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Editorial

Elvira Rey

El tiempo de confinamiento que acabamos de vivir ha impreso en nuestras rutinas un cambio de ritmo que ha tenido consecuencias en muchos aspectos de nuestra vida. Para unos han sido positivas, por haber dejado ver el gran potencial humano entregado de forma altruista, o por haber encontrado el tiempo para hacer «esas otras cosas» para las que no encontrábamos nunca su momento; para otros, han sido duros resultados por la incertidumbre de lo que pasará; para otros, tristes, por el dolor de la pérdida de seres queridos y amigos; mientras que otros se duelen solo de que estas circunstancias puedan desestabilizar nuestro sistema económico.

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De todo podemos sacar una lectura positiva o negativa. Cada persona percibe este fenómeno de manera distinta y en su tiempo reflexiona la causa que nos ha llevado a esta situación. ¿Será que somos presuntuosos al pensar que podemos saber la causa que nos ha traído aquí? Hemos sido bombardeados por miles de whatsapps en los que se nos informaba de las diversas lecturas que podemos hacer de esta crisis mundial.

Posiblemente todas tengan algo de verdad, pero la única manera de superar una crisis es seguir adelante y aprender a funcionar de un modo nuevo y distinto. Como dijo Víctor Frankl «Cuando ya no somos capaces de cambiar una situación, nos encontramos con el desafío de cambiarnos a nosotros mismos».

Los hombres y las mujeres que sentimos la necesidad de encontrar el sentido de las cosas, no podemos obviar hacer una lectura abierta a los hechos y descubrir que de alguna forma somos actores y productores de lo que se ha descubierto a nuestra conciencia. Como mínimo, necesitamos recapacitar y modificar, en definitiva, lo que en el fondo sabemos que hemos hecho mal. Desde malgastar agua, contestar mal a nuestro amigo, tirar basura a la cuneta de una montaña o al mar; desear el mal a alguien, acumular resentimiento, actuar irreflexivamente en momentos de enojo, maltratar a un animal, juzgar a los demás, preferir seguir siendo egoísta a aliviar la necesidad de otro ser…

En este tiempo con tiempo, todos en mayor o menor medida, hemos reflexionado sobre lo que estamos viviendo, y al igual que en cada comienzo de año, estamos planteando modificar algo en nuestras propias vidas. Pequeños cambios, sí, pero los actos de cada uno, por pequeños que parezcan, pueden redundar en los demás, en nuestro entorno y en nuestro planeta. «Si crees que eres demasiado pequeño para marcar una diferencia, intenta dormir con un mosquito». (Dalai Lama) La interconexión, al menos en el plano de la expansión de un virus, ha quedado clara; pero aplicada a nuestros actos, puede significar la diferencia entre encadenar la enfermedad o bloquearla. Nada de lo que hacemos y pensamos es inocuo ni queda recluido a las cuatro paredes de nuestra casa.

«La vida es un eco. Lo que envías, regresa. Lo que siembras, cosechas. Lo que das, obtienes. Lo que ves en los demás, existe en ti. Recuerda, la vida es un eco, siempre regresa a ti». Muchas de las reflexiones de estos días nos podían haber inspirado estas palabras que todos sentimos como propias. ¿Y si traspasamos esta conclusión a otros aspectos de nuestras vidas? ¿Podemos decir que estamos reaprendiendo a vivir de otra manera? Estamos teniendo mucho tiempo para reflexionar, pero hacerlo con amor y compasión es la garantía de que no lo vayamos a olvidar y por lo tanto, dure para siempre. Somos una unidad humana, con sufrimientos y alegrías compartidos. Dejemos de vernos como el centro de nuestro mundo para reorientar nuestra mirada hacia el futuro que soñamos, que seguro, comparte mucha más gente. Las circunstancias nos han obligado a parar. Pero detenerse no solo significa dejar de avanzar. Cuando no nos movemos, pensamos, meditamos en algo, es decir, dejamos que la vida corra a través nuestro de otra manera tan valiosa o más; y aprendemos a mirarnos hacia dentro y descubrir que ha llegado el momento de hacer de nosotros nuestra mejor versión.

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