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Crónicas del Olvido
AGATHA Y SAVANNAH BAY ALBERTO HERNÁNDEZ
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L
a sutileza. Teatro de diálogo. La acción está congelada en la voz de quienes personifican secretos, marcas del pasado, el miedo, el odio, el desamor. En estas dos obras de teatro de Marguerite Duras, Agatha y Savannah Bay (bid & co. editor, Caracas 2014), ambas traducidas por el poeta y ensayista venezolano Adalber Salas Hernández, el lector –no el espectador- porque se trata de la lectura en mesa de dos guiones, siente la quietud, el pasar del tiempo sobre los temas que los personajes revelan frente a un destino abreviado en las acotaciones. Solo se imagina la puesta en escena. Es un teatro muy francés, de carácter muy equilibrado. La señora Duras siempre ha sido maestra en manejar la sutiliza, no sólo en teatro sino en sus novelas. Reiterativa en el tema amoroso, los personajes parecen un naufragio. Es decir, los sujetos, como sombras, se ubican en un sitio para ver pasar sus propias reflexiones. Viajan a través de ellas. Obras abiertas que sucumben ante la elegancia de la propuestas dialógicas. El parecido de las obras en estudio da pie para decir que podrían asimilarse una con la otra. Obras siamesas: pocos personajes que dialogan sin sobresalto alguno. Él y Ella. Madeleine y la Muchacha. Pronombres, nombres: solo el roce sutil de las palabras para abordar el rencor de haber perdido a alguien. El amor es un rasgo silencioso que abruma y descorre sentimientos contenidos. La sutileza, ese extrañamiento que hace del teatro de
Duras un paseo por la quietud. 2.Agatha es la representación del silencio. Alguien reposa en la memoria de los personajes y es desarrollado como referencia. El amor, uno de sus temas más relevantes, continúa su curso, como si viniera de otro personaje incorporado a este texto dramático. La autora se ha valido del eco de Robert Musil,
de El hombre sin atributos, para desarrollar una historia que no termina de descubrirse. Agatha es un símbolo, una mujer que dialoga como Ella con un Él que la oye y la arropa con enmascaramientos y complicidades. “ELLA: Sí. Me llamé a mí misma con ese nombre, por primera vez. A esa mujer que veía en el vidrio, a ella la llamé como usted lo hacía, como todavía lo hace, con esa insistencia en la
última sílaba. Usted decía: “Agatha, Agatha”. Lo amo como no es posible amar”. La mujer que aquí habla con ese Él es un reflejo. El reflejo del deseo, el de una búsqueda que se queda en la sospecha. 3.Savannah Bay mantiene el mismo tono de Agatha. Textos casi univitelinos que podrían viajar juntos en una gira teatral,
para ponerlos en escena uno a continuación del otro. Los personajes de esta pieza son casi un calco de los anterior. La impresión está en el tono, en la manera de hilar los diálogos, en el comportamiento de los personajes. En este caso no se trata de tener como referente a un escritor, a una obra literaria, sino la misma obra de Duras que se hizo obra de teatro y luego una película, en la que actúa Henry Fonda. “MADELEINE (sobre el canto): Era Henry Fonda, era Savannah Bay, era una obra de teatro. Título: Savannah Bay. Actor: Henry Fonda. (…) MUCHACHA: “Ella está allí por una película, señor. Filma una película en Savannah Bay. Con Henry Fonda. De amor. Una película de amor.” Pero también es una suerte de ensayo teatral. Una teoría de la actuación. Este relato tampoco termina de abrirse: se tambalea en la indecisión de quienes hablan y se asoman al público. Los personajes están rodeados de voces que no se identifican: las acotaciones revelan su presencia, pero no aparecen. Son como fantasmas que ambulan detrás del telón. Este tomo de bid & co. editor incorpora la versión montada en el Teatro de Rond-Point, el 27 de septiembre de 1983. Además, el traductor añade las letras, en francés y español, de la canción “Las palabras de amor” (Les Mots d´Amour), que se deja oír en la obra cantada por los personajes bajo el embrujo de Edith Piaf, “La alondra de París”. Ambas obras destacan el factor amoroso, el sufrimiento, la espera de algo que no se sabe exactamente qué es. El teatro como concepto, como estrategia para reflexionar.
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La mejor novela de espías de García Márquez VICENTE JIMÉNEZ
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istoria de un amor imposible en tiempos de cólera podría ser, con permiso del fallecido Nobel, el título de Gabriel García Márquez para una novela sobre los casi 60 años de desencuentro entre Estados Unidos y Cuba. Un largo y mágico relato en el que el escritor colombiano sería uno de los protagonistas. De hecho, lo fue, al lado de otros como los ex presidentes Jimmy Carter o Carlos Salinas de Gortari, el dictador Francisco Franco o el mítico y fallecido presidente de Coca Cola, Paul Austin, el hombre que llevó la bebida a China después de 30 años de prohibición comunista. Así lo cuenta el libro Back Channel to Cuba, de los investigadores William M. Leogrande y Peter Kornbluh, que narra, con documentos secretos y conversaciones con los protagonistas, las negociaciones entre Cuba y EE UU desde la revolución de Fidel Castro en 1959. En agosto de 1994, miles de cubanos cansados de restricciones se lanzaron al mar sobre cualquier cosa que flotara para alcanzar Florida. Comenzó una pesadilla para Castro y Bill Clinton, llegado a la Casa Blanca un año antes. El comandante pidió la mediación de Jimmy Carter, pero Clinton desconfiaba de la neutralidad del ex presidente. Washington acudió entonces al presidente de México, Carlos Salinas de Gortari. “Necesitaba a alguien discreto y con acceso a Castro”, recordó el mexicano. El elegido fue García Márquez, que se presentó en su despacho de Los Pinos en 30 minutos. Al rato, Salinas y Castro ya hablaban por teléfono. Clinton estaba dispuesto a negociar la crisis sólo si se ceñía a una cuestión migratoria y no se abordaba el bloqueo de la isla. Ese fue el mensaje que García Márquez llevó a Cuba el 24 de agosto a bordo del avión del presidente mexicano. Cinco días después, el escritor pudo entregar la respuesta de Castro a Clinton durante una cena en casa del escritor William Styron y su esposa Rose en Martha’s Vineyard. Además del Nobel, Clinton y su esposa Hillary, acudieron el autor mexicano Carlos Fuentes y el ex ministro de Exteriores del mismo país Bernardo Sepúlveda.
Fidel Castro y Gabriel García Márquez, hacia 1985, portada del libro ‘Gabo y Fidel. El paisaje de una amistad’, de Ángel Esteban y Stéphanie Panichelli.
García Márquez y Clinton se sentaron juntos. El escritor intentó seducir a su interlocutor. Le habló de la psicología de Castro, de cómo acercarse a él y de las muchas concesiones que había hecho (tibias medidas de apertura, retirada de Angola…). Los latinoamericanos presentes destacaron que un acercamiento entre EE UU y Cuba mermaría la influencia de Castro. “Intenta entenderte con Fidel, él tiene muy buena opinión de ti”, le aconsejó le escritor. Clinton no picó. “Al principio fue educado, pero al ver que estaba en una emboscada, dejó de escuchar”,
recordó Williams Luers, secretario de Estado adjunto para Latinoamerica, presente en la cena. “Clinton simplemente se giró”, recordó Rose Styron. “Cambiemos de tema”, le dijo en español Luers a Gabo en medio de una gran tensión. El escritor preguntó a Clinton qué estaba leyendo, y este comenzó a hablar de William Faulkner. Un rato después, a solas, García Márquez trasladó a Clinton la disposición de Castro a negociar sólo sobre migración. El presidente le pidió que advirtiera a su amigo Fidel que Cuba recibiría una respuesta muy distinta en la crisis de los balseros de la que
recibió de Jimmy Carter con los marielitos (el éxodo de cubanos a Florida desde el puerto de Mariel en 1980). Clinton le recordó que aquello le perjudicó cuando aspiraba a la reelección como Gobernador de Arkansas. “Castro ya me ha costado unas elecciones. No me va a costar dos”, le advirtió. Al día siguiente, Gabo voló a La Habana con el mensaje. García Márquez tuvo un papel decisivo en otra cuestión: los atentados contra instalaciones turísticas cubanas entre 1992 y 1997, que provocaron una interesante colaboración antiterrorista entre La Habana y Washington. En este asunto, Castro pidió a su amigo que llevara un mensaje urgente a Clinton. El escritor se presentó el 1 de mayo de 1998 en Washington con el documento Sumario de los asuntos que Gabriel García Márquez puede transmitir confidencialmente al presidente Clinton. En él, Castro desvelaba una supuesta trama terrorista para derribar un avión con destino u origen en La Habana, sobre cuyos responsables Estados Unidos “tenía información suficiente” para su desmantelamiento. Clinton, de viaje, no le pudo recibir, pero una cena en casa del ex presidente colombiano César Gaviria hizo que el Nobel coincidiera con uno de los principales consejeros del presidente ,Thomas McLarty, al que transmitió sus intenciones. Dos días después, Gabo fue invitado al ala oeste de la Casa Blanca. “Esta no es una visita oficial”, dijo García Márquez para alivio de sus interlocutores. Acto seguido, les entregó un escrito, que todos leyeron. “¿Es posible que el FBI contacte con sus homólogos cubanos para luchar juntos contra el terrorismo?”, preguntó el escritor. El zar antiterrorista Richard Clark, presente en la reunión, lo consideró una “buena idea”. La reunión fue un éxito. Antes de despedirse, McLarty tuvo un cumplido con Gabo: “Tu misión era muy importante. Lo has hecho muy bien”. El exceso de celo de Franco “Es la conexión ibérica”, explica Peter Kornbluh, coautor de Back Channel to Cuba, sobre un capítulo de la historia reciente de España: las gestiones de Franco para intentar mejorar las relaciones entre la isla y Estados Unidos. En la primavera de 1964, la diplomacia española propició un encuentro en un café de París entre
agentes de la CIA y el embajador cubano en Francia, Antonio Carrillo. La CIA tenía interés en Carrillo como un posible desertor y no tanto como mediador para un restablecimiento de relaciones. La intentona se frustró porque The New York Times reventó la noticia. “Cuba tantea el terreno para un acuerdo con Estados Unidos”, contó el periódico. El diario ABC contribuyó con la revelación de una supuesta hoja de ruta para el acercamiento entre los dos países. Tres años después, en 1967, Washington planteó al ministro de Exteriores Fernando María Castiella la posibilidad de hacer llegar un mensaje a Castro, dejando claro que había dos temas innegociables (la ayuda de La Habana a movimientos guerrilleros en América Latina y la presencia de armamento soviético en Cuba). La diplomacia española interpretó la sugerencia de Washington como una petición oficial de intermediación. En Noviembre, Franco envió a La Habana al diplomático Adolfo Martín-Gamero para entregar un “mensaje especial” a Fidel Castro. “El mensaje ha sido aceptado con interés y ha tenido un indudable efecto”, escribió Martín-Gamero. El 22 de diciembre, el informe español llegó a manos del presidente Johnson. El asesor presidencial Walt Rostow montó en cólera. En su opinión, según un memorando de una reunión, Madrid había incurrido en un exceso de celo. “Los españoles han tomado lo que pretendía ser un recordatorio discreto sobre nuestra posición por un mensaje emitido por un enviado especial”, se quejó. “Si se filtra, tendremos problemas”, añadió. El 16 de julio de 1968, Washington comunicó a Madrid que sus buenos oficios debían concluir. Sobre el mensaje, Kornbluh cree que tiene que ver con el asesinato de Che Guevara un año antes a manos de la CIA y el Ejército de Bolivia. Washington estaba convencido de que esa muerte obligaría a a Castro a replantear su papel en el continente. “Esos que hacen el signo de la victoria por haber matado al Che se equivocan si creen que con él mueren sus ideas”, proclamó el cubano. Lo cierto es que hasta una década después, con la revolución sandinista en Nicaragua, La Habana no volvió a apoyar a ningún movimiento guerrillero.
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Modianesca ENRIQUE VILA-MATAS
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e recuerda al pintor Hammeshøi, que pintó una y otra vez habitaciones desocupadas, todas muy distintas. Me gusta mucho que sea tan obsesivo y que simule que escribe siempre el mismo libro. En Patrick Modiano todo sucede en el pasado, lo que nos confirma que el pasado no está muerto, y ni siquiera es pasado, y nunca termina de pasar. ¿Y el presente? En Modiano el presente es un punto de vista impasible, más bien un estilo imperturbable. Todo sucede en ese pasado que no acaba de pasar y donde uno puede perderse fácilmente mientras busca algún mínimo atisbo de su verdadera identidad. A nadie se le escapa que no hay una sola familia en el mundo
que, por poco que pueda remontarse a cuatro generaciones, no pretenda tener derecho sobre algún título en desuso, o sobre alguna propiedad de sus antepasados. Son derechos improbables
que halagan la imaginación. Y sin embargo —decía Stevenson, citado por Modiano al comienzo de Remise de peine—, los derechos que un hombre tiene sobre su propio pasado son aún más precarios. Es precisamente esa precariedad la espina dorsal de toda la obra de Modiano: la obra de alguien que, aun consciente de la precariedad de sus derechos sobre el pasado, investiga sobre la luz incierta de sus orígenes, allí donde todo se derrumba, donde todo vacila… Eso hace de este autor un artista muy potente pero a la vez frágil, alguien que se mueve en un perpetuo muelle de brumas y que gira siempre sobre el vacío. De ahí que a veces quedemos hechizados, sin saber en qué punto exacto del muelle nos encontramos. En todos sus libros lo que nos anima a seguir es el misterio de su estilo, mientras lo tenebroso parece definirse de
un modo lento, lo que puede producir momentos de desaliento en nuestra percepción de lo que sucede, como si condujéramos un bólido muy parsimonioso y sin ninguna visibilidad y sin saber si estamos al borde de una barranco o de una autopista. Pero eso le da a todo un toque incierto y atractivo, como si fuéramos por el callejón de La Croix-Jarry, ese lugar terrible que le señaló su amigo Queneau, uno de sus primeros protectores: un callejón sin salida que casi nadie conocía en París, situado en lo más recóndito del distrito XIII, entre el muelle de la Gare y las vías de Austerlitz. Al acordarme del callejón, he recordado de inmediato el día en que discutimos con José Carlos Llop y otros amigos sobre si leer a Modiano era de izquierdas o de derechas. —Señor Modiano —le asalta-
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mos finalmente una mañana en París—, no habla usted mucho de política. —Es que es peligrosa para un escritor. La política no es más que una torpe simplificación de las cosas. El escritor trabaja justamente de la forma opuesta; trata de mostrar lo oculto, la complejidad. Cuando se fue, imaginamos que volvía a su callejón de La Croix-Jarry, a seguir buscando el rastro de la luz incierta de sus orígenes. Y sólo entonces descubrimos que se movía por un París intemporal, que París había sido siempre para él siempre algo interior, el horror y la compasión que cruzan por sus historias, el vacío, la ausencia del padre, el enigma de las películas dobladas, el mundo de la traición, la voz de Arletty, la infinita extrañeza de la luz del mediodía, el amor. Y llorar toda la noche en Carroll’s, ¿no?
Modiano, vidas en busca de autor ALBERTO MANGUEL
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oda vida es narración. Nunca sabemos precisamente en qué capítulo nos encontramos, ni qué sucedió en los capítulos precedentes, ni cómo se desarrollará la trama en el capítulo siguiente. La memoria y los deseos intentan reparar esas faltas narrativas con el empeño de inspirados paleógrafos, pero la reconstrucción de aquel texto perdido es azarosa y deficiente. Si toda novela trata de imaginar los capítulos que faltan en una vida, toda biografía es de alguna manera una inspirada ficción. A lo largo de una obra considerable, Patrick Modiano ha intentado construir esos capítulos de los cuales el autor no conoce a ciencia cierta más que algunos retazos. Sin embargo, estos bastan para dar a las novelas de Modiano una verosimilitud y convicción extraordinarias. La biografía de Modiano abarca la segunda mitad del siglo XX y los comienzos del XXI; su obra también. En el centro están los pavorosos años de la Segunda Guerra Mundial y la ocupación de Francia, y la larga sombra del Holocausto; también, la guerra de Argelia. La hierba de las noches no escapa a
esa consabida trayectoria. La hierba de las noches es el relato de un hombre en busca de su pasado, contado en el tono de una novela negra; a la vez, una denuncia de la inmoralidad común de la sociedad francesa, y la íntima confesión de cómo nace en Modiano (o en Jean, como se llama el protagonista) la vocación de escribir. Ambos actos tienen en común el intento de entender por qué hacemos lo que hacemos. “Frases que sorprendemos cuando nos cruzamos con dos personas que van charlando por la calle”, comenta Jean. “Y nunca sabremos a qué se
referían”. Y agrega: “Un tren pasa por una estación a demasiada velocidad para que se pueda leer el nombre de la estación en el cartel. Entonces, con la frente pegada al cristal de la ventanilla, nos fijamos en unos cuantos detalles: que se cruza un río, que hay un pueblo con campanario, que una vaca negra está meditabunda debajo de un árbol, apartada del rebaño. Albergamos la esperanza de que en la estación siguiente leeremos un nombre y por fin sabremos en qué comarca estamos”. Así se escribe una novela, así se medita sobre los años vividos: buscando descubrir “en qué comarca estamos”. Nunca lo logramos por completo. Y, sin embargo, hay claves. Jean recuerda que, a los 20 años, anotaba en una libreta nombres de personas con quienes se cruzaba después de su llegada a París, nombres de hoteles y de cafés, de calles oscuras, de personas que no volverá a ver y de lugares ya desaparecidos. A partir de esos nombres, Jean vuelve sobre sus propios recuerdos y empieza a desentrañar una trama de amores traicionados, amistades equívocas, secretos políticos, mentiras y engaños; en una palabra, la ficción que la realidad ofrece al escritor y que exige ser contada. “Vives una época breve de tu vida —día a día,
sin hacerte preguntas— en circunstancias raras”, dice Jean, “entre personas que son raras también. Y hasta mucho más adelante no puedes entender por fin qué viviste y quiénes eran exactamente esos que te rodeaban, siempre y cuando te proporcionen por fin el medio para resolver un lenguaje en clave”. Esa última condición es esencial. Las personas “raras” incluyen a la joven y seductora Dannie, al complejo y enigmático Ghali Aghamouri, al inquisitivo y taciturno Langlais, y algunos nombres más que pueblan el París del pasado de Jean, y que resultan ser todos, sin excepción, máscaras que ocultan no una sino varias identidades con las que Jean debe enfrentarse a lo largo de las páginas para intentar descubrir su propia identidad. Como la de los personajes con quienes se encuentra, la historia de Jean también es misteriosa, atisbada apenas en algunas frases lanzadas como por casualidad, a partir de las cuales el lector empieza a sospechar una verdad subyacente y quizás atroz. La prosa sutil, minuciosa, alusiva de Modiano ha tenido la fortuna de ser vertida al castellano por la pluma de María Teresa Gallego, que ha encontrado el tono exacto
para la voz de Jean: un tono cauteloso, medido, en el cual el lector intuye emociones contenidas a punto de estallar. La narración de Jean está jalonada por títulos de libros rescatados, al parecer arbitrariamente, de su propia historia: Se acabaron los sueños, La eternidad por los astros, Un hombre se inclina sobre su pasado. El lector sospecha que estos títulos contienen una clave: personajes de identidades ocultas, la tentación de culpar al destino por nuestros actos, la intuición de que nuestro pasado intenta decirnos algo que no llegamos a distinguir. Sin embargo, nada en Modiano es lo que aparenta ser. “¿El pasado?”, pregunta Jean. “No, qué va, no se trata del pasado, sino de los episodios de una vida soñada, intemporal, que le arranco, página a página, a la desabrida vida cotidiana para proporcionarle algunas sombras y algunas luces. Esta tarde, estamos en el presente, llueve; las personas y las cosas están ahogadas en la grisura y espero con impaciencia la noche, cuando todo destacará de forma clara precisamente por los contrastes de la sombra y de la luz”. La hierba de las noches. Patrick Modiano. Traducción de María Teresa Gallego. Anagrama. Barcelona, 2014. 168 páginas. 14,90 euros
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MUESTRA DE POESÍA ITALIANA GIAN MARIA ANNOVI La pequeña Gloria la recién nacida dentro un cajón tal vez olvidada en la vitrina o detrás de la pila de periódicos de ayer seguramente tiene hambre (morirá, probablemente) en cambio tu sobrevives al caer de troncos de pino en el leñero a la lección sobre Dante en el henil: la gloria de la lengua (aparentemente) no llora para que la nutran
LAURA PUGNO se lleva años, después sucede, lo vez en ésta mañana de diciembre mira y mirarás, luego la bufanda y los brazos se te congelan. Nadie DANIEL CUNDARI 1. Tampoco tengo miedo si venís por la noche. Si preparáis más hondos y más negros los surcos. Si pedís matarme o matar al terco fantasma que llena mis sienes de mallas y poemas. Tampoco tengo miedo si disparáis como locos
MARCO SIMONELLI ELOGIO FÚNEBRE A SUPERMAN [de la raza de quien resta en la tierra] La silla de ruedas con la cual desde hace años te movías soplando a duras penas dentro un tubito está triste, vacía y planetaria
pero si la gloria es gloria (por lo tanto) que hable de la gloria de las cosas por ejemplo que nombre darle a la osamenta de las plantas: maderorsales o maderavircales o maderaxis o simplemente una marca grabada en la corteza
del cerebro ilegible si no te descalabran a macanazos
de noche con el recién nacido estrujado entre los muslos: que no respira
que hable de las cosas nuevas
la lengua que te recibe en la isla entre lámparas y turistas y sirenas no tiene la gracia ni la gloria de una madre:
por ejemplo el nombre de sus nuevos ciudadanos el nombre del país con fronteras de cuerpos ahogados y volcanes: (este país tiene un nombre impronunciable) lengua que cede y cae de las encías que habla del temblor absoluto de esta mujer: sobre la barca que vira
baja a las pistas, hay niebla hasta la forma más pequeña, el deshielo *** con calma cumples todos los gestos, recuerdas a quien has visto realizarlos
a cristaleras y ventanas mientras duermo. Sin palabras mortales sin versos vitales asustarme no puedo. 2. Te espero bajo un diluvio. Te he esperado tantos años. No me importa. Te espero para verte aparecer, secreta en el gentío, y sonreír a los semáforos, con el bolso de piel,
Volabas en el aire, tiempo atrás dejando en el espacio un cometa de infinita brillantinacon el puño adelante, el movimiento acelerado, custodiabas el universo: ¡que nadie estropeara esas orbitas incoherentes ¡ Tu tos a menudo movió los continentes. En una cabina telefónica
el pelo al viento, procurando entender si es sábado o domingo si ha cambiado la hora o bien sigue todo como antes, y tengo que comprarme un libro que no leo para matar al tiempo. Estás desnuda. Tigre carmesí de pasiones breves. Bosque insondable de árboles dorados. Tu perfume desvanece como un humo. El aguacero se consuma.
inventaste un personaje trivial: periodista perdedor que adonde valla se pierde por la calle inevitablemente mito desenmascarado del mentecato Para salvar al mundo es obligatorio el camuflaje, hay que disfrazarse, parecer un vagabundo, un distraído torpe cuatro ojos.
dices tu nombre después dices: water dices te falta la palabra para decir sed (habla tu desesperación) entonces te dan pan te dan mucha televisión y aprendes a decir:
lengua perdida en absoluta profunda rabia: cunîn repite a la polaca que la cuida: en su dialecto de jovencita ahora que el Alzheimer le tiene sepulta la lengua entre las manos: quiere decir conejo no sabe del latino cuniculus y que a Coney conejo es rabbit algo que se encalla entre pañales y desechos feriecita semi-rusa apéndice péndula y península en la boca:
mi hija flota en el mar
lengua incomprendida que entierra
es tanto tiempo, desde hace tanto tiempo que sucede,
o entre las clavículas la piel más clara. Irán adelante, se hará de noche
sus manos rozaron tus manos, sus cabellos *** donde estaba el blanco de los dedos,
una vez y otra más, las noches en la cocina y todo eso que es animal está vivo, está vivo
Escapamos amor. Vámonos a morir. 3. En un momento me iré. Pero antes de que me vaya, empezamos:
Corrías el riego de ser desenmascarado. Las estrellas con poco caen: el juego adverso del destino el escalón que cede bajo el peso el azar que desboca tu corcel un sendero accidentado el camión que aparece al improviso y los frenos que fallaron. La colisión potente con la kryptonita
ahora que todo se aquieta y nadie nos juzga ahora que algo se ilumina y no se apaga ahora que ninguno es alguien y tú eres este ninguno ahora que nuestro amor empalidece como una cebra blanca dispárame apedréame mírame he de morir de cosas así.