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Crónicas del Olvido
Manías de Ciudad desesperanza. Mientras apestamos, el porvenir es tan inseguro como la belleza del montón de miedo que nos llega a los hombros. “Los autos también/ iban hacia el futuro, negros, / grises y a veces –los taxis-/ hasta color marrón claro. Es extraño y no muy agradable/ pensar que ni siquiera el metal conoce su destino/ y que la vida se ha gastado gracias a una apoteosis/ de la compañía Kodak, con fe en las fotos/ y tirando los negativos. / Aves del Paraíso cantan, a pesar de que las ramas no se mecen”.
ALBERTO HERNÁNDEZ
D 1.-
e Joseph Brodsky aquella manía de encerrarse en una botella y dejar la ciudad asilada, al resguardo de quienes hacían de la borrachera fiesta para consagrar. No en vano comentado por el poeta Juan Gelman, me traslado desde su lectura hasta el poema Una fotografía, para aislarme un poco y deshacerme de la pesadilla que a diario corrompe nuestra tranquilidad: “Vivíamos en una ciudad color vodka helado. / La electricidad venía de lejos, de pantanos, / y el departamento de noche parecía/ sucio de turba y picado por mosquitos”. De paseante de esta Maracay, paso a refistolero, a calumniador de árboles, los mismos que Brodsky deja a un lado para seguir tocando las fauces de la urbe: “Las ropas eran gruesas, denunciaban/ la cercanía del Ártico. Al fondo el corredor/ se crispaba el teléfono recobrado, reacio, / el sentido después de la guerra terminada”. En vista de la nuestra, refriega nacional que nos trajeron, develo este cansancio, estas ganas irrefrenables de detener la muerte, el zumbido de la eternidad en los ojos.
2.Manía que recobra la calle en el parpadeo del hambre, en la sinopsis de la angustia, tan grata a los programas de donde proviene el aliento del miedo. Esta ciudad está a merced de la queja. Desecho visual, respiramos los gusanos y los pájaros negros de la mentira: dicho y hecho, Maracay nos ladra en los oídos. Manía de sacudir las manos en la cara de la indolencia. Manía insoportable para mí mismo, dado a reclamar
–como si me tocara, como si tuviese derecho- a los nacidos en esta urbe de egotistas , en la que ya casi nada es posible pensar en hacerla posible. Y así, maníaco depresivo, aturdido y vapuleado, quien me habita desde afuera es una mueca, un alarido desde lejos en este cementerio de alimañas. Manía, sí, tan desperdicio como zozobra, que tiene en el poeta ruso-norteamericano la misma marca: “El billete de tres rublos divertía a los aviadores/ y a los mineros del carbón. / Yo ignoraba que un día todo eso iba a desaparecer. / En la cocina, ollas esmaltadas/ inspiraban confianza en el futuro/ convirtiéndose en sueño, / obstinadamente, en sombrero o ejér-
cito marciano”. Que no quepa la menor duda, somos un ejército de extranjeros de otras galaxias, aliviados por los discursos, las marchas y contramarchas, los muertos con los ojos abiertos, las mujeres violadas, los hombres ahogados o calcinados por la fantasmagoría de este impericia cotidiana. Púlpitos, bufetes, pantallas televisivas, palacios y casonas corroen el tiempo, la tranquilidad del viejo reloj detenido, arriba en la torre de la Catedral. 3.Con la boca cerca de la basura, entre las moscas y el olor ácido de la lechuga podrida, crece el mundo de la
4.Digo de la metáfora de un árbol que ambula en la ciudad. Una fotografía, un hombre recostado de una viga de ahorcado, un borracho alucinado, un maníaco que se quiere comer la luna, un uniformado que hace el amor con su pistola, un iletrado que lee la Ilíada y canta desde el disgusto de saberse parte de las heces del mundo. Vieja manía la de morir siempre en la orilla. Manías engendradas por la sangre de los antepasados. Manía de vivir pese a la fosforescencia de Cesare Pavese bajo la sangre de Pasolini. Manía de ciudad y dejar de ser humano para arribar a la savia de un árbol y olvidarme de Brodsky. Pero, vamos, vivimos, maníacos, entre los miedos naturales y los inventados por los fantasmas de este mapa carcomido por las polillas de la indecencia. Aves del Paraíso, ¿cuáles? La carroña espera por los pájaros de Hichcock, por los muertos de Poe, por los niños monstruos de Quiroga, por el que a diario nos espanta con su cara de palafrenero. Manía, tanta manía, tantas ganas de ser ciudad y rechazar la calle hacia el infierno.
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“Lo único bueno que deja la guerra en Colombia es la vuelta de la naturaleza” WINSTON MANRIQUE SABOGAL
S
i hay un resquicio positivo que puede dejar la muerte este es verde. Al menos en Colombia. “Lo único bueno que nos ha dejado la guerra es el rebrotar de la naturaleza”, asegura Héctor Abad Faciolince. Es el resultado de la vorágine de fuego enemigo, amigo e interesado, vivido allí durante las últimas décadas que ha ahuyentado a la gente de muchas zonas, solo pobladas por la vegetación. De ahí que uno de los temas clave al día siguiente de la firma de la paz, en caso de producirse, entre el Gobierno y la guerrilla, es la tierra, sostiene el escritor, al que le asaltan varias preguntas: “¿Sabemos, realmente, qué queremos hacer con la tierra colombiana? ¿Queremos volver a colonizarla? ¿Querrán los campesinos que han sido desplazados volver al campo? Es un misterio, pero ahí está. Tenemos que volver a pensar en la tierra”. Son interrogantes que rodean la publicación de su nueva novela: La Oculta (Alfaguara). Una obra que puede ser leída como una metáfora de su país. “Cualquier novela ambiciosa quiere ser resumen de algo más grande. Metáfora de algo más grande. Tierra y nación son palabras que se incluyen de alguna manera”, reflexiona Abad Faciolince (Medellín, 1958). La Oculta es una finca en el departamento de Antioquia, que ha vivido durante 150 años las pasiones y violencias del país. Un pedacito de tierra por donde han peregrinado eternos miedos nacidos de sueños, ambiciones, robos, odios, amores, desamores, amenazas, secuestros, incomprensiones, uniones, venganzas, rechazos, trampas, olvidos… A la novela ha vuelto Abad
Faciolince ocho años después de El olvido que seremos, muy bien acogida por el público y la crítica. Esa crónica novelada, que le dio prestigio y proyección internacional al abordar la impunidad del asesinato de su padre a manos de los paramilitares en 1987, deriva en una hermosa manifestación de amor de un hijo por su padre, mientras reconstruye los pasos de su familia. Ahora, él, que en varias ocasiones ha dicho que cada vez le interesa “más la realidad y menos la ficción, aunque todo parezca más ficción”, vuelve a hechos reales para crear ficción: la de un pedazo de tierra. La de tres hermanos, Pilar, Eva y Antonio, que heredan una finca en el suroeste de los Andes antioqueños, y la relación que cada uno de ellos tiene con esa tierra y sus antepasados. Sus voces tan distintas se relevan unas a otras en una procesión de hechos hasta dar la vuelta completa a la historia de la finca, mientras desvelan piezas del puzle de sus vidas. Sobre esa disociación, Abad Faciolin-
ce reconoce que “el escritor de ficciones es esa persona capaz de salirse de sí mismo, al igual que el lector. El autor se sale, se extraña, y de alguna manera se mete en otros al escribir”. Esta vez en Pilar, una mujer de tradiciones arraigadas; en Eva, una madre soltera con continuas relaciones sentimentales, y en Antonio, un gay que vive en Nueva York. Con La Oculta, el escritor ensancha su territorio creativo a la vez que lo convierte en la suma de su pasado literario. En la historia de esa finca hay temas y ecos de sus otras novelas: los sentimientos encontrados de Fragmentos de amor furtivo, lo urbano de Angosta, la mirada culta y metaliteraria de Basura, la violencia y el dolor de El olvido que seremos y la vena investigadora de Traiciones de la memoria. “Soy un Catoblepas, como me dijo un día Vargas Llosa, ese animal mitológico que se devora a sí mismo, porque, dijo él, hay autores que se nutren de su propia historia. Solo que aquí es una relación fuerte
con la tierra, a la vez que experimento una estructura y un tono con respecto a mis otros libros”, explica el escritor. Eso sí, aclara: “En cada nuevo libro tengo que explorar porque de lo contrario me aburro”. Así es que en ese desaburrir del retrato de la finca ancestral, ha colocado otros elementos esenciales: la familia, las diferentes familias de hoy; el amor, los diferentes amores a personas o cosas; la fe, las diferentes formas de creer o no creer; y todo eso imbricado y revestido de un elemento más fuerte y trascendente: la memoria. Y tras ella y con ella, el recuerdo: “Como ya he dicho, más que la memoria, escribo con la mala memoria, y eso es fantasía. La memoria está llena de vacíos y la literatura los puede rellenar”. Abad Faciolince se basa en la finca La Oculta de su familia. En su historia, sobre la cual se documentó y habló con muchas personas, desandó su origen que lo llevó hasta el siglo XIX cuando unos judíos conversos, marranos, procedentes de Toledo “creyeron que la
tierra prometida estaba allá en el trópico. Ellos tumbaron selva, trabajaron la tierra, la sudaron, la enriquecieron, la hicieron suya. Después pasó a ser tierra de cafetales, luego de ganadería, hasta ser casa de campo. Y así muchas familias en Antioquia. Por eso somos tan apegados a la tierra. Lo primero que yo hice cuando tuve plata fue comprar una finca. Es así”. En Colombia hay muchos despojados o desplazados de la tierra, recuerda. Ricos y pobres. “Hace 50 años Colombia era puramente rural, hoy es urbano. Todos tienen gran añoranza de la tierra. Y todos sienten que tienen derecho a ella. En Israel y Palestina es igual. Todos venimos de una tierra. Necesitamos pertenecer a algún lado, aunque sea para tener de donde irse”. Y en Colombia en los últimos 150 años ha habido dos millones largos de kilómetros cuadrados surcados de balas y desplazados, ríos por donde bajan muertos y carreteras sin un alma durante mucho tiempo por el miedo a ser asaltado. Ahora, dice Abad Faciolince, parece que la muerte tiene un lado bueno, y es de color verde. Eso es La Oculta, la mirilla por donde se puede ver cómo el pasado ha peregrinado durante siglo y medio a través del miedo, las alegrías, las ilusiones y las frustraciones de una finca-país. Es en lo que ha terminado el “no” de Héctor Abad Faciolince. El no que anunció el año pasado en Lima: no iba a escribir más novelas. Los amigos lo emboscaron, los escritores lo cercaron, la gente se sorprendió. Lo espolearon. Entre ellos, Mario Vargas Llosa. Abad Faciolince miró alrededor y lo que vio lo cuenta en su última novela: “A La Oculta estamos aferrados con garras y dientes, como si fuera la última tabla de salvación de unos náufragos a la deriva del mundo”.
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Tomas Tranströmer:
“La poesía es algo parecido a un sueño en la vigilia” JUAN ANTONIO GONZÁLEZ IGLESIAS
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arece fácil decir que a los poetas todo se les convierte en acontecimientos, pero es así. Hace unas semanas recibí una llamada de Babelia -el suplemento cultural de este periódico- proponiéndome entrevistar a Tomas Tranströmer. Un diálogo de poeta a poeta, así me lo dijeron. Ajusté la idea, pensando que al menos un poeta grande iba a ser entrevistado por uno de sus lectores. Nacido en Estocolmo en 1931, puede asegurarse de él, sin que suene anacrónico, que es un poeta. También traductor, músico, y psicólogo en instituciones penitenciarias suecas. Es uno de los poetas suecos más influyentes en las letras universales, traducido a más de cuarenta idiomas y galardonado con importantes premios internacionales. Aun así, el Nobel me parecía difícil, porque no deja de ser sueco y la paradoja persigue especialmente a los poetas. Tomas Tranströmer responde mis preguntas por escrito. No por la moda electrónica de nuestra época, sino porque hace dos décadas que se comunica así con el mundo. Él mismo hará alusión en la entrevista al ictus que sufrió hace unos años. Aquello lo privó del habla, y dejó paralizada la mitad derecha de su cuerpo. Sus lectores siguen asombrados y desconcertados porque el propio poeta había publicado varios años antes unos versos que anunciaban una hemiplejia. Está reconocido internacionalmente como alguien que pone absolutamente al día las antiguas funciones del poeta. Hemos intercambiado correos electrónicos con la ayuda de su traductor, el poeta uruguayo Roberto Mascaró. Pregunta. Pocos poetas actuales han dejado tan claro que Horacio se encuentra en su principio. En su primer libro, escrito en plena juventud, ¿guardó usted un torrente poético vanguardista en las serenas formas horacianas? Respuesta. En la década de los cuarenta, el estudio del verso clásico, además de la lectura y la traducción de Horacio, estaban incluidos en los estudios secundarios. Los alumnos tenían 17 o 18 años, y fue por ese tiempo que empecé a escribir poesía. Sentíamos a Horacio tan contemporáneo como René Char y los otros surrealistas. Realmente, era “tan ingenuo que se transformó en sofisticado”, es decir, se confundió lo que para mí era algo cotidiano y normal (recibir influencia de Hora-
cio) con un gesto de “vanguardia”. P. Veo, por cierto, muy horaciana su percepción del hielo y la nieve, en la medida en que propician el apartamiento. ¿Sigue usted reclamando diez minutos de soledad poética para inaugurar el día y clausurarlo? R. Ahora, ya cumplidos los 80, tengo tiempo de sobra para satisfacer mi necesidad de soledad. Hoy son otras las dificultades para mi ejercicio de la escritura. P. La sonoridad de su poesía es un placer. Por ejemplo barkborrarnas protokoll suena también rotundo en la traducción: “El protocolo de la termita”. R. ¡El sonido de las palabras me proporciona una inmensa alegría! P. Hablemos también de la metáfora, el recurso al que un poeta recurre con la mayor naturalidad del mundo, y que a veces es rechazada, especialmente por parte de los jóvenes. Es preciosa la sencillez de esta metáfora: “Un kilo pesaba apenas setecientos gramos”. No hay modo mejor de expresar la ligereza proporcionada por la luz de la nieve. R. Para mí, el pensamiento en forma de imágenes es una base fundamental para la poesía. Los jóvenes, y en general todos nosotros, somos hoy inundados de información, imágenes y un perpetuo fotografiarlo todo que, sin duda, embota nuestro pensamiento en imágenes. Sin embargo, tengo la sensación de que el rechazo a la metáfora que se notaba claramente en Suecia hace como un lustro se ha modificado; y la metáfora no es algo que produzca hoy rechazo. P. Usted ha escrito: “Esta tarde se refleja la belleza del mundo”. Quizá los poetas y sus lectores sean los más sensibles al bien y al mal
en estado puro. Es apasionante esa voz que usted guarda en un poema, la que dijo “Hay uno que es bueno / hay uno que puede verlo todo sin odiar”. R. Esas últimas líneas pertenecen a un poema que se llama En el delta del Nilo, y que está basado en un hecho auténtico y en un sueño que tuve cuando viajaba por Egipto con mi esposa. La zona rural de Egipto era, hace 50 años, parte del mundo subdesarrollado, y el encuentro con esta realidad fue para nosotros muy provocador. En el sueño llegó esta voz, que no sé qué representaba, pero sé que me dio una especie de consuelo; no provocó una aceptación pasiva a esa realidad, sino más bien brindó un sentimiento de esperanza y de la posibilidad de transformación. P. Imagino que haberse formado y haber ejercido su profesión fuera de la literatura le ha permitido mayor libertad. Me refiero tanto a la creación misma de los textos como a su independencia personal. R. Siendo joven, reconocí que no podía mantenerme ni alimentar a una familia con la escritura de poesía; de modo que elegí una profesión que no perturbase la escritura, sino que le agregase experiencia. Por esto elegí la profesión de psicólogo, de lo cual nunca me he arrepentido. P. Es muy valiosa la poesía que circula fuera de los libros. Usted envió algunos de sus primeros haikus como felicitación de Año Nuevo para su amigo Åke Nordin. ¿Fueron escritos también pensando en ese formato más breve, más poético que literario? R. Åke Nordin, que era también poeta y psicólogo, trabajaba como director de una prisión para jóvenes. Fue a través de Nordin que yo también comencé a trabajar en la prisión de Roxtuna. Los nueve haikus fueron escritos como agradecimiento de una visita a la prisión. Fueron enviados en forma de carta. Eso fue en 1960, sin que tuviese planes de publicarlos. Cuarenta años después, alguien descubrió la carta y los haikus se publicaron hace poco, junto con mis poemas completos. Estamos conversando sobre el mapa de Europa, de norte a sur, como si nada. Pero quizá haya algo que matizar ahí. La Europa profunda que Tranströmer ha detectado en sus libros va más allá de las descripciones: “La catedral ennegrecida, pesada como una luna, hace flujo y reflujo”. En esas líneas se contiene una definición simbólica de Europa. Cosa que no debe desdeñarse, por-
que es actualidad pura. P. Ante la fragilidad económica de Europa, ¿podemos pensar en una poesía europea, con independencia de los idiomas? R. El poema va a depender siempre de la lengua en que nació. Pero tal vez en el futuro va a ser más fácil para el poema atravesar fronteras. P. El sueño (de dormir) y los sueños (de soñar) son constantes en su obra. No ha tenido miedo a ver en el despertar una resurrección. ¿Es el poeta el que mejor puede convertir el sueño o los sueños en lenguaje? R. Un poema no es otra cosa que un sueño que yo realizo en la vigilia. El sueño y el poema vienen de la misma persona. Tienen algunas leyes compartidas. Tengo una relación de mucho amor con el sueño. Me voy a la cama como si fuese a una fiesta. El despertar es casi siempre una desilusión. P. A un poeta tan cercano a la música, que también es músico, atento a la escultura, a la pintura, le pregunto: ¿Corresponde a la poesía ser el arte que contiene todas las demás artes? R. Si la poesía contiene todas las otras artes, eso no lo sé. Pienso a menudo en imágenes, y la música es una parte importante de mi vida. Esto se expresa, naturalmente, en mi escritura de poemas. P. Convierto en pregunta una afirmación suya. No le pido más que un monosílabo. ¿Todo canta? R. Le respondo con tres sílabas españolas: ¡a veces! Tomas Tranströmer contesta de tres modos muy distintos, y en los tres se aprecia su trato poético con el lenguaje. Normalmente “responde respondiendo”, si se me permite la obviedad (y se nota al poeta en su amor al sonido, a las sílabas, en las metáforas, como la de la fiesta). Sin embargo, también se ha explayado por su cuenta, fuera de lo que le propongo, en una excursión por las cosas que también es propia de un artista. A raíz de la última pregunta, que le obligaba a sujetarse a un monosílabo, ha querido desbordarse añadiendo una serie de preciosos comentarios sobre la música, lo que da la clave de la enorme importancia que este arte tiene para él: “A menudo me preguntan qué significa para mí la música. Hoy podría responder que la música significa si no todo, una inmensidad de cosas. No tengo oído absoluto y tampoco una buena memoria musical, pero la música me mueve de una manera muy intensa. En mi temprana adolescencia, yo creía que la música
sería mi profesión. Mi camino hacia la música fue entonces el piano. Comencé a tocar en serio a los 16 años, y el pasaje por mi primera crisis vital lo hice martilleando el piano. Más tarde en la adolescencia, la escritura de poemas fue lo dominante, pero la música ha sido siempre mi refugio durante toda mi vida, y he tocado el piano diariamente. Después del stroke que me afectó en 1990, he seguido tocando con la mano izquierda. La música para la mano izquierda era para mí entonces un territorio desconocido, y fue con asombro que fui descubriendo todas las obras que se han escrito. He dedicado mucho tiempo, en los últimos años, a buscar esas obras, con mayor o menor éxito. También se han escrito algunas piezas para mi mano izquierda; como aficionado que soy, esto lo he sentido como un gran honor”. Y, casi a modo de compensación, hay varias preguntas a las que no ha respondido, después de tomarse tiempo para pensarlo. Tal como está el mundo, y siendo el tipo de poeta que es, estos silencios resultan tan significativos como las respuestas, si no más. No ha respondido nada a una cuestión sobre los mitos, él, que sentenció hace años que “el círculo interior es el del mito”. Tampoco a la posibilidad de que el poeta fuera un mediador entre la naturaleza y los ciudadanos, cuando nos ha invitado a fluir “con el arroyo”. Y en fin, destaco aquí sus dos intensos silencios, que lo dicen todo, ante estas dos preguntas: -No sé si quiere añadir algo nuevo sobre la vieja cuestión del compromiso político. No sé si quiere añadir algo a estas palabras de uno de sus versos: “El funcionario del Partido...”. -Usted ha anotado que Dios escribe en la arena y lo ha sentido como un soplo de viento. ¿Dónde queda, después de que estas dos líneas suyas “Y la energía de Dios / arrollada en la oscuridad”? Estos silencios probablemente no sean una omisión o una negativa explícita a contestar, sino algo mucho más fino: generalmente los grandes poetas no tienen nada que añadir a lo que ya dijeron en verso. Prefieren no incurrir en declaraciones que podrían alcanzar la categoría de ocurrentes o actuales, pero siempre serán inferiores a lo que dijeron en un poema. Por no hablar de que los asuntos muy delicados -mitos, Dios, naturaleza, ciudadanos, compromiso- requieren la precisión máxima del lenguaje, y esta se logra en el lenguaje poético. Así que los versos citados quizá sean respuestas dadas con antelación. Quizá las únicas posibles.
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POEMAS DE TOMAS TRANSTRÖMER Elegía
De marzo del 79
Abro la primera puerta. Es una gran habitación soleada. Un camión pasa por la calle y hace vibrar la porcelana.
Cansado de todos los que llegan con palabras, palabras, pero no lenguaje, parto hacia la isla cubierta de nieve. Lo salvaje no tiene palabras. ¡Las páginas no escritas se ensanchan en todas direcciones! Me encuentro con huellas de pezuñas de corzo en la nieve. Lenguaje, pero no palabras.
Abro la puerta número dos. ¡Amigos! Vosotros bebisteis la oscuridad y os hicisteis visibles. Puerta número tres. Una estrecha habitación de hotel. Vistas a un callejón. Un farol que reluce en el asfalto. El hermoso residuo de las experiencias.
Versión de Roberto Mascaró De “La plaza salvaje” 1983 Nórdica Libros S.A. 2010
Do mayor Cuando bajó a la calle luego del encuentro amoroso remolineaba nieve en el aire. El invierno llegó mientras yacían juntos. La noche lucía blanca. Iba apurado por la alegría. La ciudad toda se inclinaba. La sonrisa de los que pasaban -sonreían todos tras los cuellos subidos. ¡Todo era libre! Y todas las interrogaciones empezaron a cantar la existencia de Dios. Eso le pareció. Liberada, una música se deslizó a zancadas por la vertiginosa nieve. Todo en dirección al Do. Una brújula trémula apuntando hacia el Do. Una hora por encima del dolor. ¡Era fácil! Sonreían todos tras los cuellos subidos. Versión de Roberto Mascaró De “El cielo a medio hacer” 1962 Nórdica Libros S.A. 2010
El cielo a medio hacer
Versión de Roberto Mascaró De “Senderos” 1973 Nórdica Libros S.A. 2010
El desaliento interrumpe su curso. La angustia interrumpe su curso. El buitre interrumpe su vuelo. La luz tenaz se vuelca; hasta los fantasmas se toman un trago. Y nuestros cuadros se hacen visibles, animales rojos de talleres de la Época Glaciar. Todo empieza a girar. Andamos al sol por centenares. Cada persona es una puerta entreabierta que lleva a una común habitación. Bajo nosotros, la tierra infinita. Brilla el agua entre árboles. La laguna es una ventana a la tierra. Versión de Roberto Mascaró De “El cielo a medio hacer” 1962 Nórdica Libros S.A. 2010
Kyrie A veces, mi vida abría los ojos en la oscuridad. Una sensación como de multitudes ciegas e inquietas, que pasan por las calles camino de un milagro, mientras yo, invisible, permanecía inmóvil. Como el niño que se duerme con miedo escuchando los pasos pesados del corazón. Largo tiempo, hasta que la mañana pone sus rayos en la cerradura y se abren las puertas de la oscuridad. Versión de Roberto Mascaró De “Secretos del camino” 1958 Nórdica Libros S.A. 2010
Haikus 10 Sol de noviembre... Mi sombra nada, enorme: se hace espejismo. *** 11 Me ve la muerte: problema de ajedrez. Ya lo ha resuelto. *** 25 Zumba la lluvia. Yo susurro un secreto para entrar allí. *** 26 Escena de andén. Qué extraña esta quietud: la voz interna. *** 28 El silencio gris. Pasa, azul, el gigante. La brisa del mar. Versión de Roberto Mascaró De “29 Haikus y otros poemas” 2003 Nórdica Libros S.A. 2010