Suplemento Cultural Contenido 08-11-14

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Crónicas del Olvido

LOS ESCAFANDRISTAS ALBERTO HERNÁNDEZ

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ajo el mar, en el fondo del abismo, entre corales, me sorprende una escafandra. La que le faltaba a los buscadores de perlas de Cubagua, vista y escrita por Enrique Bernardo Núñez. Esta vez los aventureros de las profundidades usan unas herramientas de las que carecían los indígenas que desde su podredumbre corporal observaba Pedro Cálice. Fedosy Santaella escuchó en Margarita, en el museo marino de la isla, la historia de unos buzos -siete en total, número cabalístico para una aventura en la que la Biblia tiene asomo- que se arriesgaron a buscar madreperlas en el Mar Rojo, pero todo fue un engaño porque quien pagaba y financiaba el negocio, un árabe de los tantos que pululan en la realidad y en la imaginación, quería encontrar otra cosa. De esa historia nació Los escafandristas (bid & co. editor, Caracas 2014), una novela corta que cuenta la historia y deja correr la fantasía hasta límites donde lo surreal se confunde con una realidad en la que aparecen unos sujetos sacados de un relato escuchado en un espacio donde todo es posible y convertidos en referencias que hacen de esta obra de Santaella un mundo de ensueño, como afirma Carlos Sandoval. 2.Marcelino Alfonzo es el jefe del grupo. Un tipo cerrado, en extremo celoso de su intimidad, quien tiene la facultad de ser rodeado por tiburones sin que éstos lo ataquen. Se trata de un sujeto alrededor del cual se tejen muchas historias y leyendas propias de quienes han sido siempre fabuladores, los margariteños. Salim Abouhamad es el personaje que arrastró a los siete buzos hasta aquel mar desconocido,

muy lejos del acento dicharachero de la Isla venezolana. Esta novela de Santaella entraña una historia donde la fantasía se enreda con la realidad del lector y le produce desconcierto. Es una novela para fantasear desde una ficción/realidad que ha preparado el novelista que, como todo contador de historias ha transformado en metaficción. Es decir, Santaella nos ha preparado una emboscada como la que el árabe le preparó a los buzos, quienes creyeron que regresarían ricos a su isla caribeña. Como lectores terminamos creyendo que somos esos buzos en la medida en que sentimos el ahogo de la desesperanza, pero eso ocurre más adelante, en pleno Egipto, en Arabia Saudí, en el mar Rojo, en las intenciones perversas de quien se llevó a unos campesinos del mar y los hizo sumergirse

en unas aguas extrañas donde no había perlas. En medio de tanta incertidumbre aparece un personaje, Alessandro Balsami, suerte de alter ego del narrador, aunque algunos sesgos pretendan hacerlo parecer al árabe. Siento que Balsami es un viajero del tiempo que trata de advertir a Alfonzo de las locuras sobrenaturales del árabe. O forma parte de la misma ambición. En tal sentido, dejaría de ser cómplice del autor y se incorporaría a las peripecias de una ficción que nos arrastró hasta el desierto misterioso del fondo del mar. Los llamados hermanos de abismo de Marcelino comienzan a conspirar contra éste porque los ha hecho sumergirse varias veces y no han conseguido nada. Los buzos dudan de Marcelino: hasta los tiburones lo han abandonado. Mal signo para una leyenda. Claro,

lo que buscan es un tesoro que va más allá de lo cercano a nuestra cotidianidad: el Arca de la Alianza, el baúl bíblico, la llamada casa de la inmortalidad. Finalmente, todo termina en un fiasco. Pero eso no lo sabían sus compañeros: la traición asomó la cara. Los buzos se pelean con Marcelino, aunque al final lo reconocen inocente, porque también fue engañado por el árabe. Se quedan varados en un país lejano y allí trabajan de caleteros hasta que un día regresan a su tierra gracias ciertos esfuerzos diplomáticos ejercidos por el italiano. 3.¿Qué es esta novela? ¿Un relato histórico, una fantasía, un divertimento? Sea lo que sea, se trata de una gran estafa, como debe ser. Y digo gran estafa en tanto que la literatura nos sumerge en las

profundidades de eventos que resultan fallidos, porque la tragedia es eso, una gran estafa que nos somete, nos ata a nuestras creencias. Es una aventura en la que los personajes, engañados por la ambición o fanatismo de un sujeto, son sometidos a las más duras pruebas, a un engaño. El Arca de la Alianza, Adán y Eva, el errante Cagliostro, el Preste Juan, Lilith, esa especie de primera mujer originaria, gran vientre de la humanidad. Todos esos sujetos referenciales conforman una febricitante revelación del autor: Fedosy Santaella nos preparó para entrar en una pesadilla de la cual hemos salido con muchas preguntas que, imaginamos, alguien nos responderá en algún lugar donde nos tropecemos con el árabe perdido o con la sombra de Balsami. Seguramente Santaella sonreirá al vernos, al sentir que su novela ha sido leída, ha sido deglutida, ha sido entendida como eso, como la novela que convierte al lector en un estafado, en un ilusionado, en un buscador de tesoros perdidos o producto de la imaginación de alguien que se mueve como pez en el agua o en las creencias que suelen hacernos más humanos. De manera que hemos sido unos lectores metidos en un traje de buzo rodeados de tiburones. En todo caso, ha quedado en el fondo del mar el sudor de los buzos y hasta la impresión de alguien que en un momento dado nos dará una sorpresa en cualquier recodo marino. Bajo el mar los peces, los corales, los tiburones y los tesoros inencontrados seguirán siendo una atracción para el ser humano, para alguien sueña. Allá abajo, otro alguien está a la espera de que el misterio será develado. Indiana Jones podría ser la cara morena de Marcelino Alfonzo ataviado con una escafandra, asistido por el viejo leproso Pedro Cálice. ¿Por qué no?


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Orwell disparando con letras JUAN JOSÉ MATEO

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n Escritor en guerra, la compilación de sus cartas (19371943) y diarios (1940- 1942) que publica ahora Debate, el autor de Rebelión en la granja usa cada línea para dialogar con el lector. George Orwell nunca escribe solo para sí mismo, jamás piensa que esté ejecutando un acto íntimo sin trascendencia pública. Al contrario, el autor empuña la pluma como si fuera una metralleta con la que defenderse frente a la posteridad, el juez implacable que vendrá a calificar su actitud frente al horror de los totalitarismos, la tragedia de la guerra y las mentiras de la propaganda. El resultado es un retrato de otro tiempo, vivido con pasión a través de los ideales, descrito con la pausa de las cartas (a veces aburridas, a veces deliciosas), y consumido sin comodidades: ni agua caliente, ni luz eléctrica, ni dinero, ni comida. Así malvivió este “izquierdista disidente” que línea a línea baila

George Orwell visto por Sciammarella

agarrado a los fantasmas de sus contradicciones y mete al lector en un torbellino lleno de altibajos,

con momentos apasionantes e instantes para la siesta. Lo normal en una personalidad poliédrica como la de Orwell, un tipo siempre al borde de la pobreza, experto en la cría de gallinas y la agricultura de subsistencia. Un idealista al que la vida coloca entre la espada y la pared con una enfermedad crónica que le impide disparar un solo tiro en la Segunda Gran Guerra: “Hay que morir luchando y tener la satisfacción de matar antes a alguien”, escribe decepcionado. No es este un relato de los horrores de la Segunda Guerra Mundial al estilo periodístico de la obra homónima de Vasili Grossman, ni una colección de fotos fijas con las que retratar la guerra civil española como el A sangre y fuego de Manuel Chaves Nogales. Irregular y a veces tedioso, sobre todo cuando describe la estancia terapéutica del autor en Marruecos, Escritor en guerra mezcla el agudo análisis de la alta política de la época, las penalidades de un escritor que junta letras con el único objetivo de alimentarse

y la escalofriante cotidianidad de la guerra, cuando las alarmas antiaéreas acaban convirtiéndose en compañeras de sueños. Ahí, en el relato de sus vivencias en la Barcelona de la Guerra Civil o en el Londres asediado por los aviones nazis, se despliega el Orwell más incisivo, el Orwell más brillante, el Orwell que se paladea y disfruta. Uno que planea cómo contener una invasión alemana de Reino Unido. Uno que sale a todo correr de su casa, víctima de un incendio, y se sorprende consigo mismo por acarrear las armas y no la máquina de escribir. Uno que observa cómo se raciona la cerveza, que en los mercados hay tanta escasez como para que se vendan pescados de agua dulce o que las tiendas italianas de Londres cambian de nombre para no pagar las consecuencias de la guerra. En resumen, a Orwell el mundo le llega a provocar asco porque siente que está hecho por políticos de todo o nada y una mayoría de ciudadanos de blanco o negro sin término medio. “Dentro de un año”, escribe

sobre la falta de opiniones críticas en los diarios, “veremos titulares así: ‘Bombardeado con éxito un orfanato en Berlín. Niños abrasados’. No hemos llegado a tanto, todavía, pero vamos por buen camino”. Cuanto mayores son las penurias, más afilada es la mirada de ese hombre complejo que es Orwell, el policía imperialista de India, el guerrillero herido en la Guerra Civil, el propagandista de la BBC y el autor capaz de acudir al juicio de la posteridad denunciando lo que Nikita Kruschev no haría público hasta 15 años más tarde: “No se me ocurre un ejemplo mejor de la superficialidad moral y emotiva de nuestro tiempo que el hecho de que ahora todos seamos más o menos pro-Stalin. El asesino repugnante está de momento de nuestro lado, de manera que las purgas, etcétera, se olvidan de repente”. Con sus diarios, al revés que con sus cartas o las de su mujer, ocurre lo contrario. Permanecen en la memoria como disparos de denuncia hechos con tinta y letras.

Cortázar forastero ANDRÉS NEUMAN Desconocido íntimo Por su impacto iniciático, suele repetirse que Cortázar es un descubrimiento de adolescencia. Esta afirmación, que contiene su dosis de injusticia, omite cuando menos otra realidad: hay sobre todo una manera adolescente de leer y recordar a Cortázar. Lo cual, definitivamente, no es culpa suya. Su aproximación al vínculo entre escritura y vida, heredada del romanticismo pero también de las vanguardias, lo convierte en la clase de autor que genera una imaginaria relación personal con sus lectores. Para bien y para mal, Cortázar es contagioso. Por eso quienes fingen desdeñarlo en realidad se están defendiendo de él. Dos fuerzas complementarias lo mantienen en un raro equilibrio emocional. Una fuerza centrífuga, el humor, que le permite distanciarse de sí mismo; y otra centrípeta, la ternura, que provoca adhesión íntima. Resultaría esnob subestimarlas. Otras mecánicas Los cuentos fantásticos de Cortázar han sido aislados en un canon restrictivo que tiende a traicionar la genuina variedad de su poética. Las piezas perfectas (uno de los epítetos más recurrentes en su prosa) al estilo de Continuidad de los parques, escritas durante los años cincuenta y sesenta, han eclipsado una extraordinaria periferia que, contradiciendo la opinión oficial, incluye su

obra tardía. Pese a los sobreexplotados artefactos de inversión como Axolotl, muchos de sus cuentos memorables (La autopista del sur, Casa tomada) no condescienden al malabarismo estructural, ni concluyen en sorpresa. En otras palabras, la mayoría de los cuentos de Cortázar operan al margen de la simplificadora ecuación con que suele identificarse su narrativa breve, persiguiendo más bien lo que él alguna vez denominó “mecánicas no investigables”. Un ejemplo de esas afueras es Queremos tanto a Glenda, del libro homónimo, legible como parábola de la reescritura, pero también de la censura autoritaria; se trata de un excelente cuento político, descargado de lastres panfletarios. Y sobre todo Diario para un cuento, del postrero Deshoras. En este texto final y sin embargo fundacional, Cortázar declara su intención de escribir “todo lo que no es de veras el cuento”, los alrededores de lo narrable: el contorno de un género. Quizá por eso repita la frase “no tiene

nada que ver”, a modo de mantra digresivo. Para éxtasis del hermeneuta universitario, en este cuento se cita y traduce, acaso por primera vez en una obra de ficción latinoamericana, un fragmento de Derrida. Experimento autoficcional que se anticipa a actitudes literarias hoy percibidas como poscortazarianas, Diario para un cuento despliega una magistral reflexión sobre la historia del estilo, sobre cómo afecta el tiempo a las maneras de contar. El narrador nombra varias veces a Bioy (cuyo centenario, aunque casi nadie parezca haberlo advertido, también se celebra este año) como alguien capaz de describir al personaje “como yo sería incapaz de hacerlo”. Además de un homenaje, se trata del establecimiento de una frontera: el territorio en que se está aventurando Cortázar transgrede muchos códigos generacionales y estéticos. Esta última gran pieza, cuento y anticuento, decreta la senectud de una tradición que él mismo había encumbrado. Amores duales Quiroga tanteó una división de su propia narrativa en cuentos de efecto y cuentos a puño limpio. Por anacrónicamente viril que hoy suene esta nomenclatura (casi tanto como la lamentable distinción en Rayuela entre lectores macho y hembra), el matiz era pertinente: los textos de estructura clásica frente a los que salen sin brújula en busca de un impacto visceral. De manera análoga, resultaría factible agrupar los cuentos de Cortázar en función de dos conceptos mencio-

nados por el autor: aquellos con la milimétrica vocación de converger en un golpe final, en un knock-out; y aquellos otros con preferencia por la improvisación, a partir de un tema dado, es decir, por el take. Entre estos últimos podrían incluirse epítomes como Carta a una señorita en París, El perseguidor, Historia de cronopios y famas, y títulos mucho menos transitados como Un tal Lucas. Tampoco los personajes femeninos de Cortázar escapan a esta suerte de amor dual. A un lado pululan diversas magas y figuras más o menos contagiadas por la nouvelle vague. Pienso en la Alana de Orientación de los gatos, atrozmente alabada como “una maravillosa estatua mutilada”, y cuyos encantos parecieran transcurrir “sin ella saberlo”, gracias a su becqueriano exégeta. Al otro lado sobresalen, por su capacidad de contradicción, retratos más complejos de personajes femeninos tradicionales. Así sucede con la madre de La salud de los enfermos o la prostituta de Diario para un cuento, cuya foto aparece como inquietante (¿y acaso irónico?) marcapáginas de una novela de Onetti. El tono y el túnel Siempre me ha intrigado el conflicto entre las imágenes populares de Cortázar y Borges y sus respectivos tonos como ensayistas. Borges suele ser considerado (sobre todo por quienes no lo han leído) un clásico de sesuda seriedad. Pero su escritura, en particular la ensayística, está plagada de provocaciones, ironías

risueñas y bromas hilarantes. Cortázar es tenido por un autor lúdico, de esencial amenidad. Sus ensayos, sin embargo, mantienen una sorprendente corrección profesoral. Tal es el caso de Teoría del túnel, cuyo arduo empeño en trascender la razón positivista y pensar históricamente el surrealismo resulta curioso, si consideramos que dichos objetivos son gozosamente alcanzados en los relatos de Bestiario, escritos al mismo tiempo. Cuando Cortázar afirma que la narrativa de ideas no existe, ya que “las ideas son elementos científicos que se incorporan a una narración cuyo motor es siempre de orden sentimental”, y que es preciso “hacer el lenguaje para cada situación”, uno no puede evitar pensar que a menudo sus cuentos confirman lo que sus ensayos desdicen. Algo parecido podría observarse sobre Imagen de John Keats, minuciosa indagación en el más grande poeta romántico en lengua inglesa, que habría dejado al anglófilo Borges con ganas de diversión. Si bien en ese ensayo hay momentos aforísticos capaces de sintetizar al mismísimo Funes: “Toda hoja es una lenta y minuciosa creación del árbol”. De mayor vivacidad, quizá por la urgencia de su pulso periodístico, resultan los textos recopilados en el volumen Argentina: años de alambradas culturales, libro en el que Cortázar trabajó justo antes de morir y de fundamental revisita para aquellos lectores interesados en sus ideas políticas, más matizadas y dialécticas de lo que a veces se ha querido difundir...


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Víctor Bravo, el otro el mismo JOSÉ NAPOLEÓN OROPEZA

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or la generosidad del Comité Organizador de la Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo (FILIC), correspondiente a su edición del año 20014, he sido invitado a pronunciar, unas breves palabras, en torno al ensayista y profesor universitario Víctor Bravo, nacido, él también, entre palabras, imágenes e hileras de libros, un 27 de septiembre de 1949 en Santa Bárbara, Estado Zulia, día e instante inmemorable y momento en que Apolo sobre hileras y nubes de libros, sonreía complacido aquel nacimiento, algunas de las páginas memorables, eternas, que escribiría, desde muy niño a quienes sus padres, intuitivos, felices con el nombre escogido para el recién nacido recogían, las páginas y libros caídos entre las nubes: Magias y maravillas en el continente literario (1988); El secreto en geranio convertido (1988); Terrores de un fin de milenio; El señor de los tristes y otros ensayos (2007) El Nacimiento del Lector (2008); libros de poemas y Leer el Mundo (Escritura, Lectura Y Experiencia Estética” (2009), texto que junto a Los Poderes de la Ficción (1987, reeditado, luego, en 1993), resume y condensa toda la estética de vida que animaría el trabajo de poeta, docente, investigador y animador cultural que desarrollaría nuestro homenajeado , fundamentalmente desde los espacios de la Universidad de los Andes, Mérida, desde los Núcleos de Valera y Trujillo y en la propia ciudad de Mérida desde la cual ha proyectado una inconmensurable labor de investigador de la literatura y de docente realmente brillante: en este momento, no hallo otra palabra para calificar su gesta en ese sentido. Conjuntamente con los también ilustres profesores de la Universidad de los Andes, el prominente poeta José Barroeta y los destacados profesores Gregory Zambrano y Diómedes Cordero, ideó y organizó, siempre trabajando en equipo, la histórica Bienal “Mariano Picón Salas”, capítulo excepcional en la celebración de simposios literarios que convertía a Mérida en el sitio donde nacía la poesía, la profunda discusión de memorables ponencias con invitados nacionales e internacionales. Víctor Bravo, Doctor en Letras Hispánicas, graduado en la Universidad Nacional Autónoma de México, desde sus días de estudiante, se convirtió en el promotor de la investigación literaria, de los encuentros y de los eventos donde se discutía, a alto nivel, las propuestas y hallazgos formales de nuestros creadores. Siendo él mismo un creador prolífico, un

investigador dedicado de corazón a compartir sus hallazgos e ideas; dueño además de una facilidad de comunicar sus profundos conocimientos sobre la poesía y la narrativa se ha convertido en un invitado permanente a dictar cátedras sobre poetas españoles y sudamericanos y sobre la filosofía de los Movimientos Literarios, en las ciudades de Buenos Aires, México, Madrid, Paris, Sevilla y Salamanca. Víctor Bravo, sin duda alguna una de las voces mayores del ensayo escrito en nuestra Lengua, exhibe entre todos sus ensayos, un libro de hermoso y ambicioso título: Leer el Mundo, Escritura, Lectura y Experiencia Estética, que no sólo se constituye en toda su pericicia y sabiduría sobre el género, sino en un compendio sobre la escritura, la lectura como oralidad e imagen del mundo: el génesis de la formación de ambas actividades a partir de la reinvención de cosa, de la experiencia de los hechos, pasando por el proceso del dibujo (o representación) de la cosa, los objetos, los hechos, hasta la constitución del alfabeto como armazón que, de una cultura a la otra, deviene en el escudo común, en el arma compartida para definir y, al mismo tiempo, para redefinir o reinterpretar el universo. La tecnología de la lectura, su poder, va generando, paso a paso, en la capacidad del hombre para representar, primeramente, su ámbito interior. Luego, la transformación maravillosa de lo divino en humano. Y de allí a la lectura del cuerpo, de la ciudad, de la región en la cual nos desenvolvemos y soñamos, hasta el logro de la magia que supone la escritura “propia”, la asumida como original, como reinvención del mundo; punto de vista original sobre en un hecho, en un suceso, una invención, como la que siempre supone el

dibujo o pintura de un niño quien, sin conocer de técnicas pictóricas o de punto de tensiones, los crea o los disuelve en una mancha. De todos los ensayos escritos por Víctor Bravo, éste quizá, echa las bases para todas sus propuestas, resumidas en una docena de volúmenes de ensayos, en una novela que bajo el título de Dos vidas-Rafael Rangel y José Gregorio Hernández, editada en el año 2013 por Ediciones Sellos del Fuego, a la cual nos referiremos seguramente, en algún momento, cuando terminemos de escribir, al final de estas páginas, porque, recién, la acabamos de recibir. Quizá, (y en esto creemos no equivocarnos,) el gran proyecto de vida de este gran pensador del arte de la literatura, según se desprende de la lectura de sus obras, tanto para Víctor Bravo como para la intelectualidad del país y de América, ha significado la aparición de la editorial El Otro el mismo, que, tomando como título el gran faro luminoso del gran escritor Jorge Luis Borges, se ha convertido en un gran sello editorial, conocido y estudiado fuera del país, por la selección acuciosa de sus títulos. Este sello editorial se que ha convertido y proyectado como un río en el cual se hayan representadas las voces de gran raigambre en la literatura que se proyectan, desde nuestro continente, en la literatura de la contemporaneidad. El otro el mismo: una fortaleza literaria Quizá por ser un hombre formado académicamente en una Universidad de gran raigambre, prestigio y, sobretodo, por una acrisolada fuente de diversas mentalidades que, históricamente, han convergido allí y por ser Víctor Bravo uno de los más grandes motores con los cuales ha

contado la Universidad de los Andes, para proyectarse, desde Mérida hasta todo el país y el continente. Pero, sobre todo, por ser un hombre dedicado exclusivamente a la investigación y a la docencia universitaria, haya logrado Bravo fundar, animar y sostener una Editorial de la calidad que ostenta El otro el mismo y la ha mantenido durante décadas, como una institución, cuyo fondo editorial, nos habla, por sí sólo de su importancia y trascendencia y, sobre todo, de la labor de un escritor que, además de docente brillante, ha sabido acumular, durante años, una labor tanto para El otro el mismo como para la institución académica desde la cual nació y se proyecta: la Universidad de los Andes. Desde su creación, a finales de la década de los años noventa, bajo la animación de las autoridades universitarias de la Universidad de los Andes, de un grupo de destacados intelectuales entre los que se destacaba el Doctor Simón Alberto Consalvi, los profesores Gregory Zambrano, el profesor Diómedes Cordero, y los grandes poetas Ramón Palomares y José Barroeta, el novelista Salvador Garmendia entre otros, Víctor Bravo concentró todos sus esfuerzos creadores en lograr la creación que sirviera de apoyo a la docencia universitaria y, sobre todo, también de estímulo al trabajo de los creadores venezolanos y del continente. El otro el mismo nació y se mantiene bajo la agrupación de las obras en tres géneros: Ensayo, Poesía y Narrativa, orientando las publicaciones, fundamentalmente, en antologías de los escritores y en obras individuales que destacasen por su acabado formal. A continuación presentamos, como un testimonio de la calidad y de la permanencia de las obras publicadas bajo el acierto de la escogencia, los nombres incluidos en ese prestigioso río. La permanencia de las obras y de los autores incluidos en el registro de El otro el mismo, constituye y lo testimonia para orgullo de la historia de nuestra literatura y reconocimiento a Víctor Bravo, gestor de la empresa, lo valioso de su idea y, sobre todo, el esfuerzo para mantener la obra una vez iniciada. Fundado el 15 de diciembre del año 2000, en medio de jornadas literarias que darían, posteriormente, inicio a los célebres Encuentros de Poetas y Escritores que reunía en la ciudad a los más célebres poetas, narradores e investigadores de la literatura nacional y latinoamericana, bajo la iniciativa de un equipo que lideraba el narrador Ednodio Quin-

tero, con el apoyo, entre otros profesores de la ULA, del propio Víctor Bravo, de Gregory Zambrano y del Poeta José Barroeta, además de escritores esparcidos por todo el continente, y convertía a Mérida, en especial a la Universidad de los Andes, en un vivo escenario de las letras y de las obras producidas en nuestros países. Como señalábamos anteriormente, Víctor Bravo creó para El otro el mismo tres secciones que agruparían los géneros publicados por la Editorial. El primer libro publicado fue Libro de Navidad, publicación a la cual seguiría la novela Solitaria Solidaria, de la escritora Laura Antillano, segundo libro del género narrativo y el ensayo La Patria y el Parricidio, del escritor Carlos Pacheco Rivas. A continuación, presentamos a ustedes, el resultado de esta gloriosa gesta de Víctor Bravo, desde la Universidad de los Andes, quien sin descuidar su propio trabajo creador que incluye la crítica literaria, la poesía y quien, recientemente, nos ha sorprendido con la publicación de la novela Dos Vidas/Rafael Rangel Y José Gregorio Hernández, a la cual nos referiremos brevemente, más adelante, cuando abordamos su lectura al terminar de escribir estas páginas que asumo como un homenaje a este gran escritor, pensador del mundo de la ficción, gerente de eventos que supongan el encuentros de manos amigas y de mentalidades consagradas a la labor del profesor universitario. Si existe una lista en Venezuela de profesores, de hacedores universitarios preocupados más que en la proyección de su obra en solitario, y no en el crecimiento de la institución universitaria, sin duda alguna, ese profesor ya tiene nombre como cabeza de esa posible lista: se llama Víctor Bravo. El hombre que ha juntado voluntades desde Mérida y ha convertido a la Universidad de los Andes en una verdadera fortaleza de voluntades en torno a la institución. Y estamos seguros de que todos los autores incluidos en El otro el mismo quizá añadirían otros comentarios sobre su gestión. Pero, siempre, siempre, aplaudirían el momento en que, para toda la eternidad, el nombre de Víctor Bravo, será el de un gran escritor, de un profundo conocedor de los artificios del lenguaje literario. Pero, igualmente, así como lo pensó el gran Jorge Luis Borges El otro el mismo, todas las aguas de un río serán siempre las de ese río que sube y nos alcanza(…) Las Eluvias III, amanece del día lunes 13 de octubre de 2014


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Cien años del milagro Dylan Thomas WINSTON MANRIQUE SABOGAL

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n escritor de poemas y cuentos. Un escritor de cuentos y poemas. De versos que parecen invocar la prosa, de prosa esparcida de versos. De una voz interior que busca ser oída para descubrir la música de las palabras. Ese era Dylan Thomas (Gales, 27 de octubre de 1914-Nueva York, 6 de noviembre de 1953). Donde nació y donde murió es el arco perfecto que traza la vida de lo que fue la trayectoria de un autor de provincia que se convirtió en estrella. Swansea... Swansea es el lugar donde nació y el mundo del que en realidad nunca salió. Y donde conmemoran su centenario con lecturas, exposiciones y nuevas ediciones de libros. Si bien sus primeras narraciones pueden ser vistas como recargadas o barrocas y crípticas, las segundas son, en apariencia, más transparentes y directas. Pero todas proceden de un mundo interior, a veces inquietante, a veces simbolista, a veces turbio, a veces obsceno, a veces divertido, a veces surrealista, a veces romántico, a veces distraído, a veces apesadumbrado, a veces seductor, a veces contemplativo, a veces inquieto y dudoso, muy dudoso, a veces infantil, a veces amante de la naturaleza, a veces creyente, a veces tierno y sexual, a veces rebelde, a veces acurrucado en la orfandad, a veces alegre, o todo a la vez. Y todo renovación. Dylan Thomas se asomaba a su mundo interior como en un pozo que sus ojos hacían cristalino con las palabras donde los lectores no solo ven ese mundo ajeno sino también el propio. El temblor del agua que los refleja. ¿Metafísico, filosófico, existencialista Thomas? La belleza y el hipnotismo del temblor del agua. Como cualquier verso de Y la muerte no tendrá dominio, No entres dócilmente en la noche callada o este de La fuerza que por el verde tallo mueve a la flor: “Los labios del tiempo sorben del manantial que nace. El amor gotea y se reúne, pero la sangre caída

El poeta y narrador Dylan Thomas, durante una de sus grabaciones de radio para la BBC, durante los años de la posguerra.

calmará su dolor. Y estoy mudo para decir al viento cómo el tiempo ha marcado un cielo alrededor de las estrellas”. Septiembre de 1936 es una fecha clave en su vida. Dos años antes se ha ido de su casa de Swansea, en Gales. Londres es ahora su hogar, allí vive con un amigo de su pueblo. Con 20 años (1934), se busca la vida como periodista freelance y poco tiempo después entra en el mundo de la literatura con la publicación de Dieciocho poemas. Su nombre empieza a sonar y sus versos a ir de boca en boca. Es con la publicación de Veinticinco poemas, en 1936, cuando la reputación y la fama le abren sus puertas. ¿Y los cuentos? Nadie los quería publicar. Pero él sabía que era cuentista. Que era un contador

nato de historias. Su voz que busca ser oída, escuchada, compartida. Sabía que era un narrador de episodios breves convertidos en universos autónomos con el don añadido de abrir la imaginación y la reflexión del lector. Debió recurrir a su ya joven nombre de gran poeta para que en su siguiente poemario, Verso y prosa, se incluyeran los seis relatos de El mapa del amor: “—Aquí viven –dijo Sam Riblas bestias de dos espaldas. —Señaló su mapa del Amor, cuadrátula de mares, islas y continentes extraños con una selva oscura en cada extremo…”. …Y la historia continúa. La gente los lee. Completa su felicidad. Poeta Dylan, cuentista Thomas. A la par. Dos aproximaciones a su mundo que se complementan, necesitan, como esa bestia de dos espaldas de la que habla

en El mapa del amor. Versos y prosas que piden ser leídos en voz alta, que prometen que al hacerlo así ese mundo poético o narrado enriquecerá. Palabra, ritmo, candencia, música de palabras. Evocar no es desandar. Recordar es caminar. De ese peregrinaje está hecha la literatura del autor que firmó ese libro famoso titulado Retrato del artista cachorro, la pieza que faltaba a su ser personal y literario, al mostrar su lado más ¿divertido y cómico? En 1952 escribe una nota para un volumen de sus poemas completos que resulta clarificadora: “Leí una vez algo sobre un pastor que cuando le preguntaron por qué cumplía ciertos ritos, en un círculo de hongos, relacionados con la luna, para proteger sus rebaños, él contestó: ‘Sería un condenado

tonto si no lo hiciera’. Estos poemas con todas sus crudezas, sus dudas y confusiones, están escritos por amor al Hombre y en alabanza de Dios, y yo sería un condenado tonto si ello no fuera así”. Muere con 39 años congregando ante sí lo popular y lo elitista. Guiones de radio y televisión, unos 450 poemas y una veintena de cuentos. Prosa y lírica. A cada paso caos, bohemia, borracheras, disgustos, apuros, amores, alucinaciones, lecturas, escándalos. Eso y más rodearon la vida de Dylan Thomas que ha inspirado a creadores de todas las artes. Verdad o mentira, todo es leyenda, y en su estela una de sus tantas frases, esta vez de un cuento, en la que está él y todos: “El hombre se enamoró del milagro, pero no pudo retenerlo a su lado y el milagro se fue de él”.


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