Hi s toria s v erdaderas
gr e g o r i o carrizo
goyo
el amigo del pelusa Fue el primer compinche de Diego. El que lo llevó de la mano a Argentinos. El que jamás llegó a la Primera y se quedó a vivir en Fiorito. El Maradona que no fue. Emocionante charla para entender el origen de todo. por diego borinsky / fotos: emiliano lasalvia y archivo el grafico
Lo cuenta como si lo estuviera viendo ahora mismo. “De acá a unas 20 cuadras, se hacían campeonatos de grandes, de ex jugadores de la D y de la C, tipos de más de 30. Con Diego éramos compañeros en Los Cebollitas pero rivales en el barrio; él jugaba para Estrella Roja, el equipo de la canchita de Don Maradona, y yo para Tres Banderas, el equipo de la canchita que había armado mi papá con un paraguayo y un chileno, de ahí el nombre. Una vuelta, en este campeonato, a un equipo del barrio le faltaban varios jugadores, porque habían ido a un torneo por mucha plata, entonces nos llamaron a nosotros para reforzarlo. Era para el día del padre, nosotros teníamos 13 años. Jugamos, terminamos empatados y hubo penales; el técnico me pidió que pateara uno. ‘Que vaya Pelu, que le pega mejor’, le dije. Pateó Pelu nomás. Y la metió. Y salimos campeones. Y después nos repartieron un dinero que para nosotros era… se imagina... un montón. Y con esa plata fuimos a comprar un regalo para el día del padre. No sabíamos qué comprar. ‘Yo le voy a regalar una petaquita de café al cognac a mi viejo’, le dije a Diego. A Don Maradona le gustaba mucho la ginebra, pero a mi amigo no le alcanzaba, entonces le dije ‘Tomá, Pelu’, y le di lo que me sobraba, y vinimos los dos con los
regalos: yo con la petaquita de café al cognac y Diego con la ginebra”. A Goyo le brillan los ojos de orgullo. También de nostalgia. Y de cierta tristeza, lo terminaremos de comprender en una hora, cuando avance la charla que está recién en sus primeros pasajes. Goyo es Gregorio Salvador Carrizo, (“Salvador, mirá vos”, como se asombrará el propio protagonista al presentarse con nombre completo), 56 años, nacido el 21 de octubre de 1960, apenas 9 días antes que su amigo de la infancia, el Pelusa, al que llevó de la mano a probar a Argentinos Juniors a pesar de que la categoría 60 ya estaba completa, tras machacar con insistencia sobre la voluntad de Francis Cornejo, el entrenador de entonces. Goyo es el que nos recibe sentado en una silla de plástico, sobre piso de tierra, en la entrada de la casa de Jonatan, uno de sus seis hijos, enfrente de la propia, en el 188 de Chivilcoy, corazón de la siempre caliente Villa Fiorito. Y si Fiorito es el punto de partida de cualquier historia que se cuente sobre Maradona, para Goyo es el punto de partida, el desarrollo y el final. Nunca se fue, nunca se irá. Como tampoco se fue ni se irá la miseria ni el descaro de los gobernantes que someten a los habitantes de esta populosa localidad del conurbano bonaerense, del lado
donde la General Paz se cruza con el Riachuelo, en el ángulo suroeste de la Capital Federal, a vivir entre bolsas de basura, desechos y autos abandonados que se acumulan en las calles. Si Fiorito sigue siendo la Fiorito de los 70, Goyo, de algún modo, es el Maradona que podría haber sido y no fue. El Diego que nunca trascendió al barrio. Era casi tan bueno como su amigo el Pelu, pero una lesión de rodilla primero y una predilección por los duelos por plata en la zona antes que por el rigor de los entrenamientos en el club completaron el argumento. Y para certificarlo, nadie mejor que viejo maestro Francis Cornejo, artesano que descubrió a Diego a los 8 años y armó aquella maravillosa orquesta de Los Cebollitas, invicta durante 136 partidos. “Goyo fue el jugador que mejor acompañó a Maradona en toda su carrera –escribió en Cebollita Maradona, su autobiografía, en 2011–. Y lo digo yo, que me conozco de memoria la trayectoria de Diego. Ni en Argentinos, ni en Boca, ni en la Selección ni en Europa, Diego tuvo un compañero de la calidad de Goyo Carrizo. Con nadie se entendió tan bien, con ningún otro pudo jugar tan de memoria como jugaban ellos en aquel equipo de pibes. Se divertían como locos jugando, nunca vi una cosa ➤