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Con más de cincuenta largometrajes en los que indagó en los grandes temas del pensamiento contemporáneo, el cineasta Jen-Luc Godard, muerto recientemente a la edad de 91 años, quiso inscribir al cine en la historia de la cultura, al lado de la filosofía, la literatura y las artes pláticas. En esta entrevista que data de 2006 nos habla de Sartre, Camus, Heidegger, Levinas, así como de la soledad, del amor, la amistad y el suicidio.
Enlos años 70, después de una etapa en la militancia política y de un accidente de moto que le tuvo dos años hospitalizado, Jean-Luc Godard decidió salir de París e iniciar un autoexilio, primero en Grenoble y luego en Rolle, Suiza, junto a su última esposa, la también cineasta Anne-Marie Miéville. Fue en esa larga resaca post mayo del 68, cuando decidió incluirse como figura en sus películas y filmarse a sí mismo. Pero frente al hábito de algunos de sus colegas de representarse como hombres de acción o rodeados de gente, Godard se autorretrató en la intimidad creativa, en su casa, junto a la moviola o el escritorio, en el proceso de “dudar y pensar”, en una actitud cercana a la del escritor o el filósofo. Quería poner el contador a cero, volver al cine como si este fuera un alfabeto por descubrir Son muy escasas las entrevistas que concedió a partir de esa época, la de su ais lamiento y reconstrucción. Pero en 2006, luego del estreno de Nuestra música, en donde trata de encontrar las raíces comunes de todas las guerras, accedió a hablar de filosofía con el crítico literario Robert Maggiori. De ese diálogo entre ambos, les presentamos algunos fragmentos.
¿Cuál fue su formación?
¿Estudió filosofía?
– Fue siempre a través de la literatura que
me acerqué a la filosofía. Había la eferves cencia de la posguerra, el existencialismo, Sartre sobre todo y Camus, del que guardé una frase que me conmovió toda mi vida: “El suicidio es el único problema filosófico realmente serio”. Por mi padre, de forma ción más germánica, fui introducido a la historia del Romanticismo alemán, con El alma romántica y el sueño, de Albert Beguin. Todo eso era acompañado por el descubrimiento de las películas mudas en la Cinemateca de Henri Langlois..
¿Lee obras de filosofía?
– Amo los libros, los libros de bolsillo, porque precisamente se pueden meter en el bolsillo (en realidad son ellos los que nos meten en el bolsillo). Pero yo no leo de manera seria, es raro que lea un libro, incluso una novela del principio al fin. Hoy releo algu nos, lentamente, que me quedaron en la memoria, pero que seguramente leí mal. Como el final de Minuit, de Julien Green,t donde todavía está la cuestión del suicidio: se tiene la impresión de que la chica se tira,
pero en realidad es el piso que sube hacia ella a una velocidad vertiginosa... Leer libros “técnicos” de filosofía, soy incapaz. Soy inca paz de leer a Heidegger. Me gusta Caminos del bosque, pero eso pasa por la imagen..
Sin embargo, usted cita mucho a Heidegger.
– Son migajas de pensamiento. Antes yo las ponía como citas, ahora como situaciones. Lo que hay en Nuestra música lo encon tré en Levinas, en un libro antiguo que se llama El tiempo y el otro Es una nota al pie de página. Me gustan mucho las notas largas al pie de página, comienzo siempre por ahí. Levinas dice que la muerte es lo posible de lo imposible y no el imposible de lo posible, como había dicho Jean Wahl a propósito de Heidegger. Traté de leer las Meditaciones cartesianas, de Husserl, pero no aguanté. Deleuze, cuando se lo escucha, es absolutamente magnífico: cuando leo algunos de sus textos más difíciles, es como si hiciera matemáticas superiores. Todos los libros de filosofía deberían, como el de Kierkegaard, llamarse Migajas filosóficas, así uno se sentiría menos culpable de no poder leer más que “migajas”, justamente
¿Cómo definiría usted la moral?
– No me gusta definir. Soy demasiado viejo o demasiado joven, sin duda. A menudo releo por partes Cuadernos por una moral
POR | ROBERT MAGGIORIde Sartre. El ser y la nada me aburre, pero ala otro Sartre lo leo porque es una cuestión de literatura, de política, de pintura. Cuando Sartre habla de pintura, de Tintoretto, de Wols o de Jean Fautrier dice cosas que los críticos de arte no saben decir, porque escriben “sobre”, mientras que él escribe “de”, después de la pintura. Cuadernos por una moral es formidable porque de pron-l to Sartre habla de un filósofo y utiliza la expresión “la síntesis viscosa”, entonces se tiene la sensación de comprender sin comprender, como un niño de dos años que retiene ciertos ruidos o palabras. Pero usted me hablaba de moral. En casa de mi abuelo, que era rico, yo comía en platos que tenían las imágenes de la colonización, platos que tenían el retrato del mariscal Bugeaud. Quizá la moral comience por ahí
¿Qué es para usted la soledad?
En Todavía estamos todos aquí, Anneí Marie Miéville me hacía leer un texto de Hannah Arendt que decía que la soledad no es el aislamiento. En la soledad, jamás esta mos solos con nosotros mismos. Siempre somos dos en uno y nos convertimos en uno solamente gracias a los otros y cuando nos hemos encontrado con ellos. A mí me gusta estar en una mesa donde se ríe y se come, pero prefiero estar en una punta de la mesa y no estar obligado a participar. Al mismo tiempo, quiero estar y aprovechar eso. El aislamiento de un prisionero es otra cosa
¿Usted ya pasó por una forma de aislamiento?
– Sí, una vez. Después de una tentativa de suicidio, que había hecho de manera un poco charlatanesca, para llamar la atención sobre mí. Fue después del 68, creo. Estaba en la casa de un amigo –mi padre, que era médico, ya me había puesto en una clínica psiquiátrica anteriormente–, pero fue mi amigo el que me llevó a Garches [Hospital de salud mental Paul Guiraud]. Allí, para evitar que hiciera algo desgraciado, me pusieron una camisa de fuerza. Me dije: te conviene quedarte tranquilo, si no jamás te soltarán. Un libro me había influido mucho cuando era más joven, El vagabundo de las estrellas,
de Jack London Es la historia de Darrell Standing, un condenado a muerte que espera en la prisión del estado de California, en San Quintín. Le ponen una camisa de fuerza, y a él le sirve para evadirse, lo que enloquece a su guardián: ¡más días le dan de camisa de fuerza, más contento está! Construye su mundo y se escapa por el pensamiento, está en París bajo Luis XIII, en la Roma de Poncio Pilato. Hace poco releí un libro de London, Michael, perro de circo Me había g ustado mucho en su momento, quiz á porque me veía yo como perro de circo, con un deseo de ser adoptado. El perro se encuentra solo en la playa y hay un viejo que lo llama, se lo lleva y se convierte en su amo, su patrón, su profeta. Este hombre se llamaba Dag Daughtry, y fue solamente hace unas semanas, al releerlo, que entendí al “prójimo”. Tenía necesidad del prójimo, mi familia no era el prójimo
Pero un pintor, un escritor, encuentran siempre un “prójimo” para sus obras, será porque les alimentan la sensibilidad, el pensamiento, el imaginario de los otros.
– Entre los artistas que se suicidan, creo que los pintores ocupan el primer lugar, los escritores el segundo. En el cine, uno no se puede suicidar. Hay excepciones, pero pocas: Jean Eustache, en Francia, por ejem plo. Como decía Bresson, una vez que uno entra en la cinematografía, no se la puede dejar. En Francia, hay uno solo que la dejó, Maurice Regamey, que hacía películas de cuarta categoría y se convirtió en repre sentante de vinos y de licores en el Midi. En la escritura, hay momentos en que uno deja la soledad y entra en el aislamiento. Alguien como Chandler lo decía: “A partir del momento en que estoy sobre una pista, todo lo que hago es la novela; prender un cigarri llo, cocinar un huevo estrellado, pasearme, fuera de eso todo es aislamiento y es muy duro”. A causa de esto un escritor se puede suicidar, el pintor también puede. En el cine no se puede, porque uno le hace un daño a muchas personas, hace una maldad. Hay colaboradores, empleados, asistentes, y eso es un microcosmos. La gente vive junta, hay hombres, mujeres, el dinero, el poder, hay
de todo. Es por eso que en el cine pueden pasar hechos que todavía no sucedieron, que son señales, si uno las sabe ver: uno ve tal película y sabe que dentro de seis meses habrá un acontecimiento, como un Mayo del 68 o esto o aquello.
La soledad es ser dos ¿Y el amor?
– No reflexiono mucho sobre eso. Me llega al espíritu la frase de Lacan: “El amor es querer dar algo que no se tiene, a alguien que no lo quiere”. En realidad la palabra amor no deber ía utilizarse. La palabra amistad es más fuerte ¿Qué tiene de más la amistad?
– El amor está en la amistad, mientras que la amistad no necesariamente está en el amor. En la amistad hay prohibiciones, pero esas prohibiciones no están dadas por la ley. Levinas decía que en el “pienso luego existo” el “yo” de “yo pienso” no es el mismo que el “yo” de “yo existo” porque queda por demostrar que hay una relación entre el cuerpo y el espíritu, entre pensamiento y existencia. Si eso comienza por el amor y termina por la amistad, diría que la amistad
es el “yo soy ”. Y además, hay crímenes por amor, pero no hay crímenes por amistad
¿Qué es para usted la separación?
– En la amistad uno se puede separar, en el amor no se puede.
Jankelévitch dice un poco lo mismo: “un amor no termina o, mejor dicho, si algo termina, es porque no era amor”.
– Quizá sea por eso que la Iglesia Católica y las otras han puesto el amor por todos lados, para estar seguras de que no terminará, ¡una verdadera garantía!
¿De qué o de quién se separó usted?
– Me separé de mis padres, pero en realidad no hice más que dejarlos, sin separarme. Diría que yo tengo dos vidas, la que precede al momento en que comencé a hacer películas, a los 30 años, y la que siguió. Viendo la di f erencia, p uedo decir q ue cuando comencé a hacer películas, tenía 0 años: entonces hoy no tengo más que 43, lo que me permite decir, a pesar del físico, que permanezco joven. No tuve ganas de hacer cine a los 10 años, después de haber visto a Charlie Chaplin: vino más tarde, poco a poco, con la ayuda de ciertas personas, o a golpes que le hacen a uno descubrir un mundo. Para empezar, empecé tarde todo, el psicoanálisis por ejemplo. El otro día me dije que en el momento de mi nacimiento, en 1930, mi madre no había visto jamás películas habladas. Así me explico que yo comencé a hablar muy tarde, a los 5 años, y que después todo lo que dije hasta los 25-30 años, ella jamás lo escuchó. Luego se habla mucho, pero también por soledad. Es por eso que, tarde o temprano, hay que hacer análisis, o hacer deporte, para mí el tenis. Sé que jamás dejaré a mi analista, hasta mi muerte o la de él
¿Había leído a Freud antes de su análisis?
– No, era un nombre. Como Marx, que yo admiro, y que leí poco, el 18 Brumario, por ejemplo. El que me hizo descubrir a Marx fue Althusser
¿Tiene la tentación de la escritura?
– Sí, como todo el mundo. Pero no sabría cómo continuar... Admiro siempre las prime ras frases de Dostoievski, de Flaubert, ¡pero ellos sabían continuar! Probé con traduc ciones. Pasé un año en América del Sur, me había gustado la novela de Paulina Medeiros, Un jardín para la muerte, la traduje y se la envié a Louis Aragón. Marguerite Duras me dijo, cuando trabajábamos juntos y buscábamos poner todas las palabras posibles en una imagen, “pero tú estás maldito”, debe ser a causa de los libros o de lo que hay en los libros.
A usted no le gusta definir pero, ¿qué es para usted la filosofía?
– Blanchot escribía esto: “La filosofía sería nuestra compañera, día y noche, aun si pierde su nombre, aun si se ausenta, una amiga clandestina...” Eso es la filosofía, es una amiga. Y la novela, un amigo
– Es el oficial que se ocupa del espionaje.
Ese otro que se llama el padre es quien ha preparado un lugar en el mundo para cada uno de nosotros, ya sea por acción o por omisión; es ese otro que nos ha criado aquel por quien hemos sido amamantados, alimentados, cuidados, protegidos
Sinque tenga ni pizca de sorpresa, ya comenzaron a calentarse los motores para la próxima elección; y dentro de los primeros signos visibles surg e la alianza de los hijos de papá, la alianza de los herederos de la sombra del padre, la alianza de aquellos que actúan en nombre del padre; aunque lo mismo podría decirse de aquel otro que en vida fuera conocido bajo el nombre de Byron Lima, ese también actuaba en el nombre del padre y bajo su sombra alargada.
A lo mejor, vale la pena recordar que el difunto Byron Lima también buscó y logró tejer algunas alianzas, justo, como ahora lo intentan la hija del caudillo y el hijo del alcalde vitalicio
Para empezar hay que decir que, pese a las resonancias en que se ven envueltos estos casos, tampoco es tan raro que las cosas sean así; y no lo es porque somos seres humanos, no nos creamos a noso tros mismos, no nos fabricamos a nosotros mismos, no somos larvas ni amebas ni uni celulares, somos hechos por otro; desde antes de que lleguemos al mundo otro nos espera, al calor de la espera se acaricia el momento de nuestra llegada (en el mejor de los casos, porque también puede darse el caso de que quien nos espera resienta o tema el momento del arribo), en fin, que
para bien o para mal, al ser seres humanos contamos con otro que nos espera.
Pero el asunto, trat á ndose de seres humanos, no se queda sólo en el ámbito de la espera, llega mucho más allá, porque no hay otro ser vivo sobre la faz de la tierra que permanezca tanto tiempo al lado de quien lo ha esperado, …en la casa del padre.
Ese otro que se llama el padre es quien ha preparado un lugar en el mundo para cada uno de nosotros, ya sea por acción o por omisión; es ese otro que nos ha criado aquel por quien hemos sido amamantados, alimentados, cuidados, protegidos, pero esto no sólo tiene que ver con contenidos materiales, porque también se nos ha dado un nombre, de modo que aquellos otros de donde o de quienes venimos nos han pen sado, imaginado, han soñado con nosotros o se han angustiado por y con nosotros, es decir, nos han designado y, al hacerlo, hemos sido orientados por un rumbo simbólico, por un horizonte que es lenguaje y así, jus tamente, es como hemos sido introducidos en la palabra, introducidos a un mundo en donde cada cosa tiene un nombre y un lugar que viene de la propia palabra que lo designa; de manera que somos puestos por otro en el mundo de los designios Quizá la forma más sencilla de decir esto que, por lo demás, resulta bastante obvio,
sería que ese otro que cumple la función del padre se empeña en que cada uno de nosotros tenga un lugar en el mundo o, tal vez mejor sea decir, se haga un lugar en el mundo; y esto se consigue, en la medida en que se logra introducir al hijo en el juego de los roles: desempeñar una profesión o un oficio, cualquiera que este sea, implica adueñarse de un lenguaje, o bien, jugar un rol, o bien, cumplir una función, lo que se entiende por funcionar en el mundo
Para el caso de la hija del caudillo y del hijo del alcalde vitalicio, está claro que esa marca del padre se inscribe en el corazón mismo de la lucha por la hegemonía política, entendida como una herencia que los marca a fuego; desde luego que esto es así, a pesar de que, a estas alturas, ya esté muy lejos el gobierno de facto del padre de ella y la firma de la paz con el coletazo del asesinato del obispo Gerardi en el gobierno del padre de él; junto con el gobierno democristiano que está en medio de ambos; periodo este que pudo haber estado y, de hecho, estuvo envuelto en una atmósfera de optimismo, dicho sea con las reservas que esta palabra puede tener en Guatemala
Sin embargo, que estén lejos y devaluados los moldes y modelos paternos, para el caso de estos hijos, aquí importa poco, porque Guatemala ha permanecido como
un escenario ultraconservador, no sólo durante los últimos cuarenta años, sino desde siempre, en sus principios y en sus direcciones políticas, siendo expuestos a la opinión pública con tanta eficacia que pueden ser expresados por todos desde una simplona filosofía de diez palabras: defensa fuerte, mercado monopólico, impuestos bajos, gobierno pequeño y valores familiares En un sentido amplio, de eso es de lo que son herederos ella y él y, por lo que no importa tanto que las hazañas paternas se hayan podrido más pronto que tarde; lo que importa es que son herederos de una especie de ADN incrustado en la identidad nacional
Siendo así las cosas, la alianza y el pro yecto político electorero del la hija del caudillo y el hijo del alcalde vitalicio no deja de ser importante; frente a lo cual de b er í amos darnos cuenta e intentar pensar que en Guatemala las decisiones políticas nunca han obedecido a cálculos fríos hacia un interés colectivo, en cambio se ha actuado obedeciendo a estructuras narrativas inconscientes organizadas en torno a la metáfora de la autoridad del padre
Acaso, por eso para Guatemala ha sido imposible pasar de la paja al grano, de la retórica al razonamiento o, como lo diría un filósofo, del mito al logos.
ahí las siete horas que duró el parto de mi hijo. Lo vi entrar al mundo. Oí su primer grito. Sentí en mis dedos su primera respiración. Corté o más bien prensé el cordón umbilical, bien uniformado en un camisón azul de enfer mero. Y con mi hijo ya en los brazos, aún pálido e hinchado y envuelto en una ligera frazada amarilla, lo miré como si estuviese mirando al hijo de alguien más. Un hijo cualquiera
El sentimiento de maternidad es auto mático y primitivo, me dije a mí mismo, acaso para explicar o justificar mi ausencia inmediata de amor Pero el sentimiento de paternidad, como escribió James Joyce en Ulises, es un misterio para el hombre. Es un estado místico, escribió, una sucesión apostólica, de único engendrador a único engendrado. En cualquier caso, yo no sentí ese estado místico o esa sucesión apostólica hasta el día siguiente, muy temprano en la mañana, cuando llegó la doctora para hacerle a mi hijo ahí mismo, en un cuarto del hospital de Nebraska, la circuncisión Fue la primera duda que me asaltó cuando vi el ultrasonido y supe que sería varón: cir cuncidar o no circuncidar Leímos mucho Lo discutimos entre nosotros. Lo hablamos con amigos, con familiares, con doctores y enfermeras. Un obstetra nos dijo, en tono casi evangélico, que él había circuncidado a su primogénito pero no a su segundo hijo, y que el segundo había sufrido por ello. Aunque no especificó cómo había sufrido, yo me imaginé plagas bíblicas y castigos divinos. Según los estudios, sin embargo, no hay ninguna evidencia de que la circuncisión evite infecciones (ni tampoco, me parece, plagas bíblicas y castigos divinos). Según otros estudios, sí hay evidencia de que la circuncisión disminuye el sentimiento de placer sexual en el hombre, algo que el rabino y filósofo medieval Maimónides ya había advertido hace casi un milenio, en su Guía de descarriados. Heródoto escribió que los antiguos egipcios circuncidaban por razones de higiene; aunque también existe la hipótesis de que los antiguos egipcios creyeran al hombre circuncidado meritorio de los secretos más esotéricos, de mitos y conjuros reservados sólo para iniciados. Los antiguos griegos, en cambio, valoraban el prepucio. Al igual que los antiguos romanos, quienes hasta lo protegían por ley. Desde el pacto de Abraham con Dios, los judíos son judíos debido a la circuncisión —la falta de prepucio, como sabían los nazis, es parte de nuestra identidad—, pero me sorprendió leer que no todos los judíos la han practicado. Moisés, desobediente, no quiso circuncidar a sus hijos; el ritual de la circuncisión fue totalmente ignorado durante los cuarenta días en el desierto; y Theodor Herzl, el padre espiritual del Estado de Israel, decidió no circuncidar a su único hijo varón, Hans, nacido en 1891. Pero cuanto más estudiaba el tema, repasando los documentos históricos y científicos y religiosos, más pensaba en la primera vez que de niño vi un pene no circuncidado, el de un amigo, cuando nos duchábamos todos tras una clase de natación en el colegio.
“Llevo cinco años caminando y escribiendo mientras sostengo en mi mano la mano de un hijo que entra y sale de mis historias, y que corre a esconderse en algunas de ellas, y que a veces hasta me susurra las suyas. Un hijo que, de pronto, me obligó a escribir como padre”. Esto nos dice el escritor guatemalteco Eduardo Halfon de su nueva obra Un hijo cualquiera, de reciente publicación por Libros del Asteroide, y del cual les ofrecemos un adelanto.
Recuerdo las risas y burlas despiadadas de mis demás compañeros, quienes desde ese día lo apodaron Batman
La breve intervención en el hospital sólo duró unos minutos. Pero yo no pude ni verla. Me quedé fuera, de pie en el pasillo, oyendo su llanto, contemplando si entrar a la habitación y arrebatarle el bisturí a la
doctora y gritarle que por favor dejara a mi hijo en paz.
Cualquiera que haya sido el razonamien to para circuncidarlo —tradición, miedo, estética, higiene, evitar posibles infeccio nes o plagas bíblicas—, fuimos nosotros, su madre y yo, quienes tomamos la decisión. Una decisión definitiva, irreversible. Y ahí,
de pie y solo en la frialdad blanca del pasillo, finalmente empecé a sentir el peso de ser padre. Por primera vez había decidido yo como padre. Había pronunciado mi primer mandamiento como padre. Y entendí, de una manera categórica o aun mística, que el pene de mi hijo, a partir de ese momento, ya no era suyo.
Di Benedetto, nacido en 1922 en Mendoza, Argentina y muerto en 1986 en Buenos Aires, ha trascendido como un autor secreto entre la mejor narrativa en español del siglo pasado, por un estilo depurado que permea sus historias con una impronta propia, alejada de sus contemporáneos. Él mismo reconocía la pppj p búsqueda permanente de un lenguaje sin tético, para conferirle su rol pleno al lector.
Zama (1956), su novela más famosa, suele ser el primer contacto con su obra. A quí cuenta la historia de don Diego de Zama, un funcionario de la corona española en el Paraguay de 1790, aislado de la civilización, a la espera de una carta para gestionar el ascenso que le permita volver a insertarse en la sociedad. La carta nunca llega y Zama consume sus días deseando mujeres espa ñolas, o al menos criollas ( jamás podría acostarse con una india), que juegan con él sin saciar su apetito. Frustrado, consume sus últimos años entre la rabia y la impo tencia, sin romper ese ciclo estéril
El abordaje de la historia, los personajes o las pulsiones que los motivan, pasan a un plano secundario y el plato fuerte emerge en el estilo, sobre la sintaxis brusca, tallada con formón: un fraseo pulsátil y un silabeo magnético, casi musical, que evoca al jazz de 5 o 7 tiempos. Frases muy cortas, casi telegráficas, con un uso muy preciso de las comas, le permiten afincar las palabras, incluso las más simples, para darles un tono extra:
“Ahí estábamos, por irnos, y no”.Sus adjetivos, escasos, redondean la imagen; como un músico que solo utiliza negras o corcheas sin completar los cuatro tiempos en ningún compás:
“Un llamado concienzudo, preciso y quedo”
Los diálogos se dan en un castellano rústico, que corresponde al habla arcaica del Paraguay colonial, remoto y sin sali da al mar, donde se mezclan el castellano peninsular con el portugués y el guaraní, idioma nativo que hoy sigue hablándose en todo el país.
Los sinsabores repetidos llevan a Diego de Zama a la angustia y la resignación ante su destino gris, carente de horizontes en un entorno adverso. La espera, una estafeta que toma prestada de Dino Buzzati en El desierto de los tártaros y que estira para ques García Márquez escriba, un año después, El coronel no tiene quien le escriba: “Necesitaba, rigurosamente, vivir tomado de las posi bilidades, porque las cosas –demasiadas cosas– se desprendían de mí”
Zama echa en falta una mujer, pero no quiere ensuciarse el cuerpo con una india ni siquiera con una criolla; él, que “hizo justicia sin emplear la espada”, merece una amante europea. Da tumbos a solas sin conseguir una dama a su altura hasta que el deseo lo orilla a la cama con una nativa de piel colorada:
“Volte é la cabeza. Dece p ci ó n, s í . Decepción”.
“Mi convicción de que puedo escribir no presupone trato alguno con escritores, solo con libros” Esta frase de El silenciero (1964) parece condenatoria. En el año de su publicación, cuando Barcelona bullía de autores jóvenes latinoamericanos buscando publicar la novela más extensa y con más
El próximo 2 de noviembre se cumplen 100 años del nacimiento de Antonio Di Benedetto, un narrador del que Borges dijo: “Ha escrito páginas esenciales que me han emocionado y que siguen emocionándome”. Es el autor de Zama, novela considerada una obra maestra de la literatura del continente, injustamente olvidado en los años del Boom
maromas, Di Benedetto, austero, perma necía oculto en Mendoza, a la sombra de Los Andes sin siquiera acercarse al medio editorial de Buenos Aires.
Sus temas son divergentes del Boom. En El silenciero, un narrador obsesionado con Soren Kierkegaard vive atormentado. Incapaz de soportar el ruido, se sobrepone a la avalancha de sonidos “como si sobre mí se hubieran empezado a recostar todas las dificultades que el mundo tiene”. Al tiem po que la historia va haciéndose más frag mentaria, intercala textos científicos acerca del ruido y la sordera, paraíso soñado, al tiempo que los juegos de sílabas adquie ren autonomía, alejándose del argumento principal de la novela:
“Odiosas odiseas de las palabras, ¡oh dioses!”
La idea del suicidio va tomando mayor relevancia hacia el final, que dará paso a una tercera entrega titulada, sin disimulo, Los suicidas (1969). Esta podría tomar se como la más dispersa entre todas, o más experimental. Igual que en las dos previas, el argumento es secundario y la mayor riqueza se da no solo en la sintaxis, sino en la exploración de la historia y de
la filosofía del suicidio, pasando por una lista de suicidas célebres en el cine y en la literatura, con chispazos de nostalgia
por el periodismo y el arte cinematográfico que, para esos años, ya se consideraban en deterioro. Sobre el final de la novela, lanza una frase que podría ser una declaración de principios: “siento que amo a la gente triste y silenciosa”.
“Los hijos se realizan, pero no se sabe si para el bien o para el mal”. Esta frase de Zama engloba un vector presente en toda su obra: el peso de la paternidad. Enroscado, primer cuento del volumen publicado como Grot en 1957, y relanzado en 1969 como Cuentos claros (epíteto que parece broma, por el sinsabor de las historias), presenta una visión oscura de la vida, y sobre todo de la paternidad. Igual sucede en El pentá gono, novela que describe las intimidades de “una cama hiperpoblada”.
En una entrevista fechada en mayo de 1975, Di Benedetto confiesa que su intención es “sacarse un meollo que le nació adentro”; este meollo, derivado de haber nacido un 2 de noviembre y del suicidio del padre a sus diez años, explica que su obra resulte tan áspera.
Nunca dejó de sentirse periodista, faceta menos transitada de su creación. Son memorables sus textos de viaje cubriendo
festivales de cine en Mar del Plata, Berlín, Cannes o San Sebastián, o la entrega de los premios Oscar en 1965; sus coberturas sobre la escena teatral en Londres, sus recorrid os por el British Museum y su caminata tras los pasos de Charles Dickens, o los congresos de escritores en Caracas, Bilbao, Madrid o Islas Canarias, siempre poniendo distancia entre él, que acudía como reportero, y los autores consagrados, con quienes nunca se sintió emparenta do. En el congreso de Canarias conoció a Margarita Carrera, poeta guatemalteca, que lo invitó a visitar el país
El final de Sombras nada más (1984), su última novela, recrea su estancia en Guatemala en 1980, recibido por la poeta Alba Rosa, su alias para Margarita. Viajar al país durante el gobierno militar no era el mejor plan, pero él no duda. A su llegada, le impacta el encuentro con “lo primitivo”.
Alba Rosa lo aloja en su casa de la zona 10 de la capital y lo lleva a conocer Antigua y Atitlán, mientras él, a pesar de ir con ella, flirtea con varias muchachas que logra encandilar con el prestigio que lo rodea. Se divierte visitando mercados, al tiempo que disfruta escuchando chapinismos como cashpianos, chiltepes, cambrayes ys güipiles. Lamenta la falta de vino y lo sustituye con ron blanco desde la mañana, antes de entrar a la piscina con Alba/Margarita
En Sumario del recuerdo, libro de memo rias, Margarita, enamorada de la figura del autor y traicionada por sus desplantes repe tidos, cuenta su versión. Paga cara la ines tabilidad de Antonio y termina arrepentida de haberlo invitado Los últimos días de él en Guatemala coinciden con la agonía de la madre de ella; insensata y enamorada se los dedica a él y luego se lamenta. Al despedirlo, es textual: “Aliviada, porque me separaba de aquel ser infernal”.
A medias de Zama, se lee:
“Escribo porque siento necesidad de escribir, de sacar afuera lo que tengo en la cabeza. Guardaré los papeles en una caja de latón. Los nietos de mis nietos los desenterrarán Entonces será distinto”
La frase es un adelanto. A pesar del prestigio labrado, tanto como periodista como narrador, y de las traducciones a varios
idiomas europeos, la desconexión histórica entre las editoriales del continente, y sobre todo el tren de novelas latinoamericanas en los años sesenta parece haber sepultado a Di Benedetto, al punto que la primera versión de Zama en inglés (lengua aún legitimadora) se dio en 2016, sesenta años después de su primera publicación. Hoy, a pesar del reconocimiento de la crítica, sus libros siguen siendo una rareza, casi imposibles de encontrar fuera de su país.
En el cuento Sensini, incluido en Llamadasi telefónicas (1997), Roberto Bolaño narra la dolorosa historia de un autor latinoa mericano venido a menos en su exilio de Madrid, con quien coincide en varios con cursos de provincia y que ha publicado la novela de un burócrata en el Río de la Plata a finales del siglo XVIII, “una especie de Kafka colonial”. A través de varias pistas, Bolaño deja ver que el Sensini de su cuento es Di Benedetto, con quien se cartea para describir el desahucio del exilio para huir de “ los bultos oscuros del terror”, y que malvive en la metrópoli intentando escribir a costa de su bancarrota
El exilio fue su única salida posible, des pués de pasar dieciocho meses preso entre 1976 y 77 durante la dictadura militar, con cuatro amenazas de fusilamiento Nunca se le reveló la causa de su detención, que requirió la mediación de Borges, Sábato y Heinrich Böll como presidente del PEN Club Internacional. Quienes lo conocían afirmaban que empezó a morir desde el día de su detención, y que nunca, después de su liberación, volvió a ser el mismo, ni siquiera al regresar a su país, siguiendo promesas de trabajo que nunca se concretaron.
¿A dónde puede llegar un latinoame ricano dedicado a la escritura lejos de los circuitos editoriales? ¿Cuál es la tecla de suerte que debe tocar para vivir de su arte en un continente que sigue encarcelando periodistas? Zama, con una calidad que le haa garantizado pocos pero fervorosos lectores, necesitó sesenta años para ser traducida al inglés, gracias a un padrino Premio Nobel de habla inglesa (no estadounidense, desde luego) como J.M. Coetzee, quien define a Di Benedetto como “un gran escritor que todos deberíamos conocer”
OPINIÓN Juan Villoro“No hay dos sin tres”, advierte un proverbio de los artistas. Cuando dos miembros del gremio fallecen, se espera la muerte de un tercero. Cada vez que eso ocurre el proverbio resulta verdadero.
La primera explicación del mundo es mágica, la segunda religiosa y la tercera científica. Las civilizaciones transitan del hechizo a la razón sin que los misterios desaparezcan del todo. En nuestra época, los algoritmos coexisten con la fe y las patas de conejo. La causa es sencilla. La ciencia tiene un horizonte limitado porque solo explica lo que conoce; en cambio, la superstición explica lo que ignora.
En México, tres sismos de alta magnitud han ocurrido en 19 de septiembre. Los de 1985 y 2017 causaron dramáticos estragos; el de 2022 fue menos grave, pero trajo el espanto de los siniestros previos. En un sobrio comunicado, la UNAM informó que se trataba de una coincidencia sin explicación lógica.
Así las cosas, el triple terremoto invita a ejercer el pensamiento mágico. Si vuelve a temblar en 19 de septiembre eso nos asustará de otra manera. Por ahora, concentrémonos en el tercer temblor.
Cada número tiene su propia mitología. Los pueblos mesoamericanos y las religiones de Oriente abrazaron la dualidad y aceptaron una dialéctica de los contrarios. Como no es fácil vivir en permanente equilibrio con la vida y la muerte, la noche y el día, lo masculino y lo femenino, el yin y el yang, otras culturas agregaron un número a la cuenta. El tres representa la más sintética versión de lo definitivo.
El cristianismo encontró su fundamento en la Santísima Trinidad y el arte de narrar en la tríada planteamiento, nudo y desenlace. El tiempo se divide en pasado, presente y futuro; las religiones conciben tierra, cielo e inframundo; los seres vivos nacen, crecen y mueren, y los humanos disponen de tres edades… No es casual que las hadas concedan tres deseos en vez de dos o cuatro.
¿Hay número más categórico? Cuando alguien dice “la tercera es la vencida” alude al derecho procesal del siglo XVI que determinaba la muerte al tercer robo. Un tribunal distinto, que analiza los proyectos de santidad en El Vaticano, exige que se presenten tres milagros.
El beisbol elimina a un bateador al tercer strike y concluye una entrada al tercer out, la lucha libre termina a la tercera caída y el futbol acaba cuando el árbitro sopla tres veces su silbato. En el teatro, la función comienza con la tercera llamada.
Símbolo del fin y del comienzo, el tres es la cifra esperada y necesaria: las Olimpiadas otorgan medallas de oro, plata y bronce (aunque el titanio vale mucho, no conviene alterar la cifra).
Poseidón, o Neptuno, recorría el mar armado de un tridente. Otros utensilios eran más apropiados para la pesca, pero ninguno lo superaba como bastón de mando. Ese mitológico tenedor anunciaba que los poderes se repartirían en Ejecutivo, Legislativo y Judicial.
La cultura helénica no pudo prescindir de las Tres Gracias que procuran felicidad y el cristianismo encontró tres virtudes teologales, Fe, Esperanza y Caridad.
Ninguna obra del canon occidental ha desatado tantas supersticiones como Macbeth. Quienes la representan, prefieren no pronunciar el título que ha llevado a la muerte a numerosos actores y se refieren, con respetuoso pavor, a “la tragedia escocesa”. Se rumora que Shakespeare incluyó ahí hechizos reales. Para volverlos convincentes, los puso en boca de tres brujas. El hombre que sería rey no pudo resistirse al triple oráculo que vaticinaba su cruel fortuna.
En la comedia, los Tres Chiflados o los Tres Amigos han integrado grupos inmodificables. Es posible que el viaje de Colón hubiera sido menos atractivo con una carabela extra y que ciertas frases se hayan vuelto inolvidables por nombrar tres cosas (como “Sangre, sudor y lágrimas”). ¿Hay algo peor que sufrir la triple venganza que Paquita la del Barrio documenta en “Tres veces te engañé”?
El tercer nos ubica en el espacio. La Tierra es “la tercera roca desde el sol” y vivimos en la tercera dimensión. México tiene tres colores en su bandera, fue fundado por el Ejército Trigarante y es representado en las canchas por el Tri.
No hay explicación científica para los terremotos del 19 de septiembre. Los dos primeros fueron una coincidencia trágica. Faltaba uno para cerrar la cuenta y para citar a López Velarde: “una sola cosa sabemos: que el mundo es mágico”.