ELACORDEÓN Domingo 24 julio 2022
Edgar Morin, un siglo de filosofía Editor Luis Aceituno | Diseño Amilcar Rodas
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ecciones de un siglo de vida no es exactamente un libro de memorias. Tampoco es del todo –sino indirectamente– un texto moralizante. “Que quede claro que no pretendo aleccionar a nadie”, dice Edgar Morin (París, 1921) en el preámbulo. Es una reflexión en voz alta, estimulada por Sabah Abouessalam, su actual compañera sentimental y su inspiradora. Una reflexión proyectada sobre su propia vida centenaria, sus primeros posicionamientos ideológicos y sus rectificaciones como reacción a los trágicos acontecimientos de la política nacional y mundial.
Y, en paralelo, la progresión en el quehacer de su sistema filosófico. Pero todo ello trenzado en el contexto de las experiencias biográficas, su familia, su educación, sus convicciones de juventud y los eventos que canalizaron el devenir de su vida profesional. Estamos ante un texto que, desde un ángulo privilegiado, reconstruye el último siglo de nuestra historia. Y una obra al alcance de los lectores que no quieren rollos ni análisis técnicos, sino una lectura relajada e interesante. Ya lo hizo Cicerón en Sobre la amistad, d cuando habló desde su propia experiencia; ya lo hizo Séneca en De la brevedad de la vida, y ya lo hizo Marco Aurelio en sus Meditaciones. Morin se acoge, de esta manera, a un género literario que sin dejar de ser profundo –en sus ideas– va dirigido a “todo el mundo”. A todo el mundo dispuesto a leer habría que decir. Nos cuenta que es francés, pero de origen sefardí, parcialmente español e italiano. Su cultura es la europea; su sensibilidad, la del ciudadano del mundo, y su último compromiso, la de ser hijo de la Tierra-patria. Educado bajo la influencia de Montaigne, Pascal, Montesquieu, Voltaire, Rousseau, Diderot, Hugo… En la tradición de lo profundamente francés, por tanto. Nos cuenta que es hijo único, huérfano de madre a los 10 años. Y después padre de dos hijas, y para compensar el haber estado sobreprotegido por la sombra paterna, él no intentará educarlas. Con todo, reconoce: “No recibí de mi padre ninguna convicción religiosa, política o ética”. “Fueron mis lecturas adolescentes las que me moldearon al principio”, confiesa. Tal vez quiso repetir el esquema. Recuerda cómo vivió la persecución de los judíos y el régimen de Vichy en Francia, la Segunda Guerra Mundial y la creación del Estado de Israel. Milita en la resistencia francesa y celebra la nueva patria judía, pero no deja de señalar que tiene que llevarse a cabo conjuntamente con la creación de un estado también palestino. Entonces es tratado de traidor y de antisemita, como le sucedió a Hannah Arendt. Es verdad, los dos traicionan la causa del fundamentalismo político-religioso. “Me defino como posmarrano, es decir, como hijo de Montaigne (de ascendencia judía) y del Spinoza anatematizado por la sinagoga”. Nos vamos enterando de que su trabajo se mueve en la confluencia de la biología, la sociología, la antropología y la reflexión ético-política contemporánea. Que su apuesta es la de traspasar las fronteras de las disciplinas cerradas e indagar en un nuevo método capaz de fundirlas. Filosofía que
Un siglo de filosofía con Edgar Morin POR | SILVERIO SÁNCHEZ CORREDERA
Llegando ya a los 101 años, el filósofo y sociólogo francés ordena lo pensado en unas lecciones que quiere poner al alcance de todo el mundo. Una reflexión proyectada sobre su propia vida centenaria, ideas de un pensador que nos ayudan a atravesar esta crisis planetaria reflexionando sobre lo que vendrá sin caer en determinismos o destinos ineluctables. bebe directamente de las ciencias pero con un método transdisciplinar. Y deja que se desprendan las consecuencias más notorias de este llamado “pensamiento complejo”, sin entrar en los enojosos detalles teóricos. Quien pida más, sabe que puede leer los seis volúmenes titulados El método y otros libros similares. Su lineamiento filosófico puede tal vez enclavarse en el esfuerzo por superar a Karl Marx, partiendo de él, al igual que hacen también Claude Lefort y Cornelius Castoriadis. A lo largo de su dilatada vida ha ido aposentando una serie de convicciones profundas, mientras el escepticismo crecía especialmente en torno a la política. Si hay alguna verdad, es que “no hay ningún
refugio de la verdad absoluta que elimine todo error, salvo en la teología y en la fe del fanático”. Ha visto cómo el país más culto de Europa, nos cuenta en el libro, se convierte en genocida; cómo masas antifascistas se pasan al fascismo, y y cómo “comunistas animados por la más bella ideología fraternal se convierten en inhumanos y crueles”. Entre los principios irrenunciables, la defensa de la razón (la del Homo sapiens), combinada esta en una fórmula magistral con la pasión y la fe. Y cuando habla de fe, en su caso se refiere a la fe en la humanidad. “Conservo la religión de la fraternidad”. Intenta pensar la mezcla perfecta: habría que hacer “copular a Marx y a Shakespeare”, llega a decir.
Vivimos ante problemas que exigen soluciones clarividentes, que no admiten ser postergadas. Pero la capacidad de liderazgo de la clase política es decepcionante. Ha pasado medio siglo desde el informe Meadows, demoledor entonces sobre la degradación creciente de la biosfera, la pérdida de biodiversidad vegetal y animal y la contaminación planetaria. Ahora se está empezando a reaccionar, todavía con dudas. ¿El futuro inmediato que se prevé? Un neototalitarismo naciente. China, como modelo. Una nueva esclavitud y la domesticación de las mentes, apoyada en una vigilancia electrónica masiva. Y le queda la sensación al sabio francés de que el curso civilizatorio se ha vuelto a dislocar.
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Esperar lo inesperado POR | SUSANA REINOSO Nació muerto y hoy tiene más de 100 años. No todo está perdido. Una noche, Edgar Morin aparece vital y sonriente en un programa de la TV francesa y comparte su lucidez y su sabiduría, volcada en el libro que escribió en 2020: Cambiemos de vía. Lecciones de la pandemia, editado en castellano por Paidós. El programa que lo tiene como invitado exclusivo es La grande librairie, conducido por el solvente François Busnel, pareja de la talentosa escritora Delphine de Vigan. El libro es atrapante desde el “preámbulo” titulado Cien años de vicisitudes, donde el filósofo francés habla de la crisis sanitaria de 1918: “Yo soy una víctima de la epidemia de gripe española, y puede decirse que, a causa de ella, nací muerto. Me reanimaron las cachetadas ininterrumpidas del ginecólogo, que me mantuvo treinta minutos suspendido por los pies.” Y a partir de esa introducción sorprendente narra que, en verdad, fue una víctima indirecta. Su madre tenía una lesión cardíaca, consecuencia de aquella gripe mortal. El médico le prohibió tener hijos, pero su marido no lo sabía. La primera vez que quedó embarazada, “una hacedora de ángeles” (así la llama Morin) le dio un producto eficazmente abortivo, pero la segunda vez “el feto se agarró. Muy perturbado nació de nalgas y estrangulado por el cordón umbilical la mañana del 8 de julio de 1921”. Cuenta con una prosa sencilla no exenta de un finísimo sentido del humor: “Yo no tengo memoria del acontecimiento, pero siempre he tenido una sensación de asfixia que, en ocasiones, incluso ahora se apodera de mí”. Y antes de entrar en materia reflexiona: “Noventa y nueve años más tarde es el coronavirus, descendiente indirecto de la gripe española (H1N1), el que ha venido a proponerme un encuentro que se frustró el día en que nací. Me gustaría seguir con algunos proyectos y conocer todavía momentos de felicidad, así que espero esquivar esta cita, pero ¿quién lo sabe?”. A lo largo de su existencia ha vivido acontecimientos tan trágicos como fascinantes que marcaron el siglo XX y extienden sus ramificaciones al XXI. El período de entreguerras, las secuelas de la gripe española de 1918, la Gran Recesión del 29, la llegada de Hitler al poder, la Segunda Guerra Mundial, la posguerra, los conflictos de Corea y Vietnam, el nacimiento de la radio, la TV e Internet, la crisis intelectual de finales de los 50, la
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Una política de la humanidad POR | S. SÁNCHEZ
descolonización de Africa, el asesinato del presidente norteamericano John F. Kennedy, Mayo del 68, la llegada del hombre a la Luna, los procesos revolucionarios en América latina, el atentado a las Torres Gemelas… entre muchos otros. De buena parte de estos acontecimientos da cuenta Morin en su ensayo y le dice a su lector del presente que hay que adaptarse a vivir en la incertidumbre: “…incluso oculta y reprimida, la incertidumbre acompaña la gran aventura de la humanidad, cualquier historia nacional, cualquier vida. Pues toda la vida es una aventura incierta: no sabemos de antemano cómo serán nuestra vida personal, nuestra salud, nuestra actividad profesional, nuestros amores… cuándo se producirá, aunque sea cierta, nuestra muerte. Sin duda, a causa del virus y las crisis que provocará, tendremos más incertidumbres que antes y debemos prepararnos para convivir con ellas”. A lo largo del libro, además de recorrer esos hitos históricos y políticos que atraviesan su vida, el ensayista francés comparte “las 15 lecciones del coronavirus” y aporta propuestas de una nueva vía para convertirnos en una “comunidad humana”. Gracias a este maravilloso ejercicio de memoria, que Morin escribió con la colaboración de la socióloga francesa Sabah Abouessalam, podemos entender que no vivimos la peor época de los últimos dos siglos (el XXI está en curso) y que se necesita resistencia y resiliencia para atravesar las vicisitudes cuanto más vulnerables nos sentimos. En un tuit publicado en noviembre de 2020, Morin escribió: “La conciencia de la complejidad es
un estímulo para la improvisación creativa y para salvar vidas en una situación incierta y peligrosa”. Una de sus inquietudes es “la crisis de la inteligencia”: “Las fallas y las carencias del conocimiento y del pensamiento durante la crisis nos confirman que necesitamos un modo de responder a los desafíos de las complejidades y de las incertidumbres. (...) Las carencias en el modo de pensamiento, unidas al dominio de un desenfrenado afán de lucro, son responsables de los numerosos desastres humanos, entre ellos, los acaecidos desde febrero de 2020”. Según el prestigioso sociólogo francés, el mundo corre el riesgo de entrar en una era ciclónica y que “nos suceda lo mismo que en Sarajevo en 1914 o en Danzig en 1939. No sabemos si la continuación de los procesos regresivos provocará una barbarie planetaria, si favorecerá la constitución de Estados neo-autoritarios o si desencadenará resistencias y bajo qué formas”. De allí que proponga cambiar de vía: “La esperanza está en seguir despertando las mentes y en buscar otra vía que la experiencia de la megacrisis habrá estimulado”. Y casi como una alerta al mundo occidental subraya: “Comprenderá (el lector) que tema las regresiones, que me preocupen las oleadas de barbarie y que detecte la posibilidad de cataclismos históricos. Comprenderá también por qué no he perdido toda esperanza. Comprenderá, por tanto, que quiera despertar las conciencias (…) soy hijo de todas las crisis que mis noventa y nueve años han vivido, así que comprenderá que encuentre normal esperar lo inesperado y prever que lo imprevisible pueda acontecer”.
El sociólogo francés Edgar Morin, gran pensador de la complejidad, fue un sobreviviente desde que nació, en plena pandemia de la llamada “gripe española”, en la mañana del 8 de julio de 1921. “Soy hijo de todas las crisis que mis 99 años han vivido”, dice en su breve y sustancioso libro de memorias (Cambiemos de vía. Lecciones de la pandemia, 2020). Atravesó el siglo XX y al llegar a su centenario publica otro libro –Lecciones de un siglo de vida– y cuenta de qué manera nos toca vivir esta otra pandemia que asola a la humanidad. Lo describe así: un virus minúsculo en una lejanísima ciudad de China ha puesto el mundo patas arriba. La historia ha conocido muchas pandemias, pero la novedad radical del Covid-19 es que ha provocado una megacrisis mundial de componentes, interacciones e incertidumbres múltiples e interrelacionadas. Nunca habíamos estado tan encerrados físicamente como durante el confinamiento y nunca tan abiertos al destino terrestre, señala: “estamos condenados a reflexionar sobre nuestras vidas, sobre nuestra relación con el mundo y sobre el mundo mismo”. ¿Sabremos sacar las lecciones de esta pandemia que ha revelado un destino compartido por todos los seres humanos, ligado al destino bioecológico del planeta?, interroga Morin. Ante todo, rige el principio de incertidumbre: “No podemos saber si, después del confinamiento, el orden maltrecho se restablecerá, o si, por el contrario, la conciencia de que ‘eso no puede volver a ser como antes’ provocará el auge de ideas innovadoras y de fuerzas políticas capaces de revolucionar la política y la economía”. El futuro puede presentarse tan apocalíptico como esperanzador. Y esa esperanza, radica, según él, en un cambio de paradigma que implique una regeneración de la política, una protección del planeta y una humanización de la sociedad. La propuesta de Morin es “una política de la humanidad” que recoja lo mejor de la civilización occidental – la tradición humanista, el pensamiento crítico y autocrítico, los principios democráticos, los derechos del hombre y de la mujer- y las aportaciones extremadamente ricas de las otras civilizaciones: una relación más consciente con la naturaleza, un sentido de la inclusión en el cosmos, unos lazos sociales comunitarios y una atención a la sabiduría de los mayores, que estas no deben perder al incorporar lo mejor de Occidente. Ideas de un pensador que nos ayudan a atravesar esta crisis planetaria reflexionando sobre lo que vendrá sin caer en determinismos o destinos ineluctables. Se agradece en estos tiempos de tanto desasosiego: al llegar a los 100 años, nos regala una visión de futuro.
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Identidad familiar M
is padres tenían seis o siete hermanos y hermanas. Una comunidad de ayuda mutua los mantuvo unidos durante toda su vida. Las parejas de mi generación solo tenían un hijo o dos. Con el final de la familia extensa, los lazos se distendieron. Siendo hijo único, a veces me reunía con tíos, tías y primos; con alguno de ellos tejí lazos afectivos especiales. La muerte de mi madre Luna cuando yo tenía diez años agravó mi soledad. De ella quedó solamente una gran presencia mítica, pero ninguna presencia física. Viví la protección exagerada de mi padre sobre su hijo único como una servidumbre de la que me liberaba en cuanto tenía ocasión. Viví realmente fuera de la familia, en la escuela, en el cine, en los libros, en las calles. Allí me eduqué y aprendí mis verdades. Una vez casado y padre de dos hijas, no intenté educarlas, pues pensé que no había nada mejor que educarse a uno mismo, como fue mi caso. Me separé de Violette cuando las niñas tenían once y doce años, y entonces mi vida amorosa, así como mis obsesiones intelectuales y políticas, suspendieron varias veces nuestras relaciones sin ponerles, sin embargo, fin. No fui un buen hijo ni un buen padre, pero fui un esposo amado y amante. Con el tiempo, no solo me fui reconciliando con mi padre, sino que lo integré en mí. Y cuando murió, me sentía tan avergonzado por no haberlo apreciado como hubiera debido y como merecía que dediqué un libro a su persona y a su vida. Y aunque su muerte, ocurrida en 1984, esté cronológicamente cada vez más lejana, su presencia en mí es
POR | EDGAR MORIN
Con el tiempo, no solo me fui reconciliando con mi padre, sino que lo integré en mí. Mi cara se parecía a la de mi madre, y ahora se parece a la suya. Al ver de pronto algunas de mis fotos recientes, surge como un flash la idea de que soy él y no yo. Papá está en mí a los noventa y nueve años. cada vez más próxima. Mi cara se parecía a la de mi madre, y ahora se parece a la suya. Al ver de pronto algunas de mis fotos recientes con Sabah, surge como un flash la idea de que soy él y no yo. Papá está en mí a los noventa y nueve años. Estos últimos años me habría gustado recuperar una vida de familia con mis hijas. Soy como el personaje de La Mula (The Mule) e encarnado por Clint Eastwood, que se ha pasado la vida dedicado a la jardinería y a participar en concursos florales, descuidando bodas y fiestas familiares, y que ahora solo aspira a recuperar su cálida comunidad. Bien es verdad que se han deshecho algunos malentendidos con mi hija Véronique, y mi hija Irene me acepta como soy, pero mi alejamiento en Montpellier, los confinamientos debidos a la COVID, y luego mis hospitalizaciones y mi convalecencia en Marruecos impiden que mi deseo se realice. Las aventuras de mi vida, mis pasiones amorosas e intelectuales, unidas a mis negligencias, me han privado de esa maravilla que es una familia unida. No pude fundar mi familia, ya que mis tres matrimonios anteriores al último fueron a la vez lo bastante largos (dieciocho,
dieciséis y veintiocho años) como para poder integrarme en una familia extraña al principio, y demasiado cortos como para permanecer en ella de forma duradera. Pero pude apreciar gracias a cada una de mis compañeras mundos nuevos para mí: el campo perigordino con Violette, el Quebec de la revolución tranquila y la condición afroamericana con Johanne, la casta médica con Edwige, y finalmente la vida intelectual francomarroquí con Sabah. Aunque soy un compañero amado y amante, las evoluciones divergentes de nuestras personalidades desembocaron en mis dos separaciones, de Violette y de Johanne, pero el lazo se mantuvo hasta que murieron. Y solo la muerte me separó de Edwige en 2008. Cuando me creía definitivamente destinado a vivir solo, tuve el encuentro inaudito con Sabah en 2009 por la más improbable de las casualidades, en el Festival de Fez de las Músicas Sacras del Mundo. Encuentro destinal, ya que con cuarenta años de distancia tuvimos un destino común. Ella había perdido a los diez años a un padre muy amado, como yo había perdido a la misma edad a mi adorada madre. Ella se
había formado a sí misma, igual que yo me había construido en la soledad y la incomprensión de mi familia. Las mismas lecturas nos habían marcado de por vida, como la de Dostoievski. Ambos habíamos militado clandestinamente, yo en la resistencia y ella durante los años de plomo del reinado de Hasán II. Y la desilusión que yo había expresado en Autocrítica a había contribuido a su propia desilusión. Ella se había convertido en profesora de universidad, se había alimentado con mis libros, se había sentido reconfortada por mis tomas de posición sobre los trágicos acontecimientos de Oriente Medio. El lazo más profundo que pueda existir nos ató el uno al otro. Le debo no solo haber salvaguardado mi supervivencia y haber empezado a vivir de nuevo, sino que también le debo, repetidamente, la vida misma. Está presente en mi obra, a menudo de forma invisible, a través de sus indicaciones, sus sugerencias, sus correcciones y sus críticas. Universitaria e investigadora, ha sacrificado su aportación creadora a la sociología urbana para dedicarse a mi existencia y a un pensamiento mío que ahora ya es común. Siento la gran emoción que me proporciona la maravilla de un amor cotidiano, desde el beso de la mañana hasta el beso de la noche, la maravilla de pensar que su ternura solícita acompaña mis pasos hacia un centenario incierto. (Fragmento de Lecciones de un siglo de vida, Edgar Morin, traducción de Núria Petit. Ed. Paidós, 2022)
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n Delirio Americano, Carlos Granes cuenta, de manera lúcida y exhaustiva, la larga aventura de invención y reinvención de América Latina, tal como he escrito en Política & Prosa. Y, entre tantas cosas, llegamos a saber que los filósofos han estado casi ausentes a la hora de dilucidar las propuestas de nuevos modelos políticos y sociales. Son los escritores quienes han cumplido ese papel, convertidos en ideólogos. Los escritores fueron capaces de contemplar una realidad por transformar, y se atrevían a buscarle una filosofía, como en el caso de José Enrique Rodó, con Ariel,l o de Domingo Faustino Sarmiento con Facundo. Sarmiento, que además de novelista, fue político, y militar, y llegó a ser presidente de Argentina. Pero, desde entonces, va a producirse una dicotomía entre el escritor que busca, y la realidad que no se transforma de acuerdo a sus sueños y visiones. El ideal va a convertirse entonces en utopía, y la realidad de atraso y miseria se volverá entonces un cebo literario, y al mismo tiempo ideológico. Más tarde, las utopías se convertirán en distopias. Los sueños de la razón, que engendran monstruos. Hay un momento en que el libertador que se sube al caballo para librar las luchas de independencia, contiene también al intelectual hijo de la ilustración, y así mismo al escritor, basta recordar las cartas de Bolívar, verdaderas piezas literarias; o los diarios de viaje de Francisco de Miranda. Todos tienen una visión ecuménica, como creadores de naciones, y son hijos de Rousseau y de Voltaire. Su pasión es crear un Nuevo Mundo. El fundamento ideológico de Rodó, capital en la formación del pensamiento latinoamericano, como Granes viene a mostrarlo, es la lucha planteada entre Ariel y Calibán. Pero Calibán también es Facundo, el salvaje al que civilización debe domeñar para que haya naciones verdaderas. Esa formidable contradicción creada en el siglo diecinueve, entre proyecto de nación utópica y realidad espuria, viene a ser parte del mito americano. Y del delirio. Orden institucional contra dictadura cerril. La perfección de los sueños históricos y la terca realidad heredada. Mundo rural y modernidad frustrada. Choque de razas y mestizaje. Orden y anarquía. Centralismo versus federalismo. Civilización contra barbarie. Es a los escritores a quienes toca dilucidar estas contradicciones, y plantear, incluso, propuestas de cambio o reforma, como la que contiene la novela Doña Bárbara a de Rómulo Gallegos, donde sigue campeando el espíritu de Ariel contra los apetitos oscuros de Calibán. Es la novela que llega a expresar una filosofía, un deber hacer, que propone una norma. Gallegos no duró mucho en el poder para poner en acción sus propuestas civilizadoras, derrocado por los militares nueve meses después de haber sido electo presidente de Venezuela. Progreso versus atraso. El siglo diecinueve alienta el positivismo más desaforado, cuya bandera alzan Rubén Darío y los modernistas, y alienta el darwinismo social: no solo los individuos más fuertes serán los únicos destinados a sobrevivir, sino las razas mejor dotadas. Lo europeo versus lo autóctono. El poder regenerador
La historia como delirio POR | SERGIO RAMÍREZ de las inmigraciones, que Darío exalta en su Canto a la Argentina. El mestizo empieza, entonces, a luchar contra sí mismo. Luchamos a partir de Facundo contra el salvaje que todos llevamos dentro. Queremos elevarnos a las alturas espirituales de Ariel. Llevamos dentro las semillas envenenadas del mestizaje, que son también semillas de redención. Somos el doctor Jekyll y también somos Míster Hyde. Y mientras buscamos con delirio nuestra identidad americana, intentamos dilucidar los modelos políticos, mediando las constantes frustraciones de la democracia y mediando golpes de estado, revoluciones y alardes populistas. Los atributos de guerrero, intelectual, escritor, que al principio se presentan juntos, como en Bolívar o Miranda, o como en Sarmiento, se separan con el tiempo, y los intelectuales, desarmados, entran en contradicción con los caudillos, que nunca dejan las armas y las vuelven su razón de ser, y de poder. Alguien que es sólo poeta, y pensador, como José Martí, carece de credenciales suficientes y tiene que legitimarse, subién-
dose al caballo, frente a las armas y quienes las empuñaban como caudillos militares. Y le va la vida en ello. Al revés, someter el poder militar al poder político ha sido uno de los grandes delirios de nuestra historia, y la frustración más relevante. Es precisamente con el modernismo, que representa la modernidad a finales del siglo diecinueve, una vanguardia antes de las vanguardias, que se da la separación de papeles entre escritores de oficio y políticos de oficio. Salvo Martí. Escritores, poetas, que son a la vez pensadores y tienen sus propias visiones americanas, contrarias al creciente dominio de los Estados Unidos. El antimperialismo pasará ahora a encarnar la lucha entre Ariel, el espíritu de la América indohispana, y Calibán, con sus legiones avasalladoras de “búfalos de dientes de plata”. Uno de los grandes aciertos del libro de Granes es fijar el papel de las vanguardias dentro del contexto político latinoamericano. Al llegar el siglo veinte, América está todavía por hacer, y por interpretar, y las vanguardias ensayan a darle un sentido al futuro que aún no ha sido dilucidado.
Y, a la vez que revolucionan las letras y las artes, los vanguardistas toman posiciones ideológicas que no se quedan nunca sin consecuencias, y terminan alineándose en los dos grandes polos que vendrán a surgir en el siglo veinte, fascismo y comunismo, hasta llegar a las propuestas totalitarias que se consolidan en vísperas de la segunda guerra mundial, y que arrastran a unos del lado de Stalin, y a otros del lado de Hitler, Mussolini y Franco. Las propuestas atrevidas de renovación artística, la insolencia de las protestas contra el statu quo, vendrán a acomodarse a los moldes políticos ortodoxos, de los que los vanguardistas parecen no tener escapatoria. Son parte del gran delirio de la utopía que se despeña hacia la entropía en el siglo veintiuno. Revoluciones que han terminado en involuciones, escenografías triunfales en harapos, sueños de redención pervertidos por dictaduras y populismos de pesadilla. www.sergioramirez.com www.facebook.com/escritorsergioramirez http://twitter.com/sergioramirezm www.instagram.com/sergioramirezmercado
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David Cronenberg: “Los cuerpos están en un cambio constante” POR | MAC GUFFIN
Con un guion escrito hace veinte años David Cronenberg, el director de Videodrome, La mosca, El almuerzo desnudo y eXistenZ, Z nos entrega una nueva obra maestra de la ciencia ficción y el horror corporal, en donde se sumerge en la pesadilla tecnológica del presente y nos ofrece el regreso de un cine fascinante y perturbador. Crímenes del futuro, que se estrena este mes en salas y plataformas de streaming, con las actuaciones de Viggo Mortensen, Lea Seydoux y Kristen Stewart, devuelve al realizador canadiense al reino de lo visceral, para bosquejar un mundo en trance, apenas organizado, en el que el dolor fue abolido y donde los cuerpos están cambiando. ¿De qué trata Crímenes del futuro? -En 1966 vi una película danesa llamada Sult, t que significa “hambre”, basada en la famosa novela de Knut Hamsun y dirigida por Henning Carlsen. En esa película el actor Per Oscarsson interpreta a una especie de poeta roto, no reconocido, que vaga por las calles y trata de crearse a sí mismo como un artista legítimo, una fuerza literaria. En un momento dado, está en un puente y garabatea algo en un cuaderno que lleva consigo, y se ve un primer plano en el que pone “Crímenes del futuro”, y eso me impactó mucho. Pensé, quiero leer ese poema. Por supuesto que nunca lo escribe, pero luego me dije, bueno ahora que estoy empezando como cineasta, me gustaría ver una película que se llamara Crímenes del futuro. Así que, en 1970, hice una película underground, d de muy bajo presupuesto por decir algo, llamada Crimes of the Future. El título me provocó mucho, pero creo que esa cinta underr no llegó a satisfacer todo lo que yo pensaba que podía salir de ese poema que nunca llegó a escribirse. Entonces, aquí estamos muchos años después, como medio siglo quizás, y he hecho otra película llamada Crímenes del futuro, y lo único que tienen en común los dos filmes es que técnicamente tratan de eso, de “crímenes del futuro”. La idea de esta nueva cinta es que, a medida que la tecnología cambia, a medida que la sociedad cambia, cosas que no existían llegan a existir y son suprimidas por diversas razones, por ser peligrosas para la sociedad, una amenaza para cualquier estructura social que exista. Me interesa el cuerpo porque siempre he pensado que eso es lo que somos. La condición humana es el cuerpo humano, así que Crímenes del Futuro podría implicar crímenes que surgen de lo que le está sucediendo al cuerpo humano, ya que evoluciona, está cambiando de maneras muy sutiles y luego de algunas maneras no tan sutiles. En parte es por lo que le estamos haciendo al planeta, en parte es por lo que nos estamos haciendo a nosotros mismos con nuestra propia tecnología. Eso me intrigó. Pensé que podría hacer una película que tuviera que ver con la reacción de la sociedad ante los cambios en el cuerpo humano que se consideran peligrosos y que deben suprimirse. Pensé que era un tema interesante para explorar y de eso trata esta película.
¿Cuál es la respuesta corta? -Diría que Crímenes del futuro trata de los crímenes que comete el cuerpo humano contra sí mismo, y sé que eso es algo misterioso y confuso, pero esa es mi respuesta a la pregunta. ¿Qué le impulsa a mirar cosas que asustan a mucha gente, especialmente en la actualidad? -Creo que hay muchos casos a los que uno puede referirse de personas que se aferran a una enfermedad que padecen, a una discapacidad, a una mutación, como una forma, un deseo, de producir algo bueno de cualquier cosa que la condición humana ofrece. Saul Tenser (el protagonista del relato) es solo una especie de exageración, una versión extrema de esto. Se dedica a producir nuevos órganos en su cuerpo, cosas a las que podríamos llamarles tumores. Un tumor es una colección aleatoria de células que crecen sin control e interrumpen todo tipo de funciones en el cuerpo, sin propósito aparente, y
son básicamente destructivos. Pero, en este caso, Tenser está creando nuevos órganos que sí parecen tener una función, solo que no sabemos cuál es, y por eso resulta una extraña especie de cáncer de diseño, como lo llama uno de los personajes. Su objetivo es incorporarlo en su vida, no negarlo, no destruirlo, sino convertirlo en algo. En su caso, está haciendo arte escénico con estos tumores y, con su pareja, diseñan una serie de performances que implican la exposición de estos órganos, y su extirpación, como si fueran creaciones artísticas que su cuerpo ha emprendido por sí mismo. En parte es un deseo de enfrentarse a la realidad de su propio cuerpo. Nuestros cuerpos están en constante cambio y requieren ajustes por nuestra parte, filosófica y emocionalmente, para hacer frente a estos. ¿Cree que eso podría ocurrir con nuestros órganos? -Creo que está sucediendo, creo que definitivamente estamos cambiando, puede que no
sea tan obvio como lo he representado, pero no hay ninguna duda al respecto. Un famoso premio Nobel, Gerald Edelmen, dijo que el cerebro humano no se parce en absoluto a un ordenador. Se parece mucho más a una selva tropical, en la que hay una lucha constante por el dominio entre las neuronas y los diferentes elementos del cerebro y estos están siempre respondiendo al entorno, es decir, a la ingesta de tus ojos, de tu nariz, de tus sentidos y también a cuánto lo ejercitas. Así que incluso hablando del cerebro como el súper órgano de la existencia humana, este está constantemente cambiando y mutando. Por lo tanto no requiere un gran esfuerzo de la imaginación pensar eso puede ocurrir en otras partes del cuerpo. El sistema digestivo responde, ahora entendemos el microbioma en el intestino humano. Los intestinos son en realidad un montón de organismos vivos que se comunican con el cerebro. Hay una conexión constante. Estas cosas eran consideradas ciencia ficción hace años, y ahora se entienden como parte de lo que es
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ELACORDEÓN | 24 julio 2022
COLUMNA
Juan Villoro
Comprimido
la complejidad del cuerpo humano. Así que no creo que sea una exageración, sino una especie de extrapolación hacia el futuro lo que estoy llevando a cabo con esta película. ¿Por qué cree que es ahora el momento de realizar esta película? -Bueno, escribí el guion de Crímenes del futuro entre 1998 y 1999, así que tiene más de veinte años. Hubo un par de intentos de hacerla pero, por diversas razones, no encontré financiamiento. Comenzó a ser una posibilidad, cuando el productor Robert Lantos me llamó por teléfono y me preguntó por mi viejo guión. Le contesté que debido a su núcleo de tecnología de ciencia ficción, estaba seguro g de que q era completamente p irrelevante realizarla en este momento. Él me dijo: “No, deberías releerlo, pienso que es más relevante que nunca”. Lo releí y pensé que tenía razón. Nunca me han gustado las profecías, no considero que el arte deba ser profético, pero puedes anticipar algunas cosas casi por accidente, especialmente cuando escribes algo que es básicamente ciencia ficción, como lo es esta película. Te tropiezas con algo que tiene una proyección hacia el futuro, y esta historia tenía eso, así que seguía siendo bastante válida. Creo que la gente es más consciente ahora, por ejemplo, de la toxicidad del medio ambiente que estamos creando y de cómo, en cierto modo, estamos destruyendo la Tierra, la estamos alterando, no hay duda de ello. Ver cómo la tecnología se convierte en una extensión del cuerpo y de la voluntad humana. Hubo un tiempo en que la gente pensaba que la tecnología era por definición inhumana, pero para mí la tecnología siempre fue algo muy humano. Creo que, de hecho, es un reflejo, es un espejo que nos devuelve lo que somos, las partes buenas y las malas, las partes destructivas y las creativas, así que hay ese elemento en esta película que habla del reflejo de lo que somos en la tecnología. ¿Cómo encaja esta película en su obra? -En realidad no pienso en mi obra en sentido amplio, sinceramente, quiero decir que cada proyecto para mí es algo independiente. Por supuesto, sé que habrá conexiones entre las películas, tanto si las he escrito yo como si las han escrito otros, o si son una adaptación o si están basadas en una obra de teatro o una novela. Pero en principio la sola conexión es que la historia me interesa lo suficiente como para convertirla en una
película. Habrá conexiones entre ellas que tengan que ver con mi sensibilidad, pero hasta ahí llego. ¿Tiene preferencia por filmar su propia obra o por adaptar la de otra persona? -Una vez que tengo un guion con el que me he comprometido, en la producción son todas iguales. Quiero decir que no hay ninguna diferencia entre mi guion y el de otro, de hecho soy igual de duro con ambos. En la sala de montaje, después de rodar la película, soy bastante brutal. Tienen que impedirme crear una película de 72 minutos, y a menudo me encuentro en la extraña situación de que son los productores los que me rueguen que vuelva a poner cosas. Me gusta recortar, es divertido ver hasta qué punto se puede recortar y que la película siga funcionando. ¿Cómo ve el futuro ahora, en comparación a cuando empezó su carrera? -¿El futuro? Lo veo menos. A los setenta y nueve años tengo menos futuro que antes, pero a menudo he dicho que soy un existencialista. Y parte de la comprensión que te da el existencialismo como filosofía es que estamos constantemente mirando hacia el futuro, y eso es parte de lo que nos mantiene en marcha y nos mantiene cuerdos. Al mismo tiempo, puede impedirnos vivir plenamente el presente, porque estamos siempre anticipando lo que va a pasar. Por eso intento hacer ambas cosas en mis películas. Creo que las películas no son en verdad predictivas, es decir, no son proféticas. Escritores de ciencia ficción, como Arthur C. Clarke, pueden serlo. El predijo, por ejemplo, la comunicación vía satélite. Que llegara a realizarse, fue un triunfo para su escritura. Pero, para mí, ese no es mi juego, sino más bien entender la condición humana en el mundo actual. A veces, claro, se puede iluminar tratando de entender hacia dónde vamos. Mirar la condición humana en todo su esplendor y tratar de entender qué significa estar vivo, eso es algo crucial para un existencialista. Es como si estuviera en la orilla del mar, recogiendo conchas marinas, y dijera “esto es realmente increíble, ¿cómo se creó esta criatura?” No tengo respuestas para nada, pero tengo la curiosidad de mirar cosas que otras personas no tienen el tiempo de mirar. Yo tengo el tiempo para hacerlo, así que eso es lo que trato de ofrecer en mis películas.
El Museo de Arte Moderno muestra una espléndida exposición sobre Gabriel García Márquez. Los asombros van de la carta con la que el New Yorker rechazó el cuento El rastro de tu sangre en la nieve al perfil del novelista trazado por Fidel Castro, pasando por la película de culto La langosta azul, con un temprano guion del autor. Me concentro en uno de los tesoros exhibidos: el periódico más pequeño del mundo. “No hay en mis libros una sola línea que no pueda conectar con una experiencia real”, declaró el más conocido notario de la magia. El periodismo fue su principal escuela. Demasiado impaciente para tomar lecciones en las aulas, aprendió en las urgencias de un oficio cuyo estímulo no proviene de las musas sino de jefes de redacción a los que un mal texto les puede reventar una úlcera. En 1947, a los 20 años, García Márquez llegó a Bogotá para convertirse en incierto estudiante de Derecho y aspirante a escritor. Logró publicar en El Espectador, pero el destino del país se descompuso con el asesinato del político liberal Jorge Eliecer Gaitán y los disturbios posteriores que condujeron al “Bogotazo”. Las universidades se cerraron y los periódicos fueron sometidos a la censura. García Márquez se trasladó a Cartagena de Indias sin más recurso que el afecto de un amigo. Por desgracia, su compañero de ruta tardó en llegar; quien sería el más célebre habitante de la ciudad durmió en la calle y fue detenido por no respetar el toque de queda. Su suerte mejoró cuando El Universal aceptó pagarle 32 centavos por artículo (ya en Bogotá había conocido las penurias del oficio: El Espectador publicó un cuento suyo y no tuvo dinero para comprarlo). En esas condiciones se inició la aventura de un periodista dispuesto a informar del modo en que el azúcar sube a los naranjos. En El Universal de Cartagena y en El Heraldo de Barranquilla se forjó un estilo capaz de mostrar que no hay nada más misterioso que la realidad. En los calores del trópico, ningún invento supera al hielo. Buen bailarín y cantante de vallenatos, el aprendiz de genio alternó el periodismo con las juergas donde se conocen las exclusivas de la noche. Sus jornadas sin sueño concluían con un desayuno de pescado frente al violáceo amanecer del Caribe. Su ropa era tan colorida que lo apodaron “Trapo Loco”. Cuando el padre de uno de sus amigos vio su atuendo, dijo: “Usted tiene valor civil”. No se sabría nada de esta etapa de no ser por la fama posterior del novelista. La recopilación que Jacques Gilard hizo de los Textos costeños (1948-1952) ofrece obras maestras que el gran público sólo conoció muchos años después de haber sido publicadas. Llego, finalmente, al objeto que me sorprendió ver en el MAM: el periódico más pequeño del mundo, escrito en su totalidad y dirigido por García Márquez en 1951 bajo el elocuente cabezal de Comprimido. Después de indagar con lupa en los archivos, Gilard comenta: “Parece que no subsiste ningún ejemplar”. Pues bien, la exposición La creación de un escritor global exhibe el número 3 de Comprimido. Álvaro Santana Acuña, riguroso curador de la muestra, señala con acierto que ese microperiódico de distribución gratuita prefigura a Twitter. En Comprimido todas las noticias eran de portada y cada reportaje sintetizaba la realidad: los tiburones de la zona serían combatidos con peces espada, pero ¿cómo se combatiría a los peces espada? Con justicia poética, la vida de Comprimido fue breve. Sólo duró seis días. El texto de despedida es una joya de la literatura bajo presión: “Comprimido dejará de circular desde hoy, aunque sólo de manera aparente […] No hemos encontrado un recurso más decoroso que el de comprimir este periódico hasta el límite de la invisibilidad. En lo sucesivo, Comprimido seguirá circulando en su formato ideal que ciertamente merecen para sí muchos periódicos. Desde este mismo instante, éste empieza a ser -para honra y prez de nuestros ciudadanos- el primer periódico metafísico del mundo”. Los manuscritos exhibidos en el MAM confirman que la tarea de un escritor no es escribir sino reescribir. Aunque la carta astral que ahí se exhibe informa que los planetas favorecían al autor, sus borradores demuestran que su obra fue producto del esfuerzo. No en balde, García Márquez comprimió las noticias hasta hacerlas invisibles, logros de la imaginación.