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Maracay, Sábado 8 de enero de 2011

Crónicas del Olvido

El orgullo de leer -ALBERTO HERNÁNDEZ1.-

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anuel Caballero se fue con sus libros a otra biblioteca. Lo sabemos desde el mes de diciembre del año pasado cuando se quedó en una página y saltó a un planeta donde la lectura es eterna y lo convierte en polvo cósmico, en tierra de cosecha, en rica ficción luego de haber sido realidad. Manuel Caballero es hoy personaje de libros, él que tanto los leyó, que tanto los escribió, que tanto los admiró en su casa, en la calle y en la academia, y los hojeó para ojearlos y leerlos, olerlos y saborearlos, con el regusto que da saberse dueño de muchas palabras, navegador de mares turbulentos en los que pescó y dio a conocer tantísimos títulos. Caballero dejó escrito El placer de la lectura (Alfadil Ediciones, Caracas, 2003), tomo que recoge una edición, revisada y revisitada por quien lo escribió y por quienes lo hicieron en la intimidad para hacerlo más actual, más cercano al autor y, en consecuencia, al lector. Y quien escribe esta nota lo afirma porque el mismo Caballero hizo una advertencia en la que expresa que "Ésta no es una, sino en cierto modo dos segundas ediciones, o si se prefiere, una y un tercio. Porque la parte final, "Sombrero de copa", recoge la mayoría de los ensayos publicados en la tercera parte de mi libro El poder brujo (Caracas, Monte Ávila, 1991). Por lo demás, como acostumbro hacer con todos mis textos, éstos han sido sometidos a una rigurosa revisión, por ojos propios y ajenos". Destacada la advertencia de Caballero, el lector retorna a la página anterior y lee con alegría la dedicatoria: "A Rafael Cadenas, maestro y amigo, hermano siempre", y así el epígrafe que arropa a todo el libro: "Que otros se jacten de las páginas que han escrito: a mí me enorgullecen las que he leído", en respeto a Borges, escritor a quien nuestro ensayista e historiador admiraba. Estamos al frente de una obra que nos pasea por la felicidad de ser parte de sus páginas, por temas que saboreamos con la lengua que heredamos.

2.Este trabajo de Manuel Caballero abre una ventana en la que se amplía el paisaje de un lector. Caballero lo hace en una

suerte de balance en los libros, todos los libros, como una lectura que genera preguntas, como aquella de quien cree que el dueño de la biblioteca se ha leído todos los libros. El autor viaja por esa pregunta y le da varias respuestas. Para cerrar este "prólogo", el escritor toca la pasión por los libros: "Amo apasionadamente la lectura, el amor es una borrachera, y los borrachos dicen siempre incoherencias". Todas esas "incoherencias" reunidas dan cuenta del esqueleto de El orgullo de leer: "La pasión del poder", Ríos que van a dar a la mar", "Sin Dios y con el Diablo", "Pero con risa", "El libro nuestro de cada día" y "Sombrero de copa". Partes que recogen esa alegría, ese orgullo por ser lector. El autor nos deja en estas páginas el perfil de la novela 1984, en la que George Orwell no novela. Según Caballero: "En ese terreno, lo más lejos que llega a ser es un largo cuento". Esta propuesta promueve una discusión que podría ser objeto de otro ensayo. No deja de tocar a un personaje digno del despotismo ilustrado, como lo fue José Stalin. A Hitler, a Perón. La segunda par-

te da cuenta de Simone de Beauvoir, de un venezolano poco estudiado, como lo es José Vicente Abreu. Orlando Araujo, ese furioso Compañero de viaje que no dejó tema en el aire. Y así, el surrealista francés Louis Aragón. En "Sin Dios y con el Diablo", el ensayista larense se vuelca sobre Jesús, de quien precisa que "Si salimos de los firmes y bien señalados límites de la fe, la cuestión de la existencia histórica de Jesús puede parecer apenas preocupación de eruditos". El agnosticismo de Manuel Caballero siempre marcó su carta de identidad. Deja el escritor esta pregunta al final de este ensayo: "¿no es acaso por ser una esperanza encarnada, la misma de todos los débiles de la historia, que un día podrán ser más fuertes que los fuertes, vencerlos a ellos y a la muerte?". Miguel Otero Silva, autor de La piedra que era Cristo, pasa por la criba de Caballero, quien expresa que no le gustó la novela del también autor de Casas muertas. Y lo explica: "No me gustó porque no me gustan las novelas donde el héroe muere. Porque no me gustan las novelas donde, desde el principio, se

sabe lo que va a pasar". Y así, cosas de un lector inteligente que sabe qué decir acerca de sus lecturas. Cosas también de gusto. Además, calza con firmeza: "No me gusta la novela de Otero Silva porque no es una novela. Y finalmente, no me gusta el libro porque nunca me ha gustado Cristo". Está dicho. El próximo salto llega hasta Víctor Hugo: "…fue un romántico, ergo…Pero el asunto no es tan fácil, pues por una parte Harold Laski escribió con mucha razón en un opúsculo ya clásico sobre el tema, que el liberalismo es más un estado del espíritu, tal vez una conducta, que un cuerpo de doctrina". Los miserables recorren las calles de París, el republicanismo del novelista luego de haber pasado por la derecha francesa. Y así, sigue el ensayo.

3.En "La conspiración satánica", Caballero aborda un espinoso tema que toca la frontera del infierno. En éste el autor toca obras fundamentales que le permiten pasearse por un paisaje intelectual denso en el que los li-

bros sagrados le dan brillo a la lectura: la Biblia de Jerusalén, Septuaginta, llamada la biblia de los Setenta Sabios, en lengua griega…pasando por History of the Byzantie State, hasta llegar arribar a La causalidad diabólica, de León Poliakov. No dejan de estar el humor las páginas de Caballero, también practicante de este "oficio", el de vivir con los músculos risorios preparados: "Pero con risa", donde el autor entra y sale del tema con gracia, con sentido de inteligencia, hasta para decir que "El niño no es humorista, es decir, no es un intelectual, y a Dios gracias: ¿imaginemos nuestras casas pobladas de Mafaldas?". Dos o tres páginas más adelante, Caballero menciona y trata a los más conspicuos humoristas venezolanos, entre ellos, Andrés Eloy Blanco, Kotepa Delgado, Aquiles Nazoa y Miguel Otero Silva. Y así, las publicaciones que los enaltecieron a ellos y a otros que no menciona, entre ellas, El Morrocoy Azul, Dominguito, La Pava Macha, La Sápara Panda, El Imbécil, Fantoches, Coromotico, El Sádico Ilustrado… En "El libro nuestro de cada día" el autor habla del diccionario, lee y comenta el trabajo de María Fernanda Palacios, Sabor y saber de la lengua, así como, Amor y terror de las palabras, de José Manuel Briceño Guerrero, y un paseo a la intemperie por algunos nombres de la poesía venezolana. También asiste a la vida creativa de Salvador Garmendia, Denzil Romero, Jorge Luis Borges, Mario Vargas Llosa. Una curiosa lectura nos ofrece "Los libros no leídos", hasta llegar airosos al capítulo "Sombrero de copa". En él el lector se encuentra con textos como "América jamás fue descubierta": "Para un historiador profesional, pocas frases en el idioma están tan llenas de disparate, nonsense y mentiras como esa repetida cada 12 de octubre: que ese día se "descubrió América". En verdad, lo que hoy llamamos "América" tiene la curiosa particularidad, el extraño destino, de ser un continente jamás descubierto…". De allí en adelante, hasta la última página, el autor trabaja sobre la base de nuestra historia, de la primera historia. Varios son los temas, varias las reflexiones, varias las páginas que siguen el curso de quien hoy está más allá del bien y del mal, en otra esfera, y quien nos ha dejado un extraordinario legado literario e histórico.


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Cuando interpretar la poesía es una quimera -JULIA ELENA RIAL-

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ace tiempo ya leo, releo y dejo que los poemas de Alberto Hernández reposen en los espacios extraviados de sus silencios y de mi incomprensión. Entre sus versos me siento a la deriva, doy vueltas a ciegas por el laberinto de una poesía que revela a cada momento el acceso prohibido a la clarividencia, sugerido por una palabra cincelada, autónoma, libre de etiquetas y encasillamientos. Alberto Hernández configura un mundo propio, a través de la permanente transformación de un lenguaje que se convierte en búsqueda constante "Soy sitio, lugar, casa, rincón, tumba; porque hago palabras e invento el espacio, me invento, me consumo voz en cada vocablo, en cada boca que hablo, para conmigo ser el que me construya desde sus sonidos." (En lengua contigo). En momentos en que lo arbitrario consume al lector impreciso y desprevenido encontramos un poeta que lleva a cabo una de las tareas primordiales de su arte: preservar a través de los años en una lógica solitaria el rigor del lenguaje silencioso en imágenes irrefutables:

te metes en este poema sin permiso y rompes todos mis relámpagos los muerdes y la noche limita mis palabras: viejos fantasmas hunden los ojos en un reloj perdido. (En Medio de la noche) No evade Hernández el carácter autoreflexivo, un hacerse a través de cada poema, la escritura como búsqueda de la palabra que huye o en última instancia, que juega con él, se le esconde, lo elude. Pero todo es conjetura, suposición, adivinación. Como dice Paul Valéry: No podemos decir nada sobre la "Poesía" que no sea directamente inútil para todas las personas en cuya vida íntima esta singular potencia que la hace desear o darse a conocer se pronuncia como una pregunta inexplicable de su ser, o bien como respuesta más pura" (Teoría poética y estética). No para todo hay explicación. Ante la poesía de Alberto Hernández siento que en el escenario de su literalidad no sólo es real lo comprensible: La oquedad de muerte, el goce, la palabra, el silencio de la oclusión, la soledad, la contemplación, el movimiento congelado por los recuerdos, el haber conquistado la dimensión concreta y sustantiva de la poesía, el sostener la inasible presencia de lo incógnito para que no se sienta amordazada la voz del silencio primordial. Es esa palabra silenciosa la que sustenta la ilusión de que en lo interpretado no se agota el orden de cuanto tiene sentido. Tal vez me refugio en el silencio primordial de su poesía para esconder mi incapacidad de comprensión. Pero el silencio es eco de un encuentro, unas veces corolario de lucidez:

El paso firme de la tierra durante el sueño, la entrega de las cartas,

La ciudad y sus alcantarillas en el torso de Ligia La ciudad- después de todo- es también el olvido. (Nortes I) Otras veces es la bruma irremediable en la que se diluye la necesidad de articular una idea o una emoción, con la cual, dejar atrás el mundo de lo previsible: "Soy eterno en la medida de mi lengua, en este idioma que me amasa a diario, que me acopla con la carne verbal del "Otro" con la imagen de aquel que me silencia".

El silencio en Alberto Hernández es una trayectoria poética, es fruto de una trama verbal, un lenguaje que se sale de la rutina para abordar el campo de lo inteligible. Cuando nombra calla, la palabra ocluye, se hace encubridora, con un silencio que el poema contribuye a preservar como presencia que nutre, alienta y promueve la poesía, la libera de lo obvio. Octavio Paz Dice:

"Si el lenguaje es la forma más perfecta de la comunicación, la perfección del lenguaje no puede ser sino erótica e incluye la muerte

y el silencio…El silencio no es el fracaso sino el acabamiento, la culminación del lenguaje" (Teatro de signos) Un silencio poético que corona pero no claudica, que me lleva a replegarme, tras los velos de estas palabras de Alberto Hernández: "Soy porque hablo, o porque amago el silencio con lo que me queda de palabras. Soy palabra porque vivo del silencio. Todo idioma es silencio, distancia y cercanía. Primero la oquedad, esa nada donde habrá de nacer la palabra, el bocado de la entrega. Mi lengua es suculenta, hecha para el

beso, la mordedura, el sabor ( no apagues la lámpara Dulcinea). (En lengua contigo II) El lenguaje habla al oído del poeta como un susurro revelador, quisiéramos saber lo que dice, conocer cómo el poeta logra abrirse a lo que viene hacia él sin ser él mismo y plasmar la vigorosa vivencia de una cercanía que no admite ser aprehendida por otros. De ahí que interpretar ese punto de encuentro entre el arrebatamiento que libera y la comprensión que organiza con la voz del silencio primordial, eco de un encuentro decisivo, es una quimera.


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Azul Fortaleza -ROSANA HERNÁNDEZ PASQUIER-

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s el nombre de una publicación de la amiga Marisol Pradas, excelente periodista, quien incursiona en el mundo de las letras con este su primer libro. Es tal y como ella me dijera, una escritura autobiográfica. Días antes de comenzar a adentrarme en esta lectura, había visitado a la también escritora y amiga, Petruska Simne. En la conversación de ese día Petra había puesto sobre la mesa el tema de la historia personal. Mientras repasábamos momentos de nuestras vidas y retazos de las vidas otros, Petra afirmaba, palabras más, palabras menos, que parecía que ésta carecía de importancia, o que no se le prestaba la atención que verdaderamente merecía. Pasaron los días pero había quedado inmersa en ese tema. Entonces llegó Marisol Pradas con su Azul Fortaleza para ratificar, por si existía alguna duda, que Petruska tenía toda la razón porque la historia personal es de una gran fuerza. Para contarla no se necesita ser renombrados, acreditados ni que tu nombre encabece la lista de los primeros en tal o cual cosa. Pues creemos que solo los famosos gozan de la posibilidad de contar sus vidas. Lo verdaderamente imprescindible es tener valor. Porque de estas historias, las que habitan tras da porta, está hecha la urdimbre de las grandes tramas, esas que nos dejan con los ojos fijos en el techo como dos huevos fritos. El libro trata, o parece tratar, sobre la fina daga de la tragedia. Ese filo que no sabemos de dónde sale, pero que nos alcanza y nos tasajea. Es la historia de una joven familia que lucha por lograr sus sueños, alcanzar las metas, mientras intentan mantenerse juntos. El esposo, un hombre amoroso, con éxito y consiente. Ella, la compañera, la esposa, la yunta, la que ampara, protege. El hijo, un pequeño, un ser inocente que quiere disfrutar más tiempo con el padre. Luchan por tenerse el uno al otro. Aspiran con esfuerzo lo mejor, trabajan para ello. En estos afanes se encuentran cuando llega la dama, la señora a la que no se puede renunciar: la muerte. Ella, con su guadaña como de luna nueva, todo lo hizo añicos. Ha muerto Martín, el esposo de Marisol, en un aparatoso accidente de tránsito y la relación con la empresa trasnacional para la cual trabajaba en un alto nivel gerencial, la relación con sus colegas, con esas personas con las que hasta hacía nada compartía su afecto y sus proyectos comienza a enlodarse. Truecan esas relaciones para dejar al desnudo las miserias humanas. Las ruindades enmas-

Sin miedo, lo malo se nos va volviendo bueno Las calles se confunden con el cielo Y nos hacemos aves, sobrevolando el suelo, así Sin miedo, si quieres las estrellas vuelco el cielo No hay sueños imposibles ni tan lejos Si somos como niños Sin miedo

Rosana

caradas sobre las que se pretende edificar. La empresa, empecinada en robarle lo referente al seguro, esos cobres bien ganados, al difunto. Los compañeros en hacerse los de la vista gorda para no perder la desdichada condición de vivir a la sombra. Y así, sumando páginas, va calando una tristeza honda y una rabia de las buenas frente a la mezquindad y al dolor por el que

atraviesa Marisol, y seguramente hay miles de Marisol en el país y eso da más dolor o más iracundia. Porque Marisol en medio de la pérdida de este ser tan querido y con características tan claras y hermosas, tiene que sacar fuerzas para enfrentar a esta poderosa empresa y a la oscura conducta de quienes eran sus representantes. Y ciertamente parece que de

esto trata, pero no. Trata de cómo levantarse con decoro. Trata, de quien, como bien lo dice el poeta José Joaquín Burgos: con un respeto irrestricto a la dignidad humana, a la vida, a los valores esenciales del espíritu. Y con un manejo inobjetable del oficio, una escritura limpia, precisa, y una lección de lenguaje reveladora de la densa formación intelectual de Marisol Pradas de su inteligencia y de su serena belleza interior, escribe esta historia y ha construido con ese material su vida y la de su hijo. La escritura, la confección del libro es de mucha valía. Es un libro elocuente, lleno de confianza y de dignidad. Su autora comienza a levantarse de este episodio trágico y se topa con la muerte de su padre. Luego el deslave de Vargas arrasa

con las vidas de su hermano y su cuñada. No queremos dar más detalles, aspiramos a encender la llama del interés para que lean, o relean quienes ya lo conocen, la Azul Fortaleza que edificó esta valerosa mujer venezolana, quien no tuvo miedo y no permitió que pisotearan sus convicciones apuntaladas en nobles valores de amor e inquebrantable esperanza. Este libro que cuenta una historia personal, una historia, además, bien escrita, deja en sus lectores un poderoso conocimiento: existe la oscuridad, pero todos los días se hace la luz sobre la faz de la tierra. Podemos escoger. Marisol Pradas nos señala el camino de la luz que sale del corazón. En Azul Fortaleza, el amor todo lo puede. Amén.


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Carta para un retrato -ALEJO URDANETAQuerida inolvidable:

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isculpa el tono impaciente y minucioso de esta carta que te escribo a la hora de las nostalgias, cuando nos dejamos llevar por la ausencia, eso que llamamos recuerdos y queremos remendar con palabras y con imágenes. Quería escribirte desde ayer, después de haber leído tus nostalgias de la adolescencia. Ahora te escribo y lo hago como si fuese un cuento, sin orden ni razonamientos, porque deseo comunicarte la emoción de vivir también yo esa época de sentimientos desordenados que despliega la memoria, ese resquicio por donde se cuelan recuerdos de sucesos que creíamos olvidados. Imagino estar a la puerta de tu casa, y tú allí para recibirme. Eres entonces anfitriona en el silencio sólo cortado por el rumor de la calle poblada de árboles y pájaros. Llevas contigo el silencio y los ojos curiosos que todo lo buscaban en el remolino de tus meditaciones. Persigues el secreto de la vida. Te imagino ahora, como tú misma lo evocas en la carta, en la edad del florecimiento. Definías formas y emociones, y la belleza que rodeaba tu alma y tu cuerpo era el medio que yo tenía para recibir el impacto del espíritu a la temprana edad juvenil: tu belleza era la única forma de lo espiritual que podía recibir con los sentidos, sin que perdiera el dominio de la voluntad. Podíamos estar cerca porque nos unían gustos comunes. Iniciaba yo la primera juventud, y entendía en aquella época que si lo divino no se nos presentase mediante la impresión estética de lo bello, nuestra fuerza amorosa se disolvería y sólo tendríamos la nada. Ahora te lo digo en esta carta, cuando estás lejos y no puedes mirarme a los ojos. Ya no eres la adolescente callada, y tampoco juegas. Tus ojos no hablan de juegos. He venido a visitarte por primera vez en tu hogar. No ha cambiado tu casa. En todos los rincones suenan relojes, cada hora y cada día, algunas veces a deshoras. La mañana está abierta en tu ventana, con cielo de plata azul, y se escucha el bullicio de los pájaros en el parque cercano. Te hallé, como siempre, ensimismada en un recuerdo que no precisas, evocación de algo que vendrá. Se me ocurre que percibes un castillo de escarcha en los adornos del salón, y los ruidos tenues de la mañana pueden ser el batir del viento en un desierto de tormentas. Te dije muchas ve-

ces que me parecías colmada de soledades, ecos de voces que saltan de los retratos enfilados en las paredes del salón. El saludo fue breve y no encontraba la manera de abordar el tema de mi visita. Para entrar en la conversación recordé episodios banales, de esos que se pierden y nos deprimen por su vacío. Bajabas de prisa unas es-

caleras de laberinto que bordean espacios de vidrio. El recibimiento fue recatado, cosas de la edad. Y ahora estamos cerca de nuevo, con el tiempo a cuestas, y sonríes ante mi relato pretencioso que busca romper tu silencio. Parece ahora que cantaras desde el fondo de tu nuevo mundo irisado en cristalería de nieve. Con tu voz se funden los gla-

ciares. En tu rostro sólo se ven los ojos, curiosa luz en la penumbra, y tengo la copia de un poema que te escribí de niña:

SE ENCIENDE LA LUZ EN DENSA SOMBRA Y SE HACE SILENCIO DE BRASAS EXTINGUIDAS MIENTRAS ENCANDILA EL FULGOR DEL ÁMBAR DE TUS OJOS.

En tu nombre está lo que el ser humano ha buscado siempre: la lucha por la libertad y la verdad que no se interroga. Has defendido con tu fuerza la libertad acosada: la del arte, como lo hizo el gran guerrero protector del hombre. Están en ti los mitos que traes en la sangre y se nos revelan en los amores prohibidos, la belleza como única expresión del alma, el deseo y la virtud. Palabras sabias. Y tú tienes también este nombre: Sabiduría, en el brillo de los ojos, en el silencio que encierra toda la luz en un pozo, allí en cuya profundidad palpitan a pleno día las estrellas. Di la palabra Sabiduría y sabrás todo. Estabas hace mucho tiempo a la puerta de la casa de la infancia que mira al río, con un fondo de historia sobre los hombros. Eras tímida en un bosque de sonidos y no cediste tu silencio. Decidí visitarte como un duende sin nombre, porque con el tuyo como símbolo basta. Sabio encanto hace tu sonrisa en ese encuentro, labrados en la corteza de un árbol en el bosque sonoro donde las sombras seducen. Estás ahora frente a mí después de mucho soñarte. Eres la misma y eres otra, más fértil, siempre enigmática. Y debes hacer tu legado: el espejo guardado en tu armario, las flores del labrantío donde laboran las abejas. Y también legarás tus dudas, la venturosa caída a la pasión que suscitas, el resplandor de los ojos en la oscura noche inabordable. Llegaste a la plena feminidad. En nuestro hallazgo te vi los ojos que cintilan como luces en un lago. Tienes el trofeo que enaltece a toda mujer: la sagrada sensualidad, la turbación ante el asedio a tu alma. Despojaste de rubor la expresión de tu rostro, abrazaste todas las ofrendas, y ahora ya no estás a la puerta de una casa ni vigilas el curso de las horas que caen de la torre. De ahora en adelante despertarás con la fuerza de la pasión, y las imágenes que te asedien danzarán en el retablo de El Bosco. Eliges. Eres dueña y todos te rinden honores. Al despedirme y en el regreso a casa, venía ya pensando en la carta que te escribiría para celebrar el encuentro. No pude hacerla con el tono que dejaste en mi ánimo, de confusión y ansiedad. El gran silencioso, el gran transparente abandonó sus brumas para imaginarte otra vez. La palabra de mi carta sería una evocación de algo que nunca sucedió. Te dejo estos sueños que deseo lleves a tu noche. Tuyo,


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