Numen Elena ร lvarez Gonzรกlez
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! ! ! ! Numen
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Elena Álvarez González Fotografías de Elena A.G
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! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! Para ti. Para ella. Para vosotros que supisteis ver cosas dónde nadie las veía, creer en cosas que nadie creía, sonreír cuando nadie lo hacía.
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Índice
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· Some nights ·
9
· Sin título ·
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· Algo triste ·
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· Other nights ·
12
· Desde aquí ·
12
· 13x13 ·
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· Tú serás ·
14
· No hay ·
14
· Si te pienso, no me acuerdo ·
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· Que pase algo ·
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· Algo así ·
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· Junio ·
17
· Lo que tú, lo que yo ·
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· Sopla ·
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· Mis únicos vicios ·
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·Ella·
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·Caléndulas·
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· SOME NIGHTS ·
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Pienso en las cosas que pienso siempre, para qué variar, y como cada noche, me digo: “A la mierda”. Ultimamente he estado completamente fuera de mis cabales, no sé si alguien habrá estado escuchando mis oscuras disertaciones, pero a día de hoy, tú estás aquí, aún cuando te he dado sobradas razones para abandonar con el resto del pasaje… ¿Por qué sigues aquí?
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En este punto estamos ahora, bajo el calor de farolas y neónes, plantándole cara a la noche, a esta noche en concreto. Esto es la guerra y no hay forma de saber quién vencerá. Alcohol, cigarrillos, no parece haber suficientes en el mundo para saciarnos. La excitación aumenta por segundos y yo propongo; rompamos algunas reglas. Ventanas, charcos, espejos, todos nos miran, la música incita y nos grita: “¡Vamos! ¡¿A qué esperáis?!” Las gafas de sol puestas, no queremos deslumbrar al resto. Podríamos acercarnos a ellos pero no lo haremos, no les necesitamos. Por la noche, siempre, siempre somos ganadores.
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¿Y quiénes somos? A nadie le importa. A nosotros menos, porque golpeamos al unísono aceras y bordillos, sin caer en que la realidad de esta triste penumbra es que nadie querrá estar solo cuando haya salido el sol. Yo me lavaré las manos y esperaré oculta tras un vaso de tubo, expectante. Cruzaré los dedos y chascaré la lengua, esperando que así, quizá, su fantasma desaparezca.
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Un momento. ¿Dónde está todo el mundo? Necesito un segundo para aclararme. Mis amigos están colocándose en el baño. El tío de la camisa azul está ligándose a la camarera. Ya no queda nadie, incluso tú has desaparecido. ¿Por qué no estás aquí? El bar está a punto de cerrar y yo... Sólo quiero terminar.
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· SIN TÍTULO · El alcohol y la nicotina se han vuelto indispensables. Rutinarios. Amantes incestuosos de calor disperso.
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Te zumban los oídos y es extraño. Pero supongo, que así es el mundo cuando miras a través de un par de gafas de sol demasiado oscuras para estar bailando bajo una farola. Con un cigarrillo en una mano y un litro de cerveza en la otra.
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Te gritan y tú lo oyes, en realidad, todos lo oyen. Los coches aceleran, las ventanas aletean y los árboles se agitan. Todo se remueve. Pero a ti te da lo mismo, porque pronto llegarás a casa. Sano y a salvo.
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Esperas. Y por fin la música suena al abrigo de tu cuarto. Suena, suena, suena. Esa canción, esa melodía. Esa letra que siempre te recoge, te mece y después te parte el alma. En mil pedazos. Sin piedad. Sin consuelo. Porque no tiene, porque no le queda, porque no se trata de eso. Porque quiere arrastrarte a su infierno. Porque tú quieres –y necesitas– que te destrocen. Hasta que queden de ti ni recuerdos.
! ! ! · ALGO TRISTE · ! Silencio. Todo tiembla. Se contrae. Se expande.
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Ayer la noche se cerró de golpe sobre mis pestañas, húmeda y cruel. Hoy llueve y las hojas golpean contra el suelo. Hace frío y la almohada todavía está empapada, negra. No sé si alguna vez volverá a ser blanca.
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Recuerdo que me acosté desnuda y creo, que me he despertado vestida. Recuerdo que quería escribir algo triste, pero creo que no tanto.
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Recuerdo que… nunca creí en él. 10
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· OTHER NIGHTS ·
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En cambio, otras noches, me limito a respirar. Me digo: “A la mierda” y me dejo llevar por la magia de los coches que paulatinamente dejan de circular, por el vaho que asciende de alcantarillas temblorosas y por sonrisas congeladas tras un sorbo de vodka con limón.
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Todo mejora por la noche y somos conscientes, tomamos ventaja; ellos corren mientras nosotros volamos. Por la mañana estábamos perdidos y ahora, con el reloj dando las doce y sin rumbo, nos creemos encontrados.
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Y la música ya no está, hace horas que se marchó, pero las carcajadas crean expectación y un nuevo público empieza a observar. Alcohol, cigarrillos, sigue sin existir cantidad suficiente en el mundo para demostrar lo mucho que me entusiasma este momento.
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Si nos sentimos cansados o no, da igual, ponemos un pie por delante del otro y continuamos hasta el final. “Esta noche debería ser eterna”, pienso. Y puede que lo sea. No hay forma de saber si el sol vencerá.
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Y ¿quiénes somos? A nadie le importa, ni siquiera a nosotros. Simplemente somos. Estamos. Solos con la oscuridad.
! El bar está cerrando y yo... ! Sólo acabo de empezar. ! ! ! !
· DESDE AQUÍ ·
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“Perdido en mi habitación, sin saber que hacer, se me pasa el tiempo.”
Y recuerdo, con el cepillo acariciándome el pelo cómo anoche lo peinaban, inconscientes, tus manos. Termino, agito la cabeza y todo el perfume recogido por mis puntas se despliega a través del cuarto, invadiendo la atmósfera de minúsculas partículas de felicidad oscura y perezosa, que no se quieren ir y que yo no dejo marchar. Ayer el edredón quiso que durmiéramos enseguida, pero no pudo ser; nos lo quitamos de encima y empezamos a bailar. Me tumbo en la cama y recuerdo tus brazos otra vez, perdidos entre los míos, al compás de unas cinturas que componían su propia melodía.
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Me derrito. Y pienso en cómo nos deshicimos entre la penumbra, cómo nos atraparon las últimas notas de la canción, recogidas en tu lengua. Mientras, el sueño nos recibió con los brazos abiertos y yo sonreí, como hago ahora, ensanchando los labios con tu risa, cálida e inesperada. 12
Me levanto y busco el tabaco, recordando el primer cigarro compartido de la mañana, tus ojos como única fuente de luz y cientos de hormigas subiendo por mi espalda hasta llegar a mi rostro para convertirse en otras cosas. Cosas que vibran y hacen cosquillas, que divierten y templan, que endulzan y despiertan. Cosas que sólo tú tienes y que tú me regalas.
! El día es nuevo e incluso desde aquí, perdida en mi habitación, puedo ver el sol. ! ! ! ! ! · 13X13 · ! ! Suena el despertador. Nefasto. Me arrastro. Busco el tabaco, el encendedor. ¿Y el cenicero? Tiro la ceniza al suelo. Lunes, domingo, no me entero. Me estiro, pero no me recupero. Pared. Techo. Intento levantarme. No puedo. No quiero.
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Silencio. Afelio. Me encuentro. Piel y saliva, vivas. Murmullo de sangre encendido. Un punto de encuentro. Tabaco. Opaco. Susurro hambriento. Me miras. Pupilas. Luz. Sonrisas que destilas.
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· TÚ SERÁS ·
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Susurrarás todas las palabras que mis manos soñaron escribir algún día. Dibujarás en mi piel los secretos de los versos que sólo tus ojos podrán descifrar, cuando yo te permita, siempre que lo pidas. Bailarás canciones que aún no han sido compuestas, porque yo las silbaré para ti. Descubrirás noches nuevas, distintas y alargarás tus manos hasta tocar la más alta esfera para añadirle horas al reloj cuando el papel sea demasiado blanco, demasiado ancho. Porque tú, sí… tú; Tú serás mi numen.
! ! ! · NO HAY · ! !
No hay placer, no como el de encontrarte a ti en mis sueños mientras cuerpo y cuerpo se funden en un beso, de esos que de lejos llaman a acercarse más si cabe, y que de cerca, de tan puros, tan limpios y ciertos, no dejan a los labios separarse.
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No existe placer, no como el de encontrar mis ojos reflejados en los tuyos, mientras pupila y pupila se funden en un solo negro, informe y por una vez conforme, con una realidad que aunque oscura, es diáfana y yace calma, colmada de ternura.
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No hay nada, nada como ver pasar las horas creciendo bajo tu sombra, como la risa que arropa tu aroma y acaricia cada suspiro. Como enredar con tu lengua esas palabras, que se anudan, tropiezan y escombran.
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Nada como coleccionar adoquines, que son senderos con principio y sin fin, de ti, de mí; paseo de miradas elocuentes por Madrid, que sube y baja, pero que nunca descansa si no estás allí.
! ! ! ! · SI TE PIENSO, NO ME ACUERDO · ! !
Y en la absoluta oscuridad me arrepiento. Abro los ojos y casi puedo intuir el intermitente y ruidoso tic-tac del reloj, clavándome en el pecho los minutos que hace que no te siento.
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Sólo hay oscuridad. Oscuridad rebotando en nada. Te veo ahí sin terminar de verte, flotando entre… nada. O mejor dicho, te vería si el recuerdo de tu imagen no se hubiera ensuciado de remordimiento, si no se hubiera empapado de nostalgia.
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Suspiro. Y si te pienso, no me acuerdo de la razón que justificaba esta ausencia. Que debió tener sentido en algún momento, pero que aquí y ahora, con el corazón encharcado, estando en un lugar tan seco y frío, resulta baldío.
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Y estúpido. Y cruel. Y mezquino. Y también, quizá, algo molesto.
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Como saber que no fueron el destino, o el azar, ni ninguna otra clase de suerte los que le arrebataron su luz al mundo.
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Que fui yo, quién decidió, sin saber, tomarle el pulso al tiempo. Que fui yo, quién apuntó primero, para terminar fallando el tiro al segundo.
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! ! · QUE PASE ALGO · ! !
Mírame. ¿Quién colgaba el sol de tus pestañas mientras yo arañaba sueños en tu espalda? Supongo que sí, que sería esa, mi luna. Esa que quedaba perfilada de aquella forma extraña, como queda una sábana después de ser acariciada con la punta de los dedos, ronca. Esa luna que escuchaba el goteo de tu pulso húmedo, envidiosa, mientras tú me abrazabas.
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Y la noche, que empezaba a antojárseme corta, comenzó a libar mis suspiros para no quedarse aparte. Y empezó a jugar con ellos, confiando en que se sonrojaran sin vergüenza, sinvergüenzas, resbalando en el espacio que se restaban ellas; palabras asfixiadas, siempre, en el cielo de tu boca.
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Pero ahora, con el colchón empapado y los corazones calados, se nos quedan amarillas las yemas que atizan nuestros cigarros si tú me dices que ojalá pase algo:
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“Ojalá pase algo que te retenga entre mis brazos. Algo como un vendaval que nos devuelva al pasado, justo a donde empezamos, al momento en el que tú tenías frío y yo, estaba hipnotizado.”
! ! ! · ALGO ASÍ · ! !
Estoy cansada de andar mirando siempre hacia atrás, de romperme el cuello en busca de reflejos y tener que escuchar su chasquido. Cansada de buscar electricidad por las noches y terminar respirando veneno, tirada en la cama, comiendo techo.
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Supongo que sólo necesito algo de magia. Algo que me atrayente que mantenga mi vista al frente. Algo así como esos faros que guían a los barcos que a tientas se aproximan a las costas. 16
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Algo como eso, nuevo pero igual de sincero que el primer beso. Cuando sin conocerte, sentí que el único sitio en el que podría volver a mirarme, a plena luz del día, sería en tus ojos.
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Algo así, para detener el tiempo. Un golpe de suerte, un cambio de rumbo. Quizá una bofetada, o una broma del destino. Ese en el que no creímos, y sin embargo, entre calada y suspiro, inevitablemente sufrimos.
! ! ! · JUNIO · !
La tinta, la poesía. La poesía, la tinta. Melancolía servida en vasos de agua fría.
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Estrofas sin versos, versos sin rima, besos con prisa, prisa sin besos.
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Lo bueno, lo malo. Lo malo, lo peor. Ensalada, sola, para dos, aderezada con sonrisas fermentadas en vinagre de Módena.
! !! · LO QUE TÚ, LO QUE YO · ! !
Lo que seré contigo, no lo sé. Pero vestida de ti hasta los huesos, quisiera regalarte la batahola que asola esta ciudad, para que no olvidemos, ni a ciegas, quién nos hizo. 17
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Para recordar así, que aunque me hubiera gustado, tú nunca fuiste poesía, ni yo supe ser poetisa. Que lo único que fuimos, fue severa prosa, esa que se ve tan incapaz de ahorrarte el llanto cuando todo calla y los silencios claman, desdiciendo y deshaciendo frases hechas, que no hacen sino dividir el mundo a partir de crenchas. Esa que no te abraza ni cuando te hace falta, que no se somete a súplicas ni alabanzas, esa que, como yo, al final, siempre observa a cierta distancia, incierta.
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Lo que será de mí, no quiero saberlo. Pero cuando nos abracen las frases incompletas, sabremos que formamos parte de ese único verso que se dibujará en el espacio de la mitad del más duro, ruin, pobre y nefasto de los textos, para rellenar nuestros cuerpos, y así, y sólo entonces, se sentirá pleno.
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· SOPLA · No puedo abrir los ojos, no quiero. No hasta que tus labios me recuerden dónde estoy; entre tus brazos, arropada por las sábanas que anoche destrozamos, al abrigo de unas paredes que nos conocen bien pero que sin duda, aun no han visto nada. Tus dedos repasan mis costillas y aumenta la cadencia de mis latidos. Remolonea tu aliento en mi cuello. Y ahora sí, con ese cosquilleo me despierto. Me giro de golpe, entregada a una risa profunda que está a punto de brotar y nuestros ojos se dan de bruces, reconociéndose entre parpadeo y parpadeo, cómo cada mañana que se encuentran, cómo la primera vez.
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Cae entonces sobre tu mejilla una pestaña, la recojo con cuidado y sonriente te la ofrezco. Yo ya no creo en esas cosas, me dices. Y te hago callar deprisa con un beso. Te explico que quizá los deseos, cómo unos zapatos que se usen a diario o un libro que se haya leído y manoseado demasiado, también puedan desgastarse. Que pienso que es posible que el universo y su sistema de concesión de deseos funcionen por medio de un buzón de peticiones etéreo y gigante y que nosotros, al formular uno, lo enviemos directamente allí, a ese enorme receptáculo cósmico. Un buzón regido por unas normas no escritas y desconocidas para la mayoría, entre las cuales se encuentre una que especifique y limite el número de deseos idénticos que un mismo individuo puede introducir en él. Y... Me río. Verborrea matutina. Puede que simplemente, hayamos desgastado el deseo..., te digo.
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! 20
Sé que tú no me crees, que no te he convencido del todo, lo veo en tus ojos. Pero aun así, sonríes con dulzura y te acercas a la pestaña que aún reposa temblorosa sobre mi dedo. La miras y enfocas, inspiras. Y ahora sí, soplas.
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· MIS ÚNICOS VICIOS ·
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Siempre había pensado que fumar era mi único vicio. Hasta que le conocí a él. Hasta que probé sus labios, su cuerpo. Desde entonces, entre calada y calada, no volvió a sucederse una sola semana oscura entre mis meses.
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Cada hora que pasaba con él olía a papel recién encuadernado, a lluvia a punto de caer, a lápices nuevos, a viento despeinado. Cuando sus dedos le susurraban a mis mejillas o comenzaba a coserme la piel a besos, sentía que el mundo cabía en mis bolsillos, que el tiempo giraba en sus manos.
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Nos envolvían y abrazaban los minutos, tornándose naranjas o azulados los días, según las circunstancias o la cantidad de risa que hubiésemos acumulado. Así que las manecillas del reloj vivían siempre aceleradas bajo el influjo de unos latidos desbocados y pronto dejamos de comprender el significado de la palabra "desolado".
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Aquellos días nos besábamos cómo si entre las bocas nos despertara la primavera, cómo si nos brotaran flores de los labios, siempre húmedas por el rocío de una madrugada que palpitara aún con fuerza. Hacíamos el amor y nos deshacíamos en sudor y en detalles, jugando a memorizar cada destello de la pupila del otro.
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Y nunca nos cansábamos, porque cada caricia, cada roce, los sentíamos como si de los primeros se tratasen. En una vida en la que antes de nosotros no existía nada. Nada tan bueno. Tan puro. Tan real como la excitación de saber que aquellos días fueron ayer. Son hoy. Serán mañana.
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·ELLA·
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Mírala, cómo pez en el agua. De aquí para allá deshaciéndose en sonrisas con todo el mundo, acariciando hombros y espaldas a diestro y siniestro. Navegando entre los presentes con maestría, deteniéndose a hablar con cada grupo, pero sin estancarse demasiado en ninguna conversación en particular. Siempre con su copa en alza, vodka y nada más, sin siquiera una triste aceituna que baile dentro. Y por supuesto, nunca vacía, sintiéndose privilegiados quienes la rodean de poder rellenársela o traerle una nueva para brindar con ella. Quizá por ella.
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Yo por mi parte me limito a observar desde una esquina del salón, encajado en una silla moderna e incómoda, asfixiado por el calor y con la camisa abierta hasta la mitad del pecho. Manteniéndome lo más alejado que puedo de todos esos besos y abrazos, risas y bailes que se acontecen de manera acelerada, resignándome al abrazo de mi única compañera; una majestuosa y fiel botella Four Roses que acabo de sobornarle al barman.
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Los presentes apenas se dignan a mirarme y quiénes sí, lo hacen brevemente, apartando la vista en seguida, cómo si acabaran de presenciar un desastre natural, una catástrofe. En esos casos, yo sonrío satisfecho, por qué no. Y fumo. Y bebo. Porque oh, amigo, si ellos supieran lo que pienso de ellos... El asco visceral que me produce la falsedad que se dibuja y desdibuja en sus caras, el coraje que me despiertan sus vestidos y trajes caros, lo desagradables que me resultan sobre sus cuerpos vacíos que parecen mariposas que hubieran sido disecadas y enmarcadas con mimo para después ir a parar a las paredes de los peores antros. Si ellos supieran el odio que siento cada fin de semana cuando vengo al Club y acabo emborrachándome, desplazado por mi propia integridad hacia cualquier esquina... Si imaginaran las violentas escenas con las que me recreo mientras fumo, mientras bebo... Entonces, seguramente, ni si quiera se atreverían a mirarme.
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En cualquier caso, mi funcionalidad en estas fiestas –si es que ese es su nombre–, resulta prácticamente nula semana tras semana. No aporto nada porque salvo un paquete de tabaco y un pequeño apartamento en una calle perdida de la mano de Dios, ya no me queda nada. Apenas tengo ya ganas o fuerzas ni palabras, y las pocas que conservo, desde luego no pienso desperdiciarlas con ellos. Así que sí, pienso seguir aquí lo que quede de noche, a lo mío. Sopesando desde esta posición poco privilegiada lo mucho que disfruta ella alejada de mí, en su ambiente, rodeada de esa gente que nunca será su gente.
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Justo cuando ya no aguanto más el aire viciado de la sala y llego a la conclusión de que debo salir a tomar el aire, un tipo muy bien peinado y con aires de ser dueño de todo lo que pisa, se acerca a mí de pronto. Me pregunta zarandeando un puro recién cortado si podría darle fuego. Me incorporo despacio sin soltar la botella mientras le miro como quién estudia con énfasis un análisis clínico y compruebo con cierta satisfacción que es uno de esos babosos hijos de puta que llevan horas bailándole el agua a la dama del vodka sin aceituna. Por mi cabeza ebria pasa fugaz la idea de romperle los dientes allí mismo, pero con la misma fuerza relampagueante que la idea viene, la hago marchar y le enciendo el puro. Él aspira con fuerza el humo dulzón del cubano, me da las gracias como si no me hubiera visto decenas de veces rondar por allí y se aleja dando traspiés, hasta llegar de nuevo al acecho su presa, tratando de aparentar una sobriedad que no le acompaña. Suspiro y le pego un buen trago a mi querida Four Roses. ¡A su salud! Qué le voy a hacer, no puedo evitar sentir lástima por él y por la enorme decepción que se llevará al terminar la noche, cuándo comprenda que no podrá tenerla. Ni hoy, ni nunca. Cuándo entienda que invitarla a una copa tras 23
otra, que darle palique incongruente y superficial o de intereses elevados y magnificentes no servirá de nada. Que intentar seguirle el ritmo durante un par de bailes y dedicarle esas miradas elocuentes que en el fondo no dicen nada, no es garantía, ni mucho menos, de que consiga llegar hasta lo que esconden esos ojos maquillados y serenos. Eso que ella oculta y vela con recelo, que es sólo suyo y en alguna que otra ocasión, también ha sido mío.
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Me inclino por encima del tumulto y la localizo prácticamente en el centro de la sala. Charla amigablemente con el del puro, con una muchacha de pelo sedoso que debería plantearse seriamente volver a comer algún día y con otro hombre aun más mayor y prepotente que el primero. Supongo que yo también podría mover el culo, abandonar la botella en cualquier parte y servirme un trago normal en un vaso de tubo cómo el resto, de whisky a poder ser. Podría pasear por el brillante Club, ver qué se cuece, cazar alguna conversación al vuelo y soltar un par de comentarios pertinentes para después continuar mi paseo como si tal cosa. O podría ir de aquí para allá intentando bailar, rozándome de manera distraída con unas y otras, intentando quizá embelesar a alguna de ellas para apuntar un número de teléfono o dos en cualquier trozo de servilleta que sin duda perderé después. Pero para qué. En lugar de eso, clavo mis ojos en su perfil, inundado por un manto de pelo oscuro perfectamente trenzado que cae hacia delante y juega a esconderse con cada pequeño movimiento en el escote de su vestido. Lleva su copa de vodka hasta los labios y le da un pequeño sorbo, apenas mojando esos labios rosados siempre curvados hacia arriba que la caracterizan. Se separa el vidrio de la boca y entonces advierte mi presencia a través de una decena de personas. Me mira y esboza una pequeña sonrisa torcida. Yo ladeo la cabeza devolviéndole el gesto y saco un cigarrillo, lo enciendo y me doy la vuelta en dirección a la salida. No miro atrás, no puedo comprobar lo que hace, sin embargo sé que me seguirá tarde o temprano. Es inevitable.
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Pongo un pie en la calle y respiro. El humo alquitranado mezclado con el aire fresco me llena los pulmones y me proporciona una paz absoluta, casi hasta consigue que se esfume el mareo provocado por los cuarenta grados del bourbon. Casi. Me siento al final de las escalinatas que dan entrada al local, tiro el cigarro bien lejos y entierro la cabeza entre las rodillas. Oigo tacones que pasan a mi lado, pero no son los suyos; estos van acompañados de un bufido, sin duda, dirigido hacia mi persona. No puedo evitar reírme –y toser– al pensar en el aspecto que debo ofrecer ahora mismo, allí encorvado delante de uno de los lugares más elitistas de la ciudad, apestando a alcohol cómo un vulgar borracho, alguien que ha tenido una mala noche y que sin duda terminará peor. Y casi empiezo a tener yo también esa imagen de mi mismo. Casi. Pero entonces escucho otros tacones, mucho más silenciosos que los anteriores, y seguidamente siento una mano suave que se posa en mi nuca, acompañada por el cosquilleo de una trenza que cae desde detrás hasta mi pecho. Levanto la cabeza y ahí está ella, en cuclillas, con el largo y satinado vestido burdeos arremangado en una especie de cascada iridiscente sobre sus rodillas. Me sonríe, recojo la botella del suelo, que ya está en las últimas, y con su ayuda me levanto.
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Caminamos agarrados el uno al otro en silencio, agradecidos por el frescor de la noche cerrada. Ella no tarda ni cinco minutos en quitarse los tacones y abandonarlos en la acera. Yo tardo algo más seguramente, pero finalmente tiro por ahí el bourbon. La miro de soslayo. Me mira ella. 24
Así, caminando descalza, mientras se deshace el peinado y deja que su pelo vuele al viento, tan suya y distraída, me resulta perfecta.
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Por suerte no vive lejos del centro de la ciudad. Por suerte es a su piso al que vamos y no al mío. El suyo tiene portero, de esos que van bien vestidos y trabajan las veinticuatro horas del día. De esos que, cómo ahora, te reciben con buena cara, un saludo y te abren la puerta. Su piso es cómo ella, por fuera parece majestuoso, pero por dentro es todavía mejor; ordenado y a la vez caótico, lleno de discos y películas. Lleno de luz. Entramos en el ascensor y se apoya contra una de las paredes dejando caer hacia atrás la cabeza. Sonríe y pequeñas arrugas enmarcan la comisura de sus ojos dándole un aspecto cansado. Voy a decirle algo pero no me deja, me engancha por la solapa de la chaqueta y me atrae hacia sí, susurra algo que no entiendo y entonces me besa.
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Por fin entramos al piso, dispuestos a terminar la noche como para ningún otro acabará y en apenas un segundo ya estoy enredado en su pelo, entregado a su perfume. El vestido cae y se solapa con él mi traje. Se ríe. Sonrío. Tira de mi y me arrastra hasta la habitación. La envuelvo entre mis brazos y ella me encierra entre sus piernas, tersas y sin fin como la locura que se desata dentro, bajo y sobre nosotros. Navegamos juntos en esa calma que augura una pequeña y deliciosa tormenta durante minutos, horas, no lo sé. Pierdo la noción del tiempo y no me importa. Me da lo mismo si estoy encima o estoy debajo, si el mundo sigue girando ahí fuera o de una vez por todas hemos conseguido pararlo. Su pelo oscuro baña la cama. Se deshace, me deshago, sus ojos me dicen que está más cerca de gritar y estallar en mil pedazos de lo que ella misma piensa. Aprieto sus manos entre las mías, aprieto mi cuerpo contra el suyo, mojado. Sus labios se convierten en una exquisita extensión de mi lengua y comienzo a tocar fondo, su fondo. Me abraza, me susurra con su aliento y entre jadeos clava sus dedos en mi espalda. Está desbocada y verla así me desata. Su boca entre abierta me pide más, que corra, fuerte, que llegue con ella justo a dónde queremos llegar, sin prisa pero sin pausa. Sonríe impaciente. Lo quiere ya, y yo, dedicado en cuerpo y alma, se lo doy. Se anclan mis ojos a los suyos y permanezco atento al devenir de sus pupilas. No quiero perder detalle de cómo poco a poco se desprenden de su velo, de cómo poco a poco se arrebatan para tocar el cielo durante un instante y y después morir, desvaneciendo yo con ellas...
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Me tiendo boca arriba a su lado, extasiado. Ella coge ese paquete de tabaco que siempre esconde en la mesilla de noche, saca un pitillo y lo compartimos a oscuras. Cuando se consume, apaga el cigarro en la cabecera de la cama y tira la colilla por detrás. Le echo un vistazo por encima al tablón barroco de ébano y sonrío al ver las docenas de quemaduras que lo adornan, cicatrices circulares de otras madrugadas cómo esta. Se acopla entonces sobre mi pecho y comienza a dibujar palabras sobre mi abdomen, palabras secretas que sólo ella conoce y que yo sólo consigo adivinar de cuando en cuando. Beso su frente y acariciando su espalda me duermo, o se duerme, y así, de repente, olvido que antes de esta noche existió otra, en la que ella estaba a años luz de mí y mi única compañía era una botella.
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·CALÉNDULAS·
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Pequeños y modernos muebles, excéntricas figuras, cuadros, láminas de amigos o conocidos, carteles de películas enmarcados y pósters de exposiciones, cientos de cd’s... La casa nueva comienza a parecerme un museo vivienda más que otra cosa, así que castigo a las paredes con la mirada y cambio de canal con un suspiro cansado.
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Llevamos toda una semana viviendo aquí y todavía no consigo que dé por finalizada la mudanza. Aún sigue colocando cosas por todas partes, sopesando en qué habitación crearán atmósfera o en qué habitación, por el contrario, la destrozarán. Ni si quiera imaginaba que en el anterior piso cupieran tantos trastos. A mí toda esta disposición ornamental, casi ritual, me trae sin cuidado, pero ella en cambio parece disfrutarla en cuerpo y alma. No hay más que mirarla un instante para comprobar que rebosa de la energía que a mi me falta. Está realmente ilusionada con la tarea de decorar el lugar con cada nueva tontería que saca de las cajas de cartón que comenzamos a embalar hace unos meses. Y no es que me extrañe, al fin y al cabo, Ella es así, siempre se encariñó con los objetos, con las cosas. “En el mundo hay dos tipos de personas”, me dijo una vez. “Las que guardan las entradas del cine y las que no.” Y Ella las guardaba, por supuesto. Y la flor que encontró un día caída de un balcón pensando en disecarla después, también. Y la carta sin baraja tirada en medio de una carretera, y la primera página que arrancó una vez de un libro porque le hizo llorar una vez en una biblioteca... Y así con todo. Yo en cambio, reconozco que nunca llegué a sentir tanto apego por nada.
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Cambio de canal un par de veces más y me rindo ante la evidencia de que no ponen nada decente, así que busco un cigarrillo y me levanto para estirar las piernas. Mientras le doy la primera calada, paseo por el enorme salón preguntándome cuántas de las cosas que hay colgadas en las paredes serán mías y cuántas suyas, cuántas serán realmente nuestras, de los dos. Pero claro, realmente llegados a este punto, supongo que poco importa. Ni siquiera sé muy bien qué hacemos aquí, empezando “una nueva vida” en este enorme adosado de las afueras. No entiendo cómo me convenció para comprarlo. A mí siempre nos gustó la ciudad y su ajetreo, el metro, el ruido, las mil cosas que hacer en ella. Solíamos bromear con que empezábamos a convertirnos en ratas de ciudad, con que nos estaban empezando a salir colas y bigotes… Pero en fin, solíamos. Hace tiempo que no nos reímos demasiado. Llego hasta la cristalera que da al jardín y apoyado en la puerta corredera y apurando lo que queda de cigarro, la observo trabajar en el jardín. Llevaba toda la mañana entrando y saliendo con sus sonrisas silenciosas, y sus cajas y macetas hasta que por fin se ha instalado allí fuera. Hacía años que Ella había comenzado a apasionarse por toda clase de flores, de cuantos más colores y formas mejor. Incluso si no olían a nada, le daba igual. Pero era gracioso, porque nunca le gustaron los ramos de flores o las plantas ya crecidas. Siempre que le regalaban algo así, se sumía en una tristeza profunda y extraña, como si no supiera qué hacer con esas ellas, tan mayores y cercanas a la muerte. Decía que lo bonito era verlas crecer, como con las personas, no perderse los detalles de la vida de la flor. Así que con el tiempo, adquirí la costumbre de regalarle semillas nuevas por cada ramo de flores que recibía. Sólo para verla sonreír de nuevo.
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Ahora está ahí, en una esquina del jardín, retirándose el flequillo de la cara, sin sonreír y frustrada junto a unas flores amarillas. —¿Me echas una mano? —Me pregunta de pronto, sacándome de mi trance. Sorprendido asiento, apago el cigarrillo donde puedo y voy hacia dónde está ella. —¿Qué pasa? 26
—Es que... no sé... ¿Te gustan aquí? —Me pregunta abatida, como si el mero hecho de que las flores pudieran no estar en el sitio correcto consiguiera romper todos sus esquemas físicos y mentales. —No están mal, ¿no? —Bueno, tampoco están bien... Mira. Con los guantes de jardinero llenos de tierra húmeda, me coge de la mano y tira de mí para que me agache y ponga a su altura: —¿Ves? Aquí, al rededor de la enredadera, bonitas quedarán, porque son preciosas, pero... No quiero que la enredadera sea más importante que ellas, que les roben protagonismo, ¿entiendes? —¿Ellas? —Las caléndulas. —Me reprocha con esa media sonrisa que dibuja cada vez que yo no recuerdo algo. —Ah, claro. Las caléndulas... —Recuerdo entonces que fui yo quién le regaló aquellas flores en forma de semillas hacía años—. ¿Qué quieres hacer entonces? ¿Las cambiamos de sitio? Ella mira las flores, brillantes y luminosas y después a mí, todavía apagada. —No. No sé… ¿Tienes un cigarro? —Me contesta incorporándose y quitándose los guantes, tirándolos al suelo—. Mejor buscamos un sitio antes de liarnos a transplantar de nuevo, ¿te parece? Le tiendo un cigarrillo y comenzamos a caminar juntos por el jardín por primera vez desde que llegamos a la casa. También por primera vez, presto atención a los detalles, al verde de la hierba que crece nueva, a los cerezos que cercan junto a las vallas los límites de la propiedad y que pronto empezarán a florecer, a Ella, que fuma despacio, intercalando miradas largas y atentas al suelo con otras más rápidas, más suyas, al cielo. Entonces, de repente, se para en seco. —¿Qué pasa? —¡Mira! —Me dice emocionada. —¿El qué? No… No hay nada —. Me atrevo a decir—. Es sólo tierra húmeda, cómo si estuviera removida o se hubiera arrancado algo. —¡Precisamente! —Está tan entusiasmada que da la última calada y tira el cigarro allí mismo—. Un claro de hierba justo en el centro, ¡es perfecto! Aquí les dará el sol y tendrán el protagonismo que merecen. Yo miro al suelo y a la colilla y asiento sin más mientras ella mira abajo y sin duda imagina ya las caléndulas allí plantadas. De pronto, por sorpresa, noto su mano sobre la mía, pequeña y suave, fría. —Bueno, ¿qué dices? Su mano busca refugio en la mía y su contacto me provoca un agradable escalofrío que asciende desde la punta de los dedos hasta llegar a la nuca, pillándome desprevenido. —No sé —. Le digo, porque realmente, no sé qué decir ante esa sonrisa. —¿Lo hacemos aquí? —Me pregunta. Y entonces, algo dentro de mi se quiebra como el cristal. Algún fusible, algún par de cables que llevaban tiempo sin conectar, sin más y sin previo aviso, hacen contacto, me sacuden. Y un gancho, engarzado directamente con el corazón, tira de mí salvajemente transportándome hacia un tiempo y un espacio muy diferente a estos.
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Y allí estamos, Ella y yo, sentados en el banco de ese parque al que tantas veces iríamos tras aquella noche. Mucho más jóvenes, muy distintos. Ella viste de mil colores, combinaciones arriesgadas que incluso a la luz de una farola llaman la atención, lleva los labios pintados de rojo fuego y sonríe. Pero no tranquila y silenciosa como suele hacer ahora, no, qué va. Sonríe cómo si el alma le fuera a estallar en pedazos, irradiando una felicidad rabiosa que ni sus ojos ni sus suaves carcajadas pueden contener. Y yo sonrío también. Jugamos a 27
besarnos con recato, muy formales, pero no nos sale y morimos de risa. Hacemos el tonto, nada más. Pero somos felices, muy felices. Me muerde el cuello, le chupo la cara. Le quito el gorro de lana que lleva puesto y me río. De Ella, con ella. Me abraza y la abrazo. La subo sobre mis rodillas, sentándola sobre mí a horcajadas. Y entonces empezamos a besarnos de verdad, con ternura, con pasión, desgastando el pintalabios hasta que no queda pigmento alguno en sus labios, apretando nuestros cuerpos el uno contra el otro cada vez más, acariciando sus mejillas, revolviendo mi pelo corto. Atrapo sus labios entre los míos, envuelve mi lengua con la suya. Y sé en ese momento que no quiero separarme de ella, que no quiero que acabe este instante, nunca. Pero aún así, me detengo: —Vale, vale, ¡para! —Le digo cogiendo aire—. Que yo… no puedo... Y no estamos en tu casa, ni en la mía... ¡Y me conozco! Ella suelta una carcajada enorme y me vuelve a besar, con más ganas si cabe. —Y si... ¿Lo hacemos aquí? —Me susurra divertida. Y yo sonrío, perdiéndome en su beso. La cojo en brazos y susurrándole al oído, me pierdo con Ella tras los arbustos del parque. Nuestro parque.
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—¿Mi amor? —Me pregunta su voz de nuevo—. ¿Estás bien? ¿Te parece bien este sitio o no? Suelto su mano despacio y con el corazón agitado la observo de frente. En sus ojos grandes y preocupados la encuentro a ella, de nuevo a Ella y no a alguien lejano y extraño. Porque a pesar de los años, los cambios y las cosas que nos separan, que en el fondo siempre nos han separado, hay mucho más que nos une: Nosotros mismos. Allí en ese parque, nosotros. Aquí y ahora, en este jardín, nosotros. Acerco mi rostro al suyo lentamente sin poder dejar de mirarla. Cada palpitar de su pupila, cada mota oscura de su amarillento iris, todo me parece reluciente y excitante como la primera vez, y al mismo tiempo, hermoso y reconfortantemente conocido. Acaricio su mejilla, su mentón, sus labios, y ella sonríe como hacía siglos esperaba verla sonreír. La atraigo hacia mí, enredando la mano entre su pelo, siempre ligeramente despeinado, y la beso. Cómo siempre. Cómo nunca. Cómo hacía mucho que no hacía. Sintiendo que los últimos meses me había perdido acontecimientos maravillosos de su vida, de la nuestra, sumido en una estúpida espiral de sensación de pérdida que nunca existió. —Te quiero —Le digo en mitad del que se me antoja el beso más dulce que nos habíamos regalado nunca—. Mucho. Y joder si la quiero. Por muchas veces que tenga que plantar, replantar y transplantar caléndulas lo que me quede de vida. La quiero con locura.
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路 Madrid, Julio 2014 路
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