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KNOW HOW #16 | Adrienne Samos
ADRIENNE SAMOS
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En "Divorcio a la panameña", tu último libro publicado, haces un recorrido a lo largo de cinco ensayos enmarcados en el período de 1990 a 2015. A tu juicio, ¿qué sucesos influyen en la actualidad o influirán en el futuro?
Los mismos sucesos que influyen en el devenir de nuestra sociedad influyen en nuestro arte. Un país corrupto y de extremas desigualdades dará preferencia a un arte vacío de contenido significativo y alejado de la realidad.
Panamá sigue siendo un país corrupto en todos los niveles. Pero, así como alardea de su juega-vivo, nuestra gente también ha demostrado su lado valiente y solidario, capaz de combatir injusticias sociales en grupos, ONGs y juntas de vecinos. También empiezan a formarse algunos colectivos multidisciplinarios de arte y pensamiento.
¿Qué barreras percibes?
Demasiadas. Pero me limito a mencionar una de las peores: el racismo. A pesar de esa trillada idea del mosaico o crisol de razas, hay mucho racismo y xenofobia en Panamá. Los inmigrantes representan una fuerza enriquecedora; aportan otras miradas. Por eso mismo Estados Unidos se convirtió en una potencia mundial. Hoy va perdiendo poderío en la medida en que va expulsando y negando la entrada a los inmigrantes.
¿De dónde emergen esos sentimientos de odio?
De la mentalidad de tribu mezclada con el miedo a perder puestos de trabajo. Creo que además nos queda una profunda desconfianza en el extranjero que viene a quitarnos todo: soberanía, tierras, dignidad.
La humillante Zona del Canal, espacio que el gobierno estadounidense se robó durante un siglo, deformó no solo el crecimiento urbano, sino nuestras propias mentes. No había manera de entrar a la limpia y verde Zona si no asumías un protocolo. No se trataba de un muro como el que quiere construir Trump. De cierta forma era más insidioso y perverso. La frontera casi no existía físicamente —apenas una malla de ciclón y una avenida en cierto tramo— pero existía psíquicamente, que es peor.
Es un hecho comprobado que las fronteras generan una mentalidad racista y clasista: quienes están del lado más “avanzado”
se sienten superiores a los del otro lado, y los del otro lado se lo van creyendo. Y a su vez, van aprendiendo a ser racistas y clasistas también.
En Panamá mantenemos muchas fronteras incrustadas en el subconsciente colectivo por la traumática división, tajo y secuestro de nuestro territorio. Hay artistas que se han preocupado por este tema, como Julio Zachrisson, los hermanos Santizo, Jonathan Harker, Darién Montañez, Humberto Vélez o Eric Fajardo, entre otros.
¿Cuál es tu obra preferida en torno a este tema?
Si el arte busca revelar una verdad, cuanto más impacto genere en más personas, más exitoso es. Aquellos estudiantes subidos a un poste de luz en la frontera con la Zona, convirtieron el poste en una gigantesca asta para ondear la bandera panameña, sacrificando sus propias vidas y de paso creando un poderoso símbolo visual con sus cuerpos, su pasión y su ingenio. No conozco una mejor obra de arte producida en Panamá porque trasciende el arte mismo y pervive orgullosamente en la memoria de todos nosotros, incluso en aquellos que no lo vivimos en persona. [Aquel suceso ocurrió el 9 de enero de 1964, en lo que vino a llamarse el Día de los Mártires. La revista LIFE publicó en su portada del 24 de enero de ese mismo año la imagen de los estudiantes subidos al poste de luz.]
¿Y cómo encaja tu visión del arte que se trasciende a sí mismo dentro del mundo del arte, con sus discursos políticamente correctos, la sonrisa, el falso halago y la copita de vino?
El mundo del arte es a menudo conformista, muy impostado, muy regido por códigos: desde vestirte de ciertas maneras audaces, pero no tanto, hasta atreverte a decir ciertas cosas, pero sin salirte de determinados discursos. Por eso, artistas como Tania Bruguera caen tan mal: porque se salen todo el tiempo del círculo imaginario que circunscribe la actividad artística: otro tipo de frontera invisible.
¿A quién le cae mal Tania Bruguera?
A medio mundo del arte. De cualquier ideología: de derechas, de izquierdas. Incluso a artistas muy buenos les sentó mal que ella anunciara que iba a realizar su obra con el micrófono en la Plaza de la
Revolución. [El susurro de Tatlin #6 consistía en colocar un micrófono abierto en la Plaza de la Revolución en La Habana para que los ciudadanos expresaran sus opiniones sobre el futuro de Cuba. El gobierno negó el permiso para el evento.] Les pareció una manipulación; decían que ella sabía muy bien que el régimen no iba a permitir que esa obra se llevara a cabo. Pero, ¿quién ha dicho que el arte es inocente? El arte también es una estrategia política.
Bruguera practica lo que llama “arte útil” y por eso para mí ella es uno de los artistas que mejor ha interpretado la función del arte como agente de cambio de mentalidades. La mayoría sigue en el ámbito de la metáfora, del símbolo; siempre sanos y salvos dentro de ese círculo imaginario. Eso tiene cierta justificación porque garantiza un grado de autonomía al arte y al artista, pero a la vez castra su poder político en el mundo real. Además, ¿de qué autonomía estamos hablando, cuando el mercado ha erosionado buena parte de esa autonomía?
¿Qué pecados comete el mundo del arte?
Ya que usas el término ‘pecado’, a las altas esferas de ese mundo —donde se trasiegan millones de dólares, incluso para inflar obras de dudosa calidad— se les puede comparar con el Vaticano y su aura sagrada, su pompa. Por otro lado, está el arte políticamente correcto que se aprovecha de discursos como la contaminación del ambiente o la desigualdad. Ambos lados se alejan de la noción de vanguardia y rebeldía, del cuestionamiento incómodo, de la riña con la ética facilista. Ojo: no toda obra que denuncia la realidad ecológica o social es hipócrita; por el contrario. Pero ese tipo de oportunismo fácil es una tendencia creciente.
Así es. Se imponen los puritanismos intolerantes y peligrosos, incluyendo un sector del feminismo. El artista Humberto Vélez hizo una obra muy cuestionada en nuestro medio: "Miss Education" (recogida en el libro "Visiting Minds: Pedagogía Radical"). La obra consistió en premiar a una miss bajo el lema de la educación en el certamen Miss Panamá. Se llevó a cabo en tres ediciones consecutivas del concurso. El primer juez encargado de escoger a Miss Education fue Luis Camnitzer, el célebre artista y pedagogo uruguayo. Imagínatelo: un intelectual progresista saliendo en la tele en un evento donde estaban todas las
mujeres en bikini y luego defendiendo a las misses en un simposio académico. Muchas feministas quedaron súper indignadas (risas).
¿Por qué lo cuestionaron tanto?
Los concursos de belleza son como una lupa que magnifica la dinámica del poder patriarcal y las desigualdades de género. En ellos, la mirada masculina abiertamente escoge, juzga y determina la belleza, adjudicándole un capital sexual sin tapujos. Es una oportunidad de oro para estudiar lo mismo que sucede en todos los ámbitos, desde el más público hasta el más íntimo y privado. Estas misses vienen casi siempre de la pobreza y aprenden a usar su capital sexual, así como la educación y oportunidades que reciben en el concurso, para su beneficio social y profesional.
El feminismo no debe existir en el vacío; debe ser sensible a todo tipo de condiciones humanas. Ciertas feministas alaban al hombre que, liberándose de imposiciones sociales, decide maquillarse, vestirse con minifalda y ponerse tacones. Y eso está bien. Pero atacan a la mujer que hace lo mismo.
No importa lo que haga, la mujer sigue siendo el blanco de ataques y prejuicios. Es un tema delicado, pero por eso hay que seguir hurgando en él. Vélez lo hizo de manera atrevida e inusual, con enorme sensibilidad y respeto hacia las misses, mezclando los mundos del arte, los concursos de belleza y la televisión popular. El propio Camnitzer considera esta obra como “un acto de subversión de la mejor especie”.
¿Cómo llegaste al mundo del arte?
Siempre me fascinó el arte, aunque académicamente vengo de la literatura, de la filología, de la historia. Cuando hacíamos Talingo (el antiguo suplemento cultural de La Prensa), trabajábamos con críticos en todas las ramas de la cultura, pero nos faltaba un crítico de arte, así que empecé a suplir ese vacío, cada vez con mayor entusiasmo.
Talingo se publicó todas las semanas en La Prensa durante una década, de 1993 a 2002. ¿Cómo calificas esa experiencia?
El suplemento lo concebimos Alberto Gualde y yo. La Prensa nos garantizó absoluta libertad editorial. Se volvió notorio por ser crítico, sin atacar o alabar desmedidamente, como era usual en Panamá. Antes de Talingo proliferaban los insultos y los elogios, pero la crítica es otra cosa. Siempre procuramos emplear
argumentos sólidos. De hecho, los primeros años prefería no ir ni a las inauguraciones de las muestras para mantener la imparcialidad.
Con el tiempo me di cuenta de que la imparcialidad no existe y que en toda actividad hay que fomentar lo afectivo. Hoy entiendo lo importante que es establecer relaciones de amistad y amor con las personas con las que trabajo. El crítico en su torre de marfil tiene sus problemas: se deshumaniza. Eso llegué a entenderlo poco a poco.
¿Cómo reaccionó la comunidad artística?
Al principio, Alberto se reía de mí porque yo sufría mucho: los insultos que recibíamos eran terribles. Luego se volvió adictivo… como el sadomasoquismo [risas]. Decíamos lo que nadie decía. Era un desfile interminable de egos heridos: mucho drama y muchos insultos. Recuerdo el comentario de un periodista en La Prensa: “Oye, ¡los políticos no son nada al lado de los artistas!”
Solíamos ignorar las manifestaciones que considerábamos poco meritorias. Pero cuando se volvían reconocidas y apreciadas por el público o los medios, sentíamos que había llegado la hora de opinar sobre ellas. Debo decir que la misma gente que nos odiaba quedaba encantada cuando elogiábamos algún trabajo suyo. Llegamos a ser un importante parámetro del arte. No pretendíamos ser la sagrada Biblia, sino profesionales que se tomaban a sus lectores en serio.
¿Cómo se terminó Talingo?
Todas las encuestadoras, de distintos países y a lo largo de los años, nos adjudicaban un número altísimo de lectores: ¡unos 89,000! No había manera de acabar con nosotros (risas). Un día, escribí un artículo cuestionando las aspiraciones políticas de un candidato a presidente de la junta directiva del periódico. Ello derivó en una discusión abierta en la sección de Opinión sobre el futuro mismo de La Prensa. Aquello de lavar los trapos en público no me lo perdonaron. Irónicamente, nuestro cierre forzado llegó cuando gozábamos de más reconocimiento que nunca y poco después de recibir el premio internacional Príncipe Claus de Holanda.
Ese espacio crítico quedó huérfano.
Sí. Hubo intentos, pero no lograron sacar otro suplemento ni remotamente parecido.
A tu exmarido, el artista Brooke Alfaro, ¿le hiciste alguna crítica?
Sí, claro.
¿Era buena?
Buenísima [risas]. Pero él no se quedó atrás. Me hizo críticas inestimables que ayudaron a mejorar mi trabajo como editora y crítica.
De crítica a curadora. De criticar conceptos y argumentos a manejar y ayudar a artistas en la conceptualización de sus trabajos.
Así es. Después de Talingo, creamos una fundación sin fines de lucro llamada arpa (Arte>Panamá), con el fin de tener un instrumento legal para ayudar a artistas y gestionar proyectos culturales. Ya cumple casi 20 años.
¿Quiénes son tus confidentes en el mundo del arte?
Trabajo con muchas personas e instituciones maravillosas. Los más allegados, por supuesto, son aquellos con quienes he entablado una honda amistad, trabajando en proyectos de muy largo alcance y duración: mis colegas de Talingo, Alberto Gualde y Margot López; Humberto Vélez, con quien he colaborado en Talingo, en su obra personal y en dos iniciativas pedagógicas: Visiting Minds y La Escuelita; e Iraida Icaza y Lutz Becker con Portatile, proyecto que gestiona exposiciones itinerantes de bajo costo, con obra ligera de transportar, pero de gran peso creativo.
"Con el tiempo me di cuenta de que la imparcialidad no existe y que hay que fomentar lo afectivo".
¿Las exposiciones pueden cambiar algunas cosas?
Es difícil saber cómo y cuánto. Siempre tengo la estúpida y secreta ilusión de que tal o cual muestra impulsará un gran cambio.
¿Pero realmente piensas que, si se hace un cambio, no es muy inocente?
Una cosa son los cambios y otra las intenciones. Para que estas encajen con aquellos, deben responder a movimientos socioeconómicos y culturales fuera del mundo del arte.
Los cambios rara vez se ven de inmediato, ni se deben solo al contacto directo con obras de arte. La cultura va permeando de mil formas y por todos lados. Harold Bloom, exagerando por supuesto, sostiene que Shakespeare inventó lo humano, que no es otra cosa que la personalidad moderna: aquella capaz de evolucionar y cambiarse a sí misma a través de la reflexión. A Shakespeare lo ha leído si acaso el 1% de la población, pero no importa. Mucho de lo que somos, decimos y pensamos viene de sus obras.
También eres asesora en numerosas fundaciones que promueven el arte contemporáneo, como Cisneros Fontanals, Casa Santa Ana y el Museo de Arte Contemporáneo (MAC).
Asesoro y colaboro con varias entidades, pero no formo parte constitutiva de ninguna institución porque me parece importante mantener una independencia que me permita decir las cosas como las veo. Trato de cuidar así no solo mi credibilidad, sino la de las instituciones que me importan. Si hablo bien, por ejemplo, de las admirables actividades educativas que organiza Casa Santa Ana o el Centro Cultural de España, mi opinión tiene más peso que si la hubiese dado desde dentro de la institución.
En cuanto al MAC, formo parte de su consejo técnico desde hace algunos meses. Al igual que todos los miembros de este consejo, mi ayuda no es remunerada, sino voluntaria. El museo está tratando de hacer mejoras importantes y necesita la ayuda desinteresada de profesionales.
¿Apuestas por la colección del MAC?
Sí. Consiste en unas 700 obras de arte moderno y contemporáneo. El museo tiene la responsabilidad de ser el custodio de ese bien público, que es el bien de todos. La colección nos permite plantearnos cuánto le debemos al pasado, sus vínculos con nuestra historia e identidad, y por qué revierten ciertas ideas y obsesiones en el presente. Constituye el legado de un grupo de mujeres tenaces y apasionadas, con Olga Zubieta de Oller a la cabeza. Ellas, junto al pintor Alberto Dutary, fundaron Panarte en un inmueble bellavistino y luego se trasladaron a la actual sede en 1983, cambiando el nombre a Museo de Arte Contemporáneo. Hoy el MAC está poniendo mucho énfasis en su colección: su debida restauración, mantenimiento, investigación y divulgación.
¿Qué otros proyectos?
Como te comentaba, Humberto y yo estamos lanzando un proyecto experimental llamado La Escuelita. Queremos explorar maneras de aprender y enseñar no solo a pensar artísticamente, sino también a detectar y realzar formas creativas de acción y pensamiento fuera del mundo del arte; a cargo de individuos y grupos menospreciados por alguna razón, incluso en el interior del país. Es decir, estudiar, practicar y promover un arte que use y a la vez trascienda la imagen, el símbolo y la metáfora.
En los museos vemos cuadros colgados, videos que se proyectan; pero hay que exigir algo más al arte. De hecho, ya algunos lo están haciendo.
Siempre hay que redefinir lo que es el arte, sin diluirlo. Duchamp decía que algo es arte cuando el artista lo decide. Pero, oye, ese algo también se convierte en obra de arte cuando el espectador lo decide.
¿Otros proyectos?
El historiador Michael L. Conniff me pidió traducir al español su libro más reciente, escrito con Gene Bigler, sobre la historia de Panamá desde 1980. Conniff es autor de varias publicaciones seminales sobre historia panameña, incluyendo el ya clásico "Black Labor on a White Canal". ¿Puedes creer que nunca lo hemos traducido al español? Una vergüenza.
Por otra parte, el Centro Cultural de España y la Alcaldía me han pedido que presente una propuesta para la segunda edición de “ciudadMULTIPLEcity”, a realizarse el año entrante para celebrar los 500 años de la fundación de la ciudad de Panamá. Es un reto tremendo. [Este evento de arte urbano tuvo lugar en marzo y abril de 2003, y fue curado por Adrienne Samos y el cubano Gerardo Mosquera. Ver ciudadmultiplecity.com]
Esa es una gran noticia. ¿Por qué crees que 15 años después te piden una nueva edición?
Llevan años pidiéndomelo desde varias instituciones. ¡Pero quedamos demasiado agotados con la primera! La búsqueda de fondos fue quizá lo más desgastante de todo. Gerardo no lo podía creer. Varias veces dijo a los medios locales que no comprendía cómo en un país como Panamá, con tanto dinero, el arte se apoyaba muchísimo menos que en Burkina Faso.
¿Crees que ha habido alguna evolución en ese sentido los últimos años?
No. Pero no pierdo la fe en las nuevas generaciones.
Eso ocurre en toda Latinoamérica, menos en Cuba. Sin embargo, no hay que exagerar. Siempre han existido extraordinarios artistas latinoamericanos que han probado su capacidad de trascender sus intereses de clase para crear obras y movimientos de una fantástica lucidez.
Pero es menos frecuente que toquen y profundicen en temas sensibles o entiendan esas realidades.
Estás clarito. Sencillamente hay realidades que no se pueden ver y sentir con el intelecto o la mera empatía. Es sumamente difícil ponerse
en la piel de otros con vidas muy distintas a la tuya. Hay que vivir esas realidades muy de cerca y por mucho tiempo, como lo hizo Sandra Eleta en Portobelo para hacer sus retratos fotográficos, Brooke Alfaro en San Felipe para crear sus pinturas y videos, o Ingmar Herrera en Darién para producir el disco de bunde y bullerenge.
Hay temas sociales apremiantes de los que nadie se puede sustraer, como el matrimonio igualitario. ¿Qué piensas de esas manifestaciones de extremistas que se pronuncian en contra?
Lo bueno de lo malo es que finalmente el problema se ha puesto sobre el tapete. El silencio es mil veces peor. Mucha gente ¡que nunca me hubiera imaginado! se ha concienciado y ha salido a defender el derecho a la igualdad. Es evidente que la historia va en esa dirección. Las manifestaciones en contra son un síntoma de pataleo de ahogado. Los conservadores reaccionan furiosamente porque tienen miedo de que las cosas vayan a cambiar. Y seguirán gritando hasta su derrota final.
Ocurrirá lo mismo con la marihuana. Dudo que alguien, tras fumarse un bate, haya asesinado a nadie. Quizás porque da pereza [risas]. Hablando en serio, la legalización de la marihuana en Estados Unidos ha llevado a una reducción drástica de los delitos violentos. ¿Y qué me dices del trabajo sexual? La hipocresía es tremenda. Prohibir algo que siempre ha existido y seguirá existiendo implica dejar a los trabajadores sexuales — mujeres y hombres— desprovistos de toda protección legal, laboral y médica.
¿Qué te preocupa o te da miedo?
Me preocupan mis hijos, claro; saber que la vida les causará sufrimientos es la eterna tortura para toda madre. También siento un miedo profundo por la crueldad y la fascinación por el poder en los seres humanos. Y miedo por la naturaleza, que no hemos sabido respetar.
También me preocupa el hecho que valoro mi privacidad por encima de mi deber de involucrarme más con el mundo y sus injusticias.
Bueno, sí. Nuestra naturaleza es muy imperfecta. Tal vez lo que tengo es una trasnochada culpa católica. ¿Será?