3 minute read

Lo nuestro EDITORIAL

Hubo un tiempo en el que la cultura en México sabía pensar en católico y escribir en español. Escribir bien, con donaire, con ritmo, con el “duende” del idioma. Pensar bien, pensar a fondo, ganándose el “derecho” de ser admitidos por la cultura dominante tras la Independencia, la Reforma, la Revolución de 1910 y la persecución religiosa de 1917 a 1940.

1914). Pero sentí la presencia de eso que han dado en llamar la otredad. Mi ser otro dentro de una cultura que no era la mía. Mi identidad histórica”.

Advertisement

Como un pensador honesto, profundo, crítico, sabía perfectamente que en México la raíz cristiana está siempre en diálogo con el pasado indígena, y que la epopeya evangelizadora de los misioneros españoles del siglo XVI no tiene parangón en la historia de las conquistas en todo el planeta.

Y así lo señala a Castillo Peraza en esa entrevista: “La gran revolución que se ha hecho en México, la más profunda y radical, fue la de los misioneros españoles. En el ser del mexicano está el pasado prehispánico indígena, pero, sobre todo, está el gran logro de los evangelizadores: hicieron que un pueblo cambiara de religión. En esto ha fracasado el liberalismo y ha fracasado la modernidad (…) No soy creyente, pero dialogo con esa parte de mí mismo que es más grande que el hombre que soy porque está abierta al infinito. En fin, en México se logró la gran revolución cristiana. Ahí están los templos, ahí está la Virgen de Guadalupe y ahí está mi emoción en la catedral de Goa. El diálogo de un no creyente mexicano con ustedes (los católicos, representados por el entrevistador) es un diálogo con una parte de nosotros mismos.”

Grandes plumas católicas poblaron los primeros cincuenta o sesenta años del Siglo XX mexicano. Hay que ir sacando de la sombra a tan excelentes como ignorados escritores, pensadores, poetas que han sido arrumbados en el cajón de los trebejos por el oficialismo depredador que hasta hoy sufrimos. Los hay grandes, como los padres Placencia, Ponce, Alday, Peñalosa pero también Concha Urquiza… Se trata de reanudar el diálogo del catolicismo con la cultura y, por tanto, con la sociedad mexicana. Un diálogo necesario y postergado por mil reticencias.

No se persigue instaurar un Estado o una literatura teocrática. Debemos alentar el encuentro de lo nuestro, el encuentro de dos mundos, el mestizaje. La brújula se perdió tras la Independencia y desde entonces hemos ido ensayando fórmulas de vida que han desembocado en la en la atrofia de lo mexicano, de esa singularidad que quedó plasmada en la imagen de Santa María de Guadalupe. Es aquello que nos mueve en El Observador. Porque una fe que no se hace cultura, es una fe muerta.

Por Rubicela Muñiz

El proyecto que impulsa lo que hoy es el Instituto San Juan Pablo II comienza en 1996 con el deseo de una comunidad preocupada por los niños que no asisten a la escuela o la abandonan a muy corta edad. En ese entonces, apoyados por la Pastoral Familiar de la parroquia de Jurica (Querétaro), se proponen evitar que la niñez termine en pandillas, en problemas de violencia y adicciones, con embarazos tempranos o desempleo.

El futuro de los niños estaba en riesgo, al igual que el de la comunidad, y es por eso que los fundadores acuerdan intervenir en la formación de las nuevas generaciones, con el propósito final de dignificación y mejora de la comunidad, a través de un modelo educativo de calidad e integral, con un fuerte trabajo con las familias, al cual estos niños no tenían acceso, ni entonces ni ahora.

Se empezó desde cero, sin instalaciones ni recursos; luego se constituyó legalmente con un Patronato integrado por habitantes del fraccionamiento y de la comunidad de Jurica. Poco a poco se diseñó el modelo, el equipo académico y administrativo, se obtuvieron los registros de REVOE para Preescolar y Primaria, y se lograron recursos para instalaciones, equipo, operación, etc. Primero en una casa rentada, luego en otra donada por Nacional Monte de Piedad y posteriormente en el terreno actual, donado por otra IAP, todo en la zona del pueblo de Jurica.

Gracias a donantes generosos (instituciones, empresas y particulares), se pueden brindar hoy tres grados de preescolar y seis de Primaria a más de 600 estudiantes, en instalaciones dignas y adecuadas.

This article is from: