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¿Somos más los buenos …o los indiferentes?
sirve porque nadie se quiere comprometer para cambiar la situación en la que vivimos. La indiferencia, la apatía, el individualismo y la competencia por ser el que más aproveche todo lo que se le presente, se han adueñado de nuestro país. Nos creemos buenos porque decimos que no le hacemos daño a nadie, pero por ningún motivo hacemos un bien. Eso no es bondad, es conveniencia.
Pensemos que lo que le ocurre a las personas que viven cerca de nosotros, tarde o temprano nos afectará también, porque si permitimos que el mal avance sin siquiera levantar la voz para manifestar nuestra inconformidad, tácitamente estaremos permitiendo que nos perjudique a nosotros. Es como aquel que presencia un hecho ilícito y por no tener problemas no llama a la policía, pero sucede que, días después le toca a él sufrir la misma suerte de su vecino, recibiendo también la ayuda que él prestó cuando el afectado fue su prójimo: ninguna.
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con el sujeto, quien no se cansaba de agredirla. Y lo peor de todo es que venía acompañado de una señora, quien, avergonzada, se bajó de la camioneta por no soportar la excesiva ira de su acompañante.
Me pregunté en ese momento: si este señor se atreve a insultar en la calle a mujeres desconocidas, ¿qué no hará con las de su casa?
El episodio que acabo de narrar me hace pensar que nuestra sociedad está muy dañada, y para haber llegado a esto han sido muchas las instan- cias que se han dedicado a sembrar la discordia dentro de las familias, por mencionar algunas, quienes durante años han promovido el divorcio y la facilidad para logarlo, normalizando el hecho de desbaratar un hogar y volver a formar otro, lo que deja sumamente lastimados a los hijos, y de esto tienen mucha culpa los gobiernos, ya que lo han presentado como un derecho y no como una desgracia.

En teoría se habla de que “somos más los buenos” y en la práctica nos damos cuenta de que de nada
Recordemos que todo lo que hagamos de bueno tendrá una recompensa, y lo mejor, las generaciones que vienen detrás de nosotros estarán aprendiendo a responder de la misma manera, por eso es importante actuar con coherencia, recordemos que los niños todo graban en su corazón, así es que lo ideal es que nos vean comportándonos de manera justa, equitativa, amable y solidaria. Pensemos también en que, si nos llegara la desgracia, nos gustaría encontrar empatía en los demás y recibir apoyo para solucionar pronto nuestro problema, por eso tratemos a los otros como nos gustaría ser tratados, de este modo estaremos sembrando actos buenos que darán como resultado frutos buenos. Que no se nos olvide.
Para compartir a Jesús, primero es necesario saber por qué anunciarlo, qué es lo que se anuncia y cómo hay que hacerlo. Así como Él transforma nuestras vivas, estamos llamados a compartirlo a los demás con sencillez, sin apegos a los bienes materiales y juntos, en comunidad como una Iglesia misionera.
El pontífice destaca que no hay ir sin estar, es decir, antes de enviar a los discípulos en misión, Cristo —dice el Evangelio— los “llamó” (cfr. Mt 10,1). El anuncio nace del encuentro con el Señor; toda actividad cristiana, sobre todo la misión, empieza ahí. No se aprende en una academia: ¡no! Empieza por el encuentro con el Señor. Testimoniarlo, de hecho, significa irradiarlo; pero, si no recibimos su luz, estaremos apagados; si no lo frecuentamos, llevaremos nosotros mismos a los demás en vez de a él —me llevo a mí y no a Él—, y todo será en vano. Por tanto, puede llevar el Evangelio de Jesús solo la persona que está con Él.
Alguien que no está con Él no puede llevar el Evangelio. Llevará ideas, pero no el Evangelio. Igualmente, sin embargo, no hay estar sin ir. De hecho, seguir a Cristo no es un hecho intimista: sin anuncio, sin servicio, sin misión la relación con Jesús no crece.
¿POR QUÉ ANUNCIAR?
La motivación está en cinco palabras de Jesús que nos hará bien recordar: «Gratis lo recibisteis; dadlo gratis» (v. 8). Son cinco palabras. ¿Pero por qué anunciar? Porque gratuitamente yo he recibido y debo dar gratuitamente. El anuncio no parte de nosotros, sino de la belleza de lo que hemos recibido gratis, sin mérito: encontrar a Jesús, conocerlo, descubrir que somos amados y salvados. Es un don tan grande que no podemos guardarlo para nosotros, sentimos la necesidad de difundirlo; pero con el mismo estilo, es decir con gratuidad.

¿QUÉ ANUNCIAR?
Jesús dice: «Id proclamando que