Maracay, Sábado 13 de noviembre de 2010
Crónicas del Olvido
Encajar encaja
(Hallazgos intervenidos)
-ALBERTO HERNÁNDEZFoto Henry Cedeño 1.-
L
a vida de Gladys Pirela gira alrededor de una caja. El universo entero -las cosas que deja abandonadas- termina ordenado en las cajas de Gladys Pirela. El mundo, el de los curiosos, tiene lugar en las pequeñas y grandes cajas que esta artista venezolana ha sabido elaborar para guardar los objetos que el ojo del común ve y no toma en cuenta. Las cajas de Gladys Pirela contienen las huellas de los antiguos dueños de viejas herencias. Son la muestra fehaciente de que los objetos hablan, emiten sonidos y revelan sus propias contradicciones. Una llave no tendría por qué ser pariente de la corteza seca de un viejo árbol, del que emergen la savia y el olor de su edad, la misma de la llave. Se trata entonces de una recurrente manía de la artista: recoger lo que la ciudad y el monte desechan y hacer otra experiencia, otra manera de emigrar hacia la realidad: la propuesta de Pirela, como toda aventura creativa, reclama, enrostra, pregunta, califica, interroga, desnuda a quien delante de una de sus cajas cree sabérselas todas. Son cajas cuya inocencia llevan la marca de Caín. He aquí entonces la culpa anónima, esa vibración colectiva que a diario se reelabora. Ese estigma hacia donde apuntan todos los dedos. El personaje del castigo divino cargó con sus cosas y las fue dejando como muestra de que era un exiliado, un desterrado por fuerza superior. Cada uno de esos objetos tirados a la vera de tantos dolores por ese hombre y por otros que los recogían, tiene destino en estas cajas. Es más, aquí están los objetos que nunca tuvo, porque vivía en plena emergencia. ¿Cuántas veces no somos el que se queda atrás mientras revisa un letrero, una palabra, un trozo de metal, una piedra abismal, un gancho de ropa, un ojo de vidrio, un hueso de bestia? Estas cajas encajan formas y recuerdos en la memo-
ria de ese que la perdió ante la locura. Son cajas que animan a quien está a punto de sacudirse de la vida y entrar en otra dimensión.
2.En un vertedero existe una armonía que despeja los sentidos. O los contradice. Allí, con paciencia, se pueden encontrar la vida y sus defectos: las enfermedades de la modernidad, los secretos domésticos, el afán consumista y la tendencia a abandonar objetos que antes eran amados, deseados, peleados o antes anclados en alguna pared, en un rincón de la biblioteca o en el lomo curvo de una columna, dórica o no. Total: en ese sitio terminan de morir nuestras ambiciones. Y así como la mano de un artista amansa la madera y le da forma al mundo, las cosas adquieren la notoriedad que ese artista le otorga. Por eso Gladys Pirela vive sorprendida, o mejor, tomada de sorpresa por los más mínimos detalles en medio de un desierto, de la espesura del monte o de un bote don-
de a diario lanzamos los desperdicios que muchas veces no son tales, pero por ser lo que fueron ya no reciben el afecto de sus dueños. Pasan a otras manos y se transforman, se hacen amor y arte: cosa recuperada. Esos son los "hallazgos intervenidos" que esta artista nos regala desde el desprendimiento que todo creador debe cultivar. Porque un artista es un dador de imágenes, de colores, de sonidos, de silencios, de objetos invisibles ante la neblina de quien dice que ve y vive entre ciegos. Bien lo deja registrado Saramago en Ensayo sobre la ceguera: "Pero la ceguera no es así, dijo el otro, la ceguera dicen que es negra, Pues yo lo veo todo blanco…" Blanco o negro el mundo, esta sensación indica la presencia o la ausencia absoluta de la luz, la que bordea los cuerpos perdidos, abortados, abandonados, lanzados al basurero, al bote donde naufragan los deseos, porque ¿qué es algo dejado, tirado? Deseos de alejarse de un recuerdo, de alcanzar la libertad, de entrar en otro tiempo. Estas cajas de Gla-
dys Pirela son eso y más. No tienen nada de Pandora, porque la caja de la mitología estaba cerrada. Contenía un misterio, alojaba el mal, la peste, el dolor, la ingrimitud del miedo. En éstas que hoy vemos y soñamos está el mundo descubierto, transformado, hecho milagro: estamos todos con nuestras caras muy lavadas, sinceros e hipócritas, bellos y feos, necios y amables, tontos y vivarachos. Todos somos esas imágenes. Alguna vez guardamos un reloj de pulsera, el ojo de cristal de una muñeca, las uñas postizas de un ángel recién llegado de un cuento, las vísceras de un unicornio desprendido de un relato de un inimaginable Arreola. O el ombligo del primer niño que llegó al mundo en medio del dinosaurio de Monterroso. Aquí tenemos, en estos "hallazgos intervenidos", monedas que ya no compran en la tienda, llaves oxidadas que abren otras puertas, pequeños cofres de donde salen los olores y los alaridos de alguna bestia inventada por Borges, copas con la marca de los labios de los dioses o de humanos que ya no están y que aún recuerdan en su más allá resacas y borracheras. O la elegancia de la fiesta donde bebieron. Tazas de café, cuyo aroma nos lleva a los campos de Angola, Colombia, Brasil o Barlovento. Cucharillas que conocieron el interior de muchas bocas. Y la calidad de prótesis y encías. Piedras volcánicas, rodadas o inocentes de cualquier camino dejado de transitar. Moldes y hormas de zapatos donde se ven los malos y buenos pasos de sus propietarios. Libros bulliciosos y mudos. Fotos de años idos, que regresan con sólo mirarlas. Pedazos de vidrio, de cerámica, de costras de pared donde seguramente se posó la mano del personaje de Guillermo Meneses. Cartas de amor y de desdichas. Guantes que guardan el tacto de una mano o la lisura de una piel. Hojas secas como cadáveres insepultos. En estas cajas de Gladys Pirela nos recorremos en cada uno de los objetos que las recrean. Igual, las mudanzas domésticas, las casas que quedaron atrás, los olores de
un patio, los recuerdos. Porque en la superficie de un trozo de metal han quedado la huella de una palabra, un gesto, un amago, una muestra de amor o de rechazo. Los objetos también tienen sentimientos.
3.En estas cajas están los objetos robados por los piratas que desde su soledad oteaba Robinson Crusoe. ¿Quién va a desmentir la presencia de Daniel Defoe o de los fantasmas de los relatos de "Moll Flanders" y el "Coronel Jack" en estas cajas? Muy bien lo escribe Italo Calvino cuando recurre al Diario de Crusoe para hablar de las cosas que por sus ojos y manos pasaban: "La acumulación de detalles intenta persuadir al lector de la verdad del relato, pero expresa también de manera inmejorable el sentimiento de la importancia de cada objeto, de cada operación, de cada gesto en la situación del náufrago". Digamos con Calvino, que Gladys Pirela estuvo en esa isla de la que se rescató y rescató las cosas que deben acompañarla a su regreso a tierra firme. Los artistas viven de la soledad, y en ella, en esa condición inmanente de isla solitaria, encuentra el propósito de su creación. Un objeto nada en la memoria, flota, sale a respirar el aire de la casa. Entra en una caja. Es encajado para mejores propósitos, menos ambiciosos que la realidad. Más sensibles, sentidos, vivos, descubiertos, hallados, intervenidos, encajados, metidos en caja, sometidos al inventario de su propia enumeración. Colocados al margen de cualquier digresión humana. Encajar encaja es una fuerte motivación vital, un buen augurio, un mensaje con destino, para acercarnos a don Mario Briceño Iragorry. La vida de Gladys Pirela gira alrededor de muchas cajas. Dentro de ellas, ella misma, satélites terrestres, astros comunes y corrientes convertidos en espíritus animados por su curioso ímpetu. Cajas para llevar en silencio, de regreso al mundanal ruido. Cajas, son cajas, objetos que dicen.