Ana Campoverde
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Los Ăşltimos fragmentos se disuelven
Los Ăşltimos fragmentos se disuelven (2010-2019)
Ana Campoverde
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Los Ăşltimos fragmentos se disuelven
ÍNDICE Abrazo de fieras Evaristo de la gnosis Pena de perro Gold pill Partitura del desgarro Reminiscencias expresas Metamorfosis Dioses entre las nubes Copenhague ¿Dónde guardaré mi amor? Triángulo Sa-ti-yam La caída Organelas
Ana Campoverde
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Los Ăşltimos fragmentos se disuelven
No renunciaré jamás al lujo primordial de tus caídas vertiginosas oh locura de diamante. La tortuga ecuestre, César Moro
Ana Campoverde
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Los Ăşltimos fragmentos se disuelven
Abrazo de fieras Y nos consumimos
en el grito inmarcesible
de nuestra noche oscura y redonda,
y nuestras aleaciones incandescentes pactaron
para llegar
a tu orilla, la mía, que no es más
que el mismo grito inmarcesible, el hilo etéreo
en el abismo de esa nada,
el fulgor del láser albo emanado de las cuencas de la orca
de las fauces sangrientas.
Ana Campoverde
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Evaristo de la gnosis Enfrentarse,
zambullirse en los píxeles
de la página inundada de pirañas negras. Hurgar,
limosnear a las falanges de lo imposible,
con semblante decaído por la hambruna, con garganta infinita,
sobrepasando los arcaicos ecos,
los golpes de campana inagotables,
con los ojos que roen ansiosos esta tierra cemental. Y la sonrisa socarrona de siempre, allá, en la cumbre nebulosa
de la pirámide que jamás podrás escalar. Finalmente, se configura tu conceptual perfil: Evaristo de la gnosis,
el de las yemas germinales taladas antes de la fluorescencia, el de la aprehendida zona ignota castrada, ¿el que se seguirá manteniendo en pie
o continuará siendo el acróbata de la malla del mejor collage? Evaristo de la gnosis,
no puedes más que asir fuertemente tus manos vacías.
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Los últimos fragmentos se disuelven
Pena de perro Madame Recamier con ojos caninos, pequeño monte de ébano fiel,
mustia esfinge imperfectamente tallada por un dios ovejero. Triángulo isósceles clavado a la mayólica por el cansancio, convertido en trapecio angustioso
al ritmo de las humeantes bandejas celestiales. Traviesa cola cual péndulo que se enciende al ritmo del calor humano.
Lomo fatigado, tapete oscuramente tendido. *
Dime qué persiguen tus ojos perdidos y errantes, dime qué rutas recorren tus vacilantes huellas,
señálame la pulga de la ansiedad que te pica las patas, las patas fijadas por el deseo de saber concretamente en dónde buscar el hueso de la felicidad. Perro
El alma de perro
no me oye
me entiende porque me presiente su nueva condiscípula
La pulga pica y no para,
los hedores y aromas vienen y van tan fútiles,
los colores, en incesante torbellino, arrasan la realidad a su paso, y el campaneante apetito bosqueja el diario trayecto.
Ana Campoverde
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A pesar de todos los deseos saciados, los sentidos no llenan. El sueño y las ganas de borrarse sobrevienen a torrentes. Perro, eres una pelusa cósmicamente lejana.
Te llaman “Perro” y te compadecen humanamente, sin saber lo que eres a cada minuto. Porque algún día te dirán “Polvo”,
y tus horas no serán menos eternas que hoy, sino inconscientes y ciegas.
Me pregunto si cerrar los ojos
sea una forma de partir de este mundo
para llegar a otro juguetonamente conjugado o conjurado, placentero, evanescente o deseado en secreto; y si al despertar, esta íntima preocupación
termina por impregnarse en nuestra rutinaria piel hasta evaporarse lentamente
y ser desplazada por las atilescas pulgas. Perro,
mis palabras jadeantes, suplicantes, miserables no logran conmover a estos jeans en un ápice. Perro,
tus tintineantes pupilas giratorias se marchan y te dejan
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SOLO. Los últimos fragmentos se disuelven
Gold pill Cuando los párpados en declive acelerado
impactan rotundamente contra el pavimento,
la música de fondo in crescendo es tu atónita exhalación, la que resuella y resuena incólume, como si las piedras que llueven
se convirtieran en caricias desganadas de lejanos amigos apátridas.
Tu abrigo gris, tu camisa gris, tu piel gris en ineludible abrazo te inundan
hasta hacerte comparecer mendigo a los pies de tu soledad.
Soledad que desciende de los faroles, dorada y sensual,
deslizándose sutilmente a través del ramaje trémulo para envolverte en su manto.
Ese manto que a diario ves colgado sobre otros cuerpos que ya no eres ni que la niebla devolverá.
La modorra de su cínico encanto te arrulla en su seno,
te cierra los ojos de par en par,
desempolvando la memoria de tus harapos. Ana Campoverde
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Partitura del desgarro Imposible arrancarle —aunque sea a jirones— respuesta alguna. Amén de su inocencia, llegué a las siguientes resoluciones: 1. Vomitaré azul en su inmaculado silencio.
2. Punzaré con ternura su piel para que continúe desangrándose de derecha a izquierda. Mientras espero que descienda, desde los lejanos confines de algún entendimiento, la anhelada receta que termine con el sinsabor de mis vagabundos intentos fallidos, realizaré el depósito de las horizontales vacilaciones en su abismal cuenta corriente: • Le imploro —sin consuelo— que sostenga en pie mis ávidas razones vitales, como quien se aferra, en un vertiginoso segundo, al estrecho muro cuando está a punto de caer a más de veinte pisos. • O le rezo —sin pecado concebida— al celeste tul de la virgen invisible.
• O gimoteo piadosamente detrás de su puerta, como quien sufre por el ser que nunca lo ha amado. Como lo haría también la víctima jadeante que suplica sin sosiego a la sonrisa del caníbal —las manos blandiendo con delicia el filo de su navaja— que ceda y recapacite en su cometido. O como la muchacha o el niño nuestros de cada día, los que antes de exponerse en la pantalla de mi televisor, en una de esas acostumbradas crónicas banales y matutinas, estuvieron chillando en vano, dando frustrantes manotazos de ahogado, para que se detenga la marcha penetrante por exceso de asco a sí mismo. • O me paso las fatigadas yemas gélidas por mi frente, que ha soportado ya la caída de los rascacielos, como cuando me percaté —muy tarde— de la imposibilidad de alcanzar a mis dorados contrincantes en la carrera de mi vida. 14
Los últimos fragmentos se disuelven
Y suspiré
y dejé que algo escapara de mi ser: Primero, de ese espacio visceral en la cavidad de mi seno. Segundo, de lo que subsiste debajo de mi cuero descabellado. Tercero, de los vellos que paulatinamente se izaron en mis extremidades. Cuarto, del temblor fugaz emanado de mi aliento. Quinto, del frío inerme en la punta de mi nariz. Sexto y último, de la hecatombe desechada por el rasguño de mis uñas sobre mi piel.
Ana Campoverde
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Reminiscencias expresas para Katy
Edith Piaf ya no canta “La Vie en rose”.
El acompasado tic tac del espumeante pulmón se declara en huelga indefinida.
El mozo desempolva las sillas, las mesas y la nostalgia de mis recuerdos.
La pálida luz vespertina atraviesa las ventanas y reposa, tierna y cálida,
sobre las pupilas de nuestra indivisible faz: la pupila más grande, la tuya,
de vivacidad y alegría desbordantes;
la más pequeña, la mía, de una somnolencia infinita. “De aves negras fundidas en el blanco de tu corazón, Irish…”. Y, para finiquitar la memorable libación, la frase que reza así:
“Negro como el infierno, fuerte como la muerte,
y dulce como el amor”.
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Los últimos fragmentos se disuelven
La crema y el tedio terminan por diluirse.
Sucker love is heaven sent you‌ Salimos. Mientras sucumbo ante la apacible claridad,
tus brazos sostienen mis descoordinados miembros, y mi delirio alcanza proporciones cubistas,
atentando contra todo ente que se me cruce. Nuestros sentidos se nublan y las torpes clarividencias
detonan inevitablemente en una carcajada. Y, al final del camino,
el susurro del verso certero:
Something borrowed something blue, every me and every you‌
Ana Campoverde
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Metamorfosis Como en hoja recién tocada por mi mano hace su creciente aparición la tenue claridad
de un botón virginal,
nunca mancillado por el viento. Pugna por nacer,
al quebrarse el cristal, y se abre paso
por en medio de las certeras corazas. Plenamente se expone
a la contemplación de los pétalos en el espejismo secreto del ojo que otea
la noche por la ventana.
Mientras la brisa pasea y devuelve la añeja fragancia
que tras el polen impune le embriaga le seduce
le adormece
en el cándido descuido
de la desfloración perpetua.
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Los últimos fragmentos se disuelven
Dioses entre las nubes Abrigo entre los copos, susurro sobre las velas y cúmulo de sabores entre las copas,
que se vuelven violetas
a la luz de los cristales, que giran y giran
volcándose al swing de los compases.
Y, a la gloria de la vieja guitarra, la noche desliza
su trémulo hálito por debajo
de los muslos cuya danza enloquece ciega
y embriaga
el alma húmeda que vierte
soma ascendente que sacia
Ana Campoverde
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la ansiedad suprema hasta que el exceso se hace cósmico
y remueve las entrañas del infierno.
En el éxtasis se ahoga
la quietud entre las cuerdas.
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Los últimos fragmentos se disuelven
Copenhague Tú que contemplas la negra noche,
fuiste eterno palpitar
de polvo entre constelaciones con el vaivén curveo de tu vientre.
Estatua sobre piedra ajena,
desnudo tu pecho de bronce gime la perpetua condena de tu exilio
del paraíso de la piel. Oye el murmullo largo del mar que retumba entre los corales y estremece los recodos del pasado crepuscular
de cielos incendiados de carmín. Apenas perceptible tu canto,
vieja melodía de besos salados que ya no serán,
quizá solo naufragaron
en la isla de tus sueños. Ana Campoverde
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Suavemente,
cubre los pétalos
de tu cáliz abierto de par en par,
cuya mustia piel
ya no resistirá más adioses.
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Los últimos fragmentos se disuelven
¿Dónde guardaré mi amor? ¿Dónde guardaré mi amor?
Al acostarme lo escondo bajo la almohada y apenas cierro los ojos se escapa sedicioso,
deshace las sábanas,
me levanta la pijama, pellizca mis piernas,
me coge fuertemente de las muñecas, se apodera de mis fantasías y no me deja dormir.
Lo encierro con llave en una división de mi armario, junto al incienso y las esencias, pero derrama los perfumes, agujerea mis pantis,
garabatea mis poemas,
hace saltar la cerradura
y llena mi cabeza de pasión.
Lo arrojo por la ventana, pero sube al techo,
maúlla y zapatea hasta despertar el ardor de los vecinos, mientras se relame impúdico
y termina por colarse de nuevo en mi cuarto. ¿Dónde guardaré este amor
que nunca quiere permanecer dentro de mí?
Ana Campoverde
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TriĂĄngulo El olor de mi soledad, las olas del mar.
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Los Ăşltimos fragmentos se disuelven
Sa-ti-yam Até una soga al infinito (al infinito
que perdí) para seguir escalando el camino
de mis pensamientos y sueños,
pesares y temores,
ansias y frustraciones. El camino que conduce a ningún lado y a cualquier parte,
que dice todo de todos ni cierto ni real; nada asible,
nada accesible. El camino de la ansiedad y el sufrimiento, del triunfo y del placer,
del dolor y la amargura,
del amor y sus supuestos contrarios, del olvido
que se diluye
intermitentemente.
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La caída Una tarde de invierno con sol.
Una efigie desgarrada por los rayos. Altos gritos, penetrante luz. Hermoso paisaje, extremo dolor.
Nada por hacer.
La voz aguda no puede oírse en la nitidez dorada. El paisaje se impone
y los últimos fragmentos se disuelven.
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Los últimos fragmentos se disuelven
Organelas Hoy soñé muchas cosas. Hubo de todo.
Peleas, risas, avatares. En un momento vi una célula. Era redonda.
En sus extremidades,
unas organelas como brazos. Su centro, un núcleo,
un enigma a punto de resolverse. De pronto, sucedió el milagro.
La célula era, en realidad, la Vía Láctea, que existe en fusión perpetua.
Sentí amor, amor de eternidad.
La placentera idea de que somos inmortales; aún siendo polvo de estrellas,
la fusión continúa por siempre. La imagen de la eternidad es esa vía cuyos brazos, potentes y deleznables, giran sin cesar.
Ana Campoverde
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