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Crónicas del Olvido
EL VIAJERO, EL INSOMNE VICENTE GERBASI ALBERTO HERNÁNDEZ
este libro porque aportaron datos para que Vicente Gerbasi volviera a la vida de los lectores. No deja por fuera el biógrafo a Natalia López y a sus hijos, quienes se levantaron cerca del poeta, tanto en Dinamarca como en Venezuela. De manera que estamos hablando de un libro familiar, bellamente escrito y bellamente editado, en el que Eduardo Casanova cuenta toda la vida y obra de Gerbasi, desde la llegada del padre, la muerte del Inmigrante, los viajes de Vicente y sus hermanos a Vibonati, hasta la despedida de quien dejara una obra de gran envergadura poética.
1.-
E
n el apartamento de Vicente Gerbasi donde Consuelo Orta era un bello escándalo, el precioso escándalo de la casa, el poeta de Canoabo vivía bajo una nube. No es poesía. No; se trata de una imagen exactamente real que, tanto Eduardo Casanova como éste que escribe fueron capaces de ver y de sentir, porque Vicente estaba sentado bajo la luz reverberante de una nube que no sabíamos de donde venía. Consuelo no supo decirnos por qué esa nube estaba allí, aunque dudamos de su versión negadora. No era una nube de Campos Biscardi ni el anuncio de un chubasco de esos que caen en las colinas de Carabobo y luego se convierten en un sol que se derrama duro y a la vez inocente sobre los cafetales. Pero la nube estaba sobre Vicente y él como si nada. No era con él. Sonreía y brindaba por todos los amigos que le venían a la memoria, por los vivos y por los muertos, hasta por las cabras que muchas veces vio atravesar por una polvorienta carretera de Israel. De trotamundos, mucho. En vigilia, la mirada que tocaba la poesía. Por ese lado entró Eduardo Casanova para escribir El viajero, el insomne. Una biografía de Vicente Gerbasi (Fundación Cultural Vicente Gerbasi/ Editorial Equinoccio de la Universidad Simón Bolívar, Caracas 2014). Y por ese mismo lado onírico y mágico apareció el Gerbasi de carne y hueso, el que escribió Mi padre, el inmigrante y supo nombrar con todos sus accidentes la geografía de su país y la de sus moradores, el país que fundó en sus poemas y lo catapultó al mundo todo. 2.Una biografía es el relato de una vida. En este libro de Casanova es
la vida relatada, compuesta y aventurada. Es la vida de un hombre que vivió en poesía, que sólo respiró para escribir y hacer posible los libros que ya conocimos. Esta biografía escrita por Eduardo Casanova contó con la memoria del
autor y con los relatos de quienes estuvieron cerca del poeta. Por supuesto, no podían estar ausentes Beatriz, Fernando y Gonzalo Gerbasi, hijos de Vicente y Consuelo. Tampoco Kristen Dratrup, el yerno “vikingo” tropi-
calizado, así como Irene Kaplun de Gerbasi y Miryan Navas de Gerbasi. Así como Hugo Álvarez Pifano, sangre de los Gerbasi. David López-Henríquez. Marco Tulio Bruni Celli y Sonia Rojas de Bruni. Todos están en
3.Nos topamos con anécdotas, alegrías y tristezas, cuentos, relatos, poemas, análisis de libros, viajes, travesías, sueños, regresiones, la relación con los amigos tanto de Vicente como de Consuelo. Casanova, como buen novelista, deja ver el dolor del poeta a la muerte de su inseparable mujer, aquella encantadora y alta señora que enamoraba a todos con su gracia y alegría. Este es un libro para leerlo con pausa, como si fuera un poema. Casanova lo escribe desde su más próximo conocimiento del personaje. Es un libro dedicado a un venezolano que hizo crecer a su país, que lo llenó de belleza, de imágenes, de palabras para sentirnos orgullosos. Desde la inocencia del niño que fue Vicente Gerbasi. Un niño de mucha edad que supo ser niño desde todas las edades. Así lo vemos en estas páginas de Casanova. Este es un libro donde un hombre llamado Vicente Gerbasi continúa su viaje, insomne, entre las tempestades y la paz reveladora de los árboles del trópico. Bajo la nube que nunca lo abandonó, como un ángel.
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Tomás Eloy Martínez y la vida en libros y discos ALEJANDRO REBOSSIO
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n el cuento La estrategia del general, el general Pacheco prepara su muerte en Santa María, en la provincia argentina de Catamarca, en un intento por esquivar el inevitable final. Es uno de los relatos del segundo libro póstumo que acaba de publicarse del escritor y periodista argentino Tomás Eloy Martínez (Tucumán 1934-Buenos Aires 2010), Tinieblas para mirar (Alfaguara). Lejos de la vida gris de su personaje Pacheco, Martínez también estuvo “siempre obsesionado” por el deceso, reconoce uno de sus siete hijos, Ezequiel, albacea de su herencia literaria. Eso queda probado en varios de los cuentos dispersos recopilados en la nueva obra, en uno de sus libros más celebrados y ahora reeditado Lugar común la muerte (Alfaguara), de 1979, y en la historia de cómo se ha gestado la Fundación Tomás Eloy Martínez, aquella con la que este ganador del premio Ortega y Gasset esperaba
que se continuara lo que él había hecho en vida: ayudar a los jóvenes periodistas y escritores. En 2008, dos años antes de morir por el cáncer que lo afectada desde entonces, Tomás Eloy viajó con Ezequiel, periodista cultural del periódico Clarín, a hacerse un tratamiento en EE UU. En aquella oportunidad, el ganador del premio Alfaguara por la novela El vuelo de la reina y también autor de Santa
Evita, que versa sobre el secuestro del cadáver de Eva Perón entre 1955 y 1971, le manifestó a su hijo su preocupación por el destino de su biblioteca, su archivo, los manuscritos de sus obras, sus discos compactos y sus películas en cassette y DVD. Entonces comenzó a pensar en la creación de una fundación que reuniese todo aquello y formase narradores. En aquellos últimos años de vida, tan conciente del final como algunos de sus personajes en los cuentos de Tinieblas para mirar y las crónicas literarias de encuentros reales de Lugar común la muerte, Martínez dejaba por escrito cómo debía ser su funeral. Pidió que sonara música del maestro de jazz Keith Jarret, algunas de cuyas obras están en la sede de la fundación, o el ‘Réquiem’ de Mozart. “Él sabía que iba a morir, lo tomó con mucha altura y humor. Tenía una enfermedad que te permite pensar e invitaba a cenar a todos los que quería ver por última vez. Dejó en una carta la idea de la fundación y dinero para ella”, relata emocionado Ezequiel Martí-
nez, sentado frente al escritorio y el ordenador de su padre, en la sede de la fundación. “Al él lo mantenía vivo trabajar”, recuerda. La fundación ofrece talleres de ficción y periodismo, muestras y ciclos de poesía, y también ha otorgado un premio de crónicas En el funeral del autor de La pasión según Trelew y La novela de Perón, su hijo le comentó al ministro de Cultura de Buenos Aires, Hernán Lombardi, que necesitaba un espacio para crear la fundación. Lombardi le consiguió un piso municipal sin uso encima de la biblioteca Miguel Cané, donde Jorge Luis Borges trabajó durante nueve años, en el barrio de Boedo. Allí están ahora en anaqueles los más de 15.000 libros de Martínez, algunos dedicados por Gabriel García Márquez, Juan Gelman, Pablo Neruda y Carlos Fuentes, que llegó a visitar la sede. Allí están también exhibidos los discos de jazz, música clásica y del renovador del tango Astor Piazzolla y las películas, muchas francesas, sobre todo de los 50 y 60, las que vio cuando era crítico en el pe-
riódico porteño La Nación y sobre las que volvía en sus últimos años de tardes de gin tonic y patatas fritas. Allí está también el archivo donde investigadores financiados por la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECID) descubrieron tres cuentos inéditos y dos de los que solo se conservaban los recortes del periódico La Gaceta, de Tucumán, de los años 60. Esos cinco y otros nueve que el escritor le había dicho a su hijo que tenía en una carpeta del ordenador, y que habían sido publicado en diversos medios, forman parte de Tinieblas para mirar. El libro reúne textos de seis décadas en los que no solo explora sobre la muerte sino también sobre las clases bajas y la corrupción de su país y sobre personajes que conoció cuando vivía como profesor univesitario en EE UU, entre 1984 y 2005. También hay un relato personal sobre su experiencia en el servicio militar en 1955, el año del golpe de Estado contra el presidente Juan Domingo Perón (19461955 y 1973-1974).
El Baile de La Llora de La Victoria y de algunos pueblos aledaños GISELA PASTORI
L
a noticia destaca que ese baile, que realmente es una serie de danzas separadas por un grito de apariencia indígena, es característico del pueblo de Zuata. Lo cual es una verdad relativamente nueva pues La Llora, con ese nombre, es propia de La Victoria desde unos dos siglos para acá pues en las notas de las Visitas Pastorales sucesivas de varios Obispos y sobre todo de la relación de Mariano Martí, donde se aprecia que en La Victoria y San Mateo se acostumbraba un baile llamado de Gaitas, que había sido prohibido por decreto eclesiástico por los Obispos anteriores y seguía campante, lo que significa que era de arraigo popular y para ello tuvo que pasar mucho tiempo, que no es el caso de La Llora en Zuata, que comenzó a celebrarse como se hace hoy desde la década del 80 en adelante. Antes lo que sí había allí era bailadores de Llora que acudían a las haciendas donde los hacendados de todos los alrededores de Caracas,que para celebrar el final exitoso de la cosecha montaban un gran baile de joropo, que incluía el baile de El Palito y como atracción principal ofrecían fuertes sumas en metálico a las parejas que no se dejaran tumbar por sus contrincantes. Se entiende que cuando se fue ensamblando la serie de danzas que había comenzado como un baile amenizado con flautas rústicas de bambú, que los con-
quistadores llamaron gaitas, una de las danzas que la conformó fue El Palito a Palo, cuyo desarrollo guarda gran similitud con una antigua danza gímnica afrocubana llamada Baile del Maní o Manicera. Esa tradición ha pasado por varias etapas, desde su origen como manifestación fúnebre entre algunas etnias del Centro-Norte del país y festiva cuando tuvo que dejar de celebrarse en la fecha de la muerte del pariente para adaptarse al Santoral Cristiano, cada dos de noviembre, cuando ya lo que hacían era una llora para quitarse el luto. Las constantes prohibiciones de la Iglesia la convirtieron en una fiesta nocturna donde se reunían indios y negros para celebrar cualquier acontecimiento y más tarde se convirtió en una suerte de competencia donde los bailadores más hábiles eran premiados y en esa justa participaban hasta los funcionarios del gobierno como patrocinadores de la fiesta y algunos echaban sus bailaditas para
alardear de su destreza física. Ese poder de atracción del tan popular baile fue aprovechado por los dueños de botiquines, patios de bolas criollas y otros negocios de mala reputación para aumentar su clientela y La Llora fue rechazada por la sociedad decente de los pueblos de Aragua y poco a poco fue quedando solo en la memoria de quienes la conocieron siendo jóvenes hasta ser olvidada por completo. Mucho tiempo después, por iniciativa de los estudiosos del folklore venezolano, que dependían del Ministerio de Educación, hubo un intento de reactivarla pero aún quedaba un rezago de repudio entre aquella sociedad pacata de la época y las diligencias fracasaron hasta que finalizando la década de los 70 volvieron a intentarlo con Luís Felipe Ramón y Rivera a la cabeza desde el Instituto Venezolano de Folklore, y sin hacer mucho ruido editaron folletos , discos de acetato, casetes destinados a la difusión del Baile de La Llora en las instituciones escolares y culturales del país. Desafortunadamente para La Llora, el material didáctico para su estudio no se ajustó a lo que guardaba la memoria colectiva de los victorianos, quienes se negaron a aceptarlo; y en vista de ello la cátedra de Folklore del Conservatorio del Estado Aragua, a cargo del prestigioso folklorólogo José Clemente Laya, sugirió una nueva investigación por parte de personas del lugar de dispersión de La Llora para poder incluirla en su programa de estudio. Allí comenzó mi partici-
pación activa como investigadora de esa tradición autorizada por la ZEA, por el MÁCARO y por el Concejo Municipal del Distrito Ricaurte. Lo demás es historia reciente, en el 80 hubo un gran resurgimiento de La Llora con el apoyo del Estado y del sector empresarial y actualmente sigue en proceso de consolidación pues el proceso de investigación sigue abierto en búsqueda de nuevos elementos que la enriquezcan y aseguren su difusión hacia el resto del país y su permanencia en el tiempo. En cuanto a su clasificación en el campo de la danza folklórica, ha sido considerada como la única “de parejas en conjunto” de Venezuela, su forma, danzas sucesivas o serie, separadas por un grito en conjunto emitido por los participantes al estilo de las célebres cuadrillas que bailaba la clase pudiente en la época colonial, y con respecto a lo musical es de una simpleza rítmica casi primitiva, con excepción del golpe aragüeño y de El Palito y su instrumentación es a voluntad de los músicos , salvo el conjunto de arpa central, maraca y buche y el consabido carángano, instrumento de percusión introducido por los africanos en el país que en Aragua solo se utiliza en el baile de La Llora. Como baile criollo, conserva rasgos de las culturas que conformaron nuestro mestizaje en perfecta armonía, tanto que ninguno predomina sobre el otro por lo que representa una muestra representativa de nuestro sincretismo cultural y su estudio es un paseo por las etapas
de evolución de la sociedad venezolanaPor lo que respecta a cómo ha sido el desempeño de los responsables y custodios de La Llora para introducirla en la memoria colectiva de los habitantes de los pueblos que la celebran, durante la década del 90 hubo un florecimiento con la realización del Primer Festival de Lloras organizado por la Dirección de Cultura de la alcaldía de Ribas con la colaboración de la Casa de la Cultura de La Victoria y de las fuerzas vivas de la ciudad, gestión que se mantuvo en continuidad hasta el año 2005 cuando hasta el alcalde de turno bailó El Palito en la arena del circo de Toros en medio de una alegría general, pero hoy, a pesar de los esfuerzos del colectivo que la administra y maneja, se nota un debilitamiento en ciertas capas de la sociedad victoriana y sanmateana y un fortalecimiento en Zuata, donde todo el pueblo participa cada año en la celebración que se realiza en un sitio público y abierto, entre otras cosas, porque se han dado las condiciones para que eso suceda . Creo que de nuevo hace falta la participación de ambos sectores, público y privado, para la conformación de un gran equipo que trabaje en conjunto para el logro del objetivo en común: que La Llora pueda llegarle a todas las capas de la población de los pueblos donde ha sido aceptada como patrimonio cultural , sin distingo de clases ni de inclinaciones políticas.
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Los días felices de Sylvia Plath INÉS MARTÍN RODRIGO
adolescente, Sylvia Plath recibió clases de arte y no se decantó por la escritura hasta que cumplió 20 años, aunque siguió dibujando. Con el tiempo, artistas como Giorgio de Chirico y Paul Klee inspiraron algunos de sus poemas.
P
ocos días antes de morir en octubre de 1998, el poeta Ted Hughes entregó a sus hijos Frieda y Nicholas, fruto de su matrimonio con Sylvia Plath, unos cuarenta dibujos de su madre. Aquel día, los hermanos descubrieron la pasión artística de la autora de «Ariel», una de las más grandes poetas del siglo XX. Cuando la sombra de la muerte volvió a cernirse sobre la familia con el suicidio de Nicholas en 2009, Frieda se convirtió en la única heredera del legado pictórico de Sylvia Plath. Tras organizar una exposición en la Mayor Gallery de Londres a finales de 2011 con la obra inédita de su madre, Frieda decidió editar «Dibujos», un hermoso libro gráfico que esta semana Nórdica publica en nuestro país e incluye varias cartas enviadas por Sylvia Plath a Ted Hughes y a su madre, y
THE STATE OF SYLVIA PLATH «Barco cerca de Rock Harbor, Cape Cod»
parte del diario de la poeta. Realizados en la primera etapa de su convivencia con Ted Hughes, con el que se casó en junio de 1956, los dibujos son obra de una Sylvia Plath animada, brillante, a veces casi pletórica, entregada por completo a su «fuente de inspiración más honda». La mayoría fueron concebidos durante la luna de miel que la pareja pasó entre París y Benidorm (un «encantador pueblito español» donde la
poeta disfrutó con intensidad, «como si estuviera despertándome a la ciudad», según sus palabras), aunque también hay dibujos de Estados Unidos e Inglaterra. La paz de dibujar «Por mucho que la poesía dominara su propósito, el arte siempre fue un elemento importante de la vida de mi madre», cuenta Frieda Hughes en la introducción del libro. Siendo
The State of Sylvia Plath Retrato de Ted Hughes, 1956
«Me da tal sensación de paz dibujar; más que la oración, los paseos, más que nada», explica la poeta en una carta enviada a
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Ted Hugues el 7 de octubre de 1956. De hecho, en uno de los poemas incluidos en la colección «Birthday letters» (1998), su despedida de Sylvia Plath, Hughes describe cómo el acto de dibujar «calmaba» a su mujer, que experimentaba con pasteles, lápices, tinta, collages, carboncillo, y anhelaba publicar sus dibujos en el «New Yorker» «para colocarlos en mitad de un cuento a fin de romper la maraña continua de la letra impresa». «Cuando Ted y yo empecemos a vivir juntos, formaremos un equipo mejor que el de Mr. y Mrs. Yeats», advierte Plath a su madre en una carta fechada el 23 de octubre de 1956. Y es que, como explica Frieda Hughes en el libro y demuestra la edición de estos «Dibujos», Sylvia Plath tenía «sueños de grandeza» y «vivió con energía, pasión y una sed de conocimiento que dirigió hacia sus afanes literarios y artísticos hasta que se suicidó, el 11 de febrero de 1963».
El hijo mayor de Stalin murió en un campo de concentración alemán ALBERTO IGNACIO ARILLA
Y
akov Iosifovich Dzhugasvili era el hijo mayor de Stalin, alias de Iosif Vissarionovich Dzhugasvili, y de su primera mujer, Ekaterina Svanidze. Pero, en realidad, padre e hijo apenas tuvieron contacto y ningún afecto, ya que su madre falleció un año después del nacimiento de Yakov y el niño fue trasladado a Tiflis, en donde quedó al cuidado de unos familiares. El futuro dictador soviético siempre mostró un enorme desprecio por ese hijo al que consideraba falto de carácter y de valor. Con valor o sin él, lo cierto es que Yakov se unió al Ejército Rojo al iniciarse la invasión alemana, llegando a ostentar el grado de teniente en el arma de artillería y tomando parte directa en los combates. Durante la Batalla de Smolensko,
Yakov Iosifovich Dzhugasvili (en el centro de la foto), con varios oficiales germanos en el campo de prisioneros de Sachsenhausen
en el desarrollo de la ofensiva de la Wehrmacht sobre Moscú, el teniente Dzhugasvili sería uno más de los cientos de miles de combatientes soviéticos que quedaron atrapados en las gigantescas bolsas que en su avance producían las divisiones panzer, siendo trasladado
posteriormente al campo de prisioneros de Sachsenhausen, sin que en ningún momento supieran sus captores de quien se trataba. Stalin, sin embargo, fue pronto informado de la captura de su hijo, lo que no pareció afectarle demasiado, ya que la achacó a
su cobardía y exigió que se le aplicaran a su mujer las duras penas que el estado soviético dictaba contra los familiares de quienes se rendían al enemigo, gesto por el que eran considerados traidores. Yulia Meltzer permanecería presa por este motivo durante dos largos años. En 1943 el teniente Dzhugasvili fue delatado a los alemanes por otro de los presos. Desde ese momento su régimen cambió totalmente y pasó a estar encarcelado junto a altos oficiales británicos, gozando de unas comodidades de las que hasta entonces había carecido. A cambio de ello, fue utilizado por la propaganda germana, que llegó incluso a tomarle fotos vestido con el uniforme de las SS. Pero no consta que cediera nunca a las presiones de sus carceleros para hacer manifestaciones contra el estado comunista. Pocos meses después, Yakov moriría junto a las
alambradas del campo de concentración por los disparos de los guardianes germanos. Para algunos testigos, intentaba escapar. Según otras versiones, se trató en realidad de un suicidio. Poco antes de su muerte, Berlín había propuesto su intercambio por Von Paulus, el mariscal que había rendido al VI Ejército en Stalingrado. Dicen que Stalin contestó que no tenía ningún hijo llamado Yakov, para agregar que además no era un cambio demasiado favorable entregar a un mariscal por un simple teniente. Yakov tuvo dos hermanastros, hijos de Stalin con su segunda mujer, Nadezhda Aliluyeva. Vasili, el mayor, moriría alcoholizado en 1962, mientras que la pequeña, Svetlana, la preferida de su padre, abandonó la Unión Soviética en 1967, trasladándose a los Estados Unidos, en donde falleció casi medio siglo más tarde.
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Unos cuentos contados por sí mismos ALFREDO CHACÓN
ble suficiencia literaria. Y puesto que me siento en el deber de hacerles saber en cuál sentido y de qué manera creo que se manifiesta semejante logro, me apresuro a reconocer que hasta aquí he hablado solamente del cómo de la contextura narrativa de Así en la vida como en los libros. ¿Cuál sería entonces su qué? ¿En cuál acuerdo con la afluencia mundanal de imágenes y pálpitos, con qué poder de encantamiento referencial se afianzan los rasgos de su modo de decir, de su certero régimen verbal? Pues bien, se trata de historias que para constituirse se valen de focos e instancias contextuales a veces divergentes, que van desde el cuadro-mito de La última cena hasta la relación entre vida e imaginación en el vivir de un escritor, pasando por las sustanciosas encrucijadas en que tales vida, imaginación y experiencia de vivir se combinan incesantemente en la consistencia vital de todos los personajes. Con el añadido de que en la contextura verbal de estos cuentos, la perspectiva del decir no es solamente aquella ofrecida por el concepto de imaginación, sino la singular e intransferible imaginación de quien, personaje o autor, o más bien personaje-y-autor, tiene en la vocación de escribir nada menos que su destino y la razón que lo hace responsable de semejante destino.
E
l libro cuyo nacimiento al público hoy acompañamos, es el séptimo de Sael Ibáñez. Si a estos siete libros los tuviéramos hoy frente a nosotros, veríamos que cinco son de cuentos, y que los otros dos consisten en una novela y un poemario. El recorrido temporal de los siete volúmenes va desde 1973 hasta 2013 y abarca estas otras fechas indelebles: 1978, 1990, 1996, 2003 y 2007. En total, cuatro décadas exactas más no equivalentes entre sí, pues en la segunda de ellas, la de los años ochenta, la bibliografía ibañezca no obtuvo aporte alguno. Ahora bien, si comienzo recordando estos datos es porque tengo la impresión de que con ellos se podría tejer no sólo una cronología, sino toda una historia. La historia de un acontecer que, hasta nuevo aviso, a quien más tendría que interesarle es al propio autor. Aunque en realidad, si he seguido la inclinación de prestarle este mínimo servicio a la memoria, más bien se debe a que los cinco libros de cuentos de Sael Ibáñez traman una segunda y más comprometedora historia que tiene sí que ver con todos nosotros, los lectores. Si en la obra de todo narrador lo más interesante es la relación alcanzada entre lo que se narra y la narración misma que hace legible lo narrado, en la experiencia propia del narrador Sael Ibáñez se confirma de manera muy particular y atrayente este dato miliar de la literatura de ficción. Su primer libro, Descripción de un lugar, asume un modo de corporizar la narración que parece haber desaparecido por completo de sus otros títulos. Los relatos de esta descripción, a diferencia de los que vinieron después, son en su mayoría muy breves y de una concisión que raya en la abstracción y el hermetismo (como dirían los lectores que apuestan a las historias transmitidas en los cuentos y las novelas creyendo que éstas se pueden separar de la escritura que
constituye como tales a novelas y cuentos). De allí en adelante la cuentística de Ibáñez se hace enteramente diversa. Tanto en A través de una mirada como en La noche es una estación y El club de los asesinatos particulares, sus cuentos conquistan toda la amplitud que se les hizo necesaria; las historias se vuelven enteramente explícitas; y algunos recursos desencadenantes, continuadores o reiterativos de la acción narrativa, así como
algún personaje que pasa de un relato a otro, se instalan indefectiblemente en la configuración de los textos. Y precisamente, me parece que Así en la vida como en los libros, quinto libro del cuentista, confirma en sus trece piezas y ofrece en su título la clave de lo que acabo de apuntar. Una simple hojeada del volumen bastaría para ponernos de acuerdo en que prolonga el cultivo de esa amplitud textual ya imprescindible; más solamente
su lectura, por supuesto, nos permitirá enterarnos a cabalidad de lo que esta evidente expansión realmente significa. En lo que a mí respecta, la lectura me dice que se trata de unos cuentos cuyo desenvolvimiento se afianza en una admirable concordancia entre la concisión del decir, la franqueza con que lo dicho se patentiza, y la fluidez de un curso narrativo que no sólo sabe hacerse cargo de esas dos potestades, sino que las potencia hasta convertirlas en los legítimos atributos de una palpa-
El resto, oh lectores, es lo mejor y consiste en la veracidad textual, la firmeza del acuerdo entre estilo franco y temática desafiante con que trascurren tales cuentos. De manera que este recién nacido libro de Sael Ibáñez (y esto es todo lo que les quería decir) nos ofrece la oportunidad de convertir su lectura en la experiencia de entrar y darle entrada en nuestra imaginación a una obra en la cual ninguna mala costumbre cultural podrá torpedear el vivaz concierto que en ella se celebra entre rigor creativo y poder de encantamiento: ese pacto que la literatura, a pesar de los embates que la industria editorial le hace sufrir, no deja de exigirse.