Suplemento Cultural Contenido 04-10-2014

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Crónicas del Olvido

PEREGRINO INTERNO (novela abierta)

ALBERTO HERNÁNDEZ

muerta, a los afectos de su hija y demás familiares y se nutre escribiéndole notas a su hijo que estaba recluido en Yare. Claro, se trata de una novela “abierta” donde cabe estirar y encoger: el lector no queda convencido de la inocencia del hijo. Si es que pretendía con esto salir airoso. ¿Será necesario que Luis Antonio Carrera Almoina escriba sus alegatos en forma de novela para demostrar que no cometió el delito del que fue acusado? En todo caso no es el papel de este cronista sacar a flote responsabilidades de quienes actuaron en un evento que ya la gente, como es costumbre en este país, ha olvidado.

1.-

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ustavo Luis Carrera vivió durante cuarentaicinco días en la Cárcel de Los Teques con un grupo de delincuentes, entre los que se encontraba un pran que lo protegía. La historia de esta experiencia tiene piso en la realidad de un evento en el que estuvo comprometido su hijo. Se trata del caso Linda Loaiza López y Luis Antonio Carrera Almoina. La historia fue dada a conocer hasta el cansancio por los medios de comunicación. Producto de esa experiencia real, Carrera escribió la novela Peregrino interno (bid & co. editor, Caracas 2014. Pp. 447). Se trata de un trabajo autobiográfico en el que autor desnuda el sufrimiento de los presos comunes en las cárceles venezolanas, pero también la de algunos presos políticos, considerados así por haber sido arrastrados por acciones próximas a la venganza de quienes ostentan el poder. La voz del narrador se pasea por los distintos avatares que sufre quien tiene que dormir en el suelo, comer mal y ser maltratado y mancillado por custodios, policías y guardias nacionales. La novela se extiende por la gran cantidad de personajes que pasan por ella y que son descritos, estudiados y considerados como seres humanos, de acuerdo con el talante pedagógico del autor. Este trabajo de Gustavo Luis Carrera se vale de todos los recursos que le ofrece la literatura para abordar un tema (varios temas) que fueron vividos por él y que luego transformó en una novela de denuncia y desahogo. 2.La obra, en la que se conviven fantasmas y muertos convertidos en ayudas a través de la oración, en este caso, la esposa fallecida de

Gustavo Luis Carrera, conforma un mosaico de revelaciones que relata la situación personal del doctor Carrera, pero que no abre ninguna ventana para confirmar que el hijo es inocente. El personaje, narrador y autor desliza sus reflexiones políticas, sociológicas, religiosas y académicas por la piel de una realidad que todos conocemos: las cárceles venezolanas son verdaderos antros donde la vida no vale nada.

Peregrino interno no es el primer trabajo literario de este ex rector de la Universidad Nacional Abierta. Antes había escrito, entre otras obras, Viaje inverso y Salomón, dos piezas que le dieron renombre a través de premios y reconocimientos, dentro y fuera del país. Pero la obra nos deja un sabor amargo: Gustavo Luis Carrera Damas se explaya en su historia. Recurre a la memoria de su esposa

3.La novela de Carrera es un trabajo de artesano. Sabe escribir novelas. Es un buen novelista. Es un hombre culto que se ha paseado por los laberintos de la ficción. En este caso, se evade –todo preso lo hace- a través de conversaciones imaginarias con Don Quijote y Cervantes, quienes también estuvieron presos. Durante sus ratos de lectura dialoga con Erasmo de Rotterdam. El Elogio de la locura fue un bastón de apoyo para quien creía que la cárcel lo convertiría en un orate. Fiodor Dostoievski también se acercaba a su camastro a hablar con él. Por supuesto, el cautivo lo invocaba y éste aparecía en auxilio. A darle consejos. Con Andrés Eloy Blanco también pasó, gracias a que ambos, Carrera y Blanco, son nacidos en Cumaná. Es decir, en la novela hay varias novelas. Es un largo relato abierto pero impregnado de personajes de las letras quienes también se mueven en sus páginas. En una de sus reflexiones cita a Plutarco: “Las arañas de la justicia atrapan a las moscas, pero dejan escapar a las avispas”. También se acerca al Talmud: “¡Ay de la generación cuyos jueces merecen ser juzgados!”.

La vida en la celda especial es ocupada por presos pacíficos y hasta amables dado sus orígenes. Por ejemplo, el “pran” Reinaldo viene del teatro. Otros han sido militantes de la izquierda, evangélicos, contadores de cuentos, imagineros, camioneros, estafadores, etc. Cada uno cuenta su historia al de más edad, es decir, al académico Gustavo Luis Carrera, quien recibe el mote de “profe”. El de doctor se considera sospechoso en la cárcel. Estamos frente a unas páginas que destacan la calidad literaria del autor, pero como se trata de una historia real, deja muchos huecos que alguien tendrá que llenar. Probablemente el mismo Gustavo Luis Carrera, si la vida le da tiempo, porque Peregrino interno (novela abierta) también lleva como aclaratoria ser un capítulo: Inferno I. De modo que el lector imagina que habrá un Inferno II, en el que el hijo sea el personaje central, porque sin él la historia está incompleta y si la intención era defender a Luis Antonio Carrera de los “abusos” de los medios, con este trabajo no se logró, puesto que aquí relata que la prisión del ex rector tuvo que ver con el hecho de haber sido calificado de cómplice al ocultar al hijo, cuestión que en la legislación venezolana no está tipificada como delito. A esta acusación le agregaron la de uso indebido de insumos del estado. Es decir, él trasladó al hijo en el vehículo de la UNA apoyado por su secretaria y por el chofer, también nóminas de la universidad. Ambos estuvieron detenidos. Fascina leer la novela porque nos descubrimos en ella como seres humanos en el sentido de valorar la libertad, y porque desnuda la grave situación de nuestras cárceles, verdaderos depósitos de hombres que se consumen ante el retraso procesal y demás vicios de la administración de justicia en este país.


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CARTA DE ALBERTO ARVELO TORREALBA A ANTONIO ESTÉVEZ Acarigua, 6 de diciembre de 1961 Señor Profesor Antonio Estévez Caracas.

CANTATA CRIOLLA, la versión última de mi poema. La última digo, porque me propongo no ceder ni un palmo ante el influjo de los personajes. Están ahora otra vez en tranca de viva reyerta, pidiéndome que siga la porfía. Categóricamente enfatizo que no lo lograrán.

Querido y admirado amigo: Conocía su estupenda Cantata Criolla sólo por grabaciones. Hoy, después de haberla escuchado en el estadio de Maracay, con intervención de la Orquesta Sinfónica de Venezuela, de los solistas Antonio Lauro y Teo Capriles y de varios selectos grupos de Caracas; y tras el cordial entusiasmo con que usted, su gentil esposa y todos los artistas del proscenio nos agasajaron después del acto a mí y a mi mujer, al reconocernos entre la multitud, quiero reiterar y ampliar por escrito lo que en esta oportunidad esbocé en breves palabras imprevistas. Convalecía entonces de fuertes quebrantos de salud, y la emoción, es cierto, halló campo favorable para conmoverme en forma inusitada al comienzo del acto, casi hasta inhibirme de gozarlo en plenitud. Esa sacudida afectiva se revivió en los episodios del aljibe de arena. Pero contrariamente a lo que podría presumirse, cuando resonaron los cascos del caballo, heraldos del vaquero sombrío; cuando el solo de Lauro, trágico y desafiante, hondo de llanería diablesca, encarnó la presencia del espanto, y los coros la tremoliaron hasta desvanecerla, y sobre todo; cuando la voz de Capriles, inmensa y solitaria estiró aquel ”sabana, sabana, tierra que hace sudar y querer”, como enrumbada hacia las señeras soledades “sin jorobas”, entonces aspiré una saludable sensación del patio familiar tranquilo. Entré en mi mundo. Me di cuenta de que aquella era la misma gente mía, mis propios hijos mayores, a quienes puse una vez a pelear por prepotencias ideales, y que ahora tornan a mí, vestidos de gala, ricos y enaltecidos, pero con el mismo amor y el mismo dolor de la patria con que de mí se fueron. Mucho debe mi poesía a los preclaros músicos y compositores que la han interpretado. Majadero inquisidor de mis propios versos, aún de aquellos ya incorporados a mis libros, creo, sin embargo, que la mínima retribución al regalo de un aire musical selecto para

“La Cantata Criolla” se estrenó el 3 de agosto de 1961 en Maracay en el “Tacita de Plata”.

una poesía, es mantener ésta intocada, inmune a la propia inconformidad, como reverencia espiritual a la música que la enaltece. Tal regla, con todo, he dejado de cumplirla con respecto a “Florentino el que cantó con el Diablo”. Hecho por el cual debo a usted y al público una explicación. A principios de 1950, decidí reestructurar la versión originaria de ese poema, para darla a la edición extraordinaria del “El Nacional” de ese año. Como quedaban pocos meses para el arreglo, y dado el carácter antagónico de los personajes, procedí, en fiel introversión de sus fueros, a darles plazo fijo para presentar su pliego de puntas, réplicas y contraréplicas en la ampliación de la porfía. Vencido ese lapso, con el juicio contradictorio de los coplistas aún en fogueo, dí por clausurada la nueva versión y la mandé puntualmente al periódico. Pero los pensamientos rivales quedaron trabajando, en los términos toldados del subconsciente. Ardides del decir, retruques, saetas, refranes alusivos, retruécanos, alardeos epigramáticos, se multiplicaban, esgrimidos por los contrincantes, en clave recíproca. En virtud de esta íntima querella, a raíz de publicada la nueva versión, ya se gestaba otra de mayor amplitud, aún sin yo quererlo. Para ese momento – agosto de 1950 –según me lo explicaba en Roma el insigne profesor Plaza, ya usted tenía casi lista la CANTATA CRIOLLA. Acaecieron, a partir de entonces, varios hechos artísticos extraordinarios. En primer lugar, usted se impuso la

tarea titánica, perdiendo quizás varios años de trabajo, de rehacer la partitura, precisamente en la parte de la misma que debía llevarle más tiempo: todo El Reto, más el comienzo de La Porfía. De este modo, la CANTATA CRIOLLA, interpretaba en su mitad inicial, la versión de 1950, mientras que el resto de la obra, quedaba sin cambios de fondo, concordado a la versión originaria de 1941. Por otra parte, al estrenar usted su obra, la música rebalsó la poesía. Por el cauce estrecho de mi Apure coplero, usted puso a correr el Orinoco de su fantástica imaginación musical. A los versos del contrapunteo se asociaron, despertando sugestiones insospechadas, los austeros contornos de las melodías. A cada lado de las estrofas interpretadas, y por ende a la vera de todo el poema, quedaron, por magia de la música, cual en la vecindad de los ríos después de las crecidas, inmensos charcos luminosos, grávidos de imágenes inéditas. Por eso en los últimos toques que di a mi obra al forjar en 1957 la versión definitiva, tuvo que haber algo, acaso mucho de la interpretación a esos ecos de su interpretación. Finalmente esa música, como una clarinada, como un alerta de gallos madrugueros, reactivó el espíritu combativo de mis personajes. Y sucedió lo que tenía que suceder. En la nueva planificación de la obra los copleros rivales en contumacia casi anárquica, se prevalieron de mi entusiasmo, para desbordarse en el desahogo ilimitado de sus argumentos reprimidos. Así nació, con posterioridad a la

Sé que el jinete del trote sombrío anda diciendo por los hatos de Barinas que pedirá la nulidad del poema porque en su último canto hubo milagro, patentizado en adelanto fraudulento de la aurora. Son alharacas y artificios muy propios de él. Jurista de altura, bien sabe que las leyes naturales no admiten prueba en contrario. Bien sabe también que si algo aparece como axiomático en mi poema, es el haber cruzado yo impávido, entre las dos figuras querellosas, sin diferencias ni desigualdades. Más todavía. En alardeo de ésta imparcialidad, bien puedo confesar ahora cuando ya solo soy un tercero en la litis, que si alguna tentación de preferencia tuve en el poema, fue hacia el Diablo. Florentino es más fresco de lirismo, más ágil de epigrama, más sabio de imagen pechera, mas brujo de rasgueo en las cuerdas, más rico de atropello en el cantar. Pero el grave Autócrata de la Tiniebla es más hondo, mas poeta, más músico, más humano en las resonancias de la tragedia y la amargura. Rebelión y sufrimiento son el signo cardinal satánico. Cuando en el último drama de Byron, Caín pregunta: “¿Qué hacer para alcanzar destello de la eternidad?” – “Sufrir! ya estás en ella” fue la respuesta del díscolo y taciturno Arcángel Desterrado. Para mí fue el propio Diablo, por confiado en su prepotencia retórica, pero acaso menos zahorí que su adversario, el que invirtió el lógico desenlace de la tremenda supremacía controvertida. Porque él no ha debido aceptar nunca la asonancia aguda de la primera vocal que le planteó su contrincante para el último episodio de la instancia. Y si la aceptó, ufano de su baquía poética, pregonando que los graves y los agudos le dan lo mismo, ha debido cambiar tal rima, después de la segunda réplica. Olvidó, y eso le costó un triunfo que él mismo ya había pregonado, que esa asonancia es asaz propicia para exultar pompa y arrobamiento religiosos, y sobre todo para la evocación mariana en cadenas, ráfaga

final de desespero, con que Florentino logró enmudecerlo. Esa es la realidad. Lo del milagro, con los “lebrunos del día” surgentes en la alta madrugada, es una despechada fabulación del Tenebroso, quien ya otra vez fue sorprendido por el alba, según pintoresco pasaje de Milton. Acaso se propone coaccionarme moralmente para que yo siga la porfía. Mas “sepa el cantador sombrío” que me inhibo definitivamente de la misma, la cual él y su adversario bien pueden continuar por su sola cuenta; y que si insiste en la sediciente acción de nulidad, la cual por lo demás ya está prescrita, remitiré todos los recaudos poéticos y musicales relativos al caso al señor Obispo de mi jurisdicción eclesiástica, para que éste decida la controversia, ya que los milagros, como figura jurídica, pertenecen al Derecho Canónico. Siento mucho mi distinguido amigo, que no me sea dable finalizar esta carta con un juicio técnicamente apreciativo de su gran obra, por ser yo un perfecto profano en la especialidad artística donde usted campea. Mi vieja llanería sí puede, en cambio, intuir la siguiente apreciación objetiva: Armonizando antítesis, como en dialéctica de embrujo, su Cantata se nos revela sosegadora e inquietante, llana y profunda, universal y criolla, popular y erudita, real y fantasmagórica. Su fondo permanente es rebeldía. Su fuerza humana, la virtualidad de conmover muchedumbres y de pasmar maestros. Su proeza artística, hacernos oír, bajo el cielo de América, con virgen voz americana, el ronco son de los remos con que aún golpean a los siglos los trágicos barqueros de la Estigia y el Aqueronte. Dentro de lo musical, la concurrencia de esos rasgos tipifica el signo demoníaco. Lo cual da a usted, sitio de honor entre los grandes músicos de inspiración diabólica que patrullea Paganini. Por todo eso empiezo a sospechar, dilecto amigo, que entre los dos copleros, fraternos en el arte, antagónicos en el rumbo y en la meta de la esperanza, usted ha tenido también su poquito de preferencia por el Diablo. De usted, cordialmente, Alberto Arvelo Torrealba


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Silvina Ocampo, la gran escritora detrás de Adolfo Bioy Casares INÉS MARTÍN RODRIGO

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ilvina Ocampo (1903-1993) era radical en su militancia. Olvídense de géneros. Hablamos de literatura en estado puro. Porque la escritora, esquiva y extraña, fue una de las más grandes integrantes de las letras argentinas del siglo XX. Pareja de Adolfo Bioy Casares (1914–1999), vivió a la sombra del autor de «La invención de Morel» durante más de cuarenta años, entregada a ese amor que solo entienden los que de verdad lo sienten. Y es que, como escribió su gran amigo Jorge Luis Borges (1899–1986), «Felices los amados y los amantes y los que pueden prescindir del amor». Pero Silvina Ocampo decidió vivir (y amar, para después escribir) en lugar de prescindir, como deja bien claro «La hermana menor» (Ediciones Universidad Diego Portales), biografía de la autora escrita por Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973) que llega a España coincidiendo con el centenario

del nacimiento de Bioy Casares. «Hace unos años hice un perfil de Alejandra Pizarnik, quien, se rumorea, tuvo un romance con Silvina Ocampo. Ése fue el germen», confiesa Enríquez vía email. Al poco tiempo, la periodista y editora Leila Guerriero (Junín, 1967) la sugirió escribir sobre Silvina, reto que aceptó, pues «es un personaje misterioso». El objetivo era, según explica Guerriero tam-

bién por email, responder «una serie de preguntas: ¿había sido poco valorada en vida?, ¿cómo había sido su relación con Bioy y con su hermana Victoria?, ¿cómo había encajado en su época?, ¿había sido una mujer fascinante, hechicera, feliz, infeliz?». Preguntas que en «La hermana menor» obtienen respuesta gracias al trabajo de Enríquez. «Fue la cuentista más importante de

Argentina. Era intencionalmente secreta y discreta; sus libros de cuentos, en ocasiones surrealistas y muchas veces crueles, no se parecen a nada», asegura Enríquez. «Quizá por esa originalidad le costó encontrar lectores. Además era una mujer extravagante: riquísima, de una familia aristiocrática (los Ocampo) y sin embargo sumamente austera y sencilla, no tenía vida social, la mayoría de sus amigos eran gays, artistas o gente común», remata. Junto a Bioy Casares formó una pareja muy especial... y abierta. «Él tenía muchas amantes, probablemente ella también. Sin embargo, jamás se separaron, hasta el final fueron lectores el uno del otro (Bioy decía que no publicaba nada sin mostrárselo a Silvina)». Además, era una de las pocas amigas de Borges, a quien solía acompañar al médico y con el que cenaba casi todos los días. El autor de «El Aleph» admiraba a Silvina (sobre todo como poeta), aunque Enríquez sostiene que «ella era mucho más arriesgada que Borges y Bioy». Una autora de «talento magnético»

Ese riesgo hizo, como explica Guerriero, que «su talento magnético» trascendiera «el círculo áulico de los que siempre la admiraron y empezó a hablarse de ella como de una autora de enorme valía». De la Silvina cuentista, poeta, pero sobre todo de «una mujer con un universo propio muy único, sumamente complejo, oscuro y luminoso a la vez», que vivió siempre con el afán de permanecer oculta, pues en ella «había una suerte de opacidad voluntaria, muy enraizada desde pequeña». Opacidad que, según Enríquez, mantenía «un poco por pudor y otro poco para tener libertad: al estar ‘oculta’ podía prescindir de muchas de las obligaciones que se le imponen a una mujer de su clase social y de su familia». Porque «Silvina hacía lo que quería, vivía como quería y, en su época, necesitaba no ser demasiado pública». Para eso dejó su obra, para trascender más allá de su vida. Y para que en el centenario de Bioy se hablara de Silvina Ocampo, la gran escritora argentina.

Escritores en la trastienda de la Edad de Plata JORGESANZCASI

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l Nobel José de Echegaray llega con gesto apresurado al Palacio Real para reunirse con Alfonso XIII. Emilia Pardo Bazán, muy abrigada y con una pamela que hoy causaría espanto entre los estilistas, acaricia un gato doméstico bien alimentado. Y mientras, Antonio Machado sonríe en una de sus tertulias celebradas en Madrid. Todas estas imágenes, entre otras muchas, forman «El rostro de las letras», la expresión relajada (y por tanto real) de quienes hicieron historia escribiendo entre el Romanticismo y la Generación de 1914. Como si hubieran metido mano en el baúl de los recuerdos, la Sala de exposiciones de la Comunidad de Madrid acoge una muestra que descubre el lado menos conocido de los miembros de la «Edad de Plata». Acostumbrados a juzgar a los escritores por sus palabras, esta exposición acerca la realidad cotidiana de los Valle-Inclán, Baroja o Unamu-

cándido ansede Unamuno leyendo en su casa de Salamanca, 1925

no. Autores a los que ahora conoceremos hasta por cómo se sentaban frente a la máquina de escribir. La muestra, organizada por el gobierno de la Comunidad de Madrid, Acción Cultural Española (AC/E) y la Real Academia Española (RAE), reparte sus más de 250 piezas (algunas procedentes del archivo de ABC) en cinco estancias. La primera, titulada «Los escenarios de la cultura», recoge imágenes panorámicas de Madrid en gran formato.

Igual que hubo un Dublín de Joyce, una Lisboa de Pessoa o un París de Víctor Hugo, la capital puede presumir de haber acogido a lo mejor de las letras en castellano. A partir de esta primera habitación, la muestra evoluciona desde los primeros retratos de Azorín o Galdós hasta «Los viejos estudios fotográficos», un guiño a quienes captaron esas imágenesque hoy gobiernan la Sala Alcalá 31. El comisario de la exposición, Publio López

Mondéjar, se ha cuidado mucho de «premiar» a quienes fueron testigos de esta época gloriosa. Fotógrafos como Alfonso, Compañy, Franzen, Juliá, Kaulak, Nicolás Muller, Santos Yubero y otros más recientes como Catalá-Roca o Ramón Masats. Mención aparte merecen las fotografías tomadas en los cafés, un entorno en el que se habló de política (también de literatura) y se remataron algunos de los párrafos y estrofas más meritorios de nuestra literatura. Tertulias donde conocemos la versión más distendida de Antonio Machado, Pérez Galdos, José María de Pereda, Juan Valera o Rubén Darío. Fotos con historia No podía faltar la fotografía de Unamuno dirigiéndose a los socialistas en la Plaza de Las Ventas, que comparte pasillo con otra imagen menos «favorable»: la de su incidente con Millán-Astray en la Universidad de Salamanca (octubre de 1936). En esa fotografía, el autor de «Niebla» abandona la universidad en la que fue rector acosado por

decenas de camisas azules que le despiden brazo en alto. En las vitrinas hay hueco para postales, folletos y recortes de prensa que ya hablaban de la insondable personalidad de Valle-Inclán, del que también hay fotografías tomadas en la intimidad de su dormitorio. Una de estas imágenes, en la que aparece leyendo sobre su cama, figura en el recuerdo de muchos con el escritor tapado de cintura para abajo por una manta. Sin embargo, la imagen real (la que está en Alcalá 31) desvela el engaño: en la escena original no hay ninguna manta. Alguien manipuló la foto real para acentuar el delicado estado de salud del escritor. López Mondéjar confiesa sentirse satisfecho por el resultado de un proyecto que es «uno y trino», pues está formado por la muestra fotográfica, un extenso catálogo y un audiovisual con sonidos e imágenes filmadas. Todo para ver, oír y sentir –como si no se hubieran ido– a los mejores escritores de nuestra historia contemporánea.


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Iniciación a “Poema Sucio” de Ferreira Gullar JORGE GIRALDO SÁNCHEZ

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erreira Gullar es uno de los más importantes poetas brasileños del siglo XX. Un poeta renovador, tanto en el uso del lenguaje, un lenguaje poético dislocado, atrevido, y sin embargo, profundamente coloquial como por la temática expuesta: puntos de inflexión de lo que más tarde sería el Neoconcretimo. “Poema Sucio”, escrito en el exilio hacia el año 1974, es uno de los libros más interesantes dentro la poesía de este lado del continente. Largo poema, cuyas secciones no se diferencian si no por la creciente intensidad con que se van construyendo, además de por su alto contenido popular, erótico, revolucionario, Un poema que es el recorrido vital y humano, contradictorio y lúgubre del poeta alejado de su pueblo, exiliado y auto desterrado, que en la creación de una nueva forma expresiva intenta acallar todos los gritos de dolor, de desesperanza que atormentan al hombre. El propio Ferreira Gullar hablaría así del nacimiento de su celebrado poema: “Al contrario de otros poemas que había escrito, éste no podía ser por la vía lógica o metódica, éste no era sobre determinado tema, determinada cosa o hecho: era sobre todo, sobre la vida –la pasada, la presente, la futura-. Tendría que saltar en medio de él como si me tirase en pleno océano, en vez de salir, nadando, por la playa. Entonces, me ocurrió que reculé, para lanzarme antes del comienzo, antes de mi nacimiento, antes de cualquier hecho, antes de cualquier palabra.” Y después de todo ¿qué importa un nombre? Te cubro de flores, niña, y te doy todos los nombres del mundo te llamo aurora te llamo agua te descubro en las piedras de colores en las artistas de cine en las apariciones del sueño -¡Y esa mujer que tose dentro de la casa! Como si no bastara el poco dinero, la ténue bombilla el perfume ordinario, el escaso amor, las goteras en invierno. Y las hormigas brotando a millones negras como vómitos de dentro de la pared (como si fuera aquello la esencia de la casa) Y todos buscaban en una sonrisa un gesto en las charlas de la esquina en el coito de pie en la acera oscura del Cuartel en el adulterio en el robo el descifrado del enigma -¿Qué hago entre cosas?

-¿De qué me defiendo? “Poema Sucio” es un libro a descubrir, que lleva a múltiples lecturas, como múltiples son las formas que contiene. No tiene la misma velocidad el domingo que el viernes con sus compras ajetreadas aumentando el tráfico y el consumo de jugo de caña helado, ni tiene la misma velocidad la azucena y la marea con su ejército de burbujas y ardientes carabelas penetrando sombrías en el río en otra lentitud que la del crepúsculo que, en lo alto, con su gran engranaje averiado molía la luz. Otra velocidad tiene Bizuza sentada en el piso del cuarto doblando las sábanas lavadas y planchadas, arreglándolas en el cajón de la cómoda, como si la vida fuese eterna. Y era en ese su universo de almuerzo y condimentos de hojas de laurel y de pimienta negra mastuerzo para la tos rebelde, universo de ollas y cansancios entre las paredes de la cocina dentro de un gastado vestido de percal, en fin, donde latía su pequeñito corazón opaco opaco la opaca mano del soplo contra el muro oscuro menos menos menos que oscuro menos que blando y duro menos que foso y muro: menos que hoyo oscuro más que oscuro: claro ¿como agua? ¿como pluma? Claro más que claro claro: alguna cosa y el todo (o casi) un animal que el universo fabrica y viene soñando desde las entrañas azul era el gato azul

era el gallo azul el caballo azul tu culo ¿Qué importa un nombre en este momento al anochecer en São Luis de Maranhão a la mesa del comedor bajo una luz de fiebre entre hermanos y padres dentro de un enigma? Pero qué importa un nombre debajo de este techo de tejas mugrientas vigas a la vista entre sillas y mesa entre una vitrina y un armario delante de tenedores y cuchillos y platos de vajillas ya quebradas un plato de vajilla ordinaria no dura tanto y los cuchillos se pierden y los tenedores se pierden por la vida caen por las fallas del entablado y van a convivir con ratones y cucarachas o se oxidan en el jardín olvidados entre los pies de la cidrera y las gruesas orejas de menta cuánta cosa que se pierde en esta vida Como se perdió de lo que ellos hablaban allí masticando mezclando frijoles con harina y pedazos de carne asada y la tos de la tía en el cuarto y el resplandor del sol muriendo en la barda frente a nuestra ventana tan reales que se apagaron para siempre ¿O no?


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