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Crónicas del Olvido

BESTIARIO

ALBERTO HERNÁNDEZ

siempre han trabajado para las lapas. Tío Perico alza torpe vuelo y se estrella contra la barriga de Tío Toro, presto a cargar con las culpas de los zánganos, ávidos de privilegios y reconocimientos. Cada animal juzga por su condición. Cada uno abre su camino. Cada animal es un número o un monosílabo. O un canto primitivo en pleno relevo de emociones. Divididos, el animal mayor aprovecha el desorden de una fauna embalsamada en su propio desencanto. Ratones de biblioteca saludan desde las páginas de su silencio todos los yerros, equivocaciones y tartamudeos existenciales. No vale leer, escribir o estudiar: se impone la cháchara y los abucheos de la piara. No vale desencadenar los misterios de la historia. Ésta no vale nada. La historia es una herramienta para decapitar cerdos y pajarracos. Premiar serpientes y sapos venenosos. Celebrar los chillidos de la urraca. “Sacrificar el sinsonte es de sabios”, grita el cuervo.

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e los griegos nos viene la fábula. Luego devenimos animales, los que en la literatura fabricamos el imaginario humano. Como bestias de esta superficie, desatamos la furia del animal que nos contiene. Calcamos ladridos, mugidos, berridos, balidos, cotorreos y otros “discursos” propios de la selva en la que habitamos rodeados de edificios, calles, avenidas, parques abandonados y malas intenciones. En este compendio de expresiones animales apostamos a la división, al término medio de una carne a la parrilla, porque descuidamos el fuego para rebasar el vaso de licor cotidiano. La división por parcelas nos define desde las albricias de unos códigos que intentan la redención a través de la conquista territorial, para luego tratar de invadir los predios de un espíritu atado al mástil de un monarca cuya corona se extravió en el último viaje. La teoría nos aleja de la otra realidad: mientras se escribe esta nota para prolongar la agonía, un grupo de terrófagos mira el espejo desde la mensura de las aspiraciones. Es decir, mientras se rueda en una bicicleta, la monarquía ya ha recorrido medio camino entre ofrecimientos y muchos trajes a la medida. Cuadrúpedos, bípedos, reptiles, aves canoras, carroñeras y de mal agüero recorren la angustia de un futuro amarrado al pasado. Los que luchan contra el statu quo, en su mayoría, no pueden despegarse de viejas estrategias. Los que respiran hondo la imagen de la personalidad de las atalayas, se acogen a las bestias heroicas. Uno que terminó dessleído, cazado en mala hora. Otro, podrido en una ergástula, cerca de la costa marina. La imagen

de un fracaso. El mismo fracaso que los animales más débiles experimentan frente a un león o a un cocodrilo. Nuestra fauna restablece su espacio: una vez invadido y repartido a partes no muy iguales, aparece el rasero social. La división ha sido el estudio más profundo orquestado por el puño amenazante. Una parcela para cada quien. Quien tenga más amígdalas puede gritar más. El que administre bien el estómago tendrá digestión completa. La grama, el gamelote, es la fórmula para la venganza. El pez grande se come al más pequeño. El burro flautista se pelea con Tío Mapurite, mientras el Zorro

de las uvas intenta sacarle partido a Tío Conejo, quien más vivo le roba las zanahorias a Tío Bachaco. Pero la situación es más aguda: ningún animal del zoológico acepta órdenes que no vengan del regente del campo de concentración. Para unos sí, para otros no, que así lo determinó la aguja más larga del reloj. Mientras más resistencia haya, mayor cantidad de horas sacará la bestia más peluda para ser elevada al sitio de honor. 2.Cada quien administra su animal interior, su personal manera de balar o ladrar. Corderos o perros, somos una gratitud

permanente, becados de la historia. Que mucha paja hay para pacer con felicidad. Agua en mares, lagunas y ríos para nadar a gusto, mientras los pulpos aprovechan estirar los tentáculos. Un caimán duerme con la boca abierta, a la espera de que le llenen el estómago con regalías y promesas. Una pereza mira, desde la altura de la rama que ocupa, correr el mundo a la velocidad de su permanente descanso. Un pájaro bravo cobra por adelantado las pitas y pedradas contra la hilera de hormigas y bachacos que llevaban el alimento a una cueva. Una guacharaca insulta con todo el buche a los cachicamos que

3.Para aparecer en escena, doblar el morrillo del toro que se creía de casta. Doblar la cerviz para calcular las ganancias. Bajar la mirada para obtener la real cédula de cónsul en la Selva Negra. Otros se quitan la piel para mostrar fidelidad. Los más sensibles cantan y bailan alrededor del bullicio, donde dejan su cansancio. En todo corazón de bestia late un corazón humano, dice el más político. En todo corazón humano se infarta el animal que se desea alimentar, profetiza el cínico. Cosas de zoológico, de animales que se dicen felices, domesticados por los cambios que el Rey León dice protagonizar. El olor de la carne asada nos advierte de una parrilla, de la gran parrillada. Hasta los gatos se han escondido.


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EL DESERTOR NESFRAN GONZÁLEZ

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ño 2014. El mundo conmemora cien años del inicio de la Primera Guerra Mundial o la Gran Guerra. Europa experimentaba un acelerado auge económico gracias a la revolución industrial y al colonialismo. Gran Bretaña, Francia, Italia y los imperios Ruso, Alemán y Austro-Húngaro orientaban políticas armamentísticas con aparentes fines de paz. Territorios al norte de África y en los Balcanes generaban resquemores entre las grandes potencias por establecer sus respectivos dominios. Esta tensión llegaba a su fin con el asesinato del archiduque Francisco Fernando, heredero de la corona Austro-Húngara el 28 de junio de 1914 en la ciudad de Sarajevo. Las rivalidades afloraron originando la formación de dos bloques que se declararon la guerra entre el 28 de junio y el 4 de agosto. Una guerra que duró 4 años, involucró a 32 países, dejó cuantiosas pérdidas materiales y un aproximado de diez millones de muertos. En medio de este dantesco escenario se desarrolla El desertor, novela escrita por el narrador y dramaturgo Lajos Zilahy (Nagyszalonta, Hungría, 1891 - Novi Sad, Serbia, 1974) István Komlóssy es el protagonista de la historia, la cual inicia con una escena determinante en su vida: la aparición de la condesa Bea Palmeri-Ahnberg. Él, siendo apenas un joven de 12 años, hijo del reverendo del pueblo, va con su amigo Janos Zsibai en un paseo por las afueras y en un acto arriesgado se internan en los predios de un castillo donde luego son descubiertos. Allí tiene la oportunidad de conocer a una niña de 8 años que de ahí en adelante se convertirá en la idealización del amor y en la mujer inalcanzable. Con 18 años se dirige a la capital Budapest con el propósito de estudiar leyes y en compañía de su inseparable Zsibai forman parte de grupos de protestas, los cuales reclaman con un alto sentido patriota la separación de Hungría del todopoderoso imperio austríaco. Allí obtiene István su primer reconocimiento al elevar la consigna “seremos los

primeros en las barricadas” y en un intento arriesgado de salvaguardar la bandera húngara tras el acoso de las autoridades logra esconderse en casa de la familia Gubai, lugar donde conoce a Erzsébet, quien a la postre será su esposa y con quién concebirá su único hijo Gerzson. En medio de la rutina y la monotonía que implicaba la obligación familiar se enrola en el ejército al iniciarse la Gran Guerra. En 1915, con el grado de teniente, es herido en la batalla de Galitzia, en el frente cosaco y luego llevado nuevamente al frente ruso al mando del comandante Küberger. Éste lo obliga, prácticamente, a ir de frente contra los rusos sin importar el número de bajas. Komlóssy se enfrenta a Küberger y le golpea fuertemente el rostro. Esto es motivo para ser degradado a soldado a costa de salvarle la vida.

En territorio italiano y a las órdenes de su amigo Zsibai se prepararan para otra cruenta batalla en la llanura de Piave. Tras varios días cargados de tensión y expectativa la tropa austríaca es aniquilada por el ejército aliado el 23 de junio de 1918, lugar donde Zsibai es asesinado y Komlóssy decide huir luego de caer por un barranco. Su deserción es justificada por la deshumanización de los comandantes austríacos de llevar a los soldados húngaros al frente de batalla. El nacionalismo exacerbado de querer ver a su Hungría libre del yugo de la casa de los Habsburgos, dominio asfixiante de más de 200 años luego de desprenderse del imperio Otomano. István se dirige a Budapest con el fin de formar parte de grupos rebeldes proindependentistas pero es capturado y acusado de desertor. Por avatares del destino su re-

porte es dejado en el olvido por un oficial ya que de ser juzgado lo esperaba el paredón de fusilamiento por sumarle el caso de Küberger. Justo cuando su expediente es revisado se anuncia el fin de la guerra y un motín logra liberar a los presos. Recupera su grado militar y su ascenso a capitán al igual que su hermano Sándor. En 1920, István forma parte de la comitiva húngara del tratado de Trianon, en el que Hungría es desmembrada y parte de sus territorios dará origen a nuevas naciones. Su amistad con Grünfeld, antiguo compañero de estudios y ahora líder comunista lo involucra con el nuevo gobierno prosoviético. Es aquí donde su destino se cruza con Bea. El conde de Kallisztrátusz, esposo de Bea, es capturado por el ejército rojo. Ésta recurre a István para que interceda en su liberación. Una vez fuera de peligro, el

conde se dirige a Viena y Bea, aun en Budapest, solicita el apoyo de Komlóssy para que la proteja mientras ella logra salvaguardar el patrimonio. Una vez en la intimidad, István le confiesa el sentimiento que ha albergado por ella desde su infancia. En medio del susto por un toque de queda, se convierten en amantes. El sueño de István se cumple a medias ya que Bea vuelve con su esposo y éste, decepcionado del recuerdo de Erzsébet, de Bea, del gobierno comunista y de la muerte de varios de sus amigos entre ellos Zsibai, retorna a su pueblo, lugar en que se desencadena el final de la historia. Además de El desertor, destacan otras novelas de Zilahy tales como Las cárceles del alma, Los dos prisioneros, El ángel enfurecido y Los Dukay. Su biógrafo Fernando Gutiérrez lo describe como un escritor apasionado por la política y que siente por la historia de su país una cierta y comprensible debilidad. Zilahy recurre a la exaltación del más hondo sentimiento patriota. En cuanto a El desertor, ubica a sus personajes en algunos de los hechos más significativos de la Gran Guerra. Es recurrente la contradicción, la angustia, la decepción, el flagelo de la opresión histórica en la raza magyar manifestado en István Komlóssy. En los preparativos de la batalla de Piave, el futuro desertor escribe en su diario: “La guerra terminará sin ninguna conmoción, los hombres están fatigados y desean descansar. La multitud es tonta e insensible. Si soportó muda por cuatro años que, con torturas diversas, cortarán grandes trozos de su cuerpo; si los verdugos ya se han aburrido de su trabajo, se tenderá cansada con sus terribles heridas, como la enorme bestia que cayó en la selva de la Historia. Solo va a lamer sus heridas y no tendrá fuerzas para pensar en venganzas. No, no va a suceder nada. Todo estará tan cansado y sofocante como esta tarde de junio” (Capítulo XI, pág 129) Bibliografía Historia y vida. Nº 436. España. Zilahy, Lajos.1945. El desertor. Empresa editora Zig – Zag, S.A. Traducción de Judith Balazs. Santiago de Chile. Turmero, agosto de 2014


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Un festín literario GUILLERMO ALTARES

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n dos de los momentos cumbre de la literatura universal, la comida tiene un papel central: el principio de El Quijote —”Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían tres partes de su hacienda”— y la Magdalena de Proust: la cadena de recuerdos que surgen al principio de En busca del tiempo perdido se desata cuando el narrador prueba el sabor del bollo mezclado con el té. “Todas las literaturas hablan de comida. No conozco ninguna que evite el tema”, explica el sabio de los libros Alberto Manguel, autor Una historia de la lectura. Desde el Satiricón de Petronio hasta El Gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald; desde Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, hasta el Cuento de Navidad de Dickens, desde la picaresca hasta Gargantúa y Pantagruel, de Rabelais, comida y literatura siempre han ido unidas. No es de extrañar. Como escribe el periodista y escritor argentino Martín Caparrós en Comí (Anagrama): “Supongamos que se puede suponer que desde que cumplí dos años comí con cierta regularidad dos comidas principales al día: en tal caso llevaríamos comidas, en estos cincuenta y siete años, cuatro meses, seis días, unas 41.910 principales”. Tras diferentes cálculos, Caparrós concluye que “el total se elevaría a 59.456 comidas comidas” a lo largo de su existencia. Más allá de cualquier moda relacionada con la alta cocina, la comida es importante en los libros porque lo es en la vida. El ensayista John Dickie demuestra en ¡Delizia!, que acaba de publicar Debate, que se puede contar la historia de Italia a través de la cocina, y Guillaume Long prueba con A comer y a beber. Con las manos en la masa (Salamandra Gráfica) que se puede dibujar un libro de recetas en forma de cómic, mientras que Predrag Matvejevic relata en Nuestro pan de cada día (Acantilado) el poder simbólico y cultural de ese elemento esencial de la cocina. En las mesas de novedades se han multiplicado en los últimos meses los libros en los que la comida tiene un papel importante: La cocinera de Himmler (Alfaguara), una gran

novela histórica con una cocinera como protagonista del francés Franz-Olivier Giesbert; Una cocina a prueba de ratones (Salamandra), un relato de Saira Shah en la estela de Un año en Provenza o Bajo el sol de Toscana; El último banquete (Alevosía), en el que el maltés Jonathan Grimwood construye un relato de aventuras y sabores en la Era de las Luces; o Comí, de Martín Caparrós, una narración provocadora e inteligente sobre el papel de la comida en la sociedad. “La comida es importante en mi vida y en mi trabajo, como en la vida de cualquier ser humano”, explica la escritora siciliana Simonetta Agnello Hornby, que acaba de publicar El veneno de las adelfas (Tusquets). Residente en Londres y prestigiosa jurista, Agnello Hornby ha desarrollado una doble carrera literaria, como narradora de historias ambientadas en su Sicilia natal como la magistral La mennulara, pero también como autora de libros sobre cocina como La cucina del buon gusto, Un filo d’olio o Il pranzo di Mose, que sale en noviembre.“Es una parte de nuestra cultura porque, a diferencia de otras criaturas, cocinamos los alimentos, nos da placer y es el último de los placeres humanos del que disfrutamos hasta la muerte. Al escribir sobre la gente no podemos excluir lo que comen y como lo comen”, explica. Caparrós, que acaba de publicar en América Latina El hambre (en

España saldrá en febrero), un largo reportaje sobre la falta de alimentos en el mundo, cree, en cambio, que “no es fácil hacer literatura con esa actividad tan aparentemente rutinaria como es comer”. “Las presencias fuertes de la comida en la literatura clásica tienen que ver con lo extraordinario, la fiesta, la desmesura. Lo primero que uno piensa es en Rabelais, el desenfreno por excelencia. En castellano, en cambio, la característica más notoria de la comida es que no hay: el Buscón y su hambre memorable, que sirve de modelo a tantos después. Y en estos días la comida no aparece mucho más, creo. Hasta que alguien se decida a escribir una gran farsa sobre la comida como ‘arte fácil’ en nuestras sociedades y se divierta como un perro”, afirma. Pese a que es casi una tradición del género que los policías, como el comisario sueco Kurt Wallander, se alimenten de una forma que pondría los pelos de punta al endocrino más curado de espantos, el gran refugio literario de la cocina en la actualidad está en la novela negra. Siguiendo la senda abierta por Manuel Vázquez Montalbán y su detective gourmet Pepe Carvalho, la cocina se ha convertido en una parte imprescindible de las novelas del siciliano Andrea Camilleri —su comisario se llama Montalbán en homenaje al escritor catalán— o de la estadounidense residente en Venecia, Donna Leon. “Al comisario

Montalbano le encanta comer. Las descripciones de los platos de pescado y de las pastas son deliciosas y son capaces de reflejar todos los sabores de la cultura culinaria de la costa sur de Sicilia”, asegura Simonetta Agnello Hornby. “Sherlock Holmes tocaba el violín. Yo cocino”, decía el detective de Vázquez Montalbán, cuya sabiduría gastronómica fue reunida en Carvalho Gourmet (Planeta). Donna Leon también ha publicado su propio libro de recetas, El sabor de Venecia (Seix Barral), escrito a medias con Roberta Pianaro. Sin embargo, Montalbano no tiene todavía su recetario pese a que a sus lectores nos encantaría tener a mano los secretos de la Trattoria de Enzo, en la que el comisario se da unos atracones monumentales, o ser capaces de reconstruir los platos que Adelina le deja en la nevera o el horno siempre que Livia no se encuentre en Marinella. Los arancini (una especie de croqueta de arroz rellena, típica de Sicilia que puede ser un mazacote infame o un manjar inolvidable), la caponata (un pisto de berenjena con piñones, vinagre y sin pimiento), los espaguetis negros o con almejas, los salmonetes fritos, la pasta al horno o a la Norma, las sardinas rellenas, la merluza con salsa de anchoas y vinagre, el estofado de ternera a la siciliana huelen y saben en las novelas de comisario Montalbano —toda la serie está editada por Salamandra, la última entrega publicada en castellano es Juego de espejos—. Eso sí, hay que comer todos estos en manjares en riguroso silencio. La autora de libros de cocina Inés Ortega, que está trabajando en un ensayo sobre la relación entre la literatura y la comida y que publicará en octubre en Siruela Bienvenidos a la cocina. 114 recetas para jóvenes y no tan jóvenes, recuerda a otro detective clásico en el que la gastronomía juega un papel muy importante: el comisario Maigret, de Georges Simenon, cuyos libros está reeditando Acantilado. “He aprendido muchas recetas leyendo literatura que han enriquecido mi acervo gastronómico, de la esposa del comisario Maigret he practicado varias”, explica Inés Ortega, que acaba de reeditar en forma de aplicación para tabletas y teléfonos móviles uno de los grandes clásicos de la cocina española, 1.080 recetas, de su madre, Simone Ortega. “Me

acuerdo de unas caballas al horno, gallina hecha en una cazuela, brandada de bacalao o el famosísimo pollo al horno. Fueron recogidas por el periodista gastronómico francés Robert J. Courtine en el libro Las recetas de Madame Maigret (Ediciones B)”, explica. No es exactamente literatura policiaca, aunque se acerca mucho: los periodistas Jacques Kermoal y Martine Bartolomei escribieron un libro estupendo sobre un tema que el cine ha explotado hasta la saciedad, la relación entre la criminalidad organizada y la comida. La mafia se sienta a la mesa (Tusquets) parte de un planteamiento muy original: cuenta una comida muy importante en la historia de la mafia y luego ofrece la receta de lo que se puso sobre la mesa. En sus páginas se pueden encontrar platos tan contundentes como la pasta con garbanzos o el bolito, el cocido italiano; postres como el helado de sandía o la tarta al café, o clásicos de la pasta como a la tinta de sepia o con sardinas, que resumen la historia de Sicilia. Resulta casi imposible escoger para cerrar un momento que una la literatura con la comida. Alberto Manguel recuerda “el té del Sombrero Loco, donde la manteca sirve para reparar relojes y se ofrece un vino inexistente”en Alicia en el País de las Maravillas; el italiano Ugo Cornia, autor de Sobre la felicidad a ultranza (Periférica), que reside en Módena, en el norte de Italia, uno de los lugares del mundo que más en serio se toman la comida, se queda con la historia del cocinero Chichibio, en el Decamerón de Boccaccio —¿tienen las garzas una o dos patas?—. Giuseppe Tomasi di Lampedusa ofrece en El Gatopardo (Alianza, en traducción de Fernando Gutiérrez), con el timbal de macarrones, una buena forma para despedir estas líneas: “El oro bruñido de la costra tostada, la fragancia de azúcar y canela que trascendía, no eran más que el preludio de la sensación de deleite que se liberaba del interior cuando el cuchillo rompía la tostadita capa: surgía primero un vapor cargado de aromas y asomaban luego los menudillos de pollo, los huevecillos duros, las hilachas de jamón, de pollo y el picadillo de trufa en la masa untuosa, muy caliente, de los macarrones cortados, cuya extracto de carne daba un precioso color gamuza”.


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La poesía de Milagro Haack: Puertas para un resplandor JOSÉ NAPOLEÓN OROPEZA

su reflejo que no se ha movido de la angosta puerta” El hilo que una le entregó a la otra, tras la intención de enhebrar los registros de su “viaje”, sirve, al mismo tiempo, de arma para el escarceo, para el continuo juego de apariciones y desapariciones, como quien juega ante el espejo consigo mismo. En Temple Ajeno el escarceo de voces y de espacios, en cada poema, constituye el registro de puntos en el inicio de un tránsito insondable hacia la interioridad de un yo frente al espejo, a lo largo de de viajes o indagaciones que surgen, en su poesía, como propuesta genésica, desde este libro, y se mantendría en todas las indagaciones posteriores de esta gran poeta llamada Milagro Haack, tras la búsqueda de un absoluto nudo formal. La poeta, inexplicablemente desconocida, o no estudiada con profundidad en los escenarios de la crítica literaria venezolana, a pesar de poseer una obra sólida, de impecable factura formal “al tejer abundantes nudos”, se erige como una de las creadoras más trascendentales en la historia de la poesía venezolana, como trataremos de dilucidar y demostrar en las siguientes páginas.

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uando en el año 1991, Milagro Haack, nacida en Valencia el 29 de noviembre de 1954, irrumpió en el escenario de la poesía venezolana contemporánea con un libro integrado por veintiséis poemas, reunidos bajo el título de Temple Ajeno, publicado por Editorial Amazonia, en el año 1990, sorprendió a los investigadores y estudiosos del panorama literario venezolano. Emergía, con una voz propia, perfilando, en su propuesta, la indagación del ser interior, a través de la anunciación de un “viaje” cuyo itinerario estaría marcado por una voz, un susurro que registraba un diálogo permanente consigo misma: “Todo proviene de un pozo con el miedo y la soledad temible uno junto a la otra obligan a que nazca lo oscuro al voltear hacia su origen Helada angustia bella por el reflejo que dejas en la distancia como vencida cuando te acercas a mis pasos” La anunciación del viaje hacia sí misma, nace de un “pozo” del cual se extraerán palabras e imágenes en el derrotero signado por un juego fundamentado en el diálogo del yo de la poeta sostenido, a partir de Temple Ajeno, con“otra”misma, sumida en búsqueda de los espacios habitados en la infancia, paisaje y gozo inagotable, como inagotable sería, en otros momentos, la reinvención de temas e imágenes creados por grandes voces femeninas de la poesía tales como: Safo, Enriqueta Arvelo Larriva, Elizabeth Schön, Emily Dickinson, Anna Amatova, Silvia Plath, Alejandra Pizarnik, Hanni Ossott, Esdras Parra, entre otras figuras cuyas poéticas han sido de gran soporte en la creación de nuestra poeta, quien no sólo se ha nutrido de estas voces sino, también, de las propuestas filosóficas de Platón, de Plotino, de Friedrich Nietzsche, en el “buceo” exegético de sistemas e ideas en torno a la problemática del ser y su existencia. A través de su yo fragmentado, busca registrar su origen, su partida y retorno a un impulso genésico. Cada verso, cada poema, se constituye en objeto de anunciación, tras una constante búsqueda de sí misma en el reflejo que deja la “otra” ella misma

( oteando en los versos de las voces femeninas dadoras de un pozo, cuyos versos o gotas extraídas del manantial creado por ellas, y que nuestra poeta reinventará en los suyos, o los fundirá ante el espejo) mientras rastrea detalles, puntos y trazos de lo que pudo haber sido el paso de la “otra”, ella misma ante sí, sin otra, sin novedades para registrar. Sólo un cambio de “traje”, un vestido llevado, indistintamente, por una y otra. La poeta se viste; se mira en el espejo; registra en el cuarto por donde anduvo la “otra”; revuelve las pertenencias de la ausente: “Yo pensé que era un arco íntimo en dos cuerpos que se dejaban llevar por el agua…” Entre sábanas, sueños, ambas entidades se funden en un solo cuerpo, sin importar que, tras el juego, todo quede reducido a cenizas, una de las imágenes recurrentes junto al agua, el cuarto donde ambas se miran y se intercambian sus mismas pertenencias. Un cuarto, un espejo para registrar ese diálogo, el espejeo con-

tinuo de una frente a la otra, divididas, buscándose. La que se queda para tratar de asir algún relámpago y la otra, aquélla que lleva un hilo mientras se interroga ante el espejo; una frente a otra reanudan el insondable el viaje hacia la interioridad, hacia la noche que apenas empieza: “…esta noche llévate ese hilo amarrado en mi boca” Ese hilo lo entrega uno a la otra, frente al espejo. Quien decide proseguir el viaje anuncia, a su paso, otro hallazgo distinto en la doble interrogación, anuncio y partida, vuelta y retorno al cuarto, al espejo, la puerta antosta, la zona o pozo de relámpagos. El espacio se reduce a un cuarto. Se constituirá en infinito e insondable lugar, mínimo y solo, en la búsqueda de otra figura dibujada en el espejo: la niña, envuelta en su ternura. Prepara un traje para quien ha permanecido ante el espejo recogiendo frases, juntando reflejos, tratando de unir resplandores y relámpagos: “…encontrando al doblar las sábanas

La imagen: tejido de algún resplandor Temple Ajeno, como hemos apuntado, señala el inicio de una exploración del yo a través de un “diálogo” ante el espejo del alma de una mujer-niña, mediante el recurso de la anunciación, (o quizá, sin proponérselo la poeta) de una epifanía, registrada a través de continuas exploraciones por los espacios reales, un cuarto, una casa, un árbol, un rincón, una ventana, una angosta puerta, devenidos luego, en cenizas: símbolo recurrente en sus indagaciones posteriores. Pero, también, la puerta, el reflejo, el resplandor y, finalmente, una hebra de hilo, un nudo. La anunciación, objeto y sujeto del viaje, en la propuesta de la poeta, tras su terco empeño de recorrer los espacios de su interioridad sirviéndose del diálogo de una y de otra, niña-mujer, ella misma como sujeto de la interrogación, se mantendrá, a través del mismo y diferente recorrido exploratorio, en todos las obras que la poeta daría a conocer posteriormente: Luto de otra boca (1992); Puertas que no me pertenecen (1992); Cuarto de Ceniza (1993); Cinco Mañanas Juntas

(2002); Cenizas de Espera (2003) y Lo callado del silencio (2004). Mantiene inéditos tres libros más “Trazo para otro mañana” (2004); “Relámpago entre dos”, distinguido con una Mención Honorífica en la Bienal de Literatura “José Antonio Ramos Sucre” en el año 2007 y “A la sombra de un río”. En el año 1992, nuestra poeta dio a conocer dos nuevas colecciones de poemas: Luto de Otra Boca, Ediciones del Gobierno de Carabobo y Puertas que no me pertenecen, bajo el sello Ediciones Piedras Vivas. En Luto de Otra Boca reanuda el tránsito por una técnica que se constituirá en el aliento, elán vital de toda su creación: el verso asumido con una extraordinaria economía de recursos, la línea que registra un temblor, un instante, (tal como sucede en los dibujos de árboles y rostros, en las cuales, a mano suelta, se entrega a esta práctica, paralelamente al ejercicio poético e incluso cursó estudios en la Escuela de Artes Plásticas “Arturo Michelena” y con el maestro Pedro Centeno Vallenilla, tras el deseo de indagar en el lenguaje de las artes plásticas. Pero, sobre todo, impulsada, con mucho frenesí, al oficio del dibujo), la imagen desnuda de un diálogo sostenido en un susurro, para dejarnos al final, la línea, el sonido de una brasa reducida a ceniza: Se quedó sin sal y agua estando la botella colgada del aire Llega la de un solo paso coloca el pañal de ceniza De una gota a otra, de una línea a la siguiente, se reanuda la tarea enhebrar nudos, reflejos, empiezan a abrirse las puertas. Se reanuda el juego de una y de otra borrándose en la línea, en la persistencia de imágenes recurrentes en su indagación: el nudo, la puerta, la ceniza, el reflejo, el relámpago. El punto, la línea, el borrón, la tachadura, los trazos fuertes y borrosos, que ejercita, paralelamente, en su ejercicio del dibujo, al de escritura, constituirán indagaciones espontáneas (no obstante a ser el dibujo en Haack una pasión de vida) que impulsarían momentos intensos de creación: el juego con las palabras y las líneas impulsarán grandes instantes de creación y de hallazgos. (Fragmento)


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