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Crónicas del Olvido
DERIVAS (o sitiado por los palabras) ALBERTO HERNÁNDEZ
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erivas es un diario que se lee como una novela. Derivas, publicado por bid & co. editor en la Colección Cantos Iniciales, coordinada por el poeta Adalber Salas Hernández, es un diario escrito por Alejandro Sebastiani Verlezza, egresado en Comunicación Social de la Universidad Santa María y en Letras de la UCV. Así que periodismo y literatura se juntan para conformar una lectura en la que días y momentos describen, narran eventos y retazos de vida, y otros que dialogan con el lector a través de la incorporación de personajes literarios y no literarios que, a la larga, se transforman en personajes cotidianos, los primeros, y literarios, los segundos. El trabajo está acompañado de dos epílogos escritos por Armando Rojas Guardia y Rafael Castillo Zapata, quienes reconocen la calidad de la obra a la que califican de “conciencia, leve pero connaturalmente escéptica…” y de “Bitácora de lecturas. Cajón de sastre de ocurrencias; laboratorio experimental de relatos y poemas…”, respectivamente. En resumen, Derivas es una caja de sorpresas, en la que Pandora juega con la estabilidad emocional de quien aborda sus páginas. Pese a ser presentada –la caja de sorpresas- como diario, el autor ofrece un recorrido intelectual en el que la cronología, las fechas o los meses son sólo referencias. Es decir, sin ánimo de contradecir, se podría leer sin necesidad de tener en cuenta las fechas y los meses ocupados para escribirla. Pero, en fin, digamos que es un diario/ novela porque el tiempo discurre, se mueve y porque quien escribe cuenta, narra: elabora una historia fragmentada que finalmente conduce al lector a un conjunto
de aforismos que –si se quiere- redondean lo que nos queda como sedimento: citas, mini/ficción, anécdotas, saltos y sobresaltos oníricos, revelaciones, análisis literario, reseña de libros, intimidades. Es un diario en el que nada queda al margen. Quien escribe es un joven (1982) culto y de bien elaborada prosa. Derivas es un laberinto que se cierra y se abre. Es un túnel cuya luz final demuestra la destreza de quien sabe contar una historia, pero también de quien resume su conciencia en máximas y aforismos. 2.Reviso el libro, tengo una fecha al lado, la obvio para no comenzar un diario. Lo manoseo, hablo con él en voz baja, para que no me oiga el resto de la casa. Son las 9:00 am, buena hora para empezar a trillar las páginas, a desbrozar el camino trazado por Alejandro Sebastiani,
un hombre “sitiado por las palabras”. En este tomo lleno de voces, de iluminaciones, pasean muchos sujetos conocidos y por conocer: el lector se verá cara a cara con Severo Sarduy, con el Doctor Pasavento de Vila-Matas, con Pessoa, con el otro yo del poeta portugués, Reis; con Philip Roth, con Kafka, con el poeta venezolano Salustio González Rincones, rescatado en buena hora por el también poeta y periodista Jesús Sanoja Hernández; Camus y Coetzee igualmente se pasean por estas líneas. Pamuk, Broch, Rojas Guardia y un poema, Hanni Ossott. Kerouac, Bonnefoy. Victoria De Stefano y su novela Lluvia. Kundera… y paremos de contar. Sebastiani hace un recorrido por estos autores y los cita con mucha cercanía. Los incluye en aforismos personales. Los nombra, los toca. Viaja con Mann en La montaña mágica y no olvida a Cortázar, Gerbasi, Canetti. Y así hasta a Guillermo Sucre y su
poemario La mirada. 3.Si el lector se atiene a la palabra que le da nombre al libro, podría marearse, toda vez que se trata del abatimiento que sufre una nave en el mar y pierde el rumbo. Así, “sin dirección o propósito fijo, a merced de las circunstancias”. El ojo del lector, como el del que ve un cuadro de Miró, toma partido por algún rasgo o camino para salvar la nave. En el caso de este libro, se trata de la libertad plena porque Sebastiani no se fijó un puerto para llegar, aunque arribó a los aforismos, pero como los aforismos tampoco son afirmaciones, queda a la deriva pero rodeado de las voces de quienes han inventado la inteligencia y la belleza: sirenas y sabios convocan para deshilar algunas cosas, y así “los silencios y sus derivas, fragmentos de sombras que se van colando en la escri-
tura”. Vale. El “cuadro vagabundo” que hace entre las líneas que el “diarista” escribe. Se atraviesa Cioran, ineludible. Y sin dejar de andar, a pie o a caballo, Durrel: “Sólo hay tres cosas que puedes hacer por una mujer. La puedes amar, puedes sufrir por ella, o la puedes convertir en literatura”. Me vino al dedo este Durrel para seguir leyendo y luego escribir esta nota. Porque unas pocas páginas más adelante define: “Un diario íntimo es el último lugar al que hay que acudir si se quiere conocer la verdad sobre una persona…”, el mismo Durrel. Y mientras el poeta es un pararrayos, el autor justifica que “Vale todo” en un diario, de allí la dificultad para escribirlo. Insiste: “Escribir un diario es como estar en un camino anchísimo y poder andar en todas las direcciones posibles”. A la deriva. El cuerpo a la deriva: “La escritura es cosa fisiológica, humoral”. Guillermo Sucre reaparece, de quien anota “intuiciones y las voy meditando”. Lo fragmentario, más adelante. Y para alegría: Pepe Barroeta y Todos han muerto, porque “el diario debe expresar la conmoción…”. Sigue Sebastiani: “Un diario, algo así como escritura pospuesta”. La vida, lo que ésta arrastra, que es “todo lo demás”. 4.Si Proust también fue parte de esta hermosa aventura, sin olvidar la ya tradicional magdalena, el resto del mundo personal de este autor/ personaje, Alejandro Sebastiani, para próxima obra, será una novela en la que un diario conforme su estructura, una nueva estructura. Quedan los aforismos dispuestos para el lector Otro, el que viene de seguidas, inocente, y del que acaba de salir de estas páginas, pero que volverá, culpable, a ellas con la pregunta de Valéry: “¿qué puedo?”.
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Mi lectura de Cumboto LEONARDO MAICÁN
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64 años de la edición príncipe de Cumboto, quiero compartir mis impresiones acerca de esta novela del venezolano Ramón Díaz Sánchez (1903-1968). Lamentablemente, el ejemplar del que me he valido para mis consideraciones, pertenece a una vetusta edición sin año ni lugar específico de impresión. Cumboto pertenece al regionalismo tardío, esto es, que afloró en un momento en que el longevo huracán que significó el realismo en la novelística hispanoamericana, y que vivió su clímax con Doña Bárbara (1929), daba sus últimos coletazos. Natividad, personaje-narrador que cuenta los acontecimientos en primera persona, es el principal armador de la historia. Desde un presente minado de misterios, el narrador suele pegar saltos al pasado valiéndose de la lectura de documentos y de la ayuda que le ofrece Abuela Anita, antigua esclava que es una verdadera memoria viviente. En Cumboto se cuenta la historia de la hacienda de igual nombre, y en cierto modo, la de sus habitantes. A lo largo de diferentes etapas, diversas familias de blancos ostentaron la titularidad de estas tierras, como los Lamarca y los Zeus. Don Federico, último dueño de la heredad, lleva sangre de ambas familias. Hombre de carácter melancólico y educado en Europa, Federico Zeus se enamora de una linda afroamericana llamada Pascua, quien le da un hijo al que Federico no conoce sino al final de la novela, cuando ya la criatura es un hombre. Al lado de don Federico se yergue la figura de Natividad, contemporáneo suyo, cuya fidelidad hacia al patrón ha resistido los embates del tiempo. Criado en la Casa Blanca, hogar de los Zeus-Lamarca, Natividad conoce de primera mano las costumbres de los blancos. De niño, aprende a leer, y su curiosidad lo lleva a incursionar en la biblioteca de la Casa Blanca. Y como busca resolver ciertos enigmas que lo angustian, emprende reiteradas visitas a una biblioteca mucho más interesante que la modesta de la Casa Blanca: El interior de la hacienda Cumboto, con sus exuberantes paisajes, grandes árboles, la fauna, las chozas de bahareque… En este espacio macondiano de siete leguas, Natividad
estrecha sus contactos con negros y mulatos, sus pares. De los mayores, oye con fascinación todo tipo de historias, desde cuentos de aparecidos hasta episodios personales durante la Guerra Federal. Es así como Natividad logra finalmente despejar muchos de los misterios que se cernían sobre él y la hacienda Cumboto. Influenciados por el positivismo, los novelistas del regionalismo, entre ellos Díaz Sánchez, buscan en nuestro cuerpo como Nación no solo identificar las “enfermedades” sociales, sino también los virus causantes de dichos males. Y partiendo de ahí, aplicar las respectivas “vacunas”. De este modo, pensaban, podremos escalar con firmeza los peldaños del progreso. Uno de estos “virus” es el elemento indígena, y sobre todo, el componente afro, la negritud. Así, no es casualidad que el único personaje indígena de Cumboto sea una joven prostituida llamada Pastora, con cierto grado de retardo mental, que haciendo gala de su nombre es “pastoreada” a toda hora y lugar por los muchachos negros y mulatos de la hacienda, como en un rito de iniciación sexual.
El mensaje de la novela es duro: Los negros (y los indios) no podrán nunca encontrar por sí mismos la senda del progreso, pues son considerados por estos círculos de intelectuales como etnias menores de edad. Veamos algunos ejemplos. “Aficionado a la parranda, los negros y los mulatos suelen terminar sus fiestas a cuchilladas, palos y cabezazos” (p.19). Y unas líneas más adelante: “(…) el negro es alegre e ingenuo como los niños. No existe un negro que no crea a pie juntillas que los animales hablan”. La misma india Pastora, pese a que no es una niña, se nos presenta intelectualmente como una menor de edad. Pues bien, la “vacuna” que propone el autor para corregir el mal es el “blanqueamiento”. La literatura hispanoamericana del s. XIX y buena parte del XX abunda en ejemplos de tal especie; ya como propuesta, o como denuncia social. Y aun es palpable en cierta literatura más cercana a nuestro tiempo. Piénsese por ejemplo en una novela como Los 4 reyes de la baraja (1991), de Francisco Herrera Luque, donde en el capítulo último destacan dos casos que nos vienen de perla. Este blanqueamiento propuesto en
la novela Cumboto, y por extensión al amplio espectro “afro-indio-pardo” de la sociedad venezolana no es solo de orden étnico, sino también de orden social, cultural y religioso. Por ello es que Natividad, que por su crianza es proyección de la conciencia mantuana y europea, siente una extraña mezcla de admiración y repugnancia por los ritos y creencias religiosas de sus hermanos de sangre (negros y mulatos). Blanqueamiento que no pocas veces viste el traje del endorracismo. Es el caso de un triste personaje de nombre Fernando Arguíndegui, cuyo padre, un negro, casó con una blanca para “mejorar la raza” (p.180). El doctor Fernando Arguíndegui, hijo mulato de aquella unión, ha procedido igual que el padre: casó con una rubia dizque “para mejorar la raza”. Este personaje habla acerca de los afros (de cuya sangre él desciende) en los términos siguientes: “Son frívolos, ineptos, idiotas” (p.181). Un personaje verdaderamente patético. Loable, por su parte, la carga emocional que Ramón Díaz Sánchez le imprime al personaje en cuestión, los prejuicios que exhibe en él, los conflictos sicológicos que le atormentan.
Dolorosamente, los Fernando Arguíndeguis existen en nuestras sociedades; seres acomplejados que errónea e ingenuamente creen que “mejorarán la raza” de sus descendientes, y su propio status social, si cruzan su sangre con una persona blanca. Los hay quienes incluso se operan la nariz y se inyectan cosas para “aclararse” la piel. La gente que así piensa no se valora. Llamativo el hecho de que el apellido de Federico sea Zeus, nombre del más poderoso dios griego de la antigüedad, equivalente al Júpiter de los romanos. En tal sentido, Federico Zeus es una especie de “dios” blanco que ha bajado del Olimpo con la misión de civilizar a las supuestas “razas inferiores”. En varios puntos de la novela, el autor trata el tema del superhombre. El mismo “dios” Zeus, don Federico, ha ligado su sangre divina con la de una mujer negra, Pascua, quien pare un hijo mulato. En otras palabras, Federico Zeus ha contribuido con su sangre a “blanquear” nuestra heterogénea sociedad. Un “civilizador” que ha sembrado la estirpe de los “superhombres” en esta Tierra de Gracia. Maicanópolis, agosto de 2014
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El mundo íntimo de Onetti VÍCTOR NÚÑEZ JAIME
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n la cabecera de su cama, Juan Carlos Onetti (1909-1994) tenía pegado un cartel plastificado con los estatutos del Club de los que Nacieron Cansados: “Se nace cansado y se vive para descansar. Ama a tu cama como a ti mismo. Descansa de día para dormir de noche.” No era sólo la pereza, sin embargo, la que mantuvo al escritor de los ojos desolados en la comodidad de su cama los últimos años de su vida. “Tenía disminuida la movilidad de una pierna porque le habían puesto una serie de inyecciones en el mismo lado. Eso influyó. Bueno, eso y también que le encantaba leer en la cama y estar ahí todo el tiempo, es verdad”, dice con media sonrisa Dorothea Muhr, Dolly, viuda del autor de El Astillero. Esa cama y numerosos objetos personales y fotografías de Juan Carlos Onetti pueden verse hasta el próximo 15 de noviembre, en la Casa de América de Madrid. Recuento con Onetti: veinte años después es una exposición que recrea el ámbito más íntimo del autor uruguayo. Claudio Pérez y Raúl Manrique, creadores del Museo del Escritor, se han encargado de seleccionar
Dorothea Muhr, viuda de Oneti, en la exposición de Casa de América. / S. Sánchez
y estructurar para el público buena parte de los muebles, libros, cartas, manuscritos, primeras ediciones, obras dedicadas, gafas, pasaportes e instantáneas de momentos cotidianos que Onetti tenía en su piso de la Avenida América, en Madrid, donde vivió desde 1976, dos años después de haber estado en la cárcel de Montevideo por haber formado parte del jurado que premió un cuento que no le gustó a la dictadura de José María Bordaberry. El Premio Cervantes 1980 fraguó la leyenda del hombre permanentemente acostado en la habitación
de una octava planta que tenía una ventana con macetas. Ahí, sin levantarse, leía, fumaba, bebía whisky, recibía a amigos y periodistas. Ahí, sin levantarse, escribió sus últimos libros sobre páginas de agendas viejas. Ahí, sin levantarse, provocaba los gruñidos y ladridos de La biche, una perra fox terrier que tuvieron que sacrificar una semana antes de la muerte del escritor, en mayo de 1994. “Porque ya tenía 14 años y se había comido muchos postres que Juan le daba. Pero, no sé, de haber sabido que Juan iba a morir, la habría tenido más tiempo”, dice Dolly,
de 89 años, violinista jubilada, que ahora vive en Buenos Aires (Argentina) con su hermana y 14 gatos y que sigue estudiando composición. En la cabecera de la cama, pegadas con chinchetas o cinta adhesiva, Onetti también tenía fotos familiares y un retrato de su admirado cantor de tangos Carlos Gardel. En la mesita de noche, un globo terráqueo, un par de ceniceros y varias novelas policiacas. “Le encantaba ese género. Un estante enorme de la biblioteca estaba lleno de esos libros. Decía que Simenón escribía muy bien y le gustaban mucho Chase y Chandler”, enfatiza Dolly. “Yo iba a la cuesta de Moyano y volvía a casa cargada de libros. Porque a Juan le gustaba, sobre todo, leer. Podía pasarse días enteros así. En la cama, por supuesto.” Si a media madrugada se le ocurría alguna idea para sus novelas, Onetti despertaba a su mujer para que la apuntara en una libreta. Le pedía también que pasara a máquina sus textos escritos con bolígrafos de tinta azul o negra. Y que le hiciera fotos para el pasaporte. Y que le llevara al oculista a su habitación para que le graduara las gafas. Y que en la portada de un ejemplar de El pozo, su primera novela, recortara un círculo donde cupiera la medalla del Premio
Cervantes. Y Dolly, su cuarta esposa, lo hacía con gusto. “Porque él era todo para mí, porque yo quería que siempre estuviera contento, feliz. Hasta que murió. Al principio, la vida sin él fue muy difícil. Tuve que ir al psicoanalista durante diez años. Después mi música me ayudó mucho.” En la exposición también está el comedor de los Onetti, cerca de una pequeña mesa con un teléfono de disco. Su acta de matrimonio, fechada en Veracruz (México). “Porque en Argentina no había divorcio y era la cuarta vez que Onetti se casaba y quería validar su unión con Dolly de algún modo”, apostilla Claudio Pérez. Un amarillento directorio telefónico con los nombres de los primeros amigos y conocidos en Madrid. De las paredes cuelgan fotos de él en casa, solo o con sus hijos, y otras tantas al lado de escritores como Gabriel García Márquez o Juan Rulfo. Sobre su mesa de trabajo hay libros desordenados. Una vitrina contiene todas las primeras ediciones de los cuentos y novelas del autor de El infierno tan temido. En otra están sus premios. Más allá, su globo terráqueo y su máquina de escribir portátil. Y hay, además, una muestra de los libros de misterio que no paraba de leer, de día y de noche, en su cama.
Truman Capote, el genio que disfrutó sus pasiones
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etestado por los conservadores del ayer y amado hasta la locura por los fanáticos de la literatura y los excesos, Truman Capote fue uno de los exponentes del periodismo más apasionados de los 60 s, cuyas pasiones lo llevaron a la gloria y también a la muerte. “Música para camaleones” (1980), fue una de sus últimas obras en ser publicada, donde la poesía y la muestra del horror de la vida forman parte fundamental del texto En ocasión de su cumpleaños 90, Capote, controversial desde sus inicios literarios y quien es calificado como uno de los padres del Nuevo Periodismo, fue recordado por sus aportes al arte de las letras, así como por sus polémicas amistadas siempre ligadas con las altas esferas sociales neoyorquinas. Truman Streckfus Persons nació el 30 de septiembre de 1924, en Nueva Orleáns, Estados Unidos. El pequeño Truman tras vivir el divorcio de sus padres cuando tenía cuatro años, tuvo una infancia difícil. Su
madre volvió a casarse con un hombre de negocios llamado Joseph García Capote, de quien Truman adoptó el apellido en 1935, refiere el portal electrónico “biography.com”. A través de su paso “The New Yorker”, Capote escribió varias novelas de manera paralela, entre ellas “Otras voces, otros ámbitos” (1948), la cual impresionó al público por su abierto planteamiento de las relaciones homosexuales y sus reflejos autobiográficos. Con “Un árbol de noche y otras
historias” y “El arpa de hierba”, el autor se hace un nombre en las esferas sociales, para posteriormente dar luz a una de sus obras más celebradas y popularizadas en el cine, “Desayuno en Tiffany´s” (1958). A Sangre Fría: el relato lleno de amor, horror y gloria Debido a su interés por el periodismo, Capote se acercó al reportaje de investigación, disciplina que lo ayudó a crear su célebre obra “A sangre fría” (1966), con la que creó el gé-
nero de la “Non fiction novel”. Para escribir esta historia, que le sirvió para ser considerado uno de los padres del Nuevo Periodismo, Truman se basó en documentos policiales y en el testimonio de los implicados en el asesinato de la familia Clutter. “Música para camaleones” (1980), fue una de sus últimas obras en ser publicadas, donde la poesía y la muestra del horror de la vida forman parte fundamental del texto. Truman Capote murió el 25 de agosto de 1984 y será recordado como el escritor que se burló de los adjetivos de objetividades y saboreó las mieles de los triunfos plagados de sufrimientos. Varias de sus frases más destacadas: - “Antes de negar con la cabeza, asegúrate de que la tienes”. - “Cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo; y el látigo es únicamente para autoflagelarse”.
- “Es imposible que un hombre que goza de libertad imagine lo que representa estar privado de ella”. - “La disciplina es la parte más importante del éxito”. - “La vida es una buena obra de teatro con un tercer acto mal escrito”. - “Más lágrimas se derraman por las plegarias respondidas que por las no respondidas”. - “Mike Jagger se mueve como si hiciera la parodia de la mezcla de una majorette y Fred Astaire”. - “Que una cosa sea verdad no significa que sea convincente, ni en la vida, ni en el arte”. - “Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio”. - “Todo fracaso es condimento que da sabor al éxito”. - “Soy un chico de obsesiones más que de pasiones”. - “Y cada pocos años nuestros cuerpos experimentan una remodelación completa; tanto si es deseable como si no lo es, nada más natural que el que cambiemos”.
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Noche de dragones NESFRAN GONZÁLEZ
prácticamente, a inscribirse en la universidad.
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o había espacio para el descanso en que no tuviese ese sueño misterioso. Aunque no podría determinar la magnitud del período en que las imágenes dominaban mi subconsciente, las mismas le confieren el grado de pesadilla en todas sus dimensiones. Según nuestros sensores de acople, de eso hace ya tres meses, tres meses de sueños ininterrumpidos y que en cierta medida me preocupaban. No he querido comentarlo con el resto del equipo, consideré guardarme el secreto y tratar de llevar un ritmo constante en todas mis actividades y protocolos, aparentar al máximo que no me estaba sucediendo nada extraño. Cuando me asignaban el turno para dormir, sabía que, inevitablemente, tendría un encuentro con cientos de dragones sobrevolando en un cielo oscuro. El trabajo de reconocimiento y de toma de muestras en el planeta Zarmina (antiguo Gliese 581g) se estaba realizando de una manera casi perfecta, a no ser por la indisposición que mostraba Shin Kwang-Hoon en situaciones en que le correspondía monitorear el perímetro sin compañía, no podía disimular su temor pero acataba sin chistar las órdenes del capitán Anton Ponkrashov, firme y estricto, con un alto sentido del cumplimiento de los objetivos y procedimientos. Shin contemplaba el paisaje como un soñador y no buscaba resaltar en el trabajo, en cambio Hakan Balta se excedía en cualquier actividad, era el propio lamebotas y en más de una ocasión llegamos a presentar algún percance. Los tres estábamos a las órdenes del capitán. Desde el principio nos adaptamos con facilidad a la gravedad, superior a la que experimentamos en la Tierra. Aterrizamos en un sector que permanece iluminado constantemente por la enana roja Gliese 581 y - contrario a lo esperado -, no encontramos formas de vida visibles. En cuanto a los microorganismos, los resultados del análisis de Adenosín Trifosfato (ATP) no eran muy alentadores, por lo que debíamos esperar lo que arrojaran las muestras en las placas con medios de cultivo. Luego de las pruebas definimos las coordenadas en las que iría-
mos a liberar una colonia de osos de agua. Shin me confesó que de niño vivió una larga temporada en Mongolia y que esas llanuras heladas y agrestes le recordaban aquellos lugares de su infancia. Después de unas largas vacaciones recalaron en su natal Seúl hasta que decidió ser astronauta y abandonar a su familia tras la ilusión de visitar el espacio sideral. El capitán nos avisaba el turno que nos correspondía para encerrarnos en la habitación, un espacio confortable, oscuro y ambientado con piezas de música clásica: Beethoven, Haydn, Vivaldi y Bach entre otros nos ayudaban a entrar en un estado de sueño, necesario para recuperar la calma y la cordura. Ese era el propósito inicial. En los 5 años que duró el viaje pude disfrutar de mis horas de descanso pero todo cambió desde que llegamos al planeta, aquí se transformó en una tortura silenciosa, sí, los dragones lanzaban llamaradas unos contra otros, como los alces que luchaban entre ellos haciendo chocar sus cornamentas, de esta manera los lagartos voladores medían sus fuerzas y luego se separaban una vez se veían envueltos en una inmensa bola de fuego mientras la mayoría, como una inmensa bandada, sobrevola-
ban en círculos, como los zopilotes que circundan el cielo de mis pueblos mexicanos. A pesar de la poca fortuna en cuanto al hallazgo de formas de vida, notaba cierto entusiasmo en el capitán y en Hakan, como si nos estuviesen guardando un secreto. En dos ocasiones interrumpí, sin querer, la conversación que mantenían con cierta mesura. A todo ese cuchicheo preferí no darle importancia y me limitaba a entregar la información que me solicitaba. En una ocasión, Hakan me enseñó unos diagramas que estaba mejorando con la posibilidad de encontrar agua y así poder aplicar ciertos principios de termodinámica gracias a las condiciones que ofrecía el planeta. En Estambul se especializó en el área del manejo de fluidos del departamento de Ingeniería Mecánica, eso fue después de abandonar la idea de ser escritor. Desde su adolescencia aspiraba convertirse en un exponente de la novela turca, emular al gran Orhan Pamuk y ganarse el Premio Nobel de Literatura, galardón del que habían transcurrido más de ochenta y cinco años sin recaer en un escritor de su nacionalidad. Todas esas quimeras se vinieron abajo cuando su padre lo obligó,
Después de cumplir los últimos lineamientos, nos sentamos a contemplar la estrella Gliese 581. Calcularía que superaría en cinco veces el tamaño de nuestro sol, viéndolo desde la base. La próxima y última etapa nos correspondía visitar un sector donde la luz y la penumbra se dividen. El planeta no cumple con el movimiento de rotación al que nos tiene acostumbrada la Tierra y siempre vamos a conseguir aquí un sector iluminado y otro oscuro, de manera perenne. Nuestra misión consistía en corroborar toda la información que recibían los telescopios y las fotografías que enviaban las sondas. No podíamos evitar cierta nostalgia por los atardeceres que vivíamos en nuestros países, esa desazón que produce la caída del sol, la angustia por el día que termina porque no se repetirá otro igual. El capitán no pudo disimular y se mostró vulnerable al manifestar un dejo de tristeza, sus atardeceres eran únicos, confesaba, los que disfrutaba en épocas de primavera en San Petersburgo, cálidos y con cierto romanticismo. Las parejas de jóvenes se tomaban de la mano y los niños invadían las plazas para descargar la energía que acumulaban en el invierno. Su abuelo, nieto a su vez de un funcionario de alto rango del PCCC, le brindaba apoyo constante en su idea de llegar a ser un cosmonauta. Le hacía énfasis en su carga genética, en que por su sangre corría el espíritu de la Madre Rusia y un compromiso firme con toda la familia en ser el mejor, en ser todo un pionero. Lo más extraño, dijo después, es que soñaba con dragones que se asemejaban a sombras voladoras y esas imágenes desaparecieron al ingresar en la escuela de astrofísica. Yo, una vez más, opté por callarme. El viaje se desarrolló sin ningún contratiempo, todo según el cronograma. Me asomé por la ventanilla y observé las laderas que describían formas caprichosas, gracias a los fuertes vientos que allí se desencadenaban. Esto me hacía recordar las historias de ciencia ficción que mi tío Hernán Monterroso me leía de
niño. Aventuras y batallas que se producían en otras constelaciones, visitas inesperadas de otras formas de vida al planeta y descubrimientos de otros mundos con la finalidad de ser colonizados por la raza humana. En este renglón me encontraba, dando el primer paso junto a mis compañeros, explorando un planeta que podría albergar a futuras generaciones de hombres y mujeres terrícolas. La luz de la estrella Gliese 581 se hacía cada vez más débil, solo esperábamos que se activase el sensor de advertencia para el aterrizaje. En un punto específico la nave se detenía y comenzaba a descender paulatinamente. Una vez en suelo firme me di cuenta que Shin se recluía en el cuarto de descanso, Hakan argumentaba la búsqueda de resultados en el cuarto de análisis y la mirada del capitán se clavaba directamente en mí. Me dijo que no me preocupara, que él mismo me acompañaría a hacer el primer recorrido. Salimos con cierta cautela, la penumbra del paisaje despertaba ciertos temores, en parte por lo acostumbrados que estábamos a los días iluminados. Antes de abandonar nuestro recinto de seguridad me apresuré en llevar cuanto instrumento nos sirviera para resguardar nuestra integridad, un láser pulverizador, un resonador de ondas de baja amplitud y una lámpara de alta incandescencia. Ponkrashov sonrió al ver mi estado de paroxismo. Tras unos cien pasos de caminata empecé a sentir un mareo extraño, afortunadamente el traje que nos protegía contra el frio inclemente me ayudaba a regular los procesos relacionados con mi equilibrio y noción de la realidad. Nos detuvimos frente a un abismo, similar al Gran Cañón de Colorado. Luego vimos algo que llamó nuestra atención, un extraño portal por el que entraban y salían los dragones que protagonizaban mis sueños abominables, una cantidad infinita se congregaba sobre nosotros como una película que se negaba finalizar, repitiéndose en un ciclo infinito. Luego perdí la noción de lo que estaba sucediendo a mí alrededor. Cuando desperté, los dragones todavía estaban allí.