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Empleado de call center se autollamaba para no atender clientes y demandó a su empresa por despedirlo

El ser humano es la especie más inteligente y creativa del planeta, tristemente a veces esa inteligencia es usada para los propósitos incorrectos. Un tipo en España fue despedido cuando su empresa se dio cuenta de que encontró una forma de no trabajar en todo el día.

La historia es de un hombre que trabajaba como empleado de un call center allá en Canarias. Bueno, decir que “trabajaba” es nomás porque el tipo estaba registrado como trabajador del lugar, pero su labor era nula.

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Sucede que en cuanto empezó la pandemia de COVID-19 y las empresas se vieron obligadas a enviar a sus empleados a trabajar desde casa, el susodicho call center estableció un sistema para que su personal pudiera responder llamadas de clientes vía home office.

Su sistema detecta cuando algún operador está ateniendo una llamada y le pone una etiqueta de “ocupado” para que las nuevas llamadas no lleguen a su línea, evitando que se queden en fila. Algo básico, pero es fundamental en este caso.

Resulta que este señor aplicó la chida porque se autollamaba con el fin de estar siempre “ocupado”. De esa forma evitaba recibir llamadas de clientes y le dejaba toda la chamba a sus compañeros.

El tipo trabajaba para el call center — especializado en soporte informático—, desde 2019. Fue en octubre del 2020 cuando la empresa se dio cuenta y lo terminaron despidiendo.

“Esta actitud no ha sido un hecho puntual, sino que lleva repitiéndose continuamente mes tras mes, y con distintos intervalos de duración de esas llamadas, por lo que ha manifestado con ello, fraude, deslealtad y abuso de confianza en las gestiones encomendadas”. Le indicó la empresa en la carta de despido, según retoma el medio local La Vanguardia

¿Pero sabes cuál es el colmo de esta historia? Que el sujeto todavía se sintió

El sujeto en cuestión todavía se sintió perjudicado injustamente y demandó a la empresa perjudicado injustamente y demandó a la empresa.

Presentó un recurso contra la compañía, el cual fue desestimado por un Juzgado de

Tenerife en julio del 2021, y recientemente su segundo recurso legal fue desestimado también por la Sala de lo Social del Tribunal Superior de Justicia de Canarias.

Asólo unos ocho kilómetros río abajo de los adornados balcones de hierro forjado del barrio francés de Nueva Orleans, en el sur de Estados Unidos, hay un paisaje más sereno, cubierto de marismas y lodo espeso. Los pescadores venden camarones a lo largo de la carretera que atraviesa la parroquia de St. Bernard.

Este suburbio de unos 200 años de antigüedad es famoso por su industria pesquera y una particular geografía que emerge como la cresta de una ola en la costa este de Luisiana, antes de expanderse en decenas de islas y pantanos en el Golfo de México.

Aquí, en el lago Borgne, es donde una vez existió Saint Malo, el primer asentamiento filipino permanente en Estados Unidos y el más antiguo asentamiento permanente asiático del que se tenga conocimiento.

La historia de los llamativos pantanos de Luisiana tiene una diversa mezcla de fuentes: desde los colonizadores españoles hasta los acadianos franceses, los aborígenes norteamericanos o los afrodescendientes, tanto esclavos como libres.

Pero hay un ingrediente que falta en este complejo sancocho: antes de que EE.UU. fuera un país, los filipinos muy probablemente vivieron en este lugar en casas elevadas en estacas -palafitos- construidas sobre los pantanos.

Desde estas "aldeas flotantes", los llamados "manilamen" (hombres de Manila) establecieron la industria pesquera que introdujo en Luisiana los camarones secos, hervidos, escabechados y secados al sol para concentrar su sabor. Con los inmigrantes chinos que llegaron posteriormente, transportaron el camarón seco por todo el mundo, y sentaron la base de la industria del camarón moderna de Luisiana.

Comunidad "flotante"

Pero el cómo llegaron los "manilamen" a

Luisiana es un misterio. Algunos historiadores creen que fue a bordo de buques españoles a mediados de los 1700. Otros, que eran marineros y sirvientes en las rutas entre Manila y Acapulco que abandonaron sus barcos y se refugiaron en el Golfo, cuyos pantanos y paisaje se parecían a los de sus tierra.

Unos colonizadores británicos incluso mencionaron a los "piratas malayos" que formaban parte de los contrabandistas del pirata francés Jean Lafitte, que atacaban galeones españoles.

Uno de los relatos más antiguos sobre Saint Malo apareció en un artículo de la revista Harper´s Weekly en 1883, en el que escritor Lafcadio Hearn describía una imagen idílica de la comunidad "flotante".

Hearn señalaba que la comunidad existía desde hacía unos 50 años.

Sin embargo, el historiador filipino-estadounidense Kirby Aráullo, escribió en el sitio History.com que "según la tradición oral, ya había una comunidad filipina allí en 1763, cuando Filipinas y Luisiana eran parte del gobierno colonial español regido desde México.

Según Randy Gonzales, filipino de cuarta generación de Luisiana e historiador de la Universidad de Lafayette, los "manilamen" vieron una oportunidad en el golfo de Luisiana, una región que muchos otros encontraban muy agreste y hostil. A pesar de los mosquitos y los huracanes, los "manilamen" estaban acostumbrados a los tifones en Filipinas.

Allí, los colonos filipinos establecieron su método de secar y preservar crustáceos, según Liz Williams, fundadora del Museo de Comida y Bebida Sureña de Nueva Orleans.

"Se calzaban los pies con una especie de lienzo y caminaban sobre las redes que estaban suspendidas sobre el agua en la zona pantanosa y sobre los camarones secos",

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