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Progreso, Ideologías y Metanoias: La Pared Infranqueable del Paradigma
El conformismo nos lleva al estancamiento, o peor aún, como pericas enjauladas, nos hemos acostumbrado a vivir en un sistema inmóvil, disfuncional, de dimensiones nacionales, que sigue dependiendo de nuestra apatía para sobrevivir. Para salir de esta jaula, necesitamos una concepción de progreso tan poderosa y esperanzadora que de un solo golpe invalide nuestras creencias ideológicas más profundas. En especial, debemos cambiar aquellas ideas que por obsoletas, radicales o inválidas, nos impiden reconocer que vamos por el camino opuesto a crear una sociedad más abierta, innovadora y desarrollada. Ideologías nocivas se han enraizado en nuestras instituciones a través de normas y reglas que hemos reforzado con nuestra conducta. Hemos abordado procesos importantes incorrectamente, acostumbrándonos a sus ineficiencias e injusticias, racionalizando el error con el escudo de la tradición. Nos hemos acostumbrado a dedicarle hasta cuatro horas de nuestro día a hacer filas interminables por las calles y avenidas del país, solamente para llegar a nuestro trabajo. Nos urgen propuestas verdaderamente progresistas que, de forma práctica y real, mejoren nuestro mañana. Si nos negamos a pensar en construir un futuro mejor, que no nos extrañe que nos depare más gobiernos comprados, inversiones clientelistas absurdas, burocracias ineficientes y fallas de mercado perpetuas. Estos males van a sobrevivir y multiplicarse. Nuestro rechazo personal al cambio permite que las carencias y deficiencias actuales se alimenten y se perpetúen.
Seguimos regurgitando propuestas pasadas, como si diciéndoles más seguido, esta vez sí lograrán mejorar nuestra sociedad. Pero, si seguimos como siempre, algo ha hecho falta en las ideas planteadas. ¿Por qué los esfuerzos por progreso siguen perdiéndose, abandonados e ignorados por quienes pudieran implementarlos? ¿Por qué nos caemos tantas veces con la misma piedra? Vivimos en un sistema social opresivo y corrupto que se reproduce como un eterno ciclo de algoritmos matemáticos, frecuentemente lavándose las manos de las precariedades y problemas que nos ocasiona. Aunque sabemos que lo que hacemos no está funcionando, continuamos hipnotizados actuando igual sin explorar con curiosidad mejores alternativas. Es difícil aceptar que lo hecho en el pasado no ha funcionado porque implica aceptar errores de los que nos tenemos que responsabilizar. Esto requiere de humildad. A veces, gana la comodidad y la familiaridad, por lo que cambios reales no se desarrollan, no se proponen ni se implementan. Ya no queda ni enojo. Acá ya no hay nadie que proteste y la cosa sigue igual ¡Hasta los más radicales sólo proponen más de lo mismo! Los resultados de nuestro camino se han vuelto sencillos de predecir: veamos nuestro pasado distópico perpetuarse al futuro infinito.
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Quizás una palabra que capture lo que más necesitamos como sociedad es la ‘metanoia’, palabra griega referida a “cambiar de opinión, arrepentirse”, o de ‘meta, “más allá”, y ‘nous’, “de la mente”. La ‘metanoia’ es la transformación por la que pasa alguien que cambia su forma de pensar, de ser, de percibir y, consecuentemente, de vivir. Este cambio sugiere un nuevo comienzo para repetir un procedimiento, pero de mejor manera con el conocimiento de lo aprendido. La ‘metanoia’ debe ocurrir en procesos ideológicos básicos y profundos en nosotros. Esta sería una herramienta básica para corregir nuestra pasividad y conservadurismo. La ‘metanoia’ puede ser dirigida a la resolución de problemas sociales que no han cambiado significativamente en mucho tiempo. Continuar proponiendo soluciones sin claras implementaciones prácticas es costoso. No considerar qué tan prohibitivas son las restricciones que hacen que un proyecto no se materialice de forma concreta lo lleva directamente al fracaso y hasta pone en cuestión nuestra habilidad de resolver. Necesitamos proponer pragmáticamente. Existen problemas sociales que requieren de sistemas de provisión que no implementamos, no porque no funcionen, sino porque nos rehusamos a cambiar de mentalidad, resaltando lo que se compromete, lo riesgoso o lo inútil que sería cualquier mejora. Algo verdaderamente innovador va más allá de radicalismos inmaduros y tercos, e involucra la capacidad de pensar, desarrollar y ejecutar cambios que mejoren las condiciones reales de manera substancial y correcta. Pero, cuando nuestros viejos paradigmas se confrontan con evidencias que les contradicen, casi nunca cambian. Frecuentemente las evidencias que contradicen nuestras creencias se adaptan para complementar el paradigma existente y así jamás alterar el resultado final. Por eso la ‘metanoia’ es infrecuente, frágil y difícil de lograr, pero hoy, más que nunca, es necesaria. Quizás la peor barrera para progresar es nuestro mal hábito de rechazar ‘metanoias’ ante sistemas disfuncionales. Es un rechazo lleno de cobardía, comodidad y orgullo que nos deja estancados marchando en el mismo lugar: el que nos hemos merecido.