revista E Malpensante139

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el malpensante

• lecturas paradójicas • marzo 2013 lecturas paradójicas

139 marzo 2013 | www.elmalpensante.com

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SUMARIO © óscar pérez sánchez • editorial thule

el malpensante n° 139 • marzo de 2013

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No estuvo bien El 5 de marzo pasado fue revelada la muerte de Hugo Chávez. Lo que pasó en sus últimos meses, quién gobernó realmente Venezuela durante ese tiempo y los tejemanejes que rodean la transferencia del poder han transcurrido lejos del pueblo venezolano, entre lo inconstitucional y el misterio. por santiago o’donell

30 la tierra elegida Doctor J. y míster B. El encuentro entre Samuel Johnson y James Boswell parecía un simple cruce de historias desiguales. Así fue hasta que La vida de Johnson, obra de 2.000 páginas firmada por Boswell, se convirtió en una de las mejores biografías de la historia. columna de juan forn

Combate del cineasta con el arquitecto Además de dirigir películas como El imperio de los sentidos y Furyo, Nagisa Oshima era un entusiasta bebedor. Este recuerdo de una tarde de cine y botellas junto a él perfila su endemoniado carácter. por donald richie

32 La ejemplar vida fracasada de Camilo Torres En breve, Icono Editorial publicará una nueva edición de Camilo, el cura guerrillero, la extraordinaria biografía escrita por Joe Broderick sobre Camilo Torres. Los ideales y tropiezos del militante del eln dan vida a un personaje complejo, y convierten el libro en una pieza difícilmente clasificable. “Novela, reconstrucción histórica y sociológica”, así la describe Antonio Caballero en esta reseña escrita en 1987, incluida en la reedición de la biografía. por antonio caballero

Instrucciones para hacer el mejor vino del mundo una entrevista con aubert de villaine En un poblado minúsculo de la Borgoña crecen las uvas de uno de los mejores viñedos de Francia. Las barricas del Dominio de la Romanée-Conti encierran siglos de historia y la esencia de un terreno privilegiado. En estas páginas, el heredero de esa tradición revela sus secretos. por renée kantor

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Sobre los buenos sentimientos y la poesía La poesía ha pasado a ser mucho más humanista que humana. Con este cambio, la mezquindad, el egoísmo, el rencor y la vileza parecen haber sido


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desterrados de los versos. ¿En qué lugar de la poesía pueden encontrarse aún esos sentimientos? por rafael reig no lo veo claro Pooh Donde casi todos vemos un osito sonriente y cursi, un grupo de psiquiatras encuentra un animal microcefálico, obeso, hiperactivo y adicto a la miel. Los diagnósticos de Winnie Pooh y los demás habitantes del Bosque de los Cien Acres –escritos a manera de chiste pero asumidos muy en serio por la comunidad médica– hacen pensar que son otros quienes necesitan ayuda psiquiátrica. columna de andrea palet

44 Breviario Un concierto con Elgar ¿Cuál es la peor compañía para ir a un concierto? La angustiosa experiencia de asistir a una presentación de la Sinfonía fantástica junto al compositor Edward Elgar parece insuperable. por compton mackenzie

Recetas para preocuparse El sitio web edge.org promete “preguntar a las mentes más brillantes de nuestro tiempo lo que ellas mismas se están preguntando”. Sus respuestas a “¿por qué preocuparnos?” dan como resultado este coctel de paranoia y desasosiego. por jesús silva-herzog márquez Torta de marihuana (la receta literaria) Para cumplir con el encargo editorial de escribir un libro autobiográfico a manera de recetario, la entrañable pareja de Gerturde Stein comenzó a reunir toda clase de platos. Un capítulo está dedicado al sutilmente llamado “fudge de hachís”, nada distinto a una torta de marihuana. por alice b. toklas

48 El estante de abajo En la literatura, como en la vida, se puede discriminar sutilmente. La autora de The Wife explora el tenue entramado que relega a un segundo plano la ficción escrita por mujeres. por meg wolitzer 54 la comba del palo Para decir “prostituta” en chino Las muy variadas formas en que los chinos han llamado a las prostitutas a lo largo de la historia

demuestran cuánto puede el lenguaje decirnos sobre aquello que nombra. por mauricio rubio

56 Retratos definitivos un perfil de sara facio Además de tomar la foto icónica de Julio Cortázar apretando un cigarrillo entre los labios, Sara Facio retrató a Jorge Luis Borges, Alejandra Pizarnik, Pablo Neruda, Onetti, Vargas Llosa, García Márquez y Alejo Carpentier, entre muchos otros. Su libro Retratos y autorretratos contiene esa memoria gráfica de la literatura latinoamericana capturada entre 1967 y 1970. Este perfil revive tales imágenes y escudriña en la inquietante personalidad de quien fundó la editorial fotográfica La Azotea. por leila guerriero 68 el arte del trapecio Chávez y la izquierda colombiana Tras la desaparición del caudillo venezolano, perfiles y análisis de su gestión inundan los medios y las redes sociales. Ninguna mirada medianamente seria pasa por alto que, al margen de los muchos aspectos polémicos de su gobierno, Chávez logró materializar algunos ideales de la izquierda latinoamericana. ¿Qué puede aprender de ello la desarticulada izquierda de Colombia? columna de francisco gutiérrez sanín 70

La casa un cuento de juan andrés ardila

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Lo que el amor les hace a los poetas un poema de ezequiel zaidenwerg

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especial Breve guía de momias comunistas La posibilidad de que Hugo Chávez pueda ser embalsamado ha vuelto a recordar la cómica tradición izquierdista de preservar en formaldehído a sus más apreciados hombres públicos. Aunque muchos déspotas y dictadores del comunismo tuvieron en vida un poder incuestionable, al morir no corrieron con la misma suerte. por atlas obscura

82 el último de la fila Birgit Tanck

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NO ESTUVO BIEN A propósito de la muerte de Hugo Chávez

por SANTIAGO O’DONNELL El 5 de marzo pasado fue revelada la muerte de Hugo Chávez. Lo que pasó en sus últimos meses, quién gobernó realmente Venezuela durante ese tiempo y los tejemanejes que rodean la transferencia del poder han transcurrido lejos del pueblo venezolano, entre lo inconstitucional y el misterio.

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a muerte de chávez estuvo mal. No digo la muerte en sí, todos vamos a morir, pero cómo se manejó desde el poder, ocultando la verdad a toda esa gente que se preocupaba por él y que salió a la calle a llorarlo cuando finalmente le dijeron que Chávez había muerto. Esa gente, ese pueblo, se merecía la verdad. Yo entiendo que en la política no conviene mostrar debilidad. Entiendo que la construcción del mito sirve para afianzar a los herederos políticos del comandante. Entiendo que se quiera preservar todo lo que hizo Chávez por la inclusión social en Venezuela y por la unidad latinoamericana. Pero lo que hicieron me sigue pareciendo una falta de respeto. No soy un experto, pero me parece que una persona que es operada de cáncer al menos cuatro veces en menos de un año y medio tiene un cáncer galopante y no está en condiciones de gobernar. Ya en la campaña para las elecciones de noviembre se lo vio a Chávez todo hinchado de cortisona y él mismo reconoció que tenía que tomar poderosos calmantes para controlar el dolor.

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9 © óscar rivera • xinhua press • corbis


Después estuvo tres meses en Cuba prácticamente sin dar señales de vida, encerrado en un hospital de un país que depende económicamente de lo que decida el enfermo o su eventual sucesor, sin que puedan verlo los presidentes extranjeros que viajaron a visitarlo, ni nadie que no pertenezca al círculo íntimo de Chávez y tenga el visto bueno de los hermanos Castro. Los cubanos manejaron la comunicación desde la isla como lo vienen haciendo desde que triunfó la revolución, hace ya muchas décadas: siguiendo a rajatabla el modelo totalitario propagandístico de las dictaduras china y soviética. Salvo en Corea del Norte, Irán, Cuba y países por el estilo, cuando una persona importante se enferma, ni hablar el presidente, se estila que el médico que lo trata o el jefe del equipo médico informe periódicamente sobre el estado de salud del paciente. Alguien que se haga responsable desde el punto de vista médico y diga qué enfermedad tiene el paciente, en qué consisten las operaciones que se le realizan, qué órganos están afectados y cuál es el tratamiento que se le practica. Información básica. No hace falta entrar en detalles ni hacer un reality. Tampoco se puede negar lo evidente. En el caso de Chávez, todavía no sabemos qué tipo de cáncer sufrió, ni qué le removieron en las intervenciones quirúrgicas, ni de dónde se lo removieron; nunca se supo si lo conectaron o no a un respirador artificial, pese a que se dijo muchas veces desde el gobierno que Chávez padecía una infección pulmonar; no se sabe si estaba bajo el efecto de la morfina y ni siquiera se sabe si en algún momento estuvo inconsciente durante los tres meses que estuvo en Cuba, según los chavistas, gobernando Venezuela. Entonces, me parece, es lógico que mucha gente empiece a poner en duda la información fragmentaria

Entiendo que se quiera preservar todo lo que hizo Chávez por la inclusión social y por la unidad latinoamericana. Pero lo que hicieron me sigue pareciendo una falta de respeto

e incompleta que dieron Maduro y un par de ministros, convertidos en portavoces de médicos que ni siquiera se sabe quiénes son. No hace falta odiar a Chávez, ni tener amigos en el exilio de Miami, ni ser golpista para desconfiar. Anoche, un médico legista me dijo que preparar un cuerpo para ser exhibido durante diez días sin descomponerse lleva días, no horas. Pero Chávez empezó a ser mostrado pocas horas después del anuncio de su muerte y según los testigos estaba rozagante. Las fotos con las hijas y con la tapa del Granma de ese día, al mejor estilo Fidel; el tweet anunciando que estaba contento de volver a Venezuela; la limpia y vigorosa firma estampada en el único decreto que supuestamente firmó durante su última convalecencia en Cuba; la ausencia de familiares y funcionarios en el Hospital Militar, después de su vuelta, mientras supuestamente se estaba curando, tras aterrizar sin que nadie lo vea; las supuestas discusiones de gabinete y enérgicas órdenes que les daba a sus ministros, cuando 10

después resulta que no podía hablar porque le habían practicado una traqueotomía... en fin, un montón de cosas que pueden ser verdad. Pero cuando un gobierno oculta información básica, si somos honestos, creo, vamos a sospechar. ¿Y qué importa si hubo ocultamientos y aun mentiras si todo se hizo en función de un bien común, el de preservar los grandes logros de la Revolución Bolivariana? Bueno, está bien. Ignoremos eso y también el fracaso económico, el dólar en negro, la inflación récord, la criminalidad récord, la corrupción, las valijas, la patotas armadas que fungen de milicias chavistas, la Corte Suprema de mayoría automática, el odio hacia Estados Unidos cuando le vende todo su petróleo a Estados Unidos, el enfrentamiento con las organizaciones nacionales e internacionales de derechos humanos, ignoremos que no hubo dictador en el mundo que Chávez no abrazara. Hagamos de cuenta que hay golpes de Estado buenos, como el que dio Chávez, y golpes de Estado malos, como el que le hicieron a Chávez. Pasemos por alto estos detalles y vayamos al día en que anuncian su muerte. Me parece que para anunciar un complot internacional, sobre todo en un día de tanta sensibilidad para los venezolanos, hay que ser un poquito más serios, quizás hasta se podría mencionar alguna prueba. Y decir que le inocularon el cáncer, justo en ese momento, ¿no es jugar con los sentimientos de la gente? Así llegamos a la Constitución. Y sí, voy a decir lo mismo que dice Capriles, ese rival tan odiado por el chavismo. No lo digo porque lo dijo Capriles, sino porque leí la Constitución. Mi impresión es que no la están cumpliendo. Más bien, que el gobierno venezolano está manipulando la Carta Magna chavista para afianzar el liderazgo de Maduro en defensa del modelo carismático


cesarista plebiscitario que moldeó el comandante. La Constitución venezolana dice que si la ausencia del presidente se produce antes de la jura, tiene que asumir el presidente de la Asamblea, que no es Maduro sino Diosdado Cabello. Lo dice muy claro. También dice que el presidente tiene que asumir el 10 de enero y no cuando pueda, en otra fecha. También dice que ni el vicepresidente ni miembros del gabinete pueden ser candidatos en una elección para reemplazar al presidente. También dice que el vicepresidente debe ser nombrado por decreto presidencial, ya que no es un cargo electivo. Pero por suerte para los chavistas, gracias a sucesivas ampliaciones Chávez se aseguró una mayoría automática en el Tribunal Superior de Justicia (tsj), órgano de 32 miembros con el que reemplazó a la vieja Corte Suprema de siete jueces a partir de la Constitución de 1999. En sucesivos fallos hechos a medida de Maduro, el tsj falló que Maduro podía ser el “vicepresidente ejecutivo” aunque Chávez no había firmado ningún papel nombrando a Maduro vicepresidente, por el solo hecho de que Maduro había sido vicepresidente en el período anterior; después falló que Chávez podía jurar cuando y donde quisiera, sin que por eso se pusiera en duda que estaba al mando y en control del país, cuando era evidente que no estaba en condiciones de hacerlo, solo para sostener a Maduro; después habilitó la candidatura de Maduro para las próximas elecciones al inventar el cargo de “presidente encargado”. O sea, para que se entienda, la Constitución prohíbe al vice y los ministros ser candidatos, pero no al “presidente encargado”, pero porque ese cargo no existe, no figura en la Constitución. Mejor dicho, no existía. La maniobra se consumó el viernes 8 de marzo en una juramentación que, le-

jos de los treinta y pico mandatarios que asistieron al funeral de Chávez, apenas contó con la presencia de Correa, los presidentes destituidos de Honduras y Paraguay y una ex senadora colombiana expulsada del Congreso de su país, todos ellas personas muy repetables, pero con un peso simbólico relativo a la hora de la legitimación. Ese es el problema que yo le veo a esta situación. Entiendo que Lula, Dilma, Insulza y los estadounidenses estén preocupados porque la transición es un momento delicado en un país tan polarizado como Venezuela, y nadie quiere problemas. Entiendo que los Castro estén preocupados por el petróleo regalado, porque medio siglo de experimento comunista no les alcanzó para darse cuenta de que así la economía no funciona. Pero toda esta manipulación que se hace para fortalecer a Maduro, a la larga o a la corta, podría debilitarlo. Porque podemos pasarnos días enteros hablando de las falencias y las debilidades de las democracias formalistas y neoliberales que colapsaron en Venezuela y otros países de región. De cómo esas democracias fracasadas fueron interpeladas y reemplazadas por la camada de caudillos personalistas que lideró Chávez. Pero algunas formalidades parecen necesarias. Decir la verdad aunque duela, por ejemplo, o respetar la Constitución cuando no me conviene. No para retroceder, ni para entregar el país, ni para bajar las banderas, sino para estar mejor. Para progresar a partir de lo que ya fue, más allá de lo malo y de lo bueno.  santiago o’donnell (argentina, 1963). Editor internacional del diario Página/12, también es autor de ArgenLeaks: Los cables de Wikileaks sobre la Argentina, de la A a la Z. 11


© sygma • corbis

Nagisa Oshima, fotografiado en París en 1986 12


por donald richie Fotografía de Isabelle Weingarten | Traducción del inglés de Aurelio Asiain

Nagisa Oshima, director de El imperio de los sentidos y Furyo, entre otras recordadas películas, murió el pasado 15 de enero a los ochenta años. En las páginas que siguen un buen amigo perfila su endemoniado carácter.

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ABÍAMOS LLEGADO TEMPRANO para discutir lo que íbamos a decir. No tuvo lugar, de todos modos, ninguna discusión. Tanto Oshima como Nobuhiko Obayashi le habían entrado al whisky. Ya tenían las lenguas pesadas y las sílabas se arrastraban. Se suponía que iban a hablar del cine moderno desde el punto de vista del director. Yo estaba ahí como crítico, y para darle cierta aura internacional al acto. Era una mesa en un gran congreso sobre arte y había ya bastante más de 500 personas que esperaban sentadas en el auditorio. Les sugerí que fuéramos yendo al escenario. Obayashi movió la cabeza en señal de asentimiento pero Oshima frunció los labios y cerró los ojos. Quería otro trago. “Quizá podríamos ponerlo en la tetera”, dije. “En toda mesa redonda hay una tetera y tazas. Así que si están sedientos, todo el mundo pensará que están bebiendo té”. Oshima sonrió ampliamente, los ojos todavía cerrados, y golpeó la mesa en señal de aprobación. Llenamos la tetera sin vacilar. Me ofrecí a llevarla al escenario y colocarla frente a ellos. Obayashi hizo amablemente una reverencia, y trazó una floritura con la mano. Oshima hizo una genuflexión.

Había visto muchas veces borracho al famoso director de cine. Era un buen bebedor. El whisky le resultaba un elemento tan natural como el agua a un pez. Aunque bastante sobrio cuando trabajaba, para Oshima el whisky era relajante. Sin embargo, sin importar cuánto hubiera bebido, sin importar cuánto se le enredara la lengua y le resbalara lo que profería, su inteligencia se mantenía aguda y crítica. Sobre todo crítica. Entre la gente que conozco, es la única persona que lo ha sido consistentemente. Lo normal es que hasta el más intransigente ceda en algún momento, pues llegar a un entendimiento es una necesidad imperiosa; pero en Japón, Oshima era el único que no lo haría. Habiendo sido él mismo un radical –uno de los intelectuales de la Universidad de Kioto–, se volvió luego contra los radicales, como se volvió también contra los comunistas, convirtiéndose en uno de sus críticos más severos. Trabajó para una gran compañía cinematográfica y se volvió contra la compañía. Escribió para una revista liberal de cine y se enfrentó a los liberales. En todo esto uno reconoce un mismo principio, un principio noble, raro en todos lados y aquí sencillamente inaudito: una renuencia a pertenecer a lo que fuera, la más fuerte de las aversiones a ser un miembro. 13


Soy un miembro de esa profesión que usted acaba de denigrar. Soy arquitecto. Mi nombre –aquí la voz descendió con modestia– es Kurokawa Junto con esto, una concepción no menos decidida de lo que significa ser humano. Un ser humano es solitario, y esto tendría que respetarse; tiene fallas, lo cual requiere tolerancia; es distinto, tiene muchos colores, formas y tamaños, cada uno de los cuales tiene una razón de ser. Oshima es un humanista, un relativista, un pluralista. Todas estas cualidades son raras. Me he preguntado muchas veces de qué manera alguien como él puede sencillamente surgir. Una vez más, mientras lo seguía por el corredor, llevando la tetera, mirando cómo doblaba la esquina, me maravilló que fuera japonés. Lo cual también es relativo. En cualquier caso, las generalizaciones también son posibles. El rechazo de Oshima a participar en el juego a la manera japonesa ha tenido como resultado el que pueda filmar menos de una película al año, y en estos tiempos más de una solo consiguiendo fondos no japoneses. No recurrirá a la red de viejos conocidos, aunque está conectado, siendo ex alumno de la Universidad de Kioto. No jugará al compadreo. No consentirá en el quid pro quo, otro pasatiempo favorito, y dirá lo que piensa sin tomar en cuenta a quién afecte. En su obra, en la televisión, en la prensa, ha atacado a la derecha, a la izquierda, al gobierno mismo. Se ha manifestado enérgicamente a favor de los derechos de personas nacidas en Japón con antepasados coreanos pero que siguen siendo tratadas como extranjeros. Ha criticado a los militares, a los políticos, y aun la estructura social del Japón. Es muy valiente. Y, dicho todo lo anterior, muy borracho. Un leve tropezón y estábamos en el escenario, detrás del telón; al otro lado, el rumor de un público inquieto. Luego el telón se levantó, las luces se encendieron y la multitud se calló. Puesto que no habíamos decidido qué decir ni cómo empezar, el silencio se prolongó hasta que Oshima, sonriendo, comenzó. “Quizá”, dijo, “han venido con la esperanza de oír hablar de cine, pero hay cosas más importantes”. Y procedió a hablar largamente sobre cómo aprender a decir lo que uno quiere, cómo expresar aquello en lo que uno cree. Luego Obayashi empezó a contar una historia sobre un pez que había atrapado la semana pasada. Eso le interesó a Oshima, que respondió con la historia de unas mancuernillas perdidas que había encontrado en el lugar más inusitado. Después Obayashi habló sobre la diferencia entre los sexos, poniendo como ejemplo una película suya reciente.

“Ah, la diferencia entre los sexos”, gritó Oshima, de pie, mirando de frente, las manos a los lados: “Hice una película sobre eso pero no podrán verla aquí en Japón por culpa de la mente sucia de los censores, que convirtió una película pura en un asco”. Obayashi asintió, llenando las tazas de “té” hasta el borde, y Oshima se volvió subitamente hacia mí: “Tú sabes un montón sobre la diferencia entre los sexos. ¡Di algo!”. Sonreí y me dirigí al público: “Confío en que no crean que es té lo que hay en la tetera”. Todos rieron. La gente en la sala rió obviamente por alivio. La risa de mis vecinos era la de dos muchachitos atrapados con las manos en la masa. A resultas de lo cual no tuve que manifestarme al respecto. Oshima, de todos modos, lo hizo: “Hay diferencias”, dijo, “serias diferencias; en otro sentido, sin embargo, no hay ninguna diferencia. Así que está bien que un hombre ame a una mujer, una mujer a un hombre; o una mujer a una mujer, y un hombre a un hombre. No me escandaliza que un hombre ame a un hombre y estoy harto de toda la hipocresía que rodea estos temas. También estoy harto de la hipocresía del mundo en otras cosas. Vean a Japón”, gritó: “Fíjense en el gobierno. Complaciente, anima a la gente a convertirse en máquinas compradoras, manteniéndola sin cerebro con diarias dosis de televisión. Y todo por lucro. Miren cómo planean las ciudades, miren los edificios que construyen. Máquinas para vivir, los llaman. ¡Ja! Erupciones, es como los llamo. Erupciones en el desierto. Es lo que están haciendo ahora”. El público se había ido poniendo cada vez más inquieto. Los dos oradores estaban francamente borrachos y Oshima gritaba, enrojecido, girando en su silla. Entonces un hombrecito atildado se puso de pie. –Discúlpeme, senséi. –Senséi –cacareó Oshima–, vaya payaso. –Bueno, de acuerdo, pero algunos hemos venido desde una distancia considerable para escuchar estas conferencias, y tenemos el derecho, me parece, de esperar un poco más de seriedad y un poco menos de ligereza de parte de algunos de los participantes. Deberíamos, creo, empeñarnos en una discusión más seria. –Con que esas tenemos –gruñó Oshima, de pie, alto y enrojecido–. ¿Quién demonios se cree que es, para venir 14


aquí e interrumpir esta conversación perfectamente humana que estamos teniendo? El hombre atildado sonrió y miró alrededor, señalando al maniático del podio. –¿Y qué hace usted? –preguntó Oshima, muy agresivamente. El hombre sonrió como disculpándose, pero al mismo tiempo algo triunfante. –La verdad es que soy un miembro de esa profesión que usted acaba de denigrar. Soy arquitecto. Mi nombre –aquí la voz descendió con modestia– es Kurokawa. Tremendo. Era Kisho Kurokawa, el famoso arquitecto, diseñador de muchos edificios premiados, un particular consentido de los medios. Luego, después del alboroto, un silencio cargado. El duelo estaba a punto de comenzar. Una batalla de titanes, ansiedad en sus filas. Pero no hubo duelo, no hubo escarceos, no se dijeron sus verdades. Oshima simplemente avanzó tambaleándose hasta el borde del escenario, se inclinó precariamente, apuntó con un dedo afilado y gritó: “¡Deberían fusilarlo!”. Otro estremecimiento de emoción. Luego: “Es la clase de gente como usted la que está destruyendo este país, son ustedes con sus cajitas los que le están negando a este país su humanidad”. Mientras escuchaba este maltrato extraordinario, pensé lo propio que era de Oshima decir “este país” (kono kuni), cuando cualquier otro hubiera dicho “nuestro país” (waga kuni). Aun borracho perdido y en un pleito recordaba la importancia de esas distinciones. El arquitecto había esperado quizá un intercambio con el director de cine borracho, que habría arrojado una luz favorable sobre él mismo. No tuvo ninguna oportunidad. La invectiva se derramó como lava. No había manera de equivocarse. Se quedó de pie, el rostro ceniciento, y fue enterrado. Entonces Oshima eructó ruidosamente y rió, antes de cubrirse la boca con la mano en un gesto tardío de disculpa. Tomando a Obayashi de la mano, procedió a cruzar el escenario con pasos de vals. Me invitaron a unírmeles y, mientras los tres nos escurríamos, cayó el telón. “¡Más tragos, más tragos!”, gritó Oshima, “¡más teteras! Qué buena idea tuviste con esa tetera”. Me rodeó con el brazo. “Ahora, salgamos a la noche. Imagínate nomás. Podríamos hasta descubrir el sentido de la vida”. Me pellizcó la mejilla, y salimos.  donald richie (estados unidos, 1924 - tokio, 2013). Cineasta, periodista y escritor de ficción, Richie fue uno de los grandes intérpretes occidentales del Japón. Este texto apareció originalmente en Japanese Portraits. Pictures of Different People (2006). 15


del mundo una entrevista con

Aubert de Villaine por RENÉE KANTOR Fotografías de Alexandre Abellan

En un poblado minúsculo de la Borgoña crecen las uvas de uno de los mejores viñedos de Francia. Las barricas del Dominio de la Romanée-Conti encierran siglos de historia y la esencia de un terreno privilegiado. En estas páginas, el heredero de esa tradición revela sus secretos.

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ay lugares en el mundo donde lo sustancial parece ser el silencio. Uno de esos lugares es Vosne-Romanée. Sin embargo, en esta pequeña aldea borgoñona de 500 habitantes, con una superficie de no más de 4 kilómetros cuadrados y situada en un valle sin elevaciones ni paisajes asombrosos, lo extraordinario no es el silencio sino el suelo. El terroir de donde se obtienen los más prestigiosos vinos del mundo.

A principios de diciembre, en la Côte d’Or de VosneRomanée, las cepas se ven inertes y vulnerables, como agujas en equilibrio. Alrededor de la una de la tarde, un arcoíris se abre paso en un cielo opaco y la silueta del reloj de la iglesia sobresale entre las casas. La bruma y la calma del mediodía parecen ser aquí la medida de todas las cosas. Pero tras su apariencia austera, este pueblo esconde un tesoro. Un mito que tiene efecto de imán para enófilos del mundo entero. Se trata del Dominio de la Romanée16


Aubert de Villaine con sus viñas al fondo

Conti, o drc, como lo llaman los entendidos. Sus viñas, acunadas en la tranquilidad y pureza de este paisaje, son la materia vegetal con la que se producen los grands crus por los que un puñado de afortunados paga sumas de dinero que a la mayoría le llevaría años economizar. El hombre que está atado a estas vides –y a su leyenda– por un nudo inexorable se llama Aubert de Villaine. A las dos de la tarde en punto me presento en compañía de un fotógrafo en la Rue du Temps Perdu. Allí,

en una antigua cuverie que perteneció a los monjes de la Abadía de St. Vivant, se encuentran las oficinas administrativas y una de las bodegas del Dominio. Nada más atravesar el portón uno se topa con la sobria belleza de un edificio medieval. En el patio de entrada destaca la escultura de una mujer que, como un arcángel, despliega sus alas en dirección de las viñas. Minutos más tarde ingresa Aubert de Villaine. Está vestido a la inglesa, con un pantalón de terciopelo aceitunado, zapatos de horma 17


Subimos a su auto preparados para recorrer un camino que resume buena parte del pasado y del presente de este vignoble: un trayecto en el que se condensan 2.000 años de esfuerzo y resistencia a los desafíos del tiempo. “Resistir” es una palabra clave. Aubert de Villaine resiste como un guerrero dispuesto a ganar una gran batalla. Resiste al paso del tiempo, a la uniformidad que impone el mercado global, a la tecnología que amenaza el gesto sobrio con el que cultiva sus vides. Y en este mismo momento, luego de apagar el motor y descender del coche, resiste a la llovizna y al viento que oponen sus barreras. No resulta difícil imaginarlo, a los 73 años, como alguien que conoce su tierra y sus uvas mejor que a su propio cuerpo. Desde lo alto de esta ladera, al borde de la ruta, la visión es espléndida: hileras de viñas en perfecta simetría, apenas separadas entre sí por un corredor lo suficientemente ancho para dejar pasar a un caballo de labor. –Las uvas Pinot Noir le dan al vino un carácter especial –dice–. Por eso el vino tiene alma, lleva consigo mucho más que el hecho de ser un vino. Y eso, ese plus, es difícil de describir. Se trata de una dimensión cultural a la que uno es o no es sensible. Esa perspectiva de la que habla De Villaine nos indica que saborear uno de sus vinos es mucho más que beberlo. Es algo relacionado sobre todo con la historia que ese vino nos cuenta. Y la historia de la Romanée-Conti es un relato vibrante.

La antigua cuverie donde funcionan las oficinas del drc

clásica y un abrigo de lana. No es la chevalière –anillo sobre el que está grabado un escudo, símbolo de su pertenencia a una familia noble– la que delata su origen aristocrático, sino su estampa. Ese modo lento y acompasado de avanzar, como un galgo señorial. Sostiene su sombrero de fieltro y saluda sonriente. “No tengo mucho tiempo”, es lo primero que dice luego de un “bonjour” firme y expeditivo. A tres horas en auto desde París, Vosne-Romanée se encuentra entre las ciudades de Dijon, al norte, y Beaune, al sur. Pero el tiempo se extiende a cinco horas si se llega, como es nuestro caso, desde Montpellier, en el mediodía francés. Cuando en el mismo día se hacen cinco horas de ruta de ida y nos esperan otras cinco de vuelta, la frase “no tengo mucho tiempo” resuena como un golpe de látigo. Pero el mismo De Villaine romperá su regla. En un primer acceso de entusiasmo nos propone visitar las viñas.

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l escritor francés Pierre Veilletet escribió que este viñedo es el resultado de “la obstinación de la civilización”. Fueron los monjes benedictinos y cistercienses de la iglesia católica medieval los primeros en aferrarse a estas tierras y los primeros en cultivar la cepa Pinot Noir en un suelo por entonces inhóspito y pobre. También fueron los pioneros en descubrir que una franja de terreno situada bajo la ladera era capaz de producir

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vinos de gran calidad. A ese territorio lo llamaron la Côte d’Or (la Cuesta de Oro). Solo siglos después, el príncipe de Conti le daría a este viñedo su nombre y una reputación controvertida. Alrededor del año 1500, la monarquía reclamó esas tierras de poco valor que el duque de Borgoña había entregado a los monjes a finales del siglo xi y que, gracias al trabajo lento, repetitivo y minucioso de los religiosos, se habían convertido en un tesoro codiciado por la realeza. Los impuestos obligaron al priorato a ceder su mejor parcela, llamada Cros des Cloux, en arrendamiento perpetuo. Como consecuencia de esta imposición, entre 1584 y 1631, Cros des Cloux tuvo tres dueños antes de ser transferida a la familia Croonembourg. Bajo este nuevo propietario, la viña floreció en el mercado y cambió su nombre por el de La Romanée. Ya en 1733 valía seis veces más que otras parcelas de tierra igualmente prestigiosas de la Côte. Pero cuando el patriarca Croonembourg murió en 1745, la familia se endeudó y La Romanée fue vendida a Louis-François de Bourbon, príncipe de Conti. La vida del joven y promiscuo aristócrata de solo 16 años estuvo marcada por las fiestas y las intrigas propias de la nobleza del siglo xviii. Para encaminarlo, el monarca Luis xv lo obligó a servir en el ejército. Así es como, durante la guerra entre Francia y Austria, Louis-François fue nombrado Caballero de la Orden de Malta, título que figuraba entre los más altos honores de la época aunque el príncipe fuera poco amigo de uno de los requisitos para obtenerlo: el celibato. Luis xv se mantuvo muy cerca del príncipe de Conti, pese a la oposición de su amante, la marquesa de Pompadour. Apenas ella supo que los Croonembourg habían puesto en venta La Romanée, intentó adquirirla. Pero fue el príncipe quien salió airoso de esta disputa doméstica de sangre azul, y se quedó con las tierras en 1760. A partir de esa fecha, el príncipe hizo del Palais du Temple, en París, un lugar privilegiado para exhibir las excelencias de sus viñas. Intelectuales y artistas, entre ellos Mozart, lo visitaban con asiduidad atraídos por la mano dadivosa del joven aristócrata. Ese universo dionisíaco, de pasiones, instintos y excesos varios, llevó a que el príncipe decidiera no vender más el vino de La Romanée en el mercado, reservándolo en exclusiva para la nobleza y los invitados a su fastuoso palacio. Aunque hoy La Romanée-Conti carece de vínculos con el libertinaje franco y desbocado de sus primeros dueños, todavía se percibe en la firma un hedonismo discreto y refinado. El cráneo calvo, los pómulos anchos, una cara aguerrida, todo ello compaginado con un andar pausado y una voz grave, hacen de De Villaine un héroe apolíneo, medido. Alguien que parece mirar las cosas desde las alturas. Como quien señala una supremacía tanto en los vinos 19


Edmond fue el edificador del Dominio tal como se conoce en la actualidad. Él unificó las parcelas que se encontraban dispersas entre los herederos. En 1912 registró el nombre Domaine de la Romanée-Conti como marca, y en 1933 adquirió el viñedo La Tâche, a pocos metros de las vides que dan origen al vino Romanée-Conti. De los ocho grands crus que produce el Dominio, La RomanéeConti y La Tâche son lo que se conoce como monopolios, o sea que son propiedad exclusiva del drc. Se les considera los dos mejores viñedos de Borgoña. O tal vez sería más apropiado decir los dos mejores viñedos del mundo.

Fueron los monjes benedictinos y cistercienses de la iglesia católica los primeros en aferrarse a estas tierras y los primeros en cultivar la cepa Pinot Noir en un suelo por entonces inhóspito y pobre

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como en el abolengo. Sin embargo, su altivez también se acompaña de amabilidad. Empieza aclarando que solo de adulto conoció los detalles de su genealogía familiar. –Cuando me incorporé al Dominio existía una tradición, por supuesto, pero yo no sabía nada de la historia del viñedo y diría que nadie en mi familia estaba al tanto, si exceptuamos una que otra anécdota sobre la marquesa de Pompadour. Empecé a descubrir ese mundo cuando nos querellamos contra una sociedad alemana cuyos vinos también llevaban el nombre Romanée. Tuve entonces que llevar a cabo una investigación histórica para colaborar con el trabajo de los abogados. De este modo tomé conciencia de que era muy importante tener un bagaje histórico. Descubrí que había archivos de la familia Conti en París y también en ciudades de Borgoña. Y fue entonces que se reveló toda esta historia extraordinaria y fascinante. Gracias a ella se escribieron dos libros sobre el drc. Se escribieron dos libros, pero sobre todo se alimentó la leyenda.

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l borde del camino que rodea estas viñas, un olor húmedo y acre surge de este suelo compuesto de caliza, arcilla roja, grava y piedras, donde la uva Pinot Noir encuentra –dicen los que saben– su expresión más sofisticada y fascinante. Desde la vertiente, junto a la ruta, Aubert de Villaine alza su mano derecha y, como una danza mil veces ensayada, apunta hacia una especie de anfiteatro natural y nos explica qué es lo que se ve: abajo a la derecha, La Tâche; a la izquierda, La Romanée; detrás de unas líneas que dibujan una Z en la superficie, los Richebourgs; delante del pueblo, La Romanée-St. Vivant... Esta enumeración se puede resumir en una sola palabra: climats. Los famosos “climas” de Borgoña son parcelas que ha creado el tiempo hasta labrar un jeroglífico no fácilmente descifrable. Al general De Gaulle se le atribuye una famosa frase: “¡Cómo gobernar un país en el que existen 365 tipos de quesos!”. Algo parecido sucede con el vino y la Borgoña. Un “clima” es un trozo de tierra que ha sido delimitado por el tiempo, y cuyas condiciones geológicas hilvanadas a las climáticas dan como resultado un vino único. Es por eso que, aunque la región cultive casi exclusivamente un tipo de uva roja, la Pinot Noir, los vinos de cada clima son distintos. Cientos de “climas”, casi tantos vignobles, cada uno con sus propias técnicas de viticultura, hacen que referirse a una botella de esta región diciendo que se trata de un Pinot Noir no nos diga nada sobre las características de ese vino. Estos “climas” dieron origen a un mosaico excepcional de viñedos jerarquizados y de renombre mundial. Pero esta clasificación es como una matrioska, pues cada “clima” lleva en su interior lo que en francés llaman lieux-dits y en español pudiera traducirse como “pagos”. Son fracciones de terreno, cada una bautizada con un nombre de origen topográfico o histórico que es decisivo a la hora de determinar el nivel de calidad de un borgoña.

III

uando el príncipe de Conti murió, su hijo Louis-François Joseph continuó con la tradición libertina de su padre sin advertir que se aproximaba el final de una época. Durante la Revolución Francesa fue detenido y el gobierno subastó su viñedo, que por primera vez apareció bajo el nombre La Romanée-Conti. A partir de 1794, la propiedad pasó por las manos de tres familias hasta que en 1869 el ancestro de Aubert de Villaine, Jacques-Marie Duvault-Blochet, asumió la conducción del negocio. Luego de su muerte, las viñas de La Romanée-Conti se repartieron entre sus herederos, que permanecieron indiferentes a las vides hasta 1910, cuando el abuelo de Aubert, Edmond Gaudin de Villaine, se hizo cargo de la empresa. 20


Las viñas de La Tâche

parece como arrodillado, en posición de rezo. El hombre es lo que se llama un tâcheron, aquel que se ocupa de trabajar una determinada parcela de tierra y que es retribuído según la tarea efectuada. Se le puede encomendar una tâche de dos o tres ouvrées. Una ouvrée –el equivalente de media hectárea– es una medida antigua que aún se utiliza en el mundo vitícola. –Se trata de un oficio transmitido de generación en generación –explica De Villaine–. En general, quienes lo realizan pertenecen a familias que trabajan en las viñas desde hace dos o tres generaciones. Este suelo se cultiva a partir de un conjunto de rituales fielmente organizados. Es un viñedo en el que se trabaja como hace un siglo: de forma manual y con caballos de labor. –Estamos en presencia de una filosofía completamente aparte. Nos encontramos ante lo que se llama la cultura du terroir. Una viticultura que trabaja en un terreno delimitado, con una cepa única y que comenzó hace 2.000 años y aún hoy se mantiene viva. Esta historia es tan o más importante que el producto en sí. El vino lleva en él toda esta historia. Acá –Aubert de Villaine dice “acá” y es como si escalara a las alturas del espíritu– ser vigneron es tratar de incorporar al vino toda esta cultura.

Hay catalogados 1.015 lieux-dits en la región. Aunque la cifra parezca importante, en realidad se trata de una zona del tamaño de una astilla cuando se piensa que en Francia existen 800.000 hectáreas dedicadas a la viticultura. De ellas, 28.000 se encuentran en la región de Borgoña, 9.000 en la Côte d’Or, y tan solo 600 –unos 6 kilómetros cudrados– producen los grands crus. No es todo: de esas 600, 25 pertenecen al Dominio de la Romanée-Conti. La mayor parte de estos lieux-dits son de origen campesino, popular y, como lo indica su nombre, se han transmitido verbalmente de unos a otros a lo largo de los siglos. Los nombres de estos terrenos son muy variados: La Romanée alude a sus orígenes galo-romanos; Richebourg es una denominación que data del siglo xii y que designaba al barrio donde vivían los más pudientes; La Tâche (tarea) hace referencia a un término del derecho feudal. De Villaine se acerca a un hombre que está acompañado por un perro al que llama Gaspard. Va vestido con un uniforme verde y lleva botas de caucho. Ambos intercambian algunas frases, probablemente información rutinaria. Luego el hombre se aleja, baja la colina abriéndose paso entre las hileras de viñas. Su cuerpo se va desdibujando, engullido por las parras. Por momentos 21


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a Primera Guerra Mundial desestabilizó el mercado del vino en Europa y, debido a la prohibición del consumo de alcohol y a la Gran Depresión, Estados Unidos dejó de ser un destino comercial importante. Fue bajo estas circunstancias que el abuelo de De Villaine, Edmond, se asoció con un negociante local, Henri Leroy. Gracias al liderazgo de ambos y a la resistencia financiera de sus dos monopolios (La Tâche y La Romanée-Conti), se mantuvieron fuertes, mientras que otros propietarios se vieron obligados a vender y a dividir sus “climas”. Aubert de Villaine cuenta que su padre y su abuelo no se ganaban la vida gracias al viñedo. Su abuelo cultivaba viñas en Allier, un departamento situado en la región de Auvernia en el centro de Francia, y su padre era director de un banco de inversiones en la misma zona. –Ellos estaban completamente ligados a estas tierras. Piense usted que desde 1880 hasta 1972, prácticamente un siglo, el Dominio no dio ganancias a causa de las repetidas plagas de filoxera, pero aun así no se vendió ni un centímetro de terreno. Es por eso que la familia resulta la opción más sólida cuando se trata de ocuparse de estas viñas. Si un grupo financiero las hubiera comprado, ya hubieran sido vendidas varias veces. Vivimos otro momento muy difícil y doloroso en 1945, cuando hubo que arrancar las viñas exangües. La Romanée-Conti fue la última en ser arrancada y luego replantada en 1947, para finalmente dar su primera cosecha en 1952. Pese a crecer viendo a su abuelo y a su padre dar lo mejor de sí al Dominio, el joven Aubert no estaba tan seguro de querer continuar la tradición. –Al principio, yo seguí otro camino porque soy de una generación que no estaba muy segura de poder ganarse la vida produciendo vinos. Miembro de una familia de seis hermanos, partió a París, donde estudió ciencias políticas, y luego, a comienzos de los años sesenta, emigró a Estados Unidos, al norte de California, la región del vino. Desde allí escribió un par de artículos para La Revue du Vin de France y se enamoró de una norteamericana con el pintoresco nombre de Pamela Fairbanks, quien todavía es su esposa. Y entonces sucedió algo. Era 1965, De Villaine tenía 26 años cuando se dio cuenta de que su alma estaba irremediablemente unida a las viñas y decidió pedirle autorización a su padre para trabajar en el dominio familiar. A partir de ese momento, su dedicación a estas tierras ha sido absoluta.

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uando ya caen las sombras de la tarde, volvemos a subir al coche para dirigirnos a otro punto de visión, algunos metros más abajo de la ladera. Nos detenemos ante una cruz convertida espontáneamente en ícono del Dominio. A ella se rinden amantes del vino que llegan del mundo entero, como peregrinos que visitan Tierra Santa. Es lo que se llama una croix de carrefour y data de 1723. Una de esas cruces que se implantaban en las rutas para dar testimonio del paso del cristianismo durante la Edad Media. Aubert de Villaine posa a su lado para las fotos. El sol alarga la sombra de su cuerpo mientras se mantiene erguido frente a este retazo de un mundo que él está empecinado en resguardar. Y con ese fin encabeza una campaña para que los “climas” de los vignobles de Borgoña sean declarados Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco. –Me comprometí con ese proyecto porque creo que si los vignerons toman conciencia de que tienen entre sus manos algo precioso y único, como esta tierra, comprenderán más facilmente el deber de protegerla y prestar atención al modo en que la tratamos. Hoy en día, lo que nosotros transmitimos es el resultado de un trabajo hecho de manera completamente manual. Este –dice de pie, en el frío– es un terroir que se puede desnaturalizar y transformar por completo si uno se apresura excesivamente con unos medios tecnológicos que no siempre son los adecuados. Sería como ir en contra de todo lo que es esencial para nosotros: la visión a largo plazo. Mientras observa sus viñas, explica que la vid es un arbusto cuyo crecimiento se da sobre un suelo que puede generar un gran vino o un vino modesto. Es el suelo el que le proporciona esta facultad a la vid. En consecuencia, lo importante es mantenerlo en la mejor condición posible para que pueda revelar su propia identidad. Y para lograrlo hay que liberarlo de toda intromisión externa. –Trabajamos para lograr un ecosistema donde no se utilice ningún abono. Por lo tanto, utilizamos un compost hecho con sarmientos triturados y pulverizados que, al combinarse con la piel de la uva y una pequeña cantidad de estiércol, permiten su fermentación. En otras palabras, tomamos el jugo de la uva y lo fermentamos para hacer el vino. Esa es la base de todo. Y practicamos en las vides un trabajo tradicional, pero severo, con una poda muy estricta. La meta es obtener un rendimiento equilibrado. Solo en el caso de las vides jóvenes practicamos el aclareo (cortar las uvas sobrantes de la cepa, antes de su maduración, para obtener una mejor calidad); en el resto jamás. De este modo, los rendimientos no sobrepasan nunca los 25 o 30 hectolitros por hectárea.

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que se producen solo unas 6.000 botellas al año, las cuales son reservadas con muchísima antelación y pueden costar entre 5.000 y 10.000 euros cada una, aunque en el mercado especulativo alcanzan sumas aún más exorbitantes. Es lo que sucedió en octubre de 2012 en la casa de subastas Sotheby’s de Hong Kong, donde una caja de Romanée-Conti de 1990 fue vendida en 297.400 dólares. O el caso excepcional de una botella de 1945, adquirida por un coleccionista privado al precio de 123.919 dólares. François Audouze es uno de los afortunados clientes de La Romanée-Conti. En su bodega de gran coleccionista de vinos antiguos y raros –¡más de 30.000 botellas!–, centenares corresponden al drc. Ha llegado a pagar 40.000 euros por un mathusalem de Romanée-Conti: una botella que contiene el equivalente de ocho botellas comunes, o sea seis litros de vino. Sentado frente al volante, envuelto en una luz blanda, De Villaine conduce pausadamente mientras reflexiona sobre el valor de sus vinos, el dinero y la avaricia desmedida del mercado. –El precio de nuestros vinos es elevado. O sea, tratamos de mantenerlo en un nivel accesible para los aficionados que por supuesto tienen los medios para procurarse una de nuestras botellas. El tema es lo que sucede después, una vez las botellas entran al mercado. Si hay gente que las revende en una subasta, su valor puede llegar a precios absolutamente irracionales. –¿De qué modo se implementa la selección de los clientes, tanto de particulares como de profesionales? –le pregunto. –La selección de nuestros clientes se hace advirtiéndoles que, junto a una botella de Romanée-Conti, también deben procurarse otros crus del Dominio, en la proporción de la cosecha. Es decir, por dar un ejemplo, una botella de Romanée-Conti por cada trece o quince botellas de otros grands crus. A los restaurantes que proponen nuestros vinos, les pedimos vender las botellas sur table –no se las puede adquirir para llevárselas a casa– y mantenerlas en buenas condiciones. Y a los particulares les solicitamos no ofrecer las botellas al mercado. Hay un seguimiento estricto de nuestra parte; tenemos un control que nos permite saber adónde va cada uno de nuestros vinos. –¿Cuál es su opinión sobre las subastas, donde los vinos alcanzan sumas inimaginables? –No estoy en contra de las subastas, pero tampoco queremos que alguien compre una botella y un mes después esta se encuentre en el mercado con fines especulativos. Y tampoco nos interesa vender nuestros vinos al precio del mercado, porque deseamos que los aficionados puedan comprarlos y no únicamente los oligarcas rusos y los especuladores.

Al general De Gaulle se le atribuye una famosa frase: “¡Cómo gobernar un país en el que existen 365 tipos de queso!”. Algo parecido sucede con el vino y la Borgoña

Rudolf Steiner, un filósofo, educador y científico austríaco, nacido a mediados del siglo xix, fue quien introdujo en el ámbito de la agricultura la idea de que el suelo es un organismo vivo, dispuesto a recibir preparados de origen animal o vegetal que, aplicados de una manera dinámica en determinados ciclos del año, generan una tierra de mejor calidad. A este sistema se lo llama biodinámica. –Comenzamos a experimentar con la viticultura biodinámica –explica De Villaine– hace unos siete años. Y adoptamos una agricultura orgánica en 1986. Ya entonces, la biodinámica era algo que nos interesaba mucho. Sobre todo porque en esta disciplina se utilizan esencias de plantas. A través de la biodinámica tratamos de encontrar la manera de disminuir los aportes de cobre. Sucede que al tratar nuestras viñas de manera orgánica debemos recurrir al sulfato de cobre para luchar contra las enfermedades de la Vitis. Pienso que su aplicación nos obliga a una observación más completa e intensa del terreno, porque uno está realmente a la escucha del suelo, de la viña. Estamos todo el tiempo preguntándonos cómo debemos actuar. Hay un lazo entre la biodinámica y el hecho de tener un rendimiento más equilibrado, porque la calidad del alcohol es mejor si la viña produce menos. El resultado es un vino más equilibrado, con lo que nosotros llamamos una madurez fenólica superior, esto es, la madurez de la pepita y de la piel de la uva. Pero –aclara con una media sonrisa– no hacemos una biodinámica filosófica, esotérica, sino concreta. La hacemos porque creemos que nos ayuda a hacer mejores vinos.

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VII

ientras emprendemos el camino de vuelta a la antigua cuverie donde ahora funcionan las oficinas administrativas del Dominio, conversamos sobre el destino exclusivo y privilegiado de este vino. Para entenderlo hay que saber 24


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o que se conoció como el juicio de parís tuvo lugar el 24 de mayo de 1976. Se trató de una cata a ciegas en la que participaron once jueces, nueve de los cuales eran franceses. Aubert de Villaine fue uno de los expertos que participaron. Los once probaron una selección de vinos tintos y blancos de Burdeos y California, creyendo que se trataba solo de una degustación de vinos californianos. Nadie podía haber vaticinado el resultado. Imprevisiblemente, los expertos franceses dieron la máxima puntuación a un vino californiano, el Stag’s Leap Wine Cellars, que se posicionó por encima, entre otros, de un Château Mouton Rothschild y de un Château Montrose. Durante la degustación estaba presente, solo como observador, el periodista de la revista Time, George Taber, lo que dio una publicidad inesperada al evento. Su organizador fue Steven Spurrier, un periodista inglés experto en vinos, que todavía recuerda con precisión el escándalo. –¿Cómo se le ocurrió organizar esta degustación y cuál era su objetivo? –Al lado de mi tienda de vinos en París, Les Caves de la Madelaine, estaba la Academia del Vino, una escuela que fundé en el año 1973. Era el único lugar de este tipo en París y recibíamos muchas visitas de productores de vino californiano que querían que nosotros degustáramos sus botellas. Mi socio en la Academia del Vino, Jon Winroth, y la directora de la escuela, Patricia Gallagher, eran norteamericanos, y los tres nos quedamos muy sorprendidos por la calidad de los Chardonnay y Cabernet Sauvignon que habíamos catado. Entonces decidimos organizar una degustación con una pequeña selección de lo mejor de los vinos californianos –solo seleccionamos vinos de pequeñas bodegas de familia, no los grandes, como Mondavi– para mostrarlos a un panel de los mejores y más influyentes catadores y así intentar conseguir un reconocimiento para ellos. El único objetivo que nosotros perseguíamos era obtener ese reconocimiento. Y pensamos que si los invitados solo probaban vinos de California no se lograría la atención que buscábamos. Fue por esta razón que decidí organizar una “cata a cie-

gas” –el pretexto fue la celebración de los doscientos años de la Independencia norteamericana– incluyendo los mejores vinos blancos de Borgoña y los mejores tintos de Burdeos, cosa que los invitados no sabían. Todos creían que se trataba exclusivamente de una degustación de vinos californianos. Spurrier recuerda su propia “sorpresa” al ver cómo un Cabernet californiano ocupaba el primer puesto, venciendo a vinos de Burdeos y a un grand cru borgoñón. “Jamás imaginé un resultado así, pero si lo que buscaba era un reconocimiento internacional para los vinos californianos, puedo decir que lo conseguí”. Respecto a la reacción de Aubert de Villaine al enterarse de que entre los vinos californianos había vinos franceses, y que él –como todos los jurados franceses– había entronizado un vino americano, Spurrier recuerda que fue de asombro, “pero como él estaba casado con una nativa de San Francisco, era probablemente el único al tanto de la calidad de esos vinos. De ninguna manera se enojó conmigo, pero cuando volvió a Borgoña su socia en el drc, Lalou Bize-Leroy (entonces cogerente), estaba indignada con él, lo mismo que mucha gente en Borgoña”. De Villaine reconoce hoy que se sintió “un poco molesto, pero sobre todo, como consecuencia de esa cata, yo fui muy mal visto en mi región, había gente que ni siquiera me quería estrechar la mano. Durante años me consideraron un traidor”. Spurrier admite que aquel evento le dio “un empujón enorme a los vinos californianos y fue la primera grieta que sufrió la supremacía de los vinos franceses. Francia salió beneficiada de ese choque y comenzó a hacer mejores caldos”. Lo mismo opina De Villaine, cuando afirma que Francia manifestaba una “gran arrogancia, y esa cata fue lo mejor que pudo habernos pasado, pues nos hizo tomar conciencia de que había otros vignobles que producían vinos de gran calidad. En la década de los setenta, Francia producía, en una proporción importante, vinos mediocres. Incluso Borgoña no estaba a la altura de su producción actual. Aquella degustación hizo que los vignerons reflexionaran y se pusieran nuevamente a trabajar”. 25


Con la croix de carrefour que, al fondo, preside el Dominio

Ahora bien, conocer a qué precio ofrece el Dominio sus botellas es un secreto guardado bajo siete llaves. Esa discreción es una marca en el orillo de la aristocracia, donde el dinero se reproduce en silencio. –Producimos vino para que sea consumido –continúa De Villaine–. Un vino no es un cuadro, un objeto cultural no perecedero. Una vez bebido, c’est fini! Me parece absolutamente irracional pagar un precio tan extravagante por algo que no puede ser contemplado. Aubert de Villaine navega constantemente a través de ese singular contraste entre el trabajo artesanal y los excesos del mercado, entre el espíritu de la tierra y el afán de dinero, entre la sensibilidad del esteta y el soborno del bandido. Un dilema implacable. A este último, al mundo del delito, se enfrentó en enero de 2010 cuando a su domicilio llegó una nota que le informaba que su Dominio iba a ser destruido si no entregaba un millón de euros. En su momento De Villaine no quiso creerlo, pero luego tuvo que aceptar que era cierto y que la persona era capaz de cumplir su amenaza. De hecho, el delincuente logró destruir dos cepas a las

cuales inyectó veneno. Fue finalmente detenido y terminó suicidándose en prisión. Pero De Villaine cree que es impensable convertir este territorio –un espacio abierto y llano– en una especie de barrio cerrado, con policías y perros guardianes. –Es inimaginable, no sería la Borgoña si hiciéramos algo así. –¿Le da temor que se vuelva a repetir? Me mira como si mi pregunta fuera una broma. –No duermo de noche –dice, con un gesto sarcástico.

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na presencia que sin duda –y sin sarcasmo– no le quita el sueño a De Villaine, pero que durante años fue un invitado perturbador en Borgoña, es la de Robert Parker. El crítico de vinos más poderoso del mundo, una suerte de Papa o “Atila de las vides”, como lo han bautizado en el mundo vitivinícola. Alguien capaz de catar más de 10.000 vinos por año, treinta por

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día, que él dice pagar de su propio bolsillo: alrededor de 200.000 dólares por año. (Es por eso que su nariz está asegurada en un millón de dólares.) Parker es autor de doce guías y de un sistema de puntuación (de 50 a 100) capaz de enterrar o elevar el prestigio de los vinos del mundo. Aubert de Villaine se muestra crítico con ese modo de calificar los vinos. Como si fuera posible utilizar una simple operación de sumas y restas para puntuar una partitura o un libro. –Creo que Parker, por un lado, le ha hecho mucho bien al mundo del vino –reconoce con cierto desgano–. Se ha esforzado en divulgar la cultura vitícola. Pero en Borgoña estamos muy contentos de no permanecer más bajo su influencia. Hubo viticultores que comenzaron a hacer un vino para Parker, o sea, una vinificación con un importante proceso de extracción, tendiente a suprimir los aromas y taninos contenidos en la uva. No reparaban en que la Pinot Noir es una cepa que no soporta la extracción. Algunos viñedos habían comenzado a hacer este tipo de vinos y luego no pudieron venderlos. En barrica eran impresionantes, pero les hacía falta por lo menos tres años para alcanzar la categoría de un buen vino. El tanino extraído, es decir, la sustancia astringente contenida en la pulpa de la uva, era duro y muy desagradable. ¡Es una gran suerte habernos liberado de Parker! Burdeos continúa bajo su influencia, ¡una lástima para ellos! –clama De Villaine y parece reencontrar una energía perdida–.

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El lenguaje que utilizan los apasionados del vino es muy similar al empleado por los amantes. Las palabras se suceden, poéticas, crípticas, envueltas en los mismos excesos que cuando se habla de amor –La primera pregunta que me hice antes de ingresar a trabajar de manera permanente en el Dominio –explica Bertrand de Villaine– fue acerca de si yo era la persona indicada para el puesto que ocupo. Para mí es importante tomar conciencia de lo que se hizo antes. No se trata de trabajar para uno mismo, nosotros estamos de paso. Son el Dominio y las viñas los que perdudarán en el tiempo. Se trata de transmitir y para ello debes conocer lo que había antes. Yo he encontrado acá los mejores profesores. He aprendido a trabajar de otro modo; acá el tiempo tiene su importancia, tenemos una aproximación campesina a la viticultura. Para ingresar al sótano donde se encuentra la bodega, hay que atravesar una puerta angosta y un techo bajo, tanto que es necesario agacharse como en reverencia. En el quieto resplandor de la semipenumbra, Aubert de Villaine toma entre sus manos una pipeta, la introduce en un primer barril de roble donde está escrito el nombre de uno de sus grands crus: Echézeaux. Vierte en las copas un líquido oscuro, púrpura. Aprovecho para pedirle que me explique cómo degustar sus inestimables vinos. Me clava la mirada como Zeus a punto de lanzar un rayo y exclama: –¡Tampoco la voy a tomar de la mano para todo! Por las dudas, bebo toda la copa. Frente a otro barril, sobre el que se lee “Grands Echézeaux”, realizamos la segunda de las siete degustaciones de grands crus que hicimos en total. De Villaine explica entonces lo que significa degustar un vino durante esta etapa. –Se trata de compararlo con su estado hace un mes o quince días, si evolucionó, si su color se aclaró. Es el modo de observar su progreso, verificar si hay o no un riesgo en el modo en que el gusto se está desarrollando. Lo esencial es confirmar que avanzamos en buena dirección. En este estadio podríamos decir que el vino ya está terminado, que pronto podrá ser embotellado. Tiene la bouche ronde (sin asperezas), los aromas son delicados.

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a de vuelta de la visita a las viñas, nos dirigimos a la bodega ubicada en el subsuelo de la antigua construcción de la orden de St. Vivant, para realizar una degustación en barrica. En la bodega se guarda la cosecha completa del año 2011, que alrededor de febrero de 2013 comenzará el proceso de embotellado. A la cata se suma su sobrino –en realidad el hijo de un primo– Bertrand de Villaine, quien trabaja de manera permanente en el Dominio desde 2010. A los 42 años, de cuerpo redondo y manos pequeñas, Bertrand suma a la tradición familiar un Máster en Vinos. Antes de incorporarse al vignoble, trabajó en otros dominios en Francia y en Estados Unidos. Es el único de los herederos que se incorporó al drc. –Por el momento no hay otros postulantes, pero tal vez los haya un día –dice. Bertrand se dirige a su tío Aubert tratándolo de usted, lo que manifiesta una forma de respeto unida a una fe sin límites en la jerarquía de la autoridad. Sus reflexiones resuenan como un eco de las expresadas por su mítico pariente. 27


Panorámica de las bodegas de La Romanée-Conti

Fíjese –dice, pedagogo–, estas dos viñas, Echézeaux y Grands Echézeaux, están una al lado de la otra y dan vinos completamente diferentes. En un Grands Echézeaux encontramos una mayor profundidad, más discreción, un tanino diferente, más sutileza. Es tal el valor de estos vinos y tan exiguo y preciado su nivel de producción que, una vez se degusta, lo que queda en la copa vuelve a la barrica. Como un pescador que devuelve sus peces al mar. –¿Cuánto tiempo debe pasar para apreciar un Romanée-Conti? –En una época tuvimos un distribuidor en Inglaterra que sostenía una teoría muy justa: según él, a los quince años de un vino, uno no se equivoca jamás. Pasado ese tiempo, el vino ya llegó a una cierta madurez. Lo que degustamos es la cosecha 2011. Respecto de la cosecha 2012, De Villaine reconoce que fue sumamente difícil aunque finalmente exitosa. –El mes de marzo fue seco en extremo y hubo un cambio brusco de temperatura a partir de un abril frío y húmedo. Una parte de la cosecha tuvo que ser eliminada debido a los ataques del mildiú (una enfermedad de la viña, consecuencia de los fuertes cambios de tempera-

tura) y, por otra parte, el golpe de sol que padecieron ciertos racimos fue importante. Pero esta pérdida en cantidad también favoreció la calidad, ya que gracias al aclareo natural las uvas maduran mejor. Es muy probable que no hubiéramos podido alcanzar tal madurez y calidad sin haber sufrido estas pérdidas. Durante la degustación, Aubert de Villaine y su sobrino Bertrand describen, con una voz suave y convincente, las imágenes que les evoca cada uno de estos grands crus. Degustar es entonces como prestar oído. El lenguaje que utilizan los apasionados y conocedores del vino es muy similar al empleado por los amantes. Las palabras se suceden, poéticas, crípticas, envueltas en los mismos excesos que cuando se habla de amor. De pronto, el vino ya no es una bebida sino una caricia. Las papilas reciben, como un elíxir, la gracia y la elegancia de un Romanée-St. Vivant; la alegría de un Richebourg; la ternura y la seducción de un Echézeaux; la delicadeza y la pasión de un La Tâche o el sabor a pétalos de rosa marchita de una botella de Romanée-Conti. Y así, entre lo que se oye y lo que se bebe, el vino nos va sumiendo en un dulce, profundo y delicioso vértigo. 28


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eber uno de estos grandes vinos puede revelarse como una última ceremonia antes de la partida final. Es lo que sucedió en marzo de 1992 cuando al drc llegó una carta de William Pickerill, amigo de Henry Miller. En ella contaba que, pocos días antes de que el escritor norteamericano muriera, él le ofreció una botella de Romanée-Conti –el vino favorito del autor de Trópico de Capricornio–, que ambos compartieron durante una noche, en compañía de dos bellas mujeres. “Ahora –escribio Pickerill– es mi turno”. Solo le quedaban algunos meses de vida y su anhelo era despedirse bebiendo un Romanée-Conti, como su célebre amigo. “Un rito del sacramento final. Un último ¡hurra! a la vida, escribió entonces. Aubert de Villaine, gran admirador de Henry Miller, cumplió el deseo de Pickerill facilitándole una botella, convertida por segunda vez en un bálsamo de alivio y piedad. –¿Qué vino le gustaría llevarse a una isla desierta? –le pregunto. Aubert de Villaine no es alguien acostumbrado a este tipo de preguntas. Le resultan demasiado cursis. Y lo demuestra al mover sus brazos con cierto fastidio, como quien espanta una mosca. Pero igual se presta al juego. –Si aún existiese, La Tâche 1962, porque es un vino que j’ai beaucoup aimé. En francés el verbo “aimer” puede sugerir tanto un fuerte sentimiento afectuoso como la banal manifestación del gusto. Es allí, en esa ductilidad del lenguaje, en su ambiguedad, donde hay que buscar el sentido de las palabras de De Villaine. –Pero ese vino ya no existe, así que llevaría conmigo solo su recuerdo –dice, como alguien abandonado por su amante, al que nada más le queda el consuelo de poderla imaginar. Es mucho lo que se ha enunciado y escrito para destacar la complejidad, la nobleza y la historia de este vino. Sin embargo, cuando le pido a Aubert de Villaine que diga cuál es su cita preferida, él evoca la más sencilla, pronunciada por un escritor inglés de quien ya no recuerda el nombre. –Que es un buen vino –afirma mientras extiende su copa al aire. –Es un buen vino –repite, y se aleja ofreciendo una sonrisa dulcemente irónica.  renée kantor (argentina, 1963). Trabaja como periodista independiente. Textos suyos han aparecido en las revistas Etiqueta Negra y El Malpensante, y en periódicos como Página/12. 29


LA TIERRA ELEGIDA © gabriel díaz

columna de

juan forn

Despachos más o menos confidenciales de ese extraño país llamado literatura

Doctor J. y míster B.

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primero hablándole mara­ villas del segundo. Voltaire escribió un libelo anónimo diciendo que “el moralista de Ginebra” tenía cinco hijos ilegítimos abandona­ dos en orfanatos: la casa de Rousseau fue apaleada, el pacífico pensador debió huir del país, el joven Boswell le consiguió asilo en Inglaterra y se ofreció a acompañar hasta allá a la otoñal aman­ te de Rousseau, Thérèse Levasseur. Cuando llegaron a Dover la había poseído 134 veces: “No supe cómo negar­ me a sus lecciones de amor”, fue la explicación que dio. Tres cosas embriagaban sin remedio al joven Boswell: el clarete, las prostitutas y la inteligencia. En las tres era igual de impenitente­ mente promiscuo hasta el día en que conoció al doctor Johnson en una librería londinense. Y así empieza la historia de la biografía más famosa del mundo. Boswell se pasó los veinte años siguientes como ladero de Johnson. Su función era muy simple: poner al doctor en la frecuencia justa para que soltara algunas de sus perlas, © cortesía thesciencebookstore.com

E

n el tiempo de las pelucas en Inglaterra había un hombre que era el epítome del saber: había leído todos los libros y había escrito él solito (en la pobreza y quemándose las pestañas) el primer dicciona­ rio “para el uso atinado del idioma inglés”, en el que la definición de cada palabra era un trago de sabiduría, solo que cada uno de esos tragos venía envuelto en pompo­ sidad. Así escribía el doctor Samuel John­son. Hablando, en cambio, era la agudeza personificada, sobre todo cuando lo hacían enojar. Pero nadie se atrevía a hacer enojar al sabio ni a permanecer más Samuel Johnson que unos minutos a su lado (aunque le hubieran crea­ do especialmente el Literary Club Boswell había logrado ser recibido para que las mentes más brillantes en Edimburgo por el filósofo Hume de la época, como el economista para proceder a decirle: “¡Cuánto Adam Smith, el historiador Edward mejor que sus libros es usted!”. Gibbon, el pintor Joshua Reynolds o El padre lo mandó a Europa para el actor Garrick, pudieran conversar sacárselo de encima. En Ginebra, allí con él), hasta que llegó a Londres logró codearse a la vez con Voltaire un joven escocés llamado Boswell. y Rousseau, quienes se detestaban Descarado como él solo, y de una civilizadamente hasta que un día sinceridad suicida, el veinteañero el joven escocés sacó de casillas al


haciéndolo engranar a él o a alguna de las otras personas presentes en la velada para que esta enervara a John­ son. Cuando estaba a solas con el doctor hacía lo mismo, y en la velada siguiente lo cebaba para que repi­ tiera en público lo que había dicho en privado. De esa manera pudo el doctor Johnson dar rienda suelta a su máximo atributo y reinar durante veinte años en los salones ingleses. Tan absoluto era ese reinado que, el mismo día en que murió, se comisio­ naron seis biografías distintas sobre él, porque Inglaterra no podía que­ darse sin aquel vital alimento: el ser inglés había sido acuñado por com­ pleto en esas frases; era indispensa­ ble preservarlas para la posteridad. Se entendía que una vida de Johnson debía ser un ejemplo de cómo vivir, casi un manual de sabiduría. Con el cadáver todavía tibio, empezaron a salir los primeros de esos libros, y sucedió lo previsible: en todos ellos Johnson era un mero difunto ilustre; estaba tan muerto en el papel como en la Tierra. Siete años pasaron, Inglaterra fue olvidando un poco cada día al buen doctor mientras Boswell des­ atendía a su esposa tuberculosa y a sus cinco hijos y sus tierras en Esco­ cia y su puesto como abogado en las cortes porque estaba poniendo por escrito todo lo que sabía de John­son, de primera fuente y de oídas. Duran­ te siete años torturó a todos los que habían conocido al doctor pidiéndo­ les la correspondencia que tuvieran, lo que hubieran escrito de él en sus diarios personales, lo que fuera. “Vivo en éter johnsoniano”, decía, pero no entregaba el libro. Se lo veía salir borracho de casas de putas, él mismo le juró en cierto momento a su editor que solo bebería agua hasta terminarlo. “Por favor, no. Le saldrá un libro aguado”, contestó el editor. Su Vida de Johnson apareció cuan­ do ya nadie la esperaba y entonces sucedió lo imprevisible: Johnson

volvió a la vida en aquellas 2.000 páginas, estaba de cuerpo entero en ellas. Es decir, con Boswell a su lado. El biógrafo era, por primera vez en la historia, un personaje dentro del libro que escribía. Johnson le había dicho una vez: “Su diario debe ser la historia de su mente”. La historia de la mente de Boswell era aquella demencial biografía mezclada con diario íntimo, un libro tan diver­ tido que daba vergüenza, según el dictamen de la época. Parte obvia de ese encanto era el narrador, especialmente en los momentos en que el buen doctor parecía hablarle al lector sobrevolando la incompe­

privados de Boswell, unas 8.000 páginas. Durante años, lord Talbot amenizaba las sobremesas de sus banquetes mandando traer del ático una hoja de aquel gabinete para leerles a sus invitados (en una misiva genial que le escribe a Johnson enfermo, dice: “No se estará murien­ do sin avisarme, ¿verdad, doctor?”). Así se descubrió finalmente que Boswell no era un idiota sino un pionero: cuando a partir de 1950 se publicaron sus cartas, sus notas y consultas obsesivas sobre el libro que quería escribir, y sus diarios, que rebasan de esa impúdica curiosidad y esa franqueza inconcebible para

Tres cosas embriagaban sin remedio al joven Boswell: el clarete, las prostitutas y la inteligencia. En las tres era igual de impenitentemente promiscuo hasta el día en que conoció al doctor Johnson en una librería londinense tencia de Boswell. Johnson sonaba tan parecido a su brillo en vida, era tanto más reconocible y disfrutable que en sus propios libros, que el dictamen sobre el libro de Boswell mutó a “obra maestra escrita por un idiota”. El Johnson que estudiaron los niños ingleses en la escuela durante los siguientes 150 años era el del libro de Boswell, pero Boswell era el bufón de la historia. Sus empobreci­ dos descendientes se cambiaron el apellido y se dice que jugaban a los dardos con su retrato (pintado por sir Joshua Reynolds y nunca pagado por Boswell). El castillo de la familia en Escocia se fue viniendo abajo. Para la Segunda Guerra era una desastrada barraca militar; hoy es un gigantesco nido de palomas, un capa­ razón vacío. Antes de abandonarlo, la familia dejó en manos de unos parientes más ricos y más cultos, los Talbot, un enorme gabinete de éba­ no donde estaban todos los papeles 31

sus contemporáneos y adictiva para las generaciones y generaciones siguientes. Antes de morir, Boswell se lamentaba por no haber aumenta­ do las tierras de su familia ni haber comandado regimiento, ocupado una banca en el Parlamento o defen­ dido su honor en duelo. En cambio, había tenido diecinueve episodios de gonorrea, infinidad de deudas, borracheras, putas y desaires de gente que no lo quería en su mesa. Murió a la edad que tenía Johnson cuando se conocieron. El último, inefable agregado que pidió hacer a su libro fue una línea en que el rey le decía en un pasillo de las cortes que Inglaterra esperaba por su libro, con estas palabras. “Habrá muchas vidas de Johnson pero la que nos interesa es la suya”.  juan forn (buenos aires, 1959). Su último libro se titula El hombre que fue viernes.


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por antonio caballero Ilustraciones de David Velásquez

En breve, Icono Editorial publicará una nueva edición de Camilo, el cura guerrillero, la extraordinaria biografía escrita por Joe Broderick sobre Camilo Torres. Los ideales y tropiezos del militante del eln dan vida a un personaje complejo, y convierten el libro en una pieza difícilmente clasificable. “Novela, reconstrucción histórica y sociológica”, así la describe Antonio Caballero en esta reseña escrita en 1987, incluida en la reedición de la biografía.

sta larga, densa,

Porque hay que reconocerlo: el paso ruidoso y fugaz del cura, político y guerrillero Camilo Torres Restrepo por el escenario público colombiano no dejó ninguna huella: ni en lo eclesiástico, ni en lo político, ni en lo militar. La Iglesia, que en las manos oligárquicas del cardenal Concha Córdoba era tal vez la más reaccionaria de toda América Latina, la más impermeable a los vientos de renovación que empezaban a soplar incluso en Roma, la más feroz defensora del statu quo político, económico y social, siguió siendo la misma. Pasó incólume –sin que los desasosiegos del cristianismo obrero representados por el padre Torres la rompieran ni mancharan, como al cristal del catecismo– a las manos reaccionarias del brigadier-cardenal Muñoz Duque, y luego a las más reaccionarias todavía del cardenal politiquero López Trujillo. Se mantuvo indiferente a toda inquietud social, convencida de que su única función temporal consistía en la preservación del orden público, y ciega ante los excesos del sistema incluso cuando afectaban a sus propios ministros: los asesinatos del padre Gillard en Cali,

meticulosa, apasionada biografía de Camilo Torres Restrepo no es otra cosa que la historia de una frustración. Veintiún años después de muerto su protagonista, lo que queda de su vida y de su obra es algo tan tenue, tan inasible, en apariencia tan poco propicio para una narración de 400 páginas (sin contar 20 más de enumeración de fuentes), como es el recuerdo de una posibilidad, la nostalgia de una promesa: más da una flor. Flota la sospecha de que tal vez todo lo que había para decir cabía en el subtítulo: “el cura guerrillero”. Pero aun ese acoplamiento de sustantivos, que suena tan excitante, tan promisorio, tan sustancioso como un “discurso de las armas y las letras”, deja un sabor de fiasco: días y noches de calor y mosquitos y monótonos ruidos de la selva, sin que pase absolutamente nada; luego unos tiros y unos muertos; y luego vuelve a no pasar nada otra vez, como en un escorzo irónico de lo que ha sido la historia de Colombia. 33


dispersó luego en columnas semiautómatas que durante años llevaron en selvas inaccesibles una existencia de guerra marginal e interminable, salpicada de ejecuciones de “traidores” y de “sapos”: se calcula que en sus veintidós años de existencia, el eln ha matado dos veces más militantes propios o campesinos no colaboradores que policías o soldados. Y en los últimos años, literalmente, ha encontrado petróleo: ha logrado la prosperidad económica gracias a la extorsión de las petroleras multinacionales que han abierto pozos o construido oleoductos en sus zonas de influencia. (Parte de sus regalías petroleras la invierte en editar lujosos folletos para defenderse de las acusaciones de ser una guerrilla antiecológica por su necesidad de volar de cuando en cuando un tramo de oleoducto para mantener vigente su tarifa de impuesto a las multinacionales.) Si en esta historia delirante y sangrienta se puede buscar algún rastro de influencia de Camilo, está precisamente allí donde él menos lo hubiera deseado: en el clericalismo del grupo guerrillero. Los jefes elenos no son ya intelectuales universitarios como Arenas, Cortés o Medina Morón, ejecutados todos; ni campesinos autocráticos como Vásquez Castaño, que los ejecutó a todos antes de irse a estudiar derecho en el exterior. Sino que son sacerdotes católicos: el padre Domingo Laín, el padre Manuel Pérez. Curas aragoneses de cruz y metralleta, feroces y fanáticos como los curas conquistadores del siglo xvi que vinieron, ellos también, a salvar a América por la fuerza. Y esa inutilidad estruendosa y autodestructiva, esa frustración minuciosa y absoluta que fue la vida de Camilo Torres, no solo saltan a la vista con la perspectiva de los veintiún años transcurridos desde su muerte en combate; sino que eran ya notorias cuando las estaba viviendo. Inutilidad más escandalosa aún por cuanto cada cual quería darle una utilización mezquina: el Partido Comunista y el eln tanto como esas “desesperadas damas de la alta sociedad” que, según cuenta Broderick, iban a buscarlo a su parroquia de la Veracruz “con propósitos que no eran exclusivamente espirituales”. Y frustración, por eso, desde un mismo origen: todos buscaban sacar de Camilo Torres algo distinto de lo que él tenía que dar. Pero lo que daba, en cambio, se perdía en el aire sin el menor efecto. Así ocurrió con su proclamación desde el monte, concebida para provocar un levantamiento generalizado y que solo produjo un encogimiento de hombros en los cafés de Bogotá: “Ahora sí lo van a matar”. Y así ocurrió con su propia muerte –en su primer combate, intentando ganar su primer arma de guerra–, que fue recibida con absoluta indiferencia: “completamente normal”, opinó Guillermo León Valencia, presidente de la República; “un traspié en la lucha”, informó Insurrección, el boletín

Los jefes elenos no son ya

intelectuales universitarios, ni campesinos autocráticos. Son sacerdotes católicos. Curas aragoneses de cruz y metralleta, feroces y fanáticos como los curas conquistadores del siglo xvi

del padre Ulcué en el Cauca, del padre López en Sucre, que no merecieron ni siquiera un reproche por parte de las jerarquías eclesiásticas. Y la desazón, si no doctrinal ni institucional al menos generacional, que provocó el ejemplo de Camilo Torres al tomar claramente partido del lado de los pobres quedó apenas en una polvareda de curitas rebeldes que colgaron los hábitos, no para hacer la revolución social, sino para casarse. En lo que toca a la izquierda, el fracaso de Camilo Torres como líder político y agitador de masas fue igualmente rotundo. Su Frente Unido, ese engendro político llamado a revolucionar la revolución misma, y a transformar por fin y de una vez por todas la correlación de fuerzas entre el pueblo y la oligarquía, no pasó de ser un remedo lamentable de movimiento revolucionario tironeado por todos los oportunismos y agobiado por todas las improvisaciones, antes de evaporarse sin dejar rastro. Una frase del libro de Broderick le sirve de epitafio: “Para cuando Camilo hubo terminado su aprendizaje como guerrillero, su movimiento político estaba en ruinas”. Y pasados veintiún años desde su muerte, Camilo Torres ya no es para la izquierda colombiana ni siquiera un pretexto para tirar piedra en los aniversarios. Pero quizás es en el movimiento guerrillero donde la acción y las ideas de Camilo Torres resultaron más espectacularmente inútiles. El Ejército de Liberación Nacional, esa guerrilla que él describía como “sin caudillismo” y “sin ánimo de combatir a los elementos revolucionarios de cualquier sector, movimiento o partido”, casi no esperó la muerte del cura guerrillero para irse por el despeñadero de la tiranía personal y el canibalismo revolucionario. Bajo la dictadura caprichosa e implacable de Fabio Vásquez Castaño, el eln ejecutó en pocos años a docenas de sus propios militantes, empezando por los más cercanos compañeros de Camilo: Jaime Arenas y Julio César Cortés. Diezmado en Anorí por el Ejército, y descabezado por el autoexilio de Fabio Vásquez (quien viajó a Cuba a someterse a tratamiento médico y se quedó allí adelantando estudios de derecho), el eln se 34


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virtud (suelen ser las únicas virtudes auténticas) y comienza a contar su historia por el final: por el día en que mataron a Camilo Torres. Y todo el mundo, autor y lector, y vasto coro de comparsas y de personajes secundarios, con la casi solitaria excepción del soldado que dispara el fusil, sabe quién es el muerto: el mismo cura guerrillero del título. No hay engaño. Pero no uso la palabra “novela” en el sentido de engaño, de invención, de ficción, de artificio. Como en las novelas buenas, en la de Camilo Torres todo lo que se cuenta es cierto: es la pura verdad, tanto histórica, como psicológica, como poética, apoyada no solo en pruebas documentales sino también en ese tono inimitable, infalsificable, que es el tono de la veracidad. Hablo de novela por dos razones. Una es formal. Broderick escogió para contar su cuento las reglas de la novela. No las de la hagiografía, habituales en los libros políticos: la falsificación y manipulación del personaje para hacerlo servir a los intereses del autor. Broderick no oculta su admiración ni disimula sus simpatías o antipatías, y toma abiertamente partido; pero en ningún momento encubre ni falsea los elementos que no son favorables a su tesis. Tampoco escribe una biografía ortodoxa. Es decir, no pretende tener su personaje hecho y derecho (aunque lo tenga muerto) desde la primera página, y retroceder a continuación para explicar su vida a la luz de su muerte, su principio al ritmo de su final, fijándolo en una (de todos modos discutible) cristalización histórica: Tel qu’en Lui-même enfin l’éternité le change. Sino que, a la manera de los personajes de novela, lo va dejando hacerse: le deja suelta la rienda para que siga los meandros que le dibujan su capricho y su destino, a riesgo de que se le devuelva en línea recta a la pesebrera o de que, por el contrario, no pase nada en la historia. Va dejando que se anude en las páginas del libro, por el juego ciego del azar y del libre albedrío, de las circunstancias y de la voluntad, el destino de un hombre. Es un libro que no está escrito desde el final, sino desde el principio; y es eso lo que le da ese sabor especial de lectura que tienen las novelas: de alimento fresco, y no precocinado, como las biografías. Como es de novela, también, el inextricable entrevero de destinos que conduce –que condujo– a ese final sabido desde el principio: otros personajes, otras vidas, otras libertades, participan en la trama de esta historia: la madre algo

del eln. Desde el mismo momento de su muerte era ya la vida de Camilo Torres como una ola en el mar. ¿Se justifican entonces las 400 páginas de Walter J. Broderick, su talento, su pasión, su laboriosidad investigativa, y la paciencia del lector, para contar la historia de un fracaso? La respuesta a esta pregunta retórica está en esas mismas 400 páginas, a lo largo de las cuales la paciencia del lector se va transformando en entusiasmo, en interés y en admiración. Entusiasmo por la novela, interés por la reconstrucción histórica y sociológica, y admiración, finalmente, por la grandeza trágica del personaje. Su grandeza de hombre: no menguada, sino al contrario acrecentada, por su fracaso como cura, como político y como guerrillero. La novela es apasionante, con todo y su muerte anunciada desde la primera página. Recurso técnico que ha sido muy alabado en novelas posteriores a esta, pero que en Broderick no es virtuosismo literario sino necesidad práctica: como los espectadores de las tragedias griegas, el lector de este libro comienza sabiendo que al final al protagonista lo van a matar. Broderick hace de necesidad 36


avasalladora y el coronel de brigada un poco cómico, la fanática, la entusiasta muchacha corsa y el prudente cura peruano, el clima frío de Bogotá y la prosa árida del padre Yves Congar. Todo lo que formó, deformó, transformó a Camilo Torres: el carácter y la familia, la vocación religiosa, la rebelión ante la injusticia, la tentación mesiánica, el lirismo y la monotonía de la revolución. Y todo está mirado muy de cerca. Para Broderick, que también fue cura revolucionario, y cuya propia autobiografía daría para otra novela, escribir la de Camilo debió ser casi lo mismo: Madame Bovary c’est moi. La segunda razón por la cual hablo de novela es de contenido. Esa vida que el libro cuenta es una novela cuyo argumento, en su sencillez clásica, la coloca en la categoría de las mejores del género. La historia de un niño de buena familia, de madre muy bella y padre superado por los acontecimientos, que huye de su casa para meterse de cura y acaba con el pecho partido de un balazo, en la guerrilla revolucionaria de una de las más remotas provincias del imperio americano. Cuando de lo que está metido en verdad, sin saberlo (o a lo mejor sabiéndolo: esas cosas siempre se sospechan), es de mesías. “Sus palabras tenían una resonancia bíblica”, dice Broderick. “Los cojos, los tullidos y los ciegos se sentían convocados por Camilo al reino de Dios”. Un mesías tan fuera de contexto como podía serlo el caballero andante don Quijote en los peladeros de La Mancha, sin princesas ni dragones: mesías de pipa y sotana en la Universidad Nacional y en la Escuela Superior de Administración Pública, bautizando retoños de oligarcas y confesando beatas en la parroquia de la Veracruz, disputando con cardenales de provincia (Anás, Caifás), enredado en las mezquinas politiquerías de una izquierda casi analfabeta, hundido hasta las orejas en toda la comicidad involuntaria de lo real, que no deja otro escape que la tragedia. Su muerte en la selva, donde reconocieron su cadáver entre los cadáveres de los guerrilleros porque era un cadáver distinto: blanco, delicado, de niño bien, de cura. Decía que otro interés que presenta esta biografía es el sociológico. El retrato –magistral, aunque en buena parte haya sido hecho solamente de oídas– de la sociedad en que nació, se agitó y murió Camilo Torres. Sus marginados, sus cardenales, sus presidentes, sus estudiantes revolucionarios, sus señoras elegantes, sus campesinos, sus militares. La sociedad colombiana que produjo a Camilo sigue retratada en esta biografía de Camilo porque sigue siendo exactamente igual: solo falta Camilo. Todo lo demás sigue ahí, tan igual a sí mismo que hasta los diagnósticos sociológicos del propio Camilo siguen siendo válidos dos decenios después de su muerte. Aun su tesis de grado (“Una aproximación estadística a la realidad socioeconómica de Bogotá”), pese a que fue hecha

La sociedad colombiana

que produjo a Camilo sigue retratada en esta biografía de Camilo porque sigue siendo exactamente igual: solo falta Camilo. Todo lo demás sigue igual a sí mismo

con herramientas teóricas endebles y datos estadísticos aproximativos, sigue siendo certera, e inclusive acaba de ser reeditada. Como siguen vivos (y son con frecuencia reeditados) los personajes de la política o de la guerrilla que acompañaron a Camilo: a lo sumo han ascendido de grado militar, civil o eclesiástico. Por esta sociedad han pasado, al parecer sin dejar huella, veinte años, y dos papas, y millares de muertos. Hay, finalmente, un tercer elemento apasionante en esta novela de Broderick que la arranca al nivel de la ficción (sin consecuencias) o de la descripción antropológica (sin enseñanzas): y es lo ejemplar de esa vida; que explica, para empezar, por qué Broderick escribió una biografía, y no una novela ni un ensayo académico. El valor ejemplar de la vida de Camilo Torres es indiferente a sus logros o fracasos políticos, y lo eleva por encima de ellos al ámbito de la grandeza humana. Por eso no es la suya una vida fracasada; sino una vida hecha con lo mejor que puede haber en un hombre: de voluntad, de amor y de fidelidad a sí mismo. Por eso sus breves y malogrados 37 años son histórica y humanamente más importantes que muchas largas vidas triunfales. No dejó una obra, ya se dijo, y su huella es impalpable: como dibujada en el mar o en el viento, para citar a ese otro gran fracasado que fue Simón Bolívar. Las enciclopedias del futuro tal vez tengan que contentarse con una mención escueta detrás de su nombre: Torres, Camilo: cura guerrillero. Pero al hablar de otros que vivieron su tiempo, tendrán que identificarlos diciendo, por ejemplo: Vásquez Castaño, Fabio: guerrillero y abogado colombiano que fue comandante de la guerrilla de Camilo Torres. Valencia Tovar, Álvaro: general y articulista colombiano que comandó la brigada en cuya zona se dio muerte a Camilo Torres. Sexto, Pablo: papa romano que visitó Colombia recién muerto Camilo Torres. Caballero, Antonio: autor del epílogo a la biografía de Walter J. Broderick sobre Camilo Torres.  antonio caballero (bogotá, 1945). Su último libro se titula Toreo de salón. 37


sobre los buenos sentimientos

por Rafael reig Ilustraci贸n de Nader Sharaf 38


La poesía reciente ha pasado a ser mucho más humanista que humana. Con este cambio, la mezquindad, la crueldad, el egoísmo, la infamia, el rencor y la vileza parecen haber sido desterrados de los versos. ¿En qué lugar de la poesía pueden encontrarse aún esos sentimientos?

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antenemos una sospechosa fe (o quizá una consoladora esperanza o credulidad interesada) en que la poesía es el espacio de los buenos sentimientos. En verso todos nos volvemos unos angelitos, nadie ha roto un plato. En estos tiempos parece que ya no hubiera poemas llenos de odio, de rencor o de maldad; todos sirven para anuncios de perfumes o de compresas con alas, y no traspasan. Fernando Pessoa ya estaba hasta las narices de tanta bondad y estalló en su asombroso “Poema en línea recta”, que termina así:

príncipes, semidioses, almas cándidas. Si alguna vileza hay es de adorno, en sentido figurado, por pura coquetería, como en los versos de Jaime Gil de Biedma o en los del maldito adrede Leopoldo Panero, pero nunca “en el sentido mezquino e infame de la vileza”, sino “en el buen sentido de la palabra bueno”. En la vida, qué remedio, cada semana (si no cada día) cometemos vilezas, ejercemos violencia contra los demás, los manipulamos (o como se dice ahora: utilizamos la “inteligencia emocional”), avasallamos a los de abajo y nos agachamos ante los de arriba, traicionamos, nos acobardamos y abusamos del débil, todo lo que tú quieras, pero siempre nos queda la poesía, tan complaciente, donde reencontrarnos por fin con nuestra propia humanidad. La poesía es una res extra commercium, ese relicario que nos permite practicar, en el comercio con los otros, las virtudes propias del capitalismo (egoísmo, ambición despiadada, espíritu depredador o emprendedor), con la garantía de que basta abrir un libro de versos para recuperar nuestra humanidad intacta y convencernos de que no somos literalmente viles, salvo que lo exija el guion o el negocio. El egoísmo es el aceite que lubrica la máquina económica, según Adam Smith, así que no podemos ir al trabajo con generosidad. Es mejor que dejemos los buenos sentimientos en casa, como se deja un abrigo en consigna: ya nos lo volveremos a poner después del trabajo, con alguna poesía o con la tele, las canciones o las películas. Esto es el humanismo: la poesía convertida en el hilo musical que nos convence de que, sin reducir la productividad laboral, también tenemos nuestro corazoncito ¡y hemos sufrido tanto en esta vida! Como Pessoa, muchos nos preguntamos dónde habrá una voz humana, en lugar de otro eco humanista. Y como de costumbre, la respuesta es que hay que hacer los deberes y leer a los clásicos. Antes de la poesía pop, desde Villon a Shakespeare, los versos estaban llenos de violencia, de las más feas pasiones del espíritu humano, de vileza en sentido literal. Si empezamos por el principio, veremos en La Ilíada a Héctor, vencido, dirigiendo a su enemigo Aquiles una última súplica: que no permita que le despedacen los perros.

¡Ojalá oyese de alguien una voz humana que confesase, no un pecado, sino una infamia; que contase, no una violencia, sino una cobardía! No, todos son el Ideal, si los escucho y me hablan. ¿Quién hay en este ancho mundo que me confiese que ha sido vil una vez? / ¡Oh, príncipes, hermanos míos, coño, estoy harto de semidioses! ¿Dónde hay gente en este mundo? ¿Entonces soy yo el único que es vil y erróneo en esta tierra? Las mujeres podrán no haberlos amado, pueden haber sido traicionados, pero ¡ridículos, nunca! Y yo, que he sido ridículo sin haber sido traicionado, ¿cómo puedo hablar yo con mis superiores sin titubear? Yo, que he sido vil, literalmente vil, vil en el sentido mezquino e infame de la vileza. (Sigo, con algún capricho mío, la traducción de Ángel Crespo. Suyo es el ¡coño!, que conste.) Cuánta razón tenía el poeta portugués: apenas queda poesía humana, y por lo tanto vil, literalmente vil. Lo que hay en cambio es (abundante) poesía humanista. En cuanto atravesamos la puerta y nos metemos en un poema, nuestro corazón está a salvo: todos somos 39


Lo mismo vale para el resto de los asuntos de los que se ocupa la poesía contemporánea: el amor, la muerte, el fracaso, esas cosas de poetas, que en estos tiempos tanto esquivan la “realidad corporal”, lo material, lo humano. A los poetas, como a los políticos, habría que preguntarles siempre cuánto vale un café o un billete de metro. A mi modo de ver, entre el humanismo y lo humano hay la misma distancia que entre el sentimentalismo y los sentimientos. Freud solía decir que los problemas son como las nueces: si no puedes abrir una, aprieta dos juntas en el puño y una de ellas se abrirá. Los dos libros de poemas que recomiendo leer (y que leí por recomendación de Eduardo Vilas) son casi de la misma fecha: Morgue y otros poemas, de Gottfried Benn, publicado en Berlín en 1912, y Antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters, publicado en Nueva York en 1915. Los dos se convirtieron en bestsellers de inmediato. Spoon River es un pequeño pueblo de la Norteamérica profunda y tradicional. El cementerio está en una suave colina y este es el escenario del libro de Lee Masters. Cada una de las tumbas cuenta su historia con su propia voz: cómo vivió y qué le condujo hasta allí. Como si fuera Winesburg, Ohio, de Sherwood Anderson (o, sin ir tan lejos, Crónicas de un pueblo): tumba a tumba, el coro póstumo va tejiendo la historia no contada del pueblo, la cara oculta de esas vidas que se resumen con un epitafio en verso. El resultado es conmovedor, aunque algo monótono y previsible (para mi gusto), y el conjunto ofrece una imagen serena y moralista. Como escribió Manuel Rico en El País: “Un clásico de la poesía anglosajona que, como todo clásico, nos habla de las incertidumbres de todo ser y de todo tiempo”. No se puede definir mejor en menos palabras el humanismo: ese tesoro, fuera del espacio y el tiempo, que custodia la poesía (esa humanidad nuestra que es preferible no llevarnos al trabajo). Son sentimientos que al parecer comparten el patrón y el empleado, el campesino medieval y un notario de Pontevedra hacia 1975, Cicerón el senador y Espartaco el esclavo. Se trata, como dice Lee Masters, de esas “unseen forces / that govern the processes of life” (fuerzas invisibles que gobiernan los procesos de la vida). Frente al humanismo abstracto, lo humano siempre es concreto. Nunca “de todo ser y de todo tiempo”, sino aquí y ahora, y para esta persona. Las fuerzas son visibles, materiales, a menudo viles en su sentido más literal. El escenario de Morgue es, en su mayor parte, un depósito de cadáveres. Los muertos no tienen voz con la que relatar su historia: hablan sus cuerpos, a través de los

Esto es el humanismo: la poesía convertida en el hilo musical que nos convence de que, sin reducir la productividad laboral, también tenemos nuestro corazoncito ¡y hemos sufrido tanto en esta vida!

Por tu vida te ruego y tus rodillas y tus progenitores, no permitas que al lado de las naves de los aqueos, canes me devoren. (Sigo la traducción de Antonio López Eire.) Héctor, el hijo de Príamo, llega a ofrecerle a Aquiles bronce y oro a cambio de que respetara su cadáver. En cualquier narración contemporánea, Aquiles habría rendido honras fúnebres al enemigo. Los grandes poetas, como Homero, acostumbran a ser mucho más punkis que los ganadores del Premio Loewe, así que Aquiles le responde que ni las rodillas le conmueven: No me supliques, ¡perro!, ni por mis padres ni por mis rodillas. ¡Ojalá de algún modo a mí mismo corazón y coraje me indujeran a cortarte en pedazos y tus carnes comérmelas yo crudas. No se lo llega a merendar, pero le quita las armas y golpean por turno el cadáver, entre insultos y risotadas, y después: De ambos pies, por la parte de atrás, taladró sus tendones desde el tobillo hasta el talón. Y le ata por las piernas a su carro, “mas su cabeza dejó que se arrastrara”, fustiga los caballos y se pasea con el cargamento ante los (llorosos) ojos de Príamo, el padre de Héctor, y ante la madre, que “cabellos se arrancaba”. Como apunta Lawrence LeShan, una cosa es la “realidad mítica” de la guerra y otra, muy distinta, su “realidad corporal”. 40


cuales el poeta (esa primera persona de los poemas) nos cuenta su historia. Abre el libro un poema que da una idea del tono. Se titula “Kleine Aster”, que puede traducirse como “Pequeño áster”, a condición de que uno sepa qué es un áster (o aster, como prefiere la Academia, pero no María Moliner). No es mi caso, por supuesto: ni idea de ásteres o asteres. Para entender el poema basta saber que un áster es una flor, parecida a la margarita, aunque tampoco estorba saber además que “áster” viene del latín (y del griego) y significa estrella. El cadáver del conductor de un camión de cerveza fue alzado sobre la camilla. Alguien le había colocado entre los dientes una pequeña flor oscura –clara– lila. Cuando le saqué el paladar y la lengua desde el pecho con un largo cuchillo debajo de la piel, he debido rozarla porque la flor se deslizó hacia el cerebro vecino. La guardé en el tórax entre el aserrín cuando lo cosían. ¡Bebe hasta la saciedad en tu florero! ¡Descansa en paz, pequeño áster!

Editorial EAFIT

(Sigo la traducción de Verónica Jaffé.) Una estrella fugaz, un asteroide, que se desliza en la oscuridad del interior del cuerpo, desde la boca hacia el cerebro: a veces la etimología nos proporciona un valor (un placer) añadido. Gottfried Benn construye la realidad corporal y humana de la muerte; Lee Masters elabora la realidad ficticia, es decir, moral y humanista. El humanismo trabaja con las “invisibles fuerzas”, que son “de todo ser y de todo tiempo”. La humanidad trabaja con lo visible, aquí y ahora. Por eso la poesía clásica es tan violenta. Porque, como decía Fernando Pessoa: “¡Qué difícil es ser consecuente y no ver sino lo visible!”.  rafael reig (asturias, 1963). Autor de la novela Todo está perdonado, ganadora del Premio Tusquets. 41


© gabriela precht

NO LO VEO CLARO columna de

andrea palet

“Todos los días son vísperas de algo”. Jorge Díaz

Pooh U

na mudanza es estresante, eso está dicho. Al cansancio físico del embalaje y el traslado hay que sumar las decisiones sobre qué abandonar y qué llevarse consigo, más la visión incómoda, desasosegante, de la cantidad inmensa de cosas que uno puede llegar a acumular en cajones olvidados y rincones polvorientos. Entre los veinte y los cuarenta años me cambié muchas veces de casa, y además te lo dicen en las revistas: ya lo sabía. Pero no había pensado en algo que ahora tengo y antes no: hijos adolescentes que destierran de su dormitorio y de su vida los juguetes, los disfraces, los lápices de colores. Hay que deshacerse entonces de cerros de objetos que, al contrario de las tontas tazas cuadradas y los libros malos y los almanaques viejos, tienen adheridas gruesas capas de sentimentalismo del bueno, del mejor. En esos momentos me encuentro: decidiendo qué conservar, a quién legar esos juegos desgastados y tan queridos, esas figuritas de acción en las que también los adultos proyectamos nuestras fantasías más puras. La muñeca favorita de la menor, la capa forrada de Harry Potter que costó una pequeña fortuna, el

Bocetos de Winnie Pooh, por E. H. Shepard

juego de magia y el juego de química que nunca abrieron, los mazos de Pokémon –un misterio que nunca pude descifrar–, autitos, motitos, camioncitos, y Winnie Pooh y sus amigos. Pero no; llámenme ñoña, pero el oso Pooh se salvará de la quema. En su momento no me fue fácil explicar por qué lo único que me traje de recuerdo del londinense Victoria & Albert Museum (un museo 42

enorme, caótico y mundano, o sea un gusto) fueron unas simples y bellas reproducciones de los primeros bosquejos a grafito de los personajes de Winnie Pooh, realizados por el ilustrador británico E. H. Shepard en los años veinte. No sé, mis hijos eran muy nuevos por entonces, unas redondeces de ojos brillantes e infinita curiosidad, una cosa deliciosa, y como muchas madres –y muchos pero menos padres– me especialicé


durante una temporada en todo tipo de fantasías animadas de ayer y de hoy, porque era lo que correspondía (y lo bien que lo pasaba). Recuerdo que, del inmenso repositorio de cultura y mercadotecnia infantil donde íbamos todos a abrevar, ese oso “con poquito cerebro” y sus amigos del Bosque de los Cien Acres me parecían de lo más rescatable, o al menos mil veces más digeribles y por cierto más elegantes que el mamón insoportable de Barney, el dinosaurio patoso de esponja, o la anoréxica caterva de Barbies con sus repelentes novios modelo surfista californiano. La adoración por Winnie Pooh me duró un buen rato y no se limitó al coleccionismo de peluches, platos, películas, pelotas y cuanto adminículo inútil empezara con pe y llevara su impronta; no, fue peor: me dio por imitar el melancólico balanceo de Igor, o la vocecita de Piglet (“soy un animal muuuy pequeño”), por supuesto con la excusa de entretener a mis niños, los que en verdad nunca han necesitado que los entretengan, y menos un adulto infantilizado haciéndose pasar por un burro deprimido o un chancho flaco y victimizado. Me parece que lo que me atraía de esos personajes y sus historias –aparte del trazo delicado, tierno, algo anticuado de las figuras– era que parecían verdaderamente tener personalidad, y preocupaciones, pequeñas pero preocupaciones, y que en el Bosque de los Cien Acres había rasgos reconocibles de nuestra histeria moderna. Por eso me hizo tantísima gracia, hace unos años ya, toparme con un artículo académico titulado “Pathology in the Hundred Acre Wood: A neurodevelopmental perspective on A. A. Milne” (cmaj 2000; 163: 1557-1559), firmado por pediatras y neurólogos canadienses en perfecto dominio de sus facultades mentales, y publicado en una

revista médica muy seria, la Canadian Medical Association Journal, fundada en 1911. Oh, las conclusiones eran devastadoras: según estas buenas gentes, el osito Pooh, microcefálico confeso, sufría de menoscabo cognitivo comórbido, lo que, sumado a su déficit de atención y trastorno hiperactivo, lo convertía en candidato a desarrollar el síndrome de Tourette. Además es obeso, y claramente un adicto (a la miel). Un comentarista del artículo especuló sobre una eventual infancia violenta que explicaría un síndrome del osito golpeado, o bien que todo podía ser a causa de un hipotiroidismo; en todo caso, no se recomendaba una terapia con

animal triste y azul. O distímico, en palabras de estos médicos, que no detallan si la anhedonia o incapacidad de experimentar placer del burro se debe a una depresión endógena o a cierto trauma infantil relacionado posiblemente con su cola. El artículo era una parodia, por supuesto, género de escasísimo éxito entre la grey académica, que suele aquilatar la jerga más obtusa como una medida de su propia importancia, en los mejores casos, y como enmascaramiento de su mediocridad, en los peores. Por eso estaba bueno que el texto tuviera comentarios de pares lamentando que se hubiese dejado fuera a Cangu y a Rito,

Lo que me atraía de esos personajes era que parecían verdaderamente tener personalidad y preocupaciones. En el Bosque de los Cien Acres había rasgos reconocibles de nuestra histeria moderna estimulantes pero sí rehabilitación, quizás con metadona. Conejo es un caso obvio de trastorno obsesivo compulsivo. Christopher Robin, al carecer de toda supervisión parental, podría en el futuro experimentar problemas de identidad de género, aventuraban los especialistas. En cuanto al impulsivo e hiperactivo Tigger, ese patrón recurrente de conductas de riesgo hacía sospechar un daño de la corteza cerebral, específicamente en los lóbulos frontales. Búho, un narcisista redomado, tiene una mente brillante pero opacada por la dislalia. O quizá solo es un Asperger demasiado lejos de Silicon Valley. Piglet sufre un trastorno de ansiedad generalizado, eso está más que claro, y los especialistas, junto con recomendar paroxetina para sus crisis de pánico, advertían del peligro para su frágil autoestima que implica la cercanía de Igor, ese 43

cuando era muy probable que, como madre soltera y sobreprotectora, Cangu fuera un caso de síndrome de Münchausen por poder. Con este diagnóstico de fantasía los autores querían hacer pensar un momento a sus colegas sobre los absurdos de la medicalización excesiva de la experiencia humana, asunto que se desvía por completo de mi mudanza pero que me gustaría que recordaran cuando se publique, muy pronto, el dsm-5. Dicen que en la nueva versión de la biblia de los trastornos mentales hasta mi natural nostalgia por el paso de la vida será una enfermedad. Vaya gente con poquito cerebro, Pooh.  andrea palet (concepción, chile, 1965). Dirige el Magíster en Edición de la Universidad Diego Portales y también es socia de la editorial independiente Los Libros Que Leo.


BREVIARIO © cortesía del wyevalley festival

Andar y ver en pocas palabras

un concierto con elgar Por Compton Mackenzie Traducción del inglés de Juan Carlos Garay Hace unos diez años, un sábado por la tarde en el antiguo club Savile del número 107 de Piccadilly, compartí una mesa del comedor con el compositor Edward Elgar. Durante todo el almuerzo me aseguró de manera muy enfática que ya no tenía el menor interés en la música. Después de almorzar fuimos al salón de billar, donde me habló de su placer recién descubierto: el microscopio. Fue entonces cuando el escritor Walter James Turner, quien estaba sentado al otro extremo del largo sofá, se levantó para retirarse del club y mencionó de paso que iba al Queen’s Hall a escuchar una interpretación de la Sinfonía fantástica. Tal vez esa tarde fue el comienzo de la devoción de Turner por la música de Berlioz, que culminó con la escritura de su excelente estudio sobre la obra del compositor. Tan pronto como la puerta del salón se cerró detrás del escritor, Elgar se volteó con vehemencia hacia mí: –¿A dónde dijo que iba? Le conté, y de inmediato me preguntó si ya había oído la Sinfonía fantástica. –No –le dije. –Tiene que oírla. Claro que una buena porción de la obra no tiene mucha importancia, pero “La marcha al cadalso” es una de las cosas más tremendas que se han hecho en la música. Vea, dígale al portero que

Edward Elgar, en una foto circa 1900

telefonee al Queen’s Hall y reserve un par de asientos para mí. Yo lo invito. Salimos del club antes de las tres, tomamos un taxi a la sala de conciertos, y mientras Elgar esperaba 44

en el vestíbulo yo fui a la taquilla a reclamar las entradas. –¿Creo que tiene usted dos asientos para sir Edward Elgar? –Veinticuatro chelines –dijo el dependiente.


–¡Pero son para sir Edward Elgar! –insistí. Me miró con una cara inexpresiva y repitió el precio. No quise contarle a Elgar que su nombre era desconocido entre los empleados de la taquilla, así que terminé pagando por los dos boletos. Me impactó la torpeza del dependiente porque, recuerdo bien, el vestíbulo estaba lleno de carteles que anunciaban un próximo concierto en el cual Edward Elgar iba a dirigir la orquesta interpretando sus composiciones. Nuestros asientos estaban en la cuarta fila del lado derecho de esa gran sala circular. No puedo recordar quién era el director aquella tarde, pero el concierto se abría con el poema sinfónico Don Juan, de Strauss. Elgar parecía estar aburrido. Sin embargo, en cuanto se inició la Sinfonía fantástica, se incorporó y se puso alerta. Cuando la sinfonía llegó a su cuarto movimiento, “La marcha al caldaso”, Elgar sudaba y musitaba: “Oh, Dios mío, Dios mío”. Y alzó tanto la voz que, un par de veces, unas señoritas que estaban sentadas adelante se voltearon con cara de enojo y nos chistaron. –Vea, Mackenzie –me dijo cuando la orquesta empezó la marcha–, ahora le voy a marcar el ritmo en su rodilla. De hecho, marcó el ritmo en mi rodilla, en mis costillas, en el brazo de la silla, sudando cada vez más y secándose la frente con un pañuelo gigantesco. Luego empezó a preocuparse por la manera como estaban tocando los platillos. –¡Así no! –exclamó imitando con las palmas al percusionista–. ¡Así, zoquete!, –y pasó su brazo izquierdo por encima del derecho para marcar el ritmo, como él quería que sonara, en uno de mis muslos. Para ese momento, todos los que estaban en las sillas de adelante se volteaban a mirarnos, y la gente de nuestra propia fila nos mandaba a callar.

Al final de la marcha hay un silencio repentino y vuelve a surgir la melodía principal, tocada solo por el clarinete, antes de ser interrumpida por un golpe que representa la caída de la cuchilla de una guillotina. El clarinetista miró hacia donde estábamos y al parecer reconoció a Elgar, porque la expresión de su rostro mientras interpretaba aquel solo se convirtió en la de un hombre que iba a ser ejecutado de verdad. Entonces los acordes distanciados marcaron el final del movimiento. Elgar, que no paraba de secarse la frente, se levantó. –¿No se va a quedar a escuchar el concierto de Rachmaninov? –le pregunté. –No, no, no. Ya le he dicho que hoy día la música no me interesa en absoluto. Y así salió caminando por el pasillo, seguido por las miradas indignadas de las señoritas, en tanto que la orquesta iniciaba el último movimiento, “Sueño de una noche de aquelarre”. compton mackenzie (inglaterra, 1883 - escocia, 1972). En 1923 fundó, en compañía de su cuñado Christopher Stone, la revista de música The Gramophone. Este texto apareció en mayo de 1935, en dicha publicación.

recetas para preocuparse Por Jesús Silva-Herzog Márquez Desde hace unos quince años, John Brockman, un inquieto promotor de la cultura, un empresario intelectual, organiza una extraña fiesta decembrina. Brockman, de quien se ha dicho que es uno de los grandes catalizadores intelectuales de nuestro tiempo, no reúne a su familia para cenar pavo o abrir los regalos de Santaclós. Invita a algunas de las mentes más brillantes del mundo a 45


reunirse virtualmente en edge.org, su página de intenet, para contestar una pregunta provocadora. La fiesta es la conversación que se teje a partir de las respuestas. El festejo anual de Edge es un puente entre aquellas dos culturas que se ignoran. Las artes y las ciencias compartiendo el manjar de una buena pregunta. Entre sus invitados habituales puede encontrase a Steven Pinker, Richard Dawkins, Craig Venter, Brian Eno, Daniel Dennett, Samuel Harris. Sí, poca diversidad. Muchos hombres ingleses o norteamericanos –pero, a fin de cuentas, un grupo con cosas que decir–. Las preguntas han sido particularmente agudas. Interrogantes misteriosas o perturbadoras. ¿Cuál es tu idea peligrosa?, ¿en qué has cambiado de opinión?, ¿en qué crees que no puedes probar?, ¿qué nos puede hacer más listos?, ¿ha cambiado internet la manera en que piensas?, ¿en qué eres optimista? La pregunta más reciente de Edge es: ¿de qué deberíamos preocuparnos? En estos momentos hay algo que conspira silenciosamente contra nosotros. Peligros inadvertidos, amenazas que nadie atiende. El variado grupo de científicos, tecnólogos y expertos en las más extravagantes disciplinas se reúne en esta página para compartir sus angustias. Claro, no faltan los listos que reflexionan sobre la preocupación. Una preocupación, puede leerse por ahí, es una inversión en recursos cognitivos atada a emociones del espectro de la ansiedad, dirigida a la solución de un problema específico. Toda preocupación es costosa, agrega Stan Sperber –como también lo puede ser el no preocuparse–. La preocupación no es una carga; es un regalo, dice el neurocientífico Robert Provine: un tipo de pensamiento y de memoria que ha evolucionado para darle dirección a la vida y protegerla del peligro.

Si nos fastidia la tranquilidad o estamos hartos de las preocupaciones obvias, podemos encontrar en la página de Edge una buena dosis de preocupaciones insospechadas y nutritivas. Preocupémonos pues de terribles virus mutantes, de la eugenesia china, de la espantosa epidemia de gordos, los rayos gama, asteroides devastadores, oscilaciones solares, la devaluación de la palabra escrita, la apatía, los prejuicios de Google, el fascismo tecnológico, la marginación informática, el creciente déficit de nuestra paciencia, el envejecimiento del planeta, la homogeneización del mundo, la erradicación de la muerte, la expansión del universo, el antiintelectualismo que arrincona a la ciencia, el crimen apoderándose de los Estados, la incompatibilidad del desarrollo científico con los procesos democráticos, el derroche de las fantásticas oportunidades que nos ofrece la tecnología, la desaparición del espacio público, la desconexión humana, la perpetua conexión virtual, la brecha entre la comprensión y la información, la pérdida de contacto con nuestro propio cuerpo, la proliferación de la pseudociencia, la creciente torpeza de nuestras manos, el solipsismo informático, el fin de la privacidad, la amnesia colectiva, la pérdida del deseo sexual, la explosión de nuevas drogas, las supersticiones viejas y nuevas, los límites de la democracia, la muerte de la diversidad cultural, la inextinguible estupidez, el estancamiento económico del planeta, nuestra inmortalidad digital, la inestabilidad genómica. A preocuparse también se aprende. jesús silva-herzog márquez (ciudad de méxico, 1965). Su último libro, Andar y ver (segundo cuaderno), fue publicado por la editorial mexicana dge Equilibrista. 46

torta de marihuana (la receta literaria) Por Alice B. Toklas Traducción del inglés de Christopher Tibble Alice Babette Toklas fue muchas cosas para la gran Gertrude Stein: amante, editora, musa, crítica, confidente y, entre otras cosas, una excelente cocinera. En 1952, firmó un contrato con Harper & Brothers para escribir las memorias de su vida en clave de libro de cocina. Dicen las malas lenguas que con la fecha límite muy cercana, Toklas, de 70 años, decidió aceptar cuanto plato le ofrecieran sus amigos para añadir al libro. Esto la llevó a incluir, al parecer sin mucha meditación, una receta sugerida por el artista Brion Gysin, tan sencilla que “hasta el más inexperto podría hacerla en un día de lluvia”. Al notar el sospechoso ingrediente los editores en Harper & Brothers no incluyeron la receta en el libro; por lo cual esta fue publicada, por primera vez, en la edición británica. Ella le da el muy sofisticado nombre de “fudge de hachís”, una especie de “panelita” que seguramente está en el origen de nuestra muy criolla torta de marihuana. A solas con el chef De cocinero a cocinero debo confesar que este libro, con su mezcla de recetas y recuerdos, fue redactado durante los primeros tres meses de un pernicioso ataque de ictericia. En parte, supongo, fue escrito como un escape a la reducida dieta y a la monotonía de la enfermedad. Me atrevo a decir que también fue la nostalgia por los días de antaño, y los recuerdos de salud y alegría que les dieron un lustre especial a esos viejos menús y platos prohibidos en mi inválida mesa. Todo ello seguía flotando como sueños en mi inválida memoria. A veces enfermarse libera la mente y la deja vagar. Aunque nací


© cortesía de the making of gertrude stein

Tales especulaciones me llevaron a sumergirme en mi inmensa colección de recetas y a recopilarlas en este libro de cocina. Lo escribí para los estadounidenses, pero sería agradable que aparte de sobrevivir al Atlántico, sus ideas logren cruzar el Canal de la Mancha y sean aceptadas en las cocinas británicas. Fudge de hachís

señoras o en una reunión de respetables amas de casa. En Marruecos se cree que sirve para alejar la gripa del húmedo clima invernal y es más eficaz si se consume con grandes cantidades de té de menta caliente. Euforia y brillantes destellos de risa; ensueños extáticos y la extensión de la personalidad sobre varios planos simultáneos han de ser plácidamente esperados. Usted podrá superar a la misma santa Teresa si logra soportar ser arrasado por un évanouissement reveillé. Tome una cucharadita de pimienta negra, una nuez moscada entera, cuatro astillas de canela y una cucharadita de cilantro. Pulverice estos ingredientes en un mortero. Reúna un puñado de dátiles deshuesados, higos secos, almendras sin cáscara y maní: píquelos y mézclelos. Pulverice ahora un manojo de Cannabis sativa, espolvoréelo sobre las nueces y frutas, y amase la mezcla. Disuelva una cucharada de azúcar en un trozo grande de mantequilla. Moldee estos ingredientes en una torta y córtela, o forme pequeñas bolas del tamaño de una nuez moscada. Consúmase con cuidado. Con dos porciones basta. Conseguir el cannabis puede presentar ciertas dificultades. Sin embargo, el tipo conocido como Cannabis sativa crece, a menudo desapercibido, en medio de la maleza europea y asiática, y en algunas partes de África; además se cultiva para manufacturar ropa. En América, pesa a que por lo general su consumo no es aprobado, otro pariente conocido como Cannabis indica puede encontrarse hasta en las jardineras de las ciudades. Se debería recoger y secar estando aún verde y apenas empiece a producir semillas. 

Esta es la comida del paraíso –de Los paraísos artificiales de Baudelaire–: puede servirse como un refrigerio entretenido en un club de bridge de

alice b. toklas (san francisco, 1887 - parís, 1967). Escritora estadounidense perteneciente a la vanguardia parisina del siglo xx.

Alice B. Toklas (al fondo) y Gertrude Stein

en Estados Unidos, he vivido tanto tiempo en Francia que siento los dos países como míos; conociendo y amando a ambos, me apliqué a pensar en las diferencias entre sus hábitos alimentarios y sus actitudes generales hacia la comida y la cocina. Empecé a considerar que cada nación tiene sus propias idiosincrasias culinarias condicionadas por el clima, el terreno y el temperamento. Pensé en guerras y conquistas, en cómo las tropas invasoras traen consigo sus hábitos y pueden, con el tiempo, modificar la comida o el comedor nacional.

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por meg wolitzer Traducción del inglés de Alejandra Algorta

| Ilustración de Bea Crespo

En la literatura, como en la vida, se puede discriminar sutilmente. La autora de The Wife explora el tenue entramado que relega a un segundo plano la ficción escrita por mujeres. sin profundidad; otros pensarán que es un tema de mucha importancia. Cuando me refiero a la llamada “ficción femenina”, no uso el rótulo como ha sido usado muchas veces: para describir un tipo de novela de lectura rápida, escrita exclusivamente para un público de mujeres acostumbradas a ese tipo de libros. Hablo de literatura que casualmente ha sido escrita por mujeres; porque algunas personas, sobre todo algunos hombres, ven estos libros como algo que no tiene nada que ver con ellos. Hace algún tiempo, en una gala social, un hombre se enteró de que yo era escritora y me preguntó: “¿Habré oído de ti?”. Le dije mi nombre con timidez y como no me reconoció –está bien, no soy tan famosa– le hice una sinopsis de mis novelas. “Ya sabes, son sobre cosas contemporáneas, a veces tratan sobre matrimonios, familias, sexo, deseo, hijos y padres”. Después de algunos minutos él llamó a su esposa anunciando que era con ella, que “lee ese tipo de libros”, con quien yo debía hablar. Al recordar ese encuentro siento que perdí una oportunidad. Cuando alguien pregunta: “¿Habré oído de ti?”, muchas novelistas estarían tentadas a responder: “En un mundo más justo sí”. La verdad es que las escritoras, por lo general, se ven a sí mismas inmersas en un mundo injusto (a pesar de que muchas jóvenes solteras ganen más que los hombres en la mayoría de ciudades norteamericanas y de que la educación superior en Estados Unidos tenga un claro sesgo femenino). vida, una comunidad literaria femenina,

si la novela de Jeffrey Eugenides, The Marriage Plot, con ese título y con ese anillo de bodas en la cubierta, habría recibido la misma atención literaria de haber sido escrita por una mujer. ¿O esta novela (que por cierto amé) habría sido relegada al pequeño estante de abajo, el de la “ficción femenina”, donde los libros sobre las relaciones y la vida íntima de las mujeres son usualmente desterrados? Se esperaba que The Marriage Plot, la primera novela de Eugenides desde que le concedieron el Premio Pulitzer por Middlesex, recibiera una considerable atención de la crítica a pesar de su tema. Pero la protagonista femenina, el tono a veces nostálgico, la gracia de la prosa y el énfasis que hace el libro en las relaciones recalcan el hecho de que muchas novelas de primer nivel escritas por mujeres, sobre vidas de mujeres, no encuentran la forma de escapar a la categoría “ficción femenina”. Solo dan el salto al estante de arriba cuando, al ser escritas por hombres (y también por ciertas mujeres, de las que hablaré más adelante), son ampliamente difundidas y admiradas. Es un asunto delicado. Traer a colación la pregunta sobre lo femenino –me refiero a la pregunta sobre la literatura femenina– es como mencionar la deuda externa durante un evento social. Algunos se molestarán e insistirán en que al respecto se ha hablado mucho pero 49


Comparemos esto con la cubierta, pletórica de letras, de El arte de la defensa, de Chad Harbach, o con los enormes caracteres de Las correcciones, de Jonathan Franzen. Esas portadas, según un publicista de libros con el que hablé, les dicen a los lectores: “Este libro es importante”. El anillo de bodas de Eugenides puede parecer una excepción, pero tiene una abstracción geométrica: la cinta de Moebius sugiere que en el fondo hay un rompecabezas irresoluble tipo Escher. La ilustración pudo haber sido más convencional y haber incluido los finos dedos de una mujer, si no hubieran pensado en el libro como un éxito literario. Tomé clases de semiótica en la Universidad de Brown, en el mismo apogeo deconstructivista en el que surgió la novela de Eugenides (él y yo asistimos juntos a un taller de escritura). No necesito recordar nada de significantes para entender que, así como las masculinas letras en negrilla, las cubiertas femeninas constituyen un código. Ciertas imágenes, ya sea que sinteticen algún tipo de pobreza nostálgica tipo Walker Evans o echen un vistazo a una domesticidad acolchada, están orientadas hacia mujeres tanto como lo están las propagandas de calcio y vitamina d. Bien podrían tener un letrero enorme con las palabras: “¡Aléjense, hombres!, ¡mejor vayan a leer a Cormac McCarthy!”.

Cualquier categorización de escritores por su sexo, o por un supuesto tema femenino, no solo es discriminatoria sino que también aleja a las escritoras de encontrar un público mixto mostró en su segundo balance anual de estadísticas que las mujeres reciben muy poca atención como críticas y sus libros no son objeto de análisis en muchas publicaciones prestigiosas. Encontraron además que, de todos los autores mencionados en las publicaciones, cerca de tres cuartas partes eran hombres. No es una sorpresa que solo hablemos de hombres cuando queremos mencionar a los principales novelistas –aquellos que despiertan pasión e interés, cuyos lectores pertenecen a ambos sexos–. Buscando en Amazon encontré una categoría llamada “ficción femenina”, en la que aparece mi nombre junto al de Jane Austen, Sophie Kinsella, Kathryn Stockett, Toni Morrison, Danielle Steel y Louisa May Alcott (sobra decir que Amazon también nos clasifica en otras categorías). Si hay un tema o un estilo común entre nosotras, es difícil de encontrar. Amazon también ubica de vez en cuando a un hombre dentro de esta categoría. Tom Perrotta está ahí, y también Jonathan Franzen (con la edición de Libertad del Club de Lectura de Oprah), lo cual debería proporcionar más razones a aquellos que se quejan de su ubicuidad. Ambos hablan sobre relaciones y la vida en los suburbios. ¿Será por eso que están ahí? Amazon tan solo está tratando de ayudar a los lectores a encontrar los títulos que quieren. Pero cualquier categorización de escritores por su sexo, o por un supuesto tema femenino, no solo es discriminatoria sino que también aleja a las escritoras de encontrar un público mixto, o de entrar en el amplio y más influyente campo de juego. Ocurre todo el tiempo, y no solo con extraños en reuniones sociales, o con libreros que no tienen problema en reducir complejas novelas escritas por mujeres a la categoría de “ficción femenina”. La misma editorial puede hacer parte de un proceso de segregación vago y efectivo, así como de un impremeditado menosprecio. Tan solo hay que mirar algunas de las cubiertas de novelas escritas por mujeres: ropa colgada en una cuerda, una pequeña niña inmersa en un campo de flores silvestres, un par de zapatos en una playa, un columpio vacío en el porche de una vieja casa amarilla.

A veces pienso si la longitud de los libros

señala a los lectores la supuesta importancia de una novela. Algunos novelistas que han alcanzado altos perfiles literarios, como David Foster Wallace, Haruki Murakami y William T. Vollmann, han publicado libros muy largos, de más de mil páginas en los casos de Wallace y Vollmann. Con notables excepciones, las mujeres no han publicado muchos libros que puedan servir de trancapuertas y hayan tenido algún reconocimiento desde El cuaderno dorado de Doris Lessing. Vivimos no solo en la era del déficit de atención sino en la era del club de lectura, cuyos miembros suelen tolerar un estricto límite de páginas. Aun así, el mercado, sutil y paradójico, parece susurrar a los oídos de algunos hombres: “Claro, amigo, escribe tanto como quieras, solo siéntate y redacta todas tus ideas sobre Estados Unidos”, lo que en algunos casos extremos puede llamarse “El enorme y largo libro acerca de mí”. ¿Será que las mujeres se editan (o se dejan editar) con más severidad, dando a luz apretadas novelas que los miembros de los clubes de lectura encontrarán accesibles? ¿O simplemente ellas no convierten la longitud del libro en un fetiche? (Y en ese sentido, ¿los hombres que escriben libros gruesos dirán que solo estaban dejando que el contenido encontrara su forma?) Todo esto no es para decir que los megalibros son mejores; en su profusión tal vez es más factible que sean 50


a ser etiquetada como indisciplinada y autoindulgente. Claro, En la corte del lobo, de Hilary Mantel, es un libro enorme, pero sospecho que los trabajos históricos –los que enseñan al lector sobre determinado tema (en este caso a un lector masculino)– se aceptan con más facilidad al ser escritos por una mujer, que, digamos, ese tipo de novela larga de “sentimientos” escrita con frecuencia por hombres. Julia Glass, ganadora de un National Book Award en 2002 por su novela Tres junios, dijo: “Muchos lectores preguntan por qué escribo casi siempre desde un punto de vista masculino. Tengo teorías al respecto, pero en realidad no lo sé. No dirijo mis libros a una audiencia masculina, aunque el punto de vista pueda ayudar a su aceptación. Creo que los hombres son más receptivos a mi libro de lo que serían si el punto de vista fuera femenino”. Los personajes importan mucho, y las novelas que involucran padres y niños pequeños parecen considerarse, en una primera instancia, como potencial provincia sentimental de una mujer. Excepto, por supuesto, cuando esos padres e hijos son hombres, como en el caso de La carretera de Cormac McCarthy o Tan fuerte, tan cerca de Jonathan Safran Foer, dos libros en los que el dúo padre-hijo ha sido celebrado con entusiasmo por lectores de ambos sexos. Algunas de las más aclamadas novelistas han escrito sin arrepentimiento y con autoridad acerca de mujeres.

peores. Pero en definitiva hacen más ruido. Por décadas, las grandes obras arquitectónicas de la literatura han sido emprendidas generalmente por hombres, mientras que los “trabajitos manuales” han sido el campo de las mujeres. No sorprende que la precisión de las historias breves permita a los críticos celebrar los logros femeninos con comodidad, incluso celebrarlos con entusiamo, como en el caso de Alice Munro. Pero en general una colección de cuentos es considerada un animal más silencioso que una novela, y es a veces juzgada por algunos como el trabajo de alguien que carece de la desbordante confianza de un novelista. Tengo la sensación de que, así como la mayoría de los hombres, la mayoría de las mujeres escriben tan largo como quieren escribir, aunque no siempre reciben la misma recompensa. Hombres como Ian McEwan y Julian Barnes han escrito, en años recientes, libros muy cortos, que han sido leídos y apreciados por un gran público. Si una mujer escribe algo corto hoy en día, más aún, si es sobre mujeres, se arriesga a que ello sea considerado un trabajo menor. Aunque, por otro lado, si una mujer escribe un libro muy largo, lleno de asociaciones libres sobre la vida y el amor, la infancia y la guerra, chistes, recetas e incluso una novela dentro de la novela, o cualquier cosa que pueda caber dentro de esa infinita membrana elástica, se arriesga

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Estas excepciones pueden llevarnos a pensar que tal vez nos estamos dirigiendo hacia algún tipo de idilio literario en el que hombres y mujeres se sienten al sol bajo los árboles, coman higos y discutan pasajes de Kiran Desai o Jeanette Winterson. Pero justo cuando las mujeres están peleando por el acceso a la anticoncepción, las estadísticas de vida sugieren que las escritoras continúan luchando para que su trabajo sea tomado en serio y tenga tanto cubrimiento como el de los hombres. La Academia Norteamericana de Artes y Letras cuenta con solo 33 mujeres entre sus 117 miembros literarios. Al mismo tiempo, los principales premios no parecen generar un cambio en la visión de las cosas; en los últimos tres años, más de la mitad de los galardones del National Book Critics Circle han sido para mujeres, y en los últimos años el National Book Award en la categoría de ficción se lo llevaron las escritoras Jaimy Gordon y Jesmyn Ward. Sin embargo, hasta ahora ninguno de esos libros ha provocado un estallido cultural. “Creo que los premios para hombres solo subrayan algo que ya está ahí para ellos”, dice la novelista y cuentista Lorrie Moore. “En muchos casos los premios mismos pueden no tener tanto nivel de independencia como poder corroborativo”. Jane Smiley, quien ganó un Pulitzer en 1992 por Heredarás la Tierra, añade: “Creo que mi trabajo está situado en medio de dos campos. Esto a veces es bueno y a veces es malo –no hacer la plata que Jodi Picoult está recibiendo o alcanzar el estatus de Franzen o Wallace–. Sin embargo, una de las grandes cosas de nuestra generación de escritoras es la libertad que sentimos al escribir sobre cualquier tema que queramos escribir. ¿Somos menos innovadoras que los hombres? No lo creo. Pero si los hombres no tienen el hábito de leer a las mujeres, entonces no importa qué tan innovadoras seamos”.

Como dice la crítica Katha Pollitt: “Creo que siempre hay espacio para una Toni Morrison o una Mary McCarthy, pero no más de una a la vez. Por cada mujer, hay espacio para tres hombres” Pero el ambiente debe ser receptivo a esa autoridad, debe reconocerla y celebrarla para que la novela funcione. No parece una coincidencia que algunas de las más estimadas escritoras hoy en día –Toni Morrison, Joyce Carol Oates, Margaret Atwood, Doris Lessing, Marilynne Robinson– alcanzaran notoriedad en un momento inusual de la historia en el que el movimiento de mujeres podía sentirse en todas partes. Historias largas y cortas, sobre vidas de mujeres, de repente importaron en las conversaciones culturales. Este período, entre los setenta y ochenta, generó una realidad completamente diferente para las escritoras de ficción. Los hombres estaban interesados en leer sobre las vidas privadas de las mujeres (o tal vez algunos solo pretendieron estarlo) y recibieron reconocimiento moral por hacerlo. Mientras que antes era poco probable que una mujer fuera aceptada en el “equipo de los hombres”, las literatas empezaron a recibir una gran cantidad de crítica y a convertirse en más que una anomalía. Pero, a pesar de que esta ola de excelentes autoras ayudó a las mujeres que siguieron, con el paso del tiempo fue muy difícil alcanzar la meta. Como dice Katha Pollitt, la poeta y crítica literaria: “Creo que siempre hay espacio para una Toni Morrison o una Mary McCarthy, pero no más de una a la vez. Por cada mujer, hay espacio para tres hombres”. Entre las tormentosas disputas y las instancias de oposición, de las que siempre vamos a tener un montón, Jhumpa Lahiri y Zadie Smith son dos ejemplos. El tiempo es un canalla, de Jennifer Egan, ganó tanto un premio del National Book Critics Circle en 2010, como un Premio Pulitzer en 2011, y ha sido comentado con entusiasmo por críticos de los dos sexos. En 2009, Elizabeth Strout ganó un Premio Pulitzer por Olive Kitteridge, una colección que los clubes de lectura aman y las mujeres han regalado más de una vez a los hombres de sus vidas, quienes algunas veces, para su propia sorpresa, la han apreciado. Y en ocasiones se ha creado una verdadera polémica alrededor de una novela escrita por una mujer; tal es el caso de la reciente novela de Téa Obreht, La esposa del tigre.

Quién lee a quién, y cómo, fueron algunos de los asuntos tratados en el brillante ensayo de Francine Prose, “Scent of a Woman’s Ink”, publicado en Harper’s Magazine en 1998. Allí se hizo un experimento para probar que cuando apartas la etiqueta del género no es tan fácil identificar al autor por su sexo. “La ficción femenina sigue siendo leída de forma diferente, con el usual prejuicio y las preconcepciones”, escribió. Al hacerlo, ilustró el continuo sesgo crítico en contra de las mujeres. “Desearía poder decir que las cosas han mejorado drásticamente desde mi pieza en Harper’s”, me dijo Prose, “pero no es cierto”. No hace mucho, cuando la novelista Mary Gordon habló en un colegio masculino se enteró de que los estudiantes no conocían a las hermanas Brontë, a Austen o a Woolf. Sus maestros argumentaron que estaban buscando textos con los cuales los estudiantes pudieran relacionar52


se. Pero en el colegio de mujeres que queda enfrente, dijo Gordon, “nadie soñaría siquiera con sacar Las aventuras de Huckleberry Finn o Moby Dick del programa de clases. Como escritora te dan puntos si incluyes el mundo masculino en tu trabajo, pero pierdes puntos si lo omites”. Lorrie Moore añadió: “Una académica me dijo alguna vez: ‘En general, conozco lo que las mujeres piensan. Me interesa más leer libros escritos por hombres’. El problema con esta afirmación sale a la luz si la inviertes. Si un hombre dijera: ‘Ya sé lo que los hombres piensan, me interesa más leer libros escritos por mujeres’, nadie creería que está hablando en serio. Aunque no exista la ‘escritura femenina’ o la ‘escritura masculina’, el que haya un énfasis distinto entre escritoras y escritores no significa que las inquietudes y preocupaciones de las mujeres sean inferiores o menos esenciales. A las novelistas, sin duda, les puede ir muy bien sin lectores masculinos, incluso algunos escritores han admitido sentir envidia de las mujeres por su comunidad lectora (y compradora), una comunidad que, desde mi propia experiencia con clubes de lectura y lectores individuales, es atenta y apasionada”. La gente te recordará que las mujeres son las principales consumidoras de ficción en este país, y algunos añadirán que incluso deberíamos olvidarnos por completo de los hombres como lectores de ficción. Sin embargo, conozco a más de un hombre que se sentiría ofendido, con razón, ante esta sugerencia, y no solo describiría su club de lectura de Proust o de Pynchon, sino también su muy masculino grupo de lectura de Edith Wharton, o su admiración por Tierra de caimanes de Karen Russell. Espero que esos hombres ayuden a divulgar estas ideas y que también recomienden a otras escritoras brillantes como Carol Anshaw, Bonnie Nadzam, Rivka Galchen, Lauren Groff y Susan Choi, por nombrar solo algunas de las muchas, muchas, que hay. Sin embargo, la esfera más alta de la ficción literaria –donde el aire es rico y la vista es grandiosa, y donde un libro entra tanto al imaginario del público como a las conversaciones actuales– tiende a ser percibida como peculiar y desproporcionadamente masculina. ¿Cambiarán los hábitos literarios de esta cultura cuando los lectores juveniles asuman el control? ¿Más escritoras podrán persuadir a sus editores para que la foto de la jovencita del vestido veraniego y el pelo largo sea reemplazada por ilustraciones neutrales y letras en negrilla? ¿Mejorarán las estadísticas de vida? Y, en definitiva, ¿se superará por completo la absurda categoría de “ficción femenina”? Tal vez, en un mundo más justo.  meg wolitzer (nueva york, 1959). Su próxima novela, The Interestings, será publicada en abril de 2013. © The New York Times, 2012 53


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columna de

© archivo personal

MAURICIO RUBIO

“Con muchas miradas, todos los errores saltan a la vista. Alguien encuentra el problema y alguien más lo entiende”. Linus Torvalds

Para decir “prostituta” en chino

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LA COMBA DEL PALO

ras una revisión de fuen-

tes históricas, literatura, poesía, textos legales, comunicados oficiales y reportes de prensa, la antropóloga Pascale Coulette logró identificar cerca de setecientos ideogramas relacionados con el comercio sexual en la China desde la Antigüedad. Por siglos, la noción china de prostitución giró en torno al carácter ji, que significaba “mujer de baja condición” y posteriormente “música”. Se convirtió luego en genérico para las artistas y a partir del siglo xix se limitó a la mujer que comercia con su cuerpo. Hasta el siglo xviii, lo fundamental era el tipo de cliente, del emperador al ciudadano común. Las guangji, prostitutas del gobierno, de Estado, o “prefectorales”, atendían funcionarios. Las yingji, prostitutas de cuartel, y las junji, del ejército, divertían a las tropas. Las últimas en aparecer fueron la shiji, prostitutas comerciales o “del mercado” para los hombres en general. Se les conocía también como siji, o prostitutas privadas. El estatus público de las guangji, o privado de las shiji, marcaba otras diferencias. Las primeras eran esclavas, prisioneras de guerra o esposas e hijas de criminales. Las segundas, usadas con fines comerciales, prove-

Prostitutas chinas fotografiadas para el libro Orientalia: Sex in Asia

nían de familias pobres que vendían a sus hijas. Otra clasificación surgía de la especialidad del servicio o el lugar de origen. Se distinguía a la prostituta que cantaba y recitaba de la que bailaba, e incluso de la especializada en cierto tipo de danza o instrumento. En todas las denominaciones un primer carácter precede y califica a ji. En una recopilación de poemas del siglo xvii se encuentran cuarenta prefijos referidos al estatus social, a la apariencia física o al temperamento de las mujeres. 54

Abundan las metáforas literarias. Las alegorías se refieren a la gracia y la belleza con expresiones construidas a partir de hua, flor. La prostituta es “niña de flores”, “dama flor” o “flor que flota y pistilo que vaga”. Hay expresiones que evocan el oriol, el pájaro de la alegría y de la música. También se mencionan el viento, la luna, el polvo, el humo o los sauces. Algunos términos matizan escenarios tan floridos. Con macaco, se compara el comportamiento de la prostituta con el de dicho animal ante el tigre, al que seduce antes de


aniquilarlo. Biaozi, mujer pública, de mala vida, tiene una connotación negativa, como de “puta”. Biao es un antónimo de li, interior, y señala que la prostituta, contrariamente a la esposa, es una mujer de la calle. Con el final de la guerra del opio y la apertura hacia Occidente, cambian el comercio sexual y la terminología. Se desarrollan mercados y términos regionales. Se consolida la jerarquización del oficio desde la estancia literaria, el aposento de lujo que atiende una maestra, hasta las cabañas de clavos, construcción precaria en la que se ofrecen servicios tan rápidos como poner un clavo. La primera mitad del siglo xx es convulsionada por los levantamientos y el creciente control comunista. El nuevo orden social es incompatible con el comercio carnal, que se restringe. El lenguaje se simplifica y se pierde la variedad. Los términos se vuelven directos y escuetos. Las pocas metáforas que persisten tienen una connotación negativa. La prostitución es ahora un “pozo de fuego” que atrapa “mujeres caídas”. Se acuña la expresión “vender lujuria”, que será adoptada masivamente décadas después. Bajo el marxismo la prostitución es un problema social, no un asunto individual. Se introduce la idea de victimización de la mujer y se condena la actividad. Con el comunismo se sofistican los disfraces semánticos para erradicar ese “flagelo feudal”. La abolición de la actividad y la salvación de las prostitutas son parte del programa de liberación femenina. Para finales de los cincuenta se concluye que el fenómeno ya no existe, a nadie le interesa y no hay necesidad de nombrarlo. Las situaciones reales que contrarían esa visión se esconden o empacan con expresiones como “zapato roto” –en lugar de “mujer caída”– o “desorden entre géneros”. Con las reformas de Deng Xiaoping, el comercio sexual recobra

importancia y se adoptan nuevos instrumentos legales. La “venta de lujuria” invade los documentos oficiales. La prostituta es una “mujer que tiene actividad de lujuria”, y el cliente es la “persona que frecuenta mujeres que venden lujuria”. La terminología tradicional basada en ji se retoma, pero para la prostitución antigua o la que ocurre en el extranjero. Con el incremento reciente del comercio sexual se ha dado una verdadera avalancha de neologismos y vocablos populares. Oficialmente, el vocabulario se ha hecho más detallado, realista y pragmático. Las expresiones en los medios de comunicación, adoptadas de la jerga policial,

“salir de la mesa” o “salir a la calle”. El acompañamiento admite variantes como cantar, tocar un instrumento, comer, ir de viaje, visitar, pasar la noche, bailar, descansar, ir al cine, nadar, pasear… La especialización puede refinarse. Entre las acompañantes al cine se distinguen las que solo ven películas que permiten caricias, y entre estas las del “área de arriba” y las del “área de abajo”. Las acompañantes a la piscina pública no necesariamente van a la playa. Una especialidad es la “acompañante de ducha”. También se han consolidado los eufemismos. Es común en los hoteles el recurso a los términos de ropa de

La abolición de la actividad y la salvación de las prostitutas son parte del programa de liberación femenina. Para finales de los cincuenta se concluye que el fenómeno ya no existe y no hay necesidad de nombrarlo son aún más variadas y descriptivas. Reflejan los incesantes cambios en el mercado del sexo chino de los últimos años. Las “señoritas ding dong” atienden a los huéspedes de hotel; las “que se paran en las puntas de los pies en la calle”, o “las de caseta de obra”, a los trabajadores inmigrantes. También se distinguen, con el tradicional término ji, las prostitutas “de lujo”. Los distintos lapsos por los cuales se contratan los servicios de una mujer muestran la borrosa frontera entre prostitución y concubinato. Varios términos construidos con el verbo bao, “alquilar”, hacen referencia a cualquier servicio por determinado tiempo, desde una hora o jornada hasta años, pasando por la semana o el mes. Hay términos que se derivan del verbo pei, “acompañar”. En los karaokes, salones de baile y restaurantes, el servicio básico consiste en “sentarse a la mesa”. Pero es posible 55

cama o mobiliario para ofrecer servicios sexuales. La prostituta puede ser una “cobija”, un “colchón”, una “cama adicional” o un “cojín” que discretamente se ofrece a ciertos clientes. La variedad de las formas utilizadas para decir “prostituta” en chino, desde la época imperial hasta hoy, ilustra la complejidad del fenómeno. El recorrido por los términos muestra una actitud cambiante hacia el comercio sexual. Aceptado, incluso idealizado por siglos, progresivamente rechazado, casi anulado en la época maoísta y renovado en la actualidad. Al igual que en Occidente, la palabra “prostitución” ha ido adaptándose o escondiéndose, según las doctrinas en boga, siempre con una brecha entre el lenguaje oficial y los términos acuñados popularmente.  mauricio rubio (bogotá, 1952). Es economista y restaurador de ruinas.


Sara Facio, Autorretato (1968)

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Un perfil de por leila guerriero Además de tomar la foto icónica de Julio Cortázar apretando un cigarrillo entre los labios, Sara Facio retrató a Borges, Neruda, Pizarnik, García Márquez y Mujica Láinez, entre muchos otros. Este perfil revive tales imágenes y escudriña en la inquietante personalidad de quien fundó la editorial fotográfica La Azotea.

–Hola, Sara, ¿cómo estás? No hay pausa –ni ironía ni queja ni suspiro– en la voz que, al otro lado del teléfono, dice: –Acá. Viviendo. ¿Y vos?

–Dejé de teñirme porque, cuando María Elena se enfermó, me empezó a parecer absurdo pasarme toda la tarde en la peluquería. Sara Facio es fotógrafa, fundadora de la editorial La Azotea, autora de los retratos definitivos de Julio Cortázar, Pablo Neruda, Manuel Mujica Láinez, y creadora de la Fotogalería del Teatro San Martín, entre otras cosas. Y, por si hiciera falta, María Elena es María Elena Walsh, intérprete y compositora de las canciones infantiles que fueron la banda sonora de tres generaciones de argentinos. Entre otras cosas.

La puerta tiene dos placas: una reza La Azotea Editorial Fotográfica; la otra, Sara Facio Fotografías. Es un departamento en planta baja sobre la calle Paraguay, en la ciudad de Buenos Aires. Adentro reina una pulcritud austera: escritorios, bibliotecas, todo luce limpio, sólido, autosuficiente. Al final de un pasillo hay un despacho. Allí una mujer se pasa los dedos por el pelo y dice, con una sonrisa tibia y feroz: –No sé de qué vamos a hablar. No soy interesante. Nunca me han violado ni torturado ni tengo parientes desaparecidos. Es alta, lleva una remera azul cielo, el pelo blanco.

Sara Facio nació en 1932 en San Isidro. Es hija de Florencio Facio, criollo de varias generaciones, y María Ana –Anita– Paraveccia, hija de inmigrantes de Sicilia. –Mi abuelo, José Paraveccia, ahorró las propinas que recibía como mozo en el barco que lo traía y con eso instaló un carrito en la costanera. Después consiguió que le dieran la concesión, por cincuenta años, de la zona donde está el Sheraton. Ahí vivía y tenía restaurante. 57


María Elena Walsh (1985)

Cree que fue allí donde su madre y su padre se conocieron, ella cajera, él comensal. Se casaron y marcharon a San Isidro a poner restaurante propio, con vivienda, en la esquina de Diego Palma y Haedo, donde nacieron Carlos, Sara, Mario. –No sé si fue una infancia feliz o infeliz. Yo me sentía cómoda. Tenía una libertad absoluta. Con su madre leía y escuchaba ópera. Con su padre metía mano en la electricidad, en la carpintería. Era sociable, abanderada, líder, gran dibujante. Cuando terminó la primaria quiso estudiar Bellas Artes y le dijeron, como a todo, que sí. Se recibió en 1953 y entonces una profesora de historia del arte le dio un consejo. –Decía que una persona no se podía formar viviendo con su familia, que me tenía que ir de mi casa. Me postulé a una beca para ir a París y la gané. También la ganó Alicia D’Amico, compañera en Bellas Artes. Le dije a mi papá: “Me gané una beca para ir a París, vengo a pedirte permiso pero te advierto que, si no me lo das, me voy igual”. –Perdón, Sara. Mariana Facio, joven, pelo oscuro –su sobrina–, dice que ya está aquí el chico de los martes que viene a digitalizar la biblioteca. –Decile que pase. Nos vamos a tener que ir de acá. Sara Facio camina hasta otro despacho, cierra la puerta. Sobre el escritorio hay una regla rotulada con su nombre. –Digitaliza mi biblioteca de fotografía. La voy a donar al Museo Nacional de Bellas Artes. Tengo que pensar en cuando yo no esté. Mis herederas más directas serían mis sobrinas, Mariana, que es fotógrafa, y Claudia. Ellas quedaron solas y yo las crié. Pero a ninguna de las dos le interesa la lectura. –¿Vos criaste...? –Sí. Como si fueran mis hijas. Mariana Facio entra, deja dos vasos con agua tónica sobre el escritorio. Sara Facio le pregunta: –¿Quién es mi hija? –¿Yo? Un par de semanas más tarde Mariana dirá que la desconcertó que su tía le hiciera esa pregunta. Que nunca le había dicho nada así delante de un desconocido.

Era 1955 y el barco Bretaña, de la Société Générale, tardó veinticinco días en llegar a Marsella. Desde allí Sara y Alicia tomaron el tren a París, donde alquilaron un cuarto ínfimo, sin baño pero con kitchenette. –A ese cuartito invitábamos a comer a los amigos. Al otro día a las ocho de la mañana venía el cartero con una tarjeta de agradecimiento. Mirá cómo funcionaban las cosas. –¿La educación? –Sí, pero además el correo. –¿Con quiénes se veían? –Muy pocos. Pintoras, escultoras amigas que recién empezaban. Y María Elena, que estaba haciendo su espectáculo con Leda y María. Nos habremos visto dos veces, porque ellas laburaban todos los días. Pasaron por Italia, por Austria, por Inglaterra, pero fue en Alemania donde todo cambió. Allí, esas dos chicas que habían ido a Europa para escribir un libro sobre la historia del arte, compraron dos cámaras y vieron, por primera vez, una muestra de fotos. –Era de un teórico alemán, Otto Steinert. Ahí me di cuenta de que la fotografía podía ser un arte. Cuando regresó a la Argentina, en 1957, Sara Facio ya no era, ni quería ser, pintora. –¿No sentiste que dejabas algo importante atrás? –No. Yo estaba encantada de volver porque se había ido el peronismo. 58


Jorge Luis Borges (1968)

Luis D’Amico, padre de Alicia, tenía una casa de fotografía, y Sara, por curiosidad, pidió permiso para meterse en el laboratorio. No pasó mucho tiempo antes de que ella y Alicia formaran sociedad y una clientela grande. –¿Nunca volviste a pintar? –Jamás.

En un artículo publicado en Leyendo fotos (La Azotea, 2002), titulado “Curadores que... enferman”, Sara Facio reflexiona en torno a la figura del curador tomando como ejemplo tres muestras: una de Mary Ellen Mark en el Palacio de Tokio en París; otra llamada “La década de los ochenta”, en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires; y “Figures & Caractères”, suya y de Alicia D’Amico en el Centro Pompidou de París. Cada una de las tres curadurías es presentada bajo los subtítulos “La Traición”, “La Mentira” y “La Rapiña”.

“Yo la siento como una maestra-madre que siempre me alentó a ir más a fondo… Siempre dijo en voz alta lo que pensaba, sin importarle quedar bien o quedar mal con lo políticamente correcto. Con el tiempo uno aprende a valorar esa honestidad aunque no esté de acuerdo con las opiniones. Trabajó para que los fotógrafos nos conociéramos entre nosotros. Inventó formas de enseñar cuando no había escuelas”, escribe Marcos López, fotógrafo, argentino, contemporáneo, cuando se le pide que hable de su relación con Sara Facio.

Sara Facio. Con voz de maestra de jardín de infantes puede decir esto: “A mi abuela, que estaba al frente del restaurante, la mató el peronismo cuando pusieron el laudo”. O esto: “Hace años fui a un encuentro de fotógrafos en México. El invitado especial era Mario Benedetti. Empecé mi conferencia diciendo que no entendía por qué si tenían a Juan Rulfo, que además de ser un gran escritor era fotógrafo, el invitado era Mario Benedetti, que nunca había sacado una foto en su vida”.

En los sesenta fue asistente de la fotógrafa Annemarie Heinrich, estudió en el Fotoclub Buenos Aires y empezó a colaborar en La Nación, siempre firmando con Alicia D’Amico con quien había montado estudio en Juncal 1470. En 1968, la editorial Sudamericana publicó Buenos Aires, Buenos Aires, el primer libro de ambas. –La editorial nos sugirió que Cortázar hiciera el texto, porque por esos años el nombre del fotógrafo no bastaba. Julio dijo que quería ver las fotos, así que dijimos: “Se las llevamos nosotras”. Era una tarde de primavera de 1967 cuando tocaron a la puerta del departamento de Cortázar, en París, y al ver las imágenes –una mujer con un cardumen de niñas rubias, un hombre sentado frente a su botellería, refinados recor-

A fines de los años cuarenta la familia Facio se había mudado a Martínez, donde compartían manzana con el general Ramón Albariño que, en 1946, durante el gobierno de Perón, había sido nombrado presidente de Yacimientos Petroleros Fiscales (ypf) y ofrecido a su vecino, Florencio Facio, un puesto. Florencio se hizo peronista y aceptó. Para cuando Sara volvió de Europa, Perón ya no estaba en el gobierno pero su padre continuaba en ypf y se había enamorado de una secretaria. –Mis padres se habían separado y además había muerto la mujer de mi hermano Carlos. Él y sus dos hijas vivían en casa de mi mamá, así que me conseguí un monoambiente en Bustamante y Santa Fe y me fui. 59


Los muchachos peronistas (1974)

Para mí, una de las fotos que resume la imagen del peronismo es ese primer plano de cuatro o cinco muchachos mojados, a cincuenta centímetros del granangular de su Leica, mirando a cámara el día del velorio de Perón (Marcos López) tes de vida cotidiana–, lagrimeó y dijo sí. Dos días después Sara Facio hizo una de esas fotos que funcionan como la versión definitiva de una persona: Cortázar con el cigarrillo en la boca, mirando a cámara. El retrato de un hombre pero, también, de una forma de estar en el mundo. A eso siguió una vida de amistad y otro libro, Humanario (una serie tomada en institutos psiquiátricos: Moyano, Open Door, Borda), donde Cortázar escribió un texto. –Mirá qué puntería, lo publicamos el 26 de marzo de 1976. Cuando entraron los militares todo tenía que ser agradable y Cortázar estaba recontraprohibido. Con Julio tuvimos una relación de años. Cuando salieron sus cartas en Alfaguara a mí me las pidieron, pero yo no las di. Son cartas personales. Es como si yo doy una carta personal entre María Elena y yo. ¿Qué quiere decir eso? A fines de los sesenta, Sara y Alicia pensaron en hacer retratos de escritores latinoamericanos consagrados y su-

mar a quienes, según ellas, serían los nombres por venir. Así, entre 1967 y 1970, si había un congreso en Viña del Mar al que asistían Onetti, Rulfo, Vargas Llosa, allá iban; si estaban en París y por ahí andaba Alejo Carpentier, se aparecían en su hotel pidiéndole un retrato. El resultado fue Retratos y autorretratos, publicado en 1974 por la revista Crisis, que incluía fotos de Pablo Neruda, Miguel Ángel Asturias, Borges, Carlos Fuentes, Cabrera Infante, Vargas Llosa, García Márquez, etcétera, precedidas por un texto inédito de cada uno. –Pero lo que nos daba dinero era la publicidad y, en los setenta, la parte política. Estábamos en la agencia que le hizo la campaña al partido Nueva Fuerza, de Álvaro Alsogaray, y después hicimos las campañas de La Martona, Peugeot, Olivetti, Aerolíneas Argentinas. Siempre lo tomé como un trabajo para ganar plata, pero lo hice a conciencia. Yo nunca hice nada de taquito. 60


Mientras fotografiaba autos y máquinas de escribir pasaban, por su estudio y por su casa, todos: Bioy Casares, Manuel Mujica Láinez, Silvina y Victoria Ocampo, Alejandra Pizarnik. –Bioy venía y decía “¿tienen fotos de Borges?”. Y se las llevaba. Yo le decía “che, son mías”. Como era millonario no sabía que el trabajo se paga. Alejandra era amiga. Un día vino a sacarse fotos y justo toca el timbre Silvina Ocampo. Parece, yo no sabía, que Alejandra tenía un metejón que se moría por Silvina Ocampo. Bueno, fue llegar Silvina y acabarse la sesión de fotos. Alejandra había traído un libro para mí que terminó dándole a ella, en fin. Por la carta de una amiga, María Rosa Vaccaro, de la librería Letras, supe que se había matado. “Al final, Alejandra se salió con la suya”, me decía en esa carta. Yo estaba en París. Por esos años se mudó a Viamonte y San Martín, junto al edificio donde, en otro departamento, Victoria Ocampo dirigía la revista Sur. –A veces nos cruzábamos y Victoria subía a casa a tomar whisky. Entonces vino a Buenos Aires una fotógrafa guatemalteca que vivía en París, María Cristina Orive. Nos hicimos muy amigas. Un día, en una reunión, alguien dijo: “¿Qué harían si se ganan el Prode?”. Yo dije: “Una editorial de fotos”. Al tiempo Cristina me dice: “¿Es muy caro eso? Porque yo tengo el capital y me gusta la idea”. Así fue como en 1973 la primera editorial argentina de fotografía, La Azotea, se fundó con sede en el departamento de dos ambientes de una de sus socias. Desde entonces y hasta hoy la editorial ha publicado el trabajo de fotógrafos contemporáneos y clásicos, consagrados y seminales: Luis González Palma, Witcomb, Martín Chambi, Adriana Lestido, Sebastián Szyd, Annemarie Heinrich, Marcos López.

–No. Porque éramos muy independientes. A mis amistades las veía en mi estudio porque yo sentía que algunas no le gustaban demasiado. Y ella lo mismo. Además, ella se ocupaba de cosas maravillosas, como atender a la servidumbre. A mí me gusta cocinar, entonces en la cocina mandaba yo, pero que las mucamas lavaran los platos, limpiaran, lo organizaba ella. En su libro María Elena Walsh–Retrato(s) de una artista libre (La Azotea, 1999), Sara Facio dice: “Declaro que la conocí hace casi cincuenta años y cada día me sorprende su lúcida y apasionada visión de los hechos cotidianos, su alegría, su lealtad a las ideas y a los amigos, su adhesión insobornable a todo lo justo, bello y vivo”.

En 1973 cubrió para una agencia francesa el regreso de Perón a la Argentina y, un año después, su funeral. De ese momento son algunas de sus imágenes mejores: el rostro de Isabel Martínez sumido en un mar de granaderos; un hombre sosteniendo un diario donde se lee murió; cuatro jóvenes que miran a cámara mientras una mano entra en cuadro y se apoya sobre el hombro de uno de ellos. –Las hice de corazón, porque la reacción del público era bárbara. Todos para adentro, muy compungidos. No había nada de muchachada. “Para mí, una de las fotos que resume la imagen del peronismo es ese primer plano de cuatro o cinco muchachos mojados, a cincuenta centímetros del granangular de su Leica, mirando a cámara el día del velorio de Perón. Y la única imagen que tengo de Cortázar en mi memoria es la que hizo Sara. Con la cara chanfleada y el cigarrillo a 45 grados. Un ícono parecido a la foto del Che Guevara de Korda. Con esas dos fotos y la cantidad de cosas que hizo organizando exposiciones, colecciones, libros, me alcanza para ponerla en la vitrina de los grandes hacedores de la cultura de este país”, escribe Marcos López. Pero los años setenta fueron, también, años en los que murieron todos. –Mi padre, mi madre, mi hermano Carlos. Sus hijas quedaron solas, así que me hice cargo, no las iba a dejar en la calle. Lo único que les dije fue que no se hicieran ilusión de que iban a vivir conmigo, porque si yo algo quería era mi independencia y que si quería hijos los tenía yo. Si ya había defendido mi libertad con los muchachos, cómo no lo iba a poder hacer con dos nenas. –¿Con qué muchachos? –Con todos los que se querían casar conmigo cuando yo era jovencita. Y cuanto más les decís que no, más se quieren casar. Ahora me hubiesen quemado. Me hubiesen tirado alcohol y un fósforo.

–Mirá. ¿Ves que quedó divino? Sara Facio sostiene una foto en blanco y negro en la que se ve a María Elena Walsh en una butaca, de espaldas a una biblioteca, frente a un ventanal. –Esa era mi parte del departamento, y yo estoy sacando la foto desde lo que era su departamento. La conocí en el 55, en París. En el 65 volvimos a encontrarnos en Buenos Aires y nos hicimos amigas, como podemos ser amigas vos y yo. Recién en el 75 empezamos a convivir. Yo compré el departamento pegado al suyo, en Bustamante y Juncal, tiré la pared del living y unimos los dos. María Elena estaba asustada, decía: “¿Pero qué vas a hacer?”. Y yo le dije: “Vos dejá”. –¿No te costó empezar a vivir con alguien? 61


–Cuando mi papá murió yo tenía ocho años –dice Mariana Facio–. Mi tía nos mandó al Colegio Ward, en Ramos Mejía, nos iba a ver todos los fines de semana. Yo le debo todo. A mí me educó, me dio mi profesión. Solo tuvimos un enfrentamiento fuerte cuando quedé embarazada, a los 16. Ella estaba furiosa. Su elección había sido no tener hijos y de golpe le caían los hijos de arriba. Yo ya trabajaba con ella, y me dijo que no se iba a hacer cargo de mi hijo pero yo sabía que no me iba a dejar en la calle, y así fue. Ella es la madrina de mi hijo Pablo, le pagó la carrera de perito clasificador de granos. También le pagó la carrera a Vanina, la hija más grande de mi hermana, que estudió administración de empresas en la Universidad Argentina de la Empresa. Sara ha pagado vacaciones, ropa, colegio, alquileres. Yo vivía en un departamento muy chico y mi hijo no tenía cuarto propio, entonces el año pasado ella y María Elena me compraron un departamento en Belgrano. Me mudé en diciembre. María Elena no lo llegó a conocer.

“ ‘Estos cabellos, madre / dos a dos me los lleva el aire’. Tararear la vieja canción española, cuando el pelo se desprendía por mechones, era una de las tantas argucias humorísticas destinadas a enfrentar el paso por ese túnel al que Susan Sontag llamó el reino de los enfermos. Dolor, cáncer; médicos chambones y médicos sabios, ambulancias, quirófanos, tratamientos y mutilación, solo atenuados por la constancia de los afectos, hasta entrever la luz de salida, aceptar y sobrevivir”, se lee en Retrato(s) de una artista libre. Era 1981 cuando a María Elena Walsh le diagnosticaron cáncer óseo. –Fueron dos años de quimioterapia. Pero cuando estuvo bien, empezamos a viajar. Europa, Nueva York. Yo tenía un lema: “María Elena, el tercer mundo no es para gente de la tercera edad, lo nuestro es el primer mundo”. En 1985, por “diferencias intelectuales”, ella y Alicia D’Amico decidieron separarse y Sara compró este departamento donde, desde entonces, funciona La Azotea. Ese mismo año, en el pasadizo que une el Teatro General San Martín con el Centro Cultural del mismo nombre, armó una fotogalería en la que, durante más de una década, montó 160 muestras de fotógrafos locales y extranjeros. En 1997 renunció y empezó a formar la Primera Colección de Fotografía de Patrimonio Nacional para el Museo Nacional de Bellas Artes.

Julio Cortázar (1967)

“La primera vez que me encontré con Sara fue en 1987. Había ido a verla con mi serie sobre el Hospital Infanto-Juvenil. En ese momento mucho no se entusiasmó, pero al poco tiempo me invitó a fotografiar el Teatro San Martín (inauguraba todos los años la temporada en la Fotogalería con una muestra colectiva sobre el teatro)... Luego mostré Madres adolescentes y Mujeres presas, que había hecho con el apoyo de la Beca Hasselblad a la que ella me presentó, en la Fotogalería. Tengo su imagen mientras enmarcábamos las fotos de las presas, un sofocante día de noviembre. Apasionada, trabajando con frenesí a pesar del intenso calor... Más allá de lo difícil que pueda ser a veces la relación con ella, Sara abre, une, tiende redes. Hemos pasado por momentos de distancia y enojos, pero prevalecen el cariño y la gratitud. No es casual que hayamos hecho juntas el libro de Madres e hijas. Quizás algo de la relación madre-hija se juegue en nuestro vínculo, con toda su complejidad”, escribe Adriana Lestido, fotógrafa, argentina, contemporánea, cuando se le pide que hable de su relación con Sara Facio. 62


En todos estos años Sara Facio publicó libros de retratos (Pablo Neruda en Isla Negra; Jorge Luis Borges en Buenos Aires); escribió sobre fotografía (La fotografía en la Argentina. Desde 1840 hasta nuestros días; Leyendo fotos), montó una retrospectiva de su obra (Antológica 1960-2005, en 2008, en el espacio Imago) e hizo series como Actos de fe en Guatemala, De brujos y hechiceras, Metrópolis. En la serie Autopaisajes hay una foto: la pierna de una mujer se apoya indolente sobre una reposera en la playa. La lona de la reposera, azotada por el viento, se alza en una comba que resulta, a la vez, dolorosa y grácil como una espalda que se quiebra. Se ven la arena, el mar. El resto es cielo. La felicidad ocurre fuera de cuadro.

Lo que sigue fue rápido. Era noviembre de 2005. Llevaban treinta años juntas. Sara Facio y María Elena Walsh estaban en París, en el Louvre. Sara iba cargada de libros, tropezó, se cayó, se quebró las dos muñecas. –En el avión veníamos María Elena con bastones, y yo con las dos manos enyesadas. Parecíamos una película cómica. Al mes, para Navidad, María Elena ya no se pudo sentar a la mesa porque empezó a fracturarse vértebras, tres o cuatro, de forma espontánea. No era cáncer, era debilidad ósea por una osteoporosis muy avanzada. Cinco años estuvo así. En cama, con mucho dolor. Delante de mí disimulaba, pero la gente que la cuidaba me decía: “Ayer se quejó mucho”. Había gente que no la aguantaba, empezando por la gente de servicio que me decía: “No, yo no la puedo ver así”, y me largaban en banda. Pasa en la familia. Cuando mi mamá se enfermó, mi hermano no quiso verla porque le hacía mal. Vos viste que los varones son muy sensibles. En su libro Fantasmas en el parque (Alfaguara, 2008), María Elena Walsh escribió: “Sara no tiene nada de hermana. Es mi gran amor que no se desgasta, sino que se convierte en perfecta compañía. A veces la obligué a oficiar de madre, pero no por mi voluntad sino por algunos percances que atravesé de los que otra persona hubiera huido, incluida yo. Pero ella se convirtió en santa Sarita”.

Pablo Neruda (1970)

–Perdón, Sara, vino el señor con los devedés –avisa, asomándose, Mariana Facio. –Ah, decile si me puede esperar cinco minutos. Mariana cierra la puerta, Sara explica. –Tengo el programa La Cigarra, que hacía María Elena, todo grabado. Y debo ser la única que lo tiene porque en la televisión lo borraron. Está en vhs y lo quiero pasar a dvd, pero me cobran carísimo. –¿María Elena preservaba esas cosas? –No, quería tirar todo. Yo traía todo al departamento que está al lado. Cinco años atrás, María Elena Walsh compró el departamento contiguo a La Azotea con la idea de instalar allí su estudio. En 2005, durante el último viaje que hicieron a Europa, estaban pensando en cómo decorarlo.

“Cuando yo empecé a hacer fotos”, le decía Sara Facio a María Moreno en una entrevista recogida en el libro Vida de vivos (Sudamericana, 2002), “todas las funciones del Colón eran de gala, y los fotógrafos tenían que ir de 63


Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha (1967)

Alejandra Pizarnik (1964)

Alejandra Pizarnik era amiga. Un día vino a sacarse fotos y justo toca el timbre Silvina Ocampo. Parece, yo no sabía, que Alejandra tenía un metejón que se moría por Silvina Ocampo. Bueno, fue llegar Silvina y acabarse la sesión de fotos smoking y, si era una fotógrafa, de largo... Hoy te avergüenza ver en una reunión de cancilleres en un hotel cinco estrellas a un grupo de zaparrastrosos que son los fotógrafos... Creen que están en Sierra Maestra con el Che, pero no, están en el lobby del Sheraton”. En la misma entrevista daba una fórmula para lograr una foto digna de museo: “Hacés una foto grande del mar. A eso le agregás lengüitas de lobos marinos, rociás todo con esperma de ballena y la colgás. ¿No es una foto bárbara?”. Por frases como esas, muchos de sus colegas la cuestionan, la repudian. Ella dice: “En muchos lugares soy persona non grata. Reseñan muestras donde hay fotos mías pero no me nombran. Una opinión no te la pueden censurar, te la tienen que rebatir. Un intelectual sin sentido crítico no es un intelectual. Es un adulador”.

–¿Acá tenés el laboratorio? –Tenía. Cuando hacía fotos. Ya no hago más. –¿Desde cuándo? –Desde que me rompí las dos muñecas. Y después se enfermó María Elena. Pero también por el cambio tecnológico. Me dicen: “¿Cómo no sacás fotos digitales”, y yo digo: “Porque tendría que aprender. ¿Qué querés, que saque los bodrios que saca todo el mundo?”. No tengo ganas de aprender la técnica a los casi 80 años. Tengo muchas cosas que hacer, y poco tiempo. –¿Le dijiste a María Elena que ibas a dejar? –Sí. Dijo que estaba bien. Ella había dicho en el 78 que no iba a pisar nunca más un escenario y nunca más 64


lo pisó. “Nosotras somos como Greta Garbo –decía–, decimos basta y basta”. Yo hoy no tengo ninguna temática que me incite a hacer fotografía. No tengo inspiración. ¿Y hacer lo que me dice un galerista? No. Un galerista te obliga a hacer dos o tres copias de tu foto, y adiós, y la fotografía es para que se reproduzca al infinito. Eso no es fotografía, eso es trabajar para un mercado.

dedica su vida. Abrió caminos. Eso es lo que importa y lo que seguramente se sentirá cada vez más: la vida que hay en toda su obra”, escribe Adriana Lestido.

La casa donde vive Sara Facio es un departamento en un piso alto, sobre la avenida Scalabrini Ortiz, que a María Elena Walsh le parecía “demasiado”. –Pero yo le dije: “Son los mismos ambientes que ya tenemos, solo que más grandes”. En el living hay butacas, un equipo de música, un sofá color granate: prolijidad sin aspavientos. Una de varias bibliotecas guarda libros de Anne Sexton, Ezra Pound, Sylvia Plath. –Es la biblioteca de poesía de María Elena. No me desprendí de libros. De ropa sí. Y de remedios. Llevé tres cajas al Hospital Fernández. Aquí y allá hay fotos, pocas: de su cumpleaños anterior, del último de María Elena, de María Elena con un bebé. –Es su único ahijado. El hijito de la peluquera. Es probable, dice después, que en un rato lleguen plomeros. Por culpa de una filtración hace días que está sin agua en la cocina.

En el departamento que compró María Elena Walsh, unido a La Azotea por un pasillo, Sara Facio ha enmarcado diplomas, discos de oro, dibujos de y para firmados por Hermenegildo Sábat, Quino, Guillermo Roux. –El disco de oro lo quería tirar. Este es el Premio Hans Christian Andersen, que se ganó en el 94. También lo quería tirar. Mirá, Manuelita en vietnamita. Quería tirar todo. Las Manuelitas que le regalaban, las notas. Yo traía cosas y ella se reía: “Ya te lo llevás al museo”. Ahora acá quiero hacer la Fundación María Elena Walsh, dedicada a promover proyectos culturales entre niños y jóvenes. En dos cajas de madera guarda tortugas de metal, de malaquita, de marfil, de bronce, de cartón. –¿No son una divinura? Yo no soy aferrada y María Elena era igual, pero peor. En la época del corralito le afanaron toda la plata del banco. Yo hice juicio, pero María Elena dijo: “No, yo recupero lo que me dé el banco y no pienso más en esto, voy a trabajar”. Hizo la película Manuelita, ganó muchísimo dinero, y el libro Hotel Pioho’s Palace. Ella tenía más entradas que yo, por supuesto. –¿Y eso nunca fue un problema entre ustedes? –No, jamás. Al contrario, pienso que ganaba más porque merecía más que yo. –¿Por qué? –Porque lo que hacía era mucho más. De talento, de repercusión. Era lógico que ganara más que yo. Si vos estás casada con un Beatle, ¿no es lógico que gane más que vos?

“Sara es una pionera. Los viajes que hizo hace más de cuarenta años para retratar escritores en ese momento poco conocidos, los libros maravillosos como Humanario, Buenos Aires, Buenos Aires, el mejor registro que existe de la llegada de Perón y de su muerte, la creación de la primera editorial fotográfica en la Argentina, la primera galería dedicada a la fotografía, la ayuda a tantos fotógrafos para que levantaran vuelo. Los conflictos que pudo haber generado con sus opiniones son tonterías. El tiempo pondrá las cosas en su lugar. Sara ama la fotografía y le 65


Manuel Mujica Láinez (1969)

que yo guardo una gran colección de fotografías de fotógrafos argentinos, y quiero hacer una edición en La Azotea. La idea es dejar las cosas preparadas para cuando no esté. –¿Hace mucho que empezaste a pensar en eso? –La verdad que desde que me lastimé, y desde que se enfermó María Elena, estoy pensando mucho en que yo también me voy a ir. Voy a cumplir siete nueve. Es mucho tiempo. –¿María Elena dejó todo ordenado? –Sí, porque una de las cosas por las que no se quería ir María Elena era por los problemas que iba a tener yo. Según ella iba a empezar a aparecer todo tipo de gente a reclamar cosas. Y es verdad, porque ya empezaron. Desde la cocina se escucha un gemido: “Señora”. Sara se levanta. Va a la cocina y regresa feliz. Dice: “Vení”. En la cocina, los plomeros han retirado parte del mueble sin necesidad de romper la mesada. –¿Vio que le dije que salía? Si está hecho para eso. Bueno. Dígame cuándo viene y a qué hora. Uno de los plomeros dice “mañana”, ella dice “después de las diez”. Ellos no dicen nada y se van. En el living hay agua tónica, un plato con bocaditos, una gata llamada Nefertiti que se ensaña con el respaldo del sofá granate.

–Estoy conociendo todos los restaurantes del barrio. Ayer fui a comer sushi. A María Elena no le gustaba, entonces cuando venía alguna amiga, yo aprovechaba. Pero era una estupenda compañera. Salvo en el sushi. Y los teatros. –¿Por? –Porque siempre se quiere ir antes. Es impaciente. –¿Y en el cine? –Iba porque a mí me gusta con locura, pero a Patio Bullrich, porque entonces se iba en la mitad de la película a Yenny a ver libros. Son las doce cuando suena el timbre y Sara se levanta a atender. Vuelve y dice: –Son los plomeros. Vení. En la cocina hay dos hombres, uno acostado en el suelo, otro mirando la mesada de mármol como si esperara un mensaje del más allá. –Mire que no hace falta que saque el mueble –dice Sara–. Si usted saca esa tapa de aluminio, sale todo. El plomero mira la mesada de mármol, la tapa de aluminio. No dice nada. Sara dice: “Bueno” y dice “Vení”. En el living muestra un folleto de Ediciones Larivière en el que se anuncia una antología de sus fotos. –Ese es uno de los dos proyectos que tengo. El otro es 66


–Titi, qué hace. María Elena decía que a los gatos hay que ponerles nombres con I, porque la I es un sonido que ellos escuchan. –¿Se llevaba bien con tus sobrinas? –Sí. De lejos, eh. Mucha distancia. Pero la querían mucho. Mariana estuvo con María Elena... creo que fue la última que la vio viva. Porque yo me fui. Cuando vi que se iba no quise verla más y se quedó Mariana, no sé, una, dos horas.

–Falleció de mi mano –dice Mariana Facio–. La noche anterior me acerqué a acomodarle la cabeza. Ella me dijo: “Amorcito mío, aquí estamos”. Me apretó la mano y lloró. Entonces yo le dije que tenía que descansar, que estábamos todas con ella. Éramos un grupito. Sara y tres chicas más. Ella nos decía “el petit comité”. Al otro día ya se despertó mal. Vino la médica y me dijo: “Se está yendo”. Así que me quedé ahí, agarrándole la mano. Yo había combinado que Sara se fuera al estudio, y que yo llamaba a una de las chicas del petit comité para que le avisara. Al final, cuando pasó todo, Sara vino y yo le dije: “No vas a entrar, ¿no?”. Quería que se quedara con la imagen de María Elena despierta. Y ella no la quiso ver. Yo creo que en esto Sara no tiene egoísmo. Que tiene más piedad por María Elena que por ella misma. Que sabe que María Elena está mejor así.

María Elena Walsh murió el 10 de enero de 2011 en el Sanatorio de la Trinidad. Cuando habla de ese momento Sara Facio usa frases elípticas, como “cuando María Elena se fue” o “cuando pasó lo de María Elena”. Aunque el petit comité había preparado una estrategia suave, ella terminó enterándose por un médico que recibió el aviso desde la clínica y la llamó para darle el pésame. Al escucharlo, Sara preguntó: “¿Qué me está diciendo?”. –Me habían advertido que ella no podía estar mucho tiempo así. Pero se ve que yo no lo quería entender. La gata trepa en el respaldo del sofá granate, clava las uñas. –Y bueno.  leila guerriero (junín, 1967). Cronista argentina y editora de la revista Gatopardo. Este texto fue publicado, con otro título y en una versión más corta, en el suplemento adn del diario La Nación, el 8 de abril de 2011. Ahora hace parte del libro Plano americano, que en breve será puesto en circulación por la editorial chilena Universidad Diego Portales. 67


EL ARTE DEL TRAPECIO columna de

© vasco szinetar

FRANCISCO GUTIÉRREZ SANÍN “No hay cuña que más apriete que la del mismo palo”. Anónimo

Chávez y la izquierda colombiana © presidencia de venezuela • xinhua press • corbis

L

a muerte de chávez desató un miniplebiscito, principalmente tuitero, de la izquierda colombiana a su favor. Petro fue directo a la yugular, informando a sus seguidores que Chávez no había sido apenas un “payaso”. ¿No? Esta vez –como usuario de Twitter, no como usuario de las calles bogotanas– tiendo a estar de acuerdo con él. Acaso esta –la del payaso– fue apenas una de las facetas de su laberíntica personalidad. La experiencia de gobierno de Chávez fue tan compleja como él mismo, y esto –por razones a las que volveré enseguida– debería ser tomado en cuenta por la izquierda colombiana, si es que está pensando en un proyecto político viable a largo plazo. Chávez obtuvo éxitos indudables. Bajó muy significativamente la desigualdad, y centró todos sus esfuerzos en la inclusión social. Disciplinó –a veces desordenadamente, pero siempre con dureza– sus élites económicas. También fue un apasionado antiyanki. Su política exterior violó todos los

Piedad Córdoba, en las honras fúnebres de Hugo Chávez

tabús que había intentado imponer Estados Unidos al hemisferio occidental. Y sin duda otorgó a su pueblo –dueño de por sí de una larga tradición nacionalista– una nueva dignidad. Así que respecto a los dos grandes referentes de la izquierda –y buena parte de la intelectualidad– latinoamericana, fue enormemente exitoso. Pero esta moneda tiene 68

otra cara. El chavismo fue brutal en sus relaciones con la oposición, incluyendo también la de izquierda. Es cierto que no disparó contra ella, como se hace en Colombia (en realidad, sí lo hizo: pero solo marginalmente. Nada comparable a las dimensiones colombianas). Manipuló descaradamente las instituciones para perpetuarse en el poder,


manteniendo con este fin solo una delgada película de legalidad. Chávez no solo irrespetó los pesos y contrapesos de la democracia liberal (creo que simplemente no los entendía: para él, democracia significaba ni más ni menos que gobierno de las mayorías): también cultivó una estridente intolerancia. Insultó sin descanso a quien se atravesó en su camino. Y sí, en este trance a menudo se puso la máscara del histrión. Su caudillismo fue –y estaba diseñado para ser– asfixiante. Esto implicó golpear con dureza a todo aquel que intentara comportarse autónomamente, y esto no solo incluye a los proverbiales majunches. Entre sus blancos se encontraban desde líderes estudiantiles hasta representantes de la clase obrera organizada. De hecho, su base social seguramente sean los pobres de las grandes ciudades en la informalidad. Ni los obreros ni los campesinos –el Gini rural venezolano es tan malo como el nuestro–, las dos grandes figuras de la izquierda doctrinaria sesentera, son protagonistas del flamante socialismo del siglo xxi. Que, como destacó acertadamente Mauricio García en El Espectador, admite en su seno generosas dosis de caudillismo y clientelismo. Estas no explican ni de lejos los triunfos electorales repetidos de Chávez, que en este terreno fue un peso pesado. Disfrutaba de estos torneos, y se desempeñaba endiabladamente bien en ellos. En cierto sentido, sacrificó su vida por no perder una elección. Eso habla de compromiso y generosidad, pero también de pasión ganadora pura y dura. Lo cual contrasta –en lo bueno y en lo malo– con la izquierda colombiana. La mayoría de edad electoral, e institucional, de esta llegó con la Constitución de 1991, cuyo ethos está atado a tres grandes componentes: la democracia liberal, la defensa global de los derechos

humanos, y la crítica letrada a la politiquería (algunos dicen también que al neoliberalismo, pero creo que esto es llevar las cosas demasiado lejos). Todo ello constituye casi que la antítesis del chavismo, con su insensibilidad e incluso hostilidad a los derechos humanos (véanse sus trifulcas con Vivanco, o su iniciativa de reformar la Comisión Interamericana), su incomprensión de los componentes liberales de la democracia, y su malestar activo con respecto a los letrados y los pedantes. A propósito, una de las características sociodemográficas que separan más netamente, en todas las

bien marginales. Los grandes éxitos del gobierno de la izquierda en la capital se relacionan por ejemplo con la incorporación (encomiable) de minorías sexuales, para nada afín con la agenda chavista, y en cambio central para la lógica liberal global. Piénsese en las administraciones de Navarro, de lejos lo mejor que nuestra izquierda tiene para mostrar en términos de gobierno: su fórmula básica ha sido anticlientelismo y buena administración. No hablemos ya de que a buena parte de los izquierdistas colombianos todavía les da pena ganar las elecciones. ¿No se avergonzaba no hace mucho el

La experiencia de gobierno de Chávez fue tan compleja como él mismo, y esto debería ser tomado en cuenta por la izquierda colombiana, si es que está pensando en un proyecto político viable a largo plazo encuestas que conozco, a chavistas de antichavistas en Venezuela es el nivel educativo. Aquellos venezolanos que han dedicado más años de su vida al estudio tienden a sentir más antipatía por el caudillo. El duro período de Uribe –ocho años de agresiva estigmatización de la oposición– reforzó esta tendencia. La crítica de izquierda e intelectual al sistema se concentró en la politiquería, la corrupción, la violación de los derechos humanos, el caudillismo, las trampas para perpetuarse en el poder. Petro, por ejemplo, llegó a las grandes ligas gracias a su valiente denuncia de la connivencia entre políticos y paramilitares, pero, más en general, del clientelismo. La experiencia de gobierno de la izquierda colombiana ha sido también básicamente liberal y modernizante. Se podrá hablar mal o bien de ella. Pero en términos de inclusión de los más pobres resulta débil. Piénsese en Bogotá: esfuerzos y resultados más 69

candidato presidencial más exitoso de su historia, Carlos Gaviria –muy apersonado de su papel de letrado y constitucionalista–, de ser político y participar en política? Estas tradiciones de nuestra izquierda constituyen un patrimonio pero también un conjunto de restricciones. Y la muerte de Chávez le da un pretexto tan bueno como cualquier otro para aclarar las ideas. Hay muchos modelos de izquierda en América Latina. ¿A cuál le está apostando? ¿Se puede ser al mismo tiempo antiuribista y chavista? ¿Cómo promover un modelo de gobierno que recoja su vínculo con la agenda global liberal y la Constitución de 1991, y que a la vez genere políticas masivas de inclusión?  francisco gutiérrez sanín (cali, 1957). Es profesor de la Universidad Nacional y escribe una columna en el periódico El Espectador.


un cuento de juan andr茅s ardila Ilustraci贸n de Javier Jubera 70


veces, mamá habla sobre tiem-

que te mirés en un espejo. No es posible que dos mujeres solas den abasto con esta casa tan enorme. –No están solas –dije. Y la tía Doris arrugó la frente, me dio un beso y se fue sin más. Al otro día arrastró consigo a sus tres hijos, a una enorme coneja blanca que tenía como mascota, y todas sus cosas de familia medio acomodada. Debido a las mudanzas, cada estancia de la casa era un collage de tres imágenes distintas. Aquí un mueble centenario heredado de la familia de papá, allá una poltrona fucsia comprada recientemente por la tía Doris, y a un lado una silla con el relleno visible, de la cual la abuela se negaba a deshacerse. La sala de recibo, por ejemplo, había adquirido la apariencia de una colcha de retazos. Y mis primos se fueron encargando de estropear todo con una eficacia abrumadora. Entre tanto, si bien la tía Doris logró evitar que la abuela adoptara un gato más, los que habitaban la casa habían comenzado a reproducirse entre ellos desde hacía un tiempo. Uno oía el estrépito del apareamiento y meses después los gaticos se paseaban por la casa reclamando sus raciones de comida. Naturalmente, una vez que la tía Doris estuvo acomodada con su familia, ya no fue necesario mantener las apariencias, y yo debí volver a encargarme, como siempre, de hacer las rondas por las estaciones de los gatos. Dejaba el concentrado, cambiaba el agua, me llevaba los animales muertos y limpiaba las porquerías más visibles. Terminé pasando más tiempo con los gatos que en cualquier otra actividad de mi vida. Y algo cercano al cariño empecé a sentir por aquellos animales. Cuando no estaba con ellos, me atrincheraba en mi cuarto a leer o a escribir o a mover la cama de un lado a otro. Diciembre me llegó como una sucesión de risas y cánticos venidos de más allá de las lejanas escaleras. Evité en lo posible cualquier contacto con esa gente extraña. Y a veces, mientras me ocupaba de los gatos, debía oír las conversaciones secretas de mamá y la abuela y la tía Doris sobre la soledad que padece una madre cuando tiene que ocuparse de un niño que no hace más que apilar rarezas. Me gusta decir que me ocultaba en mi habitación, pero lo cierto es que nadie estaba dispuesto a emprender la búsqueda. Todo estuvo tranquilo hasta el invierno del mayo siguiente. Las lluvias arrasaron con buena parte de las casas en la ribera del río, y las familias de cuatro primos de mamá se encontraron, de repente, sin un techo para vivir. Así que mamá, aconsejada por la abuela, abrió las puertas de la caridad e invitó a quedarse a todo el mundo hasta que la situación mejorara. La situación mejoró. Pero nadie quiso irse, desde luego.

pos muy lejanos cuando la casa no era tan chiquita. Dice que el viento se colaba no sé por dónde, que merodeaba y gemía durante horas antes de encontrar un escapadero. Y mamá silba tratando de imitar el viento y pregunta: –¿Recuerdas? Y yo digo: –Claro. Y ella dice: –Qué bueno. Y no nos dirigimos la palabra hasta la noche del otro día. No me gusta hablar de esos tiempos lejanos cuando la casa no era tan chiquita. Me viene esta sensación de poder recorrerla en miles de zancadas, y por lo extraña, para no morirme de la piedra, prefiero creer que se trata del remanente de un sueño hermoso. Después de la muerte de papá, la casa se convirtió en un misterio inacabable. De repente, esos cuartos vacíos de toda la vida demandaban ser explorados. Y por un buen tiempo, fuimos solo mamá y yo en aquellas aventuras de polvo y bichos y baúles viejos. Entonces vino la abuela. Llegó de visita una mañana y decidió quedarse porque no era sano que mamá viviera sola en esta casa tan enorme. –No está sola –dije. Y a ella le importó un carajo. Se fue mudando de a poquitos. Iba y volvía con una prenda de ropa o un mueble distinto cada tanto, y al cabo de un mes, la casa estuvo plenamente colonizada por ella y por sus cosas. –¿Cuándo se va? –le pregunté a mamá. –No se va –dijo. –¿Por qué? –No es sano que viva sola en esta casa tan enorme. –No estás sola –dije. Y mamá pegó la taza del café a su boca y ancló sus ojos en el fondo de la taza y estuvo así hasta que yo cambié de tema. No debía ser una casa tan enorme si éramos felices. Nada nos faltaba, nada nos sobraba, hasta que llegó la abuela y pobló los silencios con sus pasitos arrastrados. Después de dos meses creyó tener la suficiente autoridad para traer al primer gato. Al cuarto mes, adoptó al segundo. Y a la vuelta de un año, la casa se había transformado en una densa maraña de maullidos. La tía Doris, al ver que el asunto de los gatos se había salido de control, decidió que era hora de mudarse. –Estás muy vieja, mamá –dijo–. Y vos, Irma, no es sino 71


Las plantaciones desbordaron las materas y se extendieron por los muros, como telarañas, se fundieron con la estructura misma de la casa. Desde fuera, era como ver una roca enorme densamente florecida de tomates y gatos y arvejas y ahuyamas y gatos y sandías y maracuyás y gatos... Entonces a la tía Doris le pareció que los gatos se habían vuelto económicamente insostenibles. Pero, como eran tantos y tan hábiles en los vericuetos de la casa, prohibió que les diera de comer con el fin de que buscaran rumbo por su cuenta. Yo hubiera preferido aplicar esa estrategia con los primos de mamá en vez de emplearla con los gatos, pero no había nada que pudiera hacer contra las órdenes de mi tía. –Esta casa es demasiado grande –dijo mamá–, ¿qué puedo hacer yo sola en esta casa tan enorme? –Que no estás sola, ¡carajo! –dije. Y mamá cerró los ojos y se hizo la dormida. La estrategia de la tía Doris, sin embargo, era equivocada. Por un lado, tenía las reservas suficientes para alimentar a los gatos por dos semanas más, y por otro, que se acabara el alimento no significaba que estuvieran obligados a marcharse. La casa era una gran fuente de bichos comestibles. Y en el peor de los casos, podía ser la guarida perfecta a la cual volver después de una extensa noche de cacería. Una de las primeras víctimas fue la enorme coneja blanca de la tía Doris. Oí el grito de mi primo, el menor. Y luego el de mi tía. Y el de la abuela. Y el de mamá. Y un estrépito de voces y cosas y maullidos. La coneja era tan grande, que los gatos más viejos organizaron una cuadrilla de seis para cazarla. La despedazaron en un minuto y se perdieron, con su crimen impune, en las múltiples oscuridades de la casa. La tía Doris, con escoba en mano, les declaró la guerra frontal desde ese preciso momento y para siempre. Organizó a sus hijos. Les dio instrucciones precisas de batalla. Y la abuela, enérgica, se convirtió en la principal aliada en esa lucha contra los que, para estas alturas, consideraba engendros demoníacos. ¡Pero era tan agotador!, ¡y eran tantos los gatos y tan ágiles!, ¡y tan enrevesada esta casa vieja con tantos posibles escapaderos!... En unos días, la tía se vio obligada a concluir que había cosas más importantes en qué ocuparse, y por no tener que alimentarlos, desde cierta perspectiva, podía considerarse una ganadora indiscutible. La abuela, por su parte, juró, ante Dios y la Virgen y los ángeles, morir antes que pasar por la vergüenza de rendirse. Paralelamente, los primos de mamá se fueron sintiendo tan cómodos en la casa como en sus propias tierras

de las riberas del río. Pronto delimitaron territorios. Dijeron: “De acá hasta acá es mío, de allá hasta allá es tuyo”. Y se dieron las manos. Y prometieron respetar el acuerdo establecido. Y se las arreglaron para sembrar en materas y cajones toda clase de hortalizas y plantas cosechables. Y levantaron muros de triple para evitar cualquier inconveniente. Hablé con mamá y le pedí que hiciera algo. Le dije: –Hacé algo, mamá. –Con qué –dijo ella. –Con esto… ¡Con esto, maldita sea! –¿Con qué? –dijo ella. Y media hora después decidí no insistirle más. La casa ahora era una multiplicidad de casas. Desde cierto punto en la primera planta, sus cuatro pisos tenían la apariencia de una gigantesca pajarera improvisada. Y en la sala de recibo, como los riachuelos en la corriente principal, venían a coincidir las vidas de todos sus muchos habitantes, porque cada quien se había encargado de dejar allí algún objeto como testimonio irrefutable: un armario de plástico, una mesita coja, una torre de periódicos de la década pasada, dos azadones, un colchón viejo... Así, los años transcurrieron en una barahúnda de maullidos y buenos días y gatos apareándose y fiestas y ronroneos y risas y buenas tardes y serruchos en constante actividad y gritos de guerra de la abuela y buenas noches y martillos azotando la madera. Los hijos de la tía Doris y los de los primos de mamá crecieron, se casaron y trajeron a vivir consigo a sus parejas en los lotes de casa que les correspondía sabrá el Diablo con qué derecho. Y las nuevas parejas tuvieron sus propios hijos. Y los hijos compitieron desde el primer día de vida con los maullidos de los gatos. Las plantaciones de los primos de mamá desbordaron las materas y se extendieron por los muros, como telarañas, se fundieron con la estructura misma de la casa. Desde fuera, era como ver una roca enorme densamente florecida de tomates y gatos y arvejas y ahuyamas y gatos y sandías y maracuyás y gatos... Mi cuarto, con los cambios territoriales, se fue haciendo cada vez más pequeño, y en algún momento, no me quedó más remedio que mudarme con mamá. –¿Ves? –le dije. 72


–¿Ver qué? –dijo ella. Y la mandé al carajo. El asunto del territorio había ido tejiendo la urdimbre de un conflicto de grandes dimensiones, pero estaba solapado. Siempre latente en la intimidad de las conversaciones antes de la cena, en los encuentros fortuitos por los pasillos, en el límite de cualquier provocación, la más insospechada tontería, un gesto en apariencia como cualquier otro que, sin embargo, albergaría en su interior el detonante de la bomba. Por ejemplo: Una planta de sandía, buscando la mejor fuente de luz, se las arregló para trepar desde su matera en el segundo piso hasta la parte más alta de la casa. En el transcurso del tiempo que tomó su crecimiento, la abuela mató una decena de gatos recién nacidos, alguien le prestó un encendedor a alguien, mamá estuvo a punto de morir de pulmonía, la tía Doris fue echada de su cuarto por uno de sus hijos, el encendedor fue prestado a un tercer hombre, mamá invitó a la tía Doris a vivir en nuestra habitación, el tercer hombre le prestó el encendedor a un cuarto y este último lo perdió y lo encontró de nuevo por pura casualidad y pensó que era un buen encendedor el que tenía allí en sus manos y decidió quedárselo porque nadie más sabría apreciarlo de la misma forma. Mamá intentó aprender francés y la abuela le dijo estúpida. Mamá le ayudó a matar un par de gatos a la abuela. Cuando el primer hombre reclamó el encendedor al segundo, la planta de sandía llevaba un tercio de su recorrido al techo. Yo me había dejado la barba y la tía Doris dijo que estaba horrible y yo le respondí algo como que “ah, sí, pues vos sos una vieja sola y nadie te dice nada”. La abuela descubrió el lomo de gato a las tres pimientas. Cuando el cuarto hombre le negó por sexta vez al tercero haber recibido nunca un encendedor o cualquier cosa parecida de su parte, en el travesaño más alto de la casa, la sandía ya empezaba a germinar. La abuela se había descompuesto una pierna en plena cacería de gatos, mamá decidió que siempre el francés era una lengua estúpida, la tía Doris identificó en una nuera a la culpable de sus desgracias, y me dijo: “vos estás igual de solo, pendejo”, pero yo tardé mucho en hacer la conexión, así que no pude responder adecuadamente. Un día, en el centro del primer piso, al mismo tiempo, los cuatro hombres involucrados en el enredo del encendedor se confrontaron mutuamente. El primero le reclamó al segundo y el segundo al tercero y el tercero al cuarto. El cuarto hombre se burló a carcajadas de semejante lío tan absurdo por un encendedor. El segundo rió tímidamente y el primero agachó la cabeza, avergonzado. Y justo cuando el primer hombre estuvo dispuesto a dejar el asunto de ese tamaño, la sandía, obligada por su

peso, se desprendió de la parte alta de la casa y se estrelló en medio de los cuatro. Y el interior de la sandía salpicó en todas direcciones. Y activó algún oculto mecanismo, porque el primer hombre golpeó al segundo casi por acto reflejo, el segundo accidentalmente pateó al cuarto mientras se defendía del primero, y el cuarto, al ver que el tercero se moría de la risa, se le fue encima y lo molió a trompadas. Un quinto llegó a ayudar al tercero, y un sexto al segundo y un séptimo al cuarto. Y al cabo de media hora, la casa en pleno estaba en pie de guerra. La tía Doris dejaba calva a una de sus nueras. Los nietos de la tía Doris agarraban a tomatazos a los nietos de los primos de mamá. Yo lo veía todo muy bien desde mi escondite. Mamá contenía el aliento a un lado mío. Los primos de mamá, entre tanto, en la sala del primer piso, se miraban fijamente, quietos, dispuestos a despedazarse al más ligero movimiento, porque resulta que ninguno había respetado el acuerdo establecido. Así las cosas, la pelea pudo durar semanas de no haber sido por aquel grito tan horrible que, a pesar del caos, silenció todo en un instante. Vino de las profundidades del tercer piso, como el primer ventarrón de la tormenta, y llenó hasta el más lejano recoveco de la casa. –¿Dónde está mamá? –dijo la tía Doris de repente. Y todos nos miramos sin pensarlo y nos volcamos a la búsqueda de la abuela. Cuando la hallamos, los gatos, unos cuarenta mal contados, apenas empezaban a buscar escapadero. Tuvieron tiempo suficiente para destriparla a su antojo. Y la abuela se marchó con ellos, para siempre, en todas direcciones, hecha unas decenas de bocaditos de gato. De esta manera quedó zanjada cualquier disputa. Nadie dijo una palabra en horas. Que acabara de morir la más vieja de la casa parecía tener un significado para todos. Para honrar lo que quedaba de la abuela, se dispuso el lugar central de la sala de recibo. Se compró un ataúd bonito, tallado con imágenes florales. Se regó la noticia entre toda la familia, cercana y distante. Y en dos días, la casa estaba repleta de más familiares sinceramente condolidos por la muerte de la vieja. Hubo un ambiente de fraternidad. Una exploración profunda de nuestros lazos. Un nuevo despertar, por decir algo. Los visitantes se quedarían para el velorio, el entierro y la novena, pero nadie quiso irse, desde luego.  juan andrés ardila (chigorodó, 1985). Estudia periodismo en la Universidad de Antioquia. El año pasado ganó el Estímulo al Talento Creativo de su departamento con el libro Divagaciones en el interior de una ballena. 73


no es trágico: es atroz. Les sobreviene una luctuosa ruina a los poetas que el amor captura, sin importar su orientación o identidad poética. El amor lleva al total desastre de la uniformidad a los poetas gay, a los poetas pansexuales y bisiestos, y a las poetas y poetrices feministas, fementidas o veraces; / a los obsesionados con el género y a los degenerados por igual, y a los perversos polimorfos: / y hasta los fetichistas de los pies del verso capitulan a las plantas del amor, que no distingue ideología, programa ni poética. A los vates de la torre de marfil los precipita del penthouse ebúrneo directo a planta baja. A los apóstoles del Zeitgeist, que proclaman sin empacho que la lírica está muerta, / les permite insistir en el error y en sus prolijas parrafadas. Les produce una hemorragia palatal / a los que comban parcos aforismos diagonales, a los herméticos de lata, a los que envasan sus versos al vacío, a los falsarios del silencio, y a los que fraguan haikus castellanos al itálico modo. A los puristas de la voz les corta en seco su dulce lamentar, y a los maniáticos del ritmo les quiebra las falanges, y estropea el íntimo metrónomo que llevan junto al corazón para marcar el paso de sus versos. Les compone el sensorio / a los videntes y malditos y demás rebeldes e insurrectos sin razón ni causa poética, y les cura el desarreglo razonado de todos los sentidos. Desaloja de su noche oscura a los que piden luz para el poema en las cavernas del sentido, y los devuelve sin escalas

por ezequiel zaidenwerg

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a los ovni-poetas, voladores o rastreros, identificados; a los objetivistas sin objeto ni vista; a los que exigen que el poema se vista de mendigo; a los filósofos poetas; y a los cultores convencidos de la “prosa poética”. El amor, que mueve el sol y a los demás poetas, los lleva hasta el postrero paroxismo: los convierte en tierra, en humo, en sombra, en polvo, etcétera: en polvo enamorado. Y si resulta todavía que entre ellos se aman amorosos los poetas pares, felices en su amor solar sin escansión, como si fueran en verdad el uno para el otro un agujero negro de opiniones nebulosas, tácitas palmaditas en la espalda y comentarios al pasar, enanos, enfriándose, se absorben entre sí

a la trasnoche de la carne literal. Lo que el amor les hace a los poetas, con paciencia y mansedumbre, mientras las mariposas lentamente les ulceran el estómago / y el páncreas poco a poco deja de funcionar, es harto inconveniente. A los que buscan con ahínco y precisión de cirujano la palabra justa les arruina el pulso, y en lugar de dar la vida, la aniquilan en su afán. Y a los que con ardor y devoción persiguen un absoluto en el poema, como un grial todo de luz, tirante, diáfana y febril, les nubla las certezas, y el deseo mismo de saciar su ansiedad. Lo que el amor les hace a los poetas, inadvertidamente, mientras cosen y cantan y se atoran de perdices, es agudo, terminal / y fulminante. Es un torrente arrollador de prosa, que espolea y multiplica, en progresión exponencial, / a los zopencos y palurdos de la poesía: a los que cortan sin razón sus versos diminutos; a los jinetes compulsivos; a los diseñadores tipográficos del verso; a los que quiebran la sintaxis sin saber torcerla; a los que escarban en el éter a la busca de inauditos neologismos inaudibles; / a los modernos sin pretexto; a los que creen descubrir la pólvora en sus versos balbucientes; a los contestatarios automáticos y a los porno-poetas; a los que sueltan grandes nombres por la densa fronda de sus poemas, como Hansel y Gretel arrojaban migas; a los que impostan en su voz vacante los mohines de una infancia lobotomizada; a los poetas bellos y felices, caprichosos; a las tribus urbanas y los groupies de la poesía pubescente; / a los poetas pop y los rockstars del verso; a los videopoetas y performers; /

ezequiel zaidenwerg (argentina, 1981). En el 2008 publicó su primer libro, Doxa, en la editorial Vox de Bahía Blanca.

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ESPECIAL

por atlas obscura Traducción del inglés y adaptación de El Malpensante

| Ilustración de Lorena Correa

La posibilidad de que Hugo Chávez pueda ser embalsamado ha vuelto a recordar la cómica tradición izquierdista de preservar en formaldehído a sus más entrañables hombres públicos. Aunque muchos déspotas y dictadores del comunismo tuvieron en vida un poder incuestionable, al morir no corrieron con la misma suerte. Pidieron ser enterrados o cremados, pero sus camaradas tenían otros planes en mente y fueron convertidos en íconos cerosos. Incluso un país de ideología atea necesita santos incorruptibles. Como aprendieron a gritar los niños soviéticos por siete décadas (y como tal vez lo aprendan los niños venezolanos): “¡Lenin vivió! ¡Lenin vive! ¡Lenin vivirá!”.

“Es fácil ser santo cuando no se quiere ser humano”. Karl Marx

E

vladimir ilich lenin

dentro de un mausoleo. Desde entonces, el cadáver ha permanecido allí, con una única excepción: unas vacaciones –si quieren llamarlas así– a Tiumén, Siberia (acompañado de embalsamadores que trabajaron para mantenerlo “fresco”), cuando Moscú estaba en peligro de sufrir una invasión nazi. En marzo de 1945, una operación soviética que recibió el nombre cifrado de Objeto Número 1 llevó de regreso los restos del líder a su mausoleo en Moscú. Aunque Lenin fue una de las figuras más poderosas de la historia, ni siquiera él fue capaz de soportar los estragos del tiempo sin un poco de ayuda. Su momificación fue asumida por los embalsamadores judíos Vladimor Vorobiev y Boris Zbarsky, quienes desarrollaron técnicas secretas para ayudar a preservar el cuerpo.

n un extremo de la Plaza Roja de Moscú hay una pirámide de piedras rojas y negras que indica el lugar de descanso de un tal Vladimir Ilich Lenin. El líder calvo de la revolución bolchevique era, por supuesto, ateo y después de su muerte no tenía ninguna intención de ir a otro lugar que no fuera a la tumba, por lo que solicitó formalmente ser enterrado. Sus camaradas hicieron caso omiso de su petición. Se dice que el gobierno ruso recibió más de diez mil telegramas del público doliente pidiendo que el cuerpo del gran líder fuera preservado de alguna forma para las generaciones venideras. En lugar de enterrarlo, se decidió que Lenin sería embalsamado y luego exhibido en un sarcófago de vidrio 77


Una vez muerto Mao, sus orejas se pegaron en ángulos extraños, y su cuerpo se hinchó, obligando a cortarle el traje para evitar que lo reventara. Uno de los embalsamadores de Lenin dijo recientemente acerca de Mao: “Me dicen que el cuerpo está en pésimas condiciones. Hicieron un mal trabajo” Hasta el día de hoy, Lenin cuenta con un equipo que lo baña, lo blanquea, le saca brillo a su piel cerosa y le cambia sus elegantes vestidos de seda (sí, de seda) cada determinado tiempo, si bien recientemente la Gran Recesión lo obligó a restringir sus refinados hábitos y tuvo que usar el mismo vestido por casi seis años. En la actualidad se le puede visitar todos los días, pero las cámaras están prohibidas. Después de todo, una fotografía podría robar su alma.

L

ho chi minh

os deseos del líder de la República Democrática de Vietnam siguieron la vía de la urss. Como en el caso de Lenin, después de que el Tío Ho manifestara explícitamente su deseo de ser cremado, hoy en día el Mausoleo Ho Chi Minh contiene un ataúd de vidrio que exhibe su cuerpo sin vida para que pueda ser admirado por el flujo constante de personas que lo visitan. Es más, el Tío Ho se ve tan bien que su condición ha suscitado algo de controversia. El consenso popular sostiene que incluso un cuerpo perfectamente embalsamado debía haber mostrado más signos de deterioro que el del venerado líder vietnamita. Poco después del cuadragésimo aniversario de su muerte, el mausoleo fue cerrado “por renovaciones”, período durante el cual un equipo de expertos rusos (quienes perfeccionaron su conocimiento al cuidado del delicado rostro muerto de Lenin) contribuyó con su granito de arena para suministrar los mejores medios de preservación. A pesar de ello, las personas que por años han rendido homenaje al cuerpo de Ho Chi Minh han comenzado a expresar dudas, pues simplemente ya no les parece verosímil su inmaculado estado de conservación. Parece que el mejor veredicto es el de los propios ojos. Por dos dólares, los visitantes pueden formarse su propia opinión. Eso sí, tienen que hacerlo rápidamente, ya que está prohibido detenerse junto al ataúd de vidrio.

C

mao zedong omo arquitecto y cerebro de la República Popular China, el “presidente” Mao Zedong consiguió un séquito tan parecido a un culto, que uno creería

que los deseos de una figura semejante serían respetados tras su muerte. Lamentablemente para Mao, ese no fue el caso. A pesar de ser una de las primeras personas que firmó la “Propuesta para que todos los líderes culturales sean cremados después de la muerte” en 1956, su cuerpo fue puesto en exhibición en el Gran Salón del Pueblo mientras en la Plaza de Tiananmen se llevaba a cabo un servicio fúnebre. Su figura embalsamada fue colocada después en el mausoleo que lleva su nombre, erigido durante los seis meses inmediatamente posteriores a su muerte. Mostrar a Mao fue uno de los retos más difíciles a los que se hayan enfrentado las autoridades. Se requería un féretro de cristal, pero la técnica para producir una pieza de ese tipo era un secreto celosamente guardado por los rusos, en esa época enemigos políticos de China. Para solucionar el problema, se hizo una discreta competencia en la que cada participante era obligado a someter su modelo a una serie de pruebas de resistencia al estrés ambiental, incluyendo eventos sísmicos. Pero si el féretro cumplió con los estándares, el proceso de momificación no. Una vez muerto Mao, sus orejas se pegaron en ángulos extraños, y su cuerpo se hinchó, obligando a cortarle el traje para evitar que lo reventara. Uno de los embalsamadores de Lenin dijo recientemente acerca de Mao Zedong: “Me dicen que el cuerpo está en pésimas condiciones. Hicieron un mal trabajo”. Hasta hoy, los restos de Mao continúan siendo una atracción turística muy popular en China. Solo los miembros inmediatos de la familia del presidente tienen permiso para visitarlo en privado, pero cualquiera puede desfilar rápidamente delante de la momia.

E

kim il sung

l amor incondicional que la gran mayoría de los norcoreanos profesan por Kim Il Sung nunca es tan evidente como en el hogar de su cuerpo embalsamado. Exhibido en el Palacio del Sol de Kumsusan, que se encuentra en un extremo de Pionyang, el Gran Líder y Presidente Eterno de la República tiene por lugar de descanso un edificio definido como una de las construcciones “megalomaníacas comunistofacistas” más grandes de la nación. 78


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Stalin fue embalsamado y puesto junto a la momia de Lenin inmediatamente después de su muerte en 1953. Esto fue así hasta el Halloween de 1961, cuando Stalin resucitó de entre los muertos (más o menos) Un extranjero que fue testigo de primera mano describe el homenaje que los norcoreanos rinden a Kim Il Sung, en el aniversario de su nacimiento, como una de las experiencias más surrealistas de su vida. Se trata de un desfile con pompa y circunstancia que dura medio día e incluye un recorrido por todo el mausoleo. En el trayecto hay túneles de viento y rodillos de caucho para limpiar la mugre de la ropa y los zapatos de los visitantes; corredores kafkianos interminables vibrando al ritmo de la música funeral del realismo socialista, y más. Dicho esto, como sucede con muchos detalles relativos a Corea del Norte, hay debate en torno a lo que se debe hacer para ver de cerca el cuerpo del Gran Líder. En la entrada de Wikipedia correspondiente al Palacio de Kumsusan se afirma que hay visitas oficiales del gobierno los jueves y domingos, pero también se dice que la información de las guías turísticas es contradictoria, pues sugiere que ver a Kim Il Sung requiere trámites especiales que deben realizarse con mucho tiempo de anticipación.

T

chiang kai shek y chiang ching kuo

anto el antiguo presidente de Taiwán como su hijo, Chiang Ching Kuo, permanecen embalsamados en un purgatorio terrenal mientras fuerzas políticas y familiares discuten sobre su lugar de descanso final. Para entender el conflicto de intereses, es necesaria una pequeña lección de historia. Antes del general Mao estaba Chiang Kai Shek. Como líder del Partido Nacionalista Chino, Chiang pasó buena parte de su vida involucrado en guerras civiles contra el movimiento comunista liderado por Mao Zedong. Su retrato llegó a ocupar el espacio que ahora ocupa el de Mao en lo que hoy es la Plaza Roja. Hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, las presiones internas y externas hicieron que las tensiones entre los dos líderes empeoraran. Finalmente, Mao sitió todo el territorio de Chiang en una ofensiva parecida a una movida repentina de risk. Chiang perdió el control de la China continental y fue relegado a Taiwán, donde ocupó la presidencia, conspirando para retomar el control de China hasta su muerte en 1978. Después de un período provisional, Chiang Ching Kuo, el hijo de Chiang, asumió tanto el

control del país como la misión nacionalista de su padre hasta su propia muerte en 1988. Esta es la hora en que los cuerpos de los dos Chiang no han sido sepultados. La familia argumenta que debe cumplirse su voluntad de ser enterrados en su casa de Fenghua, en la China continental. Como el área permanece bajo el control de la China comunista, eso no sucederá pronto. La solución improvisada ha sido momificarlos a ambos y exhibirlos en Cihu, Taiwán, hasta que se llegue a un acuerdo sobre el entierro... que podría, literalmente, tardar una eternidad.

D

iósif stalin

esde 1922 hasta su muerte, Stalin tuvo el título de primer secretario general en el Partido Comunista de la Unión Soviética. Después de la muerte de Lenin, acumuló en sus manos casi todo el poder de la urss, de forma lenta pero segura, y fue el arquitecto principal del bloque oriental, tal como lució durante la mayoría del siglo xx. Considerado uno de los peores dictadores de la historia, Stalin vivió su vida personal sin reservas; era bebedor y fumador empedernido. La mayoría de los especialistas están de acuerdo en que estos vicios le produjeron arterioesclerosis, y esta a su vez una serie de derrames cerebrales que irían debilitándolo poco a poco hasta matarlo. Otros dicen que fue asesinado con warfarina, un veneno inodoro e insaboro que produce derrames. Al margen de cuál haya sido la causa, el cuerpo de Stalin fue embalsamado y dispuesto junto a la momia de Lenin inmediatamente después de su muerte en 1953, de tal forma que los dolientes pudieran ver al mismo tiempo a los dos padres fundadores de la República. Esto fue así hasta el Halloween de 1961, cuando Stalin resucitó de entre los muertos (más o menos) para ser enterrado al lado del Kremlin como parte del proceso de desestalinización. Lenin ha estado solo desde entonces.

L

georgi dimitrov

as circunstancias que llevaron a la muerte de Georgi Dimitrov, líder comunista de Bulgaria, son sencillamente dudosas. Dimitrov había gozado de excelente salud hasta el momento de su muerte en un

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sanatorio en las afueras de Moscú, lo que llevó a rumores (nunca verificados) según los cuales fue irradiado o envenenado fatalmente. A pesar de esta muerte enigmática, su cuerpo fue exhibido muy pronto en su propio mausoleo de la Plaza Príncipe Alejandro de Battenberg, en el centro de Sofía. Solo pasaron seis días entre la concepción del Mausoleo Georgi Dimitrov y su construcción. Un récord. Mientras tanto, su cuerpo fue enviado a casa desde la urss para ser depositado en ese lugar de honorable reposo y para que el proletariado empezara su duelo mientras alababa la proeza de los ingenieros de su país. Todo continuó según lo planeado hasta la caída del Muro de Berlín. Los nuevos líderes de Bulgaria consideraron indecoroso seguir honrando de esta forma a sus antecesores comunistas, condenaron el mausoleo de Dimitrov a la destrucción y enterraron su cuerpo en el Cementerio Central de Sofía, donde los visitantes pueden ir a visitarlo en la actualidad. Esta decisión fue seguida por un acalorado debate que retardó la demolición del mausoleo hasta 1999, fecha en que se decidió cremar el cuerpo del antiguo líder y volverlo a sepultar. Sin embargo, Dimitrov tuvo una última oportunidad de sonreír. Fueron necesarias tres detonaciones de explosivos, seguidas de una exitosa combinación de explosiones más pequeñas y máquinas excavadoras, para derrumbar su mausoleo construido en el tiempo inverosímil de seis días. Aparentemente la ingeniería búlgara se merecía todos los elogios.

C

adquirir un color negro capaz de revolver el estómago. Había empezado una “putrefacción progresiva”. Sus sucesores se dieron cuenta de lo indigno que había sido someter a su antiguo líder a un destino semejante y finalmente lo cremaron en 1962. Los interesados todavía pueden rendirle homenaje en el lugar de su antiguo mausoleo, en el monumento a Zizka, un behemot visible desde casi cualquier lugar en la capital checa.

C

evita perón

uando la afamada primera dama de Argentina1 y esposa de Juan Domingo Perón (gracias, Andrew Lloyd Webber y Madonna) murió de cáncer la noche del 26 de julio de 1953, su cadáver fue preparado meticulosamente por un hombre que gozaba de reconocimiento gracias a sus diestras habilidades en el “arte de la muerte”. Durante los siguientes dos años su cuerpo fue exhibido en la casa de Perón, con la apariencia de estar disfrutando de un profundo y apacible sueño mientras se hacían los preparativos para el reposo final. Estos planes se vieron truncados por un golpe de Estado que depuso a Perón de su cargo y lo obligó a exiliarse. A su salida del país, de algún modo se olvidaron los planes que había para Evita. Por casi veinte años, hasta 1971, la ubicación de su cuerpo incorruptible fue un misterio. Cuando el gobierno argentino finalmente dio a conocer que Evita había estado en una tumba en Milán, bajo un nombre falso, su cuerpo fue exhumado y llevado a la residencia de Perón en España, donde él y su tercera esposa, Isabel, exhibieron su cuerpo embalsamado en la mesa del comedor. Mientras tanto, el potencial político de Perón se había reactivado y pudo retomar el poder en 1973. Por desgracia, murió al cabo de unos cuantos meses. Finalmente, es a Isabel a quien Evita debe agradecer que se le haya dado un hogar postrero. Isabel hizo que la sepultaran en el terreno de los Duarte, en el gran cementerio de la Recoleta, donde los curiosos todavía pueden honrar a uno de los cadáveres más viajeros en la historia de las momias comunistas. 

klement gottwald

omo Stalin, Klement Gottwald vivió y murió con intensidad. Solo cinco días después de asistir al funeral de Stalin, Gottwald se encontró con la muerte tras rompérsele una arteria, consecuencia de una sífilis severa y años de alcoholismo. A pesar de ese final poco decoroso, los políticos de la época insistieron en embalsamar para la eternidad al líder de la Checoslovaquia socialista. Originalmente, el plan era exhibir el cuerpo momificado de Klement Gottwald en un mausoleo ubicado en el mismo lugar del monumento a Jan Zizka en Praga. La infraestructura de la ciudad fue replanteada para colocar una unidad de control ambiental masivo dentro del monumento preexistente. Todo marchó sobre ruedas por un rato... hasta que se hizo evidente que en el proceso de preservación del cuerpo había pasado algo terrible. Básicamente, la fórmula utilizada estaba mal y fue necesario repetir el proceso cada 18 meses. Este fue el procedimiento estándar hasta principios de los sesenta, cuando Gottwald empezó a gotear formaldehído y a

1. Sí, sí, ya sabemos. Peronismo no es precisamente lo mismo que comunismo y por eso, “técnicamente”, no debería aparecer en esta lista. Los entendemos. Pero, para nosotros, el peronismo estuvo suficientemente cerca de serlo: era una forma de populismo autoritario, dependía en gran medida del trabajo, era anticlerical, y tenía un gobierno fuerte y centralizado. Además, la lista necesita con ansias una mujer y la historia de su momia es fascinante (Nota del editor). 81


el Ăşltimo de la fila Por Birgit Tanck

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