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La paz que viene de Dios

Mi Vocaci N Es El Amor

Santa Teresita: una luz en la noche oscura

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En la Última Cena Cristo afirmó: “La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde” (Jn 14,27).

A lo largo de la historia, esas palabras resuenan con fuerza en el corazón de los creyentes.

Los dos mil años de historia de la Iglesia han transcurrido entre guerras, pestes, hambres, herejías, persecuciones, escándalos de todo tipo.

Muchos han sentido miedo, angustia, confusión, incluso desesperanza. No pocos han dejado de creer y han optado por otros caminos.

Pero desde la ayuda de la gracia, con la mirada puesta en Aquel que explica el inicio de nuestra fe, millones de católicos han superado las pruebas y se han mantenido fuertes en la esperanza.

Hoy no estamos en tiempos fáciles. Problemas y tensiones atraviesan a muchas comunidades católicas, al mismo tiempo que siguen en pie diversas tensiones de la humanidad que afectan a todos, también a los creyentes.

En medio de las dificultades del mundo y de la Iglesia, y de las pruebas de cada uno (enfermedades, conflictos en familia, paro), podemos dirigir la mirada hacia la Roca y sentir una paz que solo puede venir de Dios.

Entonces el corazón recibe como una suave brisa que disipa miedos, que aleja tentaciones, que llena de alegría, que fortalece y ayuda a mantener encendida la lámpara recibida en el bautismo.

Cristo ha vencido, Cristo está vivo, Cristo reina. Nos ponemos en sus manos, como miembros de la Iglesia, y dejamos que su Espíritu guíe mentes y corazones hacia la única meta importante: el amor a Dios y a los hermanos.

Alivio De Caminantes

EL P. JUSTO LÓPEZ MELÚS*

El Cristo mutilado

El Señor, normalmente, desea remediar las necesidades de los demás sirviéndose de nosotros. Cuando pedimos al Señor, en las preces de la Misa que atienda a los necesitados, si escuchamos bien, si leemos el Evangelio, veremos que nos dice: “Quiero que los atiendas tú”. Es lo que hace la multitud de “Teresas de Calcuta” que sigue hoy curando llagas por todo el ancho mundo.

En un pueblo alemán quedó hecha añicos una imagen de Cristo, a la que tenían mucha devoción. Buscaron los fragmentos del Cristo para reconstruirlo, pero no encontraron los brazos. No quisieron adquirir una imagen nueva. Conservaron la venerada imagen sin brazos, con esta significativa inscripción: “No tengo más brazos que los tuyos”.

El proceso de enfermedad mental que sufrió su padre, san Luis Martin, fue el que desencadenó la visión de Cristo sufriente. Como Jesús, el padre de Teresita había ofrecido su ser por los pecadores y por sus hijas. Una ocasión se marchó de su casa y no se supo dónde estuvo hasta cuatro días más tarde. Ver a “su Rey” en ese estado, aunado a la devoción que en el siglo XIX se había extendido por la Santa Faz (la imagen de Cristo camino al Calvario estampada en el lienzo de la Verónica) hicieron que añadiera a Teresa de Jesús la Santa Faz el 10 de enero de 1889, cuando tomó el hábito en el convento de las carmelitas descalzas de Lisieux. A su alegría quiso añadir, desde ese mismo momento, la imagen del dolor y el sufrimiento ofrecido por la expiación de los pecados del mundo y por la salvación de las almas, como Jesucristo lo hizo, y como su padre también lo padeció.

10 de enero de 1889: (Firma por primera vez: Sor Teresa de Jesús y de la Santa Faz): Y escribe en el Manuscrito

A: “Hasta entonces no había yo medido la profundidad de los tesoros escondidos en la Santa Faz.

Esta Semana Santa, ¿podríamos nosotros meditar en los “tesoros” escondidos en la Santa Faz de Nuestro Señor Jesús?

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