Suplemento Cultural Contenido 01-11-2014

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LAS HORAS CLARAS (*) ALBERTO HERNÁNDEZ

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eo Las horas claras (Sociedad de Amigos de la Cultura Urbana, Caracas 2013) como un poema, con toda la libertad que me ofrece una historia que también es novela en la medida en que los personajes se atan y desatan de las anécdotas. Y digo que leo aunque también podría afirmar que canto Las horas claras como un aria, porque tiene sentido si asumo la decisión de leer como si cantara. La historia podría ser lo de menos, pero no es así. Tanto el fondo como la forma llaman al lector. Aquí se plantea un nivel de lectura, una forma de leer, de estar con una manera de deshacerse de viejas costumbres o mitos, de innombrables facturas de algunos editores en tanto fariseos de la publicación. Leo Las horas claras con una rara pero cómoda postura espiritual y sicológica. Soy la voz que canta, la voz que cuenta, la voz que va descontando cada segundo de una mujer que quiere una casa en el campo, Madame Savoye. Voz que transmigra. Es decir, no leo una novela: leo un poema como si fuera una novela. O una novela como si fuera un poema. Pero también la siento la crónica de unos sujetos –hombres y mujeres- que se deshacen como la casa mientras el mundo sigue su curso. Leo algo de otro tiempo con un discurso joven, limpio, elegante: leo a Jacqueline Goldberg y siento que Las horas claras representan un género cuya libertad radica en no ser ninguno, por eso entonces creo levitar sobre la fotografía de la mansión que está a punto de borrarse del paisaje del lector. Leo, definitivamente, la impresión de un instante. 2.

Una historia real, traída entre fragmentos. Una historia en la que flotan unos personajes

reconocibles: París, sus adentros borrosos y el vaho del Sena. El campo verde de Poissy en Chemin de Villiers, en el que Le Corbusier (Charles Édouard Jeanneret-Gris) construyó la mencionada casa por porfiadas órdenes de Eugénie Thellier de La Neuville, esposa de Pierre Savoye. Y fue una porfía en la que se movió mucho dinero, pero también la muerte de una amiga, el recuerdo, la soledad, las ganas de huir de la gran capital y someterse al clima de una campiña. Me inclino a pensar en los lectores que también podrían caer en el desdén de algunos editores, quienes no encuentran qué hacer con un trabajo de esta naturaleza. De modo que quedarían huérfanas las personas, la manera de contarlos, de hacerlos parte de unas horas y provocar en ellos rasgos que más tarde darían con tesis y teorías como las que pronto aparecerán. Este señalamiento es una crítica directa a esos “editores” que desde lejos ven el libro y luego lo apartan porque no lle-

nan los precipicios de su empresa. La declaración de la autora acerca de este comportamiento, deja ruidos en el ambiente, porque ha pasado con otros libros que no llenan las expectativas de X editorial. Pero el pasado es pasado. Hoy, Las horas claras es un libro que ha logrado quemar esa opinión y se ha convertido en una bella referencia literaria. 3. Como hablo en primera persona, debo dejar sentado que formo parte de los personajes que habitan en las páginas de la poeta y narradora. Ella es responsable de ese evento: Leer un libro “extraño” nos hace “extraños”. Leer una novela que podría ser un poema largo, que podría ser una crónica, que podría ser una referencia nos convierte en una revelación: nos fragmentamos en cada página, en cada número que abre la posibilidad de un nuevo empeño: escribir desde Las horas claras el proceso de escritura de una creadora que no para de inventarse. Ser ella desde sus fantasmas, para recordar a Sábato.

4. Jacqueline Goldberg divide su libro en horas, en estadios temporales que avalan los pasos de los personajes y de la misma historia. No me atrevo a decir capítulos, porque no lo son. Son horas, momentos, instantes. Podría llegarse a pensar que la autora imaginó el libro como un poema, porque es poeta, pero el poema se hizo un “extraño” híbrido que enriqueció la pieza y, por supuesto, al lector. Su mirada puesta en la inscripción latina Nullas numero nisi serenas horas (Solo enumero las horas claras) constituye un precioso y preciso instante para decirnos que la sombra estaba sobre la casa, suerte de paratexto que aglutina toda la atención. Es decir, miramos la casa y la construimos con Le Corbusier, pero también la abandonamos y nos alejamos de Madame Savoye, de una porfía que pudo haber sido enfermiza, delatora de alguna patología. No obstante, el tiempo le dio la razón: La casa vivía, vive, no es eterna, pero aún sus paredes

son capaces de recibir el sol y la lluvia, la nieve y las hojas de la primavera. Una casa que respiró la pólvora de la ocupación, que delató las traiciones, delaciones y efectos de una guerra. La casa de un largo dolor. La casa enumerada bajo la luz que la mujer siempre soñó. ¿Leímos también un sueño? Pues sí, un sueño, un letargo. Los personajes pasan levemente. La escritura es tan cerca a la simbología, a su elegancia misteriosa, que nos hace acreedores de una lucha insistente. ¿Fue un fraude? Ella lo advirtió, lo denunció: la inclemencia y la malignidad de Monsieur Jeanneret quedó en evidencia. Ellas, la casa y la mujer, fueron víctimas de un silencio que no se merecían. Las horas también fueron oscuras, alevosas. 5. Leo Las horas claras como una punzada. Como lector no dejo de ser Madame Savoye. No dejo de sentirla en carne propia. Cada fragmento de esta obra es ella en uno. Si bien Proust hizo de la margarita un símbolo que aún se sostiene en su lectura, en Las horas claras de Jacqueline Goldberg nos queda el sabor mortal de la oronja verde, un hongo venenoso que pasó por la boca de su amiga Georgette y dejó en Madame Savoye la herida que solo puede entenderse en el poema de Emile Verhaeren, tomado precisamente del libro Las horas claras (1896), donde se lee: En tiempos en los que tanto sufrí,/ Cuando las horas se me hacían trampas,/ Me entregaste la hospitalaria luz. Entonces la luz se sobrepone a la sombra. Allá está la casa, viva aún. (*) Con este libro Jacqueline Goldberg ganó la edición XII del Premio del Concurso Anual Transgenérico, Caracas 2012. Igualmente obtuvo el Premio Libro de Año de los Libreros Venezolanos 2014 y fue finalista en el Premio de la Crítica a la Novela 2013.


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Hannah Arendt: La filósofa rebelde que no quería serlo

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e cumpliero 108 años del nacimiento de Hannah Arendt, protagonista del doodle con el que Google ha querido honrar su figura, tan criticada como admirada. Hannah Arendt, alemana y posteriormente estadounidense de origen judío, reiteró en diversas ocasiones no sentirse «filósofa» y era descrita por su madre como una niña luminosa y alegre cuyo carácter cambió a raíz de la muerte de su padre, enfermo de sífilis, cuando tenía 7 años. Fue el primer golpe duro de una vida en la que, pese a todo, supo hacerse a sí misma y pasar a la historia como una de las figuras más ilustres de todos los tiempos. Aquel de 1913 en el que tuvo que afrontar la muerte de su progenitor, Hannah también tuvo que asumir la pérdida de su abuelo, a quien estaba muy unida. Otra contrariedad para ella fue la de que, pasado cierto tiempo, su madre volvió a casarse. Sin embargo, encontró refugio entre los libros: a los catorce años, ya había

leído la «Crítica de la razón pura», de Kant, y la «Psicología de las concepciones del mundo», de Jaspers. Se fue forjando así una fuerte personalidad motivada por su potentes inquietudes intelectuales. En la Universidad de Berlín, la joven fue consciente de que debía seguir «su impulso por entender», algo que para Arendt era cuestión esencial. Su personalidad no respondía al estereotipo femenino de la época. De pronto, un día, conoció a Martin Heidegger, un joven profesor, aunque diecisiete años mayor que ella. «El mago de Messkirch», (su lugar de nacimiento), fascinaba a sus alumnos porque no esperaba de ellos que fuesen meros oyentes, sino interlocutores. La relación amorosa con la autora de «La condición humana» no tardó en surgir, pero Heidegger era católico, estaba casado, tenía dos hijos y, sobre todo, una reputación social que no estaba dispuesto a echar por la borda. El amante le enseñó a la amada que pensar y ser

viviente eran una misma cosa. Los amantes mantuvieron una relación con altibajos, pero la intelectual se mantuvo siempre, no obstante el amor había prendido fuerte y ninguno se zafó totalmente de él. El motivo fundamental de la ruptura, según explicaba Trinidad de León-Sotelo en ABC hace pocos meses, fue la afiliación del autor de «El ser y el tiempo» al partido nazi y la inevitable huida de Alemania de Arendt por su condición de judía.

Pensadora en el exilio Arendt era judía, aunque no vivió su identidad en profundidad. En 1933, cuando tras el incendio del Reichstag, su inteligencia le dictó que era preciso asumir el exilio y, tras pasar por Francia, se dirigió a Estados Unidos. Allí tuvo claro como periodista que los valores de la profesión debían ser la honradez, la objetividad y el rigor de la investigación. Si bien el antisemitismo le pare-

cía «un insulto al sentido común», eso no le impidió que rechazara que el Gobierno de Israel empleara con los palestinos las mismas armas que habían herido a los judíos, siendo causante de grandes masas de apátridas. Arendt murió en 1975, en Nueva York. En palabras del filósofo y colaborador de ABC Gabriel Albiac «dejó una obra grande. Vivió una vida generosa. Y libre». Entre muchas de sus obras destacan, por citar algunas, «Los orígenes del totalitarismo», «La condición humana» y «Eichman en Jerusalén», además de dedicarle gran parte de sus textos sobre filosofía política a desmontar los totalitarismos. En especial, el nazismo, movimiento que, a su juicio, no sentaba su base en la germanidad, sino en un nacionalismo corrosivo, y que detestaba hasta el punto de calificarlo como una «patología política» y una «enfermedad malsana».

VIII Encuentro de Ensayistas y Narradores de Pie de Página JULIA ELENA RIAL

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os días 2 y 3 de octubre la Asociación Literaria Pie de Página unió los esfuerzos de sus integrantes, de los ponentes, con la colaboración de la Biblioteca Estadal Agustín Codazzi, y del público participante, para llevar a cabo el Encuentro de Ensayistas y Narradores que, por octavo año consecutivo, realiza la Asociación en Maracay. Acto dedicado, en esta oportunidad, al dramaturgo Isaac Chocrón y al narrador Salvador Garmendia. Convergencia de ideas, novedosas propuestas literarias, en dos días consecutivos, ocuparon el interés de un selecto grupo de asistentes, quienes, junto a los conferencistas, le dieron lucidez y nivel cultural al evento. El Encuentro se presentó como un diverso sistema de códigos literarios, que se inicia con la propuesta del museólogo Pedro Guillermo Hernández, quien desarrolló su ponencia en torno al cruce memorioso entre fotografías familiares y literatura, en relación con la obra teatral de Isaac Chocrón. Centrado en principios de proyección cultural, el expositor atrajo la atención

de los asistentes al proponer unos modos específicos para interrelacionar: memoria histórica con fotografías familiares y, a través de ellas, sustentar la idea de que las ciudades se han ido formando en torno a un literario cultural- visual de proyección regional y nacional. En la misma lírica de humanismo social e histórico, el Poeta Mario Amengual propone, en su ponencia, darle mayor participación a la poesía dentro del caos de la vida actual. La poética como factor humanizador, en este mundo de incertidumbre, trasmite una inevitable carga espiritual que se va reiterando, al ofrecer un aporte de lirismo a lo largo de la vida. Un poco al estilo de Michel de Certau, se trata de inventar lo cotidiano. El profesor Guillermo Cadrazco, en su calidad de poeta, asumió como tarea la poesía urbana de Erasmo Fernández. No sé si fue sólo el azar, el que lo llevó a coincidir con Amengual en su posición de considerar la vida, como una secuencia de lirismo citadino en la obra de Erasmo. Lo reafirma cuando dice: “La poesía siempre tendrá y mantendrá un infinito tratamiento, amoldado a

los requerimientos del tránsito del hombre por el mundo, ese camino que es nuestro. Como en años anteriores, el interés de las ponencias estuvo centrado en convergencias y divergencias. Dentro de este enfoque la Narradora y Editora digital, Lenis Rojas disertó, con tono suave y cordial, sobre la importancia y difusión del libro en la Web. Se suscitaron respuestas positivas y negativas, entre un público que manifestó su preferencia por las ediciones en físico. Sin embargo todos reconocieron que se trata de una importante manera de difundir la literatura, y el conocimiento, a grandes grupos de la población, como lo hace Lenis desde la Página digital “Ficción Breve” que dirige. La tecnología dio paso a la romántica ponencia de la Poeta Zuray Marcano, que versó sobre la poesía de Lourdes Aguilera de Sánchez, cuya poética amatoria aborda la sencillez del amor único a su esposo. La lectura relajó posibles tensiones y suscitó amables comentarios, que versaron desde la incredulidad hasta la admiración. Se puso en evidencia como los sentimientos

se transforman, según los códigos culturales sean emergentes o de desgaste. El escritor Manuel Cabesa tuvo a su cargo referirse a las poco conocidas novelas de Isaac Chocrón, conferencia amenizada con anécdotas de momentos compartidos entre Manuel y el dramaturgo, ya fallecido. Al unísono con las ponencias, Manuel fue objeto de un homenaje en palabras de la poeta Julia Liendo, quien se refirió a la designación de Cabesa como escritor homenajeado en la Filven 2014 de Aragua. El uso didáctico de la dramaturgia cambió el ritmo del lenguaje, cuando el Actor y Autor dramático Alexander Otaiza nos habló de la importancia del aprendizaje teatral en la escuela secundaria, como herramienta liberadora de angustias en adolescentes. Además de que amplía el saber cultural, la creatividad de los jóvenes ofrece indicios para ayudarlos a resolver problemas de la edad. Al final de su participación Otaiza leyó una picaresca performance de distracción sexual, escrita para grupos que se reúnen para tal fín. Una y otra lectura estuvieron enmarca-

das en la frase de Arthur Miller leída por el ponente que dice: Una obra teatral no es importante por los acontecimientos que ocurren en escena, sino por lo que subyace en el fondo de lo que ocurre en ella. Para cerrar estos dos días de disfrute literario la Escritora Carmen Campos rindió honores al narrador Salvador Garmendia, desde una visión semiótica del libro Pequeños seres. Culminó la lectura con un interesante relato de su autoría. Lamentamos la ausencia del Periodista-escritor Rafael Ortega, a quien motivos de salud le impidieron acompañarnos. Su ponencia titulada La Poesía como instrumento de liberación será motivo de un próximo evento. Como otros años, alrededor del vapor del humeante y oloroso café se fraguaron futuros encuentros, críticas, elogios e instantes de afectividad de quienes nos acompañaron. A todos ellos, ponentes, asistentes, al personal de la Biblioteca Agustín Codazzi, a los periodistas Alberto Hernández y Rafael Ortega, quienes han sido siempre solidarios con nuestra Asociación, llegue nuestro afecto y agradecimiento.


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¿Es posible un español global? Supremacía de la redacción

La metáfora de la vida

FABIO MORÁBITO

Empezaría por poner en duda la existencia de los idiomas nacionales, entendidos como realidades compactas e inamovibles. Apenas lo miramos de cerca, un idioma nacional se fragmenta en lenguas y dialectos que se subdividen a su vez en hablas locales. En cada caso, además del acento, vemos cambios en los nombres de los alimentos, de las prendas de vestir, de los utensilios domésticos, de los juegos y de las diversiones, todo lo cual dificulta la comunicación, pero también, si se quiere, la estimula. En este sentido, el llamado español global me parece una entelequia todavía mayor que los españoles nacionales. Ni siquiera la televisión, que ha sido siempre un potente factor de homogeneización lingüística, escapa a la ley de la proliferación incesante de localismos, modismos, jergas y demás usos puntuales y a menudo efímeros (y no por efímeros menos significativos) en los cuales se sustenta cualquier lengua viva.

JAVIER SAMPEDRO

Ilustración: Fernando Vicente. El español global solo puede existir en la escritura, como estilo literario. Su optimismo comunicativo solo puede plasmarse de esa forma. De hecho, existe así. No es de sorprender, porque toda escritura representa cierta normalización del habla y conlleva su potencial globalización. Las revistas de las aerolíneas, para citar un caso, están redactadas en ese estilo global. Dije redactadas, no escritas. El verdadero problema lingüístico actual, en mi opinión, no es la globalización

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idiomática, sino la gradual supremacía de la redacción sobre la escritura, tanto en ámbitos frívolos como eruditos, un problema que habría que atacar desde la escuela. Mientras la escritura tiene su semilla en el uso oral del lenguaje, y de él se nutre, la redacción nace con una sordera crónica, desligada de los movimientos íntimos del habla, a la que sin embargo remeda groseramente, y de ahí su éxito y propagación inmensa, desde las revistas de avión hasta las académicas.

Los biólogos estamos acostumbrados a apoyarnos en metáforas lingüísticas, y ya es hora de devolver el favor. Como el lenguaje, la vida se propaga y se bifurca sin cesar en reinos, filos, clases, órdenes, familias, géneros, especies y razas formando una maraña inabarcable donde todo parece valer, desde la exuberante cola del pavo real hasta el ojo escueto del águila, que posee mecanismos para corregir las aberraciones de su lente que han inspirado a generaciones de ingenieros, y desde las cien neuronas contadas del gusano hasta la orgía de complejidad y enredo del cerebro humano, en una explosión de pluralidad ante la que dan ganas de tirar la toalla y descartar esta materia por incognoscible. Pero, como la lingüística, la biología nació como ciencia y ha podido progresar gracias al reconocimiento de sus principios generales: que toda la vida está hecha de células que provienen por división de otras

células; que a toda subyace el mismo metabolismo central, una red de compuestos y reacciones que, por otra parte, tiene tanto sentido como pueda tener un producto de la historia; que toda vida está basada en moléculas autorreplicantes que saben sacar copias de sí mismas y propagar así la información una generación tras otra de forma independiente de los caprichos de la existencia; y el principio más general: que nada tiene sentido sino a la luz de la evolución, y que entender algo equivale a entender su origen y los principios de su construcción. No voy a dirigirles a través de la metáfora —es seguro que ustedes ya lo habrán hecho a medida que leían—, pero sí ofreceré una coda: por mucho que nos guste reconocernos en nuestra irreproducible diversidad, siempre necesitaremos un español estándar para entendernos, y para que nos entiendan los estudiantes de español para extranjeros. Salgan del cascarón y hablen claro, que hay niños escuchando.

Cirque, un mundo entre buscadores de huellas NESFRAN GONZÁLEZ

El circo, ese lugar que resulta un tanto mágico y divertido, es el encanto de niños y adultos una vez establecido en la ciudad de turno. Ya sea en cómodas butacas o en listones de madera bamboleantes, el público ávido de proezas se acomoda para presenciar un espectáculo diferente que despierte su capacidad de asombro. Tal como una colonia gitana, los trabajadores del circo se desplazan de un lado para el otro, lo cual hace creer que no poseen residencia fija. Luego, la curiosidad se reaviva con las espe-

culaciones que surgen sobre el cómo se desenvuelve el ir y venir tras bambalinas. Ricardo Mejías, a través de sus minicuentos, se inmiscuye dentro de la carpa y hace del circo un espacio fantástico. Dichas historias están compiladas en su nuevo trabajo Cirque y otros minicuentos, reconocido con una mención honorífica en el IV Concurso por una Venezuela Literaria mención narrativa. Cuarenta microuniversos que cuentan como antecedente más cercano el libro Fenómenos de circo de la escritora argentina Ana María Shua. El Humor, la ironía y el sarcasmo se conjugan magistralmente en un circo empobrecido, el león, el lanzador de cuchillos, el

mago, el domador, el equilibrista y el ventrílocuo, todos, bajo una voz callada nos aseguran que la función debe continuar. Así es el circo que nos trae Ricardo, entremezclado con otras historias aderezadas con los recursos propios de las minificciones: elipsis, precisión, intuición y un final sorpresa. Cuentos a dos manos, El gato y El doble son piezas claves en el engranaje de historias que se van complementando con perfecta sincronía. El lector ávido se verá en la obligación de una relectura y en el remarcaje de sus preferidos. El buscador de huellas, El poeta y el pez y El poema que no fue tan bueno nos hace recordar el trabajo que ha venido des-

plegando el autor en el campo de la poesía con dos libros ya publicados. Ricardo asume sus influencias como el caso de La isla, donde uno de nuestros máximos maestros José Antonio Ramos Sucre deja una estela en su prosa poética universal. En Los ojos observamos ese juego que hemos disfrutado en los cuentos de otro gran exponente como lo es Gabriel Jiménez Emán. Con Cirque y otros minicuentos, el autor consolida de entrada una voz propia, expresa con seguridad experiencias y anécdotas ya decantadas por el peso de los años. Esta incursión le brinda un plus de confianza para preparar los temas con los que nos regocijará en los años por venir.


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UN MUSEO PARA EL POETA DAVID MARCIAL PÉREZ

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e entraría por una austera casona del siglo XIX. Dentro se proyectarían obras de Delacroix y textos de Baudelaire. Detrás de la casa, un edificio moderno con siete salas con paredes metálicas colocadas en círculo alrededor de un patio cubierto con un cristal en forma de estrella. Debajo, dos estatuas de Chillida. Así imaginó uno de los más celebres arquitectos mexicanos como sería un museo que albergara todas las obras de arte sobre las que Octavio Paz puso su mirada y su letra. El proyecto de Teodoro González de León, quedó en un boceto de los años noventa. Hoy, en el centenario del nacimiento del poeta, el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México ha recuperado en parte aquella ensoñación de ensamblar poesía y arte plástico con una muestra de 228 obras sobre las que el premio nobel de literatura mexicano tuvo algo que decir. Paz, poeta, ensayista, traductor, crítico de arte y política, fue un prototipo de la figura del intelectual del siglo XX. “Su interés por el arte fue tan vasto y abarcador que sus reflexiones sobre la plástica ofrecen por sí solas uno de los panoramas más completos para disfrutar el desarrollo de las principales expresiones artísticas de todos los tiempos”, recordó Rafael Tovar, presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes durante la presentación de Esto en Aquello. Octavio Paz y el arte. Título sacado, precisamente, de uno de sus textos, donde resuelve la ecuación entre ambas disciplinas encontrando una esencia compartida: la metáfora. El pintor traduce la palabra en imágenes plásticas y el poeta es el que convierte en palabras las líneas y los colores. Así, las composiciones monocromas de Rothko evocan para Paz “el mar, el cielo, el desierto, metáforas del infinito”. Pinturas, esculturas, fotografías e instalaciones provenientes de diferentes museos como la Tate Modern de Londres, el Reina Sofía de Madrid o el San Francisco Museum of Modern Art y colecciones privadas de México, Estados Unidos, Canadá, Europa y Asia, dan forma a uno de los actos

más ambiciosos del programa de actividades que conmemora el centenario del poeta. Contiene desde piezas precolombinas hasta arte oriental, pero el mayor peso de la colección es para las vanguardias del siglo XX, de las que el propio Paz fue heredero y protagonista. Picasso, Duchamp, Miró, Pollock, Ernst o Kandinsky se pasean por las 11 salas en las que se distribuye la exposición. La intención de la muestra es provocar un diálogo entre los textos del poeta, las obras y el espectador. Para eso, cada obra va acompañada de su fragmento correspondiente en Los privilegios de la vista, el cuarto y monumental tomo (1160 páginas) de la obra completa de Octavio Paz, donde se reúnen sus brillantes escritos sobre las artes visuales de México y del mundo. El recorrido no guarda un orden cronológico, pretende ser una exposición “estructurada de forma diacrónica y sincrónica para mover fronteras geográficas y también el tiempo”, según el curador Héctor Tajonar. La selección está más bien ordenada por

bloques de afinidad estética, correspondiendo con los afectos o desencuentros que tuvo Paz con algunas corrientes o autores. Por ejemplo, con su compatriota el muralista Diego Rivera, del que consideraba que su nacionalismo era “una mera decoración y superficie pintoresca”. Uno puede, no obstante, rastrear través de la muestra la pista biográfica del poeta. Con 23 años Paz asistió en España al II Congreso Mundial de Escritores Antifascistas, bastión de estalinismo europeo. Eran los años treinta, su época de militancia, cuando Aragón, Eluard, Neruda, los poetas de izquierda a quién admiraba convertían sus obras en armas de combate. Pero Paz fue poco a poco desentendiéndose de una estética y de una ética fundada en el dogma de la revolución soviética. En esta tensión entre política y literatura, que marcaría de por vida al autor, Paz se vuelca en una expresión más emocional tanto de la política y como del arte. Más cerca, por ejemplo, de Picasso, a quien consideraba el mayor ejemplo de pintor

de su tiempo. “La excentricidad de Picasso es arquetípica. Un arquetipo contradictorio, el que se funden las imágenes del pintor, el torero y el cirquero”, dice la cita que acompaña a Las meninas del pintor malagueño. En su primera época en Francia, al servicio del cuerpo diplomático mexicano en Paris, se queda prendado de la subversión surrealista y su intento de “unir en una sola las dos consignas de Marx y Rimbaud: cambiar al mundo/ cambiar al hombre”. Paz encontró en aquellos arqueólogos del sueño la justificación perfecta para su defensa explosiva de la libertad interior, la subjetividad y la omnipotencia del deseo. A propósito de uno de los cadáveres exquisitos de su amigo André Breton, recogidos en la muestra, recuerda cual era la misión: “ni vida artística ni arte vital: regresar al origen de la palabra, al momento en que hablar es sinónimo de crear”. Paz encontró además muchas conexiones entre esa experiencia irónica de la cultura y el acervo popular de su país. En

las creaciones del ilustrador y caricaturista mexicano José Guadalupe Posada, famoso por sus escenas costumbristas de la época de la Revolución en la que sus protagonistas son esqueletos, ve el antecedente de ese juego de hacer extraño lo familiar: “Ese humor, negro, verde o violeta, está impregnado de simpatía ante las debilidades y locuras de los hombres”. El bloque titulado Las dos conquistas: la de las armas y la de las almas, muestra la visión compleja y contradictoria de Paz sobre aquel suceso histórico. Tal y como explicó en su célebre ensayo El Laberinto de Soledad, la identidad mexicana está trágicamente condicionada por una suerte de sangriento pecado original. No solo fue una derrota armada sino una victoria de la cultura occidental sobre la mesoamericana. En su interpretación de varias iconografías religiosas mexicanas del sigo XVIII, concluye que el resultado es una contaminación mutua: “hubo conversión al cristianismo y conversión del cristianismo”. Así, en La Virgen de Guadalupe, el símbolo religioso más seguido del país, “se funden los atributos de las antiguas diosas con las vírgenes cristianas. Es natural que los indios la llamen todavía con uno de los epítetos de la diosa de la tierra: Tonantzin nuestra madre”. Pero el atributo de esta nueva diosa no es ya velar por la fertilidad de la tierra sino ser el refugio de los desamparados. “La Virgen es consuelo de los pobres, el escudo de los débiles, el amparo de los oprimidos. En suma la madre de todos los huérfanos”. El erotismo, que ocupa un papel central en el discurso de Paz, también tiene su espacio en la exposición. “El erotismo es sexualidad transfigurada: metáfora. El agente que mueve lo mismo al acto erótico que al poético es la imaginación. Es la potencia que transfigura al sexo en ceremonia y rito, al lenguaje en ritmo y metáfora”. Es en oriente donde encuentra las más diversas expresiones artísticas surgidas de la potencia de Eros. En los años sesenta fue nombrado embajador de México en la India. Allí conocería a Marie José Tramini, su tercera y última compañera.


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