Suplemento Cultural Contenido 23-08-2014

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Crónicas del Olvido

OJOS AZULES ALBERTO HERNÁNDEZ

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el 30 de junio al 1 de julio de 1520 las tierras de México vivieron la “noche triste”. La llegada de los españoles en grandes naves, con Hernán Cortés a la cabeza, trajo a las costas de de este nuevo paisaje la desolación, el dolor, la tortura y la muerte. Si bien el cuadro puesto ante los ojos de la imaginación nos reproduce escenas terribles, también es cierto que en cada hombre presente en ese episodio épico había pensamientos y deseos de que todo terminara o de que al menos la matanza pasara al lado de un sueño. En medio de tanta desolación hay un soldado, el que el narrador llama Ojos azules (Seix Barral, Únicos, Madrid 2009), quien es el compilador, el que resume el fenómeno del mestizaje en la América que habla español y sigue -empecinadamente- pensando que puede volver al pasado a vengarse de las afrentas cometidas por el invasor, una vez se intenta borrar la ficción y se retorna a la historia. Ojos azules es un relato corto de Arturo Pérez-Reverte, con prólogo de Pere Ginferrer e ilustraciones de Sergio Sandoval. Es la historia de México en micro. Es el resumen de un evento en el que un personaje sintetiza todo lo que aconteció durante aquellos de días de inclemencia, de cuchilladas, flechazos, lanzazos, disparos y atropellos. Es la vida de un soldado, que podría ser la de todos los soldados, imbuido en una guerra, en medio del olor a pólvora y sangre, en medio de los gritos y ojos apagados por la muerte. 2.Después de aquel encuentro entre dos rabias, entre dos asesinatos, porque llegar a una tierra extraña y mancillarla trajo como

consecuencia una respuesta: la de los aztecas y sus demás pueblos preparados para la acción. Ojos azules es aquel soldado, como el soldado desconocido que cae y es héroe. Éste cuenta, relata, ambiciona, mata y deja una estirpe. No se ajusta a si es bueno o si es malo. Es un ser humano perverso y a la vez sensible. Es monstruo y es hombre. Es cristiano y asesino. Es el que deja la semilla del hijo bastardo en el vientre de una mujer. Es la heredad, producto terrible de una nueva muerte: la provocada por el fuego de unos “dioses”

que –según cuentan las leyendas fuera de este libro- eran caballo y hombre a la vez. Bajo la lluvia, como si el dios Tlaloc hubiese abierto las puertas del cielo, los españoles de Hernán Cortés avanzaron hacia el interior del Imperio Azteca. Con la mirada puesta en la cara de los aborígenes, el degüello, los cuellos cortados, la sangre derramada sobre la tierra virgen, Cortés reclamó a algunos de sus hombres por la brutalidad, pero ya era demasiado tarde. El mismo Cortés, uno de los ojos celestes, calló. Oro a montones, riquezas,

monumentos. Todo un imperio. Los sacrificios llevados a cabo por los sacerdotes aztecas. Los dioses molestos. Montezuma a la espera. La venganza. Caras de muertos, cuerpos abiertos como un cerdo. Los intestinos al aire. Y decir ellos que venir de tan lejos a ser blanco de carniceros indígenas. Una guerra funeraria, de crespones negros del lado cristiano y de relámpagos en los ojos del lado azteca. 3.Una india se atravesó en su camino, en el camino de Ojos

azules. Una mujer que se hizo carne alma dentro de él y carne dentro de ella, espíritu en el pensamiento. Una mujer que no lo dejaba concentrarse en la guerra, mientras atajaba lanzazos o palos contra sus costillas. No lo dejaba matar como debía ser. La conoció un poco antes de aquellos días aciagos, cuando había paz entre ambos colores de piel. Pero luego vino el odio, el ardor de adentro, el miedo. La había violado, la había tomado como un animal, la había tenido para él, bajo su cuerpo. Ella se hizo de él y se acercó más a él. Una vez preñada, vino la burla de los compañeros y la reacción brutal de Ojos azules: la echó a patadas de su lado y la perdió en medio del poderío que llevaba a cuestas. Pero la extrañaba, como en cualquier telenovela actual. La guerra, espadas en el vientre, tripas, golpes, mazazos, decapitaciones, moscardones. Ojos azules trataba de huir con un cargamento de oro mientras los gritos y la carne herida, los cráneos reventados eran la imagen de su terror. No podía dejarlo la carga. Era suya, la había venido a buscar desde la Península. Luchó con creces. Lleno de barro y sangre fue capturado y llevado a la pirámide de los sacrificios. Un poco antes de morir, la vio: entre la multitud unos ojos de rencor lo marcaban. Los mismos ojos que contenían la mirada oculta de la nueva semilla. La semilla de otro ser humano con dos colores de piel, revueltos, mezclados. La nueva tierra habitada por un ser humano sin nombre que le habría de dar nombre a otros. El mestizaje, el símbolo de una nueva desolación. Este relato corto es el recuento de todos estos siglos. Es el relato de un crimen y de un nuevo nacimiento. Es el instante que aún vivimos, el que nos reclama y nos empuja hacia la incertidumbre. Somos y no somos.


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Espartaco contra las listas negras ELSA FERNÁNDEZ-SANTOS

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n el prólogo de ¡Yo soy Espartaco! el actor George Clooney escribe algo que siempre es bueno recordar: la verdadera naturaleza de un hombre —su grandeza o, por el contrario, su miseria— se manifiesta no por los principios que dice tener sino por los que finalmente tiene cuando lo que está en juego son sus propias habichuelas, su medio de vida y el de su familia. “En esos momentos es cuando se comprende la pasta de la que uno está hecho”. Clooney lo escribe para recordar uno de los episodios más valientes de la historia de Hollywood. El día que marca el fin de las listas negras que provocó la caza de brujas del Comité de Actividades Antiamericanas. Ese día fue el 19 de octubre de 1960, fecha del estreno de Espartaco, de Stanley Kubrick, cuando gracias al empeño de su productor y protagonista, Kirk Douglas, se puso en los créditos de la superproducción el nombre de su verdadero guionista, Dalton Trumbo, oculto hasta entonces en seudónimos que perpetuaban la hipocresía en la que estaba instalada la industria del cine desde que el inquisitorial miedo del macartismo se instaló en su plácida vida. ¡Yo soy Espartaco! Rodar una película, acabar con las listas negras es la memoria que el nonagenario Kirk Douglas (Ámsterdam, Estado de Nueva York, 1916) publicó en 2012. Elegido mejor libro de cine editado en 2013 en Francia, llega en septiembre a las librerías en español de la mano de Capitán Swing (con traducción de Ricardo García Pérez) para detallar todo lo que ocurrió durante los 14 enloquecidos meses que duró el rodaje de la película. Espartaco costó 12 millones de dólares, más del doble de lo previsto, su fracaso implicaba llevarse por delante la productora de Douglas, Bryna (nombre dedicado a su madre rusa) y su propia carrera de actor. Más de cincuenta años después de aquella aventura, este patriarca del viejo Hollywood dedica a sus nietos un relato conmovedor, para que nunca olviden que en el mismo lugar donde

Kirk Douglas, derecha, rueda a las órdenes de Stanley Kubrick la secuencia de la pelea de ‘Espartaco’ con Draba (Woody Strode, de pie

hoy disfrutan de una vida privilegiada se instauró el terror de un sistema enfermo. Arropado por un equipo de documentalistas, echando mano de sus archivos y recuerdos, Douglas da marcha atrás para rememorar aquel vergonzoso capítulo histórico. “Lo que me propongo contarles en este libro es cómo fue la producción de la película Espartaco durante otro periodo de enfrentamiento interno en la historia de nuestra nación”, escribe. “La década de 1950 fueron años de miedo y paranoia. En aquel entonces, el enemigo eran los comunistas. Ahora, el enemigo son los terroristas. Los nombres cambian, pero el miedo permanece. Los políticos exacerban aún más el miedo y los medios de comunicación lo explotan. Se benefician de mantenernos atemorizados. El primer presidente estadounidense por quien voté

fue Franklin Roosevelt. Él dijo: ‘De lo único que debemos tener miedo es del propio miedo”. Douglas nunca fue un activista político. Pero no pudo mantenerse indiferente. Él lo achaca a la temeridad juvenil, a cierta ira innata que le recuerda demasiado a la peor cara de su alcohólico padre y a un sentido de la justicia donde la profesionalidad y el trabajo están por encima de otras cuestiones. “Hoy en día todavía hay quien sigue tratando de justificar las listas negras. Dicen que eran necesarias para proteger a Estados Unidos. Dicen que las únicas personas que resultaron perjudicadas fueron nuestros enemigos. Mienten. Hombres, mujeres y niños inocentes vieron arruinada su vida debido a esta catástrofe nacional. Lo sé. Estuve allí. Vi cómo sucedía”. Dalton Trumbo no era amigo de Douglas, tampoco se cono-

cían, pero le contrató simplemente porque pensó que era el mejor guionista de Hollywood. Trumbo había ganado con el seudónimo de Robert Rich el Oscar a la mejor historia por Vacaciones en Roma (1953). Y, tres años después, al mejor guion por El Bravo. Obviamente, ni pudo recoger las estatuillas ni su nombre se oyó en ninguna gala. La doblez moral era absoluta. Después de pasar por la cárcel y exiliarse en México, donde había formado parte de una colonia de guionistas represaliados, vivía modestamente con su mujer y su hija en una pequeña casa de Los Ángeles. Escribía sin parar, pero siempre parapetado en falsas identidades. Hollywood se aprovechaba de su talento pero sin reconocerle sus derechos. No podía pisar ni un estudio, ni una fiesta, ni un rodaje. En 1947 se había negado a testificar ante el Comité de Actividades

Antiamericanas. Acogiéndose a la Primera Enmienda, fue uno de los llamados Diez de Hollywood, que se negaron a declarar ante un tribunal que violaba los derechos de libertad de expresión y de libre asociación. Ni se confesó comunista ni delató a compañeros. En un combate verbal que exasperó al juez, Trumbo gritó: “¡Este es el comienzo en Estados Unidos de un campo de concentración para guionistas!”. Lo sacaron de la sala por la fuerza. Su firmeza, al contrario que la de otros compañeros suyos, no flaqueó. Antes moriría de hambre. “Él era una especie de pararrayos de la división del país”, escribe Douglas. “Después de haber pasado casi un año en la cárcel seguía estando en la lista negra de los estudios de cine: la instrucción de ‘no contratar a determinadas personas’ llevaba vigente más de una década”.


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Los Misioneros Claretianos SALVADOR RODRÍGUEZ

A Domingo Valero, que señaló el camino para darle vida a estas líneas.

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l 13 de diciembre de 1923 llegaron a Venezuela los primeros Misioneros Claretianos. Desde Caracas, sin imaginar que el viaje duraría una mañana y casi una tarde, salieron en automóvil hasta El Yagual, y de este caserío del estado Miranda, llegaron a San Casimiro, a lomos de sus caballos, el 29 de diciembre, los Padres Ramón María Felip, Antonio Arcas, Alfredo Martínez y Frutos del Hoyo. Los dos primeros se quedaron en San Casimiro, donde establecieron La Primera Misión Claretiana de Venezuela. Los otros dos, se fueron a San Fernando de Apure para fundar la segunda misión claretiana en territorio venezolano. A Los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, más conocidos como Misioneros Claretianos, en honor a su fundador Antonio María Claret, la población de San Casimiro les debe el progreso social y religioso que adquirió esta Parroquia, desde el año 1924 hasta el 3 de abril de 1960, cuando se marcharon, dejando un saldo favorable en la memoria y un vacío en los corazones de los sancasimireños. En los 37 años, realizaron obras sociales, monumentos religiosos, construcciones para atender a la comunidad de fieles y un vocero periodístico, donde se daban a conocer todo lo que acontecía en la sociedad sancasimireña; estuvieron al frente de esta grandiosa obra inigualable, hasta el momento en que se escribe esta relación, los misioneros , y entre estos, podrían nombrarse a los Padres Ramón María Felip; Superior de la misión claretiana, Antonio Arcas, Frutos del Hoyo, Manuel Álvarez, Jaime Cunillera, Blas Graus, Leandro Vicente, Modesto Arnaus y Francisco Ader Mata. Los Claretianos visitaban a los enfermos y realizaban matrimonios colectivos en los campos sancasimireños. El transporte para movilizarse eran dos caballos que estaban en una caballeriza detrás de la iglesia, donde además había un burro que servía para cargar el pasto para los caballos. También había una motocicleta de tres ruedas que conducía el Padre Modesto Arnaus y siempre acompañado del Padre Ramón en el asiento derecho, cuando visitaban a los enfermos o iban a

Francisco Ader Mata, Párroco de San Casimiro

Güiripa, El Loro o Cogollal. En el segundo semestre de 1924, lo primero que hicieron los misioneros fue fundar el periódico “La Voz Parroquial de San Casimiro de Güiripa”, que dirigió el Padre Ramón María y colaboró el poeta Eleazar Casado. En tamaño octavo era el periódico y la portada la hacía el Padre Ramón que era buen dibujante y buen escritor, y lo editaban en la tipografía Vargas en la ciudad de Caracas. El 25 de julio de 1925, los misioneros adquirieron desde España las imágenes de El Padre Claret, El Corazón

de María, San Casimiro y San José. Otra obra de suma importancia, como el periódico y las imágenes, fue la construcción de El Refugio del Corazón de María, primer hospital de San Casimiro, ubicado donde está hoy El Ambulatorio que da a la calle Bolívar. La primera piedra se colocó en 1926 y sirvió este sitio de resguardo para la salud, para utilizarlo como teatro en 1935 y los fondos recaudados por entradas, se empleaban para comprar medicinas para curar a los bilharzianos pobres. El propulsor y director de esta faena filantrópica fue el

Dr. Rafael Hernández Rodríguez. En 1931, levantaron la capillita de San Antonio de Padua, que dio origen al barrio San Antonio y permitió, el 13 de junio de 1991, convertirla en la plaza San Antonio. Otra construcción, que vino a embellecer la calle Las Dos Quebradas, es el monumento a La Virgen del Carmen, edificado en 1946. También se les debe la actual Casa Parroquial, levantada por los misioneros Francisco Ader Mata y Leandro Vicente, probablemente entre los años 1948 a 1950. En ese sitio se levantó antes, una casa parroquial, que era de ba-

hareque y tejas, alquilada por ser propiedad de Mariano Carrera Ascanio. El 30 de marzo de 1960, el concejo municipal del distrito San Casimiro, emitió un acuerdo donde se le hace “un reconocimiento de gratitud hacia la congregación claretiana y le daba la bienvenida al nuevo Párroco, Pbro. Anselmo González, invocando al cielo para que continúe con las mismas normas de los claretianos”. Cronista oficial de San Casimiro, estado Aragua


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Crónica de un último adiós… RAFAEL ENEY SILVEIRA “LITO”

La muerte es una quimera: porque mientras yo existo, no existe la muerte; y cuando existe la muerte, ya no existo yo... Epicuro

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a tarde se tornaba calurosa a pesar del cielo nublado, pájaros variados, con preeminencia de torditos, inundaban las acacias que se encuentran en los laterales de la Funeraria “El Deleite”, epígrafe comercial, antítesis de los eventos luctuosos que a diario allí acaecen. Personas llegaban un poco sudorosas con miradas escrutadoras en busca de promover conversación para comentar sobre la profusa vida profesional, política y anecdótica de un personaje archí popular y bienquerido en Valle de la Pascua, como fue el Dr. Rafael Ernesto Ledezma Martínez, sencillamente, “El Negro” Ledezma. Firmemente contritas observamos a algunas personas que fueron parte de su cohesionado equipo político, cuando el apreciado extinto se desempeñaba como Sec. General de Acción Democrática en Guárico: Juan Manuel Ruiz, Rafael Benito Andrade, José Rafael Hernández “Jóvito”, Héctor Ortega, Nery C. Parra, Aura de Veitía, Aníbal Matute, entre otros adecos de diáfana prosapia, quienes compartieron profundamente el afecto y las vicisitudes devenidas de turbulentos episodios políticos de esa otrora pujante organización política. José Gregorio Camero “El Flaco”, condujo con verbo firme y solemne el homenaje que merecidamente se le tributaba a un hombre verdaderamente popular y de expresiones con sabor a pueblo, portador de una sonrisa espontánea que caracterizó asimismo su genuina personalidad de individuo inquieto y sociable. Se cumplieron guardias de honor de ex gobernadores, ex diputados, concejales y de otras instituciones con las cuales “El Negro” estuvo relacionado durante su

dilatada vida pública por más de cincuenta años. La honestidad de Rafael Ledezma Martínez fue a prueba de misiles. Su honradez, cuando fue Gobernador y en otras responsabilidades públicas, jamás se cuestionó. Juan Manuel Ruiz con verbo elocuente pronunció un sentido epicedio en el cual recordó sus experiencias de luchador social y político con el difunto. Asimismo, relató con ocurrentes detalles, algunas importantes iniciativas que “El Negro” lideró fervorosamente. Se advertía en el orador una inocultable inflexión sentimental en cada una de sus palabras, a veces entrecortadas… Frente al sarcófago, el desfile de quienes aseguraban y enaltecían su apostolado hipocrático, siempre eficiente, apegado a los principios deontológicos. Una tripleta de afligidos compañeros del inolvidable amigo, ubicada es-

tratégicamente al final del pasillo lateral, consumía a lentos sorbos cafecito caliente, ellos recordaban en voz baja jocosas anécdotas peloteriles del finado, quien tenía un grácil sentido del humor cuando abordaba conversaciones sobre la pelota caliente o de softbol. Un locuaz versado de softbol, con cara de espía alemán y voz como ahogada por la profusión alcohólica, increpa a este escribano para informarle, el por qué en escrito anterior, publicado en este mensuario, yo no había comentado cuando “El Negro”, jugando para la novena Los Llaneros, le bateó un triple con tres a bordo a Gustavo Fermín Salcedo, lanzador del equipo Los Profesores del Liceo “José Gil Fortoul”… Una anciana que llegó con su nieto al lugar irrumpió en llanto. Recordó en voz alta cuando en el desaparecido Hospital Guasco, según ella, fue operada de

emergencia por el Dr. Ledezma. “El me salvó la vida, no olvido ese momento cuando me operó de la vesícula, fue el 12 de octubre de 1964. Dios le tenga en la gloria…”, decía sollozando la octogenaria. Así fue pasando el tiempo. En la noche, el Círculo Gardelista “Don Godofredo Castro”, encabezado por su presidente Kanor José Fariñas, Fernando Aular Durant, Mario Castillo, Aura de Veitía, Roberto Leandro y este cronista, le interpretamos el tango preferido “Adiós muchachos”, entre otros tangos emblemáticos de “El Zorzal Criollo”, Carlos Gardel, su cantante predilecto. Esta actuación del grupo de marras, fue un aliciente para que su hijo Rafael Ledezma Andrade, Abigail Ledezma Martínez, su hermano, nietos y sobrinos, así como íntimos allegados a la familia, vocalizaran una hermosa serenata con una antología de canciones del gusto particular del finado,

entre ellas, “Parmana”. “Así era la personalidad de mi papá, siempre alegre y entusiasta…”, decía su hijo Rafael… Las exequias del Dr. Rafael Ledezma se constituyeron en un sublime reencuentro de amigos y familiares que ya agotadas las lágrimas, le dieron el último adiós al popular y querido médico en una ejemplar camaradería, actitud de enaltecimiento en memoria de la personalidad sencilla de quien se marchó definitivamente al mundo del silencio. Él practicó el edificante diálogo y la coexistencia de manera didáctica en los parámetros de la axiología ciudadana, sin lesionar jamás la amistad, aún teniendo diferencias políticas o criteriales con quienes pensaron distinto. Le vimos hierático en el ataúd color caoba, inamovibles sus ojos negros y vivaces, cerrados para siempre. Su boca desprovista de la peculiar sonrisa, evadida a un mundo distante, empero de estar rodeado de tanta gente, transmitía cierto abstraccionismo misterioso en su rostro apagado, como queriendo expresar aquello de Gerbasi: “Me ha invitado la muerte a sus plácidos jardines a oír entre las flores las arpas del olvido y a confundirme en la noche con los errantes seres. Sin rumbo me ha llevado por las aldeas del frío, en manta negra, envuelta por colinas sombrías, hundiéndose en fragancias que las almas respiran…” Valle de la Pascua despide para siempre a uno de sus más distinguidos hijos, ciudadano y galeno ejemplar. Sus familiares pierden a un buen padre y abuelo querendón, solidario hermano…Sus amigos, al cofrade alegre y noble a la amistad, al tangófilo, el hombre de espíritu jubiloso y optimista…., como diría el hermoso tango de Carlitos Gardel, “Adiós muchachos”… Adiós, muchachos, compañeros de mi vida, barra querida de aquellos tiempos. Me toca a mí hoy emprender la retirada, debo alejarme de mi buena muchachada…


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