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Crónicas del Olvido
LA CASA DE APRENDER EN EL OSCURO ALBERTO HERNÁNDEZ
venido rodando Al otro lado de mi malestar.
eo unos poemas inéditos. Leo unos poemas recién sacados del horno de un concurso. Me estiro bajo el techo de un libro titulado “La casa de aprender en el oscuro”, original de Miguel Ángel Nieves, con el que resultó ganador en la III Bienal Nacional de Literatura “José Vicente Abreu” 2014 de San Fernando de Apure. Título extraño en cuanto a su construcción pero que alude a un espacio donde la voz que dice lo hace entre sombras o luces que enceguecen. Y así como leo me quedo en la orilla de uno de los aleros de la casa de la que habla su autor. Reposo un rato con los poemas frente a mí, en el brillo de la pantalla. Cierro los ojos e imagino el ambiente donde Nieves los escribió: me hago a la idea de que estoy en la casa donde respiró, durmió e imaginó el mundo que ahora se ha convertido en poemario. El tema de la casa siempre ha estado presente en la poesía universal. La relación del poeta con la casa es muy estrecha, si se quiere visceral, porque la casa es un ser vivo. Poéticamente no es un objeto: es un personaje que si alberga a un poeta lo hace en soledad. O para que la soledad sea parte del momento de encontrarse con la poesía. La casa es el más cercano testigo. La casa se maquilla, se remoza como si se tratara de una intervención quirúrgica, de una cirugía estética. La casa es mujer. La casa es la matriz de todas las cosas. Desde los comienzos del mundo el ser humano ha buscado un refugio. Las cuevas, las chozas, las espacios unifamiliares, los edificios por apartamentos, todos esos conjuntos son casas, albergues, escondites, ambientes que guardan secretos. Hay casas alegres. Las hay tristes, depresivas. Hay casas que enamoran y otras que espantan. Pero la casa, nuestra casa, la que nos ha visto vivir y morir, es el referente más próximo a la existencia. La casa entonces se convierte en poema porque también
Deja el autor la duda de qué “malestar” se trata. Dos personajes forman parte de una metáfora: “el estallido de los Geranios”. La casa sabrá explicar mejor lo que aquel habitante, quizá muy niño, no ha dejado claro en estos versos. La oscuridad es la constante, es el designio de esta poesía, ya que la casa es el poema y el poema habita en quien desde la sombra se guarece de sí mismo. Este es el tejado donde asilo a mis dioses imperfectos:
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Aquellos que conviven con la certidumbre que lo logro asir Mientras el misterio sigue siendo en mí. contiene un espíritu, es un espíritu, el alma de quienes la habitan. 2.El título del libro me sugiere entrar a una casa en penumbras, un aposento que obtiene de la oscuridad la sabiduría que la gente aprehende de ella, porque barro, adobes, tejas, bahareque, cemento, cabilla, puertas y ventanas conforman un todo simbólico que se revela cada vez que entramos o salimos de ella. El poema se pronuncia con este de Miguel Ángel Nieves: Una casa se hace de treguas y canciones. No es la moraleja de un fugaz encuentro Solo convivencia que se fragua en el misterio. No obstante (convinimos con la sombra), se oyen instantes, el tiempo corre y se detiene a veces. El texto insinúa presencias, momentos o vacíos. La fugacidad advertida no se limita a un reloj de pared que expresa la pesadez de las horas: alguien respira el mismo aire de la casa. Miguel Ángel Nieves escudriña en ese “misterio” y continúa: Las casas son de las memorias que las guarda
(manantial de espejos tintineantes) sembrada de algas volando atemporal. Quien habita una casa forma parte de cada una de sus partes. Alguien se asirá de una ventana. O de un marco. Pero también de un beso, de una caricia, de un golpe, de una palabra. De alguien que está o estuvo en ella. Del silencio. El recuerdo, el tiempo vivido, se convierte en afán de confirmarla, de llevarla siempre presente, en reflejos, en horarios distantes. La casa, en consecuencia, está fuera del tiempo. Una casa jamás se olvida. Tampoco envejece, así se caiga. Toda casa es la continuación de la existencia que dejamos fuera de ella. Por eso siempre espera. Así no esté porque la llevamos en nuestro viaje vital a través de otras casas, de otros lugares. La casa es la memoria. Más adelante el poeta de este libro nombra a alguien, lo hace referente de una historia, de un evento que ha dejado una huella en quien ahora se expresa así: Es la casa de Pablo antes del estallido de los Geranios Y la casa vecina se me ha
El autor, ese sujeto que habla desde la sombra, guarda distancia con la fe. O cierta fe. De allí la certeza de seguir compartiendo con el misterio en una casa donde se esconde. O emerge con la marca de esos “dioses imperfectos”. Pero la estancia también tiene la tradición del cielo abierto. Nuestras casas, como casi todas las casas del mundo, tienen un lugar donde se cuela el sol y los astros. En ese espacio crece el “estallido de los geranios” o los ruidos que concluyen en el miedo al que siempre se retorna para sentirlo más lejos. El poema nos dirige: Este es el patio al que siempre volvemos Buscando un rescoldo que desprenda alguna luz Que sobreviva en la sombra con temeridad. Son muchos más los textos que se han arrimado al calor de este libro. Desde mi perspectiva creo que su edición –por ser obra ganadora de un premioestá asegurada. Entonces tendremos la ocasión de leer otras voces, de escuchar otras opiniones, de sentir pronunciar la casa desde otras bocas. De aprender de ella, de su luz y de su sombra.
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Descubren en una isla de la Toscana la villa de Mesala, enemigo de Ben-Hur ÁNGEL GÓMEZ FUENTES
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os arqueólogos que investigan en la isla Toscana de Elba han identificado los restos de la villa que perteneció a Marco Valerio Mesala Corvino, gran enemigo de Ben-Hur. El descubrimiento se ha producido gracias a antiguas tinajas de vino de Elba. Durante mucho tiempo se sospechó que esta isla fue residencia del general Mesala, pero no se tenían evidencias. Ahora, arqueólogos han encontrado cinco tinajas, cada una con capacidad para contener hasta 1500 litros de vino, con marcas que se relacionan con este general romano. Mientras Ben-Hur era un personaje de ficción creado en 1880 por Lewis Wallace en su novela Ben Hur: Una historia de los tiempos de Cristo, Mesala se basó en un personaje histórico real. La obra, que narra el enfrentamien-
to entre Ben-Hur y Mesala, fue llevada al cine en 1959, con Charlon Heston en el papel de BenHur y Stephen Boyd en el del general Mesala, con la dirección de William Wyler, constituyendo uno de los grandes éxitos de Ho-
llywood, con once Oscar. HALLAZGO SORPRENDENTE
El general Mesala nació en el 64 a.C. y era miembro de una de las familias más antiguas e importantes de Roma. El descubri-
miento de su villa en Elba se produjo en la zona conocida como Villa Le Grotte, debido a la forma de sus fachadas abovedadas frente al mar. La mayor parte fue destruida a final del siglo I, a causa de un gran incendio, pero sobrevivieron algunos objetos de arcilla, entre ellos las tinajas en las que aparecían inscripciones en latín: «Hermia Va (leri) (M) arci s (servus) fecit», hecho por Hermias, nombre que correspondía a uno de los esclavos de Mesala. Franco Cambi, jefe del equipo de arqueólogos, ha calificado el descubrimiento de muy relevante porque demuestra la importancia de las excavaciones de Villa Le Grotte: «Estábamos buscando hornos antiguos utilizados en la producción de hierro, pero al final nos encontramos con este hallazgo sorprendente», afirmó Cambi. MECENAS DE OVIDIO Mesala fue mecenas de poe-
tas e intelectuales que escribieron la historia de la literatura clásica, entre ellos el poeta Ovidio, quien relató cómo fue a visitar al hijo del general en Elba. Precisamente en enero 2013 se descubrieron en Roma las estatuas que Ovidio cantó en La Metamorfosis en la villa de Mesala en Ciampino, una ciudad de casi 40.000 habitantes en la periferia de Roma. La excavaciones permitieron descubrir un área termal con fragmentos de mosaicos. Se trataba de una piscina al abierto de 20 metros de largo, con las paredes pintadas de azul. En su interior han aparecido siete esculturas íntegras de dos metros de altura, con algunas mutilaciones que pueden ser restauradas, que ilustran el mito griego de Níobe, cuya soberbia fue castigada con la muerte de sus hijos (Niobidi), un mito ampliamente difundido en el arte y en la literatura antigua.
El David de Miguel Ángel en 10 datos curiosos
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l David es una de las obras representativas del Renacimiento y es además una de las esculturas más famosas del mundo. El mármol del que se hizo la escultura estaba destinado a ser para algún profeta y se colocaría en la catedral de Santa María del Fiori; era un momento en que una estrella comenzaba a despuntar, el artista Miguel Ángel Buonarroti. Las manos de Miguel Ángel no fue el primer lugar al que llegó el encargo, fue para Agostino di Duccio, quien en el año 1460 solo logró vaciar parte del mármol pero lo abandonó al no poder con la tarea, así lo señala el portal culturizando.com De acuerdo con información del sitio museografo.com, luego la obra fue ofrecida a tres artistas del tiempo Andrea Sansovino, Leonardo da Vinci y Miguel Angel Buonarroti. El primero quedó descartado rápido, y la elección quedó entre los dos últimos. Leonardo acababa de esculpir un caballo de terracota inmenso para los Sforza de Milán, que desgraciadamente había sido destruido por las tropas fran-
mía extraña, pues para su edad, tiene una cabeza muy grande, brazos muy largos, manos grandes y pesadas, además de cadera estrecha y piernas muy separadas. ¿QUÉ TRANSMITE? Los ojos cargados de dramatismo, un cuerpo lleno de tensión, la marca de sus tendones, los músculos y las venas no tienen gestos violentos, pero muestran una energía contenida que caracteriza el trabajo de Miguel Angel.
cesas. Miguel Angel venía de esculpir la soberbia Pietà en Roma; pero fue la seguridad de éste último la que hizo que el fuera el elegido. ¿QUÉ REPRESENTA? Es el Rey David antes de su enfrentamiento con Goliat, es una escultura de 4.10 metros con un peso de 5.5 toneladas, tallada en mármol de Carrara, realizada entre 1501 y 1504.
UN AMBICIOSO PROYECTO La escultura formaba parte de un proyecto que consistiría en la elaboración de 12 figuras de personajes que aparecían en el Antiguo Testamento, esto sobre los exteriores de la catedral Santa María de las Flores. LAS PROPORCIONES El David es la figura de un adolescente que muestra una anato-
¿POR QUÉ ESTÁ DESNUDO? Durante el Renacimiento la desnudez era considerada como un sinónimo de belleza, con lo que se dejó atrás los tabús medievales. Miguel Angel exaltaba la figura humana en una conciliación con la naturaleza. EL TALLADO Para tallar la escultura, Miguel Angel partió de un bloque de mármol que había estado olvidado en los talleres del Duomo de Florencia durante 40 años.
¿CUÁNDO FUE EXPUESTA POR PRIMERA VEZ? Se exhibió por primera ocasión el 8 de agosto de 1504, cuando el cuerpo contenía partes de oro, sobre todo en la base. LA CONTROVERSIA En un inicio la escultura fue colocada en la Piazza de la Signora mirando hacia Roma, lo que causó controversia debida a que se dirigía donde el Papa Alejandro VI había cobijado a los Medici, expulsados de la ciudad por el gobierno florentino. EL RECHAZO Fue tanto el rechazo que tuvo entre el pueblo que en los cuatro días que duró el traslado del David desde el taller a su lugar de emplazamiento, fue apedreado. ¿DÓNDE SE ENCUENTRA ACTUALMENTE? Está en la Glorieta de la Academia de Florencia y es uno de los principales atractivos de la ciudad.
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Luis Harss: “Yo no soy un libro, soy muchos otros” EDUARDO MONTES-BRADLEY
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ercersburg es un enclave pintoresco al pie de los Apalaches, al norte de la línea imaginaria Mason-Dixon que aún separa el sur fundamentalista, cristiano y segregacionista de un norte presuntamente menos reaccionario. Mercersburg es una de esas joyitas por las que bien vale la pena desviarse del camino aunque más no sea para ver la cabaña de troncos en la que habría nacido James Buchanan, el presidente que precedió a Abraham Lincoln que también habría nacido en una cabaña de troncos. Mercersburg conserva la memoria de uno de los hombres más destacados de su historia, pero curiosamente también la privacidad de uno de los más destacados de la nuestra: Luis Harss, autor de Los nuestros. Dice Harss que la idea del título no le complacía, en parte por reduccionista, en parte por el tufillo nacionalista que emanaba de aquella apropiación. Por otra parte, pareciera estar harto de que los demás se empeñen en querer hablar de un libro que no lo representa: “Yo no soy ese libro, soy muchos otros”, asegura. Por otros, Harss alude a las novelas que había escrito antes de tropezarse con Los nuestros y las que vinieron después. Todas relegadas largo tiempo a un segundo plano por aquel singular éxito de Los nuestros. PREGUNTA. Los personajes de sus novelas parecieran habitar en memoria de un Buenos Aires distante, dantesco. Son personajes oscuros de un peronismo brutal. En algún momento dijo que había vivido una infancia de sonámbulo. RESPUESTA. Yo era sonámbulo en serio. En una época estuve internado con otros diez o quince chicos en la casa de una señora inglesa. Había varias camas en el cuarto. Yo caminaba dormido, me despertaba en la cama de algún otro chico, por las patadas. Mientras caminaba veía animales. Me comían de la mano o me mordían el pelo. Cuando ponía la cabeza en la almohada me hablaba al oído una jirafa. Durante gran parte de mi infancia me parece que caminé así, sólo medio despierto. Iba con terror y una gran felicidad hacia plaza Italia. P. Iba en dirección al zoológico. R. Tenés razón. Había hecho la mis-
ma ruta muchas veces en tranvía “iluminado”, camino de la escuela. Yo iba amaneciendo. El tranvía olía a desinfectante y cables quemados, largaba relámpagos. En el zoológico todavía se oían roncar y bramar los animales nocturnos. Su padre había sido Benjamin Cohen, subsecretario de las Naciones Unidas a cargo del Departamento de Prensa. “Cuando mi papá murió le hicieron el funeral en el gran mausoleo, templo y panteón de la Sociedad de Cultura Ética de Nueva York. Música de órgano, invocaciones a la verdad, la belleza, el amor. Una parodia de ceremonia religiosa pero con liturgia “humanista”. Me sentí incómodo y ridículo. Después el cuerpo lo llevamos en avión a Chile. Por lo menos terminó en la tierra y no en una especie de tierra de nadie como las Naciones Unidas. Poco después mi padrastro dinamarqués me adoptó”. P. El antisemitismo es un tema que aparece en La patria madre como el alegato de un nacionalista recalcitrante. ¿Los argentinos son antisemitas? R. Sin duda hay un antisemitismo automático y católico que está en el habla cotidiana de los argentinos. “No seas judío”, le decíamos a un chico en el colegio cuando no quería prestar una lapicera. Él contestaba: “Judío se-
rás vos que no te la comprás”. Cuando yo tenía cinco años vivíamos en La Paz, donde él era embajador chileno. Los empleados de la Embajada eran judíos refugiados. Se decía que los traficantes de gente los traían y los tiraban de los aviones. Eran verdaderos judíos, no como los que conocíamos. Los veíamos como extraterrestres. Creo que el antisemitismo en la Argentina es prejuicio social, esnobismo. Los judíos eran tenderos, gente de gueto. Pero a nadie le molestaría ver a su hija casada con un Rothschild o un Hirsch. Quizá esa idea de haberse esforzado en ser un autor argentino tenga que ver con que sus primeras novelas, tanto The Blind como The Little Man, fueron en inglés. Por aquel entonces Harss iba en busca de una carrera literaria como escritor en Estados Unidos. En el trajín, y por casualidad, vino a tropezarse con un ensayo, un libro de entrevistas que acabó interponiéndose a sus pretensiones. Con el tiempo fui aprendiendo a pensar que lo que se espera de Harss es que nos cuente anécdotas de otros como si fuese un autómata, como él mismo reflexiona acerca de la actitud de Jorge Luis Borges en aquella remota entrevista para Los nuestros. “En un viaje a EE UU, nos perdimos en la bruma. El barco escoraba. Caminábamos torcidos y como en
una irrealidad, un mar de fondo. Llegamos a Nueva Orleans. Me mandaban en tranvía todos los días a nadar en el YMCA. Era una pesadilla porque teníamos que nadar desnudos con los entrenadores peludos. Para no ir, yo caminaba por la vía hasta encontrar una moneda que, agregada al cambio que tenía para pagar el tranvía, me alcanzaba para entrar secretamente en un cine, donde me quedaba escondido toda la tarde, viendo varias veces la misma película. Iba y volvía dos o tres kilómetros a pie. Y sigo caminando cuando puedo. Es una especie de manía, caminar, un cine interior, un “soñar despierto”. La casa de Harss en Mercersburg está poblada de resonancias y lémures. En la planta superior hay un cuarto matrimonial, el que fuera de su hija antes de casarse con un barítono operático y marcharse a Nueva York, y un tercero que le sirve de repositorio literario, de guarida cuya puerta de ingreso sirve de marco a la imagen muda en blanco y negro de Marcel Marceau. Adentro, un catre en el que no duerme, un escritorio abarrotado de libros y dos ventanas. El suyo, más plural e infinitamente lejano, es un mundo de tranvías y noches perdidas; una infancia remota, una madre parricida, un padre ausente y una nacionalidad que apesta. Sus otros libros estaban allí, en aquella guarida desde la que Harss observa las miserias del vecino con el mismo escaso pudor con el que revisita su infancia, el peronismo y las calles de Buenos Aires. Los relatos de Luis Harss, en su mayoría, conllevan una evidente carga autobiográfica. Otro aspecto que distingue toda la obra de Harss es que pareciera estar centrada en un universo marginal, por momentos dantescos, que resulta difícil asociar con su carácter gentil y biosfera burguesa. P. Alguna vez dijo que aquella otra novela suya, La otra Sara o la huida de Egipto, era una suerte de respuesta o alternativa con la que buscaba mostrar un error en los tiempos en los que se movía Rayuela. ¿Cuál fue ese otro intento? R. En realidad era algo más sencillo. Yo pensaba: Rayuela es un vaivén personal, subjetivo. En vez, Sara, que también se mueve entre dos mundos, va a encarnar una situación histórica, real, de tanta gente que soñó con una vida nueva en Israel, sin dejar de ser lo que son en su país. Pensá en
todos los argentinos que en cierta época se embarcaron hacia eso que Cortázar, con una metáfora que para él era más bien metafísica, llamaba “el kibutz del deseo”. P. En algún momento habló del kirchnerismo y su apropiación del lenguaje cortazariano, un resabio de sus lecturas que podría entenderse como una manera de perdurar a través del tiempo. R. Lo decía medio en chiste, pero algo tiene de verdad. Acordate lo que decía Cortázar sobre el discurso revolucionario: que tenía que ser como el idioma espontáneo del humor, del juego, del amor, cotidiano, vernáculo, inventivo, transgresor y no como la retórica rimbombante de la política oficialista. Perón todavía era himno y bandera. Los militares de la última dictadura hablaban de “vosotros” y decían grandilocuencias. Hoy muchos comerciantes siguen diciendo “aguarde” y “pase por empaque” y “abone por caja”. Es el idioma porteño fascista y prepotente. En cambio los kirchneristas son cancheros. Ellos le hablan de “vos” en las reuniones a los empresarios, incorporan el lunfardo de tango y el lenguaje de Twitter, y cuando se engrandecen inventan palabras como “malvinización”. Es una caricatura de lo que imaginaba Cortázar. El kirchnerismo ha copado un sector de la psiquis argentina que es el discurso público, y lo están usando también, a veces popularizando conceptos pedantes como “Colón genocida” para reescribir la historia. P. Hace más de cincuenta años que se fue de Argentina que tranquilamente pudo haber sido un lugar de paso. Sin embargo pareciera que a los argentinos nos cuesta volver o quedarnos definitivamente fuera. R. Cortázar mismo sirve de ejemplo. Es la versión moderna del desterrado espiritualmente en América que sufre del “mal metafísico”, o “mal de Europa”, como lo llamaba Manuel Gálvez, pero que ya no puede arrancar raíces del todo y emigrar, sólo expatriarse (es decir, irse de la patria dejándose atrás). De todos modos, antes en la Argentina todos viajaban para encontrar su mitad perdida e incorporarla, reconocerla, ampliarse por dentro con ella. Viajaban para estar también afuera en ese otro lado. Se jugaban, un juego de vida. Ahora, pobrecitos, sólo viajan de compras a Miami.
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Cuando Gabriel García Márquez aprendió a escribir Winston Manrique Sabogal El coronel destapó el tarro de café y comprobó que no había más de una cucharadita...”. “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que...”. El universo literario de Gabriel García Márquez (19272014) se gesta en la caribeña Aracataca, cuando vive su primera infancia con sus abuelos maternos: Tranquilina Iguarán Cotes y Nicolás Ricardo Márquez Mejía. Ambos lo envolvieron con las narraciones de sus historias. Ella aportó la imaginación con sus relatos de difuntos, fantasmas y misterios del más allá y más acá, y él, viejo coronel retirado, puso el pragmatismo y el raciocinio con sus recuerdos de la Guerra de los Mil Días y de las batallas de la vida diaria. Y en esa casa encontró, también, el libro que definiría su futuro como escritor: un diccionario que le regaló su abuelo y que el niño leyó como una novela, “en orden alfabético y sin entenderlo apenas”. En aquella casa colombiana, bajo soles inclementes, anidaba el futuro. Con sus abuelos vivió hasta los ocho años. Su último recuerdo fue la hoguera donde, tras la muerte del coronel, quemaron sus ropas, entre ellas los liquiliques de guerra, como ese que él mismo lució en Estocolmo en la entrega del Premio Nobel de Literatura en 1982. Tenía 55 años. Aquella pérdida del hombre que lo crió en esa casa invadida de mujeres lo acompañó siempre, y dijo: “Hoy lo veo claro: algo mío había muerto con él. Pero también creo, sin duda alguna, que en ese momento era ya un escritor de escuela primaria al que solo le faltaba aprender a escribir”. En el primer tomo de sus memorias, Vivir para contarla, el maestro de cuentos y novelas inolvidables y artículos periodísticos ejemplares
cuenta que le costó mucho aprender a escribir. Al final creó un mundo donde, como dice Mario Vargas Llosa, en Historia de un deicidio, “esta voluntad unificadora es la de edificar una realidad cerrada, un mundo autónomo, cuyas constantes proceden esencialmente del mundo de infancia. Su niñez, su familia, Aracataca, constituyen el núcleo de experiencias más decisivo para su vocación: estos demonios han sido su fuente primordial”. Otros demonios en su adolescencia y juventud fueron Kafka, Woolf, Sherezade, la Biblia... El lenguaje de toda su obra parece estar hecho “para contar historias, para cambiar el mundo aterrador, para sumergir al hombre sin que se dé cuenta en los valles confortables del sueño. Como si de un gran
caleidoscopio se tratase que mostrara la realidad de los trozos de colores, pero ordenados en vistosos encajes, mágicos, cambiantes, multiplicados por los engañosos espejos”, explicó Ricardo Escavy Zamora, de la Universidad de Murcia, en el congreso Quinientos Años de Soledad, celebrado en 1992. Escribir bien para García Márquez “no es una exhibición de dotes estilísticas; es añadir la noción épica del idioma a las épicas existentes”, decía Carlos Monsiváis. Eso lo llevó a la exploración y conquista de nuevos territorios literarios que, en palabras de Carlos Fuentes, “no sólo reunía en un haz las grandes tradiciones de la literatura hispanoamericana —mito de fundación, épica de destrucción, historia de recreación—, sino que, magistralmente, generosamente, demos-
traba la compatibilidad de los géneros de una época de sequía literaria determinada por la dictadura del nouveau roman francés, empeñado en convertir la literatura en desierto”. A García Márquez le encantaba escribir, por eso no entendía que alguien dijera que la literatura era un sufrimiento. “Otra cosa”, confesaba, “es lograr que el lector me crea. Esa sí es una desesperación, hasta que se calienta el brazo y todo sale, y se mezcla, y empieza en fin a tomar forma. Pero el lector tiene que creer siempre, si no todo ha fracasado”. Lo intentó desde su colegio de la fría Zipaquirá en los Andes colombianos. Y se lanzó al gran público un domingo de septiembre de 1947, cuando el diario bogotano El Espectador le publicó su cuento La tercera resignación. Luego llegó el periodismo en todos sus géneros, mientras en los ratos libres hacía literatura. De allí y de esa lección salieron sus relatos de Ojos de perro azul o Los funerales de la Mamá Grande, o novelas como El coronel no tiene quien le escriba, Cien años de soledad, El otoño del patriarca, Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del cólera o Del amor y otros demonios. Aunque reconoció que lo que más le interesaba del trabajo de escritor era la concepción de la historia, y lo que más le aburría era escribirla. Pero una vez delante de la hoja en blanco era un conquistador. La progresión de una obra, afirmaba, “consiste justamente en continuar excavando dentro de uno para ver dónde se llega, dónde se encuentra el botón que se busca y qué es el misterio de la muerte. El de la vida, ya se sabe, no se descifrará jamás”. Bajo esa premisa empezó a escribir frases como: “El día que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. Había
soñado que...”. “Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados...”. LIBROS PARA NO OLVIDAR
Biblioteca Completa Gabriel García Márquez, la nueva colección y propuesta cultural que ofrece EL PAÍS a sus lectores. Son 20 títulos de cuentos, novelas y artículos periodísticos que dan cuenta del valor incalculable de un clásico contemporáneo de las letras. Una colección en ejemplares de lujo para leer, releer o regalar a 9,95 euros cada domingo. El primer título sale el 22 de marzo. Abre la Biblioteca la obra más emblemática del autor colombiano: Cien años de soledad. Sobre esta historia de la familia Buendía, transcurrida en el territorio imaginario y maravilloso de Macondo, García Márquez dijo: “Ese desfile de historias de Cien años de soledad es mucho más que la anécdota; quiere ser una versión de la América Latina delirante, terrible, dolorosa, donde los esfuerzos se gastan inútilmente, donde las cosas se hacen pero todo estaba escrito, donde se cierne y perdura la peste del olvido”. El orden de las siguientes entregas es: El amor en los tiempos del cólera, Relato de un náufrago, Crónica de una muerte anunciada, Vivir para contarla, El coronel no tiene quien le escriba, Del amor y otros demonios, Doce cuentos peregrinos, Memoria de mis putas tristes, El otoño del patriarca, La hojarasca, La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada, La mala hora, El general en su laberinto, Los funerales de Mamá Grande, Yo no vengo a decir un discurso, Noticia de un secuestro, Ojos de perro azul, La aventura de Miguel Littin y Notas de prensa.