LA FUENTE DE LA GALLEGA El barrio de La Gallega se encuentra entre el barrio de Las Cuevas y el del Molino. Este último recibe el nombre por el mítico molino de Eligio, último molino harinero que estuvo moliendo hasta la década de los cincuenta; ya desaparecido, víctima de la nueva adecuación de los márgenes de la Rivera por la construcción del pantano de El Pedroso; aunque a mi parecer el molino no estorbaba, todo por “el progreso”. La familia Pascual fueron los últimos molineros, padres de nuestro querido paisano Rafael “el molinero”. En el barrio del Molino está ubicado actualmente el PUNTO LÍMPIO, y junto a éste el pino de la portuguesa, mi abuela Trinidad. En las mismas inmediaciones también estaba el tejar y alfarería de la familia Moreno, con los que se crió mi padre y vivió su infancia; Eduardo Aguilera, el Chavéa. En el barrio de La Gallega, confundido con frecuencia hasta por los propios mineros con el barrio del Molino, se encuentra el antiguo colegio Capitán Cortés, después Blas Infante y actualmente CENTRO CÍVICO del barrio. También estaba la tienda de la Felisa, y el bar La Gallega que existe actualmente y que recibe el nombre, como el barrio, por la fuente La Gallega que se encuentra justamente detrás. LA FUENTE DE LA GALLEGA, localizada a pocos metros de la orilla de la Rivera, todavía se resiste al paso del tiempo y al olvido. Y allí esta ella, muy viejecita, semienterrada, agonizando; pidiendo a todo el que la quiera escuchar una restauración urgente, o una muerte rápida y sin dolor para entrar en el mundo de la amnesia colectiva. Lo que siempre hemos llamado y conocido como fuente de la gallega, en realidad es un depósito subterráneo con un grifo. La verdadera fuente, el venero y manantial del que se alimentaba este depósito se encuentra a unos ciento cincuenta metros en el otro lado de la Rivera, junto a la huerta del cortijo Monte Horcaz (Montorcá). Allí, cubierta de maleza y zarzas, en una pequeña arqueta o depósito cuadrado con tapadera, se recogía el agua cristalina que emana de la tierra y era llevada por una conducción de hierro enterrada atravesando la Rivera hasta el depósito con el grifo. En tiempos lejanos, a falta de otras cosas, la fuente de la gallega era lugar obligado de encuentros. Encuentros vecinales cargados de historias de todo tipo, algunos acabaron en boda. Matrimonios actuales que aún recuerdan sus encuentros “furtivos”. Cuentan que ya existía en el siglo XIX y que fue construida por el marido de una pareja joven que emigraron desde Galicia, concretamente de la provincia de Orense. Ella añoraba una fuente que había en su aldea, él la construyó para calmar la “morriña” de su esposa. Desde entonces se la conoce como fuente de la gallega. Aún cuando la red pública de agua llegó a los hogares del barrio, se siguió utilizando esta fuente, y no ya sólo por los habitantes del barrio. Iban vecinos de otros barrios con coches y motos, y hasta Sevilla o Alcoléa iba diariamente el agua de esta fuente, llevada por los profesores del colegio cercano Capitán Cortés que en la hora del recreo mandaban a sus alumnos a llenar garrafas de vidrio.
En las mañanas de verano, cuando el calor todavía no “aprieta”, con el fresco del recién amanecido día, entro, me siento y en silencio pienso la de historias que podría contar esa fuente si pudiera hablar. Siento el privilegio de poder estar sentado en el mismo lugar donde antes han estado otros, otras vidas que también fueron y formaron parte de la historia reciente de nuestro pueblo. Puedo oír el sonido del chorro de agua llenando cántaros y cubos, puedo oír el murmullo de los que hasta allí se acercaban y hacían cola, contando las últimas noticias a falta de Redes Sociales. Puedo oír el sonido de los cascos de la yegua del “pescaó” que cargada con las “aguaeras” se acercaba hasta allí ofreciendo a todos unas escenas difícil de olvidar. Una enorme yegua que Antonio, ya muy anciano, adiestró para poder bajar y subir a aquel enorme animal. La yegua iba poco apoco echando las patas delanteras hacia adelante hasta casi tocar con la barriga el suelo, ofreciendo una altura suficiente para que el anciano Antonio se pudiera bajar, poner los cántaros una vez llenos en las “aguaeras” y después subirse él, un verdadero espectáculo. Probablemente, todo producto de mi imaginación y del embrujo que siempre se ha dicho que posee esa fuente. La miro en silencio y me digo: ¡madre mía! ¿como ha podio encoger tanto con lo grande que era antes?. Sin querer admitir que el que ha crecido he sido yo. Es decepcionante ver como desde la asociación de vecinos, éste lugar histórico no es considerado una “joyita” a conservar, aún siendo ésta quien le da nombre al barrio. LA FUENTE DE LA GALLEGA está en un rincón de la UCI con un hilo de vida sin que ningún médico la atienda. Está esperando a que alguien la cure, o la desconecte de los aparatos para tener una muerte digna bajo las toneladas de tierra y escombros que cada vez se le acercan más, recemos por ella.
Por Paco Aguilera (Agosto, 2.013).