Suplemento Cultural Contenido 07-03-2015

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Crónicas del Olvido

AUTORRETRATO (“¿Quién hace al tuerto galán/ y prudente al sin consejo?”) ALBERTO HERNÁNDEZ

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e Quevedo los sueños, que juntos van mis disparates: Borrascoso, contradictorio, lunático, amargado a lo Olafo, despechado, deudor de penas, arisco, levantisco, díscolo, hiperbólico, irrelevante, sin sosiego, abusivo, ablusivo, repulsivo, revulsivo, desangelado, candidato al paredón, avariento, lúbrico y callejero. Pirata que soy de las letras, anónimo brejetero, antipoeta, rizoma, tortícolis, pasionario, tonto de capirote, elusivo, alusivo, sortario en infortunios, arengador de fantasmas, reaccionario, linfático, inamistoso, embustero, poco galante, infeliz, tortura gramatical, quiromántico, quiropédico, afásico, apenado por amores viejos y mal curados, aborrecible, bilioso, odioso, prevaricador, invasor de vocaciones, iletrado del alma, confundido, homicida converso, tunante, revisionista, escuálido, oligarca, conspirador, rico en cuna de otro, de bolsillos plenos de denarios mal habidos, a decir de santidades recién llegadas; desmarcado por la vida, aturdido, sin fe, perdido y sin paraíso, arrogante, diletante, profanador de tumbas, inquieto anacobero, llorón, envidioso, egoísta, canalla, traidor, ególatra, ciego tanteador de sombras, arribista, corrupto, degenerado, poco visible, amante del vil metal, ventoso, vende patria, izquierdoso de orilla, de pésima literatura, pesadillesco, moratorio, miedoso, temeroso, tembleque, de rubor alquímico, corsario del periodismo, precursor de la desesperanza, animal de costumbre, aristócrata, petulante, engreído, palaciego, loco de antaño, bacalao del desierto, alucinado, insaciable, castigo del cielo, peladura de la muerte, trasnochado, ditirámbico, acomplejado, hipócrita, deshonesto, poco afable, amargado sobre todo, y bribón. Así soy en la foto que vos queráis. Cronicario del estupro, relator de masacres, disociador, vil, chismoso, metiche, tuteador, tesorero del crimen, resentido de los dioses y de hábitos profanos, tejido de malicias, falso, porcazo, ludópata ferviente en nubes de espanto, testigo de tristezas,

desanimado, militante de los manicomios, tortuoso, frenético bebedor, de resaca delirante, vengativo, espaldero sistólico, agorero, doloso, débil de luces, torpe, afanoso, alejado de logias, porfiado, rengo de labios, amargado otra vez, sin destino, medroso, cenagoso, rupestre, atrasado, decimonónico y cabestrero, ágora indefinida, propietario de nada, mucho menos de riquezas

patrias: Que nunca lo he sido, innombrado, malhumorado, desfuturado, de negra estirpe, incendiario, carcelario, disgresivo, desconcentrado, personaje de panfleto, hemofílico, griposo, alérgico a la sombra y al polvo del olvido, irreparable, lombriciento, sordo, tartamudo, calamitoso, error histórico, clon sin espejo, unhappy ending, litúrgico, comedor de chigüire, parte borrosa del

paisaje, mimetizado, desesperado, malagradecido, víbora, desestabilizador, renuente, roñoso, bobalicón, tenebroso, bucanero, asalariado, contador de chistes de homicidas, narrador de cuentos grotescos, vociferador de enigmas, matasiete, extraterrestre, de versos lo peorcito, bolsa, maula, lugar común, enano de corazón, arrogante de aceras, deletéreo, etílico, extabáquico, lento de pensamiento, aletargado, culpable de añoranzas, nostalgioso, equilibrista, bobo, monotemático, cojo de los dientes, muleta de la idiotez, sinforoso, sucio de espíritu, tenebra, prótesis de satanás, tozudo, ladrón de bicicletas, tetánico, asaltante de virgos, enfermo y desganado, politicastro, orejano, bárbaro, Atila, cargante y atorrante, malversador de códigos, retozo del demonio. Eso me dibuja en perfecta armonía, a manera de disculpa por el pecado cometido. Robótico, de brutal ADN, dodecasílabo y fúnebre, fotografía movida, flaco y conmovedor, argucia genética, noctámbulo, trasegador de veneno, opositor eterno, ruinoso, caído de la mata, bizco espiritual, donativo de plaza, recogido, signo negativo, poco dado a la alegría, ánima perdida, tosco, incómodo, mala conducta, antisocial, sulfuroso, babélico, capitulador, dionisíaco, veguero, peligroso, devengador de siniestros, abúlico, contaminado, enajenado, enemigo de la cursilería, devanador de la ira, finisterrae, petimetre, testarudo, cristiano viejo, taoísta a distancia, maromero sin circo, payaso con curso intensivo, mimo jubilado, timorato, actor sin cenital, agobiado, amo de casa, sometido por las turbulencias. Y si hace falta otra lista, vamos, que sale si es necesario invocar al Cristo y decir en su nombre que he sobreestimado mi anonimato. Por ello y por otras cosas me someto al perdón del agredido. Que es de quevedianos reconocer la vigilia, a decir duermevela, y doblar la cerviz en busca del alivio necesario.

(Este texto fue escrito hace más de una década en respuesta a una supuesta agresión que no fue tal sino un birlibirloque quevediano, en tanto mala lectura del destinatario. Así, para alegrarlo, me agregué todo lo anterior. Por si acaso).


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Secretos de los libros únicos de un autor WINSTON MANRIQUE SABOGAL

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iedo, dolor, perfeccionismo, grito y gloria forman míticos oasis literarios rodeados de silencio. Si en música un único éxito es llamado one-hit wonder, en literatura es una variedad del milagro. Y sus autores forman un exclusivo club de escritores de un único e histórico libro. ¡Leyenda! Como la que envuelve al reciente hallazgo del manuscrito inédito de donde salió Matar a un ruiseñor, de Harper Lee (Go, set a watchman, Ve, aposta a un centinela), que ilumina a los miembros de ese mítico club: Juan Ruiz, Arcipreste de Hita con el Libro de buen amor, Fernando de Rojas con La celestina, Emily Brontë con Cumbres Borrascosas, Margaret Mitchell con Lo que el viento se llevó, o Giuseppe Tomasi di Lampedusa con El gatopardo. Habitan el centro de los círculos del misterio literario donde “el silencio es siempre una elipsis: quien escribe y después calla contiene su talento o su capacidad para refugiarse en lo no-dicho (al menos públicamente)”, explica Anna Caballé, escritora y profesora titular de Literatura Española de la Universidad de Barcelona. El mutismo de un escritor es en general, agrega, “una herida abierta y las razones pueden ser muchas pero tiene que ver con alguna forma de dolor”. Personas tímidas, esquivas, hurañas, dudosas o perfeccionistas y en duelo eterno con la vocación literaria y la pulsión del No. Hasta que alguien las espoleó… A Emily Brontë su hermana Charlotte, a Margaret Mitchell su marido, a Lampedusa su primo Lucio Piccolo y a Harper Lee su amigo Truman Capote. Y, al final, escribieron de manera febril la obra que tenían dentro. Decidieron ser ellos sin saber que el primer peaje era un asomo al infierno. Algunos manuscritos fueron rechazados al desmarcarse de la tendencia dominante en

D e izquierda a derecha: imágenes de El gatopardo; Alicia en el país de las maravillas; Matar a un ruiseñor; Cumbres Borrascosas; Libro de buen amor; Lo que el viento se llevó y El principito / Fernando Vicente estructuras, enfoques innovadores, arriesgados o adelantados a su tiempo. Pero todos con la semilla de cómo pasar a la historia. Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, lo hizo con 1700 estrofas, entre los años 1330 y 1343, en el Libro de buen amor. Contó su vida de manera ficticia sobre asuntos y embelecos amorosos. Y tras él, otros como Emily Brontë con Cumbres Borrascosas. La publicó en 1847 bajo el seudónimo de Ellis Bell, ya usado para el poemario conjunto con sus hermanas. Denostada al principio, esta obra clásica surgió después de que en 1846 Charlotte la animara a ella y a Anne a escribir una novela. Era un paso más dentro de la costumbre que tenían de escribir poemas y comentarlos mutuamente, e intentar una carrera literaria que les permitiera ganar dinero y dejar de trabajar como institutrices y maestras. Lo recuerda Ángeles Caso, que pronto publicará la vida novelada de las hermanas Brontë en Todo ese fuego. “Emily era la más reticente a editar esa novela”, añade Ángeles Caso, “desconfiaba de la recensión que pudiera tener. Tras las críticas salvajes que recibió, al no ser entendida, se reafirmó en su idea de que iban a ensuciar su creación y se negó a escribir más”. Dos años después de la publicación, y con 30 años, moría de

tuberculosis sin ver su paso a la gloria literaria. Un siglo después, el príncipe Lampedusa vivió un episodio parecido, salvo por la necesidad económica. Escribió al final de sus días, y ya con 58 años, El gatopardo. Venció sus temores en el verano de 1954 cuando acompañó a su primo, el barón Lucio Piccolo de Capo d’Orlando (Mesina), a una reunión de escritores en S. Pellegrino Terme. Ese encuentro le dio la confianza que necesitaba. Dos años tardó en escribir la novela que fue rechazada por las editoriales. Murió el 23 de julio de 1957. Al año siguiente la obra salió en una edición a cargo de Giorgio Basani, en la editorial Feltrinelli. Todos esos silencios concéntricos, y muchos más, los exploró Enrique Vila-Matas hace 15 años en Bartleby y compañía. La atracción por abandonar la escritura tras uno, tres, nueve o más libros. Al narrador barcelonés le viene a la memoria el pasaje que dedicó a Robert Derain que en Eclipses literarios, a través de la ficción, creó “una magnífica antología de relatos pertenecientes a autores cuyo denominador común es haber escrito un solo libro en su vida y después haber renunciado a la literatura”. Es el enigma del arte que Víctor Hugo resolvió diciendo que “la obra maestra es una variedad

del milagro”. Y en esa variedad hay dos círculos claros: el de un libro emblemático que eclipsa el resto de la obra de un autor y el de los libros únicos en el género no habitual del escritor. En el segundo círculo están las obras que en el imaginario colectivo la gente identifica, casi como sinónimo, con ese autor: El principito, de Antoine Saint-Exupéry; Doctor Zhivago, de Boris Pasternak; Tristram Shandy, de Laurence Sterne; Pedro páramo, de Juan Rulfo; Tiempo de silencio, de Luis Martín-Santos; Nada, de Carmen Laforet... “No son sus únicos libros pero logran expresar de una manera más acertada, incluso sublime, que en otros textos, lo que querían decir, aquello a lo que aspiraban”, explica Caballé, autora, junto a Israel Rolón, de Carmen Laforet. Una mujer en fuga. J. D. Salinger también creó sus laberintos de olvido tras El guardián entre el centeno. ¿Pero por qué autores como él no escriben más después de la gloria?, se pregunta Javier Aparicio Maydeu, escritor, profesor de la Universidad Pompeu Fabra y crítico de Babelia: “Tal vez por miedo escénico. Tal vez porque el éxito es una enfermedad del artista”. La conexión entre una sola obra emblemática y el lector es tan irresistible que incluso en ese

círculo estarían Divina Comedia de Dante y El Quijote de Miguel de Cervantes. “Sí”, asegura Caballé, “son autores de una obra más voluminosa pero estas dos son tan vastas, contienen tantos mundos en un solo texto que les convierte en libros inagotables y por ello imperecederos”. Junto a ellos Moby Dick de Herman Melville, el mismo que en un relato dio vida al personaje de Bartleby, del que habrían de salir los bartlebys, “esos seres en los que habita una profunda negación del mundo”, como los describe en su novela Vila-Matas. “De ciertos creadores que aún teniendo una conciencia literaria muy exigente (o quizás precisamente por eso), no lleguen a escribir nunca; o bien escriban uno o dos libros y luego renuncien a la escritura”. El tercer círculo es para los libros únicos en un género no habitual en el autor, donde buscan otro registro. Es el lugar de la poeta estadounidense Sylvia Plath con su novela biográfica La campana de cristal; del poeta ruso Mijail Lermontov con sus relatos Un héroe de nuestro tiempo; del poeta y cuentista estadounidense Edgar Allan Poe con su novela Narración de Arthur Gordon Pym; del poeta y dramaturgo inglés Oscar Wilde con su novela El retrato de Dorian Grey; o de los poetas colombianos Jorge Isaacs con María y José Eustasio Rivera con La vorágine. Tal vez Harper Lee haya dejado en Matar a un ruiseñor un resquicio para descifrar el silencio que rodea ese club de escritores de libros únicos e históricos: “El día tenía veinticuatro horas, pero parecía más largo. Nadie tenía prisa, porque no había a donde ir, nada que comprar ni dinero con que comprarlo, ni nada que ver fuera de los límites del condado. Sin embargo, era una época de vago optimismo para algunas personas: al condado de Maycomb se le había dicho que no tenía nada que temer, solo a sí mismo”.


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La amistad secreta de Lorca y Primo de Rivera MIGUEL LORENCI

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o crees que con tu azul y el mío juntos haríamos una España mejor?”. Es José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange Española -camisa azul y mártir fascista- quien garabatea esta pregunta en una nota para Federico García Lorca, poeta rojo abatido por las balas y odio franquista y que lucía mono de trabajo azul en «La Barraca», su ambulante compañía de teatro. El ideólogo fascista y el poeta republicano y homosexual «fueron amigos y se trataron, por más que la historia se empeñe en enterrar esta incómoda amistad de la que hay varios testimonios». Lo dice Jesús Cotta (Málaga, 1967) profesor y autor de «Rosas de plomo» (Stella Maris), un ensayo subtitulado «Amistad y muerte de Federico y José Antonio». El libro rastrea las evidencias de la relación entre el poeta y el político, y le ha dado a su autor el premio de biografía histórica da la editorial dotado, con 6.000 euros. La incómoda relación de amistad ha sido un tema tabú «discutido, afirmado y negado» por quienes lo conocieron e investigaron «aunque hay más testimonios afirmativos que negativos», dice Cotta. Tras constatar que fueron amigos, ha estado un lustro «pisando ciénagas para quitar las máscaras ideológicas para ver las afinidades reales». El poeta Gabriel Celaya recreó en las notas de su diario incluidas en «Poesía y verdad» su última conversación con Lorca, en la que éste cuenta su trato con José Antonio. «¿Sabes que todos los viernes ceno con él? Pues te lo digo. Solemos salir juntos en un taxi con las cortinillas bajadas, porque ni a él le conviene que le vean con-

migo, ni a mí me conviene que me vean con él». No hay testigos directos ni fotos de unos encuentros que debieron producirse en el entorno de «La ballena alegre», el local donde estaba la tertulia de José Antonio.

RAZONES “IDEOLÓGICAS”

«Nadie pone en duda la amistad de Lorca con Azaña, sobre la que tampoco hay fotos, pero se duda de su relación con José Antonio porque derriba tanto el mito del poeta izquierdista como del novio virgen y mártir de la España azul y reaccionaria», dice Cotta. «Se niega por razones ideológicas y no lógicas» remacha el autor, que lamenta que «se haya creído que mi interés era demostrar que Lorca era fascista o José Antonio homosexual». Lorca y José Antonio se trataron indirectamente entre 1931 y 1936, pero se conocieron y fueron amigos a partir de marzo de 1936. Los presentó Carlos

Morla Lynch, diplomático chileno afincado en Madrid, amigo íntimo de Federico y admirador de José Antonio. «Lorca temía que se supiera que era amigo del malo de la película del líder fascista, y los pocos que sabían de la relación callaron y mantuvieron el secreto para no ensuciar la memoria del poeta muerto», reitera Cotta. Sabían de la relación Salvador Dalí, Pepín Bello y, desde luego, Luis Rosales que, si bien testimonió que ambos se trataron, como le habría dicho a Ian Gibson, sería luego más que equivoco sobre una amistad que ocultó para no dañar más la figura del poeta ni a sí mismo y a su familia. Según Cotta esta amistad explicaría que Lorca se refugiara tras huir de Madrid en agosto de 1936 en la casa granadina de los Rosales, muy próximos a la Falange, en vez de acudir a la de su amigo Manuel de Falla.Una fatal decisión «con la que Lorca cavaría su tumba, pues las ren-

cillas entre la CEDA y la Falange desembocarían en el secuestro y asesinato del poeta».

AFINES

Cotta se refiere a Lorca y José Antonio como «personalidades afines, unidas por su amor a España y su dolor ante la pobreza y los partidismos». «Les diferencia que Lorca, que renegaba del perfil autoritario y filofascita del líder falangista, siempre mantuvo su discurso en lo moral y lo estético sin entrar en lo político, como hizo José Antonio». Para Cotta son «dos seres libres, clarividentes e inclasificables». Asegura que eran «tan antimarxistas como defensores de los pobres, tan amigos de la tradición como del progreso, incomprendidos, revolucionarios, libres, eclécticos y heterodoxos». «El presagio de su muerte también les une, ya que ambos intuyeron que serían asesinados», apunta Cotta. Recoge un testimonio de Felipe Ximénez

de Sandoval, amigo de ambos y futuro biógrafo de José Antonio, a quien Lorca dijo: «Verás cómo me matan antes que a José Antonio». «Lorca soñó con su propio velatorio y José Antonio anticipó su muerte antes de entrar en la cárcel y instruyó a sus amigos sobre como quería que fueran sus funerales». Fue en un restaurante de Palencia donde José Antonio le hizo llegar aquella nota en el verano de 1934 proponiéndole aunar esfuerzos. Lorca está de gira con «La Barraca» y el líder falangista va camino de un mitin, pero cuando Lorca se dispuso a contestar, José Antonio se había ido. La conexión era Ximénez de Sandoval, a quien José Antonio pidió, según Cotta, que le presentara a Lorca. A su vez el poeta habría demandado a Agustín de Foxá que le presentara a José Antonio. Otro falangista, Alfonso Ponce de León, era quien pintaba los decorados de «La Barraca».


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Aforismos inéditos de Paul Celan 1. En la poesía no se espera la señal cuando se telefonea. 2. Aragon: un gran poeta / Éluard: un gran, gran poeta 3. Nada es más negro que la mañana luminosa del recuerdo. 4. Llama a la puerta de tu soledad y pregunta por el señor: si te abren, tú no has hablado en vano a los hombres. 5. Enseña a los peces el lenguaje de los anzuelos. 6. También piedras son flores, solo que su aroma es más fuerte. 7. Quien verdaderamente aprende a ver, se acerca a lo invisible. 8. Solo el incomprendido comprende a los otros. 9. Quien bajo la –falsa– excusa de que hay que dejar en paz a los muertos, sigue contemplando el crimen al que está vivo, ese es también un criminal. Y escarnece con ello a todos los muertos. 10. Sobre las propias ruinas se alza y tiene su esperanza el poema. 11. Quien dispone de las palabras a ese se le niega el lenguaje. El que se somete al lenguaje a ese… le encuentran también las palabras.

El poeta Paul Celan y su mujer, la pintora Gisèle Celan-Lestrange, en 1956 / Colección Eric Celan

12. No el poema del escándalo es el escándalo. El poema es el escándalo.

14. Aleman: una lengua que no olvido. Una lengua que me olvida.

17. Construir casas, por encima de la desesperación. Un techo. Para eso.

13. Preguntan por qué tantos se dejaron matar sin ofrecer resistencia. No preguntan por qué había tantos asesinos y espectadores “indiferentes”. Cuanto más terrible tiene que haber sido la mirada de los que estaban alrededor que la mano que daba la estocada.

15. A los fariseos los reconoces a veces en que constantemente tienen en la boca el anti-fariseísmo. El ataque rentable. –Ser atacado, estar afectado por el que está en contra–.

18. La asociación de los expulsados de su país. Habría que fundar sin duda la asociación de los expulsados del mundo.

16. Dios necesita heréticos… y los castiga por ello.

19. Un proverbio rumano: “De camino a Dios los santos te matan a palos”. 20. La camisa de fuerza de la comodidad.

NOTA: Paul Celan escribió estos aforismos inéditos en castellano y traducidos ahora por José Luis Reina Palazón, entre

1947 y 1969. Forman parte del volumen Microlitos. Aforismos y textos en prosa, que publica esta semana la editorial Trotta, con edición crítica y comentarios de Barbara Wiedemann y Bertrand Badiou. Nacido 1920, en Czernowitz, entonces ciudad rumana, Paul Celan se suicidó en París, el 20 de abril de 1970. Sus padres, judíos de habla alemana, murieron en un campo de concentración en 1942.

21. Quien no da al poema la fuerza de resistencia de lo inmediato, no ha escrito ningún poema. 22. La verdad es revolucionaria. Eso también lo creo yo, pero cuando me sirven la cita olisqueo un poco en las comillas.


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