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Crónicas del Olvido
FOSA COMÚN: UN POETA EN OTROS ahora este autor de hoy se encarga de revelar. Poeta/ personajes, son muchas las máscaras que se ha puesto Marcotrigiano para enarbolar el poema que desde la niebla de los cementerios sale airoso.
ALBERTO HERNÁNDEZ
1.-
E
l poeta no es uno. Es otros. Se multiplica en la voz de unos otros que también son poetas, que de alguna manera han dejado libre sus palabras para entregarlas a quien se atreva a pronunciarlas. Y así ha sido desde que el mundo es mundo. Uno y múltiple, canta con el otro, como los otros, pero a la larga también es uno en su estilo pese a tener huesos ajenos. La voz se hace ajena pero a la vez pródiga en símbolos. Digamos, “Fosa común” (Ediciones del Movimiento, Colección Puerto de Escala, Maracaibo, 2015), de Miguel Marcotrigiano, es un libro escrito por unos muertos que han dejado un legado en la inflexión de ese Uno que quiere ser ellos. O ha sido o lo es. El poeta es el otro en la medida en que es uno, pero también muchos. Una fosa común es un espacio donde se comparten la eternidad y el silencio. Un osario también contiene la búsqueda y la curiosidad por saber de quiénes son esos despojos: Huesos, voces, lápidas, nombres y apellidos que fueron parte de portadas de libros, porque muchas veces la portada de un libro es también una lápida, la cara fría de un título o la memoria cesante de un alguien que dejó marcados sus datos vitales para la posteridad o para el olvido. También en el polvo de los lomos, en la visión numerada o abecedaria de un estante donde se perciben la espera, la permanencia de las lápidas sobre sus autores. Marcotrigiano hizo de un cementerio la voz multiplicada de unos “cadáveres” que hablan a través de él. De unos muertos que respiran en sus poemas, los que con-
Cerremos la tumba con esta lápida/ portada: Gottfried “Sé que este libro que escribo me lanzará a la riesgosa fama del escándalo tal y como ocurrió con Charles o con Gustav
forman una tumba verbal, poética en tanto pasión por lo que dejó escrito el otro y, desde ella, desde la fosa, desliza los versos de su historia. 2.Son treinta los poetas sacados de la fosa. Son treinta nombres que hilan las hojas de este poemario en el que la voz de Miguel Marcotrigiano aparece como un adiós en cada una de estas voces. Aquí están, entre otros, Carlos Drummond de Andrade, Gottfried Benn, Wystan H. Auden, Baudelaire, Borges, René Char, Gombrowicz, Walter Benjamín, José Agustín Goytisolo, Pavese, el Poeta desconocido, Kawabata, Kimitake, Virginia Woolf, Edgar Lee Master, Silvia Plath, Montaigne, Celan, Teresa de Ahumada, Eliot, Rilke, Mallarme y Rimbaud. Cada uno canta desde su muerte, desde el lugar donde está enterrado, desde la lápida que lo identifica. Cada
poema, como afirma Adalber Salas en una zona del poemario, es “Una soledad que se parece, no por azar, a la que llevan los fantasmas”. Es decir, se trata de un libro lleno de ausencias, pero de ausencias ecoicas. Un ejemplo lo tenemos en “Thomas”: “Todas estas voces me atormentan porque ellas forman solo una y no logro distinguir la mía del tránsito de sus ideas” (…) “-las voces siempre provienen del pasado-“. 3.Este viaje plural por la muerte destaca el enunciado de un yo lejano, escondido detrás de la palabra de cada uno de los poetas que emergen de la tumba. Así, Marcotrigiano conmemora, pero a la vez celebra su condición de portador de la voz de quienes pudieron pronunciar las palabras que
(uno de ellos susurra en alguna de estas páginas) Pero no es la gloria lo que persigo sino algo más sutil ver el rostro de la eternidad la vida allí donde se oculta vecina a la nada (…)” 4.Fosa o tumba, lápida o portada, los poemas de este libro develan la intención de quien los escribió: ser uno, pero a la vez ser otros. Uno y múltiple desde el silencio. Cuerpo ausente, la poesía no deja de ser parte de un cementerio desde donde salen todas las palabras, porque el deslave del tiempo amontona las hojas de todos los árboles y de todos los libros, cuyas nervaduras Marcotrigiano usó para imaginar la eternidad con todos sus lectores. El poeta no es uno. Son los otros que escriben desde sus lápidas.
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No todos los caminos llevan al Oscar (Nota sobre las obras nominadas a mejor película 2015) MAIKEL RAMÍREZ
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irdman, de Alejandro González Iñárritu: tributario del Alfred Hitchcock más experimental (La soga), Iñárritu radicaliza la técnica del plano secuencia para contar la historia de un exactor de películas comerciales, entre ellas la serie del superhéroe Birdman, empeñado en demostrar que puede alcanzar registros dramáticos en Broadway. Iñárritu resuelve con autoridad las dificultades que conlleva rodar en plano secuencia en cuanto a movimientos de cámara, exteriores y sincronización de las intervenciones de los actores, entre otros latentes escollos. El director mexicano tiene méritos al sustraer interpretaciones vigorosas de actores que habían sido encasillados en los estereotipos del cine veraniego. Birdman, si prestamos atención, propone una variación de los filmes de historias múltiples y simultáneas de la filmografía de Iñarritu (Amores perros, 21 gramos, Babel). Selma, de Ava DuVernay: las violentas protestas contra del racismo, registradas a finales de 2014 en Estados Unidos, ratifican que un filme como este nunca es materia caduca. Esta cinta de corte histórico se centra en las marchas multitudinarias y variopintas que Martin Luther King promovió para lograr el derecho de los afroamericanos al voto. David Oyelowo (Martin Luther King) ofrece la actuación vivaz que el personaje requiere. Entre otras cosas, encontramos discursos memorables por su elocuencia y elevación moral, segmentos en que la ralentización de la imagen y la música crean la atmósfera propicia para acercarnos al drama histórico que los personajes padecen y se vuelcan a modificar.
Boyhood, de Richard Linklater: su realismo se fundamenta, en sustancia, en un rodaje de doce años, en el que el pequeño Mason (Ellar Coltrane) se transforma en hombre. Por igual, los otros personajes manifiestan el paso de los años. Esta condición, cabe suponer, obligó a que Linklater prescindiera de un guión establecido. Aunque su argumento no es grandilocuente, no nos engañemos, pues Boyhood contiene las características de una familia, sobre todo norteamericana, de nuestro siglo y, por otro lado, manifiesta como ese estado de cosas (diversos padrastros y madrastras, por citar un par de elementos) influyen en la formación de la subjetividad de los infantes. El espectador podrá disfrutar de una estupenda banda sonora, con temas como, pongamos por ejemplo, Yellow, de Coldplay. Whiplash, de Damien Chazelle: el cine representa el acto de enseñar, por un lado, como una muestra de generosidad y empatía, que puede ilustrarse con el pro-
fesor Keating (Robin Williams) de La sociedad de los poetas muertos, de Peter Weir; por otro lado, como un dictamen totalitario e irracional, como sucede con profesores y alumnos del filme If, de Linsay Anderson. Acá, Terence Fletcher es un instructor del segundo tipo, en una interpretación magistral del veterano actor J.K. Simmons, que le ha permitido acumular varios premios como mejor actor secundario. Se trata de que el soñador joven Andrew (Miles Teller) quiere convertirse en un gran baterista del jazz, pero se topa con el genial y, por encima de todo, violento y déspota Fletcher. Con todo y sus paradojas, las venganzas producirán beneficios para ambos. Vale destacar su buena edición y su buena banda sonora. El Gran Hotel Budapest, de Wes Anderson: como Chaplin, Anderson es capaz de enternecernos aun cuando nos presenta una historia desoladora. En este filme, pasamos de un hermoso cuento de hadas a la decadencia del Hotel Budapest, esto es,
la pérdida de la inocencia, la imaginación y la utopía. En rigor, Anderson emplea su estilo personalísimo (zooms rápidos, paneos que empalman planos, travellings extendidos) para hablarnos del arribo de los totalitarismos y su condición abarcadora de la vida humana. Como es usual en su cine, los jóvenes actúan como adultos y viceversa. Es una genuina pieza artística. La teoría del todo, de James Marsh: Asistimos al trágico deterioro físico de uno de los genios de la ciencia de nuestro tiempo, Stephen Hawking, causado por una enfermedad motorneuronal que padece desde sus años de estudios en Cambridge. Este biopic está inspirado en un libro escrito por Jane Hawking, exesposa del físico inglés. Sostengo que dos aspectos son claves para el funcionamiento de esta pieza: uno, la emotividad que produce en el espectador por medio no solo de la anécdota, sino de planos que transparentan la felicidad de Hawking y luego su
drama; dos, una actuación contundente de Eddie Redmayne, que apunta a granjearle el Oscar como actor principal. Su mimetización evoca la transformación física de Daniel Day-Lewis en Mi pie izquierdo, de Jim Sheridan. El francotirador, de Clint Eastwood: según el crítico de cine mexicano Naief Yehya, los filmes bélicos son dicotómicos: unos celebran la guerra, mientras que los otros se le oponen. El francotirador, sin duda, pertenece al primer renglón. De allí toda la polémica que ha arrastrado desde su estreno, siendo acusado Eastwood hasta de propagandista nazi por parte de un sector contrario a la guerra. Con todo, a este filme no la ha ido nada mal en taquilla. El argumento versa sobre un francotirador que mató a más de cien personas en Irak, y que resultó asesinado por un excombatiente norteamericano con trastornos mentales. Por lo que me atañe, la siento deslucida en sus momentos de batalla. En definitiva, no la incluiría entre las mejores obras de Eastwood. El juego de la imitación, de Mortem Tyldum: al igual que Oscar Wilde, el matemático y criptoanalista Alan Turing conoció de cerca la condena por ser homosexual en Inglaterra. Esta es la segunda cinta que revisa la vida de un científico, aunque, es justo decirlo, se trata más bien de la importancia de Turing (Benedict Cumberbatch) para descifrar los códigos de Enigma usados por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Este filme goza de buen ritmo, buena dirección y una actuación grandiosa de Cumberbatch. Cabe recordar, a manera de invitación a la lectura, que el boliviano Edmundo Paz Soldán escribió El delirio de Turing, novela inspirada en el precursor de la computadora.
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PAUL AUSTER - DESAPARICIONES 1.
6.
A partir de la soledad, él empieza de nuevo como si fuera la última vez que respirase, y por lo tanto es ahora cuando respira por primera vez más allá del control de lo singular.
Y de cada cosa que él ha visto hablará -la cegadora enumeración de piedras, incluso hasta el momento de la muerte-, aunque sólo sea porque habla.
Él está vivo, y por lo tanto no es sino no lo que se ahoga en el insondable hueco de su ojo, y lo que ve es todo lo que él no es: una ciudad de lo indescifrable, y por lo tanto, un lenguaje de piedras, pues sabe que en el total de la vida una piedra dará cabida a otra piedra para hacer un muro y que todas esas piedras formarán la monstruosa suma de pormenores.
Por lo tanto, él dice yo y se cuenta a sí mismo en todo lo que excluye, que es nada, y porque él es nada puede hablar, lo cual es decir que no hay escapatoria de la palabra nacida en el ojo. Y fuera él o no a decirlo, no hay escapatoria.
2. Es un muro. Y el muro es muerte. Ilegible garabato del descontento, en la imagen, y en la imagen posterior, de la vida; y los muchos están aquí aunque nunca hayan nacido, y también aquellos que hablarían para darse a luz a sí mismos. Él aprenderá el habla de este lugar. Y aprenderá a morderse la lengua. Pues ésta es su nostalgia: un hombre. 3. Oír el silencio que sigue a la palabra de uno mismo. Murmullo de la mínima piedra tallada a imagen de la tierra, y que los que hablen no sean sino la voz que los habla al aire. Y él contará de cada cosa que vea en este espacio, y se lo contará al muro mismo que crece ante él: y para esto también habrá una voz, aunque no será la suya. A pesar de que él hable. Y porque sea él el que hable.
4. Están los muchos, y están aquí: y por cada piedra que él cuenta entre ellos se excluye a sí mismo, como si también él empezara a respirar por primera vez en el espacio que lo separa de sí mismo. Pues el muro es una palabra. Y no hay palabra que él no cuente como una piedra en el muro. Por lo tanto, él empieza de nuevo, y a cada instante que empieza a respirar siente que nunca hubo otro tiempo, como si en el tiempo que ha vivido se encontrara a sí mismo en cada cosa que él no es. Lo que respira, por lo tanto, es tiempo, y él sabe ahora que si vive es sólo en lo que vive y seguirá viviendo sin él. 5. En la faz del muro él adivina la monstruosa suma de pormenores. No es nada. Y es todo lo que él es. Y si él no fuese nada, déjenlo entonces empezar donde se encuentre a sí mismo, y que, como cualquier otro hombre, aprenda el habla de este lugar. Pues también él vive en el silencio que viene antes de la palabra de sí mismo.
7. Está solo. Y desde el instante en que empieza a respirar, no está en ningún sitio. Muerte plural, nacida en las mandíbulas de lo singular, y la palabra que construiría un muro a partir de la piedra más interna de la vida. Por cada cosa de la que habla él no es, y a pesar de sí mismo, dice yo, como si también él empezara a vivir en todos los otros que no son. Pues la ciudad es monstruosa, y su boca no experimenta ninguna cuestión que no devore la palabra de uno mismo. Por lo tanto, están los muchos, y todas esas numerosas vidas talladas en las piedras de un muro, y quien empiece a respirar aprenderá que no hay dónde ir excepto aquí. Por lo tanto, él empieza de nuevo como si fuera la última vez que respirase. Pues no hay más tiempo. Y es el final del tiempo lo que empieza. De: (Disappearances: Selected Poems, 1988)
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ORDENACIÓN FUGAZ DE LA MEMORIA Manuel Cabesa Hoy, esta noche, me reúno a solas con todo lo perdido… José Emilio Pacheco
I. He aquí que mi sombra se mira en el espejo y me devuelve la imagen del que ya no soy del que vive a extramuros a expensas de los recuerdos ajeno a toda circunstancia perdido en el gesto
Alberto Durero
disperso entre las cenizas y las palabras II. Efímera edad frágil aleteo de días acumulados el tiempo se entreabre como párpados en la memoria como flores evaporadas ante la claridad medianera abismo nocturno donde reposa la existencia
III.
IV.
V.
Toda palabra es un despertar
Qué trazo separa la memoria de la sombra
Y el amor como el pasado nos resulta trágico o imposible
fragmento sumergido que la transparencia ensombrece
el pasado revive fugaz en la calidez del reencuentro
también la amistad se resguarda en el misterio
espacio escrito línea abierta frágil nudo apenas entrevisto a ras de la penumbra cotidiana
algo / ¿alguien? voz o presencia nutre las estaciones del tiempo transcurrido
ambos una especie de secreto compartido como el poema aún así una imagen los contiene y una palabra nos recuerda que somos efímeros como el amor como la vida.