Maracay, Sábado 14 de Mayo de 2011
Crónicas del Olvido
Escritor: Un paseo en bicicleta ALBERTO HERNÁNDEZ
follamos y escribimos, solemos arrancarnos las páginas para limpiar los vidrios de la ceguera. ¿A quienes celebramos cuando nos acordamos de los escritores? ¿Qué decimos de nosotros mismos, qué nos decirnos cuando nombramos a Acosta Bello, a Elena Vera, a Hanni Ossott, a Vicente Gerbasi, a Denzil Romero, a Juan Liscano, a Eugenio Montejo, huesos de olvido y canto? ¿Qué nos dicen los que aún viven entre nuestros escombros y rumas de quejas? Por allí andan los fantasmas de Lira Sosa, Valera Mora, Hernández Álvarez, Manuel Bermúdez, Adriano González León, los Garmendia. Por allí nos dicen entre rincones sus cuitas y desmayos.
U 1.-
no ve los ojos de Cervantes y descubre que el escritor pensó en un paseo en bicicleta y una flor en el ojal par flirtear con Dulcinea. Imposible dejar en el establo el silencio de quien un día y muchos más cargara por los desiertos de La mancha el endeble cuerpo soñador. Resultaría estúpido borrar del libro a Rocinante, como si se tratara de un adjetivo. Un escritor es una señal, un Quijote desmirriado. ¿Qué lengua es ésta la que hablamos, aderezamos con los manjares de quien legara por designio de la Imprenta Real en 1647, a costa de Juan Antoni Bonet y Francisco Serrano, nombrados mercaderes de libros? ¿Qué lengua es esa tan porfiada la que sorbemos de líquidos viscosos en esta tierra tutelar? ¿Nos importa acaso la bicicleta de Miguel de Cervantes, el olvido de Rocinante, la peste de Sancho y la enaguas de Dulcinea si a la larga seguimos conmemorando la impronta de un oficio cuya delicadeza sólo ampara a quienes saben de sombras e imágenes, como si se tratara de un cuerpo en capilla ardiente? En definitiva, la lengua es un músculo contráctil encajado en el hueso hioides. Relajemos la memoria y comencemos por cerrar los ojos frente a esa mirada trasera, patio de augurios donde sólo es posible repetirnos. Entramos y salimos en Juan de Castellanos, nos perpetuamos en la efigie de Lope, rompemos a reír o a maldecir con Quevedo, con una mano en el estómago. 2.-
El sueño insiste: Cervantes sigue por Sabana Grande y termina de rodillas escoriadas en la Puerta de Caracas, que es como decir en el Cajón del Arauca o en Güiria. Este país es un solo ojo, por él escribimos y olvidamos lo que hemos mirado.
3.-
Esta tierra que no escogieron como patria, es sólo el gentilicio. La lengua nos muerde la inconstancia, el Rocinante que llevamos en la sangre y la Cubagua que nos navega. Como islas, siempre olvidamos el horizonte. ¿Qué no quiero decir con todo esto? ¿Qué hastío nos deletrea para escribir a la manera como lo hacemos? ¿Qué país nos restregamos en la cara si casi no nos queda país ni cara? El país de la poesía, el de la ficción, el país de la reflexión, el que nos toca las llagas, las heridas abiertas. Entonces me veo pedaleando, empolvado de desierto y hablo con Enrique Bernardo Núñez o Guillermo Meneses para colocar la mano junto al muro de las delectaciones y dejar de negarnos, porque, en definitiva
existimos y nos damos a escribir y a borrar lo que nos limita. Negarnos, borrarnos, tacharnos con tizne, con nuestro asfalto diario. Algunos han negado la existencia de quienes a duras penas arrastran los pies por el mapa de nuestras ofensas, por el cuaderno de anotar humillaciones. Digo, con la emergencia y velocidad de don Miguel, que sí somos éste y de aquel lado de la Puerta de Caracas y Tazón. Digo yo, tachador de arritmias, que sí somos, que estamos trepados en las ancas del nostálgico rocín del tipo aquel, del loco soñador que no tiene días para celebrar pero que sigue allí, sudoroso entre nuestras manos. En mi país existe un país donde no estamos. En mi país, donde nos negamos, vivimos,
Demasiado viejos entre la naftalina. Demasiado jóvenes frente a la pantalla del computador. "Para recoger ensayos dispersos e inorgánicos como los míos hay que esperar a la propia muerte o por lo menos a la vejez avanzada", le escribió un día Italo Calvino a Niccoló Gallo. Esta declaración del escritor italiano se parece tanto a nosotros, que casi no encontramos el vaso de noche para derramar las metáforas de la incertidumbre. O la realidad de no usar tal objeto si a la vista tenemos el futuro. Un escritor es una señal. Un viento atado a un árbol, una palabra por decir. Un escritor es su propia muerte, anotada en una esquina de alguna página a mitad de libro. También la inocencia de saberse recién resucitado. Ser escritor en nuestro país es más que eso: somos libros viejos rematados bajo un puente, comprados y vendidos con las dedicatorias de los amigos. Una vergüenza infinita, un inventario sin números, pero también una gran felicidad por aquello de sabernos sombra del otro, del que alguna vez nos regaló unos minutos para descubrirnos o dejarnos sobre un mueble.
Mientras escribía, la noche colgaba del árbol que siempre intenta entrar por la ventana. El reflejo del vidrio es la lengua de mi perra, muerta hace años, que casi hablaba y era un poema del español Antonio Colinas: "lloro porque en los ojos de mi perro/ hallo la humanidad (…) lloro por tener cerca una mujer,/ por el agua de un monte/ que suena entre cipreses en un lugar de Grecia". 4.-
La ciudad donde vivo es también un poema de Jaime Sabines , un beso de quien a veces me tropieza con la almohada. Sigo: un escritor es un ser humano que tiene conciencia de que el baño existe. Lo describe, lo narra, lo dialoga, lo poetiza, lo usa, lo hace imagen de una página que por ser imagen de un lugar tan deleznable se queda allí, simple página, simple afán del escritor. Un escritor es un ser que tiene la capacidad de saber que el dinosaurio de Monterroso es sólo un gatico que esconde en el lugar más secreto de la casa para que lo deje dormir, aun cuando a la bestia por las noches de boleros y béisbol- le dé por destruir la ciudad. Un escritor es un escritor, como la rosa es una rosa, una rosa, una rosa, sólo que los escritores matamos la rosa y la convertimos en disparo, puñalada, vientre agitado, coito. Cuando la rosa se convierte en motivo, la cursilería ablanda los corazones. La calle de la ciudad nos dirá la verdad: un escritor es un fantasma escrito por un escritor perdido en las brumas de Sábato o en la ceguera de Borges, pero aun así un escritor es un transeúnte que se tropieza con prólogos, historias y epílogos. Nace, crece y muere. Y tanto muere que se transforma en "best seller" bajo el puente donde lo rematan a precio infame. Un escritor es sólo un día, una lechuga fresca. El mercado nos llama, las verduras de hoy están más baratas.
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Maracay, Sábado 14 de Mayo de 2011
Ernesto Sábato EDUARDO CASANOVA
Oí hablar por vez primera de Ernesto Sábato en 1954, a mis catorce años, en la sobremesa de la casa de los Uslar, cuando Arturo nos habló de Borges, Mallea y Sábato.
D
e Borges leí inmedia tamente su Historia universal de la infamia, y me impresionó especialmente “El hombre de la esquina rosada”. De Mallea leí “La ciudad junto al río inmóvil” y no me impresionó tanto, y de Sábato no conseguí nada en Caracas, a pesar de que “El túnel” ya tenía varios años de publicado. Sobre héroes y tumbas aparecería siete años después. En 1964 me radiqué en Buenos Aires, y entre mis primeras acciones estuvo la compra de ambas novelas. No puedo decir que conocí a Sábato. Lo saludé en una actividad de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), pero él no debe haberse enterado de quién era yo. Ese año tendría cincuenta y tres años y ya era muy conocido y respetado en la Argentina y fuera de ella. Había nacido en Rojas, en la Provincia de Buenos Aires, en junio de 1911, hijo de inmigrantes italianos, calabreses, para más señas. Adolescente, estudió bachillerato en La Plata, en donde conoció a Pedro Henríquez Ureña, filólogo, crítico y escritor dominicano que vivió varios años en Argentina, y de quien Sábato dijo: Se me cierra la garganta al evocarlo, esa mañana en que vi entrar a ese hombre silencioso, aristócrata en cada uno de sus gestos (…) Aquel ser superior tratado con mezquindad y reticencia por sus colegas, con el típico resentimiento del mediocre, al punto que jamás llegó a ser profesor titular de ninguna Facultad de Letras de Argentina. Esa admiración sería determinante para que Sábato, que estudió una carrera absolutamente científica (Física), terminara convertido en escritor. Muy joven se comprometió con los movimientos de izquierda y fue comunista activo, pero los crímenes de Stalin y la ceguera deli-
berada de los comunistas le chocaron, y dejó esa militancia para convertirse en un activo defensor de la democracia social. En París escribió su primera novela, La fuente muda, a mediados de la década de 1930. En esa época se casó con Matilde Kusminsky Richter. Doctorado en Física, trabajó como científico durante algún tiempo, pero, paralelamente, se relacionó en París con el movimiento surrealista y con numerosos intelectuales de su tiempo. Luego de trabajar en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, en 1943 tomó la decisión de dedicarse por completo a las letras y las artes plásticas, y se aisló del mundo en la Provincia de Córdoba. En 1941 ya había dado muestras de una formidable vocación literaria y se había relacionado con figuras muy importantes de la literatura argentina, como Victoria Ocampo, Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges. En 1945 recibió un premio de Prosa de la Municipalidad de Buenos Aires. Ya era, decididamente, un escritor. Un escritor que supo del rechazo de las editoriales a su novela “El túnel”, que finalmente fue publicada por la revista Sur y fue muy elogiada
por Albert Camus, que convenció a Gallimard de que debía ser traducida al francés y publicada en París. Pronto, hasta las editoriales que habían rechazado el manuscrito se dieron cuenta de su error. Su carrera literaria fue un éxito. Sobre héroes y tumbas es una de las cumbres de la novela argentina, y una de sus partes, Informe sobre ciegos, parece haberse independizado para tomar vida propia. Su próxima novela, Abaddón el exterminador (1974), no hizo sino ratificar la calidad universal de su autor. Su actividad política fue más bien escasa: en su juventud estuvo comprometido con la extrema izquierda, luego fue antiperonista, aunque elogió a Evita públicamente, lo que le costó no pocas críticas. Durante el gobierno de Raúl Alfonsín, en 1983 y 1984, presidió la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), cuyo trabajo quedó plasmado en el libro Nunca más, que fue el punto de partida de los juicios a los militares de 1985. Hacia el final de su vida declaró su afinidad por el Anarquismo, aunque quizá más como un ideal inalcanzable que como una posibilidad real en el mundo de la política (¡Yo soy
un anarquista! -declaró públicamente-. Un anarquista en el sentido mejor de la palabra. La gente cree que anarquista es el que pone bombas, pero anarquistas han sido los grandes espíritus como, por ejemplo León Tolstoi. (…) Aunque fui comunista activo, el anarquismo siempre me ha parecido una vía de conseguir justicia social con libertad plena. Y valoro el cristianismo del Evangelio. Este siglo es atroz y va a terminar atrozmente. Lo único que puede salvarlo es volver al pensamiento poético, a ese anarquismo social, y el arte). Fue un autor muy premiado, además de varios galardones argentinos, recibió otros de Francia, Italia y España, entre ellos el Premio Cervantes en 1984. Desde 1945 se estableció en Santos Lugares, en la Provincia de Buenos Aires. Los médicos le prohibieron leer, y se dedicó entonces a la pintura. Y ya casi centenario, universalmente respetado, el 30 de abril de 2011 terminó de alejarse por completo de una vida que, finalmente, y a pesar de que uno de sus hijos murió en un accidente, y de una viudez que lamentó con toda su alma, le había sido bastante amistosa. Su inmenso talento se lo había granjea-
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Maracay, Sábado 14 de Mayo de 2011
La Resistencia ERNESTO SÁBATO
Son los expulsados, los proscriptos, los ultrajados, los despojados de su patria y de su terruño, los empujados con brutalidad a las simas más hondas. Ahí es donde están los catecúmenos de hoy E.JÜNGER LO PEOR ES EL VÉRTIGO
E
n el vértigo no se dan frutos ni se florece. Lo propio del vértigo es el miedo, el hombre adquiere un comportamiento de autómata, ya no es responsable, ya no es libre, ni reconoce a los demás. Se me encoge el alma al ver a la humanidad en este vertiginoso tren en que nos desplazamos, ignorantes atemorizados sin conocer la bandera de esta lucha, sin haberla elegido. El clima de Buenos Aires ha cambiado. En las calles, hombres y mujeres apresurados avanzan sin mirarse pendientes de cumplir con horarios que hacen peligrar su humanidad. Ya sin lugar para aquellas charlas de café que fueron un rasgo distintivo de esta ciudad, cuando la ferocidad y la violencia no la habían convertido en una megalópolis enloquecida. Cuando todavía las madres podían llevar a sus hijos a las plazas, o visitar a sus mayores. ¿Se puede florecer a esta velocidad? Una de las metas de esta carrera parece ser la productividad, pero ¿acaso son estos productos verdaderos frutos? El hombre no se puede mantener humano a esta velocidad, si vive como autómata será aniquilado. La serenidad, una cierta lentitud, es tan inseparable de la vida del hombre como el suceder de las estaciones lo es de las plantas, o del nacimiento de los niños. Estamos en camino pero no caminando, estamos encima de un vehículo sobre el que nos movemos sin parar, como una gran planchada, o como esas ciudades satélites que dicen que habrá. Ya nada anda a paso de hombre, ¿acaso quién
de nosotros camina lentamente? Pero el vértigo no está sólo afuera, lo hemos asimilado en la mente que no para de emitir imágenes, como si ella también hiciese "zapping"; y, quizás, la aceleración haya llegado al corazón que ya late en clave de urgencia para que todo pase rápido y no permanezca. Este común destino es la gran oportunidad, pero ¿quién se atreve a saltar afuera? Tampoco sabemos ya rezar porque hemos perdido el silencio y también el grito. En el vértigo todo es temible y desaparece el diálogo entre las personas. Lo que nos decimos son más cifras que palabras, contiene más información que novedad. La pérdida del dialogo ahoga el compromiso que nace entre las personas y que puede hacer del propio miedo un dinamismo que lo venza y les otorgue una mayor libertad. Pero el grave problema es que en esta civilización enferma no sólo hay explotación y miseria, sino que hay una correlativa miseria espiritual. La gran mayoría no quiere la libertad, la teme. El miedo es un síntoma de nuestro tiempo. Al extremo que, si rascamos un poco la superficie, podremos comprobar el pánico que subyace en la gente que vive tras la exigencia del trabajo en las grandes ciudades. Es tal la exigencia que se vive automáticamente, sin que un sí o un no haya precedido a los actos. La mayoría de la humanidad es empleada de un poder abstracto. Hay empleados que ganan más y otros que ganan menos. Pero ¿quién es el hombre libre que toma las decisiones? Ésta es una pregunta radical que todos hemos de hacernos hasta escuchar, en el alma, la responsabilidad a la que somos llamados. Creo que hay que resistir: éste ha sido mi lema. Pero hoy, cuántas veces me he preguntado cómo encarnar esta palabra. Antes, cuando la vida era menos dura, yo hubiera entendido por resistir un acto heroico, como negarse a seguir embarcado en ese tren que nos impulsa a la locura y al infortunio. ¿Se le puede pedir a la gente del vértigo que se rebele? ¿Puede pedirse a los hombres y a las mujeres de mi país que se nieguen a pertenecer a este capitalismo salvaje si ellos mantienen a sus hijos, a sus padres? Si ellos cargan con esa responsabilidad, ¿Cómo habrían de abandonar esa vida?.
La situación ha cambiado tanto que debemos revalorar, detenidamente qué entendemos por resistir. No puedo darles una respuesta. Si la tuviera saldría como el Ejercito de Salvación, o esos creyentes delirantes -quizás los únicos que verdaderamente creen en el testimonio- a proclamarlo en las esquinas, con la urgencia que nos separan de la catástrofe. Pero no, intuyo que es algo menos formidable, más pequeño, como la fe en un milagro lo que quiero transmitirles en esta carta. Algo que corresponde a la noche en que vivimos, apenas una vela, algo con qué esperar. Las dificultades de la vida moderna, el desempleo y la superpoblación han llevado al hombre a una dramática preocupación por lo económico. Así como en la guerra la vida se debate entre ser soldado o estar herido en algún hospital, en nuestros países, para infinidad de personas, la vida está limitada a ser trabajador de horario completo o quedar excluido. Es grande la orfandad que cunde en las ciudades; la gran soledad de la persona original es una de las tragedias del vértigo y de la eficiencia. La primera tragedia que debe ser urgentemente reparada es la desvalorización de sí mismo que siente el hombre, y que conforma el paso previo al sometimiento y a la masificación. Hoy el hombre no se siente un pecador, se cree un engranaje, lo que es tragicamnete peor. Y esta profanación puede ser únicamente sanada con la mirada que cada uno dirige a los demás, no para evaluar los méritos de su realización personal ni analizar cualquiera de sus actos. Es un abrazo el que nos puede dar el gozo de pertenecer a una obra grande que a todos nos incluya. Si a pesar del miedo que nos paraliza volviéramos a tener fe en el hombre, tengo la convicción de que podríamos a vencer el miedo que nos paraliza como a cobardes. Yo he pasado riesgos de muerte durante años. ¿Sin miedo?. No, he tenido miedo hasta la temeridad pero no he podido retroceder. Si no hubiese sido por mis compañeros, por la pobre gente con la que ya me había comprometido, seguramente hubiera abandonado. Uno no se atreve cuando está solo y aislado, pero sí puede hacerlo sí se ha hundido tanto en la realidad de los otros que no puede volverse atrás. Cuando
trabajé en la Conadep, de noche soñaba aterrado que aquellas torturas, frente a las cuales yo hubiera preferido la muerte, eran sufridas por las personas que yo más quería. Impávido en el sueño, luego me despertaba angustiado y sin saber cómo seguir, pero horas después no podía negarme a escuchar a quienes pedían que yo los recibiera. No podía, era inadmisible que hubiese dicho que no a esos padres cuyos hijos, en verdad, habían sido masacrados. Quiero decirles que no lo podía hacer por que ya estaba adentro, involucrado. Así es, uno se anima a llegar al dolor del otro, y la vida se convierte en un absoluto. Las más de las veces los hombres no nos acercamos, siquiera al umbral de lo que está pasando en el mundo, de lo que nos está pasando a todos, y entonces perdemos la oportunidad de habernos jugado, de llegar a morir en paz, domesticados en la obediencia a una sociedad que no respeta la dignidad del hombre. Muchos afirmarán que lo mejor es no involucrarse, porque los ideales finalmente son envilecidos como esos amores platónicos que parecen ensuciarse con la encarnación. Probablemente algo de eso sea cierto, pero las heridas de los hombres nos reclaman. Pero esto exige creación, novedad respecto de lo que estamos viviendo y la creación sólo surge en la libertad y está estrechamente ligada al sentido de la responsabilidad, es el poder que vence al miedo. El hombre de la posmodernidad está encadenado a las comodidades que le procura la técnica, y con frecuencia no se atreve a hundirse en experiencias hondas como el amor o la solidaridad. Pero el ser humano, paradójicamente sólo se salvará si pone su vida en riesgo por el otro hombre, por su prójimo, o su vecino, o por los chicos abandonados en el frío de las calles, sin el cuidado que esos años requieren, que viven en esa intemperie que arrastrarán como una herida abierta por el resto de sus días. Son 250 millones de niños los que están tirados por las calles del mundo. Estos chicos nos pertenecen como hijos y han de ser el primer motivo de nuestras luchas, la más genuina de nuestras vocaciones. De nuestro compromiso ante la orfandad puede surgir
otra manera de vivir, donde el replegarse sobre sí mismo sea escándalo, donde el hombre pueda descubrir y crear una existencia diferente. La historia es el más grande conjunto de aberraciones, guerras, persecuciones, torturas e injusticias, pero, a la vez, o por eso mismo, millones de hombres y mujeres se sacrifican para cuidar a los más desventurados. Ellos encarnan la resistencia. Se trata ahora de saber, como dijo Camus, si su sacrificio es estéril o fecundo, y ésta es una interrogante que debe plantearse en cada corazón, con la gravedad de los momentos decisivos. En esta decisión reconoceremos el lugar donde cada uno de nosotros es llamado a oponer resistencia; se crearán entonces espacios de libertad que puerden abrir horizontes hasta el momento inesperados. Es un puente el que habremos de atravesar, un pasaje. No podemos quedar fijados en el pasado ni tampoco deleitarnos en la mirada del abismo. En este camino sin salida que enfrentamos hoy, la recreación del hombre y su mundo se nos aparece no como una elección entre otras sino como un gesto tan impostergable como el nacimiento de la criatura cuando es llegada su hora. Los hombres encuentran en las mismas crisis la fuerza para su superación. Así lo han mostrado tantos hombres y mujeres que, con el único recurso de la tenacidad y el valor, lucharon y vencieron a las sangrientas tiranías de nuestro continente. El ser humano sabe hacer de los obstáculos nuevos caminos porque a la vida le basta el espacio de una grieta para renacer. En esta tarea lo primordial es negarse a asfixiar cuanto de vida podamos alumbrar. Defender, como lo han hecho heroicamente los pueblos ocupados, la tradición que nos dice cuánto de sagrado tiene el hombre. No permitir que se nos desperdicie la gracia de los pequeños momentos de libertad que podemos gozar: una mesa compartida con gente que queremos, unas criaturas a las que demos amparo, una caminata entre los árboles, la gratitud de un abrazo. Un acto de arrojo como saltar de una casa en llamas. Éstos no son hechos racionales, pero no es importante que lo sean, nos salvaremos por los efectos. El mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria.
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Poemas
de Natalia Lara Beso Como esfinge boca arriba en el naufragio de la nada...
¡Desnudez! Desnudez llama; la luz del Sol es cobija insertado rayo purificas alma. Beso ardiente callado penetrando.
¡Penetrando las entrañas! Limpia Mar, socava es vicio estar sobre aguas desnuda, con Dios de cómplice INMENSA LIBRE EXTRAÑA
Luz y sombra
Rastros
De noche se arremolinan las aguas voy camino a la orilla sonando las piedras desatado viento va acariciando la sinuosidad de mi cuerpo.
al poeta Francisco Arévalo Inquieta y suspendida Sobre el hilo que te cose Sostengo la sustancia Del mineral homogéneo Disuelto por el sudor Que sobre tu tez Sigue su curso. Negro hilo de remolino… Hilo azul, océano silencioso… Blanco hilo… Que entre las piedras De tus retinas Urde la hora Del cigarrillo. Absorto en los márgenes:
Te alcanzo, ibas despacio anhelando encuentro… Me tomas, te tomo se intensifica el paso, rápidos, intensos ávidos de entrega. Mi piel desprende la nota dulce aroma a vainilla, dejo la estela mientras aumenta el flujo de tu sangre. Y notas que el firmamento me circunda no puedes recorrerme, soy sólo sombra, sombra débil entre la luz y oscuridad "La Penumbra".
¿CERVEZA? ¿WHISKY? ¿RON? ¿VINO?
ILUSTRACIÓN MARÍA EUGENIA CATONI
Devanando sombras pasadas Destejiendo el hoy Camisa a rayas Te observo y absorbo Como hilo.