Trabajadorxs en Contra del Trabajo

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Texto original escrito por Tom Regel, el 16 de marzo del 2016. Traducciรณn por La Imaginaciรณn al Poder.


Si crecer y conseguir una vida significa entrar en el mundo del trabajo profesional y, en muchas instancias, trepar la escalera de las carreras, entonces ¿qué hay para aquellxs que no tienen intención en crecer solo en esos aspectos, para aquellxs que mantienen poca o ninguna relación coherente con los modos actuales de existencia, aquellxs que rechazan el futuro y todas sus proyecciones miserables? Ser anti-trabajo no es ser necesariamente holgazanx (aunque ello involucra una gran apuesta en dicha utopía); es básicamente resistir la premisa idiota del progreso, futuro, libertad individual, satisfacción y éxito, justo como es proyectado por el prisma insular del empleo asalariado competitivo, atomizado y alienado, y estar opuestx a las normas históricas y patrones prescriptos de la adultez que son reforzados por la ética de trabajo postivista y el mundo ocupacional en general. El empleo nunca significó subsidiar tu existencia. El trabajo siempre ha existido en relación a una narrativa base que no solamente nos dice que la ocupación es inherentemente “bueno para nosotrxs” (de alguna forma), pero que sirve para delimitar la subjetividad y determinar a un enorme grado cómo procedemos en la vida y cómo la regulamos. La creación de la ética laboral sirvió para atar los miedos, deseos y pasiones de lxs trabajadorxs a una relación actuada con el empleo. En la acumulación capitalista temprana, la ética laboral protestante le decía a lxs obrerxs que trabajaban por su redención. Trabajabas por Dios y, por ende, por tu propia salvación. Como el empleo capitalista maduró durante el siglo XX, las dimensiones éticas y morales del mismo adquirieron una base material más sólida. Vos trabajabas, aparentemente, para asegurar algo parecido a una prosperidad amplia, o para tu propio sentido de seguridad económica, del mismo modo con tu felicidad, salvedad y libertad. Los pre-condición necesarios para alcanzar estos aparentes lujos incluyen el autocontrol maestro de unx mismx, la propia identdad (un proceso interno de auto-gobierno, auto-regulación y, finalmente, auto-inmunización) y la propiedad (que, por supuesto, también significa esposa e hijxs). En su libro “Estado de Inseguridad”, Isobell Lorey describe cómo esta práctica de normalizar el auto-gobierno en las economías capitalistas modernas “está basada en una imaginación de coherencia, identidad e integridad que nos retrotrae a la construcción de una subjetividad masculina, blanca y burguesa” Ella prosigue: “las construcciones de autenticidad de éste tipo, continúan hasta el presente nutriendo nociones de capacidad de vivir la vida libremente, autónomamente y acorde a las decisiones personales, en otras palabras, ser soberano”. Ésta imaginación de coherencia personal– la cual es reforzada por varias instituciones y normas culturaleses lo que efectivamente distingue entre estilos de vida apropiados o inapropiados, entre sujetos/productores útiles o amenazantes. Y son estas presiones externas, orbitando nuestras ideas populares acerca del empleo, cuyas funciones nos doblan hasta ser estilos de vida particulares y coherentes, hasta una fidelidad hacia un futuro en el cual no tenemos lugar. Es una existencia que no necesariamente elegiste, simplemente ocurrió. En el orden socio-económico corriente, en la era de la precariedad normalizada (descripta por Lorey como “viviendo con la contingencia, con lo impredecible”, y sin un futuro a largo plazo en cuanto a economía estable), ), con nubes metafísicas


imaginadas de deuda acumulándose en gran parte de Europa y Norteamérica, nuestras ideas sobre el trabajo pueden haber llegado a su máximo apogeo existencial. El trauma de la alienación masiva significó que ya no queremos solamente posesiones materiales; queremos reconciliarnos, sentir que nuestras vidas tienen sentido y propósito. Es aquí que la concepción corriente de la ética laboral comienza a prometernos algo más trascendental por nuestra mano de obra, aparentemente algo más importante que el dinero, con atractivos renovados a la ética de la responsabilidad y auto-optimización, una orden del manejo de la identidad de un modo auto-publicitario y funcional al reloj. Podes verlo en nuestra retórica, está por doquier, en el ascenso de las metodologías del camino más corto y las políticas de bienestar; aunque estés manejando tu vida laboral, controlando tu tiempo correctamente, eligiendo el camino profesional correcto, superando tus potenciales, siendo exitosx, o encontrando tu llamado interno. Hay cantidades de literatura horrible sobre estas cosas. Los han visto; tienen rocas, nubes besadas por el sol y mariposas en la tapa. Una búsqueda rápida en Amazon traerá cientos de resultados: “La Semilla: encontrando propósito y felicidad en la vida y el trabajo”, “Felicidad Real en el Empleo: meditaciones para hazañas, logros y paz”, “Haciendo que todo funcione: ganar en el juego laboral y el negocio de la vida”, “Felicidad en el Trabajo: sea resiliente, motivado y exitoso –No importa qué” (no importa qué). Hay aplicaciones incluso para esta clase de cosas: bloom (“Bloom te mantiene con los pies sobre la tierra. Seguro, te puede recordar de tomar un vaso de agua o de decirle a algún ser querido cómo te sentís, pero Bloom es una aplicación para “centrarte” que podes usar como escape de tu lista de obligaciones, para concentrarte en tu propia lista para ser”), Nirvana (“Nirvana libera tu mente para centrarte en realmente hacer las cosas. Si te cansaste de tu lista de obligaciones genéricas, es hora de Nirvana”), Streaks (“esta app sigue el modelo del popular método ‘no rompas la cadena’ en la que usas la aplicación para seguir cuan bien estas persiguiendo tus metas. Genial para ponerse metas”). Dado que la mayoría del empleo disponible es esencialmente superávit laboral, solamente existiendo para mantener al mercado ocupado con sí mismo, no es una sorpresa que en la mayoría de las economías del oeste las dimensiones éticas y morales del trabajo emergente se reforzaron dentro de este discurso extrañamente “iluminado” de crecimiento personal y auto-realización. Mientras la naturaleza de lo que físicamente producimos y por qué valor exacto se hace -para la transversalidad de la mano de obra – crecientemente nebuloso e indeterminado, la ética laboral está siendo sistemáticamente reorganizada en un acto de amor propio incondicional, concentrada solamente en la realización de tu verdadero potencial. Es una lógica de reclutamiento que no conoce límites. No solo quieren que llegues a tiempo, lxs quiere a todxs ustedes todo el tiempo. Claro, es en nombre del verdadero amor en el que voluntariamente nos sacrificamos. El amor garantiza subsunción; es tanto agotadora como rígidamente controlador. En una crítica del auge del ascetismo elegante de “Hace lo que Amas” para la revista Jacobin (gran trabajo, definido como creativo, intelectual, prestigioso), Miya Tokumitsui identifica que la hazaña real de éste mantra de trabajo elegante está en su capacidad de persuadir obrerxs de que “sus trabajos sirven a sí mismos y no al mercado”. El trabajo puede ser un juego; puede no ser tu salvación o tu seguridad (y la de tu familia), pero es lo que te hace un todo coherente, realizado y satisfecho, unx trabajadrx feliz –incluso si te mata. Funciona contra estos ideales abstractos de tornarse fácil para otrxs empleadxs ventilar preocupaciones acerca del trabajo que


vos haces, mientras simultáneamente aumentan su productividad y desmantelando cualquier promesa real de solidaridad obrera en el proceso: trabajamos mucho por muy poco o –si estás de pasantx- por nada en lo abosluto; tu tiempo es monstruosamente explotado, trabajando por objetivos inalcanzables, y aconsejadx para competir con tus colegas a quienes querés asesinar; tu paga es recortada arbitrariamente, tu vida privada y tu rendimiento es juzgado rutinariamente; es solo un peldaño, es una buena experiencia, y así sucesivamente. Pero el ensayo de Tokumitsu está ocupado en la naturaleza elitista de la ética HLQA (Hace Lo Que Amas), en cuan seguido privilegia y eleva el trabajo agradable y niega el desagradable. Lo cual es verdad, para algunxs, pero vale la pena recordar que en la mayoría de los empleos desagradables estás obligadx a sonreír (es política de la empresa), y en aquellxs en las líneas de trabajo mucho más agradables no se sonríe en lo absoluto. Lejanamente más omnipresente que el “hace lo que amas” mantra, es el astuto time psicológico de la administración: “ama lo que haces”. Es un carácter distintivo que es vendido hasta lo más bajo de la pirámide laboral, uno que aparece en nuestras ideas sobre deuda, responsabilidad moral y desempeño personal. La invocación a “amar lo que haces” atrae las nociones de “trabajo duro”, compromiso al por mayor, flexibilidad, contribución y participación como indicadores de realización personal, propósito e integridad. Se espera que siempre estés por encima de la descripción del trabajo. Desde ya, la mayoría de nosotrxs odia lo que “hace”, y lo que en realidad haces (artista, escritorx, activista político, predicadorx callejerx religiosx, hacker, etc.) es algo que está (a penas) sostenido y subsidiado por tu empleo. El punto no es solamente que la mayoría del trabajo es una pérdida de tiempo, mal pago y cansador, si no enteramente inútil, sino que como obrerxs, estamos alentadxs a mantener una especie de relación auto reflexiva, significativa y coreografiada con los empleos que desempeñamos, nuestra vida profesional y nuestra actitud hacia el trabajo en general. La nueva permutación de la ética de trabajo es así internalizada, como una especie de proyecto de administración personal, subordínate a todas las presiones de transformarte en unx adultx aparentemente legítimo y funcional. Es una situación donde las relaciones laborales y personales se han fusionado poderosamente detrás de normas aspiracionales vagas. No solo ahora la gente se lleva el trabajo a casa, o al contrario, el trabajo toma tantas formas amigables alx usuarix, que se asimilaron sin ser descubiertas a todos los aspectos de la vida cotidiana: el trabajo en el gimnasio, el trabajo de Tinder, el trabajo de Instagram, el trabajo de la vida sana, “crecer” y “conseguirse una vida”: es trabajo. El proceso de producción entero se convirtió en una parte de lo social, un desempeño tedioso e interminable. Y es únicamente exasperado por la creciente presión de atender a las múltiples personalidades e identidades, tanto en línea como fuera de ella, útil para una variedad de audiencias y mercados, utilizable para un rango de empleadorxs. Aquí, Lorey identifica un borroneo paradigmático de las distinciones liberales clásicas entre el ser privado y el público: el/la “trabajadorx debe convertirse en unx virtuosx autoempresarial porque él/ella debe desempeñar su explotada persona en relaciones sociales múltiples ante los ojos de otrxs… la realización del ser personal, reducido al empleo, requiere desempeño en público”. Es un aplastamiento aburrido y monótono, que también es ampliamente desorientador, y potencialmente traumático. Entonces, la coherencia imaginaria que nos es vendida es ser flexible, capaz de cambiar de forma suavemente y hacer transiciones copadas, pero manteniéndose


sólidx en el medio, feliz y por supuesto, empleable. Es una locura. Estás perpetuamente de guardia, transitando a alta velocidad varios campos de expectativas e iniciaciones, arrastrándote a través de la vida en un lío de coordenadas dispersas trazadas por alguien más. En realidad, no sabés quien carajo sos. La sociedad está trabajando a sobremarcha y, en casos extremos, está llevando a espasmos y rupturas explosivas donde las presiones y tensiones de vivir se han vuelto demasiado para manejar (el teórico Franco Berardi está convencido de la clara correlación entre la naturaleza del capitalismo contemporáneo y el estado actual de salud mental). El número de suicidios y asesinatos en masa (frecuentemente perpetrados por hombres blancos, de clase media y con profesiones decentes) aumentan rápidamente en el occidente. Y, en Japón, está documentado que miles de mujeres y hombres jóvenes (llamadxs hikokomori) rechazan el trabajo rotundamente, absteniéndose de todas las expectativas de la adultez tradicional, encerrándose en su habitación todo el día y cortando toda atadura social, eligiendo vivir a través de avatares online, en salas de chat, plataformas de videojuegos, foros, etc. Es un fenómeno extraño y de doble cara (uno que no es exclusivamente japonés bajo ningún punto de vista). Lxs hikokomori pueden tener una solución parcial, en vías de minar de alguna forma, o al menos interrumpir las nociones liberales clásicas acerca de las libertades individuales, y la naturaleza de su hibernar es una forma cruel de protesta. Pero no es una solución perfecta: ellxs también son víctimas, aisladxs e intertes, consumiendo pasivamente, fielmente enredadxs en el desempeño total del semio-capitalismo. Hoy, optar por salir del mundo laboral puede ya no ser suficiente como una forma de protesta radical y subversiva, ciertamente no en el sentido colectivo. Para unx, la realidad de vivir se volvió tan cara que la idea de rechazar el trabajo sin aislarse del mundo que nos rodea es una posibilidad solamente disponible para aquellxs que pueden literalmente permitírselo, aquellxs con redes de seguridad y paracaídas financiero. Y la retirada total del sistema es solo una especie de capitulación lenta. Por ahora, se trata de intentar existir y prosperar –a pesar de varias estrategias parasitarias- en los temblorosos intersticios del capitalismo contemporáneo. Cuando el mundo laboral promete llenarnos, completarnos, la lógica del anti-empleo vacía de antemano esta amenaza disfrazada evaluando cuanta defensa puede ser reunida ante este entrometido llenamiento. Enfrentadxs a estos atractivos manipuladores y explotadores de hacer lo que amamos o amar lo que hacemos, tiene la misma lógica hacer lo que odias. Todo lo que queda hacer es repudiar la estructura de pies a cabeza, ser trabajadorxs anti-empleo. Nuestro valor yace en otro lado. Puede no ser posible o deseable sobrevivir lejos del mundo de la relación de dependencia, pero ciertamente hay espacio para pensar y existir fuera de la esfera opresiva de normalizar la auto-regulación impuesta por el mundo laboral, y todas sus manifestaciones tediosas a largo plazo. Olvidate de pertenecer. Olvidate del futuro. La resistencia significa poner nuestras ansiedades colectivas en uso, encontrando solidaridad y empatía en nuestros puntos débiles comunes, en nuestra desesperación. Porque hay potencial para solidaridad social en las grietas creadas por el trabajo en relación de dependencia, en nuestro estado de flujo permanente, en esos puntos que confluyen en nuestra experiencia común: somos trabajadorxs precarizadxs, con contratos a corto plazo, acomodadxs a corto plazo, quizás “haciendo” lo que odiamos por ahora, no comprometidxs y fieles a nuestra incoherencia; no esperamos nada de tu idea miserable del futuro, nos rehusamos a cargar con el peso de tu estúpida crisis de deuda metafísica: no encajamos en tus planes a largo plazo.


Lorey escribe que “a través de rechazos individuales, sabotajes pequeños y resistencias a la precaria vida cotidiana, un potencial emerge”. Con la relación de dependencia y la concepción actual de la ética laboral tan atadxs a nuestra percepción y abstracción, manejándose en imperativos morales, fraude, manipulación y chantaje, el primer blanco del Movimiento Anti-Empleo debe ser devolver el insulto, desde adentro.

Tapa del fanzine original



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