Suplemento Cultural Contenido 07-02-2015

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Crónicas del Olvido

SÓLO ME QUEDARÉ CON ESTE ASOMBRO ALBERTO HERÑNÁNDEZ

3.Julio Carrero es un poeta que duele. Lectura crítica porque apunta, señala el lugar donde ha quedado una marca, la herida que no termina de cerrarse: relente de un tiempo que lo pesa y lo ambienta en “este misterio/ desolado”. Encarnado en esa fijación tan humana, reitera en el ahondamiento de una tristeza que se siente en su voz: es bronca y áspera, piedra rugosa la palabra. Es una poesía que prueba al hombre. El poema desnuda a quien la escribe. Obsesivo, el poeta desciende hasta él mismo. Se verbaliza. Un impulso lo renueva, lo sacude, lo evade (suerte de viaje que no termina nunca, espejo que lo repite en el gesto, en el sonido él) y lo regresa aturdido, en una presencia permanentemente asombrada: el eco lo obliga a asomarse a la muerte, a un vacío que lo obliga a decir el poema en voz alta, para no extraviarse.

Ilustr.: Pablo Picasso 1.-

S

e asimila la pasión y se hace instante en la forma de abordar las palabras. Por gracia del silencio se prolongan en una distancia que vuelve en apariciones e imágenes: fórmula que acerca al diálogo, a las huellas dejadas por las voces de otros, las ajenas, las alejadas, las también recuperadas. Deslumbramientos, asombros que meditan: de allí el dolor como adquisición frente al tiempo, frente a la emoción que violenta o apacigua el espíritu. La poesía, ese epifenómeno que penetra y comparte los círculos del tiempo, es una súbita iluminación, como ha dicho Octavio Paz. En las sombras también hay luces que privilegian el momento en que quien escribe, quien nombra, es parte del mismo asombro. Sombra de luces imaginadas en un espacio, vaciadas en las páginas muchas de ellas dobladas en un cuaderno o guardadas en un bolsillo. De esa cuenta con Julio Carrero Franchez hubo muchos instantes: desde la primera impresión provocada por la biografía de quien se repite en el espejo, de donde el autor extrajo el escepticismo que más tarde develó a sus lectores. En humano oro, su ópera prima, libro que animó a Julio Carrero a recuperarse de las sorpresas, de los sobresaltos. Ahora (ese ahora de hace dos décadas, vuelto presentimiento y memoria, nos sabemos la otra parte de Sólo me quedaré con ese asombro (Ediciones de la Secretaría de Cultura de Aragua, serie “El cuervo”, 1995), obra que nos regresa a la convicción de un estado íntimo, silencioso y sosegado.

2.“Debe saberse que mi soledad es un caballo”. Instante con forma de bestia. Soledad que exige el temblor, los nervios de un hombre que se asume en el dolor, en el silencio diario, el incógnito silencio. El hombre que escribe, el poeta que baja del edificio y encara el

otro mundo, el que lo vacía. Deja de ser un solitario y regresa a su condición humana: es uno para salir de él, intacto como el caballo que imagina bajo la rotación constante de los astros. Sujeto sin destino mientras mira la calle. Receptor de los mensajes que siente como un animal insomne. Entonces, la aflicción es esa bes-

tia bajo la piel, bajo la torpeza de las noches mientras una copa recuerda a quienes se han marchado para no regresar. El padre, el hijo, la esposa, algunos sueños sueltos, una puerta que se abre. Los seres del pasado y el futuro. Los que crean el presente y no están. La poesía, el asombro convertido en palabras.

4.La revelación acude a la voz que la crea. Entonces: “Me espero a mí mismo/ entrecortado/ en la orilla lejana de las baldosas/ La derrota universal/ es una transpiración desprevenida/ Una voltereta de constelaciones”. Visión que irrumpe en un cosmos cuyo logos se destina a una realidad ya fundada: la generación que perdió la desmesura y los sueños. Imaginación y ocultamiento: sólo una voz para repetirse en una constante inequívoca, un sistema de señales que encuentra los puntos en la disolución de la fuente de esa aflicción hecha ahora discurso textual: “El hombre se quedará y verá desaparecer los cielos/ de las bocas”. El silencio, aunque no es la propuesta de este libro, no niega la posibilidad de seleccionar un modo de instalarse para descifrar el dolor. (Maracay, 1995)


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