idea que nació con los primeros prototipos de la marca, y que conserva todos sus

accesorios, hasta los Citröen ZX transformados sin estrenar con sus colores originales. De las primeras galletas de polímero a las definitivas, consolidadas bajo capas de laca que aseguran su perennidad. A través de sus esculturas de ferralla, de los senos de bailarinas titánicos, o los característicos pulgares de bronce, de oro, la muestra del museo parisino es un auténtico viaje a través de la obra de un visionario. La producción de César Baldaccini se incluye en el «Nuevo Realismo», una corriente artística que retrocedió desde la poética de la abstracción, pero evitando regresar a lo figurativo, aferrándose a la textura de la realidad urbana. Todo su trabajo se articula en torno a las compresiones y las ex-

pansiones de diferentes materiales. Es también el diseñador del trofeo entregado a los galardonados con el premio nacional de cinematografía que lleva –a consecuencia- su nombre. En su trabajo sobre la transfiguración de los objetos, no debemos olvidar que cuando el artista nació, en 1921, la industria automovilística apenas si había comenzado a industrializarse, y los plásticos no se comercializaban aún. En la carrera de su invención alcanzó a declarar la destrucción controlada de modos de vida que se consolidaban, en una reflexión sobre el alcance de la penúltima revolución, la del consumo, y las consecuencias con las que la estamos pagando, los residuos. ~


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Viajes Concha García relata su viaje a Venecia, un destino desestimado en muchas ocasiones pero que le produjo una conmoción al convertirse en realidad que no representa lo imaginado. Nos da la mano para que subamos al ‘vaporetto’ que aparece a lo lejos ofreciendo un aspecto fantasmagórico y podamos hacer un camino precioso y evocador

Venecia

Concha García {La llegada a una ciudad donde solo has estado en secuencias imaginadas, nunca nos devuelve la imagen que teníamos de ella. La mente hace trampas; por mucho que hayas visto fotografías, leído reportajes y libros, y de rechazarla tantas veces como amarla, solo con el cuerpo puedes disfrutarla. Rechacé Venecia muchas veces. La rechacé por demasiado hermosa, porque todos hablaban muy bien de ella, porque la suponía inundada de masas y ella misma una masa de islas sobre una laguna llena de puentes y palacios bordeado de gente. Pero nuestra llegada a Venecia fue en un día de lluvia. Empezaba el carnaval, hace apenas un mes. Cerca del aeropuerto esperamos el vaporetto, largas colas de gente esperando diferentes líneas, el frío hacía desear que llegara lo antes posible. El vaporetto a lo lejos, emergía del agua ofreciendo un aspecto fantasmagórico. La cristalera de la nave estaba demasiado alta sobre los asientos y sólo se podían ver las gotas de lluvia chocar contra ellas. La ciudad se escondía a medida que avanzábamos hasta que llegamos a la Madonna dell’Orto apenas seis personas descendimos atravesando un pequeño muelle flotante. Todo era para ser mirado, ni una ventana, ni una esquina del barrio Canareggio, podía ser desdeñado. Al encontrarnos con el primer puente, sentí la extrañeza que emanan los lugares donde el tiempo no ha pasa-

Por mucho que hayas visto fotografías, leído reportajes y libros, y de rechazarla tantas veces como amarla, solo con el cuerpo puedes disfrutar de una ciudad como Venecia. / Concha García

do tan deprisa devorándolo casi todo. Somos tiempo y vida. El silencio –ni un motor, solo el de algunas barcazas– ni una bicicleta, ni objeto con ruedas para transporte se permitía en aquella mágica isla construida sobre una laguna hace siglos. La plaza donde se halla la Iglesia Madonna dell’Orto estaba vacía. Caminamos por la Fondamenta Contarini, hasta una ostería también vacía, silencio absoluto, ni siquiera había turistas. Después de comer atravesamos otro pequeño puente y caminamos por la Fondamenta del Ormesini. Las puertas, las casas, las ventanas, todo parece doble reflejadas en el agua. Goethe ya dijo hace dos siglos que Venecia solo era comparable a sí misma. No encuentro analogías, solo fragmentos de lo que

miro que regresan de nuevo a mi memoria sin orden alguno. Ya no queda más remedio que callejear, atravesar algunos de los puentes de esta ciudad que evoca el principio de alguna película de Antonioni, la niebla levantándose, la ropa oreándose en tendederos que abarcan toda la calle, tan parecidos a los de Nápoles y otras ciudades italianas. La falta de espacio se nota, pero qué importa, no soy yo quien tiene que tender esas sábanas y arrastrarlas por un canalillo hasta completar la cuerda, aunque me gustaría serlo. Me permito soñar, habitar donde no estoy, imaginando que soy otra, es la manera de no juzgar nada. Recuerdo una pintura de Monet, el Palacio de la Mula, el agua y el palacio se funden en una impresión, el edificio hundiéndose entero en las aguas azuladas. Las ventanas góticas y las puertas que dan al agua no parecen reales, solo puedes salir si tienes una pequeña embarcación. La ficción no iguala la realidad. Los viajes, en la era del capitalismo, están concebidos para marcar un territorio de productos consumibles, nada más extranjero que los turistas. No quiero culparme, formo parte de ellos. Los pilotes de madera (briccoles) que salen del agua parecen dedos erguidos que señalan los canales de navegación. No pienso en poetas sino en pintores, en herreros, en yeseros, en máscaras, muchas máscaras son las que hay en todas partes, la mayoría de fabricación china, pero cuando te encuen-

tras con máscaras configurando la figura humana, entonces el traslado es aún más potente. No dejarse llevar de lo cotidiano es una manera de ejercer la potencia del pensamiento, puede, que si solo te recreas en la belleza, no acabes interrogándote cuánto costó que aquél palacio, hace dos siglos, terminará construyéndose. La vida se agita y se muere, nace de nuevo y vuelve a desaparecer, Venecia convoca la continuidad de la vida, no hace falta que estemos presentes, solo para disfrutar, por ejemplo, de un sabroso trago de spritz, en una cafetería, bajo el puente de Rialto. Dos hombres entran, padre e hijo, tienen el mismo perfil de rostro, recuerda tanto algunas pinturas , parecen judíos, piden dos spritz y un pastel de chocolate con nata, sus rostros podrían ser los mismos de dos hombres hace trescientos años, nos reencontramos los mismos rostros ¿a qué me recuerda? Sí, ya sé que es narcisista buscarte en las ciudades donde no has estado, pero es que en Venecia ya estuve. Continuaremos el viaje. En su Viaje a Italia, Ghoete escribió: Agua tierra laguna acqua alta palacios vacíos caserones con las ventanas cerradas y a oscuras pasead por el guetto góndolas inaccesibles, griterío, mercado de Rialto vacío máscaras. ~


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