LEYENDA DE LA CRUZ DE LEAL

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LA LEYENDA DE LA CRUZ DE LEAL Por Manuel Romero (Cedido por un vecino de la localidad)


Todos los pueblos tienen su historia y también sus leyendas, de estas leyendas, de una de ellas, la que yo creo más hermosa, es de la que quiero hablaros en este artículo. Espero que seáis los bastante amables para perdonarme este atrevimiento y lo leáis sólo para que no sea olvidada por haber tenido su origen en el amor de una madre. Entre los olivares centenarios de Las Quemadas, frente al pozo siete, y bajando hacia la cañada “Las Borrachas”, hay un lugar conocido por el nombre de La Cruz de Leal. Hoy hay allí una especie de monumento fabricado con ladrillos y que está casi en ruinas. En la parte superior de este monumento pueden apreciarse aún los restos de lo que fuera una cruz de hierro. Son muchas las personas que conocen este lugar, pero muy pocos saben el porqué se le llama La Cruz de Leal. Cuenta la tradición transmitida de generación en generación y mantenida siempre por los más viejos del pueblo que en este sitio siempre hubo una cruz de piedra tosca. Pocos eran los valientes que se atrevían a andar durante la noche por estos parajes, pero se dice que durante las noches de luna clara se destacaba de entre los troncos oscuros de los viejos olivos la cruz blanca, que vista a alguna distancia y velada por la luz lechosa de la luna parecía la figura de una persona puesta de pie y con los brazos extendidos en forma de cruz. Antiguamente pasaba por aquí un camino, seguramente la vereda de carne. Este camino era muy transitado por los traficantes, arrieros y ganaderos que transportaban mercancías, los productos de la industria de los pueblos serranos y el ganado desde la sierra a los pueblos de la llanura y viceversa. Entre todos estos viajeros era muy conocida la leyenda de La Cruz de Leal. Durante la noche, alrededor de la lumbre, descansando de la larga jornada del día y bien seguros y acomodados en las ventas y mesones que llenaban el curso de la senda, estos viajeros comentaban y referían la leyenda, que llegó a ser muy popular entre ellos también los pastores cuando paraban al ganado para pasar la noche, y después de colocar en los robustos cuellos de los mastines las herradas carlancas de afiladas púas para que éstos pudieran defenderse de los lobos que habían seguido al ganado durante todo el día en espera de una ocasión propicia para hacer una presa en él. Era entonces cuando el calor de la hoguera encendida bajo la luz de las estrellas los viejos pastores, rodeados de los jóvenes zagales, les contaban historias y leyendas, que éstos, ávidos de saber, escuchaban embelesados. La leyenda que nos ocupa era una de las que oían con mayor deleite. La leyenda de La Cruz de Leal tuvo su origen en un crimen vulgar, muy corriente en aquellos tiempos en estos campos casi desiertos, pronto este crimen hubiera sido olvidado a no ser porque el amor de una madre no hubiera puesto en este suceso las más bellas flores de poesía. Corrían los años de 1798 ya muy próximo el 1800 cuando vivía en Alcolea del Río, hermoso pueblo ribereño del Guadalquivir, un rico hacendado que poseía en el término de Villanueva del Río, en las primeras estribaciones de Sierra Morena, grandes fincas de monte y de olivares, Entre los numerosos servidores que tenía este señor había uno que habla ganado toda su confianza por ser un hombre honrado y que le mostraba una gran fidelidad y era a este servidor al que encargaba pagar a los demás trabajadores de sus fincas, se llamaba Leal y vivía Leal solo con su madre, pues era soltero, en Alcolea del Río. Quería y respetaba Leal tanto a su madre que aún no se habla decidido por buscar una mujer para casarse, temeroso quizá de que esta mujer, que él escogiera para esposa, no llegase a querer a su


madre todo lo que él hubiera deseado. En la madrugada de un día brumoso de otoño cuando faltaban pocas horas para que montes y olivares se alumbraran con la blanca luz de la aurora, Leal atravesaba El Galapagar con las aguas de este arroyo rozándole los estribos de su cabalgadura. Había llovido bastante en aquel otoño y el Galapagar bajaba de la sierra con aguas abundantes y rojizas que al pasar por el bajo de Los Jarales rugían al encontrarse con el hinchado arroyo del Puerco en su confluencia, frente a La Romera y entre Fermín y Jaralejos. La misión que llevaba Leal era la de pagar a los cogedores de aceitunas y a los trabajadores del molino en la finca Quitapesares. Esta misión fue la que Leal no pudo llevar a su término. Como quiera que Leal no llegara a su destino donde era esperado por los trabajadores, se pensó en que algo grave le hubiera sucedido y mientras uno fue a dar la noticia al propietario los demás buscaron a Leal a lo largo del recorrido que él debiera haber seguido para llegar hasta Quitapesares. Leal no fue encontrado ni vivo ni muerto. Algún tiempo había pasado ya desde la desaparición de Leal cuando unos arrieros que transportaban picón desde la sierra hasta el pueblo de Tocina se encontraron el cadáver de un hombre que estaba oculto en unas matas de lentisco y ya casi comido por las alimañas. Dieron a estos restos piadosa sepultura y confeccionando con dos gruesos palos una cruz la colocaron donde debería estar la cabeza del difunto. Todo hubiera terminado de esta manera y muy pronto se habría olvidado que allí estuviera enterrado el cadáver de un hombre. Ocurrieron por entonces dos hechos simultáneos, misterio uno y fantástico el otro. La madre de Leal desapareció del pueblo de Alcolea sin que nadie pudiera verla ni saber de su paradero, y en la tumba de Leal, sustituyendo a la cruz de palo, apareció una cruz de piedra tosca y que vista desde alguna distancia parecía la figura de una persona puesta de píe y con los brazos extendidos en forma de cruz. Fue entonces cuando la gente dio en decir que aquella cruz solitaria al borde del camino y en medio del verde olivar era la madre de Leal, que se habrá convertido en piedra para de esta forma poder estar siempre junto el hijo tan amado. Así nació la leyenda de la Cruz de Leal. Hoy, si en la noche callada, alguien se aventura a acercarse al lugar llamado La Cruz de Leal es muy posible que oiga, aunque crea que es el rumor del viento que juega con los olivos, la conversación sostenida en voz baja entre dos amantes, y cuando la luna llena ilumina el verde olivar es también posible que vea, sentadas en el tronco de un viejo olivo, la figura borrosa de dos personas muy juntas que se cuentan mutuamente lo que les ha ocurrido durante el día. Si trata de acercarse a ellas las verá desvanecerse y transformarse en una niebla plateada que irá pintando de blanco las cogollas verdes de los negros, viejos y retorcidos olivos.


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