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Edwin Cifuentes, el escritor viajero
Méndez Vides
Una simple búsqueda en la red, queriendo saber de Edwin Cifuentes (Huehuetenango, 1926), conduce a sitio de la Fundación para las letras mexicanas, donde en su enciclopedia de las letras se resume su vida en dicho país, y se menciona que desde 1981 se trasladó a vivir al hermano país, dando la impresión que allí continúa, aunque recuerdo que en 1995 se dijo que había regresado a la patria, en los momentos de cambio, concordando con los días que anticipaban el final del conflicto armado. Aquí o allá, hace tiempo que no he escuchado de sus sorpresas, porque pocos autores han vividos dedicados a la literatura con todos sus altibajos como nuestro compatriota.
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En 1972 había sorprendido al ganar un premio de novela corta en Costa Rica por el Bachiller Ocejo, así que su andar se había avivado a la mitad de la vida, y fue en esos años que se marchó a Francia, siguiendo el anhelo errático de perseguir el sueño de Henry Murguer en Escenas de la vida bohemia, como tantos otros latinoamericanos, particularmente nuestro
Enrique Gómez Carrillo, y se sumergió en el aletargamiento de un escenario turístico y la xenofobia, y al regresar a nuestro país se dedicó a publicar en las páginas de El Imparcial sus cuentos de París. Era el año de 1977, desde entonces le seguí la pista, y me alegré cuando diez años más tarde logró culminar todas esas experiencias europeas con la edición de su novela La nueva Esmeralda o también llamada La novela de París , que le publicara en México la Editorial Joaquín Mortiz.
A principios de los años ochenta tuvo un proyecto cultural quijotesco en la zona uno, en una casona antigua donde se propuso reunir a los trabajadores de la cultura, generando la tertulia que él necesitaba para respirar. Emprendió la actividad impulsado por ese carácter idealista de escritor para quien la vida entera gira solo en torno a la cultura y sus manifestaciones, pero desgraciadamente el sueño fue breve. En esos días la catástrofe nacional lo sacudió, le arrancó París del alma, porque una hija cayó víctima de la guerra interna y tuvo que partir al exilio, dolido y golpeado. En México lo acogen con los brazos abiertos y las seguras pequeñas desventuras de los trasplantes, y allí escribe la novela testimonio El mensaje de Alma Cienfuegos, que gana en 1989 el Premio Chihuahua de Testimonio, otorgado por el Instituto Nacional de Bellas Artes, y que se publica como consecuencia. Algunos ejemplares se encuentran en las librerías de títulos recuperados por los libreros, y esta obra en particular es conmovedora. Desde las primeras páginas asombra, porque retrae aquellos años duros que ya no queremos recordar, imágenes de la represión y la soledad y el miedo en los tiempos del luquismo. El primer capítulo se titula La búsqueda , y es una antología del dolor: una pareja de padres, ajenos a las luchas de entonces, sufren la ausencia de una hija que desaparece sin decir nada, para unirse a la guerrilla, y comienzan la tarea de buscarla en los lugares más insólitos.
Un inicio que golpea porque logra comunicar el horror humano, y es un canto de amor e impotencia, capaz de hacernos llorar. Lo que relata es un hecho universal, pero circunscrito a una época fundamental de nuestro país. El capítulo inicia con la frase: “Hoy fui a buscarte a San José del Bueno y una vez más no te encontré.”, y termina en la página 31 con una fuerza insospechada, “te recordaré que tu madre te espera, que necesita saber de ti, que por qué te fuiste sin despedirte”. De allí en adelante es una novela testimonial, para el estudio del tiempo pasado, pero que ahora está todavía muy próximo. Habrá que esperar unos cuantos años más para madurar la experiencia y volver a la obra para apreciarla mejor. El primer capítulo, sin embargo, es un logro excepcional, porque se sale del discurso fabricado de la época y llega hasta el tuétano, planteando el horror de ser víctimas de la ilusión. Edwin Cifuentes nos involucra en tales vibrantes páginas que deslumbraron al jurado en México.
Sus obras han sido publicadas en editoriales locales, como El pueblo y los atentados, o Adalberto y la amenaza nuclear, y según se supo, murió silenciosamente hace algunos años e injustamente ha pasado inadvertido el autor de la “prosa diáfana”, cuya vida sin embargo quedó contenida en sus libros y despierta con la lectura.
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