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CUANDO DESCUBRIÓ LA PAZ

y le propuso confesarse.

--Desde muy niño no me he confesado, y ya olvidé cómo hacerlo –le dijo Leonardo.

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--No te preocupes, yo te ayudaré a recordar cómo se hace una buena confesión –le contestó el amigo.

--Pero hay un serio problema comentó Leonardo--: la mujer con la que vivo no es mi esposa sino mi amante. Y a mi verdadero matrimonio lo he abandonado.

--Tienes, en conciencia, que abandonar a tu amante e irte a reconciliar con tu primera y auténtica esposa –cortó tajante su amigo.

Leonardo así lo hizo, Reconoció a su amigo que le costó muchísimo dar ese paso. Y con la sencillez de un infante le preguntó:

--¿Qué paso sigue?

Fue así como lo preparó para realizar una buena confesión. A continuación, le presentó a un sacerdote amigo suyo. Lo llevó hasta el confesionario y ahí se desahogó, lloró con abundantes lágrimas y recibió con ilusión los consejos, la absolución y la penitencia del presbítero. Leonardo dijo -en tono de broma- que salió tan contento “que se levantó con ganas de silbar” de lo feliz que estaba.

Su amigo del Opus Dei le preguntó sobre cómo se sentía:

--Con una paz y serenidad que desde niño no sentía. Fue muy emocionante dar este paso, aunque me costó lo indecible. ¡Te agradezco muchísimo todo lo que has hecho por mí! ¡Mi conversión a la fe cristiana ha sido una experiencia maravillosa! --dijo con una sonrisa de oreja a oreja.

Sus familiares y amigos le preguntaban:

--¿Acaso te has hecho la cirugía plástica? Porque estás irreconocible.

Y Leonardo se concretaba a sonreír y respondía:

--He descubierto la infinita bondad de mi Creador.

Luego, dirigiéndose a su amigo le preguntó:

--¿Y ahora qué pasos debo dar para permanecer cerca de Dios? Me imagino que me lo irás diciendo poco a poco. ¡Pero qué fortuna tener una amistad como la tuya!

El 13 de diciembre de 2002 falleció Leonardo Mondadori --con 56 años-- como un buen cristiano. Recibió todos los auxilios espirituales. Se notaba en su semblante la paz y el gozo que dijo que sentía.

POR CARLOS DÍAZ HERNÁNDEZ

EL AUTOR DE VIDAS FRANCISCANAS (FRAY JERÓNIMO DE MENDIETA) NOS RECUERDA

QUE:

1

. Fray Martín de Valencia, además de los ayunos de la Iglesia y de la regla, ayunaba otros muchos días y que, como san Francisco, traía consigo ceniza para echar en la cocina y en lo demás que comía, por quitarle el sabor, siendo tan áspero consigo, que no perdonaba a su propio cuerpo ningún género de penitencia, antes lo castigaba con mucho rigor para así sujetarlo al espíritu. Y tanto amor y celo tuvo a la santa pobreza, que, aun después de muerto en su sepultura, la quiso guardar, porque, por devoción de un fraile, quitándole del ataúd una tabla vieja para ponerle otra nueva pintada, fueron oídos en la sepultura grandes ruidos, hasta que tornaron a poner la tabla vieja.

2 . Fray Antonio de Ciudad Rodrigo y sus conventuales andaban descalzos y con hábitos viejos y remendados; dormían en el suelo, con un palo o piedra por cabecera. Traían un zurroncito en que llevaban el breviario y algún libro para predicar, no consintiendo que se lo llevasen los indios. Su comida se componía de tortillas. Su bebida siempre fue agua pura, porque vino no lo bebían: “cilicios, cilicios”, hubieran pedido, pero nunca “vino, vino”. Si ese era un requisito de ingreso, no extrañaría la actual ausencia de vocaciones.

3 . Fray Francisco Jiménez fue uno de los primeros que aprendieron la lengua mexicana, y la supo muy bien, y el primero que hizo de ella arte y vocabulario, y en ella escribió muy buenas cosas. Examinó también todos los libros y tratados que en esta lengua se habían escrito. Luego, cuando visitaba los pueblos de estos últimos guardaba este orden: en llegando a ellos entraba a la iglesia a hacer oración y, acabada brevemente ésta, hacía un comentario a modo de lectio divina.

4 . Fray Juan de Zumárraga, venido a Nueva España y viéndola muy disoluta en costumbres,

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