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ESCOBAR
El agua aún se encontraba bullendo y revolviendo el despilfarro de hierbas por la tetera. Apagó la hornilla y por la manija inclinó el frasco hasta derramar su dosis matutina. Permaneció expuesto a la contemplación de la brizna, el paso del tiempo transportado en el viento que linda con las hojas despojadas de su origen natural, arrastrándose por las corrientes de la balaustrada por la que se desenvuelve la comedia natural de los peatones por sus rutinas. Contempló disputas, desde el extraño lance por el cual dos transeúntes ajustan cuentas tras un encontronazo entre ambas frentes, llevadas por el despiste y la ceguera tras no haber tenido una noche agradable. Y el aleteo de los cuervos dando caza a las blancas palomas, ¿cuán similares las disputas entre dos de una misma clase, hombres y ávidos aleteos del palomar común comparten vulgar naturaleza? Se sintió animal, halló en su rostro un desconcierto enceguecedor tras un breve vistazo al vidrio que reflejaba con difícil distinción el interior amoblado, tras los hálitos de luz que regala el cielo tardío. Persistió en su encuentro con el salvaje espectáculo que tanto placer había otorgado a su vista; no tenía trabajo, y tampoco lo hallaba. Se dedicó, pues, al ejercicio del estudio autodidacta de los peatones, eran, después de todo, animales de un mismo género. ¿Qué más da?, tras días de observación asidua de la acera a los rostros, y de allí al aleteo vulgar de los peatones (¿quién distingue, así, entre bestias de traje y plumaje?), perdió el sentido de distinción natural con el cual, al menos, contaba al inicio de sus estudios. Confundía el retorno de los sonidos; discernía vagamente corbatas de crestas plumíferas, revoloteos de los personajes alados; ¿personajes, contemplaba la acera por la que había vuelto aquel día tras haber rehuido el trabajo o las vagas ordenanzas que le daba el recuerdo imaginario a un bribón que despilfarra su vida en su sillón de lana? Harto, volvió la mirada al inmueble en el cual había reposado sus años más fértiles preparando bebidas herbarias dando espera a que, quizás, el sol no se ponga
algún día. Contempló los muebles inánimes, estáticos, le produjeron una simpatía singular. No hallaba las bocas, ni las patas escamosas desprovistas de calidez y ternura, no hallaba aquél triste ceño fruncido que, como resultado de una mañana mal pasada, dibujaba en cada transeúnte. No halló aleteos ni disputas ordinarias por economía en centavos ni papeleos untuosos de haber ido a parar en el charco más próximo de la acera tras un encontrón espontáneo. Nunca encontró vida a su alrededor, ¡cuán singular es un hogar ameno! Tardó años en correr de nuevo la percha y tomar su abrigo ahogado en mota envejecida, pues aquella tarde cuando el sol no se puso, decidió volver la mirada hacia la calle de artificios y recuerdos. Pasando, contempló una mujer; no cargaba consigo más que un vestido de incontables tonos y colores, y una sonrisa esbozada recorriendo el camino entre ambas mejillas. Entendió así, perfectamente, ese lance perfecto, la coordinación de una sonrisa con la tardanza impuntual de la luna a su reunión con el sol. Tomó su abrigo, corrió el perchero, y abrió la puerta. Se fue corriendo.
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SIMÓN CHAPARRO ESCOBAR Colombia
Instagram: https://www.instagram.com/chapi_esco/
Ella creyó estar preparada para aceptar ciertos conceptos del universo, como un vértice vibrante del tiempo, cuya meta es más que un contorno de formas. Estaba despierta, cuerda, pero la experiencia de aquella noche descartó toda posibilidad de que fuese un mito, no había palabras, sino un gran viento que la empujaba sobre un mar negro, tratando de pescar fantasías sobre el calmo espejo de las aguas; es una pasajera sobre una isla de tierra neutra que flota a la deriva y, ante ella, la luna llena brilla pero no la cubre, ya que las sombras inclusive tienen peso y no quedan colores. Ella podría considerar esto como pura locura pero, la trayectoria de su isla flotante la llevaba a un perpetuo crepúsculo, donde deformadas siluetas, se mueven sobre las quebradas olas del mar.
DANIEL MOLINA RUFFINI