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Contrapastoral
FRAGMENTOS SOBRE UN LIBRO QUE LEE LA NOCHE ALBERTO HERNÁNDEZ
de sus cerdas llamadas por la muerte la muerte que siempre le ocurre a los otros
Sus ojos se acostumbraron a la oscuridad. Pero no podía leer y eso lo puso triste. Fue bajando un volumen tras otro, lo hojeaba y hasta descifró algunos títulos. Más tarde se trepó a la escalera. Quería saber si los libros de arriba ocultaban algún secreto. Elías Canetti (Auto de fe) la muerte nada sabe de vos tu pie tiene hierba debajo y una sombra donde escribe el mar del vacío Juan Gelman (Dibaxu) no tengu más nochi in lus ojus no tengo más nada Clarisse Nikoidsky
1.-
E
n uno de los innumerables sobresaltos sufridos por el poeta argentino Juan Gelman, la imagen del exilio lo sumó a la necesidad de escribir un poemario (Dibaxu, 1994) en ladino -sin ser sefardita- para abreviar en las sombras que han sido parte de su travesía por el mundo. Para estar cerca del judeoespañol que le inculcó los sonidos que usa para expresarse y para respirar. Judío de sangre mas no de conciencia, Gelman supo de los meandros de Clarisse Nikoidsky, de quien se desprendió un libro que llegó a las manos de Harry Almela y lo empujó a saberse parte de la diáspora, del exilio que jamás culmina, porque el exilio deja de ser en la inminencia del silencio absoluto, en la muerte, que también es un exilio, como los secretos. 2.Una contrapastoral es un contra rezo. Es una visión de lo terri-
ble. Un rito que no es y es, un viaje que no se realiza, pero que ha dejado el camino trazado y pleno de escollos. Una muerte que nunca termina pero que no tiene nombre. Si alguien ambula por el mundo y silabea el paisaje, se hace paisaje. Pero si alguien pronuncia el nombre de otro, lo hace respirar, lo coloca en el lugar donde la vida implanta su comienzo. El poema devela ese instante: existo porque tú me nombras. Es el momento del bautizo, el tiempo de extinguir la culpa, de imaginar la sangre que habrá de derramarse. Los símbolos que aquí se sienten no dejan espacio para silenciar el exilio, el olvido, el disparo o la puñalada. Almela se agrega al poeta argentino, mide la voz de Nikoidsky, la hace suya: advierte de una geografía perdida. Si en los antiguos silencios hubo palabras, la bierva que crea, que inventa, nombra también lugares con vocablos por donde se entró al descreído paraíso. Un país que se extingue entre sus nombres. Un país que deja de ser. Un país que nace y se borra, porque ansina avlan y dejan la lengua a plena intemperie, en el papel rústico de los heredados, pero igual, siglos después, en la voz de los herederos. La poesía se sostiene en esa lengua y recrea los sonidos en quienes hablamos el español de hoy. Somos sefardíes en la medi-
da en que sentimos que nos nombran o nos borran. 3.he visto pasar/ junto a las biervas/ follajes/ y demás tribulaciones// siete veces siete han sido/ las malgastaduras// siete veces siete Y así, en la voz bíblica de Mateo, el número multiplicado, talmúdico, las veces del perdón, la ley celestial que rige los destinos del mundo. Y la poesía, la desterrada de la boca de quienes han sido atropellados por el prócer atroz/ que te entretiene. He aquí que alguien, la voz que me dice desde el vacío (soy el lector y a la vez el que oye), te hablo desde esta oscuridad/ para que no pierdas/ el sentido de la luz. ¿Existe algún sentido? ¿Prosperan los designios del tal prócer que habla y no termina de hablar y como la serpiente adormece al que lo arroba? 4.Entramos en la tensión verbal de Harry Almela: el animal baja la cabeza hunde el hocico en el lodazal de su destino lo pardo
Entonces me suena cerca la voz de Hannah Arendt: El proceso de la vida que impregna todo nuestro ser lo invade también, y aunque no usemos las cosas del mundo, finalmente también decaen, vuelven al total proceso natural del que fueron sacadas y contra el que fueron erigidas. Abandonada a sí misma o descartada del mundo humano, la silla volverá a ser madera, la madera se deshará y volverá a la tierra, de donde surgió el árbol que fue talado para convertirse en el material sobre el que trabajar y con el que construir. El animal, se me ocurre, el mismo texto, la materia con que se elabora la imagen de la bestia, hunde parte de su cuerpo en el barro. Y entonces, la muerte, tan cerca de la tierra, tan cerca de la humedad de la desaparición. Ese exilio innegable cierra el ciclo y abre el otro: la muerte/ que siempre le ocurre/ a los otros mientras quienes ven el cuerpo a punto de ser tierra se ufanan de estar vivos. Mañana seremos silla abandonada, cuerpo pútrido, visto por otro vivo que también se cree eterno. Forma de destierro del Ser, La condición humana que la pensadora judía dejó para que la sintiéramos, la oliéramos en el desierto de la soledad más espantosa. Decimos morir en otro, pero es el otro el que muere en nosotros, el que escapa de nosotros, se exilia de nosotros, se hace de otra tierra, de otra noche, de otro país desconocido. 5.¿Cuál palabra es verdadera? Dudemos de la bierva, de la voz que nos llama. La poesía sefardí ha viajado tanto con sus fardos,
con sus diccionarios, con sus viejas palabras españolas, con sus noches a cuestas. resguarda todo simulacro, se deja llevar por la pronunciación de quien come tierra y la mastica, sea cual sea el país que haya pisado. En este hoy del nuestro, no hay simulacro. El autor de este libro se ha adueñado de las voces olvidadas, de las más viejas, las de los muertos que le hablan en la página en blanco. Y con el ladino que sigue su curso sabe de las humillaciones, por eso te di lo que trajeron desde lejos (…) trasegaste el alcohol donde dejaste el escupitajo te di el mimbre de tus muebles la cuerda que te ahorca (…) Juan Gelman ya sabía de eso, como la misma poeta Clarisse Nikoidsky. La muerte, la imagen de la muerte, el nudo de la horca, el ahogo, la agonía numerosa, el abandono, el destierro, los hijos y nietos perdidos, hasta llegar a la lengua que lo hizo Otro, desde la mirada de una mujer que tenía el mismo tono, el mismo delirio. Sin embargo, qué lejos queda el mundo Y Almela se los acerca con estos poemas, con estos dolores, mientras atraviesas un abismo entre siete montañas 7.No es lengua de estos tiempos. No es vocablo de cábala para esta hora. Es bierva vieja, palabras antiguas que hacen poesía y regresan al lector a un lugar, a unos lugares donde fueron pisatarios. Donde fueron nombres y apellidos sospechosos. (...)
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Joseph Roth y Stefan Zweig : Cartas desde el mundo de ayer IKER SEISDEDOS
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ay historias que conviene empezar por el final. La de Ser amigo mío es funesto (Acantilado), volumen con la correspondencia entre Joseph Roth (Brody, Imperio austrohúngaro, 1894-París, 1939) y Stefan Zweig (Viena, 1881-Petrópolis, 1942), es una de esas historias. El día anterior al suicidio por envenenamiento de Zweig en Brasil, donde se había exiliado del mundo de ayer junto a Lotte Altmann, su segunda mujer, el autor de Momentos estelares de la humanidad, de 60 años, escribió a su primera compañera, Friderike: “…recuerda siempre al bueno de Joseph Roth y a Rieger, cómo me alegré por ellos porque supieron evitar estos sufrimientos”. En efecto, Roth, muerto en una taberna de París tres meses antes del estallido de la II Guerra Mundial, se ahorró los años más ciegos que le tocaron en desgracia a Zweig. Un ataque al corazón terminó con la vida y las penurias del santo bebedor, uno de los narradores más vigorosos del tormentoso siglo XX, brillante periodista y cronista de la disolución moral del Imperio Austrohúngaro. También puso fin a 12 años de profunda amistad entre dos colosos de la literatura, así como a su relación epistolar, que llega el miércoles a las librerías en la traducción del alemán de J. Fontcuberta y Eduardo Gil Bera. El gran biógrafo del siglo Stefan Zweig destacó en el terreno de la biografía de hombres y mujeres ilustres gracias a su magistral conocimiento de la condición humana. Entre ellas, destacan: María Antonieta, María Estuardo, Montaigne, Fouché o tres maestros (Balzac, Dickens y Dostoievski). Novelista notable (La novela del ajedrez, Carta de una desconocida o Amok) y autor del enorme éxito comercial, sobre todo tras la Primera Guerra Mundial, quizá sus libros más perdurables sean Momentos estelares de la humanidad (estudio de instantes crucia-
El escritor Joseph Roth visto por Loredano.
les, desde el descubrimiento del telégrafo hasta la composición de La Marsellesa), y sus memorias El mundo de ayer, que escribió cuando ya se había exiliado. Todas las obras citadas están publicadas en castellano en la editorial Acantilado. La edición, aparecida en Tubinga en 2011, reproduce 268 misivas entre ambos, completas y sin cortes por primera vez, además de cartas relacionadas enviadas a otros. Predominan las escritas por Roth a Zweig (que firma solo 45), no porque el primero fuese mejor corresponsal, sino porque su vida disoluta y errante, empeorada con el ingreso de su mujer en un sanatorio mental en 1930, no permitió que sobreviviera más material. “La invitación de la editorial a
los medios interesados a aportar documentos desconocidos” y paliar “la evidente desproporción” no dio resultado, se lee en el apéndice del libro. Con todo, el conjunto aporta un valioso retrato íntimo de ambos.“Roth aparece como un hombre inteligentísimo, desconfiado, divertido, obsesivo y fatalmente alcoholizado. Zweig es mucho más generoso y centrado”, opina Sandra Ollo, viuda y sucesora al frente de Acantilado de Jaume Vallcorba. “Rothiana militante”, ve en esta publicación, que parte del trabajo hecho con Cartas (1911-1939), correspondencia de Roth reunida por Herman Kesten, la feliz confluencia de dos de los autores que han marcado el catálogo de la casa, sobre todo en el caso de Zweig. El escritor aún es un valor
de ventas seguro, como lo fue sobre todo tras la I Guerra Mundial, y su rescate es una de las historias de éxito editorial más ejemplares de los últimos años en España, con la autobiografía El mundo de ayer a la cabeza. Frente al autor al que reconocen los revisores de trenes y los botones (en ese tiempo que afectuosamente caricaturizó Wes Anderson en El gran hotel Budapest), Roth, más admirado que leído, se presenta “esquivado por el éxito” y siempre necesitado de una ayuda económica o un buen contacto en el mundo editorial. El fin de un imperio Dos novelas de Joseph Roth relatan inmejorablemente el ocaso de los Habsburgo: La marcha Radetzky y La cripta de los capuchinos. Job, Zipper y su padre u Hotel Savoyson otras de sus grandes obras (todas en Acantilado, salvo la primera, en Edhasa). La leyenda del Santo Bebedor (Anagrama) fue publicada después de su muerte y puede ser considerada su testamento. Al término de la I Guerra Mundial, Roth se propuso convertirse en periodista, trabajo que desempeñó con maestría. Las recopilaciones Primavera de café. Un libro de lecturas vienesas o La filial del infierno en la tierra (ambas en Acantilado) sirven para hacerse una idea de sus dotes de columnista de revistas y periódicos. Entre sus ensayos destaca Judíos errantes. Como elocuente prueba de sus distintos temperamentos (el pesimista Roth y Zweig, el iluso) sirve un intercambio producido en octubre de 1933, año en que los libros de ambos autores judíos fueron quemados en las universidades y prohibidos en Alemania. Roth escribe: “¿Aún no lo ve usted? La palabra ha muerto, los hombres ladran como perros”. A lo que Zweig, recién mudado a Londres, expresa un optimismo por su nuevo hogar que los tiempos venideros desmentirían. A esa última década de su vida, un continuo vagar melancólico por el mundo junto a Lotte, que fue secretaria antes que amante, está dedicado el recién editado El
exilio imposible (Ariel), de George Prochnik. La biografía “pinta un retrato no demasiado conocido de un Zweig asediado por la depresión”, según el filósofo Luis Fernando Moreno Claros, al tiempo que recorre los escenarios (Londres, Bath, EE UU, República Dominicana, Argentina, Paraguay y, por fin, Brasil) que siguieron a su decisión de abandonar Salzburgo tras un registro domiciliario en 1933. Atrás quedaron la música de Richard Strauss, la biblioteca, los cafés y el sueño del paneuropeísmo pacifista, pero no la correspondencia con Roth, que se escora inevitablemente hacia unos pocos temas: el mundo bajo el Tercer Reich, “la filial del infierno en la tierra”, en la famosa definición de Roth, el judaísmo o el compromiso político. “De modo diferente reaccionaron a los pasos encaminados a destruir el espíritu europeo, llevados por dos concepciones distintas de la misión del escritor”, reflexiona Heinz Lunzer en el epílogo. “Roth se consideraba portavoz combatiente (…), Zweig pretendía ser comprendido solo mediante su obra literaria”. Continuamente, el autor de La marcha Radetzky, que se muestra visionario en 1933 (“todo conduce a una nueva guerra. No doy un céntimo por nuestras vidas”), lanza desafíos al espíritu contemporizador de su amigo —”Alemania está muerta. (…) ¡Véalo de una vez, por favor!”— que este sortea con un titubeante optimismo que resurge de nuevo en la última de las cartas recogidas en el libro. En ella, Zweig muestra en diciembre de 1938 su preocupación por el silencio de Roth y se despide así: “Con toda cordialidad, y que (¡pese a todo!), el año que viene no sea peor que el último”. Pero lo fue. Seis meses después, el gran biógrafo de María Antonieta o Fouché, escribió para el Times una breve semblanza necrológica de su amigo, cuya muerte llegó por telegrama. Ese mismo día confesó al escritor Romain Rolland: “Lo he querido como a un hermano”.
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Sancho Panza viaja a las Indias
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WINSTON MANRIQUE SABOGAL
El mundo al revés! Sancho Panza se ha quijotizado del todo. Muerto el Caballero de la Triste Figura ahora salen a resolver entuertos y vencer miedos quienes le sobrevivieron al ir detrás de una misión harto difícil, cambiar de vida en las Indias. Solo que se toparán con la aventura más insospechada: encontrarse a sí mismos. La cita es en El final de Sancho Panza y otras suertes (Destino), donde Andrés Trapiello (Manzaneda de Torio, León, 1953) junta al fiel escudero con el bachiller Sansón Carrasco, su esposa Antonia y sobrina de Alonso Quijano y al ama Quiteria. Los cuatro conviven en una novela que continúa el camino abierto por Miguel de Cervantes en su obra maestra al mezclar realidad, presente y ficción como un solo mundo. Viven esas criaturas con su creador, con la presencia ausente de don Quijote, con el falso caballero y su escudero copiados por Avellaneda, y el efecto de la obra cervantina en la gente. Es la continuación del homenaje a Cervantes iniciado hace 10 años
El escritor Andrés Trapiello, delante de la antigua Audiencia de Sevilla. / alejandro ruesga (EL PAÍS)
por Trapiello en Al morir Don Quijote, donde recreaba lo que sucedía con los personajes de la obra en aquel lugar de La Mancha tras el fallecimiento del ingenioso hidalgo. El final de Sancho Panza… “es una manera de resarcir el sueño de Cervantes. De hacer justicia poética a él mismo porque cuando llega de la guerra de Argel intenta pasar a las Indias. Pero menos mal que no lo hizo porque, tal vez, no habría escrito su obra”, recuer-
da el escritor dentro de la Torre del Oro, a orillas del Guadalquivir. Cuatro siglos después, una parte del sueño está a punto de hacerse realidad. La locura de don Quijote de trastocar el mundo. Inmensas nubes grises rodean Sevilla, mientras su río tiene encima el cielo azul. En un día así, como el del miércoles, pudo haber embarcado Sancho Panza a las Indias, en compañía de sus tres amigos, junto a pícaros y maltrapillos, en la nao La Favorita. La Torre del Oro habría sido testigo de sus aventuras físicas, morales y existenciales. “El final de Sancho Panza…. es una confirmación de que don Quijote vive. De que sus personajes son tan reales como su creador. No se trata de competir con Cervantes porque eso es imposible. Su genio y su lengua son únicos y esa empresa es absurda. Se trata de simpatizar con su espíritu”, dice Trapiello. Esta no es una novela histórica, busca extender los ideales de libertad y cierta anarquía cervantina, “las causas del Quijote no están perdidas”. Unos trece años ha estado el autor
leonés con esta novela cuyos tres pilares de investigación se basan en lo literario (El lazarillo de Tormes, las Cartas de Santa Teresa y Don Quijote), en lo histórico (Bernal Díaz del Castillo, Bartolomé de las Casas, Crónicas de Indias, etcétera) y en la vida cotidiana (Cartas privadas de Emigrantes de Indias 1540-1616, compiladas por Enrique Otte). Sevilla es el punto de encuentro del pasado y del futuro de esta historia de convivencia entre el creador y sus criaturas, entre la realidad y la ficción. Sevilla fue importante para Cervantes antes de escribir su gran obra. Una ensoñación cervantina allí es imposible, pero un asomo a través de los sitios por donde habrían estado Sancho Panza y sus amigos no, con Andrés Trapiello como guía. Las gradas de la Catedral donde transcurría la vida de sevillanos, cambistas, indianos, marinos, sacerdotes y demás gentes que decidían parte del destino del mundo ahora vive el trasiego de turistas. En uno de sus frentes el Archivo de Indias, antes Casa de la Contratación, la zona “donde se escuchaba el sonido de una lengua que se estaba haciendo”.
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Una manzana más abajo, hacia el río, la Casa de la Moneda, “lo más cervantino que se conserva, junto a las iglesias donde está guardado el siglo XVII”. Detrás, la Torre del Oro, donde fondeaban los barcos, donde la ilusión partía y los rezos por un buen viaje se compartían entre los que se iban y los que se quedaban. Donde las naos han sido reemplazadas por embarcaciones de turistas. A su derecha, entrando por una de las calles del Arenal, la antigua playa de Sevilla, el Hospital de la Caridad. Al lado, las atarazanas sumergidas en el silencio y las sombras de sus arcos de ojivas. En la esquina, el postigo del Aceite, una de las pocas puertas para entrar a la ciudad que se conservan. Culebreando un poco la antigua cárcel, donde estuvo un día Cervantes y donde en la novela de Trapiello durmió su escudero, solo hay una placa. Detrás, la Plaza de San Francisco con su palmera solitaria, bajo cuya sombra está la escultura de quien da origen a todo esto, don Miguel de Cervantes Saavedra.
«La historia de Don Quijote no es inventada, es real» LIDIA YANEL
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l historiador Francisco Javier Escudero y la arqueóloga Isabel Sánchez Duque avalan históricamente las andanzas del Quijote y en quiénes se basó Cervantes. Nuevos documentos históricos avalan la historia del Quijote y en quienes se basó Cervantes. El historiador y la arqueóloga que hace unos meses desvelaron que habían localizado el lugar en el que se alzaba el mesón donde se armó caballero Don Quijote de la Mancha han encontrado ahora nuevos documentos históricos que avalan la historia del Quijote y en las personas reales en que se basó Miguel de Cervantes. Hace medio año el archivero e historiador Francisco Javier Escudero y la arqueóloga Isabel Sánchez Duque desvelaron que una venta medieval que estuvo abierta durante más de dos siglos junto a la actual ermita de Manjavacas, en Mota del Cuervo (Cuenca), podía ser el mesón en el que se armó caballero Alonso Quijano. Ahora han avanzado a Efe sus
nuevos descubrimientos históricos y aseguran que la trama de El Quijote tuvo protagonistas reales, coetáneos de Miguel de Cervantes y vecinos de los municipios manchegos de El Toboso y Miguel Esteban. Pedro de Villaseñor, que era amigo de Cervantes como él reconoce en «Los trabajos de Persiles y Sigismunda», y Francisco de Acuña, otro hidalgo manchego, intentaron matarse a lanzazos en el camino del Toboso a Miguel Esteban en 1581, según textos del Archivo Histórico Nacional y otros de órdenes militares. A diario, Villaseñor y Acuña iban vestidos como caballeros medievales, con cascos, broqueles, cotas, montantes y dagas, y Escudero y Sánchez Duque consideran que Miguel de Cervantes pudo conocer estos hechos -ya que los Villaseñor eran sus amigos- y parodió con su novela una historia y personaje reales. «Encontramos que los Acuña intentaron matar a los Villaseñor vestidos de caballeros, con todo el aparataje medieval, y nos dimos cuenta de que la historia de Don Quijote no es
inventada, es real: es lo que hacían los enemigos de los Villaseñor contra ellos. Increíble pero cierto, está documentado», afirma con énfasis Escudero. De Quijada... ¿a Quijote? Antes de esa fecha está documentado en 1573 el intento de asesinato de otro Villaseñor, Diego, en El Toboso y aquí aparece un tercer personaje, Rodrigo Quijada, que fue procesado aquel año y cuya vida fue, cuanto menos, polémica. A su apellido, Quijada, pudo añadir Cervantes un sufijo peyorativo que derivó en Quijote. Escudero explica que El Quijote es «una parodia, una burla» y teniendo en cuenta que no se escriben novelas para burlarse de amigos, Cervantes debió gestarla para «ridiculizar» a quienes eran no ya sus enemigos, sino los enemigos de los Villaseñor. «Todavía estamos en la fase preliminar y puede aparecer mucho más, pero lo que parece evidente es que el Quijote está dedicado a burlarse de esos enemigos de los Villaseñor que, posiblemente, también sean enemigos de Cervantes o a quienes Cervantes consideraba
enemigos», ha añadido. Por otra parte, a Sánchez Duque y Escudero -que no son manchegos, sino vallisoletana y madrileño- no les convencía que el modelo para el Quijote fuera Alonso Quijano Salazar, un fraile agustino de Esquivias que murió mucho antes de que naciera Cervantes y que no era del entorno de El Toboso. La de este fraile como posible Quijote es una propuesta de Astrana Marín en 1948 y a estos investigadores les llamó «poderosamente» la atención que fuera la única hipótesis en casi setenta años, por lo que siguieron buscando. De esa forma han llegado al regidor Rodrigo Quijada, de quien han hallado media docena de documentos, ninguno de los cuales le retrata como un hombre «bueno», ya que fue «un personaje muy polémico que estuvo muy mal visto en todos los pueblos de la zona», y que, según su biografía, se merecía el maltrato que se le da al Quijote en la novela. Debió morir hacia 1581, según datos que les ha aportado Alfonso Ruiz Castellanos, cronista de Quero ( Toledo) e inves-
tigador de los Villaseñor. Todos estos personajes confluyen, además, en un entorno geográfico conocido por Cervantes. Los dos investigadores intuyen que sus estudios traerán polémica, pero avanzan que van a seguir trabajando para demostrar si, por ejemplo, Rodrigo Quijada fue enemigo de Cervantes o de sus amigos los Villaseñor «y se merecía que se burlaran de él en la novela». En este sentido, consideran que indagar en los Villaseñor, Acuña, Quijada y otros hidalgos de la zona es «una buena línea de investigación porque es el caldo del que bebe Cervantes» y porque puede dar respuesta a la pregunta de por qué dedicó Cervantes una novela a una ciudad que no era la suya y a unos determinados personajes. Escudero y Sánchez Duque llevan tiempo investigando sobre la ruta que inspiró a Miguel de Cervantes para escribir el Quijote y trabajan en la colección denominada «Tierra del Quijote», en cuyo quinto número publicarán estas investigaciones, además de darlas a conocer en distintos foros internacionales en 2015.
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Muere Mark Strand, poeta de la ausencia VICENTE JIMÉNEZ
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ark Strand se murió en Brooklyn cuando el invierno, ausente todavía, comienza a asomar su luz esquiva. Fue el sábado, en pleno puente de Acción de Gracias, con frío en la ciudad y nieve en los suburbios, los únicos días del año en que la metrópolis se muestra ausente, casi silenciosa, desarraigada, como si fuera víctima de una suerte de extrañamiento. Mark Strand, de 80 años, se murió cuando Nueva York más se parece a su poesía. “En un campo/ yo soy la ausencia / de campo. / Esto es / siempre así. / Donde sea que esté / yo soy lo que falta. / Cuando camino /parto el aire / y siempre / el aire ingresa / a llenar los espacios / donde ha estado mi cuerpo./ Todos tenemos / razones / para movernos. / Yo me muevo / para dejar las cosas intactas”, escribió en su primer poemario, Durmiendo con un ojo abierto (1964).
Strand pasó sus últimos años en España, en Madrid, en una casa de la calle Monteesquinza, donde vivía con su pareja la marchante de arte Maricruz Bilbao. Falleció en casa de su hija Jessica, fruto del primero de sus dos matrimonios. La pasada primavera se trasladaron a Nueva York, tal vez en busca de esos paisajes urbanos ralos y silenciosos de Edward Hopper, pintor al que tanto admiró y al que dedicó uno de sus principales ensayos. “Los cuadros de Hooper son los de un viajero que pasa por ahí y mira a quienes están dentro. Sus cuadros te enfrentan con fragmentos aislados
de una narrativa”, declaró a Andrea Aguilar en una entrevista que EL PAÍS publicó en 2010. Pintor poeta y poeta pintor, Strand escribía como pintaba y pintaba como escribía. En corto, meditabundo, en busca de las emociones ordinarias. Chus Visor, su editor en España, habla de su minuciosidad, de su búsqueda de las cosas concretas, de aquello que podía ocurrir a su alrededor, siempre a la caza del “cálculo exacto de la palabra”. Pese a que la poesía de Strand guarda algo de ese silencio que dejan las nevadas, entre la meditación y la contemplación, vivió su vida con plenitud, acompañado de un físico imponente, entre Paul Newman y Clint Eastwood. Nació en Prince Island, en Canadá, en 1934. Su condición insular no le impidió ser un viajero impenitente, alentado desde niño por continuos traslados debidos a la condición de directivo de Pepsi Cola de su padre. Pasó su infancia en Cleveland, Halifax, Montreal, Nueva York y Filadel-
fia. Siendo adolescente, estuvo en Colombia, México y Perú, donde aprendió un español suficiente para leer y entender a Rafael Alberti y Octavio Paz, poetas ambos a los que tradujo. Ya de adulto pasó largas temporadas en Brasil e Italia. Su primera pasión fue la pintura. Como reconoció más tarde, la idea de convertirse en poeta no figuraba en su cuadro de mando inicial. Pero fue durante su Bachelor of Arts en Ohio, en 1957, cuando descubrió las palabras. Estudió poesía italiana en Italia en 1960 con una beca Fullbright. En los años setenta ya era un poeta reconocido, aunque los galardones llegaron más tarde: Poeta Laureado de Estados Unidos en 1990 y Premio Pulitzer en 1999, entre otros. Deja 12 libros de poemas, además de relatos, ensayos y libros infantiles. Su últimas creaciones fueron collages, expuestos este otoño en Nueva York. Su último libro, una colección del conjunto de su obra poética se publicó este año en EE UU.
Strand describió su territorio poético en una entrevista de 1998 como “el yo, el borde del yo y el borde del mundo”. “El tiempo transcurre rápidamente, / nuestras penas no se transforman en poemas, / y lo invisible permanece como es. / El deseo ha volado, / dejando sólo un rastro de perfume tras de sí”, escribió en Tormenta de uno, uno de sus libros más importantes. Con Mark Strand se va uno de los poetas más personales y admirados de Estados Unidos, un creador de la muerte, el vacío y la ausencia, una voz mística en un cuerpo mundano, irresistiblemente abierto al mundo y en permanente despedida. “Me vacío de los nombres de los otros. Vacío mis bolsillos. / Vacío mis zapatos y los dejo al lado del camino. / Cuando se hace de noche atraso los relojes. / Abro el álbum de fotos familiares y me miro de chico. / ¿De qué sirve? Las horas hicieron su trabajo. / Digo mi propio nombre. / Me despido” (Más oscuro, 1970).
JUAN GOYTISOLO Y EL PREMIO CERVANTES MANUEL CABESA
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ste año 2014 el Premio Cervantes recae en Juan Goytisolo, quizás el más cervantino de los narradores ibéricos y en un momento en que se celebran los sesenta años de la publicación de su primera novela “Juego de manos” (Ed. Destino, 1954). En una primera etapa que cubre aproximadamente una década, Goytisolo escribe y publica varias novelas siguiendo el canon del realismo crítico tan en boga por aquellos años en la narrativa española: “Duelo en El Paraíso” (1955), “Fiestas” (1958), “El circo” (1958), “La resaca” (1958), “Para vivir aquí” (1960), “Campos de Níjar” (1960), “La isla” (1961) y “Fin de fiesta” (1962), lograron captar la atención del público agotando ediciones y en ellas se daba testimonio de una generación abandonada a la abulia y el conformismo, de jóvenes y niños
atrapados en la maraña de violencia soterrada que era el estigma de los años de la posguerra y la dictadura franquista. En 1966, con la publicación de “Señas de identidad” la narrativa de Goytisolo da un cambio radical y se aparta definitivamente
del realismo para comenzar una indagatoria a otros niveles de la estructura y del lenguaje narrativo, abriendo espacios a otros géneros que mezclados dan nuevas formas de entender los diversos matices de la realidad. “Reivindicación del Conde Don Julian”
(1971) y “Juan sin Tierra” (1975) conformarían junto a “Señas…” el núcleo de esta nueva búsqueda y quizás lo mejor dentro de su obra que con los años se ha extendido siempre en una búsqueda permanente de nuevas dimensiones del lenguaje cuyas resonancias se volvieron cada vez más poéticas. Sobre su herencia cervantina Juan Goytisolo expresó en una entrevista para la revista Ozono en 1976, lo siguiente: “Yo digo que Cervantes ha sido no sólo el mejor novelista de la lengua castellana, sino también –y a la vezel mejor crítico. ¡Qué mejor crítica de la literatura de su tiempo que la que hallamos en el Quijote! Toda la crítica literaria de su tiempo está resumida en el Quijote. No hay mejor crítica literaria. Yo, con toda modestia, no he hecho más que seguir sus pasos. En realidad, Cervantes ocupó todo el campo de maniobras de la novela: es decir, que cualquier tentativa que ponga el género en tela
de juicio tiene que entrar (yo diría casi inexorablemente) en el campo de maniobras de Cervantes. En el caso de Don Julián para mí fue muy claro: hasta que no terminé la novela no me di cuenta de que estaba cervantinizando, cervanteando, cervantizando, sin saberlo. El episodio de las moscas en la biblioteca de Tánger desempeñaba exactamente el mismo papel estructural que el del espurgamiento de la biblioteca de Don Quijote por el cura y el barbero. Era el pretexto para introducir la discusión literaria en el cuerpo de la novela.” Con el otorgamiento del Premio Cervantes a Juan Goytisolo, los iberoamericanos no sólo celebramos la obra de un autor de demostrada coherencia y solidez, sino también una tradición literaria que abarca los últimos cuatros siglos y que cada tanto se regenera en esas obras indispensables que abren un campo abierto para la imaginación y la poesía.