Jesús Leonardo Castillo
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JLC13102004
El Sistema de Imprentas Regionales es un proyecto impulsado por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura a través de la Fundación Editorial El perro y la rana, con el apoyo y la participación de la Red Nacional de Escritores de Venezuela. Tiene como objeto fundamental brindar una herramienta esencial en la construcción de las ideas: el libro. Este sistema se ramifica por todos los estados del país, donde funciona una pequeña imprenta que le da paso a la publicación de autores.
División zombies © Jesús Leonardo Castillo El libro hecho en casa. Serie Crónica © Para esta edición: Fundación Editorial El perro y la rana Sistema Editoriales Regionales Red Nacional de Escritores de Venezuela Depósito Legal: DC2019000280 ISBN: 978-980-14-4431-2 Plataforma del Libro y la Lectura: Jairo Brijaldo Diagramación Jesús A. Castillo O. Consejo Editorial: Asociación de Escritores de Yaritagua Mariela Lugo Rosa Roa Aurístela Herrera Orlando Mendoza Luisana Zavarse Moraima Almeida, Be lkis de Moyetones José Ángel Canadell Rosner Carballo Blanco Diosa George Jesús A. Castillo O.
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1 Lucia ya había caminado por aquel pasillo una que otra vez, pero ahora era diferente, se sentía diferente. Era muy tarde. Todo estaba en penumbras, con oficinas cerradas. Por alguna que otra razón de trabajo lo había transitado. Hizo un esfuerzo para controlarse. Sentía miedo. Rogaba que todo fuera un error. Pero en el fondo, sabía que se mentía a sí misma. Empujó las puertas de madera. Le invadió el desagradable olor a formol y esa sensación de que se impregnaba en la piel, en la ropa, el cabello, la respiración, se fijaba en la mente y no desaparecía en días. Le recibió aquel hombre regordete, de bata blanca, entrado en años, indiferente ante la muerte, saludándole con una simple inclinación de la cabeza, limitándose a señalarle el fondo del salón. El cuerpo yacía sobre la plancha de acero inoxidable. Le pareció mucho más delgado. Se le veía extraño sin sus anteojos, con su piel de color terroso, como un muñeco de cera. Caminó con lentitud hasta el mesón. Los dedos de Lucía rozaron el dorso de la mano suavemente. La sensación fue desagradable, no era humana.
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Le fallaron las piernas. Se tuvo que sostener con el mesón para no caer. Manos amables la sostuvieron. Lucía no apartó la vista de aquel cuerpo. -Disculpa la tardanza niña –El viejo le habló al forense¿Causa del fallecimiento? -Herida punzo cortante a la derecha del pectoral izquierdo. Eso causó… -Se lo que causa –Le interrumpió- Gracias. -Viejo… -Dime niña. -¿Leíste el informe? -Robo. Vehículo, documentos, dinero, prendas. -Hay que investigar. -Sabes que nosotros no hacemos eso. -Pero… -Pero nada –Le interrumpió- No podemos involucrarnos en estas cosas. Vámonos, tenemos que irnos. -¿Sabes una cosa? –Se le quebró la voz- Uno cree que se acostumbra a esto. Pero cuando llegue aquí, sentí miedo. Ese restaurant era su lugar favorito… Le gustaba mucho. Decía siempre… -Muchacha –Le interrumpió el viejo- Vámonos. Sabes que no podemos encontrarnos con su familia y ya mandé a llamarlos. -Pero… -¡Pero nada por dios! ¿Qué vas a decir? ¿Cómo explicas que te enteraste? ¡Y a esta hora!... –El viejo se calmó-
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Vámonos. Espera a que te llamen. -Sabes que no me van a llamar. -Alguien lo hará –Le consoló- Ven acá hija. Ella trató de impedir el abrazo sin mucha resistencia. Aquel hombre de aspecto duro, apoyado en un bastón, le ofreció su hombro. -Él era el único… El único… -Lo sé muchacha. Lo sé. Así fue como Lucía Barrientos se despidió del hombre que le había mostrado un mundo diferente, con un llanto grabado a fuego, con un amor que se perdió ese día. 2 El Comisario Diego Gutiérrez entro en su oficina al paso que le permitía su bastón, soportando el dolor que se le había vuelto rutinario ya. Sus jeans desgastados, la franela negra y el pequeño bolso en la cintura contrastaban con el joven de traje, parecido a uno de esos abogados, salidos de tres generaciones de familia que estaba sentado frente a él, absorto en su celular, esperándolo. Se dejó caer en la butaca y tiró el bastón dentro de la papelera al alcance de su mano, con la mayor indiferencia. -¡No te levantes para saludarme hijo!... Si se te ocurre pararte firme y llamarme por mi jerarquía, te saco de
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la oficina de una patada por el culo. Dime jefe o viejo, como todo el mundo. Aquí no se usan jerarquías. Mientras el viejo hojeaba el expediente, el joven paseaba su vista por la oficina. Solo archivos y cajas, todo impersonal. -¿Terminaste? –Preguntó sin quitar la vista de los documentos a través de las gafas bifocales- ¿Te gusta lo que ves? -¿Perdón? -Que si ya terminaste de estudiarme. ¿Estás haciendo tu trabajo? -¿Qué quiere decir? -Nadie busca ingresar acá. Yo personalmente me encargo del reclutamiento. Aquí no hay medallas, ascensos o felicitaciones… Quizá alguno que otro bono –Sonrió- jamás olvidamos lo que hacemos aquí ni por qué lo hacemos. Y ni creas que porque el ministro en persona me llamó, estoy obligado… ¿De verdad quieres trabajar aquí? -Así es…Jefe. -Te investigué. Vienes de asuntos internos. ¿Vienes a espiarnos? -No. -Vete de aquí. Vamos, no me mires así. Busca a tu papi para que te ayude. -¿Cómo dijo? -Estoy seguro que tú papá te habló sobre mí, y no
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bien, supongo. -Es verdad. Oí lo peor de usted. -¿Sabes cómo nos llaman? –El negó con la cabeza- La división zombi. Si estás aquí, es a prueba –El joven asintió, mientras el viejo lo señalaba con el dedo- Aquí hay que meterse en la mierda y uno sale embarrado. Los únicos que se meten el en fango y salen impolutos son los cisnes. Dime hijo, ¿eres un cisne? -¡Váyase a la mierda! El viejo reía de buena gana, mientras sacaba una pistola del escritorio. Puso una bala en la recámara sin quitarle la vista de encima. El joven mostró algo de nerviosismo. -Tú arma. -¿Qué? -Dame tú arma. La sacó de su funda con lentitud, colocándola sobre el escritorio. El viejo la tomó, deslizando la otra frente a él. Este la tomó, manipulándola como un conocedor. Era una pistola calibre cuarenta y cinco de diez tiros, de modelo compacto, sin seriales visibles. -Es un arma no controlada. Vamos a ver si estás dispuesto a embarrarte –El viejo miró su aspecto con desagrado- Quítate ese corte de cabello, pareces policía, rápate, tatúate, pero elimina ese aspecto. -Bien. -Eso lo vamos a ver.
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3 “Limbo” era el lugar de moda, donde jóvenes y no tan jóvenes, solos o en pareja, llegaba para pasarla bien. Solo se requería dinero. Y si el cliente lo necesitaba, discreción absoluta. El edificio era un antiguo galpón industrial remodelado, con un gran estacionamiento en sui parte posterior, ajeno a la vista de curiosos. Solo los dos primeros niveles eran para el público en general: Música de moda, bailarines para ambos sexos, eventos, todo muy legal. El tercer piso eral el área V.I.P., al cual solo se podía tener acceso con una membresía o una recomendación especial. Era un prostíbulo clandestino donde se saciaban los más bajos instintos en toda clase de juegos: Orgías, tríos, boundage, fetichismo, juegos de rol, al natural o combinado con sustancias químicas como LSD, éctasis. Incluso había personas en la planta baja que usaban estas sustancias para seducir jovencitas y subirlas bajo engaño a los pisos superiores. Si algo se salía de control, el dinero era la panacea, pues siempre se sacaba provecho de las relaciones de poder y los contactos políticos. Si el involucrado no tenía como solucionar el problema, desaparecerlo era lo más fácil, ya que esa área era frecuentada por
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jueces, fiscales, gente de poder. Nadie recordaría haberlo visto. Nadie lo buscaría. Pasaría a la larga lista de desaparecidos a los que solo unos pocos sufren y piensan, hasta que el olvido los arrope. Los policías que patrullaban el área recibían suculentas propinas por hacerse de la vista gorda durante los “allanamientos” de rutina, los cuales eran avisados con tiempo y nunca pasaban del segundo piso. El último piso era otra cosa: Aislado, silencioso, vigilado. Era el área de negocios para las drogas, la prostitución y el contrabando. Fungía de dueño un inmigrante ruso. Decía llamarse Andrev Gaspodin (Señor Andrev en ruso), el cual no era su verdadero nombre. El mismo contaba que había llegado con sus padres durante la segunda guerra mundial desde Odessa. Aunque si provenía de Odessa, en realidad no era un hijo de inmigrantes, sino un ex agente de la antigua KGB, con grandes conexiones con la mafia rusa y cuentas pendientes con sus antiguos camaradas, por lo que hace tiempo que había arreglado su “muerte”. El cuarto piso era su hogar y oficina. Toda compra grande, venta o distribución pasaba por allí antes de salir a la calle. Era el lugar favorito de los tratantes de blancas con mercancía nueva, carne fresca llena de necesidad y hambre o la aguja o el químico para saciar sus venas.
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Era el lugar para los jóvenes, para los ancianos con poder, para darles vida a los demonios de los pecados capitales, a la lujuria, a la gula, al vicio y la depravación. Andrev Gaspodin jamás salía de allí. Temía que si alguien lo relacionaba con su antiguo yo de la unión soviética, la muerte no iba a ser fingida esta vez, y él sabía que el FSB, la nueva KGB, tendría reservado para él algo más que la muerte por envenenamiento tan típica de los espías detrás del antiguo bloque comunista. Se podía decir que “Limbo” era la antesala de las puertas del infierno. Allí las almas desaparecían, los sentidos se embotaban, bien fuera con piel, con la aguja en una cómoda y gruesa alfombra, con luces tenues que giraban y música electrónica, dejándose llevar, mientras una mujer semidesnuda (Una enfermera contratada por una millonada), se aseguraba que la dosis fuera la exacta y acariciaba el rostro y los cabellos de los clientes, hombres o mujeres, a fin de que el viaje fuera placentero. Jamás habían perdido un cliente por sobredosis. Eso garantizaba un mercado rentable para la empresa. En el caso de la trata de blancas, Gaspodin prefería aquellas que tuviesen necesidad de dinero o drogas. Aquellas que eran forzadas, prefería servir de “depósito”, hasta que eran trasladadas a un lugar más hostil que nada tenía que ver con él. Eso le había
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garantizado mantenerse en el anonimato. Andrev Gaspodin se sentía preparado para todo. 4 El ruido del camión al pasar la hizo abrir los ojos, como todos los días. Ya eran las tres de la mañana. Se preparó para esperar el amanecer. Se ejercitó a fondo durante dos horas, desde pesas, ejercicios de fuerza, hasta golpear el saco con manos y pies hasta el cansancio. Luego de una ducha, se vistió de franela y zapatillas de deporte. Un bolso grande le sirvió para guardar lo que iba a usar para la noche. Al salir pasó frente al retrato donde ambos aparecían abrazados, sonriendo, felices. Frente al retrato como parte de la decoración estaba una bala de gran calibre, pulida y brillante. Debía apurarse. En la tarde tenía cita en la peluquería. Ese era el día que esperaba desde hacía meses. La noche era en el “Limbo”, como todos los viernes, intensa, frenética, llena de risas de los jóvenes que iban a disfrutar de la música electrónica y los no tan jóvenes que iban a disfrutar de una buena compañía. A pesar del aire acondicionado, la gente se acaloraba en la pista, con el movimiento de sus cuerpos, llevados por el ritmo de las luces y los sonidos, con aquellos
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ritmos que atravesaban la piel y retumbaban en sus cuerpos. En la barra las bebidas iban y venían. No cabía una persona más, por lo que se vieron en la necesidad de negarle el paso al público por falta de lugar. Ajeno al escándalo, Andrev Gaspodin revisaba sus cuentas, mientras contaba los paquetes de drogas apilados sobre una mesa. Algo llamó su atención. Había tres paquetes apartados del resto. -¿Y estos paquetes Ari? Ari Orlov, su segundo y guardaespaldas separó los paquetes con coquetería. A pesar de sus dos metros diez de altura y sus ciento treinta kilos de peso, con brazos musculosos y gruesos como pilares, era sensible como una niña mimada, que jamás se preocupaba por disimular su condición sexual, que a André le era totalmente indiferente. Peros sus gestos dulces y amanerados ocultaban a alguien de cuidado. Circulaban rumores entre los conocedores que en más de una ocasión le había roto el cuello a alguien con sus propias manos. -Ari… -Se quejó, alzando la voz, apenas, sin quitar la vista de la lista que estaba leyendo- ¡Ari! -¿Uhmm? -Aterriza Ari… ¿Para quién son esos paquetes? -¿Esos tres? –Señaló con un índice absurdamente coqueto en aquella mano corpulenta- Son para el niño
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rico… Me está esperando afuera. -¿Y ese “niño rico” es confiable? -Hasta ahora sí –Habló con voz profesional- Lo investigamos. Llega, compra, paga y se va. Paga en billetes de baja denominación. -¿A quién vende? ¿Distribuye? -A nadie. Es uno de los organizadores de fiestas “rave” más populares del oriente del país… Es un hijito de papá… ¡Es tan lindo! –Hizo un gesto de decepciónAunque se lo están llevando los diablos. Pero se puede aprovechar. Se dice que se mueve en ciertos círculos. -Averígualo: Padres, amigos, estudios, trabajo, todo. -¿Y si no hay nada útil? -Que consuma hasta que se reviente –Dijo, encogiéndose de hombros. -También voy a averiguar sus gustos… ¿Quién sabe? -Déjate de tonterías Ari. Dedícate a cuidar el negocio –Le pasó una carpeta- Termina de chequear el inventario pésalo y guárdalo. Ari miró disimuladamente el monitor por donde miraba al joven de su admiración, que se encontraba en la habitación contigua que servía de recepción, a la que solo se podía acceder a través de una puerta d metal con cerradura eléctrica. La recepción no era un lugar simple: Grandes muebles acolchados de cuero blanco, contrastaba con la gruesa alfombra de animal print, imitando la piel de cebra.
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Del techo colgaban grandes lámparas chinas de papel de color blanco y enormes jarrones con detalles en negro y dorado. De las paredes colgaban hermosos tapices egipcios. Tirado en el mueble, más que estar sentado, un joven esperaba su mercancía. Sus ojos estaban vidriosos y tenía la mirada perdida. Un delgado hilo de saliva le salía de una de las comisuras de sus labios, brillando en su barba desaliñada. Estaba en otro mundo. Vestía una costosa cazadora de cuero italiana, una camisa de seda de color verde, jeans y botas de cuero. Toda la ropa le quedaba grande, como si no le perteneciera. Aunque la ropa estaba limpia, de su cuerpo emanaba un olor de dejadez mientras esperaba con los brazos extendidos a todo lo largo del espaldar del mueble de la recepción. La cerradura eléctrica lanzó su pitido habitual antes de que la puerta se abriera. Al ceder, dio paso a un pequeño grupo: Primero entraron dos hombres trajeados de gris que aseguraron el área y que les pareció que aquel pobre desgraciado no ofrecía peligro alguno. Le hicieron señas al que parecía ser su jefe, trajeado en un costosísimo armani a la medida, acompañado de una despampanante mujer. No era muy alta. Aún en botas de cuero, con la puntera y el tacón aguja en acero, con una minifalda brevísima, que le permitía lucir sus hermosas piernas, duras y
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bien torneadas y una blusa con escote que dejaba muy poco a la imaginación. En su hombro izquierdo colgaba una cartera ridículamente pequeña con una fina cadena de metal, haciendo juego con su cinturón. A pesar del aspecto, su caminar no era vulgar, sino que caminaba en cadencia, como en una danza. Tenía un rostro hermoso, casi infantil, fuera de lugar con aquel atuendo. El joven tirado en el mueble regresó de la nebulosa donde su mente se encontraba, para prácticamente mirar debajo de su falda al pasar. Estiró el brazo con lentitud desde atrás, justo entre sus piernas, abarcando con su mano desde sus nalgas hasta el sexo, al tiempo que balbuceaba una palabra: -¡Culo! La joven lanzó un grito asustada y se armó un escándalo. El hombre de traje de armani lo cogió por la cazadora y zarandeaba, mientras le gritaba toda clase de improperios en un idioma que este parecía no entender. Terminó por arrojarlo sobre el mueble, mientras sus guardaespaldas lo apuntaban con sus armas. Trató de ponerse de pie, pero lo dejaron de rodillas con las manos alzadas, mientras que trataba inútilmente de alejar su cabeza del cañón de una de las armas y la mujer gritaba histérica al ver las armas. La puerta de la oficina de Andrev se abrió de golpe y este salió, luego de ver por el monitor lo que estaba
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sucediendo. Ahora ambos hombres se gritaban, mientras Andrev señalaba a los escoltas. El hombre de rodillas en al piso, las manos alzadas y el rostro en el suelo solo atinaba a gritar: -¡Tranquilos, tranquilos, que yo tengo novia! ¡Yo tengo novia! La mujer se abrazaba a su compañero casi hasta sofocarlo. Este molesto, le propinó un empujón, haciéndola caer sobre la alfombra, dejando al descubierto algo más que sus hermosas piernas. Uno de los guardaespaldas no pudo evitar desviar la mirada para admirarla. Ella trataba inútilmente de cubrirse, mientras recogía las cosas que se habían salido de su bolso, el cual había perdido una de sus costuras interiores. De este había salido un aparato no mayor que una tarjeta, el cual emitía una luz verde. El escolta al notarlo se alertó, pues sabía de qué se trataba: Era un sofisticado aparato transmisor y caminó hacia ella con intención de detenerla. Ya las piernas y su entorno habían perdido importancia. Fingiendo naturalidad, lo metió en el bolso, mientras la luz cambiaba de verde a rojo. Ella musitaba: -¡Perdón!... Estas condenadas botas. Lo que ocurrió pasó en segundos, parecía que en cámara lenta: La joven cambió su actitud sumisa y atacó: Usando la aparentemente endeble correa de su bolso lo atacó enrollándola en su muñeca y halándolo
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hacia ella, al tiempo que sacaba de su cinturón una pequeña manopla forrada en caucho, que se amoldaba perfectamente a su puño, impactándolo justo en el plexo solar. Este cayó al piso sin respiración, mientras su pistola rodaba por la alfombra. El joven drogadicto salió de su letargo: Agarró el brazo de su ponente para apartar el arma de su cabeza, al tiempo que trataba de doblegarlo. Forcejearon y el arma se disparó. El escolta cayó muerto, pero no fue por accidente. El disparo dejó a todos petrificados. El guardaespaldas que estaba tirado en el piso recuperó el resuello y trato de sacar un revolver del interior de su saco, pero apenas le quedó en la mano. La bala que lo mató le entró por el pómulo derecho, saliendo por el lado izquierdo de la nuca. El hombre de traje armani desenfundó un magnum 357. Recibió dos disparos en el pecho que lo mataron en el acto. La joven en minifalda apuntaba con una pequeña pistola de dos tiros calibre cincuenta. Andrev Gaspodin la miraba asombrado, recibiendo una patada en los testículos que lo dejó doblado de dolor. Lo último que vio fue la manopla de caucho, antes de perder el sentido. La joven en minifalda y el drogadicto quedaron allí en pie, apuntándose. Este le sonrió, hablándole con claridad: -Ya no tienes balas.
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En ese momento la puerta detrás de la mujer se abrió de golpe y esta fue arrojada por los aires, golpeando la pared y afortunadamente cayendo sobre el mueble, lanzada por Ari. -¡Te voy a matar, perra! Un disparo rozó su cabeza y otro le dio justo en el pecho. Desde el mueble la mujer le había disparado con otra arma idéntica, extraída de una de sus botas. La hermosa alfombra de piel comenzó a llenarse de sangre. Volvieron a apuntarse. Él le hizo un gesto con la mirada y ella se acomodó como mejor pudo, la breve falda, poniéndose de pie, sin dejar de apuntarle. -¡Baja el arma! -¡No! ¡Bájala tú, que no tienes balas! -Mira, no estoy para jueguitos –Insistió ella- ¡Baja esa maldita pistola! -¡Baja la tuya!... Mira, yo soy policía… ¡Baja esa pistola, carajo! La puerta detrás de ellos estalló, partiéndose en dos. Ambos quedaron en el piso, aturdidos por las granadas de choque. Manos hábiles y rápidas lo desarmaron y ataron con tiras de plástico, mientras se encontraba boca abajo, con una rodilla en su espalda. Luego lo amordazaron con cinta adhesiva. Trató de ver que estaba pasando desde esa postura.
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Todos los hombres vestían uniformes negros, además de chalecos y pasamontañas. Andrev Gaspodin recibió una inyección directo en la vena yugular y la cabeza fue cubierta con un pasamontañas al revés, para dejarlo en total oscuridad. Semi inconsciente, solo escuchaba sonidos confusos. El grupo se introdujo en sus oficinas. Varios documentos fueron rápidamente fotografiados, otros guardados y otros quemados en la papelera. A las computadoras les fue copiado su contenido. Uno de ellos localizó la caja fuerte escondida en la pared usando un detector portátil de metales. De su uniforme sacó una máscara antigás y dos ampollas de vidrio con un líquido aceitoso en su interior. Rompió la primera sobre la cerradura y no pasó nada, hasta que rompió la segunda. El metal comenzó a producir un siseo al corromperse el metal, mientras un humo tóxico se desprendía de la reacción. Con una pequeña maza de goma golpeó la cerradura y esta cedió al impacto. Finalmente uso una palanca corta para abrirla. Metió en un bolso toda la documentación que encontró, y en un bolso aparte los enormes fajos de dólares que encontró. Sobre toda la droga apilada colocaron paquetes conectados a un celular con una carga. Todos comenzaron a abandonar rápidamente el lugar. Uno de los uniformados cruzó por los aires, estrellándose
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contra uno de los jarrones, destrozándolo. Otro recibió un disparo directo en el corazón, salvado apenas por el chaleco antibalas. Ari Orlov, bañado en sangre había recuperado el conocimiento. Alguien desplegó un bastón telescópico de combate, rompiéndole la muñeca, quitándole la pistola, pero eso no lo detuvo. Lo sujetó con la otra mano, agarrándolo por el cuello, levantándolo hasta que sus botas ya no tocaban el piso. Sus ojos estaban desorbitados de odio, con el rostro y el pecho lleno de sangre, con las venas de su brazo tensas y los músculos aplicando cada vez más presión. La joven en minifalda no perdió tiempo, se tiró al piso justo detrás de él y le dio una fuerte patada justo en la parte posterior de la rótula. El tacón de acero lo atravesó fácilmente, destrozando el hueso con un sonido que erizaba la piel. Orlov perdió el equilibrio, pero no soltó al hombre, que ya tenía los ojos en blanco, próximo a la muerte. La joven tomó la pistola que estaba en el piso y disparó dos veces a la cabeza. Ari Orlov falleció. Costó mucho zafar su mano del cuello y reanimar al hombre. Alguien dio la orden de salir y uno de los hombres sacó su celular y envió un mensaje de texto. -¡Vamos! En el área VIP, en una de las habitaciones un joven disfrutaba de la visión de una joven, moviendo sus
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desnudas nalgas, arqueando su espalda, mientras hacía un movimiento rítmico con su cabeza. Estaba desnuda, a diferencia del joven que recibía el tratamiento preferencial, que solo tenía los pantalones abajo, pero seguía con la camisa puesta. Al leer el mensaje en su celular, separó con cariño a la muchacha y se subió los pantalones. -¿Qué pasa papi? ¿N te gusta cómo te doy besitos? -Si me gusta –Dijo, mientras arrojaba unos billetes en la cama- Vístete. Esto se va a poner muy emocionante –Salió de allí de inmediato, buscando la salida. En la planta baja, otro hombre leyó el mensaje de su celular. Dejó el servicio de licor que nunca probó, mientras buscaba la salida, fingiendo que se secaba el sudor. En cada una de las áreas cada uno activó la alarma de incendios. En el piso cuatro, el celular conectado a las cargas se activó. La explosión creó una bola de fuego que corrió por todos los pasillos, destrozando la ventanas y calcinando los cuerpos. Las alarmas de los vehículos se activaron y la calle se llenó de gritos. Llegaron las ambulancias, las patrullas de policía y los bomberos. Nadie reparó en las dos camionetas negras que salieron por la parte posterior del estacionamiento del edificio.
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5 Dos bofetadas terminaron de despertar al hombre que ahora estaba sujeto a una silla. Parpadeó varias veces. La luz lo hería en los ojos, un efecto secundario del sedante que le habían inyectado. Sentía la boca como llena de algodones. La luz directo a su cara lo enceguecía, impidiéndole definir lo que había en las penumbras. -Hola, Gaspodin. -¿Quién?... -Viejos amigos, no de la KGB ni del FSB, claro está. -Quiero mi llamada. ¿Dónde está el fiscal? -Aquí no se usa eso… Acostúmbrate. -Tarde o temprano, esto se va a saber. -Con eso contamos. ¿Quieres desayunar? -¿Cómo? –Preguntó confundido- No entiendo. -¡Desayuno! –Dijo una voz cordial- Ya amaneció. Aquí no se usa la violencia… -Quien le hablaba hizo una pausa calculada- Unos días aquí, bien alimentado, con buen sueño… Cuando tus asociados sepan que estuviste aquí… Te podrás ir… -¿Así nada más? -Así nada más… -Su interlocutor saboreaba el momento- Claro, cuando sepan la gran colaboración que nos prestaste, entenderán de tu libertad sin un hueso roto y ni siquiera despeinado. Ese uniforme te
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queda muy bien, por cierto. ¿No te produce nostalgia, coronel?... El único sobreviviente fue el maldito drogadicto… Pensamos que sería útil, pero no… Veremos qué hacemos con él. Fue en ese momento que Gaspodin notó que usaba un uniforme con las insignias de la unidad antiterrorismo. Estaba comprometido. La voz le habló a alguien: -¡Llévenselo a su celda y denle de comer!... Adiosito… Ya en su celda, mientras desayunaba, el cerebro de André Gaspodin maquinaba a toda velocidad. Aparentemente no corría peligro. No recordaba mucho de lo sucedido: La pelea con un distribuidor alemán y sus escoltas, que le traía una nueva madama con un lote de candidatas, aparentementemente deseosas de trabajar sin complicaciones… Luego de eso, el ataque de la joven y luego… nada. En otra habitación, este era vigilado por un circuito cerrado. Las cámaras en la celda no eran visibles. Desde allí, el viejo, acompañado de varios de sus hombres vigilaba la operación. -Vamos a ver al “candidato” Caminaron por un pasillo estrecho y mal iluminado. Allí los alcanzó la joven, que ahora vestía de uniforme. Se había librado del maquillaje y llevaba el cabello en una apretada cola de caballo. -¿Cómo estás hija? -Bien jefe… ¿Para qué trajimos este tipo?... Pensé que
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la cosa era solo con el ruso. -Ya verás… Ya verás… -Estaba hasta el culo de drogas… Me gritó que era policía. Uno vicioso, tal vez. Entraron a la habitación. El joven dormía en un catre, cubriéndose la cara con la cazadora. Se puso de pie al sentirlos llegar. Sin ofrecer resistencia, se dejó sujetar con tiras de plástico por la espalda. -¿Listo? –Preguntó el anciano en tono socarrón. -Listo jefe… -Falta maquillarte. -¿Maquillarme? -Tú sabes, resistencia a la autoridad y toda esa mierda –El muchacho puso cara de amargura- Disculpa hijo –El tono era de cualquier cosa, menos de disculpa. Se encogió de hombros, resignado. Sabía que lo de maquillarse era en sentido figurado. La mujer se abrió paso entre sus compañeros. No la reconoció al momento. Cuando quiso abrir la boca fue tarde. La fuerza del bofetón aplicada en la sien con la mano abierta lo hizo golpear la pared con la cabeza, destrozando un espejo, haciéndose un golpe en la frente. No era grave, pero sí bastante escandaloso. -Eso fue por agarrarme el culo –Todos se echaron a reír- ¡Yo no le veo la gracia! Lo ayudaron a ponerse de pie, con la mirada vidriosa por el golpe. El viejo le sujetó el rostro, miró el corte,
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estudiándolo. Lo remató con un fuerte puñetazo que le sacó sangre por la nariz. -Ahora si está bien maquillado. No es gran cosa, pero está bien. -Parece que ella me hubiese pateado –Balbuceó. Página 15 -¡No seas marica! –Regaño de buen humor- No lo hiciste mal allá… No te dio con el puño cerrado. Acompaña a los muchachos… -Sí señor. Ante el saludo formal, le aplicó un puñetazo en al bajo vientre que le sacó al aire. Hubiese caído al suelo si no lo hubiesen sostenido. -Y una mierda. -¡Perdón jefe! –Dijo mientras tosía. -¡Andando! –Dijo uno, ya en papel- ¡Camina! Andrev Gaspodin estaba poniéndose nervioso, aunque no lo demostraba. Hasta ahora, nadie hablaba de abogado, jueces o juicio, aunque no lo habían tratado mal, pero para él, era el preámbulo de algo mucho más siniestro y retorcido. Una puerta se abrió. El muchacho atravesó el espacio, estrellándose contra el piso, sin poder evitarlo, pues estaba esposado. Entró un hombre de uniforme sin insignias, algo grueso, una mezcla de músculo y grasa. Detrás de él venía otro un poco más alto y delgado. El hombre grueso tomó al esposado por una pierna y
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prácticamente lo levantó del suelo. -Disculpa, ¿te tropecé? ¿Te dolió? Lo dejó caer nuevamente al piso. El hombre más delgado lo ayudó a sentarse en la silla de metal, fijándolo al espaldar con tiras de plástico. El joven tenía el rostro lleno de sangre y la mirada perdida, tal vez por la contusión del golpe. El hombre grueso le dio una bofetada para ver su reacción. Este parpadeó varias veces. El hombre grueso lanzó una carcajada y le hizo señas a su compañero para que lo siguiera, dejándolos solos. Pasaron unos minutos en silencio. Gaspodin aparentaba indiferencia, mientras el otro parecía que trataba de poner su cabeza en orden. -¿Y a ti qué coño te pasa? -Nada –Respondió el joven de mala gana- ¿Quién carajo eres tú? -¿Para qué te lo voy a decir? ¿Cómo no sé yo que no es un truco? -¿Truco? –Preguntó indignado- ¿Eres ciego? ¡Mírame coño!... Lo único que hice fue ir a tú negocio para comprar algo y a distraerme. ¿Y con qué me encuentro? ¡Un maldito trata de matarme por culpa de su perra! -¿Nada más? -Bueno… -Dijo evasivo, bajando la voz- Buscaba algo, fui a comprar algo, tú me entiendes… -No… No te entiendo.
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-¡Pues te quedarás sin entender! ¿Cómo sé que no trabajas con ellos?... ¿De qué te ríes? -¡Muy bueno! –Dijo entre risas el joven- Muy buen truco. Casi me convences. ¡Casi! Así yo hablo, tú hablas, luego me joden, mientras a ti te sacan de aquí. -¿Estás drogado todavía? ¿No me estás viendo? ¡Me jodieron! ¡Me jodieron! -¡Bueno niñas, se acabó la conversación! –Gritó el hombre grueso mientras abría la puerta, seguido de su compañero- Este tórrido romance se acabó. -Los felicito… Estuve a punto de cantar. Pero un tipo como yo no habla así como así. -¿Caer? –Dijo el delgado- ¿A qué te refieres con caer? -Con este tipo –Señaló al joven- Ustedes saben, este que parece golpeado y maltratado. Así yo… El delgado sacó su pistola y corrió el conjunto móvil, colocando un proyectil en la recámara, para luego quitar el seguro. EL ruido del arma causó un profundo silencio, aunque Andrev Gaspodin no estaba muy convencido. -¿Qué vas a hacer con eso? -En los ojos del joven había miedo- Dime que vas a hacer. -¿Tú crees que estamos jodiendo, no? ¿Tú crees que este tipo está con nosotros?... Ya vas a ver. -¡Diles lo que quieren! –Lloriqueaba el muchacho asustado, babeando- ¡Yo solo le compro drogas, pero es solo para las fiestas, nada más! ¡Y no era a él, sino
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a un marico gigante, nada más! -¡Cállate drogadicto de mierda, vendido! –Miró a los uniformados- ¡Y no voy a decir nada! -Lo que creas me sabe a mierda… Vas a ver –El hombre grueso cruzó los brazos sobre el pecho- Vas a ver… El joven atado a la silla estaba paralizado del miedo. El delgado agarró impulso y le dio una patada en el pecho, haciéndolo caer de espalda con todo y silla. Se paró sobre él y le disparó dos veces al pecho. Gaspodin estaba acostumbrado a la muerte, pero no esperaba esto. Vio la tensión de los pies del joven, hasta que quedaron inertes. Pudo escucharlo exhalar un suspiro y morir. El piso comenzó a llenarse lentamente de sangre. El delgado guardó su pistola y el grueso se encogió de hombros, indiferente. -¡Tú ensucias, tú limpias tu mierda, porque yo no! -¡Coño! –Se quejó- ¡De haberlo sabido, no lo quiebro! Lo tomó por el espaldar de la silla y lo sacó a rastras. Gaspodin vio como las botas que el muchacho vestía iban dejando un rastro de sangre en el piso. El grueso cerró la puerta de la habitación. -Yo que tú –Le dijo sentándose frente a él- No espero su regreso… -¿Tú crees que nunca han asesinado a nadie frente a mis ojos? -Imagino que sí, más de una vez. Pero no frente a él, eso es seguro. Estoy segurísimo que se inventará algo
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lento y doloroso. Y creéme, es un tipo muy creativo. Yo no –Se ufanó- Yo creo en huesos rotos, fracturar dedos, arrancar uñas, ese tipo de cosas. -Eso lo he visto mucho. -Pero no algo como él, te lo aseguro –Se burló- No como él… -Tomó un tono íntimo- Una vez nos trajeron a uno, ¡duro como la roca! ¡Un mercenario! –Hizo una pausa- Nos miró con indiferencia. Incluso escupió en este piso. El entró con un bolso. ¡Cómo se reía! -¿Sí? –Dijo burlón- ¿Sus implementos de tortura? -Sí… Un secador, una plancha para cabello, tijeras, esas cosas. -¡Le hizo un feo corte de cabello! -No exactamente. Lo amarró en una silla, como amarró al fiambre que sacó arrastrando. Le cortó los pantalones y luego… Le “plancho” los testículos… Después usó la tijera para hacerle una “circuncisión” y luego… Usó el secador al rojo vivo para parar el sangrado… ¡Pobre!... No duró mucho. Dos horas después el viejo leía las transcripciones de las grabaciones satisfecho. Era más información de la esperada, además de los documentos y material extraído de las computadoras de Gaspodin. -¡Esto está muy bien!... Vamos a arreglar una salida discreta del país. -¿No lo vamos a entregar? –Preguntó el joven, ahora de uniforme sin insignias como los demás- ¿Para qué
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lo detuvimos? -Esto no es ni la policía ni la cárcel. ¡Sin detenidos!... ¿Cómo te sientes? -Me mintió –Dijo con amargura- Dijo que no me dolería mucho. -Sí, mentí. No duele mucho, duele como la mierda –Dijo entre risas y el joven terminó acompañándolo. Horas más tarde, toda la brigada involucrada en el operativo estaba reunida para el cierre del mismo, en el salón cerca del parque de armas. Sobre un mesón reposaban tres grandes bolsos abiertos, mostrando su contenido: Eran visibles las pacas de dólares, envueltos en teflón. -Mañana en la prensa –Anunció el viejo- Aparecerá que en un procedimiento de la policía federal, se incautó gran cantidad de droga en los sótanos de “limbo”, luego del incendio de sus oficinas de Página 18 la planta alta, donde se quemó el resto de la droga y una cantidad no determinada de dinero de circulación nacional, producto de las ventas locales –Todos los presentes se echaron a reír y el viejo hizo una pausa, disfrutando el momento- El ministro se muestra complacido por este resultado, producto de una larga investigación que se llevaba en el más estricto secreto… En su poder reposan en este momento una parte de la información colectada por nosotros, solo
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copias, por supuesto. -¡Jefe! –Gritó alguien- ¡Comience por lo bueno! El novato guardaba silencio, mientras se repartía el dinero entre los involucrados del operativo. Cada quién que recibía el dinero, se retiraba satisfecho. Quedaron a solas. De un termo de plástico el viejo sirvió dos cafés y le extendió uno al joven, que este recibió. EL viejo se dejó caer en un mueble, aliviado de calmar un poco el dolor, mientras tiraba el bastón en un lado. -¿Viste a los muchachos?... Muchos de ellos tienen hijos en la universidad, otros tienen niños recién nacidos, padres en el campo. ¡Hay uno que está haciendo un postgrado en literatura!... La gran mayoría guarda para su vejez. Nadie es un santo, claro. No digo que no hay quién se coja su putica de vez en cuando. Ahora, quiero que te tomes un par de meses, hasta tu próximo trabajo. -¿Un par de meses? -Estás muerto, no lo olvides. Para que sepas, aún quedó dinero guardado… Fingir que se es de los malos es costoso. -¿Por qué me lo dice? -Haz hecho tu parte bien estos meses, con la infiltración y establecimiento de una operación en paralelo de la nuestra. No titubeaste a pesar de lo difícil de la misión. Gracias a eso, Lucía está bien. Ella sabe cuidarse, pero
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este es un trabajo muy riesgoso –Hizo una pausa y sirvió dos cafés más- Quería comentarte, o más bien, preguntarte antes de darte tu parte. -Usted dirá. -Tengo entendido que tus relaciones familiares no son muy buenas. -Yo no quiero hablar de eso. -No yo… ¡Toma! –Le arrojó el dinero- Tu parte. Si quieres jodernos en asuntos internos, puedes hacerlo. Así demostrarás que estoy equivocado contigo. -No soy ni santo ni estúpido… Sabe que no puedo gastarlo, ¿verdad? -¿Qué te vigilan? Claro que lo sé. -Una pregunta jefe… ¿Y si yo hablo? -Sabes que no vas a poder disfrutar ese dinero. -Eso es seguro –Ambos se echaron a reír- Eso pensé. -Y si yo voy preso, ¿quién va a ser tu cura confesor y tu sicoanalista de traumas de infancia? -¡Váyase a la mierda! -Dalo por seguro, como que me llamo Diego Gutiérrez. -Jefe, cómo ya yo pagué mi noviciado, ¿puede decirle a los muchachos que no me sigan diciendo “menor”. -Es que es bien jodido llamarte como tu padre, Alejandro Rodríguez… Es bien jodido. -Qué más da jefe –Dijo resignado- Qué más da.
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6 Andrev Gaspodin fue sacado por caminos rurales, usando documentos falsos, a fin de no llamar la atención en los pocos puestos de revisión policial. Viajaron por rutas troncales en autobuses viejos e incómodos, pero sin listín de pasajeros ni revisión de documentos. Gaspodin era escoltado por dos hombres con credenciales falsas de la policía federal con la jerarquía de comisarios. Casi un mes después, cruzaron la frontera. Ahora Andrev Gaspodin era Antonio Do Santos, agricultor y ganadero al sur de la frontera, gracias a un capital que tenía guardado para estos imprevistos. Así se dio por retirado de la vida que conocía. El ministro de justicia se sentía satisfecho. Declaraba por todos los medios que ese era el año en que más resultados habían producido la lucha contra la delincuencia. Todos los procedimientos de envergadura se filtraban por su despacho: Armas, drogas, prostitución, mafias. Esto le granjeó no pocos enemigos, con amenazas veladas, intentos de soborno y declaraciones de guerra, incluso desde las filas del gobierno. Fue un año muy duro para la división zombi. Alejandro se había ganado su puesto a pulso. No muchas veces trabajó con Lucía, pero fue por las circunstancias, pasando por periodos de descanso.
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Eran las seis de la mañana cuando su celular comenzó a sonar. Tanteó la mesa adormilado, hasta que pudo sujetarlo y contestar. -¿Qué haces, duermes? –Le dijo una voz conocida. -Ya no, jefe. -Anota esta dirección –Buscó papel y lápiz y comenzó a escribir- ¿Qué hago allí? -Es la dirección del apartamento de Lucía. Ve a acompañarla, sin preguntas. -Está bien… -Llega allá luego del medio día. Cuando Lucía contestó el intercomunicador, pudo escuchar la voz del portero, luego de una pausa. -Diga señor Miguel… -Aquí está un “señor” que dice que es su hermano del sur. ¿Qué hago o qué le digo? -Déjelo pasar –Respondió la mujer al reconocer la clave- Es de la familia. Al abrir la reja, Alejandro no pudo evitar admirar a la mujer. Vestía apenas una franela larga que le llegaba a los muslos y media que cubrían apenas hasta los tobillos. No parecía llevar nada debajo. -¡Ah, eres tú! –Musitó apenas- Pasa, pasa. La siguió por el pasillo hacia la cocina. Parecía haber estado durmiendo, pero por su cara, no mucho. Alejandro pensó que quizá se mantuvo despierta hasta que pudo dormir. Se estaba estirando para
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desperezarse. No pudo evitar apreciar esas apretadas nalgas, donde se marcaba el breve biquini. Como si tuviese ojos en la espalda le dijo: -Voy a cambiarme –Dijo sin detenerse- Siéntate y deja de mirarme el culo. Toda la decoración del apartamento era tipo oriental, donde abundaba el bambú y la laca. Sobre una mesa reposaban dos botellas de vodka y limón en una taza, además de una hielera vacía. Aprovechó para pasear por la sala. En una biblioteca reposaban la Ilíada, el Telémaco, el Infierno de Dante, libros sobre filosofía y pintura. -No son míos –Dijo Lucía que solo se había puesto un short y se servía un trago, luego de colocar hieloAunque los leo de vez en cuando. -Aún es muy temprano –Le dijo él cuando ella le ofreció la bebida. -Si vas a hacer de niñera, bebe conmigo o lárgate – Dijo de mala gana- Tú decides. -Ni siquiera sé por qué estoy aquí –Se puso de pie- Si soy una molestia, me largo. -Disculpa –Lo detuvo con un gesto- No ando de buenas. -Bien –Extendió la mano- Creo que beberé ese trago. ¿Qué quieres celebrar? -¿Celebrar? –Dijo con ironía- No. No es una
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celebración… Es que alguien se murió… Y, bueno, tú sabes. Bebieron en medio de un silencio un tanto incómodo. Alejandro sentía que no debía estar allí, pero ya nada podía hacer. Ella tomó un control remoto. EL ambiente se vio invadido por la música de un tango instrumental. -Me gusta –Dijo él. -¿Otro trago? -Sí… Yo… -No quiero conversar. Solo beber. -Está bien. Te entiendo. -¡Ah!, entiendes… ¿Eres universitario, hijo de papá? -Sí… Pero no soy hijo de papá. Tú y yo no nos conocemos, pero entiendo ciertas cosas. -No sabes nada –Trató de contener el llanto- No sabes de una pérdida, de un dolor que te consume día a día, y lo único que puedes hacer es esperar a que la muerte te llegue Esta vez Alejandro sirvió los tragos, mientras pensaba que decir. Le extendió su vaso, mientras el suyo se lo bebió de golpe. A ella le pareció ver un gesto de dolor parecido al suyo, pero muy breve. -Mi madre se suicidó hace unos años… Fui el primero en encontrarla. Y es todo lo que puedo decir… -Lo siento –Dijo algo avergonzada- yo no… -Bebamos en silencio por los que amamos y no podemos dejar de amar… Y oigamos música.
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-Yo… Todavía no puedo hablar… Me duele –Lucía estaba avergonzada y dolida. -Siempre duele. Solo se hace más suave con los años, cuando uno lo deja ir… -No puedo. Yo no… -Te entiendo. A mí me costó mucho. -¿Por qué estás aquí? -El viejo me envió. -No es lo que preguntó. Preguntó por qué estás aquí en la división zombie -Estoy conforme con lo que hago. Me gusta. -Eso no lo discuto. Preguntó por qué lo haces. ¿El viejo te dijo por qué somos la división zombie? -Sí, porque atacamos solo al cerebro, nada debajo de eso. Cuando golpeamos a una organización, es a la cabeza. -Hablé de ti con el viejo. Me habló de tu expediente. Saliste muy joven de la universidad e ingresaste a la naval. Luego pediste la baja. Podrías ser jefe de una división o usar las relaciones de tu padre para incursionar en la política. -No voy a hablar de eso ni voy a mentirte. -Entonces, sigamos bebiendo. -¿Para que soy tú niñera, Lucía? -Para que no me suicide. No me mires así, lo intenté un par de veces. Pero el viejo me cuidó como un padre. -Un padre que te envía a misiones riesgosas.
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-Bueno –Sonrió- No soy un animalito inocente. Yo ladro y muerdo, ¿o no? -Sí, lo sé –Se pasó la mano por la cabeza- Aún lo recuerdo. ¿Por qué soy tú niñera? ¿Por qué no otro? -El viejo te vio capaz, como los otros tres, nada más. Gracias a los tragos, la conversación se hizo más amena. De la conversación, nació el humor, florecieron las anécdotas, los chistes, las risas. Lucía cambió la música por algo más moderno, llevando suavemente el ritmo de la música electrónica con las caderas. Alejandro la miró con cierta curiosidad. -¿Y eso? -Una vez tuve que hacer de stripper en un night club. ¡Sí!, no me mires así ni te rías, con hilo y todo. -¿Y dónde escondías el arma? Ella lanzó una carcajada, mientras iniciaba un sensual baile, con una cadencia de caderas, moviéndose en la punta de sus pies, una danza erótica, a pesar de que estaba vestida. -No creas que no me sé defender… -Sí, me imagino… El pie de lucía se apoyó entre las piernas de Alejandro, que separó los pies sorprendido. La mujer se impulsó hacía atrás con gracia, para luego agacharse. Su corta bermuda cayó sobre el rostro de Alejandro, haciéndola reír. Lucía bailó un poco más, para despedir su baile jalando la corta franela hacía abajo para cubrirse
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el trasero con coquetería, dando unos pasitos en la punta de sus pies. Alejandro estalló en aplausos. Lucía le extendió la mano, cosa que él le correspondió. Impulsada por el momento, se abalanzó sobre él, sujetándolo por la camisa, agarrándole el trasero. Apenado, Alejandro trataba de zafarse. -Espera… yo… El beso fue violento, apasionado, agarrándole el rostro con fuerza. El hombre se separó como si le faltase el aire. -¡Lucía, espera! –La empujó. Ella cayó sentada en el mueble, con los ojos encendidos de deseo. La postura le recordó la primera vez que la vio así, en minifalda. -¿Qué te pasa chico? -¡Estás loca! ¿O este es el premio para tus niñeras? La sorpresa de Lucía duró unos segundos. De un salto le propinó una bofetada. Alejandro tardó un poco en reaccionar, devolviéndosela. Ella se quedó como congelada y arrancó a llorar, arrojándose sobre sus brazos. Alejandro respondió, desconcertado. -P… Perdón –Dijo entre sollozos- No debí –Gimió- ¡Es que estoy tan borracha! –Le dio un empujón- ¡Eres un idiota!... Ninguno de los que vino pudo entrar… Yo los devolvía con una mentada de madre y una patada por el culo… ¡Perdón!... Ven acá. Se sentaron en el mueble. Ella apoyó su cabeza en
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su regazo, llorando en silencio, mientras él acariciaba su cabello. Ella se acomodó más y Alejandro le puso una mano en la cadera, que ella quitó al darle una palmada, como a un niño pequeño. -¡Quítame la mano del culo! –Murmuró. El dolor de espalda por la postura fue lo que la despertó, envuelta en su abrazo. Luego de cuatro años y un día, Lucía Barrientos durmió plácidamente. -¡Dios!... ¿Qué hora es? -… Como las ocho… Ella se estiró para despertarse, restregándose el rostro para despabilarse, caminando hacía el baño, arrastrando los pies. Alejandro se puso a revisar la colección de cd´s, hasta que reparó en una mesita donde había varias fotos. En una de ellas, Lucía abrazaba a un hombre con aires de académico, de barba, con gafas sin montura. Una pulida bala calibre cuarenta y cinco reposaba frente a la foto, brillante como el oro. -¡Suelta eso! Puso la bala en la mesa, avergonzado, como un niño agarrado en falta, sin saber que decir. Quizá tardó un poco más de lo debido. -¡Perdón! -¡Te digo que la sueltes! Retrocedió nervioso y sin querer tropezó la mesa. El retrato cayó al suelo, rompiéndose. Furiosa, le arrojaba
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todo lo que conseguía, sin dejar de gritarle. Para suerte de Alejandro, la reja había quedado abierta, por lo que logró salir al abrir la puerta, asustado al ver que Lucía sacaba una pistola de pesado calibre escondida en un cojín. -¡Espérate coño! –Ella puso un proyectil en la recámara, quitándole el seguro- ¿Qué haces coño? Y salió de allí a toda velocidad, entes de que le disparase aquella mujer enloquecida y contradictoria. 7 Cuando Lucía Barrientos regresó a las instalaciones de la división, una quinta ubicada en las afueras de la cuidad, vio que todo transcurría con normalidad. Nadie sabía lo sucedido entre ella y Alejandro. Caminó directo hasta la oficina del viejo. Lo encontró conversando por teléfono. Le hizo una seña para que pasara y se sentase. -…Sí señor ministro. El informante está fuera del país. Sí señor ministro. Entendido –Colgó- ¡Buenos días hija! ¿Cómo está todo? -Bien… y por aquí… ¿Todo está bien? -Sí, normal. ¿Por qué? -No, por nada… ¿No hay pendientes? -Tenemos instrucciones de mantenernos bajo perfil por unos meses. Levantamos mucha roncha. Regresé
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a todos hasta nuevo aviso, salvo los que tengan pendientes. Haz lo que te falte en la oficina y retírate –La miró fijamente- ¿Estás bien? Luces diferente. -No, todo está bien… ¿Y Alejandro? -En el parque, con algunos muchachos, chequeando el armamento. Entró al parque, saludando a dos de sus compañeros al pasar, sintiéndose incómoda, sin saber porque. Alejandro estaba de pie ante un mesón, chequeando el mecanismo de unos fusiles de asalto. -Hola –Murmuró apenas- Apenada. -Hola –Contestó concentrado en su tarea. -¿Qué haces? -Aquí… ¿Cómo estás? Se sentó cerca de él, sin atreverse a mirarlo a la cara. Mirando a la nada, comenzó a hablar: -No te culpo si no me quieres hablar… Ayer no era yo. Hace cuatro años que perdí a alguien muy importante en mi vida. Lo conocí en la universidad, yo estaba haciendo un curso de idiomas… Al principio no me gustaba, sentía que no teníamos nada en común. No encontramos por casualidad fuera de la universidad y comenzamos a salir. No sé por qué, pero no pude ocultarle la verdad. No lo hice al principio… Pero luego sentía que era algo parecido a la infidelidad. Cuando supo la verdad, hizo muchas preguntas –Sonrió con tristeza- Es irónico. Siempre se preocupó por mí, que
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me pasara algo… ¡Y eso que no le dije todo!... Y le pasó a él. Lo mataron cuando le robaron el carro. Aparte de su vida, lo único material que lamento fue la pérdida de un camafeo antiguo. Eran dos y a mí me quedó uno… ¡Me enseñó tantas cosas!... Cosas que al principio yo consideraba sin valor… -¿Y lo que pasó entre nosotros? -Estaba ebria, me sentía sola… Yo soy humana. -Discúlpame si te ofendí sin querer. Creo que yo también bebí demasiado… Luego de una pausa, Lucía lo vio colocar los fusiles en sus soportes. Luego de unos breves momentos d silencio, se le ocurrió una idea: -Te invito a almorzar para compensar el mal rato en el apartamento. -Traje mi moto. -Déjala. Me encantan las motos, pero no quiero conversar a gritos. El retorno a la ciudad les permitió conversar y descubrir que no solo tenían cosas en común, sino ideas equivocadas el uno del otro. -Lucía –Dijo mientras cruzaba el volante en una curva, concentrado en el camino- ¿Puedo preguntarte algo? -Cuando alguien dice “¿Puedo preguntarte algo? – Imitó la voz- Si una dice que sí, luego no puede negarse… No me mires así, estoy bromeando. Dime. -¿Por qué te arriesgaste a hablar conmigo luego de lo
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que pasó en tu apartamento? -Es que desde hace más de cuatro años que no podía dormir. Ahora es diferente. -Me alegro por eso –Alejandro sonrió. Tres meses después, la división zombie se activó. Una noche, luego de una llamada telefónica, una pareja entró a la habitación de un hotel en las afueras de la ciudad. EL muchacho de la recepción no podía dejar de ver a aquella joven mujer vestida de blazer ejecutivo y falda, un tanto regordeta, acompañada de un hombre que a todas luces era un macho de pago, un vividor: Camisa de seda negra abierta al pecho, una gruesa cadena de acero, pantalón de sastre, zapatos italianos, un reloj rolex oster perpetual y un brillante en la oreja izquierda. -“Puto trabajando” –Pensó el recepcionista, echando otra ojeada a la mujer- “Este trabajo así vale la pena” –El hombre le giñó el ojo con picardía- “Se levantó a una gordita con plata quién sabe dónde” -Amigo, buenas noches –Dijo pasándole un billete de alta denominación- La dama desea la habitación al final del pasillo. Tú sabes, aquella que da la puerta a la salida al estacionamiento… Un buen lugar para salir sin ser visto – La señaló con la cabeza, mientras ella fingía revisar su celular- Tú me entiendes, es tímida. Si la habitación está ocupada, esperamos… Momentos después, Lucia entraba en la habitación,
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despojándose del saco y volteó su interior. Dentro de él tenía escondidos varias armas separadas en piezas y algunos estuches. El “chulo” Alejandro Gutiérrez se despojó de la camisa y los zapatos, tirándose en la cama. Tomó el teléfono de la mesita de noche y marcó recepción para pedir comida y bebida, mientras Lucía hacía una llamada por su celular. -En posición. ¿No ha llegado?... Bien, esperaremos. Se despojó de la camisa, quedándose en sostén, aprovechando para tirar sus zapatos de tacón y masajeándose los pies adolorida. -Estos zapatos son bellos, pero me matan. -No lo sé… A mí no me preguntes. -Un día de estos le voy a decir al viejo que si necesitan un operativo travesti, seas tú, para que sigas pagando la novatada. -¡Ay, sí! –Se mofó él- ¡Muy graciosa! -¡Ja, ja! Llegó la camarera con el pedido: Pizzas, cervezas, refrescos, y pasabocas de hojaldre. Alejandro le pasó una cerveza, mientras se tiraba en la cama, con el control del televisor en la mano, mientras comían y bebían sin proferir palabra. -Los clásicos nunca pasan de moda. -Me encantan las películas vaqueras. Esta no la conozco. -¿Cómo es eso posible mujer? –Le reprochó- Rio rojo,
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con John Wayne y Montgomery Clift. -Bueno, si me da chance, la veré aquí, sino, descargaré la película… -Lucía le echó una ojeada a su cara- Deja de bucearme, mira que estamos trabajando. -Bueno, esto es mejor que una balacera. -Si sigues mirándome así, balacera es lo que vas a tener. -¡Perdón!... Todavía recuerdo cómo golpeas… Sonó el celular. Sus miradas se cruzaron. Lucía contestó, luego de apagar el televisor, mientras acercaba los zapatos con los pies y Alejandro buscaba cosas entre los estuches cerrados. -¿Sí? –Le hizo señas a Alejandro para que se apurara, mientras escuchaba las instrucciones- Copiado. Alejandro había extendido todo sobre la mesita de noche perfectamente ordenado: Inyectadoras, ampolletas, tiras de plástico para sujetar cables, medias pantis y adhesivo de embalar. Las cubrió con un paño, para que no se notasen a simple vista. -Listo. ¿Y ahora? -Diez minutos exactos. -¿Y la película? –Preguntó él- ¿Cómo hacemos? -¡Consíguela tú! -¡Tu pones la casa! -¡Tu cocinas! Página 28 -¡No joda, compremos comida!
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-¡China! -¡Italiana! -¡Ambas! -¡Si va! Lucía miró su reloj. Diez minutos. Se colocó en posición. Se salpicó el rostro con agua y los brazos. Sujetó con fuerza la cabecera de la cama, mientras estaba arrodillada sobre esta. Comenzó a impulsarse con fuerza, haciendo que esta impactara con fuerza contra la pared, mientras arqueaba la espalda, gimiendo como gata en celo. Miró de reojo la cara que ponía Alejandro y le arrojó una almohada, haciéndolo reír. -¡No me mires así y deja mi culo en paz! La respuesta no tardó en llegar. Se sintieron fuertes golpes en la pared. No se detuvo. Siguió un poco más hasta que sintió unos golpes en la puerta. Se bajó de un salto de la cama y se envolvió en una sábana, procurando que a falda no se notase y casi mostrando uno de los senos. Alejandro le arrojó un estuche del tamaño de una caja de cigarros que ella escondió entre las sábana. Alejandro se colocó pistola en mano, detrás de la puerta del baño, quitándole el seguro, luego de ponerle el silenciador. Lucia abrió la puerta con lentitud, para dar oportunidad de ser admirada. El hombre estaba a mitad de una
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frase, cuando guardó silencio al ver a aquella mujer sonriente, sudada, desnuda y cubierta solamente con una sábana. -¿Qué coño…? ¡Perdón! El hombre tenía corte de cabello al rape, jeans, franela de algodón de color negro y una cazadora verde oliva. -Disculpa –Dijo ella, mal fingiendo vergüenza, ante la actitud de aquel hombre fue indiferente, luego de la sorpresa inicial- ¿Está todo bien? -Están haciendo mucho ruido. -Bueno, la cosa está para mí más o menos –Bajo la voz en tono confidencial- Verá: Mi novio se quedó a la mitad… ¿Entiende?... Es que comió muchos camarones y ahora está algo indispuesto en el baño. -¿Y todo ese ruido? -Era yo… Solita –Sonrió pícara- ¿Me puedes ayudar?... Podemos ir a tu habitación. -No… Espere a que se le pase. -No creo que se le pase… A mi amorcito se le murió el palito… El hombre quiso retirarse, pero ella lo sujetó por el brazo en un gesto sugestivo. Este la apartó con brusquedad. Lejos de sentirse rechazada, insistió, como si la negativa la encendiese más. El hombre dio media vuelta para irse. Solo pudo avanzar dos pasos. La descarga eléctrica aplicada en el cuello lo dejó con el cuerpo laxo. Una segunda descarga
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lo dejó inconsciente. Lucía chasqueó los dedos y Alejandro apareció. Lo revisó de inmediato, mientras ella le colocaba las tiras plásticas en las muñecas para inmovilizarlo. Le quitó una pistola y una navaja plegable. Entre ambos lo arrastraron a su habitación, cuidando de dejar la suya cerrada. Luego de cerciorarse de que nadie estaba por allí, le colocaron la inyección, lo amordazaron con la cinta adhesiva y lo metieron en el closet. En la entrada, el recepcionista había visto todo por el circuito cerrado. Se disponía marcar a la policía cuando una pareja que estaba besuqueándose, mientras esperaban la llave, desenfundaron sus armas, obligándole a colgar el teléfono. -Creo que no vas a llamar a nadie. Fue inmovilizado, amordazado y encerado en el baño. Ahora el hombre atendía la recepción, mientras introducía un virus en la computadora del sistema, anulando todas las grabaciones del circuito. En la habitación, Lucia y Alejandro revisaban las pertenencias de hombre inconsciente: tres pasaportes, dinero y otra arma más y tres cargadores adicionales para las armas. Guardaron todas las cosas otra vez y las escondieron debajo de la cama. Alejandro hurgó en la nevera de la habitación. No estaba tan bien provista como la suya, pero no le faltaba comida. Empezaron a comer y pusieron una película cualquiera en el
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televisor. Alejandro marcó un número en su celular: -Espero comida para llevar. -Cuando llegue el repartidor le avisaré –Colgaron. Minutos que parecieron horas pasaron. Hasta que volvió a repicar el celular. Alejandro contestó, tiró el celular a un lado y se puso de pie, detrás de la puerta. -¡Viene el repartidor de pizza! –Lucia se sentó en la cama a esperar, luego de revisarse el sostén y quitándose la falda, mientras escondía una pistola debajo de la almohada- Esta en el ascensor. Esperaron unos momentos, hasta que alguien golpeó la puerta. Alejandro se escondió detrás de esta y Lucia entreabrió la puerta. El hombre media un poco más de dos metros, tan blanco que parecía albino, con unos ojos intensamente azules. Miró a la mujer con frialdad. -¿Quién eres tú? -Estoy con tú amigo –Sonrió con picardía- Pasa… La patada que el hombre le propinó a la puerta arrojó la mujer hacía atrás, mientras avanzaba, desenfundando una pistola con silenciador del interior de sus ropas. Alejandro saltó, sujetándolo por las muñecas, tratando inútilmente de someterlo. Dos disparos salieron del arma. Uno atravesó una almohada y el otro impactó a centímetros de la cabeza de Lucía. Con un golpe más desesperado que hábil Alejandro desarmó al hombre. La pistola rodó por la alfombra. Sin perder tiempo, Alejandro golpeó con todas sus fuerzas
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a aquel hombre en la garganta. Instintivamente, se llevó las manos al cuello. Alejandro no se detuvo. Lo golpeó con ambas manos en los oídos y en el puente de la nariz. Al caer de rodillas recibió una patada en la cabeza. Aun así sujetó a Alejandro con ambas manos y lo arrojó. Afortunadamente cayó sobre la cama. Lucia había aprovechado el tumulto para saltar sobre él, aferrándose a su cuello con un brazo, mientras con la otra insertaba la aguja de la inyectadora justo en la yugular. Pasaron unos segundos, hasta que este se desmayó, mientras que Alejandro apuntaba con la pistola con silenciador, jadeando. Lucia tomó el celular y marcó un número de inmediato. -Papá, ven a buscarme. Ya la tarea está lista –Miró a Alejandro- Prepara todo. Vamos a atarlo a la silla y a preparar todo, antes de que reaccione. -Si lo hace, le disparo. Unos minutos después tocaron nuevamente a la puerta. Uno de los hombres era el de la recepción. Uno de ellos llevaba un pequeño maletín médico. -¿Alguien llamó al veterinario? -Pasen –Ya Lucia estaba vestida- Los dejamos con los dos caballeros. Hay uno en el closet. -Sí –Apoyó Alejandro- Y por lo visto, ustedes serán los responsables de sacarlo de allí…
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Horas después, el viejo leía el informe. Sonriendo la dejó caer sobre el escritorio, moviendo la cabeza incrédulo. -Los pequeños detalles son los que pueden matar a uno… -Cierto –Dijo Lucia- ¿Quién iba a creer que esos dos hombres era homosexuales y amantes, aparte de trabajar juntos? -Por poco y no lo contamos –Dijo Alejandro- Por poco. -No fue fácil… Luego del “baño químico”, tenemos toda la información que necesitamos. Y un nombre: Víctor Vorotilov. Página 31 -¿Quién es ese? -Un tipo malo muchacha… Buscado en doce países, entre Europa, África, Norte y Sudamérica. Hay muchas historias sobre él: Muerto en Bosnia, vivo en Irak, escondido en Estados Unidos y ahora aquí. -¿Aquí? -Sí. Aunque no lo podemos demostrar, gracias a las “autoridades oficiales”… -Sonrió- Pero según los últimos acontecimientos, eso puede cambiar. -¿Hay fotos? –Preguntó Lucia. -Ninguna que se sepa. Pero si lo viera otra vez, lo reconocería. -¿Lo conociste? -Hace muchísimos años –Se palmeó la pierna- Él me
hizo esto. Yo me hacía pasar por un contrabandista de armas. Pertenecía yo a una brigada muy parecida a esta, pero sin nuestra independencia. Me asocie con él. ¡Era casi un niño, pero uno muy peligroso! –Hizo una pausa para servirse café, cosa que todos imitaron para escucharlo- Le estábamos haciendo compras a la mafia armenia –Probó un sorbo de su café- Y puedo decirles que con la mafia armenia no se juega. Hasta los rusos se cuidan de ellos. Nos entendíamos en inglés, porque ninguno hablaba el idioma del otro, o eso creí. Ellos conversaban en su lengua y nosotros sonriendo como idiotas. Nos dejaron solos por un momento. El “niño” me soltó que sabía que yo era policía. Le apunté con mi arma. Se rió y me dijo que si no trabajamos juntos, no saldríamos vivos de allí, porque aquellos hombres habían planeado matarnos y quedarse con todo. Todo terminó en una balacera de la que salimos ilesos por poco. -¿Fue allí donde te hirieron? -No hija. El desgraciado me disparó luego que salimos de allí y me dejó abandonado. Así pudo huir. Antes de irse me dijo que mis propios compañeros me vendieron. Quise hacer preguntas, nadie me respondió, Vorotilov se fugó con las armas y el dinero y nadie hizo preguntas. -¿Quién lo vendió? –El viejo lo miró al rostro, sopesando
la respuesta antes de contestar. -… Tú padre. Pero no te reprocho nada, no te preocupes. -Bueno –Alejandro se sintió incómodo- Ahora lo entiendo… -¿A él? -No. A usted… -¡Vete a la mierda, no me trates de usted! -¡Perdón jefe! -Todos, váyanse a descansar. Se lo ganaron. 8 Alejandro caminaba a su casa con el mercado del mes, que no era mucho. Había dejado el carro en el estacionamiento, pues estaba apenas a unas cuadras de su hogar. Un vehículo con emblema de la policía federal lo interceptó, atravesándose en la acera. De él bajaron dos hombres vestidos con toda la pinta: Corte militar, cazadora de cuero, lentes de piloto. -¿Alejandro Rodríguez? -Sí –Respondió, aún a sabiendas de que ellos sabían quién era él- Soy yo. -Acompáñenos, por favor –Aquello sonaba a cualquier cosa, menos a una solicitud educada. Como tardaba un poco, agregó- Insisto –Le apuntó con su arma, mientras el otro le quitaba las bolsas- Lo dejaremos
en su casa luego. -Y un carajo –Dijo con calma, dejándose quitar su arma- Si es así por las buenas… Pensó que lo iban a trasladar a alguna oficina de la policía federal, pero lo llevaron a un restaurant cerrado, aparentemente abandonado, excepto por el hombre armado que custodiaba el portón del estacionamiento. El gran salón estaba en penumbras. Apenas se escuchaban los ruidos de la calle. Pudo ver los muebles y sillas cubiertos de plástico, el polvo del piso, las botellas con sus etiquetas borrosas y las marcas de las pisadas recientes en el piso. Le señalaron la gerencia del restaurant, apenas a unos pasos. Entró. Allí era otra cosa: Todo limpio, reluciente, brillante. Se habían esmerado. Vio las fotos de las paredes. Ningún conocido. Dos hombres estaban sentados en sendas butacas y apenas lo miraron. Un tercero estaba en un rincón, leyendo un libro que había tomado de la biblioteca. Parecía embebido en la lectura. A diferencia de los demás, usaba un suéter deportivo con capucha, jeans y zapatos de deporte. Sus miradas se cruzaron y Alejandro sintió que su desconfianza se acrecentaba: Mientras todos estaba en actitudes antagónicas, la mirada y la sonrisa de aquel hombre era engañadoramente jovial y amistosa. Detrás del escritorio estaba un hombre vestido con un traje de sastre elegante y costoso. Era una versión
mucho mayor de él. Sonrió. Pero era una sonrisa forzada. -Qué bueno verlo, inspector. -Lamento no poder decir lo mismo, comisario. Este hizo un gesto que pretendía ser amistoso y apuró el trago de la copa de coñac que hasta ese momento había estado disfrutando. Sacó de un cajón una gruesa carpeta de manila y la dejó caer sobre el escritorio. -Has estado muy ocupado trabajando hijo. -No me llames así, comisario. -La información que está aquí –Golpeó con el dedo índice varias veces la carpeta- indica que has estado involucrado en actos ilícitos con esa mal llamada “división zombie”… ¿Es cierto? -¿Para qué pregunta lo que ya sabe? -Colabora con nosotros, muchacho –Dijo en tono amenazante uno de los hombres que estaban a su lado, mientras golpeaba su hombro con un dedo acusadorMira que te puede ir muy mal. Así que colabora -¿Sí? –Preguntó indiferente. -¡Sí! Mire comisario –Le mostró el arma que portaba Alejandro, colocándola sobre el escritorio- Cien por ciento no registrada. ¿Qué le parece el juguete del muchachito este? -¿No te gustan los muchachos? –Preguntó AlejandroMuy bien. A mí tampoco me gustan los maricos, ni jovencitos, ni mucho menos los viejos…
Cegado por la rabia, el hombre trató de desenfundar su arma, que la llevaba en la cintura, pegada a su abultado vientre. Alejandro fue más rápido: Lo sujetó por las muñecas y empujó el arma hacia abajo con fuerza, clavándosela en los testículos, lo que hizo que la soltara. La tomó y la apoyó con fuerza contra su espalda, moviéndolo hacia un lado, apoyándolo contra el escritorio. Todos comenzaron a gritar, al tiempo que desenfundaban sus armas, amenazándolo. Solo el comisario y el hombre que aparentemente estaba leyendo permanecieron en calma. -¡Suelta el arma si no te quieres morir! –Gritó alguien¡Suéltala, carajo! -Te vas a morir –Musitó el comisario- Suelta el arma. -Si me voy a morir, los muertos no van a ser dos, sino tres. ¿Quieren saber quién es el tercero? ¡Y si alguien da un paso o hace un movimiento que no me gusta, disparo! Todos quedaron en silencio, manteniendo sus posiciones. Se sobresaltaron un poco al oír un ruido de la biblioteca. El hombre que había estado aparentemente leyendo, cerró su libro de golpe, colocándolo en su lugar. Se restregó las manos con ánimo, como alguien que emprende una nueva tarea. Sonriente, les hizo una seña a los hombres para que bajaran sus armas. -Muchacho –Dijo en tono jovial- Si le disparas o le
rompes la espalda, no me importa. Pero sí el alboroto y la violencia innecesaria, además de que si disparas, sé quién es el tercer muerto. -¿Y usted es…? -Un testigo obligado. Este local es de mi familia y yo solo le estoy prestando una colaboración a mí amigo el comisario –Señaló con ambas manos el lugar- Muertos aquí… ¿Me entiende? Alejandro soltó al hombre, que cayó de rodillas en el piso. Puso el arma en el escritorio y tomó la suya. Alguien hizo ademán de detenerlo, pero el comisario negó con la cabeza. -Escúchame muchacho: Estás pisando terreno peligroso. Todo ese grupo de vagos y patanes que roba para hacerse ricos de un día para otro, no son más que un montón de rufianes, no como los verdaderos policías. -Es irónico que usted diga eso, comisario. -Tarde o temprano van a caer. Lo mejor es que colabores… -Eso es traición. -Es supervivencia. Admiro tu lealtad, pero piénsalo. Los muchachos te dejaran dónde te recogieron. Yo te llamo luego. -Me voy solo. No me gustan estas juntas raras…. Chao niñas. Cuidado con la regla. Nadie los siguió. El mediador cruzó la habitación, cerró
la puerta y les mostró las palmas abiertas hacia arriba, como quién hace una presentación. -Comisario, ¿usted cree que va a cooperar? -A la larga, si sabe lo que le conviene, sí. -Yo no estaría tan seguro –Señaló a uno de los hombres- Si hubiese disparado, no solo habría matado a este idiota. La bala también lo habría alcanzado. -No creo. Soy su padre. -A usted no le importa hacer el papel de Abraham el patriarca cuando sacrificaba a su hijo. Solo que usted si le cortaría el cuello. Horas después Alejandro ponía al tanto al comisario Gutiérrez. Este se tomó unos momentos antes de actuar. Tomó el teléfono, marcó un número y dijo una frase: “Amor, desempaca las maletas, que no nos vamos de excursión. El viaje se cayó”… Se pasó las manos por el rostro en gesto de cansancio. ¡Había tanto que hacer y tan poco tiempo!... Sacó una botella de ron y dos vasos de plástico. Sirvió. -¡Salud! -¿Y ahora jefe? -En este momento se les está avisando a todos. Un grupo viene a llevarse el parque de armas y quemar algunos documentos. Otros van a estar en resguardo. Busca tus cosas. Hablé con el ministro. Le van a abrir una investigación. Es una excusa. Quieren otra cosa. -¿Qué quieren?
-Información. Hay pruebas que perjudican a personas muy importantes. Es una información que impide que a nuestro jefe le ocurran “accidentes” -¿Y dónde están? -En mi poder, naturalmente –Hizo una pausa antes de hablar- Hay algo que quiero que hagas. Algo difícil. Pero no debes comentarlo con nadie. Lucia recibió esa noche a Alejandro en su apartamento para cenar. En un rincón de la sala reposaban las maletas listas. -¿Y a dónde te vas? -¿Yo? –Hizo un gesto coqueta- A Barbados… ¿Me acompañas? -Tengo cosas que hacer… Pero podría alcanzarte. -No te tardes. Si nuestro jefe cae, nos jodemos. -No me tardaré. Te lo prometo. -Puedo esperar tres días, no más… ¿Quieres hacerme un favor? -¿Qué será? -¿Puedes quedarte esta noche? –Alejandro se puso nervioso. -… ¿Quieres que tú y yo…? ¿Nosotros? -¡No! –Dijo ella al entender a qué se refería- Es que la última vez que estuviste aquí, pude dormir. -Siempre me han hablado de mis cualidades y defectos,
pero jamás que podría poner a dormir a una mujer… pero está bien. -Gracias… Guardaron un incómodo silencio. Alejandro habló sin pensar, luego de mirar a todos lados, cansado de silencio. -¿Qué sucedió contigo y el hombre de la foto? -Estuvimos juntos casi cinco años… Te conté lo que pasó. Aún lo extraño –Se quitó la cadena que colgaba de su cuello para mostrarle- Solo me queda esto. -Un camafeo… A él le robaron el suyo. Mejor cambiemos de tema –Se puso de pie- Voy a preparar algo de comer, a modo de despedida. Luego de la comida se sentaron cómodamente en los muebles de la sala. Lucía sacó una botella de vodka y dos vasos. -No sé a ti –le dijo- Pero a mí me gusta con hielo y limón. Con jugo de naranja es para maricas. Luego de varios tragos, Lucía se atrevió a disparar la pregunta que rondaba por su cabeza, como a varios de sus compañeros: -¿Qué pasó entre tú papá y tú?... Hay muchos chismes de pasillo por ahí, pero me parecen puras habladurías. -Algo oí… -Sirvió dos tragos- Muchas cosas no están lejos de la verdad, pero no son exactas, puras suposiciones. Jamás nos llevamos bien. Casi toda mi vida la pasé en internados y luego, la escuela de
oficiales de la naval. Mi padre era solo una figura ocasional sin mucho significado. Alguien a quien temer. -¿Le temías? -Cuando muchacho. Pero de adulto comencé a enfrentarlo… Mi madre sufría mucho –Se sirvió otro trago luego de vaciar su vaso de golpe- Siempre sospeché que él la maltrataba. -¿Y qué pasó? -Llegué una vez de licencia. Ya yo vivía solo… La encontré en el piso del baño, bajo la ducha, con el agua caliente corriendo y las venas cortadas… Muerta –Hizo un gesto de amargura al vaciar el vaso- Jamás se lo perdoné. -Disculpa por preguntar… -Ya eso no importa. Mi padre y yo no nos vemos mucho desde entonces. La tarde se hizo noche. Las confidencias iban y venían. Lucia le habló de la relación con su novio. De aquella familia que no sabía nada de ella y que le lanzaba miradas suspicaces y que la saludaba con cejas alzadas, suponiendo que era una simple secretaria, desconociendo la realidad que solo su novio conocía plenamente… Las infidencias dieron paso a las bromas y al humor relajado y amistoso. Así llegó el amanecer. Lucía sintió un calor que se le hizo extraño en la espalda baja y que la obligaba a despertarse, muy a su pesar. Sonrió al sentir la mano acariciar su vientre.
Amodorrada, se llevó la mano a la espalda para retirar aquello que la molestaba y seguir durmiendo. Su mano palpó algo que la hizo abrir los ojos por completo. Su mano paseo por todo aquello para despejar dudas. Se volteó de golpe. Alejandro dormía a pierna suelta, con la cabeza tapada con la almohada. Molesta, Lucia lo sacudió. Parecía querer mover una piedra… Nada. Página 37 -¡Párate! –Este lanzó un gruñido- ¡Párate coño! Este lanzó un gruñido inteligible. Lucia se apoyó en sus manos y usando sus pies como palancas lo arrojó de la cama. -¡Que te pares, coño! Cayó como un pesado fardo, pero estaba tan dormido que apenas se sentó en el piso, apoyándose en el borde de la cama. Alzó la mirada y lo primero en que se fijó fue en las desnudas piernas de Lucia sentada frente a él. Sonrió como un bobo ante el paisaje que se presentaba ante sus ojos. Trató de incorporarse, pero lo sorprendió el dolor de cabeza. -¡Ay!... ¿Quién es? -La que te va a dar un tiro si no me dices qué hacemos aquí. -¿Lucia? -¡No! ¡Soy la caperucita verde, pero de arrechera, si no me dices que hacemos aquí! Ambos estaban en ropa interior. Lucia metió la mano debajo del colchón, sacando una pistola calibre nueve
milímetros, amartillándola de inmediato. Alejandro se cubrió con una almohada, como si eso fuese a salvarlo. -¡Bueno! ¿Y cuántas pistolas tienes tú? ¿En el baño, en la sala, en la cocina y dónde más? -No te lo puedo decir… ¡Y no me cambies el tema! ¡Dime qué pasó entes de que te dé un tiro en… tú sabes! -¡Enróscate mujer! ¡Enróscate y cálmate! -¡No me calmo un carajo! ¡Y menos si me dices que me enrosque, como si fuese una serpiente! -¡Es que no me acuerdo muy bien! ¡Te lo juro!... Sé que bebimos mucho. -Aja… -Y nos reímos mucho. -Ajá… -Y recordaste cuando en el colegio se jugaba a la penitencia. -Aja… -¡Es que los dos, los dos bebimos mucho! ¡Baja esa bicha, por favor! -¡Te vas! -¿Así, desnudo, solo con la ropa interior? -¡Te vistes y te vas! -¿Ni un desayunito? ¿Un bañito al menos? -¿Desayunito? ¿Quieres un bañito? ¡Un baño de plomo y nueve miligramos de desayuno te voy a dar si no te
sales de inmediato! ¡Te vistes en la sala¡ ¿O crees que yo estoy para admirarte? ¡Largo! Alejandro recogió la ropa a tropezones, mientras Lucia se envolvía en la sábana, para seguir durmiendo, con una sonrisa traviesa en los labios. Sabiendo que, aunque no recordaba mucho, estaba segura de que no había pasado nada. 9 El comisario Alejandro Rodríguez hojeaba el periódico con calma. Alzó la vista y vio a su hijo de pie, parado frente a él, vistiendo de traje y sin el arete. Sonrió con sorna y continuó leyendo. -Comisario –Dijo con formalidad. -Inspector –Contestó en el mismo tono. El hombre se tomó su tiempo para terminar el artículo de prensa, mientras sorbía un trago de su café, mientras su hijo no daba muestras de ninguna emoción. -“Si esperas una reacción negativa de mí –PensóEstás perdiendo el tiempo” El comisario bebió otro sorbo de café, mientras doblaba el periódico y lo guardaba en una gaveta. Cuando colocó la taza en su lugar, le hizo señas para que tomase asiento. -¿Y bien?
-Pensé lo que me dijo, comisario… Lo pensé bien y primero está uno que los demás –Le extendió un sobre- Allí tiene una lista de todos los activos de la división. El comisario tomó el sobre y lo tiró en un cesto de papeles con desprecio. Luego apoyó los brazos en el escritorio, cruzando los dedos, mientras hacía un gesto inconforme. -Esa información no es nueva. ¿Dónde van a ser las próximas operaciones? ¿A quién van a atacar? ¿Qué esperan incautar? ¿Drogas? ¿Dinero? ¿Información? -No sabemos sino hasta último momento. Es el sistema de cadena. Tú lo conoces. Al hombre le desagradó más aún la situación. En el sistema de cadena, solo un grupo de involucrados tenía una información. Cada uno tenía una información particular de la misión. Si alguien era detenido antes de que se cumpliese, nada pasaba, pues este desconocía el resto del trabajo. Todo se ensamblaba momentos antes de activar el operativo. -Recuerde que soy nuevo en esto, comisario. -¿Y cómo sé que puedo confiar en ti? -Ese es su problema comisario. -Imagino que le quedó algo guardado de sus “trabajitos”… -Ese es mi problema. -Tal vez… -Hizo un gesto de confidencialidad- ¿Y si nos
acercamos más, como padre e hijo? -¡Váyase al carajo, comisario! –Dijo entre dientes- Yo aquí lo que estoy es salvando mi pellejo. -¡Ja! –Se burló- Si me hubieses dicho que sí, hubiera sido más que suficiente para pensar mal de ti. -Le advierto que el viejo ya habló con el ministro. Ya todo el personal de operaciones de la división desapareció. Fuera de ese documento, nada los involucra con la división zombie. -Hay algo más que realmente me interesa. -¿Qué será? -Hay algo que yo necesito. El ministro tiene cierta información que también tiene tu jefe… Una demostración de confianza. -No sé dónde la puede tener. Nunca nos dice nada. Menos a mí, gracias a usted. -No importa. Es solo cuestión de tiempo… Ya estoy tomando acciones. Vete a tu casa. Tómate unos días, por si te necesito. Cuando regreses, podrás decidir dónde trabajar: Vehículos, narcóticos, acciones especiales, dónde quieras. Hay mucho dinero allí, bajo el cuidado de los tuyos. -Ya veré… -¿Qué tal si nos ayuda a crear nuestra propia división zombie?... Tú diriges y yo te digo dónde, cuándo y a quién vamos a atacar. -Nosotros… -Quedó pensativo- Cómo idea no es mala.
Le diré cuando vuelva o usted me llame. Permiso, comisario. -Retírese, inspector. 10 El comisario Gutiérrez, o el viejo para sus conocidos, se encontraba solo en la división, desayunando su café con leche de la mañana con un enorme pan relleno con jamón, tocino, queso amarillo y huevo frito. Se justificaba a sí mismo, diciéndose que, haciendo solo dos comidas el día, este era un desayuno más que justificado. El estallido de la puerta en los pisos superiores no le detuvo de seguir devorando su desayuno. Al estar sus oficinas en el nivel del sótano, sabía que se tardarían un poco. Finalizaba su café cuando el grupo ingresó: Uniformes negros sin insignias, con el rostro cubierto con pasamontañas. -¡Que originales! –Fue su único comentario. Al comisario Rodríguez se le fue abriendo paso entre sus hombres. Su traje a la medida, de corte impecable contrastaba con los jeans gastados, la franela deportiva y la vieja cazadora de cuero negro que usaba el viejo. Fue desarmado expeditamente. Al hombre de traje le fue puesto rápidamente una silla frente a él.
-¡Caramba comisario! –Dijo en tono de ironía- Usted siempre tan amistoso… -Y usted siempre tan hijo de puta… Rodríguez no le dio importancia. Sacó un cigarrillo y lo encendió. Le dio una aspirada, complacido. Se tomó una pausa antes de hablar. -¿Y entonces Gutiérrez? ¿Qué haces aquí solito? -Aquí no hay nadie –Se encogió de hombros- Solo ratas y alimañas que llegaron a última hora. -Me importa muy poco tus comentarios. Estamos cazando a tu personal, gracias a información interna… -¿Cómo? –El viejo se puso de pie, rojo de ira, controlándose- ¿A qué te refieres? -Mi hijo fue una fuente muy útil. Nuestro enfrentamiento nunc a fue real… Nos sabíamos vigilados. Todo esto no fue más que un hábil plan mío a la que él se prestó con gusto. El viejo sacó su bastón de la papelera, tratando de ponerse de pie penosamente. De golpe abrió un compartimiento oculto en su escritorio, sacando un revolver magnum 357, apuntando al comisario Gutiérrez. Todos desenfundaron sus armas gritando a voces que bajara el arma. Gutiérrez se limitó a alzar la mano. Todos guardaron silencio y enfundaron su armamento. -Baja esa arma colega… Vamos, no me mires así. -¿Qué me impide darte un tiro? ¡Hijo de puta el padre,
hijo de puta el hijo! -Nada te lo impide. Pero si yo estoy muerto, tú también. ¿Y quién va a proteger a los tuyos? Eres la única garantía de que sigan vivos –Sonrió- Nada salvaría a tus muchachitos. Luego de unos momentos, puso el arma sobre la mesa y se dejó caer en su asiento, derrotado. -¿Qué coño quieres? -Una información que está en tú poder y que podría perjudicar los intereses de varios de mis asociados y clientes… Nada importante. -No vas a sacar nada de mí. -Entonces, “comisario”, estás detenido por ser el líder de una banda organizada, dedicada a la extorsión, asaltos a bancos, piratas de carretera y lo que se nos ocurra. -Si es así, quiero llamar a mi abogado. -No. No vas a poder llamar a nadie… Pero, para que veas que soy tan cruel, te vas a quedar bajo custodia justo aquí. Es cómodo, confortable… y aislado. Así tendremos tiempo para conversar… -¡Vete a la mierda! -¡Ya tú estás en ella! –Miró su reloj- Desde hace una hora, mis hombres están rastreando a tú personal – Puso cara de amargura- Los entrenaste bien. Los que no han podido irse, están invisibles… Pero sé que alguno quedó por allí.
-Dios te libre si llegas a hacerle algo a alguno de los míos. -Veremos… El portero del edificio ya le había avisado a Lucia que el taxi la estaba esperando para llevarla al aeropuerto. A pesar del retraso del taxi, Lucia no se preocupaba, pues tenía tiempo de sobra, pues era bastante organizada. Dos cosas activaron su instinto de conservación: La primera fue el aspecto y actitud del taxista. A pesar de que el vehículo estaba identificado con la línea que siempre contrataba, a este no lo conocía. Su aspecto y manera de conducirse eran más de un militar que de un chofer, acostumbrado a tratar con el público. Decidió sentarse justo detrás del asiento del conductor. Fingió revisarse el maquillaje. Allí captó la segunda cosa que llamó su atención. Pudo ver por el espejo de su polvera en vehículo con vidrios oscuros y sin placas que comenzó a seguirlos nada más arrancó el taxi, manteniéndose a distancia prudencial. Lamentó estar desarmada. Luego de un rato preguntó de la manera más natural del mundo: -Señor, ¿está seguro de que por aquí se va al aeropuerto? Ya el vehículo había tomado un camino secundario, por lo que se detuvo en seco y el chofer se bajó
rápidamente, asegurándose de dejar cerrada su puerta. En vez de tratar de bajarse, Lucia esperó. Cuando este se disponía a abrir la puerta del pasajero, esta se le adelantó, empujándola de golpe, haciéndolo caer. Se bajó y antes de que este se incorporara, golpeó su cabeza con la puerta, desmayándolo. Fue en ese momento que vio al otro vehículo estacionándose. Los hombres que caminaban hacia ella, si estaban armados, no lo demostraban. Sabía que era inútil tratar de correr, pero decidió intentarlo. Sabía que la perseguían. Alguien la sujetó por la muñeca. Sin ni siquiera voltearse, lanzó una patada hacía atrás, metiéndole el talón justo entre las piernas, machacándole los testículos. Este la soltó y se dobló por el dolor. Una patada lateral a la rótula y un rodillazo en la cabeza lo dejaron fuera de combate. Un brazo la rodeó con fuerza por detrás, pasando el antebrazo por el cuello, aplicando presión directo en la tráquea, formando un candado con el otro brazo. Trató de zafarse usando los codos y los pies, pero quien la tenía sometida sabía bien lo que estaba haciendo. Comenzó a faltarle el aire, la visión se hacía borrosa, todo se oscurecía, hasta que finalmente cayó en la inconciencia. -Shhh… Tranquila niña… Muy bien –Susurró, mientras la besaba en la frente y arreglaba su cabello, mientras
la tomaba en sus brazos y la metía en el taxi. 11 En la sede de la policía federal, el comisario Rodríguez conversaba con su hijo de los resultados del operativo contra la desarticulada división zombie. El hombre no se mostraba satisfecho. -No había mucho armamento en el parque. Y por los registros, falta. Los muchachos encontraron mucho papel pasado por una trituradora de papel y quemado después. Nada salvable. Y me están presionando… Necesito resolverlo. -Imagino que el ministro les avisó –Le mostró- ¿Ya vio esto? -Una bala… ¿Qué tiene de especial? -Es repotenciada. Muy útil. -No le veo nada del otro mundo. -Las balas repotenciadas son ensambladas con puntas de plomo. Estas llevan una pólvora con mayor power impact, lo que hace que cuando lleguen al blanco se deformen y haga imposible que se puedan realizar pruebas de balística. Y sé lo que le digo. No se encontraron todas. -¡Y ese maldito viejo no suelta prenda!... Necesito la información que el posee. Esto me puede costar el puesto.
-¡que lamentable! -¡No me vengas con pendejadas carajito! –Le dio un manotazo al escritorio! Mira que no estoy para tus mierdas… -Gutiérrez encendió un cigarrillo para calmarse. -Lo lamento, comisario. En ese momento sonó el celular. El comisario Gutiérrez lo atendió. Sus facciones cambiaron por completo. -Tenemos a alguien… -¿A quién? -Perdona si no confío en ti. -Está bien… -Alejandro pensó rápidamente. Debía buscar la manera de darle un giro a las cosasComisario, con respecto al viejo, tengo una idea. -¿Qué será? -Déjeme ver al viejo, para ver qué le saco. -No me parece. Sabe que lo vendiste. -Por eso. Una persona llena de ira dice muchas cosas. -No. Y es una orden. -Entendido, comisario… Pensándolo bien, creo que tomaré mis vacaciones pendientes. -Mejor mantente al margen de todo. Yo me encargo de lo demás. Vete de aquí. Al salir de las instalaciones, Alejandro vio un taxi. El taxista estaba conversando con otro hombre. Sus rostros se le hacían conocidos. Subió al vehículo. -Al centro, por favor.
Dejó que el automóvil se internara por el centro. No podía dejar que se notase, pero estaba seguro de que lo seguían. Decidió tomar acciones. En un semáforo en rojo, abrió la puerta del taxi, al mismo tiempo que lanzaba unos billetes al asiento del frente. -Cambié de opinión hermano. Me bajo aquí. Y comenzó a caminar, internándose en un centro comercial. Sabía que el conductor del taxi no tendría tiempo de estacionarse para seguirlo, por lo que solo una persona trataría de darle alcance. Dentro del centro comercial se detuvo dentro de un quisco de revistas. Escogió una con toda intención y comenzó a hojearla, sin quitarle la vista a la entrada a través del cristal de una vitrina. Reconoció al hombre fácilmente. Era el mismo que estaba conversando con el taxista en el estacionamiento del comando de policía federal. Era el cliché completo: Corte militar, chaqueta de cuero, gafas de aviador y una cara de asesino típico de los policías con aires de matones. Lo estaba buscando. Mientras no se voltease, tardaría más en ubicarlo. Canceló la revista y comenzó a caminar por el borde exterior del pasillo, para facilitar su ubicación. Buscó los baños a sabiendas de que ya lo estaban siguiendo. Caminó por un pasillo y giró de golpe para entrar al baño, pero se escondió en el depósito de servicio. El hombre se detuvo en la puerta del baño, extrañado
de no verlo. Entró con cuidado al baño, buscándolo en los privados. Nada. Cuando se disponía a salir, casi se tropieza con él, que llevaba escondida la revista enrollada en un apretado cilindro. Lo golpeó con fueraza en los testículos y el estómago, haciendo que rodara por el piso, adolorido. Lo arrastró a un privado y como se estaba levantando, le aplicó un candado en el cuello hasta que este perdió el sentido. Le hizo una revisión rápida. Le quitó el celular y las credenciales. Tomó el arma, pero solo le quitó el cargador y sacó la bala de la recámara. Lo revisó y le quitó dos cargadores más. Salió y avanzó por el pasillo, dejando caer las credenciales y el celular sin batería en un cesto de basura. Se acercó a dos policías de uniforme. -Disculpe agente. Allá en el baño hay un tipo tirado en el piso. Creo que está borracho o drogado. Me amenazó con una pistola y salí corriendo. Alejandro fingió alejarse, colocándose en un sitio ventajoso donde no podía ser visto. El hombre salía del baño tropezando y los uniformados le apuntaron con sus armas. Este se llevó la mano dentro de la cazadora de cuero para buscar sus credenciales y estos le gritaban, amenazando con disparar. Resignado, se arrodilló, con las manos en alto. En ese momento apareció su compañero, dando gritos, mostrando sus
credenciales en alto. Era el momento exacto para marcharse de Alejandro, con la terrible incertidumbre de buscar a Lucia. 12 Entre penumbras, Lucia trataba de aclarar la vista, luego de recobrar el sentido. Era un lugar mal iluminado, parecía ser una oficina, con algunos escritorios y sillas. No le era conocido el lugar. Movió la cabeza para tratar de quitarse la molestia del cuello. Estaba atada a una silla muy baja, tanto que tenía las rodillas dobladas. Las luces se encendieron de golpe, hiriendo sus ojos. Un grupo de hombres entró y cada uno se dedicó a matar el tiempo. Algunos jugaban cartas, o escuchaban música, otros jugaban ajedrez, otros leían pornografía. Para ellos, ella no existía. Resignada, se dedicó a esperar. Conocía muy bien esa táctica. Era para causar agotamiento mental. Le pareció gracioso. Escuchó abrirse la puerta del fondo. Entró un hombre que aparentemente estaba absorto en la lectura de un libro. La actitud generalizada de todos cambio. Se apagó la música, desaparecieron las revistas y las cartas y todos esperaban atentos, incluida Lucia, llena de
curiosidad. El pretendió no darse cuenta de nada de lo que sucedía a su alrededor. Se sentó en una silla que le habían desocupado. Terminó la página, le puso un separador al libro y lo cerró. Se guardó sus lentes de lectura. Suspiró y se puso de pie, mientras frotaba sus manos, entusiasmado. -A ver que tenemos aquí. -Fue la única que encontramos de la fulana división zombie. -Los únicos zombis aquí son ustedes, que dejaron que una mujer les diera una paliza. Le pido disculpas, señorita. -¿Y usted es…? -Un amigo que se disculpa por la situación y la terrible posición en que se encuentra. -Sé quién es usted: Un criminal degenerado y peligroso. -No niego lo último. Pero sea un poco más justa conmigo. No soy tan malo, piadoso más bien –Hizo un gesto de resignación, encogiendo los hombrosLamentablemente, vivo circunstancias desagradables que me impiden demostrarlo. -Lo único que usted busca es dinero. -Nada más lejos de la verdad –Hizo una pausa pensando en una idea- Le contaré una historia: Bajo el mandato del emperador Nerón, Narciso un esclavo liberto le prestó al emperador Nerón dinero para pagar las deudas del estado romano. ¡Un esclavo que compró su
libertad!... Lo más bajo de la sociedad. Un emperador y el senado se inclinaron ante este hombre, que llegó a acumular una fortuna de unos cuatrocientos millones de sertecios. Los nobles romanos incluso llegaron a permitir que sus hijas se casaran con esos antiguos esclavos. No era el dinero, sino el poder. Aquellos que tienen las riquezas, los políticos, las leyes, todos terminan inclinándose ante el poderoso. Ser poderoso te hace rico, pero solo es un efecto colateral. Cuando las sociedades se corrompen y se descomponen, el nuevo orden surge. Roma y muchas otras sociedades cayeron por sí mismas. Y yo, al igual que otros, no caigo con ellas. -Usted está loco. -Ni tanto. Verá: Ustedes hicieron temblar a los reyezuelos de esta ciudad. Contra ustedes, los poderosos, las leyes, el dinero, las relaciones, los privilegios no sirvieron de nada. Ustedes, con su falta de temor, por su uso de la fuerza, su astucia, ellos temblaron. Ahí es donde yo aparezco. Mientras ellos se esconden detrás de sus lujosos escritorios, o una credencial, yo, al igual que ustedes, enfrento todo, les resuelvo sus problemas, los rescato, les proveo un servicio. Lo hago, porque al igual que ustedes, no les temo. Somos iguales. -No hable tanta mierda. Hemos atacado sus negocios, quemado sus drogas, robado su dinero.
-¡Muchacha ingenua! –Lanzó una carcajada- ¿Mis negocios? ¿Les hicieron creer eso?... Eso fue lo que le dijeron al ministro y eso les dijo a ustedes. No son mis negocios. Solo soy un proveedor de servicios. Uno muy caro. Las drogas, la prostitución y el licor son solo para mediocres. Yo estoy para salvarlos. -¡Que sobrado! -Gracias por el tuteo. Pero ni tan sobrado. Ustedes han sido un dolor de cabeza. Pero aquí estás tú, un miembro de la división zombie. Es increíble que seas tú. -¿Me conoces? -No en persona. Pero esta prenda –Tomó el camafeo que colgaba del cuello de la mujer. Lo abrió y vio la fotografía que guardaba en su interior. Ella se echó hacia atrás- ¿Un recuerdo? Yo también los guardo. -¿Qué quieres? -Disculparme. ¿Viste el taxi que tomaste? Cuando la policía lo encuentre, serán solo metales retorcidos e incendiados… Y el conductor tuvo que morir para poder usarlo. Aquí n pueden haber testigos. -¿Esta muerto? -Los rusos dicen que muerto no muerde. Un testigo recuerda cosas que pueden costar caro. Por eso me disculpo –Ella le miró con el desconcierto pintado en el rostro- En serio, lo hago. -¿A qué coño se refiere?
-Los hombres de ideas son los más peligrosos del mundo. Podrían llegar a cambiarlo. Afortunadamente, son procesos a largo plazo, por lo que la forma de vida de gente como yo no corre peligro. -Deje de hablar mierda y vaya al punto. -Le explicaré: Una vez yo me encontraba en un sitio público para cerrar un negocio. Y me encontré con amigos con cuentas pendientes. Debía aprovechar la ventaja de que era un lugar público para salir de allí sin correr, porque una balacera estaba fuera de lugar si yo quería permanecer en el anonimato. No me gustan las masacres –Sonrió- Llegué al estacionamiento. Cuando uno necesita un taxi, este no aparece. Tuve que fingir un asalto y matar al pobre desgraciado que venía llegando en su vehículo… Tomé sus cosas. Fue allí cuando descubrí su profesión. Me dio pena haberlo asesinado. Me quedé con algo que creo que debes tenerlo tú. Dejó caer en el regazo de la joven un camafeo idéntico al que ella llevaba colgado al cuello. Lucía lo tomó, mirándolo con los ojos muy abiertos, negándose a lo evidente. -¿Esto? -Estoy un poco avergonzado. Pero entienda. Era un asunto de necesidad. A Lucia se le humedecieron los ojos. Trató de decir algo, pero se le quebró la voz. Respiró varias veces
para controlarse. La mirada era una mezcla de dolor y de locura. -¿Podrías hacerme un favor? -Dime. -¿Podrías matarme? -Lo lamento. Te necesito viva. Envié unas imágenes tuyas vía celular por petición del cliente. -Es mejor que me mates, porque te lo juro, hijo de puta, que si no lo haces y llego a tener una oportunidad, yo si te mataré. Y voy a tratar de que sufras mucho. -No lo dudo –Su rostro mostró pena, pero solo por unos momentos, para luego sonreír- Pero creo que esa oportunidad no va a ocurrir –Le habló a sus hombresVoy a hacer unas llamadas. No molesten a la joven. Tengo mucho en que pensar. Al salir aquel hombre, la actitud de aquellos hombres se relajó. Uno de ellos se asomó para asegurarse de que en verdad se había ido. Su jefe ya no estaba. Miró a aquella mujer con desdén, pues Lucia le había dado una paliza durante el secuestro, aparte de que estuvo a punto de fugarse. -¿Ya no eres tan fuerte? ¿No, policía? –La miró con desprecio- ¿Te crees mejor que yo? –Ella guardó silencio- Lo que necesitas es un macho que te recuerde lo que es ser mujer. -Soy mujer –Respondió entre las risas vulgares de aquellos hombres- Acostarme contigo sería como ser
lesbiana. Ahora las risas de burla eran para él. Sacó del bolsillo de su pantalón un revólver de pequeño calibre. Lo balaceó frente a ella, usando el cañón para verle el escote. -¿Con que no soy un hombre? Te voy a enseñar… -El jefe dijo que no la molestaran –Señaló alguien- Dio la orden. -Pero no vamos a hacerle daño –Dijo mientras se desabrochaba los pantalones y se bajaba el cierre de a poco- Vamos a pasarla rico, nada más. -¿Rico? –Lucia lo miró retadora- ¿Rico? ¡Trata de meterme esa espinilla en la boca y te la arranco! -No lo creo –Le dio el arma a otro hombre- Aquí mi hermano del alma te va a apuntar. Si no eres cariñosa, te va a volar una rodilla o quizás un seno. Algo que no te mate, pero que si te duela mucho –Comenzó a manipular su miembro- Pero esto no te va a doler… Hasta lo vas a gozar. Se acercó lentamente, balanceando su miembro ante su rostro. Lucia se movió incómoda en la silla. Miró los rostros de aquellos hombros, todos estaban a la expectativa. Podía ver al otro hombre, empuñando el arma, apuntándole. Pudo ver la mano que rodeaba la mano armada de aquel hombre y las señas de que guardase silencio. Aquella mano apretó tan fuerte que le rompió los
dedos. El otro hombre continuaba embelesado y lascivo. -¡Coño que rico! ¡Yo sabía que te iba a gustar! Ya sabía yo que eras una rolo e… El grito hizo estremecer a todos los espectadores. Ahora el hombre se revolcaba en el suelo, agarrándose la entrepierna, al tiempo que en el piso se iba formando un charco de sangre creciente. Lucia lo miraba enfurecida, mientras escupía el pedazo del pene, con la boca llena de sangre. -¿Qué paso? –Preguntó mientras sonreía- ¿Ya no lo gozas como lo estoy gozando yo? -¡Jefe, ayúdeme! –Musitó- Me muero… ¡La perra me desgració! -No te preocupes –Miró su reloj- En unos cinco minutos ya no tendrás ese problema. Se inclinó frente a lucía. Con ternura le limpió la boca con un pañuelo. Lucia le escupió el rostro, con la saliva mezclada con la sangre. Se limpió la cara y le respondió con un bofetón tan fuerte que la hizo caer con todo y silla, desmayada. -Llévenla a una celda. Y si alguien me desobedece, el resto me rogará que lo mate. Y boten esto. Pateó el pedazo de pene, haciéndole rodar por el piso. Todos se alejaron como si se tratase de una alimaña que pudiese morderlos.
13 En la sede de la división zombie, Alejandro era detenido en la entrada por hombres de uniforme. Los reconoció como parte del equipo de su padre. Como sabían quién era, se limitaron a saludarlo con la cabeza. Les correspondió sin dejar de avanzar, al tiempo que desenfundaba su pistola con silenciador, impactando dos veces a cada uno, directo en el chaleco antibalas. Apenas podían, moverse del dolor. Rápidamente los desarmó y ató con las piernas y brazos cruzados con sus propias esposas. Les cubrió la boca con adhesivo y vio que uno de ellos tenía un aturdidor eléctrico. Al llegar al parque de armas encontró la reja corrediza cerrada. En su entrada, un hombre de edad madura leía el periódico de lo más relajado. Disimuladamente Alejandro guardó su arma. -¡Que más sargento! –Le saludó como la cosa más natural del mundo- ¿Cómo va todo? -Bien… ¿Y eso, tú por aquí? -Vine por unas cosas mías que están en el parque. -Nadie puede pasar. -Pero… -Nadie. -Vamos sargento –Dijo en tono conciliador- Solo vine a sacar un par de pistolas que son mías, nada más.
-No tienes nada allí. Yo personalmente hice el inventario. -Nada te cuesta hacerme la segunda sargento. -Dije que no. -¿Y si te doy…? Se llevó la mano al bolsillo trasero de su pantalón, solo que en vez de sacar la cartera fue el aparato portátil de descargas eléctricas, aplicándoselo directamente al cuello, haciéndolo caer de rodillas. Una segunda descarga lo dejó inconsciente. Momento después, un pinchazo en el brazo lo hizo abrir los ojos. Estaba atado a una silla de metal y Alejandro acababa de ponerle una vía en la vena. No podía gritar. Estaba amordazado con adhesivo. Junto a Alejandro se encontraba el comisario Gutiérrez, que trataba de mediar con él. -¡Y cuando pesabas sacarme de allí! -Tenía a sus perros de presa detrás de mí. Por lo menos ya saqué la información del parque… A nadie se le ocurrió buscar los dispositivos de información en la grasa para armas. ¿Y ahora? -¿No lo sabes? ¡Tienen a Lucia! -¡Lo sé! –Sonrió- Pero pronto lo vamos a saber… Solo deme unos momentos… El hombre atado trató inútilmente de soltarse. Inútil. La vía pasaba por un envase lleno de hielo, donde reposaba una bolsa de solución salina.
-Escucha sargento: Sé que sabes dónde tienen a la muchacha. Mejor es que me lo digas –Le quitó la cinta de la boca- ¡Habla! -¡No me van a sacar nada! De golpe apretó los dientes con fuerza. Todos sus músculos se tensaron al punto que parecía que iban a romperse. Le salían lágrimas del dolor. Todo duró unos segundos apenas, pero quedó aturdido, jadeando. El violento efecto sorprendió al Viejo, que no conocía esa modalidad de tortura. -¡Te dije que te esperaras! -¿Y qué coño voy a esperar?... Ahora ya sabe lo que le espera. -¡Pero esto es inhumano! -¿Inhumano? ¿Crees que esto es inhumano? ¿Para qué crees que esto estaba aquí? ¡Lo iban a usar contigo! ¡Así que no me vengas con mierdas de esa clase! -¡Suéltenme, hijos de puta! Lleno de impotencia, el viejo agarró una pistola de un estante y apuntó a Alejandro, decido a dispararle si era necesario. -¡Suéltalo! –Alejandro lo miró lleno de sorpresa¡Nosotros no hacemos eso! -Escucha viejo, si vas a disparar, dispara. ¡Pero yo no tengo tiempo! Repitió el procedimiento. El hombre temblaba, orinándose del dolor. Un hilo de sangre salía de la
comisura de sus labios. Se había mordido la lengua. -¡Y vas a continuar! ¡Lo vas a matar! -¡Hasta que hable o muera!... –Suplicó- Viejo, entiende… Es Lucia. Está en poder de Vorotilov… El viejo puso su mano en el hombro de aquel hombre que lo miraba con ojos lacrimosos. Se inclinó y le habló en el oído: -Más vale que empieces a hablar… Alejandro guardaba en un estante aparentemente abandonado armas y municiones, además de un correaje de combate y un chaleco antibalas. El viejo lo miraba guardar granadas de choque en el correaje. -¿Estás seguro de que puedes hacerlo? -No. Aquí todo está dominado por el azar. Lo de Lucia lo supe por casualidad… Así andamos. Solo necesito que me ayudes a entrar. Trataré de sacar a Lucia por las buenas. -¿Cómo piensas hacerlo? -Dándoles lo que piden… A la información y a ti, una vez que sepan que escapaste. -¡Ja, ja, ja! –Se carcajeó el anciano- Eres de lo peor… 14 Luego de mucho transitar, el vehículo comenzaba a bajar por la sinuosa carretera, entre centenarios árboles y una brisa fresca que invitaba a abrigarse.
Ya comenzaban a verse sitios habitados entre las montañas: Sembradíos aquí y allá, alguna que otra vivienda, con lámparas aún encendidas, que llegaban quién sabe de dónde. Comenzaba a llegar el suave olor del salitre del mar. La costa estaba cerca. Entrando al pueblo, tomaron una desviación, atravesando un sembradío de piñas, hasta llegar a una antigua casa colonial, que había conocido tiempos mejores, que aparentemente se encontraba deshabitada. Se detuvo en una garita improvisada. De allí salió un hombre armado con una escopeta, apuntándolos de inmediato. Desde el asiento del conductor, Alejandro levantó las manos con toda la calma. -¿Qué quieres? –Movió el cañón del arma- ¡Bájate! -¡Traigo un encargo! –Le gritó desde el vehículo- ¡Me mandaron a traer este hombre para acá, además de un material! El hombre avanzó con cautela y miró el asiento posterior del vehículo. Allí se encontraba el viejo, esposado y amordazado. -¿Y este no se había fugado? -Pero ya no lo está… El vigilante le hizo señas para que lo siguiese hasta la garita. Allí se encontraba un escritorio, un teléfono y un termo metálico con agua. Se sirvió un vaso, al tiempo que colocaba un paquete sobre el escritorio.
Bebió el agua, sin quitarle la vista al vigilante, atento a sus movimientos. El hombre puso la escopeta en un rincón para abrir el paquete. Eran una serie de discos digitales numerados. Bajó la guardia. Su mano buscó el teléfono. -Tengo que entregárselo a Vorotilov. El hombre colgó el teléfono. Lentamente abrió una gaveta, para sacar un arma, ya que la escopeta estaba fuera de su alcance. -Nadie dijo que Vorotilov está aquí. El ruido de una esposas al caer el suelo llamaron su atención. Alejandro le dio una patada a la gaveta, al tiempo que le metía el cañón de su pistola en la boca. -Más te vale que te portes como un machito y te calles. -Yo tengo la anestesia –Dijo el viejo, que ya se había bajado del vehículo y sostenía la escopeta- Permiso. Luego del fuerte culatazo y dejarlo desmayado, fue amordazado y escondido debajo del escritorio, el viejo revisaba todo, tomado las llaves de un rústico estacionado, mientras Alejandro se equipaba. -¿Y dónde sacaste esos cd´s? -La colección de pornografía del parquero. -No se las vayas a perder, porque es capaz de matarte. -Solo si no salgo vivo de aquí. -Me regreso en el rústico. Aguanta y trata de que no te maten. Regresaré con ayuda lo antes posible. Tardaré una media hora a lo sumo.
-Okay… Alejandro rodeó la parte exterior de la casa, entre los árboles, pegado a la pared, usando una pistola con silenciador, en posición de combate. Logró evitar los puestos de vigilancia, llegando al fondo del patio. Una puerta se abrió de golpe. Un cocinero salió a arrojar el contenido de un balde plástico al patio, entrando de inmediato. Antes de que la puerta se cerrase, Alejandro entró sin ser notado, guardando la pistola en su funda y tomando un enorme cuchillo de cocina hasta situarse detrás del cocinero. El frío del acero en el cuello hizo palidecer al hombre. -Si te mueves, te mueres. -No me mate –Suplicó- Solo soy un empleado. -La mujer, ¿está aquí? ¿Le han hecho algo? -No. Le acabo de llevar comida a su habitación. Está al fondo, luego del depósito y las oficinas. -Te voy a preguntar algo. De que sigas vivo depende de ti –El hombre asintió- ¿Le cocinas a todos? ¿Cuánta comidas preparas? ¿Viene alguien en la noche?... Quiero que me respondas ese tipo de cosas… Luego de someter al hombre de la cocina, ya se encontraba en la entrada de las oficinas. Era una construcción sencilla. La mayoría de las divisiones entre estas era de madera. Tocó suavemente la puerta. Una voz distraída le respondió desde adentro que entrara. Le quitó
la espoleta a la granada de choque. Espero unos segundos antes de tirarla rodando por el piso, cerrando la puerta. -¿Qué coño? –Gritó una voz. El estallido los dejó aturdidos, tirados en el suelo. Entró disparando, aprovechando la ventaja del silenciador, que le daba unos segundos de ventaja. Pasó sobre sus cuerpos, volteando el viejo escritorio de madera de roble, refugiándose detrás de este. Ahora estaba cubierto por el único lugar sólido de la habitación. Se arrinconó entre las dos ventanas, para no ser un blanco fácil. Guardó la nueve milímetros y desenfundo la calibre cuarenta y cinco. Solo necesitaba mantenerlos a raya. Una lluvia de disparos destrozó las ventanas y atravesó las paredes. Solo el escritorio soportaba los impactos. Luego de una andanada de disparos, inconscientemente, siempre se hace una pausa. Alejandro esperaba, empuñando su pistola, tratando de no ofrecer blanco, pendiente de que nadie se acercara a las ventanas del frente. Ya tenía una ubicación aproximada de sus enemigos, por los disparos. Se dejó llevar por el instinto que nace del entrenamiento. Disparó a través de las paredes de donde calculó podían estar sus atacantes. Los proyectiles de calibre cuarenta y cinco pueden atravesar el bloque del motor de un camión. Tres hombres cayeron bajo sus balas.
Ahora sabía que tardarían más en acercarse. Guardó la pistola y sacó la nueve milímetros con silenciador, de la cual tenía más municiones. Cambió el arma de la mano izquierda a la derecha, pues era ambidiestro. Apenas habían pasado cinco minutos. Tendría que ganar tiempo. Miró los objetos tirados en el piso. Había una grapadora, lápices, papel higiénico. La tomó y la hizo sonar varias veces con fuerza, cambiándose de ventana. La andanada de disparos fue directo a donde había estado. Escuchó la orden de avanzar. Disparó a través de la ventana, tomándolos por sorpresa. Los hombres se parapetaron como pudieron. Les parecía mentira que un solo hombre los tomase por sorpresa. Un objeto salió por la ventana, envuelto en papel encendido. Alguien lo apagó a pisotones. Era un diskette. -¡Díganle a Vorotilov que si no me devuelve a la joven, destruiré toda la información que necesita! ¡En dos minutos quemaré otro! Pasaron unos minutos hasta que alguien le llamó. Escuchó atentamente. No sabían quién era, pero parecía querer negociar. Los minutos parecían eternos. Hasta que por fin escuchó las voces que indicaban que parecía que ya la joven estaba llegando. Miró a su alrededor. Agarró la papelera, y buscó el botellón de agua mineral. Su
mirada se posó en un pesado busto de bronce. -¡Aquí está la joven! ¡Que nadie dispare! Se asomó muy lentamente, sin dejar de apuntar. Lucia se encontraba junto a una hombre en sus cuarentas, bastante conservado, delgado, pero aun así, de aspecto peligroso. Alejandro se figuró que se trataba de Vorotilov. La mujer tenía las manos atadas en la espalda. Estaba agotada y tenía la ropa sucia. Quiso avanzar un paso, pero Vorotilov la detuvo. Alejandro gritó: -¡Suéltala! -No puedo –Dijo apenado- No tengo ningún interés en matarla, pero no es algo que me quite el sueño… La pobre ha sufrido mucho. Sería un favor matarla. Alejandro sacó una bala de la recámara de la pistola calibre cincuenta, dejando el carro abierto, además de sacarle el cargador. Dejó rodar la pistola por el piso, dejándola lo suficientemente lejos como para no levantar sospechas. El cargador lo arrojó un poco más lejos. Se libró del cinturón con los cargadores, arrojándolos también. Vorotilov examinó detenidamente el correaje, sacándole los cargadores. Su mirada se detuvo en los tres anillos de las granadas antichoque. Le hizo un gesto a uno de sus hombres, preguntándole algo al oído. -Dos, jefe. Arrojó dos. -¿Nos quiere dar una sorpresa?
-Siempre. Lo recuerdo del restaurant. -Sí. Su padre no está muy complacido. -Me alegro. -Deme por favor la información. Alejandro arrojó al aire el paquete, que este atrapó al vuelo. Miró con curiosidad los cd´s, separándolos. -¿Tantos? -No. Solo uno en realidad. Tal vez son dos los que tienen la información. Quizá ninguno. -Podría matarlos por eso. -Pero no podrías cumplir con tu negocio. Y cómo dices tú, negocios son negocios. -No sé qué empeño tiene la gente en creer que este negocio es mío. -¿Esperas que te crea? -Yo solo soy un proveedor de servicios –Le mostró el paquete- Ahora, si lo que busco está aquí, te garantizo que los dejaré ir. En ese momento, la papelera llena de agua colocada detrás de la puerta de entrada desprendió un leve siseo. La palanca de la granada de choque, envuelta en papel higiénico comenzó a ceder con la humedad. La presión dentro de la papelera de metal, con el busto de bronce sobre esta. La onda explosiva, al viajar a mayor velocidad en el agua, intensificó la explosión, destrozando la puerta. Todos se arrojaron al suelo. Alejandro se arrastró
hasta la calibre cincuenta. Metió de inmediato la bala en la recámara abierta, cerrándola de golpe. Amartilló el arma y apuntó a Vorotilov, disparándole. Pero no pudo darle en el blanco, pues este atravesó a uno de sus hombres, quién murió en el acto. Alejandro corrió entre los hombres de Vorotilov, asustados por la explosión, tratando de alcanzar a Lucia, que para su sorpresa, se había librado de las ataduras y había recogido la pistola del hombre muerto en el suelo. -¡Vamos! –Le gritó Alejandro- ¡Detrás de la casa! Corrieron hacia allí. Lucia se zafo del brazo de Alejandro, tomando otra dirección. Trató de agarrarla, pero no se lo permitió. -¡No me voy! ¡Hay algo que tengo que hacer! -¡Esta mierda no tiene balas! –Le mostró la pistola. -¡No me voy! –Le gritó furiosa- ¡Voy a matar a ese hijo de puta, aunque sea lo último que haga! Y le dio la vuelta a la casa, buscando otra entrada. Alejandro le persiguió desesperado, mirando en todas direcciones. No sabía cuánto tiempo tendría que esperar hasta que llegase el apoyo. -¡Espérame coño! ¡Lucia! Escuchó los gritos. Se arrojó sobre la mujer y ambos rodaron por el suelo, bajo una lluvia de balas. La cubrió con su cuerpo y no le permitió ponerse de pie. Ambos se arrastraron hasta un sembradío cercano,
sin quitar la vista de la casa. Todo el grupo se había refugiado en la casa y parecían dispuestos a no entregarse. Era evidente que el viejo había regresado bien apertrechado. Pudo ver los uniformes verde oliva del ejército. Una ventana estalló en pedazos. Vorotilov la había destrozado con el peso de su cuerpo al atravesarla. Un soldado se asomó, apuntando con su fusil. Se desconcertó al no encontrarlo, pues se había escondido justo debajo de la ventana. El disparo le entró por la base de la mandíbula y salió justo por arriba de la cabeza. Al quedarse sin balas, solo le quedó arrojar la pistola e internarse entre la siembra. Lucia no lo pensó dos veces y comenzó a disparar, hasta que se quedó sin balas, por lo se arrojó en su persecución. Alejandro prefirió correr paralelo a este para interceptarlo. Vorotilov notó que lo seguían. Sin detenerse sacó una navaja y la arrojó sobre su perseguidor. Le causó un corte leve en la mejilla a Lucia, que no se detuvo. Alejandro lo interceptó, arrollándolo. Ambos rodaron por el suelo. Alejandro lo tomó por el brazo para arrojarlo por encima de él con una llave de judo, pero Vorotilov se aferró a él. Al caer, Alejandro quedó sobre este, pero eso no le impidió defenderse. Agarró a Alejandro por la nuca apretándolo con fuerza contra él, golpeándolo con las rodillas y los codos, atontándolo.
Vorotilov se lo quitó de encima de una patada. Lucia se arrojó sobre él, usando la pistola descargada como un mazo. Lo rozó en el primer golpe, pero este logró esquivar el segundo, sujetándola por la cintura y arrojándola como una muñeca de trapo. Alejandro peleó un poco más concentrado, arrojando patadas y puños, que Vorotilov, más experimentado, bloqueaba con los antebrazos y las pantorrillas. En una apertura de la guardia, Vorotilov lo agarró por la cabeza y le propino varios rodillazos que Alejandro bloqueó con mucha habilidad. Vorotilov lo rodeo con un hábil movimiento y rodeó su cuello con su brazo, estrangulándolo. Trató de usar los codos para zafarse, pero era inútil. Le faltaba el aire. Todo se oscurecía. Le fallaban las piernas. Hasta que escuchó un grito y aquel brazo de hierro se aflojó. Vorotilov estaba en el piso. Lucía le había roto la clavícula con la culata de la pistola. Pudo escuchar claramente el crujido del hueso al destrozarse con el arma. Vorotilov reaccionó, dándole un golpe en el rostro con el dorso de la mano. Lucia sintió el sabor de la sangre. Alejandro se arrojó sobre él, levantándolo en peso, arrojándolo contra un árbol. Cayó el suelo y se levantó como pudo. Un pequeño surtidor de sangre intermitente le salía de un feo agujero del cuello. Se llevó la mano al cuello y luego se la miró, empapada
de sangre. Sonrió, sabiendo cual era el resultado final, mientras miraba a la pareja que tenía al frente. Arrojó una carcajada. -Duele. Duele muchísimo –Volvió a reírse- ¡Ay! Con una mano taponeándose el agujero comenzó a alejarse, caminando torpemente. Lucia se disponía a seguirlo, pero Alejandro la detuvo poniéndole la mano en el hombro. Negando con la cabeza. Lucia comprendió que ya no había nada que hacer. Lo encontraron más tarde a la vera del camino, con el rostro al cielo, de color gris pizarra, y los ojos sin brillo, perdiéndose en el sol. 15 El comisario Alejandro Rodríguez guardaba algunos documentos en su portafolio. A pesar de los acontecimientos, no mostraba pesar, pues había usado todas sus influencias para salir airoso de aquel asunto. La investigación de parte de asuntos internos no terminó en ningún resultado y el comisario paso a un retiro digno, incluida su jubilación. Miró con desagrado al comisario Gutiérrez, que entraba en su oficina. Dejó caer el portafolio sobre el escritorio. -¡El muerto no se ha terminado de enfriar y ya llegan los carroñeros a alimentarse de sus despojos!
-No te puedes quejar… Sales en un retiro digno, cuando debieras estar detrás las rejas un rato largo. -¡Todo lo que se dijo fueron puras calumnias! ¡No pudieron probar absolutamente nada! –Señaló la puerta- ¡Ahora, lárgate de aquí! -Recibí el nombramiento de director de la policía federal. Voy a hacer caída y mesa limpia. Mucha basura va a salir de aquí… Este se encogió de hombros y decidió seguir en lo suyo. Alguien entro sigilosamente a la oficina. Gutiérrez ni se molestó en mirar, destruyendo algunos papeles en la trituradora. -Permiso, comisario… Gutiérrez no había sabido nada de su hijo desde el asunto de Vorotilov. Apenas supo que había estado unos días en el hospital, pero más nada. -Pase, inspector. -Tengo entendido que aún es el comandante. -Así es. Hasta que se formalice mi jubilación. -La última vez que hablamos me encargó investigar al comisario Gutiérrez. -Así es. -Entonces –Colocó las credenciales sobre el escritorio, junto con el arma- Le presento mi renuncia inmediata. -¿Y eso? -En vista de que usted salió bien librado, recibí instrucciones de arriba de callarme la boca… Pero
como civil, nada me cuesta ser indiscreto con la prensa… Cosas como que la muerte del hombre llamado Vorotilov y las operaciones exitosas de la división zombie fueron gracias a usted. -¡Pero eso no es verdad! -Bueno, usted no es el único con el monopolio de las mentiras en esta ciudad. -¡Pero mi vida quedará en riesgo! -La vida del grupo no pasó por un paseo… Y el imperio de Vorotilov se derrumbó… ¿O no es así? -Quieres exponerme, a mí, que solo soy un proveedor de servicios, nada más. -Curioso. He escuchado eso en otro lado –Chasqueó los dedos- ¡Ahora lo entiendo! ¡por eso tú tranquilidad al morir Vorotilov! -No sé a qué te refieres. -La operación… ¡Es tuya! -Esas son solo ideas tuyas... Lo que sí quiero antes de tu salida, es la verdadera información que extrajiste de la división zombie. -No… La información que está en mi poder será las delicias de la prensa. -No lo vas a hacer –Tomó la pistola del escritorio y le apuntó- No te lo voy a permitir. -¿Me vas a disparar? ¿A tú hijo? ¿Qué vas a decir después? -Que solo me estaba defendiendo después que
descubriste la verdad… -¿Qué verdad? –Preguntó divertido- ¿Qué vas a inventar ahora? -¿Te contó tu jefe por qué usa bastón? -Sí… Alguien dio un aviso al equipo contrario durante un operativo. -¡Yo lo hice!... Pero, lamentablemente, no lo mataron, que era lo que yo deseaba. -No lo sabía, pero no me extraña. -¿No quieres saber la razón? –Sonrió- Tú querido jefe y yo estuvimos enamorados de la misma mujer… Tú madre. Ella era su novia. Pero yo fui mejor y se casó conmigo. -Pero mamá nunca fue feliz contigo –Lo miró con amargura- Ahora entiendo muchas cosas… Mamá me dijo que se casó embarazada. Lo que no me fijo era que tú no eras el padre. ¡Por eso era que tú la hacías sufrir! –Le señaló acusador- ¡Desgraciado! -¡Eso no es tú problema!... Tal vez el sucio de Gutiérrez sea tú padre, pero yo te crié. -¡No me jodas, comisario! ¡No me jodas!... Me crió el internado, la escuela militar, la academia naval, la policía… Tú no. A ti te veía la cara de vez en cuando. Hasta las vacaciones las pasaba solo con mamá. -Toda la vida he sido un hombre trabajador. Hacer dinero para darme la vida que merezco requiere sacrificios.
-Lo supongo –Dijo irónico- Hacer dinero ilegal requiere trabajo, dedicación y disciplina. Te vas de aquí como un servidor público, pero no eres más que un vulgar traficante de armas, un traficante de drogas y un proxeneta al mayor –Le mostró el celular, que estaba grabando- Pero aquí todos se van a enterar de la clase de basura que eres. -No creo –Le señaló con el cañón de la pistola, mientras negaba con la cabeza- No lo creo. Quitó el seguro del arma, amartilló y apunto. El ruido del clic de arma fue el único ruido que se escuchó en ese momento. Le sacó el cargador. Estaba vacío. -¿No creerías que iba a confiar en una basura como tú? Arrojándole el arma, que Alejandro esquivó con facilidad, el comisario Gutiérrez buscó la suya en el escritorio, pero no tuvo tiempo de sacarla. La puerta se abrió de golpe y apareció el viejo, apuntándole con su revólver. -Este si tiene balas. ¡Ni se te ocurra!... Si la sacas, te coseré a tiros, y no te voy a matar… Lo que quiero es que sufras. Y bastante. Alejandro ya había recogido su arma del piso y le cambió el cargador, colocando una bala en la recámara, apuntándolo de inmediato. -Yo no voy a ser tan piadoso. Anda, sácala. Será en defensa propia. Quisiste dispararme cuando te acusé
de la muerte de mamá. -¿Cómo te enteraste? -¿A… qué te refieres? -Pensé que había cometido el crimen perfecto. Pero algo hice mal, si me descubriste. -Alejandro, muchacho –Le dijo el viejo al ver las intenciones de aquel hombre- No lo hagas. El hijo de puta quiere que lo mates para librarse. No lo hagas. -¡No me importa! –Siguió apuntando- ¡Desgraciado hijo de puta! -¡Inspector, guarde su arma! ¡Es una orden! Alejandro dudó unos momentos, antes de guardar su arma. Luego, recogió las credenciales del escritorio. Dio unos pasos y le quitó el arma que reposaba en la gaveta. -No vas a tener esa salida. Toda prueba que consiga, cada pista, rumor, documento, chisme, lo que sea. ¡Lo que sea!... Lo voy a usar para hundirte… Papá. Dos hombres de asuntos internos entraron, orden en mano. Saludaron al viejo con una inclinación de la cabeza. Uno de ellos habló: -Comisario Gutiérrez, el señor que me acompaña es el fiscal González. Por favor acompáñenos. Estamos interesados en que nos responda unas preguntas. -¿Responder unas preguntas? –Dijo con prepotencia¿Ustedes no saben con quién están hablando? -Si colabora, no le haremos pasar la vergüenza de
sacarlo esposado. Y por favor, no trate de huir. -Resístete papá –Dijo Alejandro, mostrándole sus esposas- Anda, dame el gusto. Salió, sin resistirse, escoltado por aquellos policías. Alejandro se dejó caer en un mueble y el viejo, se sentó en su nuevo lugar, detrás del escritorio. -Bien hecho inspector –Murmuró- Bien hecho. -¿Por qué no me dijo nada? -¿De tú madre?... –Se quedó pensativo unos momentos- Era una gran mujer. Eso había pasado en otra vida ¿Qué podía decirte? -¿Es mi padre? -Eso no lo sé. O no sabía. Pero, mantengámoslo así. Vamos a mantener el respeto entre nosotros y a conocernos más. -Está bien, viejo. -Comisario –Dijo muy serio- De ahora en adelante, comisario. Es el tratamiento adecuado, según mi nuevo cargo. -¡No me joda! -Es lo menos que espero del nuevo jefe de la división zombie. -El nuevo… jefe. -Claro, que me debes los informes del estado actual de la división… El ministro los está esperando. Al fin y al cabo, ambos tenemos jefe. Según la opinión del ministro, y la mía, eres la persona indicada, bajo mi
supervisión, por supuesto, de sacar adelante a la división. ¿Aceptas? -Solo si tomo primero mis vacaciones vencidas. -Dalo como resuelto… ¿Ya visitaste a Camila al hospital? -Voy a buscarla. Van darla de alta esta tarde. -Me alegro. Esa joven merece que comiencen a pasarle cosas buenas. -Con respecto al comisario saliente. Esperemos los juicios, los testimonios. Después se verá. -Sí… Después se verá… El juicio resultó la sensación de la prensa. La desarticulación y limpieza del organismo judicial fue usado como bandera por el ministro para asegurar su cargo. El comisario Alejandro Gutiérrez ofreció toda su colaboración a cambio de que sus privilegios no se viesen afectados. Un fuerte revés para el crimen organizado. Ahora disfrutaba de un cómodo retiro, con su modesta pensión y unos jugosos “ahorros” en un pent house del norte de la ciudad. Ahora disfrutaba de un escocés en las rocas, mientras esperaba a su visita para su tratamiento del fin de semana. Tocaron el timbre. Antes de abrir, se miró el espejo, para asegurarse de estar bien afeitado, estirándose los puños de su fina camisa, pues le gustaba que sus caros gemelos de brillantes se destacaran.
Abrió la puerta, sonriente. Era una mujer rubia, muy blanca, vistiendo un traje de enfermera de falda muy corta y zapatos de tacón alto. El escote de su blusa apenas podía retener sus enormes senos, un poco desproporcionados para su estatura. Era de piernas musculosas y de cintura estrecha. El color de su “uniforme” destacaba la blancura de su piel. De su brazo, junto con su bolso colgaba el abrigo con que había estado cubriendo su “uniforme” de trabajo. A pesar de su rostro de niña, abundantemente maquillado, más que bella, era vulgar, como una actriz porno. Se llevó a sus labios rojos una paleta de fresa, pasando su rosada lengua por la superficie, mientras lo miraba con sus ojos de un azul profundo. El hombre se detuvo allí, disfrutando unos momentos de aquella visión. -Tiempo sin verte –Dijo ella-Pensé que no me ibas a llamar más nunca. -Hola –Dijo él, sin prestarle atención a sus palabras¿Qué deseas? -¿Es usted el doctor? –Dijo en una voz aniñada, siguiéndole el juego, haciendo un juego fálico con el caramelo- Lo vine a ayudar… Puede castigarme, si quiere. -¿Has sido una enfermera mala? –Preguntó, mientras la dejaba pasar y cerraba la puerta- ¿Muy, muy mala? -Un poquito…
Luego de un rato de nalgadas y bofetadas en aquellos senos, Gutiérrez estaba complacido. Se encontraba vestido de la cintura para arriba con la camisa, incluido saco y corbata. Aquella mujer gateaba en el enorme mueble de la sala, lentamente hacía él, luego de recorrer la sala. Su corta falda apenas podía cubrir sus desnudas nalgas, mientras sus senos al aire se bamboleaban suavemente al avanzar, mientras aquel hombre la miraba deleitado. Cuando la tuvo al alcance, acarició sus duras nalgas hasta su ano y la base de su sexo, mientras ella se mostraba aparentemente complacida con aquella erección. -Uhmm… -Lo acarició suavemente, hasta que lo apretó con firmeza- Me lo voy a comer a mordiscos. -Cómetelo –Susurró lascivo- Anda, cómetelo. Estás castigada y te lo vas a tener que tragar… Si no, te voy a castigar –Le abofeteó los senos y le apretó el rostro con fuerza- Duro. Ella le tomó la mano y le chupó los dedos, uno a uno. Gutiérrez agarró la correa, que la tenía al alcance de la mano, chasqueándola cerca del rostro de aquella mujer, que aumentó la presión en el miembro, hasta que se inclinó, lo succionó con fuerza y lo mordió hasta hacerlo sangrar, causándole dolor y placer. -Eso es –Murmuró- Así me gusta.
-¿Te sientes mal? –Le preguntó ella- No te ves bien. Le mostró una pequeña aguja hipodérmica. A él le temblaron las piernas, impidiéndole incorporarse. Comenzó a sentir cada vez más mareos. Como pudo se despojó del saco y la corbata, abriéndose la camisa. Sentía que se ahogaba. -¿Qué me hiciste? -Nada cariño. Solo te di algo dulce. Una sobredosis de insulina –Apartó con suavidad la mano que trataba de sujetarla- No te preocupes por mí. Eso no deja rastros. Y dónde te inyecté, nadie se le ocurriría buscar. Está disimulada por el mordisco… Se montó sobre él y lo sujetó con fuerza, para que no pudiese resistirse, hasta que no se movió más… Cuando se cercioró que había muerto, se bajó de su regazo. Sin inmutarse, se desnudó delante aquellos ojos sin vida. Le mostro sus nalgas enrojecidas. Página 63 -Mira como me dejaste mi pobre culito… -Dijo mientras se ponía unos guantes de látex. Lo vistió por completo. Su tamaño no fue impedimento para hacerlo, pues era bastante fuerte, dejándolo exactamente en el mismo sitio, no sin antes limpiar sus partes, especialmente la zona del mordisco, para no dejar huellas. Se tomó su tiempo para borrar todas las huellas de los sitios por donde se había desplazado. Una vez
terminado, sacó una falda larga y una blusa de su cartera, vistiéndose lo más rápido posible. -Adiós cielito –Le arrojó un beso al aire, mientras le cerraba los ojos. Abrió la puerta. Antes de salir se despojó de los guantes de látex. Caminó por los pasillos hasta el ascensor. Una vez que las puertas se cerraron, se puso unos enormes lentes de sol, para dificultar que alguien la identificase. Una vez que subió a su vehículo, se despojó de la peluca rubia. Una cascada negra como la noche le cubrió hasta los hombros. Mientras tomaba la avenida, iba limpiándose el maquillaje del rostro con un clínex. Aprovechó un semáforo en rojo para maquillarse nuevamente, esta vez con uno más sencillo. Luego, au auto tomó la avenida principal y desapareció. Para el resto del mundo, la muerte de aquel hombre fue producto de un infarto. Debido a los últimos turbios momentos vividos, muy pocos quisieron ser relacionados con aquel hombre, por lo que prácticamente nadie asistió al sepelio. Luego, pasó al olvido. 16 Lucia se estiró cual felina, sonriente, entre sábanas blancas. Sin abrir los ojos, lo buscó a tientas. Se
incorporó extrañada, hasta que lo vio frente a ella, bañado y afeitado. -¿Se te perdió algo? -Nada –Sonrió- Es que por fin puedo dormir tranquila. -El que no pudo dormir tranquilo fui yo… ¡Roncas! – Ella lanzó una carcajada apenada, al tiempo que le arrojaba una almohada- Sí, es cierto, roncas. -No… Yo no ronco. Alejandro la miró con ternura, mientras pensaba lo mucho que le gustaba aquella mujer, cómo disfrutaba los ratos que compartían. -Levántate… Te invito a desayunar. -¡No! –Dijo ella en tono travieso, haciendo un espacio en la cama- Yo te invito a desayunar y luego tú me llevas a comer… Después. Ya en la tarde, Alejandro pensaba, mientras miraba desde el balcón del apartamento, la calle: Niños corriendo en el parque, alguna que otra madre paseando sus retoños en sus coches de bebés, los jóvenes abrazados, sentados en las bancas, diciéndose toda esa clase de tonterías que se dicen cuando se es adolecente y el amor nos es correspondido. Claro, que la vida es azúcar y sal: También estaban aquellos padres que podían disfrutar de un fin de semana con sus hijos, separados de sus pareja. Aquella mujeres que hacían de padres y madres. Entendió que su trabajo era importante, pero no podía
Jesús Alejandro Castillo 118 ser todo en su vida. Pensó en el viejo, sin más amigos ni familia que la hermandad que el trabajo le dio. Le tenía aprecio, más ahora que sospechaba que podía ser su padre biológico, pero no quería ser como él. No quería terminar solo en el e ocaso de su vida… Había mucho en que pensar. Pensaba en Lucia. Ya tenían una relación estable, si se podía llamar así, por el tipo de trabajo que tenían. Había comenzada a pensar en todo desde que Lucia había estado en el hospital, y más ahora, desde que vivían juntos. No era lo mismo verla tomar riesgos ahora. Sus sentimientos hacia ella se habían profundizado y dado el carácter de Lucia, no podía obligarla a renunciar así como así. Ella lo estaba mirando. Se paró a su lado y comenzó a mirar lo que el miraba. Estuvieron unos momentos en silencio, hasta que ella habló: -¿Estás preocupado por nosotros? -Me conoces bien –Sonrió- Luego de estos meses… -Se lo que te preocupa. Nuestro trabajo es de mucho riesgo. Además, pronto tendré que dejarlo. No estaré en condiciones. -¿Estás enferma? -Mira: Las abejitas llegan a una flor y luego a otra. ¿Entiendes? ¡Flores y abejas!... -¿Qué te pasa? -¡Estoy embarazada, estúpido!
Alejandro la abrazó feliz. Jamás había pensado en ser padre, pero se sentía increíble ante la posibilidad real. -No me lo esperaba, ¡pero me encanta la idea de ser padre! -Le voy a solicité a nuestro jefe que me pase a personal administrativo: Ahora soy su adjunto. -Eso quiere decir… Que eres su segundo al mando… -Sí… -¿O sea que eres mi jefe en el trabajo y mi jefe en la casa? -Si no te gusta… -Sonrió- T epodo suspender de alguna de tus funciones. -¡No, mi amor, si solo estoy bromeando! -Más te vale, o de aquello que te gusta, nada de nada. Cero machismos. Mira que la niña se va a parecer a mí. -¿Y ya sabes que es niña? -¡Por supuesto! Alejandro la abrazó de nuevo, seguro de que ella se iba a salir con la suya, como siempre.
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Versiรณn digital febrero 2019 Sistema de Editoriales Regionales Yaracuy - Venezuela
Colección El Libro Hecho en Casa
Serie: Crónica
División zombie El autor con su peculiar manera de darle al lector, una nueva cronica, donde la muerte no se hace esperar, para así demostrar mediante esta una gran misión.
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Yaracuy
Jesús Leonardo Castillo Nace en Maracay el 24 de septiembre de 1968, estudió en el liceo “Oswaldo Torres Viña” de Maracay. Egresado en estudios jurídicos de la Misión Sucre. Ha sido productor teatral y conducido dos programas de radio y escribe desde su adolescencia. Actualmente se dedica en el área de seguridad de la aviación civil. Sus títulos son “Olegario y Otros Relatos” “Jesús vino a cobrar el alquiler” y “La Tata cumple 100 años”.