Suplemento Cultural Contenido 10-01-2015

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Crónicas del Olvido

ALGO ACERCA DE MÍ ALBERTO HERNÁNDEZ

ria de su existencia. Relata cómo quedó su ciudad por efectos de la guerra, el hambre, los sobresaltos, acoso, arresto y asesinato de su hijo y, sin embargo, al final testimonia: “Soy feliz por haber vivido en estos años y haber visto acontecimientos sin igual”. La parcela final del libro recoge varias cartas dirigidas, entre otros, a Briúsov, Blok, Gumiliov, Chulkov y Mandelshtam. Cada epístola es una referencia que nos ubica en medio de la azorada vida de esta mujer, pero también en los momentos de tranquilidad cuando su poesía alzaba vuelo y llenaba su espíritu.

1.-

R

egreso a Anna Ajmátova. Retorno a su puerta y toco y me abre con su testimonio Algo acerca de mí. Habla bajito. Tiene ojos tristes. La nariz aguileña, como quebrada. Simula la boca. Respira entre una fisura que los labios inventan. Y vuelvo a ella luego de haberla visto en Soy vuestra voz y Somos cuatro, ambos títulos publicados hace algunos años por la editorial La Liebre Libre. Después me la tropecé en un poema una madrugada mexicana, entre un cuento mío y el ajetreo de los pasajeros en el aeropuerto de DF. Regreso a Anna Ajmátova como quien regresa a un remolino. Pero esta vez me concentro un poco en sus textos en prosa y sus cartas, igualmente traducidas por la poeta Belén Ojeda. El tomo donde bebo estos mensajes lleva como título el mismo de su testimonio: Algo sobre mí (bid & co. editor, Caracas 2009). Escancio la lectura, en la que aparecen personajes conocidos y borrosos de aquella Rusia y luego Unión Soviética que siempre ha representado una tragedia para el mundo. Pocos momentos de paz tuvo esta mujer dedicada a mirar la humanidad a través de las palabras, de hacer posible una belleza muy personal, dolorosa, frontal. Sin miedo. En esta edición repasamos poemas conocidos. Fragmentos del Réquiem (1935). Una selección de sus libros, entre los que destacan La noche (1909), El rosario (1911/12/13), Rebaño blanco (1913/14/15), La caña (1934), Séptimo libro, ciclo Cinque (1945/46): El escaramujo florece (1946/56), El trébol moscovita, Poemas de medianoche (1963), Corona fúnebre (1944/1953) Poemas no incluidos en libros, Cuartetas (1941/ ¿1964?). 2.En los Textos en prosa de la

poeta tártara (rusa por su poesía) leemos semblanzas sentidas sobre Pushkin, quien dejó una marca imborrable en la poeta que nos habla. “Toda una época, no sin ruido, por supuesto, poco a poco ha sido llamada pushkiniana”. Tanta fue la presencia, la influencia de Pushkin que se decía de los lugares donde estuvo, seguramente donde leyó, bebió, durmió, amó. No obstante, el gran poeta dejó escrito: No respondáis por mí, / podéis dormir en paz por ahora./ La fuerza es derecho y sólo vuestros hijos/ por mí os maldecirán”.

En otro texto sobre el mismo poeta, Ajmátova escribe acerca de la relación de éste con los niños, y aunque no existió la clara intención de dedicar su labor literaria a los más pequeños, éstos lo adoraban, tanto que evitaron que una estatua del poeta fuese derribada por el gobierno: “los niños que jugaban en el jardín, alrededor del monumento, dieron tal alarido, que hubo que llamar donde era necesario y preguntar qué hacer. Respondieron: “Déjenle a ellos el monumento”. El camión se fue vacío”. Alexander Block es otro de los personajes que Anna Ajmátova

toca con su prosa, así como a Mijaíl Lozinski, Amadeo Modigliani, a quien conoció en París. Petersburgo mereció dos notas: La ciudad y Más sobre la ciudad, en las que se pasea por sus monumentos, su gente y sus costumbres. Un toque de nostalgia con la piel adosada a Zárskoie Sieló. En La garita deja parte de su biografía, de sus orígenes, de la pobreza en una “dacha”. La familia forma parte de ese casi silencio que sentimos al leer sus dolores, la miseria humana y la tragedia. En Algo sobre mí, el núcleo del libro, la poeta viaja por la memo-

3.Belén Ojeda, quien traduce directamente del ruso, escribió en la entrada del libro un estudio titulado Musa del llanto, un paseo por la existencia de quien sufrió los rigores de una historia que no termina de borrarse. Pero también incluyó las opiniones de muchos de sus contemporáneos acerca de la poesía de quien fue valorada como una de las voces más importantes de la poesía rusa. Anna Ajmátova recibió diversos reconocimientos en Europa. América no tenía conocimiento de su existencia. En Italia le dieron el Premio Internacional de Poesía Etna-Taormina. En junio de 1965 fue reconocida con un doctorado honoris causa por la Universidad de Oxford. Su muerte, ocurrida el 5 de marzo de 1966 en Moscú, produjo diversas reacciones en distintas generaciones de poetas y lectores que la vieron crecer y sufrir. Fue enterrada en Leningrado luego de ser velada en la Iglesia de San Nicolás del Mar. Este libro recompensa muchos olvidos. Con él completamos parte de la Anna Ajmátova que habíamos leído en otras páginas. Quizás aparezcan otras que la aproximen mucho más a nuestras angustias personales.


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Metidos en el jardín de Las flores del mal WINSTON MANRIQUE SABOGAL

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engas tu del infierno o del cielo, ¿qué importa, ¡Belleza!, monstruo enorme e ingenuo, mas temido, si tus ojos, tu risa, tu pie, me abren la puerta de un infinito que amo y que nunca he conocido?”. Ese es. Ahí está parte del corazón de Charles Baudelaire en Las flores del mal. Poemas preñados de fervor y furia bajo la luminosa oscuridad del amor y del deseo. Baudelaire (1821-1867) se convierte en un asaltador de la belleza donde los demás no la ven, o la penalizan, o la mezquinan, o la destierran. Un libro con 126 poemas publicado en 1857 y en 1861 que cerró el romanticismo y abrió el modernismo que acaba de ver una nueva y arriesgada traducción bilingüe en la editorial Vaso Roto, a cargo de Manuel J. Santayana. Ha apostado por una traducción que busca no solo el ritmo sino la endiablada métrica original. Antes que Santayana, lo hicieron a su manera Antonio Martínez Sarrión, Luis Martínez de Merlo, Pedro Provencio y Enrique López Castellón. Ellos saben lo que es, de verdad, entrar en ese jardín literario dionisiaco y apolíneo a la vez, para sacarlo del francés al insuflarle nueva vida en español. Conocen senderos-latidos de Baudelaire como: “Y tu cuerpo se estira y se ladea cual frágil navecilla que hunde sus palos bajo la marea cuando roza la orilla”. O “Tu mano roza en vano mi pecho que se arroba; lo que ella busca, amiga, es sitio que ha saqueado la mujer con sus garras y sus dientes de loba. No hay corazón; las bestias ya lo han devorado”. Sentidos baudelaireanos que confrontan al ser humano con su naturaleza para descubrirle las cosas que piensa y desea sin saberlo. Aún. O que centellea lo que en cada uno aguarda agazapado y anhelante para hacerse visible. El último en revivirlo ha sido Manuel J. Santayana. Entró en Las flores del mal allá por 1974, ya en el exilio en Estados Unidos, con su francés precario. Leyó diversas y autorizadas ediciones francesas críticas:

Obra gráfica de Fiona Morrison para ‘Las flores del mal’ (Vaso Roto).

“Durante muchos años abandoné el proyecto, pero en el 2012 regresó el impulso, tras una intensa relectura de la obra completa, y me di a la tarea trabajando, como dice un octosílabo de mi venerado Alfonso Reyes, ‘a hurtos de la labor”. Entrar en ese jardín, recuerda el traductor, es dialogar con un espíritu incomparable: “acceder al horror, a la admiración y a la piedad. Y a un fervor y una fe en la poesía más allá de toda vanidad”. La aportación del maestro francés es su “ejemplo de exactitud formal para desnudar los abismos de la conciencia humana y revelar —poéticamente— la complejidad de la inteligencia, la sensibilidad y la imaginación de un ser humano, sus perplejidades y contradicciones”. Lo más complicado de trasladar esos bordes del precipicio, reconoce Santayana, son las dificultades del rigor: “sintácticas, silábicas, métricas. Vencerlas depende de las aptitudes que el traductor ponga al servicio de su objetivo”. De elegir un poema, él se queda con Recogimiento, entre los breves: “Se juiciosa, oh mi pena, y a la calma ya vuelve.

Pedías el Ocaso; ya desciende, aquí llega; una atmósfera oscura a la ciudad envuelve, y a unos trae la paz que a los otros les niega”. Y entre los más largos elige, El viaje, uno de cuyos pasajes aclara: “Pero viajeros solo son aquellos que parten por partir; corazones como globos, ligeros, sin que de un fatal sino ellos jamás se aparten, y siempre: ¡vamos! A ignotos derroteros”. El viaje de Enrique López Castellón por el territorio Baudelaire empezó con los años noventa con una traducción literal en bolsillo para Busma. Siguió recorriendo lento sus caminos y su biografía y su época, hasta que empezó a preparar una nueva traducción para la editorial Abada en 2012. “Quería mantener la métrica, pero no el ritmo, porque es imposible. Es un jardín muy complicado porque Baudelaire expresa nuevas sensaciones del hombre moderno en lenguaje popular, corriente o ramplón, y poetiza el lenguaje periodístico que al verterlo

resulta difícil. Su estética es revolucionaria”. Ahí está, dice, el arranque de su inolvidable El balcón: “¡Madre de los recuerdos, la amante más querida, Tú, mis placeres todos! ¡Tú, todos mis deberes! Te acordarás de cada caricia compartida, del hogar, del hechizo de los atardeceres, ¡madre de los recuerdos, la amante más querida!”. Hace cuarenta años este poeta maldito empezó a llegar con gozosa claridad a España. Y quien decidió darlo a conocer en serio fue Antonio Martínez Sarrión. Lo hizo para desagraviarlo. Un día de 1974 Sarrión entró a una librería, cogió un tomo de Las flores del mal, de editorial Río Nuevo, y quedó consternado “ante esa traducción infame”. Fue a casa, abrió una edición en francés al azar y tradujo tres poemas que en 1975 publicó en la revista La ilustración poética española e iberoamericana, en la que él colaboraba junto a José Esteban y Jesús Munárriz. El poeta Gil de Biedma y el editor Carlos Barral leyeron los poemas y le dijeron que tenía que traducir

todas Las flores del mal. Dos años después, en 1977, La Gaya Ciencia publicó su versión con tal éxito que se agotó y se convirtió en referencia. Después, Javier Pradera, editor de Alianza, le dijo que le gustaría publicar el libro. Sarrión aceptó y eligió hacerlo en formato bolsillo, “porque al ser más barata todos podrían leer a Baudelaire”. Llegó a librerías en 1982. La última apareció en 2012, después de 22 ediciones y más de 60.000 ejemplares vendidos, “revisada y con algunos ajustes”. Lo hizo a petición del editor. Sarrión, con 73 años, pensó que estaría bien hacerlo “antes de desaparecer de este mundo”. Mientras, Baudelaire le susurra: “Haces bien en ocuparte de mis flores; que te paguen lo que a mí no me pagaron”. De ese jardín prefiere Una que pasaba, en cuya tercera estrofa muchos se ven y se han preguntado sin saberlo: “Un fulgor… ¡y la noche! Fugitiva beldad, cuyo mirar me ha hecho nacer una vez más, ¿no te veré ya nunca, sino en la eternidad?”.


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Entrevista con Francisco Arévalo

CUANDO LA CIUDAD ES ESCRITURA LUISA VILLARROEL ¿Cuántos libros ha escrito hasta ahora? ¿En qué año salieron y quiénes los editaron? -16 libros de poesía; 3 novelas y 1 libro de relatos. De otro orden son las selecciones y antologías de poesía venezolana y latinoamericana donde aparecen textos de mi autoría, que creo son como una docena. ¿Podría resumirme, lo más breve posible, que trata en cada uno? -Por la cantidad creo que se haría un poco tedioso, pero lo que si le puedo asegurar que en todos hay tres elementos que definen mi trabajo, el primero es la ciudad como elemento que me motiva o me impacta; el segundo el amor con sus particularidades, sobre todo me llama mucho el erotismo; el tercero es la relación del ser humano con la diversión pecaminosa que no es más que una cruel evasión. ¿Cuál fue el punto de partida de Francisco Arévalo para escribirlos? -Creo que no tener claro que quería, ser completamente libre. Cuando estudiaba primaria con los jesuitas, le preguntaban a los niños que querían ser cuando grandes, por supuesto que los más salidos decían que querían ser bomberos, policías, enfermeras, médicos, a mí se me llenaba la mente de claros oscuros y decía con voz fuerte e inteligible que no quería ser nada. Todavía quiero ser parte de la nada, porque este mundo es bastante aburrido y a veces no me siento cómodo. Quiero dejar por sentado que soy una persona medianamente feliz que busca con pasos firmes ser normal y desenvolverse entre los códigos comunes de la gente, es por eso que no creo que vuelva a escribir poesía, la poesía la componen unos elementos que entran en lo fuera de contexto, es como volar sin alas y a mi ya no me salen las palabras como hace 35 años atrás, por lo tanto creo que buscaré otras formas con que expresar el estar vivo. Agrego algo más triste, no tengo ya a quien seguir en literatura, descubrir el estado de miseria humana en que se mueve en la literatura me hace estar distante, alguien con mucha autoridad moral para hablar de poetas menores, parroquiales y supuestos mayores me dijo que aquí la poesía estaba secuestrada por dos bandas de imbéciles, los que viven del gobierno y los que aspiran a

ser gobierno, eso es muy triste, sobre todo porque hay gente que cree que la poesía es un campo incontaminado, que es cuestionadora del poder en todas sus ramificaciones, resulta que el excremento esta untado en casi todos los costados. Es doloroso e indignante descubrir que para ser publicado en España por la “prestigiosa” editorial Pretextos hay que bajarse con 8000 Euros, que insulto es ése, lo operadores de esa vulgar transacción económica son parte de la rosca y gerencia cultural que nunca se ha roto, son parte de esos gánster que nadie a podido joder, porque son parte de nuestro país residual, donde cabe toda la miseria humana camuflajeada en atuendos extravagantes y son de paso los que se promocionan como grandes vainas y cuando los lees puedes sufrir de diarrea por lo estúpido de los temas. Qué estado de complicidad es el que impera y como colofón para aparecer en los papeles literarios “serios” tienes que ser simpático con los

que dirigen esos medios, o estar empatado con alguien que trabaje en el mismo, de más decir estar enchufado con la rosca de la que ya hablé. Que se vayan al carajo, me quedo, como dice Alberto Hernández, como uno de los escritores más premiados pero silenciados adrede. Además ser narrador parece que es mi estigma, los poetas no me quieren porque soy narrador y los narradores no me toleran porque yo y que soy poeta…. ¿Qué presenta en su último libro? ¿Qué busca lograr con él? -Mi libro más reciente es Cerodosochoseis, está construido a lo largo de tres décadas, es como una bitácora para abordar mi ciudad. San Félix para mi es un todo en medio de esa ya comentada nada. Es mi relación honda con un territorio donde pasan muchas cosas y no pareciera pasar nada, lo perverso y lo sublime en lucha constante. Lo llano del ser contra lo supuesto que vive en el otro lado del río. En fin no deja de ser un humilde homenaje a los

que verdaderamente han construido esta urbe, no a los parásitos que viven y siguen en práctica con lo inescrupuloso, los contrabandistas y malandros perfumados que han deconstruido la arquitectura moral de esta región muy importante por no decir capital de nuestro país. Y tengo que admitir como ser acuático que los ríos son mi gran influencia existencial, es un homenaje supremo al Orinoco y al Caroní, siempre, que se escuche sonoro, me he sentido feliz de haber nacido en la Clínica Neverí de San Félix y de haberme levantado en la Urbanización Simón Bolívar (UV2) en San Félix, soy sanfelusco y lo asumo con orgullo. ¿Está pensando actualmente en otra publicación? ¿Qué le gustaría profundizar? -La verdad es que quisiera descansar de las publicaciones, me estresan y ya me fastidian, me ladillan las presentaciones…. ¿A qué género literario pertenecen sus obras? ¿Piensa seguir

en ese mismo estilo? -Creo que hablar de género para mí es un poco complicado, me expreso más con la poesía, pero recurro a la narrativa cuando las cosas no me salen redondas, cuando no termino de convencerme. Estoy ahora escribiendo una novela que condensa por un lado, y amplia por otro, la atmósfera de destrucción moral de esta ciudad, donde la estupidez es puntal de sobrevivencia, la gente más idiota es la más exitosa en estos lares… de eso estoy abrazado, es mas tengo un nivel de temor que ya me está aterrando, tanto ignarismo y paterrolismo disfrazado de diplomacia complaciente no puede ser el poder que mueva a la ciudad en que nací y he pasado 50 años de mi existencia. En esta tierra hay mucho malandro disfrazado de emprendedor (o de empresario) siempre detrás de un político que embauca y corrompe, allí no hay ideología que resista la tentación, no se sabe en qué bando hay más….eso nos ha hecho un daño terrible.


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Recuerdos de la calle Oeste y de Lepke ROBERT LOWELL

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olo doy clases los martes y leo, soy un ratón de biblioteca en piyamas recién salidos cada mañana del secarropa, y ocupo toda una casa en la “casi nunca apasionada calle Marlborough de la ciudad de Boston”, donde incluso el hombre que revuelve la basura en los contenedores del callejón trasero, tiene dos hijos, posee una camioneta, un ayudante y vota por “los republicanos”. Yo tengo una hija de nueve meses de edad, suficientemente joven para ser mi nieta. Al igual que el sol ella amanece en su piyamita rosa flamenco intenso. Estos son los tranquilizados cincuenta y yo ya he cumplido los cuarenta. ¿Debería arrepentirme de mi tiempo de siembra? Fui un católico O.C. en llamas e hice mi maníaca proclama, acusando al estado y al presidente, luego esperé en un calabozo mi sentencia, sentado al lado de un muchacho negro con ensortijadas hebras de marihuana /en su cabello. Condenado a un año, caminé sobre los techos de la cárcel de la calle Oeste, un espacio no más largo que la cancha de fútbol de mi escuela, y vi el río Hudson una vez al día a través de la ropa agitada por los vientos, tendida en las azoteas y de los amarronados edificios de departamentos, blanqueándose a la intemperie. En mis caminatas discutí afiebradamente temas metafísicos con Abramowitz, un tipo cetrino, amarillento (“en realidad bronceado”) un pacifista peso mosca, muy vegetariano, usaba sandalias de soga y suela de yute y prefería la fruta caída. Él intentó convencer a Bioff y Brown, los proxenetas de Hollywood para que adoptaran su dieta. Ellos, peludos, musculares, suburbanos, vestidos en trajes color chocolate con sacos cruzados se hartaron y le dieron una paliza que lo dejó azul -negro. Yo estaba tan alejado del mundo que nunca había escuchado hablar de los Testigos de Jehová. “¿Sos un O.C.? Le pregunté a otro preso, un pájaro de cuenta. “No,” me contesto, “Soy T.J.” Él me enseño a tender la cama como lo hacen en los hospitales, me señaló al Zar Lepke, miembro del Sindicato del crimen, quien de espaldas y en camiseta hacía tiempo en la lavandería, doblando y apilando toallas o caminando lentamente hacia una celda aislada llena de objetos prohibidos al preso común: una radio portátil, una cómoda, dos banderitas americanas entrelazadas con una palma pascual. Fláccido, calvo, lobotomizado, flotaba tímidamente, tranquilo, en ese territorio donde ninguna reconsideración por agonizante que fuera lograba estremecer sus pensamientos, concentrados en la silla eléctrica, que pendía como un oasis en su atmósfera de conexiones perdidas… (Versiones Esteban Moore – Vanesa Malrossa)


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