CULTIVAMOS LA PALABRA www.patrimoniocultural.gov.co
EDICIÓN No 1 AGUA... C... RO
CULTURA, RECREACIÓN Y DEPORTE - Instituto Distrital de Patrimonio Cultural
CULTIVAMOS LA PALABRA
Investigación: Natalia Chaves Camilo Torres Supervisor IDPC: Juan Camilo León Edición: Natalia Chaves Camilo Torres Corporación para el desarrollo humano sostenible rural ”El Roble” Diseño portada y cuerpo: Grupo Creativo Amapola Azul www.amapolazul.com Ilustración de portada: Oscar González Ilustración “Mamá Tierra”: Colectivo GUACALA Corrección de estilo: Gabriel Mondragón Fotografías: Diego González y Oscar González Impresión: Corporación para el desarrollo humano sostenible rural ”El Roble” www.roble.org ISBN:
Esta obra se imprimió en Bogotá en Marzo de 2011.
Cultivamos la palabra... cosechamos la memoria by corporación para el desarrollo humano sostenible rural ¨el roble¨ is licensed under a Creative Commons AttributionNonCommercial-ShareAlike 2.5 Colombia License Usted es libre de: * Compartir - copiar, distribuir, ejecutar y comunicar públicamente la obra * hacer obras derivadas Bajo las condiciones siguientes: Atribución — Debe reconocer los créditos de la obra de la manera especificada por el autor o el licenciante (pero no de una manera que sugiera que tiene su apoyo o que apoyan el uso que hace de su obra). No Comercial — No puede utilizar esta obra para fines comerciales. Compartir bajo la Misma Licencia — Si altera o transforma esta obra, o genera una obra derivada, sólo puede distribuir la obra generada bajo una licencia idéntica a ésta.
Edición No. 1 AGUA…C…RO
CONTENIDO
Presentaci贸n
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Abriendo Camino Gilberto Riveros y Natalia Chaves
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Recordar es Vivir Horacio Guti茅rrez y Natalia Chaves
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Agradecimiento Desde el corazón agradecemos el apoyo solidario de nuestros amigos y hermanos: Jason Molina, Víctor González, Oscar González, Diego González, Andrés y Sebastián (colectivo Guacala) y Gabriel Mondragón por acompañarnos en el sueño de regreso al territorio ancestral del Sumapaz. A Gilberto Riveros, Héctor Horacio Gutiérrez (coautores de relatos) y a todos los abuelos y abuelas del Sumapaz, muchas gracias por compartir con nosotros y darnos un ejemplo de humildad, constancia, trabajo y sabiduría en la hermosa sencillez de una vida dedicada a la tierra y a la construcción de territorio y comunidad. Los editores.
PRESENTACIÓN Cada amanecer recordamos la palabra de nuestro camino de vida, transmitimos oralmente nuestras experiencias y reflexiones, para que en común unidad los sumapaceños podamos aprender del pasado. Las organizaciones sociales en el territorio adelantamos estos esfuerzos teniendo claro que: “en cada abuelo que fallece se pierde una parte de la historia”, y a manera de reconocimiento a la experiencia vivida, al aporte en la construcción de lo común, a los saberes que permitieron sobrevivir en un territorio tan difícil y en situaciones tan adversas, como homenaje a la sabiduría y a la humildad de los abuelos y las abuelas campesinas, publicamos este libro. Desde hace un tiempo, los abuelos y abuelas hemos decidido empezar a hacer texto de nuestras memorias, viendo que en el país y en la región del Sumapaz los investigadores entrevistan y publican sus visiones, que no siempre vuelven a las zonas donde han sido generadas para revertirse en educación de las y los jóvenes, nos hemos hecho responsables de la educación propia de los sumapaceños, haciendo nuestros propios libros y espacios de encuentro. Porque en la repetición de las memorias y sus relaciones está una parte de nuestra historia, y queremos, al tiempo que necesitamos, que se conozcan y 9
valoren estas experiencias de vida, de esperanza, de dolor, de caminar juntos y juntas. Entonces, después de relatar a la familia, los estudiantes y a la comunidad una y otra vez nuestro trasegar, asumimos la palabra escrita, aunque nos cueste trabajo, como una opción distinta, que nos permite llegar a más personas y en otros tiempos y dinámicas. Así hemos logrado que la oralidad y la escritura se fundan en productos como este, reflexiones escritas que reproducen historias transmitidas mayormente en conversaciones. Esta iniciativa ya ha pasado por varios espacios de encuentro de los que han salido documentos, varios de ellos inéditos, y sin embargo soporte de un proceso de transmisión de los recuerdos y saberes, de contrastar voces del pasado y del presente, para llegar al futuro sin perder nuestro patrimonio inmaterial local. Entre éstos podemos mencionar: Aprendamos historia del páramo, Historia del Corregimiento de Nazareth, Historia de la Vereda las Auras, Relatos de la montaña,… Ahora, Cultivamos la palabra, continúa este camino en el que hombres y mujeres del territorio ancestral de Fusuangá (lugar donde el hombre y la mujer se hacen uno con el sol) comparten sus memorias, para fortalecer la cultura campesina que se fundamenta en el amor por cultivar la tierra y construir el territorio, y que aporta a la identidad y a la identificación del ser y hacer como campesinos y campesinas, desde el nacimiento hasta la muerte. 10
Un elemento de reflexión atraviesa este documento: la historia oficial no ha podido abordar estos procesos de construcción de comunidades, que por el abandono estatal se han dado al margen de su influencia. En este sentido es importante recuperar la polifonía de las y los actores del proceso y hacerlo desde la unión y el reconocimiento de la diversidad de pensamientos y esfuerzos (aprendizaje que hemos fortalecido trabajando en ésta compilación). Esto cobra vigencia teniendo en cuenta cómo está disminuyendo la población de la localidad: los campesinos se han visto sometidos a las prohibiciones de la agricultura y la ganadería por parte del Parque Nacional Natural Sumapaz, y éstas aún no se han acompañado de la construcción de alternativas para garantizar el sustento. Aspectos como la violencia y las difíciles condiciones de vida han incidido crecientemente, teniendo en cuenta que cada día bajan los precios de la papa, principal producto agrícola, y suben los costos de los insumos para cultivar, impidiendo al agricultor obtener una ganancia e incluso que alcance a cubrir los precios de las cosechas. Muchas veces se quedan los cultivos sembrados y se saca solo lo que se puede consumir, porque cosechar para comercializar implica gastos que la venta de los productos no cubre. La ciudad de Bogotá también ha generado una influencia arrolladora en la cultura tradicional y en costumbres fundamentales como el trabajo de la tierra, la 11
trasmisión oral de los saberes, la unidad familiar. La copla, la alimentación, la medicina natural, las fiestas y un sinfín de aspectos se ven amenazados en una juventud que en ocasiones ha creado otra forma de vida, estudiando y trabajando en la ciudad, separada de sus familias y de su territorio. Retomamos entonces la urgente necesidad de fortalecer los procesos educativos con énfasis en las particularidades locales, en los conocimientos tradicionales, en el nivel básico, medio y superior. Finalmente se invita al campesino y la campesina a conocer mejor su territorio como legado ancestral Muisca, a mirar al pasado transformado en ley de origen, para poder entender cómo la vida de estas tierras de Cundinamarca y Boyacá salió desde las aguas en forma de lagunas. Reproduciendo una vez más las leyes de origen1 invitamos a escuchar la voz que ha sostenido la historia más antigua, que nos enseña a cuidar la madre tierra, a respetar y proteger el territorio del páramo y sus lagunas y ríos, como un hijo o una hija ama y protege a su madre que le da el sustento y la vida. Este libro es producto del contrato de apoyo no. 151 entre el Instituto Distrital del Patrimonio Cultural (IDPC) y la Corporación para el desarrollo humano sostenible El Roble.
1 Las Leyes de Origen Muisca fueron recuperadas por la Corporación “El Roble”.
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Abriendo Camino 2
Por: Gilberto Riveros Ramírez y Natalia Chaves
En memoria de mi padre: Marco Gerardo Riveros.
Hoy recuerdo con dolor, hablo del dolor. Soy un abuelo. Hay quienes piensan que los abuelos ya no podemos hacer nada, otros dicen que somos sabios. Yo sé que la vida hay que llevarla a cuestas, la mía pesa bastante, pero no me desanimo. No tengo buena salud, no puedo trabajar por eso, no tengo casi nada. Sólo a mi familia y a mis amigos, los seres que me quieren y consuelan mi corazón. Ellos son el tesoro que guardo, porque con su amor alimentan la esperanza que es el sustento de la vida: camino lleno de piedras, donde el desecho lleva al abismo, y la opción larga y difícil es la que te permite aprender, crecer y seguir vivo. Yo he vivido paso a paso, me he sobrepuesto a cada dificultad. Todavía a mis 68 años lo sigo haciendo, aunque hay vecinos que no creen en lo que hago. ¿Cómo van a creer (en esto) si sus sueños se extinguieron por el dolor que nos ha tocado vivir en el Sumapaz? Yo también siento el dolor, sería imposible no hacerlo, pero no puedo dejar de soñar con un lugar donde el hombre y la mujer se hacen
2 Relato producido a partir de una entrevista: Chaves, Natalia. (2010). Entrevista con Gilberto Riveros. Ciudad de Bogotá, C.R. 4 de diciembre de 2010.
uno con el sol3, con su tierra, que la cuidan y la aman porque nos da todo; con el agua, que nos da el hermoso regalo del sonido producido por su andar rápido, fugaz, que nos enseña que nada puede detenerla, que su destino, igual que el nuestro, es moverse y llegar a tantos seres como sea posible. El agua debe desplazarse para regar la vida, no puede represarse porque se agota. Nosotros, como campesinos del páramo más grande del mundo, somos guardianes del agua, de la tierra y de la montaña. Nacimos aquí, y hemos sufrido para aprender que el dolor se expande como la llama que acaba con el bosque, y que el amor es la única salida posible cuando estamos en la encrucijada. El amor es recuperar las semillas del arco iris, no cultivar con químicos, no rasgar la tierra con el tractor, reconocernos como campesinos libres de cultivar el alimento, de construir territorio, familia y comunidad y reinventarlas cuando creamos conveniente, de valorar el pensamiento diferente, de cultivar la palabra para cosechar la memoria, de soñar y seguir soñando, de ser felices.
3 Traducción del nombre ancestral del Sumapaz: Fusuanga.
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Hoy, 4 de diciembre de 2010, voy a contarles de un profundo dolor que ensombrece mi corazón: la historia que tuve que vivir entre 1955 y 1956, cuando gobernaba Gustavo Rojas Pinilla, justo después de que nos engañaron con la ilusión de la paz4. Me acostumbré desde muy pequeño a los fracasos de la vida. El 3 de mayo de 1955 mataron a mi padre Marco Gerardo Riveros, yo no contaba sino con 12 años de edad. Salió de la casa hacia donde un vecino y no apareció más, mucho tiempo transcurrió antes de enterarnos que lo cogieron y lo asesinaron amarrado mientras suplicaba por su vida. No terminábamos de preguntarnos por qué papá no regresaba cuando fuimos notificados de que debíamos abandonar inmediatamente todo lo que teníamos, no preguntar más por él, y sencillamente caminar para afuera sin volver a mirar atrás. De lo contrario… nuestra familia sólo sería una cifra más de la que nadie se enteraría, por el desinterés y la desinformación que siguen reinantes.
4 El 31 de octubre de 1953, durante el gobierno de Gustavo Rojas Pinilla, los guerrilleros del Alto Sumapaz y el oriente del Tolima hicieron su presentación en la plaza de Cabrera (Varela y Romero, 2007: 215). Los líderes exigieron al gobierno la reparación de todos los perjuicios que hubiera causado la violencia, la construcción de vías de comunicación, el restablecimiento de las escuelas, y la amnistía. El general Duarte Blum aceptó en nombre del gobierno las peticiones, y prometió que se les respetaría la vida, se les permitiría regresar en paz a sus parcelas y se les prestaría apoyo para rehacer sus economías (Varela y Romero, 2007: 215). Estas palabras no se convirtieron en hechos, lo cual se constituyó en el germen que desencadenaría el nuevo baño de sangre que cubrió al Sumapaz (Varela y Romero, 2007: 220).
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Todo esto por causa de la violencia y el conflicto entre los chusmeros y la gente del gobierno, o sea la famosa disputa bipartidista: los liberales y los conservadores, que eran los del Estado y que se llamaban chulavitas en ese tiempo. Así las cosas, los campesinos teníamos que huir porque nos catalogaban a todos como chusmeros, aunque siendo fieles a la verdad las cosas no eran así. Nosotros perdimos ganado, cerdos, sementera, casi todo lo que teníamos. Salimos encabezados por María de Jesús Ramírez que era mi madre, Evangelina Riveros (mamá de mi padre), y cinco hermanos de los que yo que era el mayor y el único hombre. A los pocos días de haber sido asesinado mi padre, cargamos en unas bestias lo que pudimos, las cobijitas, la ropa, y salimos a nuestro primer desplazamiento. Nuestra casa quedaba en la vereda La Playa, y alcanzamos a llegar hasta el Río Sumapaz (hoy la vereda Tunal), donde nos tocó quedarnos a la intemperie toda la noche. Allí duramos un mes con una familia que nos acogió, y por el conflicto nos fuimos para donde es ahora la vereda de Santo Domingo. Estuvimos creo que unos quince días, y después seguimos hacia la casa de mis tíos, para el lado de lo que es actualmente la vereda de Capitolio. Esos días fueron de mucha preocupación y tristeza para todos por la situación que se nos estaba presentando, enguayabados por la ausencia de mi padre, mi abuelita sufriendo un trauma muy terrible. Y como nosotros estábamos pequeños, pues todavía no entendíamos bien 18
la situación real que nos acarreaba, era algo sumamente trágico, con mucho llanto y dolor. Y así tocaba medio trabajar lo que se pudiera, porque con el conflicto encima era difícil, para comer alcanzamos a bajar papita de los cultivos que teníamos antes de salir y con eso nos sosteníamos. A uno con el conflicto lógicamente le da miedo, pero este fue mucho mayor cuando los niños salimos a jugar con la lluvia de papeles que caían de esos pájaros enormes que aturdían nuestros oídos. Estábamos contentos cogiendo los volantes, niños inocentes éramos, jugando con las notas que acabarían con la vida como la conocíamos. En ellos se anunciaba que el territorio había sido declarado zona de operaciones militares, y quien se encontrara dentro de éste sería perseguido o detenido y llevado a la justicia. En esas condiciones la opinión que teníamos era huir, pero, ¿adónde?, ¿cómo? ¿Y papá? Todas las preguntas se disolvieron en un segundo cuando llegaron unos aviones a bombardear y ametrallar. Al caer la lluvia de fuego la respuesta fue inmediata, la vida y la familia hay que protegerlas, ¡a correr! Eso fue en julio o agosto, no me acuerdo de la fecha exacta. La gente se bajó cada cual para donde pudiera, salieron para Pasca, para el Hato, para el lado de Nazareth y Betania, para Usme, tantas partes. Eso es lo que hoy en día llaman desplazamiento. No todos salimos de la misma forma, hubo algunos sectores que sí se hablaron y discutieron hacia dónde 19
moverse; los demás al ver que se iban hacían lo mismo. Entonces en ese momento todos, hombres, mujeres, animales y lo que se pudiera sacar, nos movimos para algún lado. Mis tíos salieron con nosotros, o más bien nosotros con ellos. Uno de ellos, Miguel Ramírez, tenía su hogar, y el otro, Trinidad Ramírez, vivía con mi otra abuelita, la mamá de mi mamá, que se llamaba Francisca Porras; nos desplazamos todos con otros vecinos de San Juan. En total íbamos siete familias, con seis matrimonios y varios niños. Nos unimos, y decidimos entre todos irnos para la cordillera hacia la Hoya de Bogotacito. Para llegar salimos de San Juan, pasamos por la Hoya de la Rabona que es el nacimiento del Río San Juan, allí se quedaron las mujeres y los niños y nos fuimos los varones; a mí me llevaron a que les ayudara, e hicimos unas casitas con frailejón, palitos de romero y winche. Después de esto regresamos por las familias y atravesamos la Hoya de los Amarillos, la Hoya de los Charcos, la Hoya de Bogotá, y después la Hoya de Bogotacito que queda hacia el lado de la Hoya del Nevado, al pie de un sitio que se llama el Alto del Suspiro. Nosotros, como caminantes tradicionales del páramo, no le temíamos a la naturaleza a pesar de los obstáculos que en ella se presentan. El peligro era que de pronto se encontrara uno con la tropa del gobierno – afortunadamente esto no sucedió. En el camino pasamos grandes dificultades, a veces tocaba atravesar los ríos y cargar a los niños, yo tenía que cargar a mi hermana 20
menor; la travesía duró dos días. Cuando llegamos, aprovechamos las casitas que había entre todos, y con el tiempo cada familia hizo la suya, pero todas muy cerca, más o menos a cinco minutos unas de otras. En un comienzo cada familia cocinaba en un fogón a la intemperie, y nos hacíamos todos alrededor; cocinábamos de noche porque en el día la tropa nos podía ubicar por el humo; comíamos papita y el mercadito que se había alcanzado a llevar, lo que más escaseaba era la sal, en ese tiempo no era sal molida, era en piedra; también apelamos a unas ovejitas que habíamos podido rescatar, no fueron todas, apenas unas que alcanzamos a resguardar, y con eso nos manteníamos. En esta situación las mujeres cocinaban y trataban de organizarnos a todos; los niños mayorcitos salíamos a coger conejos con la ayuda de un perrito que teníamos. Nos asustábamos mucho cuando pasaban aviones, todavía les temo. Pasamos los días hasta que se agotaron los recursos con que contábamos, y después tomamos la decisión de regresar a San Juan, porque ya no teníamos como mantenernos, se nos había acabado todo, no podíamos más. Nos tocó devolvernos a la casa de un gran amigo que ya nos había dado la mano con anterioridad, en la vereda Capitolio. Allá estuvimos más o menos un mes, pero se rumoraba que había llegado la policía a San Juan y tuvimos que meternos al monte de nuevo. Habíamos comprado un cortecito de papa, y a veces por la mañanita bien temprano 21
íbamos a sacar, y eso era lo único que comíamos al comienzo. Ya cuando fue pasando la arremetida salíamos a ver qué conseguíamos, íbamos a esas tierras abandonadas a ver qué había, en ese tiempo la gente trabajaba mucho y tenían huerticas y por ahí uno se encontraba de vez en cuando comidita, habas o algo así, recogíamos lo que nos encontráramos y regresábamos. Nos tocó pegar hasta una vereda que se llama La Cascada y otra que se llama Pueblo Viejo, en Cabrera, a recoger calabacitas y unos frijoles que se llamaban frijoles todo el año, por ahí entre los arrabales había muchos, se metía uno a recogerlos y llevaba para comer. Nosotros con mi mamá y mis hermanas vivíamos en un cuartico que tenía una sola cama de varas, y todos nos acomodábamos con algunas cobijas que teníamos y el perrito que siempre nos acompañó. En esa ocasión sólo estábamos mis hermanas, mi mamá y mi abuela – el resto de la gente se había quedado por El Suspiro –, pero cerca nuestro había otras familias dispersas; en una de las casas un señor formó entre los jóvenes una especie de centro juvenil, nos enseñaba a leer y a escribir, como si fuera una escuelita, era una acción muy linda la que hacía. A él le debo lo que yo medio sé de leer y escribir. Estudiábamos y jugábamos, el señor nos ponía tareas y no nos cobraba nada; los jóvenes de todas las edades que estábamos cerca íbamos todos los días que podíamos, los que estábamos mas retirados éramos nosotros que vivíamos como a un cuarto de hora. 22
En este lugar estuvimos escondidos un año. A veces la policía iba y armaba tiroteos cerca, pero lo que nos favorecía era que esa gente no se metía pa'l monte, también que éramos muy cuidadosos y sólo salíamos a estudiar o ciertas personas a buscar la comida; de resto, permanecíamos en las casitas. Una vez salió mi madre con una señora (a quien le habían matado al hombre con quien vivía en unión libre a principios del conflicto), a una finca que tenían por Santo Domingo, para ver si se encontraban unas habas en la huerta, y se toparon con un campesino viejo al que habían matado y se lo estaban comiendo los perros… llegaron muy aterradas. Mi mamá estuvo muy afligida durante todo ese tiempo, era una situación muy dura, nos tocó trabajar mucho, nos enterábamos de lo que pasaba por comentarios de la gente. Una cosa bien curiosa es que en este tiempo que estuvimos escondidos, mi perrito Bocanegra no pegó ni un solo latido, como que sabía que estábamos asustados y nos cuidó y nos ayudó a conseguir comida. Cuando pasó la parte más dura de ese conflicto todos nos dispersamos y fuimos cogiendo cada uno por su lado, porque había gente de varias partes, cada grupo se desplazaba más o menos para donde conocía. Nosotros salimos para la misma finca de nuestro gran amigo en Capitolio, donde tenía dos casas: una donde él vivía que era grande, y una casita más abajo metida entre el monte donde nos alojamos y duramos harto tiempo, no me 23
acuerdo cuánto, pero ahí si pudimos trabajar y cosechamos papita. Por medio de esta historia trágica yo les transmito a las nuevas generaciones la problemática y el sufrimiento que nos tocaron a nosotros, porque fue una parte de nuestro pasado y del esfuerzo que hicimos para poder estar en este territorio. Viviendo en el territorio desde que nací he aprendido el valor de la tierra, de cultivarla, de darle vida y defenderla, y quisiera que mis nietos y todos los niños le tuvieran el mismo amor que yo. Las dificultades me han enseñado a no temerle al fracaso: dos veces me he quedado sin nada y he tenido que comenzar de nuevo, trabajando honradamente. La tierra es siempre agradecida, y no nos deja desamparados; como dicen: “Vale más sembrar una cosecha nueva que llorar por la que se perdió”. A las situaciones difíciles hay que hacerles frente, y buscar nuevas expectativas para poder sobreponerse uno, salir adelante y volver a comenzar: yo lo pude hacer a pesar de ser tan joven y sin experiencia, y ya sin tener la guía del padre es más complicado, pero yo he sido siempre una persona honesta y muy trabajadora, y por esto siempre aparecen personas iguales a uno que nos tiendan una mano. En este caso fue la familia de nuestro gran amigo que siempre nos apoyó, y que me enseñó a trabajar para salir adelante.
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RECORDAR ES VIVIR Por: Héctor Horacio Gutiérrez y Natalia Chaves5
A mis 73 años se ve la vida toda en un solo conjunto, el pasado deja de tener dudas y preguntas, reconozco que pasó lo que tenía que pasar y de la misma forma me queda por delante lo que tendrá que suceder. Veo mi propia vida en la simplicidad, esa simplicidad tan compleja que no quise ver siendo joven. En este momento es cuando reconozco que hice mucho en mi vida y tengo todavía la energía para hacer mucho más, el camino sigue siendo largo, y es preciso cultivar cada día la palabra para llegar a cosechar la memoria, la esperanza y el amor. Amor que los campesinos debemos a nuestra tierrita, que nos dio la vida incluso en tiempos de grandes dificultades. Escribo hoy para ustedes, los que temen aprender a pesar de su juventud, los que se dejaron opacar por el paso del tiempo, los que perdieron la sonrisa un día de tragedia. Escribo para decir que sigo vivo, y que mientras respire mi aliento enseñará a vivir, sabiendo que recordar es vivir con un nuevo amanecer sumapaceño. Lo hago, aun sabiendo que se me dificulta mucho, porque en mis tiempos
5 Relato creado a partir del trabajo de escritura de las Memorias de Héctor Horacio Gutiérrez.
educábamos hablando, la palabra era el soplo sagrado y la memoria nuestra condición esencial, al no poder guardarlo todo más que en nuestras cabezas. Aunque me duelan las manos, aunque me duelan las vistas, aunque a veces me duela el corazón, escribo para que tú recuerdes mis memorias, para que crezca mi memoria, para ti, joven sumapaceño, que puedes reconocerte en mi relato, y para ti, joven de la ciudad, que olvidas que tus abuelos fueron campesinos como yo. Yo, Héctor Horacio Gutiérrez Cruz, soy hijo legítimo de Miguel Gutiérrez Dimaté y Custodia Cruz. Mi padre, natural de Une y domiciliado en Pasca, Cundinamarca, hombre noble, humilde y sano, de costumbres trabajadoras. Mi mami, nacida y criada en Pasca. La familia que conformaron era liberal, y esa fue la tradición que heredamos sus hijos. Yo nací en Pasca el 22 de abril de 1938. Cuando tenía 3 años mis padres se fueron para el Municipio de Silvania, vereda el Chocho, y de la edad de 10 años volvimos a Pasca a una vereda llamada Corrales, donde me seguí criando muy pobre, ya que lo poco que teníamos lo acabamos con el viaje a Silvania. De niño me tocó vestirme con los pantalones a la rodilla y sin alpargates, mis pies y piernas chistiados, escurriendo la sangre, en un páramo muy frio. Gracias a Dios y al sudor de mis padres, de comer no nos hacía falta, ¡y eso que fuimos 10 hermanos!
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A mí me matricularon en la escuela en 1950. Tenía 12 años en ese tiempo no iban a la escuela los niños pequeños, había jóvenes con bigote y niñas abultadas del pecho. A uno pequeñito lo maltrataban mucho los otros alumnos; a mí me quisieron los jóvenes y señoritas, fui muy memorístico. El primer año los hombres íbamos a la escuela lunes, miércoles y viernes; las niñas iban martes, jueves y sábado. En el segundo año íbamos todos los días revueltos. Salí de la escuela a la edad de 15 años: ya tomaba trago y fumaba cigarrillo, esa era parte de la herencia de mis compañeros. Tenía novia, y quería casarme con ella, pero no sabía de la responsabilidad de un hogar, lo que quería era tener una mujer a mi lado, y corrí con tan mala suerte que ella al año de salir de la escuela falleció. Yo también casi me muero del guayabo de quedar solo, pero con los consejos de mi padre recapacité, y pude enamorarme de nuevo. Desde ahí la relación con mis padres, especialmente con mi padre, fue como la de dos amigos íntimos. Con el paso del tiempo vi que era una necesidad tener un hogar, una mujer e hijos; ya uno en la casa con los padres le parece un poco mal, la cosa debe marchar de otra forma, mejor dicho es una necesidad formar un hogar y tener una mujer al lado que vea por uno. Uno soltero tampoco es responsable con las cosas, diciéndolo vulgarmente puede anochecerle en la porra, mientras que con una mujer sienta cabeza, es más responsable. Inés (mi 29
esposa) es natural del Tolima, de Cajamarca, y llegó a Pasca, a una vereda diferente a la que yo habitaba. En el pueblo de Pasca nos encontramos, y uno de joven empieza a echarle piropos, le dice adiós o la saluda, y así las mujeres escuchan que un hombre las está piropeando, las está poniendo como en un nivel superior, eso les llama la atención y de pronto le ponen cuidado a uno y ya se pueden dialogar, así se empiezan a conocer. Cuando nos empezamos a tratar yo tenía 20 años, ella 21, y duramos 5 años de amores. Así fue que en el año 65 contraje matrimonio con Inés Herrera, que ha sido lo más importante en mi vida después del amor de mi madre. Así como dice el cura: en la pobreza, en la riqueza, en la salud y en la enfermedad se está, siempre viendo el uno por el otro, eso es lo más importante. Soy padre de 11 hijos, nueve vivos y dos muertos. Al comienzo nos llegó una pobreza que no hallábamos qué hacer, en ese tiempo tenía dos hijitos muy pequeños. En 1968, viviendo en la vereda Corrales, me tocaba el exprime de unas vacas que estaban en compañía6, y luego llevar en la espalda hasta una arroba de cuajada a Pasca, me correspondía hacer el mercadito, y vuélvalo a cargar en la espalda tres horas de subida. Un día, el señor Lupercio Hurtado que conocía mi situación, me ofreció garantías dizque muy buenas y
6 Compañía: Forma de trabajo solidario que subsiste en el Sumapaz, en la cual dos campesinos se asocian, uno pone el ganado, otro el cuido, y reparten la ganancia de la producción.
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tomamos la decisión de venirnos de Corrales para San Juan de Sumapaz. En mayo de 1968 empacamos nuestra ropita, la cama y nuestros hijitos, y a la vereda Las Vegas nos fuimos a conocer otros genios y a sufrir la humillación. Uno con el anhelo de tener otra vida, pero al mando de otro se convierte como en esclavo, eso era tremendo; ella madrugando a hacer desayuno para todo el mundo, hacía el almuerzo y veía la ropa de todos. Siempre había oficio, no teníamos ni un rato de descanso. Yo trabajaba en la agricultura, madrugaba, tomaba tinto, y salía a traer la leña para el fogón, me desayunaba y bajaba a trabajar. Por todo eso la recompensa que teníamos era la comida. Pudimos aguantar esta situación por tres años. Como era amigo de don Héctor Alfonso Gutiérrez Penagos, de la vereda Lagunitas, pedí su apoyo y en el año 1971 me trasladé para allá, donde mi situación cambió un cien por ciento en lo personal y en lo económico. Desde muy joven en mi trabajo diario mi anhelo era ser dueño de unas mulas de carga, porque me gustaba mucho la arriería, así pasara el día sin comer y con los sufrimientos que pasa el arriero. Esa vida es alegre y divertida, así esté borracho va contento, se monta en su caballo, se va para donde quiera y se queda donde le toque. Se me cumplieron mis deseos, y llegué a ser dueño hasta de ocho mulas; con esto dedica uno el tiempo que sea necesario a cuidarlas, aparejarlas, herrarlas y tenerlas al día. Yo con mis mulas era feliz, viajaba mucho al sector del Duda y al Palmar, en el departamento del Meta, me 31
gastaba dos días entrando y dos días saliendo. Me tocaba pasar por un campo abierto en el páramo, llevaba remesas de comida, sal, panela y otras cosas que traía desde Bogotá o Cabrera. Esa gente acostumbra a hacer mercado de pronto para un año, entonces uno les entraba lo que ellos necesitaban y sacaba lo que producían: cereales ya secos (alverja, fríjol, maíz). Uno hacia el negocio con la persona, le entraba lo que ella necesitaba y de paso le sacaba lo que producía, y por eso me pagaban un flete. Había que llevarles la lista de lo que se compró y el valecito, y ahí sí ellos le pagaban a uno. Existía la honorabilidad de la palabra, uno decía una cosa y eso se cumplía; hoy en día eso no vale nada, la palabra ya no cuenta, no se respeta. Mi familia me enseñó a ser honesto, nada de problemas, nada de peleas, a mi no me gusta eso, hacía mi negocio, les cumplía y me pagaban. Con mi trabajo y con la ayuda de mi patrón compré una finquita como primera propiedad que aún tengo. En el año 78 me fui para allá, seguí trabajando la de mi patrón y atendiendo mi labor de arriero, yo siempre me he esforzado mucho, bregando a ser lo que me nace del corazón. Me gusta tener mis cosas y trabajar por mí mismo, que nadie me esté empujando, que si quiero dormir todo el día es que la cama es mía, la casa es mía, no que me vengan a sacar. Eso es como un orgullo que uno se lleva, lo mejor que me he podido ganar es tener en estas alturas de la vida donde reposar, donde descansar un rato.
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El 12 de febrero de 1981 falleció mi padre, tras haber sufrido una enfermedad muy tremenda que lo tuvo en el hospital treinta y dos días. Esto para mí fue un golpe muy duro, aunque hay que entender que nos puede pasar a todos, sufrí por la orfandad y porque él era como mi mejor amigo; en todas las cosas que me sucedieran ya no tenía a quien irle a contar. En ese mismo año fui nombrado presidente del Comité Sindical de la vereda Lagunitas, gracias a mi experiencia de tantos años participando en la organización social. La tradición de las organizaciones sociales en el territorio de Sumapaz empieza al calor de la lucha agraria, que inició en el año 1925. En esa época empezaron los campesinos, sometidos y casi esclavizados, a investigar quién era el verdadero dueño de la Hacienda Sumapaz, si era realmente de los hermanos Pardo Roche, porque se estaban cansando de pagar tanta obligación y de trabajar para el patrón. No demoraron mucho en saber que dentro de la Hacienda había tierras de la nación y se las podían adjudicar a ellos, entonces se empezaron a organizar y nombraron una directiva. Esto fue muy difícil, porque era muy escasa la gente que sabía leer y escribir, pero aun así hicieron todos los trámites correspondientes, con la ayuda de Erasmo Valencia y Juan de la Cruz Varela. Esa fue una lucha muy dura que costó muchas vidas, los terratenientes pidieron fuerza pública para que los defendieran, y los colonos se armaron con machetes y escopetas de fisto, y les peleaban sin descansar. Cada día 33
se iban uniendo más colonos reclamando su parcela y al que se estaba quieto lo llamaban “manzanillo”, porque pensaban que con esa actitud lo que estaba era ayudando al patrón. Esta guerra duró varios años, pero los colonos ganaron la batalla, se hicieron dueños cada uno de su parcela que ya venían habitando y cultivando desde tiempo atrás. Llegando a 1945 todo estaba muy tranquilo, la violencia y el conflicto habían cesado, parecían todos como de una sola familia, se ayudaban los unos a los otros y compartían sus productos. Se hacían celebraciones, fiestas hasta de ocho días sin parar, no había ninguna especie de disgustos, porque se respetaban los unos a los otros a pesar de que había hombres muy guapos que habían peleado contra el patronado. Entonces llega el día 9 de abril de 1948, que es cuando asesinan a Jorge Eliecer Gaitán, líder del partido liberal, y toman represalia los liberales contra los conservadores, cogiéndolos y llevándolos a donde estaban acuartelados, pero no les hacían nada, era como una burla al verlos muy asustados pensando que los iban a matar, aunque no era así, esto no pasaba a mayores y no duró mucho tiempo. Muy pronto se les volvió el Cristo de espaldas a los pobres liberales, y a ellos sí los cogían, los torturaban y los masacraban, diciendo que los tenían que acabar porque eran muy malos, por el sólo hecho de ser liberales. Estos se empezaron a organizar para hacerle frente a los conservadores, que salían vestidos de militares 34
y se hacían llamar los chulavitas, a los liberales los llamaban chusmeros, y empezó la guerra más inhumana que se haya podido conocer en este territorio. Los chulavitas arrasaban despiadadamente con todo lo que se encontraban en su camino, violaban a las mujeres en presencia de sus esposos y el resto de la familia, a los bebes los tiraban al aire y los recibían con la bayoneta que ponían en la punta de su fusil. Viendo todas estas injusticias que se venían cometiendo en contra de los campesinos, los chusmeros se armaron como Dios les ayudó y empezaron a hacerles frente (a los chulavitas). Cada día era más fuerte el conflicto y cobraba más víctimas de parte y parte. Así llegaron al día 3 de marzo de 1953, cuando salieron unos chusmeros del oriente del Tolima para ver qué era lo que estaba pasando en el Sumapaz, y se encontraron que en el pueblito de la Concepción había una celebración y estaban algunos de los mandos superiores de los chulavitas. Los chusmeros no hallaron otra forma de vengarse que la de prenderle candela al pueblito. Ese día hubo muchas pérdidas humanas y económicas que acabaron con buena parte de la tradición cultural de ese lugar. Después de eso se enfurecieron mucho más ambas partes, se puso más grave la situación para los habitantes que no estaban alzados en armas y se vieron obligados a salir del territorio, en una evacuación muy terrible sin ninguna consideración: a muchos los mataron por el camino, otros murieron de hambre y frio, pues no llevaban 35
nada para comer, no habían alcanzado a sacar nada, no sabían para dónde iban, estaban atenidos a los buenos corazones. Todo este páramo permaneció muy solo, los chulavitas quemaron las casas en su mayoría, divirtiéndose mucho mientras las veían arder; las casitas que con mucho esfuerzo habían construido los campesinos para alojar a sus familias humildes y trabajadoras. Los que lograron salir con vida, unos se fueron para los municipios vecinos como Pasca, Une y Usme, otros se fueron para la Sabana de Bogotá a buscar trabajo para ganar el sustento, para poder mantener a sus familias, y de paso a volver a sufrir los rigores de los patrones que encontraban, como los grandes agricultores de papa que les daban trabajo a los que llegaran desde que fueran guapos y buenos obreros campesinos. Así pasaron algunos años como forasteros y esclavos del trabajo, echando azadón adonde les saliera para medio poder comer y mantener a la familia. Sólo guardaban el recuerdo de que habían tenido el modo de poder vivir sin tanto sufrimiento, pero lo habían perdido todo, y ahora tenían que empezar una nueva vida. A algunos no les fue tan mal, consiguieron la forma de poder medio vivir, tratando de olvidar todos los sufrimientos que habían pasado en esta etapa de violencia. Hacia 1958empezaron a regresar algunas familias, a reconstruir las casitas en sus fincas, a tratar de sembrar y criar ganado. Llegaron cada vez más, aunque con mucho 36
miedo, pensando que de pronto se viniera otra época de violencia igual, pero con el pasar del tiempo la gente se fue olvidando de la tragedia, y ahora sólo piensan en su acomodamiento económico, sólo en el capital, y se olvidaron de la defensa del territorio. En el año de 1982 sufrí una enfermedad en los ojos y me puse en manos de los médicos, adonde decían que había un médico bueno, allá iba como durante un año. Por último un señor Roberto Mendoza me ayudó económicamente. Me tuvieron seis meses en controles y no se me encontró otra solución que la de ser operado. Hice todos los trámites y me hicieron esa cirugía; quedé otros seis meses en tratamiento para ver si recuperaba la vista pero fue imposible. De ahí en adelante quedé con esa discapacidad en una vista y ya no pude trabajar en oficios muy pesados, porque la cabeza no le sirve a uno muy bien, de modo que empecé a recibir algunos talleres de capacitación en el manejo del movimiento comunal, sindical y organización de masas. Así fue que yo seguí adelante, y en 1985 la comunidad de la vereda Lagunitas me eligió presidente de la Junta de Acción Comunal, esa Junta estaba muy olvidada, la Personería Jurídica ya se iba a perder y no registraba ningún reconocimiento hacía varios años. Yo le dediqué todo el tiempo necesario para volverla a legalizar y ponerla al día con toda la reglamentación, con ese trabajo me hice mucho más conocedor de Bogotá, sus instituciones distritales y a dónde puede uno dirigirse a hacer solicitudes. 37
Con la Junta Comunal de Lagunitas pedíamos, pero como el Estado no daba lo suficiente para poder solucionar todas esas necesidades, entonces nosotros nos dirigíamos por medio de cartas a los representantes del Concejo Distrital de Bogotá, de la Cámara, del Senado, ellos manejaban unos rubros y eran autónomos de poderle dar algo a las comunidades. Nosotros pedíamos el mejoramiento de los caminos, de las escuelas, la educación que ha sido el punto más importante, todos pensábamos en cómo poder educar a los hijos, la secundaria era muy difícil, pero que al menos tuvieran acceso a la primaria. La mayor parte del sostenimiento de las escuelas estaba en manos de las comunidades: con nuestra propia fuerza cargar de todo lo que se necesitara y construir en los lotes que nos regalaban algunos dueños. Eso se logró con las Juntas, que eran la unión de la comunidad en torno a una idea, eran la común unidad de los sumapaceños organizados, pensando siempre en vivir mejor. Logramos también que nos pusieran algunos puestos de salud, al principio para por lo menos tener acceso a un médico en la comunidad, así hubiera que pagar. Llegó un médico a atender a la gente con subsidio, arrendamos una casa de familia para que los médicos pudieran atender como si fuera un puesto de salud, y otro señor puso una especie de droguería. Así iba yo trabajando cuando de nuevo mi corazón sufrió una fuerte herida el 5 de marzo de 1986, con la muerte de mi madre en la ciudad de Cali. En ese entonces 38
no había líneas telefónicas en la región y tocaba escribir cartas, era muy difícil la comunicación. Me llegó la carta a San Juan exactamente el día del entierro pero dos horas después de éste. Figúrense cuál no iba a ser mi angustia y mi dolor en ese momento al no poder verla por última vez aunque fuera muerta. Ir después a una misa y ver adónde había quedado. Ese pesar que me quedó casi no lo puedo olvidar, por más que yo lo intentaba todos mis esfuerzos eran perdidos,
huérfano de padre y madre seguía mi
diario batallar de la vida, y le pedía a Dios me ayudara a darme valor para aguantar no se qué cosas más adelante. Cuando llegamos a 1991 con la nueva Constitución Política de Colombia, el Distrito Capital se divide en 20 localidades y le corresponde a Sumapaz la 20. El presupuesto que le entra al Distrito se reparte entre éstas, somos Bogotá rural y nos dan un rubro, tuvimos la oportunidad de tener una representación, una Junta Administradora Local (JAL) y alcalde local. Esto mejora mucho la situación, dándole solución a diferentes necesidades de la comunidad, principalmente en vías carreteables, mejores construcciones en las escuelas (algunas con canchas deportivas), llegamos a tener colegios de secundaria, salones comunales y otros beneficios; en la Junta de Acción Comunal (JAC) tuvimos más trabajo. La pelea más verraca ha sido pidiendo y pidiendo mucho para ver si nos dan un poquito. Yo realicé varios contratos con el Fondo de Desarrollo Local de Sumapaz. En ese entonces el Presidente de la 39
Junta se ganaba un 15 % de las utilidades, pero se hacían muchas más obras porque no había tanta corrupción. Desde la ley 80 de 1993 se dificulta la contratación de las Juntas Comunales porque se debe tener tarjeta profesional, años de experiencia y un capital disponible para respaldar el contrato. Como las JAC no son organizaciones con ánimo de lucro y no tienen capital disponible, no pudieron contratar más. Desde entonces los contratistas, por cumplir con los requisitos, se están ganando el 35% del monto del contrato (cosa que nunca lograré comprender); como quien dice, “tome pero deje”. Dicen que asignan un monto muy elevado, pero en la práctica lo que se invierte es menos del 50 % y el resto ya tiene dueño desde que fue aprobado, y las comunidades siguen con las necesidades, siempre es la misma historia, y entonces dicen: “es que al Sumapaz se le invierten muchos millones de pesos al año para ser una población tan pequeña”, pero lo que en realidad se invierte es muy poco, por eso debemos mirar con las gafas puestas y ayudarnos hasta de lupa, no podemos dejar que se sigan llevando la plata. De nuevo, las sorpresas de la vida me entristecen. Yo desde que formé mi propio hogar por varias razones he vivido lejos de mis hermanos. No porque seamos contrarios, sino por cosas del destino; el cariño de hermanos siempre ha sido el de respetarnos y querernos, y más en los momentos de enfermedad estamos presentes para ayudarnos, pero la vida al pasar, como da momentos 40
de gran felicidad también da momentos de mucha histeria y dolor. Piensen por un momento, cuál sería mi guayabo cuando en el año 2000, el 17 de julio falleció mi hermano menor, Omar Saúl Gutiérrez, siendo un joven de sólo 45 años de edad, y en el año 2002, el 9 de Julio en Pasca, falleció mi hermano mayor Rafael Cruz de la edad de 72 años. Como en cualquier familia todos los hermanos son queridos, pero más los hermanos mayores y los menores, a mí me ha tocado sufrir esas dos penas pero así sigo mi destino y mi lucha con las dificultades que se pueden presentar en el camino. Me ha gustado participar en los concursos del Departamento Distrital de Acción Comunal: en el año 2002 con mi apoyo como presidente de la JAC, concursamos en un proyecto y nos ganamos un premio a la Junta que tuviese más experiencia en los temas de conciliación y que hubiera solucionado algún problema grave. Nosotros lo hicimos, arreglamos un conflicto de peleas a muerte entre cuatro familias. El 6 de noviembre de 2008, la alegría inundo mi corazón: salimos con varios adultos mayores de paseo para la Costa Atlántica, esta es una ganancia del trabajo con los adultos que hemos venido solicitando en los Encuentros Ciudadanos, recreación y salidas fuera de la localidad. Con este paseo nos damos cuenta de que hay momentos en que uno gana lo que sueña, que el trabajo constante y decidido produce los resultados esperados, y es una motivación para seguir luchando por los derechos y los deseos de los campesinos sumapaceños.
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En el viaje pude experimentar muchas cosas que no conocía, como viajar en avión y navegar a bordo de una lancha en el mar. Nosotros nunca habríamos tenido la oportunidad de hacer algo así debido a la situación económica en que vivimos. Yo soy de los pocos que ya había tenido el gusto de conocer el mar. Mientras voy en el avión mirando el cielo, el pasado se funde con el presente y recuerdo que de noviembre 23 al 25 de 2001 se realizó el Diecisieteavo Congreso Comunal Nacional, en el departamento de Sucre, ciudad de Tolú. En esos tiempos yo era el presidente de Asojuntas7 de la localidad 20 de Sumapaz y pude salir como delegado a este evento. Pasamos veinticuatro horas en el recorrido en bus de Bogotá a la ciudad de Santiago de Tolú y pensar que en el avión es tan poco tiempo. Allí estuve 3 días; conocí las comunidades de ese departamento como los negritos y negritas, cuál es su trato con los blancos, cómo es su alimentación y qué trabajan, entre otras cosas, en pesca y artesanía. Además de las políticas aprendidas del Congreso llevé mucho qué contar a mis comunidades, coge uno conocimientos de la importancia que tienen las Juntas Comunales y el movimiento comunal en el país, especialmente para las clases medias y obreras. Aprendí montones, pero lo más bello fue conocer el mar: estar uno bañándose en esa agua, acostarse en la arena y disfrutar
7 Asociación de Juntas de Acción Comunal.
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del calor, ver las lanchas, los buques pesqueros, y en la inmensidad los grandes barcos de carga y pasajeros. El mar… el mar, que tendré la oportunidad de visitar de nuevo. Un sonido en el avión me saca de mis pensamientos y anuncia que aterrizaremos en Santa Marta. Después de dejar el equipaje en el hotel fuimos a las playas del Rodadero y vimos las olas furiosas rompiendo en la costa. Visitamos la Quinta de San Pedro Alejandrino y ahí nos contaron toda la historia del libertador Simón Bolívar; el Puerto Marítimo de Santa Marta y el Morro desde donde se alcanza a ver los buques gigantes en el horizonte; la playa de Taganga, que fue donde montamos en lancha y me bañé en el mar. El tercer día de viaje nos desplazamos a Barranquilla y conocimos Ciénaga, la zona bananera, y nos contaron que ahí hubo una gran masacre hace algunos años contra los miembros de una organización sindical8. También vimos el Puerto Marítimo de Barranquilla y el zoológico, en el que hay muchas especies de animales que no conocía, ya que en tierra caliente se dan animales que en el páramo no se ven; pasamos por muchos sectores inundados a tal punto que se ven las casas tapadas por agua hasta la mitad, el ganado ahogándose y los cultivos perdidos por la inundación, ¡qué dolor perderse la comida y saber que todos los campesinos vivimos lo mismo! Que tu trabajo, las semillas, la esperanza queden sepultados, por 8 Masacre de las bananeras 1928.
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inundación, sequía o los bajos costos de los productos agrícolas, produce un gran pesar. De paso hacia Cartagena estuvimos en un sitio llamado el Volcán del Totumo, que lo tienen cercado porque el barro negro que brota de su interior es muy medicinal, uno lo frota sobre su cuerpo y después se lava en una laguna que hay al lado. Ya en la ciudad estuvimos en Boca Grande, pasamos por un parque donde había un par de zapatos muy grandes de cobre, visitamos el Castillo de San Felipe, la estatua de la India Catalina, la ciudad amurallada, el Estadio Metropolitano y la Bahía. En mi opinión, Cartagena fue la ciudad más linda por sus riquezas y las costas que la rodean. Al hacer la evaluación final del viaje los adultos mayores dijimos que fue muy bonito, y que conocimos cosas que a nuestra costa hubiera sido muy difícil poder hacer por la situación económica en que vivimos, los ancianos sumapaceños. Dimos las gracias, y que estos eventos se sigan realizando cada año. Todos muy contentos y con muchos anhelos, primero de contarle a nuestros amigos todo lo que habíamos conocido, y de seguir trabajando. A participar en la discusión del plan de Desarrollo, ¡y que dejen recursos para volver a viajar a la Costa Atlántica! Yo sigo sin parar y sin descanso. En la primera semana del mes de febrero de 2009 hice parte de la Asamblea del Comité de Participación Comunitaria Copaco, que se realizó en Chinauta, Cundinamarca, para discutir algunos 44
proyectos en salud del Hospital de Nazareth nivel I, que es el que tenemos en el Sumapaz y atiende las enfermedades que cada día se presentan a todos los sumapaceños que tenemos régimen subsidiado, aunque debería atender a la totalidad de la población. A mí nadie nunca me ha dicho qué es lo que toca hacer a beneficio de una comunidad, me nace esa idea de ayudar a las comunidades para que tengan un futuro mejor, un bienestar de vida, eso es lo que me ha llevado a estar metido en las diferentes organizaciones y eventos que sean a beneficio de la comunidad, aunque a veces no lo agradecen algunas personas y dicen que eso ya tenía que pasar, pero los beneficios se ganan con esfuerzos que muchos no ven, aunque disfrutan de ellos. En esta vida no todo es color de rosa, ni todos son gozosos, detrás vienen los dolorosos, que llegan cuando uno menos lo espera y le interrumpen la tranquilidad. Es el duelo, a mí ya me ha tocado varias veces. En esta ocasión fue el fallecimiento de una hermanita querida y apreciada por todos mis hermanos: Gladis Miriam Gutiérrez Cruz, que falleció el día 25 de marzo de 2009. Sus exequias fueron en la ciudad de Fusagasugá, donde con gran pesar y llanto nos tocó darle el último adiós. Y pensar que por todas esas etapas tenemos que pasar todos perdiendo hasta lo más querido: madres hermanos, esposa, esposo e hijos, nietos y demás familiares, amigos que nos han acompañado en la vida.
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Tuve el gusto de participar nuevamente en otra Asamblea del Copaco que se realizó en la cercanía del Espinal, Tolima, los días 6, 7 y 8 de noviembre de 2009, discutiendo los proyectos de salud que hay que ejecutar en el año 2010. También para que los usuarios y trabajadores del Hospital tengan en cuenta que todos tenemos unos deberes y unos derechos en salud, que no dejaremos perder estos esfuerzos que con grandes dificultades hemos venido defendiendo, para el beneficio de la comunidad sumapaceña. Otro evento en el que participé fue en el Décimo Congreso Nacional de Fensuagro, que se realizó en Bogotá los días 3 al 6 de diciembre de 2009, donde se hicieron delegaciones nacionales e internacionales de los distintos sindicatos que existen, todos con la política de defender la clase obrera y el campesinado para que tenga derecho a la tierra y defendiendo su territorio. Aquí me di cuenta que en todos los rincones del mundo hay inconformidad y se lucha en contra de las leyes de los mandatarios del universo, que quieren tener a los trabajadores bajo su dominio, privándolos de sus derechos y pagando impuestos hasta para dormir. Como también hago parte del Consejo Local de Cultura Sumapaceña, asistí a la Asamblea Anual de la Cultura del 2009 que se realizó en la ciudad de Girardot, del 16 al 19 de diciembre de 2009, éramos unas sesenta personas, entre ellos los presidentes de las JAC de la localidad de Sumapaz. Esto no fue un paseo, sino una 46
jornada de trabajo, un poco pesada porque allí es donde se discute sobre los proyectos de la cultura para ejecutar en el año siguiente, y por lo tanto el Consejo de Cultura debe saber cuáles son los proyectos, los recursos asignados y el tiempo de ejecución para así mismo hacerle la veeduría ciudadana por parte de los campesinos, que debemos verificar que los recursos se inviertan y no queden en manos de la corrupción. Así se está terminando el 2010, y yo siempre cada año recojo más experiencias y más conocimientos, porque nunca me he retirado de las organizaciones y siempre me ha gustado ayudar a las comunidades a que tengan un futuro mejor en educación, salud, vivienda digna, atención al adulto mayor y a las personas en condición de discapacidad. Mientras tenga vida en estos años que entran, mis ideas seguirán siendo las mismas: seguir luchando frente a las entidades gubernamentales para que el desarrollo de las obras en la localidad no quede inconcluso, y ayudando a defender los proyectos. Por eso yo les digo a los jóvenes que nunca es uno viejo para estudiar, eso no tiene edad, lo que se tiene es un interés, y como los jóvenes son el futuro de las organizaciones cívicas y comunitarias que el campesinado necesita hoy a nivel de todo Colombia, yo les recomiendo que para entender deben hacer parte de las organizaciones campesinas, que son las más olvidadas por las instituciones gubernamentales que sólo miran el campo como la despensa de la ciudad. Yo les cuento a todas las comunidades campesinas que mi vida ha sido 47
estar siendo parte de las organizaciones cívicas, como lo son el Sindicato de Trabajadores Agrícolas del Sumapaz, Sintrapaz, la Asociación de Juntas Comunales de la localidad 20 de Sumapaz, la Junta Comunal de la Vereda Lagunitas, de la que fui presidente por veinte años, el Consejo de Cultura de Sumapaz, el Consejo de Personas Mayores, el Comité de Movilidad y Maquinaria del Fondo de Desarrollo Local del Sumapaz. En la actualidad, soy delegado de Asojuntas a la Federación Comunal de Bogotá, al Comité de Abuelos de la Vereda Lagunitas, al Comité de Participación Comunitaria Copaco del Hospital de Nazareth, y comisionado a la discusión del Plan de Desarrollo del Sumapaz. Ya sólo me queda invitarles a unir esfuerzos, a organizarnos y a defender nuestro territorio y el agua como base primordial de la vida. Todos sabemos que sin agua no hay vida, ni humana ni animal, y que por eso es un bien común. Las grandes transnacionales no le quitan la mirada al Sumapaz, porque es un pulmón del mundo, aquí está toda la riqueza hídrica, ya que éste es el páramo más grande del universo. Sin el precioso líquido del agua no hay vida, por eso el agua no es una mercancía, el agua no se vende, es una necesidad vital y debe ser para todos. Tenemos derecho a acceder a ella sin que la empresa privada se lucre con la sed y el hambre que genera. Nosotros somos hijos de esta montaña y como tales debemos velar y esforzarnos por su bienestar, yo les pido que busquemos las organizaciones y nos unamos para 48
defender nuestras aguas y nuestro territorio, volviendo a las costumbres tradicionales de nuestros abuelos, recordemos que ellos nunca tomaron aguas tratadas y así vivían hasta los cien años sin sufrir tantas enfermedades como hoy en día, que los niños nacen ya con las miles de enfermedades, y son sometidos a ser operados y no sé qué otras cosas más. También porque antes no se contaminaba el agua ni el suelo con químicos ni con basuras, y por esto la salud era mucho mejor. Debido a esto mi recomendación es siempre que no dejemos de participar en las organizaciones, que los jóvenes que son el futuro del mañana se apropien de lo que les pertenece hoy por herencia y por ley. Propongo unir esfuerzos en la defensa del agua y del territorio avalados en la constitución, y que se respeten los derechos sociales a los grupos de personas que hemos habitado este páramo desde la época de nuestros abuelos ancestrales, que nacieron y murieron defendiendo y sembrando vida en esta tierra. A pesar de mi avanzada edad no pierdo el anhelo de seguir adelante buscando ese mejoramiento de las condiciones de vida de las personas en la región y el desarrollo de las obras en la localidad, hasta cubrir todas las necesidades básicas para que podamos llevar una vida digna. La vida sigue, el futuro se construye desde el pasado, nunca olvides que recordar es vivir con un nuevo amanecer sumapaceño de historia de vida. 49
Así me la he pasado haciendo todo igual. No más porque estoy enfermo y no puedo ya trabajar, pero siempre sigo siendo un líder comunal. Yo desde muy pequeño aprendí mucho a trabajar, por eso ahora que estoy viejito que me dejen descansar. Todas las novias que yo tuve podrían hacer un congreso, y dictar sus propias leyes en lugar de hacerme rezos. Pobrecito el viejo Horacio, tanto como trabajó, pero por no cobrar nada, mucho se empobreció. Ahora que está tan enfermo le deberían ayudar, con un mejor trato para que ya no joda más.