Colección Libro Hecho en Casa Serie Historia
MERCELMIRA BLANCO
Mis Memorias de Yaritagua Es un compendio de pequeños relatos sobre usos, costumbres, tradiciones y personajes que convivieron en el tiempo con la autora. Un lenguaje muy sencillo, acerca al lector a ese tiempo y a ese pueblo, a un tiempo ya ido, personajes desaparecidos y a un pueblo que todavía se resiste al paso de los años y de las nuevas generaciones.
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YARACUY
Mercelmira Blanco Editora, Periodista, Productora de eventos y Promotora Cultural, nacida en Barquisimeto, hija de padres yaritagueños, vivió en Yaritagua los diez primeros años de su vida. Vinculada por años al mundo editorial, investigadora en el campo de la Cultura Popular de trasmisión oral. Ha estado vinculada también al mundo de las artes plásticas, los cines club y la radiodifusión en países como Estados Unidos, México, Venezuela y España. Escribe relatos cortos, y tiene tres libros publicados.
Ministerio del Poder Popular para la Cultura
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Mis memorias Mis Memorias de Yaritagua
Mercedes Edelmira Blanco Mujica (Mercelmira Blanco)
Mis Memorias de Yaritagua ©Mercedes Edelmira Blanco Mujica Colección El libro hecho en casa. Serie Cuento crónica © Para esta edición: Fundación Editorial El perro y la rana Sistema Nacional de Imprentas Red Nacional de Escritores de Venezuela
Depósito Legal: DC2016001511 ISBN: 978-980-14-3645-4 Diagramación Jesús Castillo Impresión Liduar Prada Ilustración Jesús Castillo Consejo Editorial: Asociación de Escritores de Yaritagua Mariela Lugo, Rosa Roa Aurístela Herrera Orlando Mendoza Luisana Zavarse Moraima Almeida, Belkis de Moyetones José Ángel Canadell José Alejo Omaña Jesús Castillo Correo electrónico: sistemadeimprentasyaracuy@gmail.com
El Sistema Nacional de Imprentas es un proyecto impulsado por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura a través de la Fundación Editorial El perro y la rana, con el apoyo y la participación de la Red Nacional de Escritores de Venezuela. Tiene como objeto fundamental brindar una herramienta esencial en la construcción de las ideas: el libro. Este sistema se ramifica por todos los estados del país, donde funciona una pequeña imprenta que le da paso a la publicación de autores, principalmente inéditos
Prólogo Siempre habrá mucho para contar y también para recordar de esos felices diez años que viví en Yaritagua. Son muchos los recuerdos que se han acumulado en este tiempo. Ya no soy joven y quizás sea eso lo que me hace recordar con más cariño aquellos años de mi niñez, ya tan lejana en el tiempo pero siempre cercana en los recuerdos de esas personas que me acompañaron, de esos olores, sonidos y sabores que tenía mi casa y mi pueblo. Me he atrevido con otro pequeño libro, que creo complementa el de Yo Recuerdo y siento que siempre vendrá a mi memoria ese tiempo ido hace ya tantos años. Esta vez son el onomástico, las canciones y refranes, el léxico, las enfermedades y los remedios, el mobiliario de las casas y los oficios que eran tan importantes en un mundo donde todo se hacía y lo manufacturado era ajeno a nosotros. Sábanas y almohadas eran de fabricación casera e incluso los colchones se hacían en las casas y todo duraba muchos años y hasta pasaban de generación en generación. Privaba la calidad del amor y el cariño para hacer y para cuidar lo que teníamos. Quiero dedicar este pequeño libro a toda esa gente que me acompañó. Fueron muy importantes en mi vida y su recuerdo siempre está presente. Valoro lo que me enseñaron y la forma como lo hicieron, valoro todo ese amor y la comprensión que tuvieron para hacerlo, pues siempre digo que fui una niña feliz, en un lugar feliz. Eso ha marcado mi vida para siempre y para bien. Gracias a todos. Barcelona. Otoño 2014.
Para toda mi gente de Yaritagua y para AndrĂŠs, mi esposo, que aunque es cubano, conoce todas estas historias y me anima siempre a compartirlas.
Mercedes Edelmira Blanco Mujica
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Así se celebraba el onomástico Entre las tradiciones que se han perdido en nuestros pueblos está la de celebrar el onomástico. Pasé mis primeros años de vida en Yaritagua y recuerdo como la Virgen de las Mercedes, patrona de los presos, era también nuestra santa patrona, ya que en mi familia éramos varias las que llevábamos el nombre de Mercedes. Ese era un día de iesta para todos en la casa. Mi abuela que murió jovencita era Merceditas, a ella se le mandaba a decir una misa, mi mamá era Rita Mercedes y yo era Mercedes Edelmira. Y así como se celebraba el día de las Mercedes, pasaba con el día de la Virgen del Carmen, que era uno de los más populares, igual que santa Lucía, la Inmaculada, san José, san Juan, san Antonio y otros santos, cuyo nombre llevaban muchas personas en Yaritagua. Desde muy temprano o quizás desde el día antes se preparaba la casa y la mesa con una comida especial, ya en la mañana empezaban a llegar los regalos que en ese momento los llamaban también “cuelgas”, un extraño nombre que no he oído nunca más. Dulces y frutas en bandejas tapadas con hermosos y bordados paños y servilletas iban formando nuestra mesa de regalos. Uno de los primeros regalos venía de parte de mi tía Filomena, alguien muy querido en la familia. Se llamaba Filomena Otero de Carvallo y era la madre de nuestro querido tío Pablo. De su casa llegaban dulces y frutas –rosadas y dulces peritas- que solo las comíamos en esa época del año, heredé de mi mamá la gran a ición a esta fruta a la que llamábamos Perita, simplemente, por su forma, por cierto parecidas a la pomarrosa o al pomagas. El regalo de mi tía Filomena era uno de los más esperados ya que su generosidad y cariño hacia nosotras era grande. Costumbre de la época era que un muchacho o muchacha empleado de la casa llevara el presente en una ina bandeja, todo oloroso a limpio, olor que despedía la hermosa y muy almidonada servilleta. Y así seguían llegando amorosos presentes de todas nuestras sencillas amistades. Siempre había uno que otro perfume para mi mamá como el popular Ramillete de Novia, del que todavía recuerdo su envase, que tenía dibujado un pequeño y blanco
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ramillete, y otro mas económico, menos ino y poco apetecido, pero no por eso menos popular, llamado Sonrisa. Amigas de la calle Nueva casi todas, que ese día se esmeraban por destacar su cariño hacia nosotras. Por tradición se comía hervido de gallina y participaban de este suculento almuerzo todos los tíos y primos que frecuentaban la casa. Vecinos queridos como las amigas de la casa de enfrente, siempre había un recuerdo de parte de la niña Amelia y de nuestra muy querida “Chica”, Lucinda Pérez, las Mosquera: María Dolores, tan amiga de la casa, Carmen y Dilia su sobrina, vivían en la esquina donde años después se construyó el Liceo Santa Lucía, Emma Varela, tan cariñosa siempre, también se hacían presente con sus obsequios y todos nos felicitaban ese día. Por supuesto que no éramos las únicas Mercedes, pues para ese momento este era un nombre común en nuestro pueblo: Mercedes Mendoza, amiga de Barquisimeto, Mercedes de Ramos, esposa de Abigaíl Ramos, Mercedes Castillo que trabajaba en la casa, Mercedes Reyes, casada con un primo de mi papá, Mercedes Seijas, hermana de mi querida maestra Angélica, la niña Mercedes Gainza, familiar querido y Mercedes Barrios, amiga muy apreciada que nos visitaba con frecuencia, eran algunas de las que mi mamá recordaba en esa fecha tan especial. Ya muchas de ellas no se encuentran entre nosotros, pero siempre habrá nuevas Mercedes que continuarán festejando su onomástico. Ya no regalan bandejas de frutas o dulces, los tiempos han cambiado, pero siempre habrá tocayas que celebren este día y que engalanen su casa y su mesa para recibir las “cuelgas” esperadas.
Canciones populares En la época a la que hago referencia había pocos aparatos de radio en Yaritagua y éramos afortunados aquellos que lo teníamos. Yo era una de las afortunadas, pues desde que nací en mi casa hubo uno que siempre se oía aunque tuviera lo que llamábamos estática o sería solo interferencia. Pero podíamos, al menos estar al tanto de la música de moda en las emisoras de entonces. La música mexicana mandaba aunque también la cubana era muy popular y la colombiana estaba empezando a entrar con La Múcura y El Caimán, que llegaron para quedarse por muchos años, igualmente los bambucos. En mi casa los cantaban pero yo vine a saber que eran bambucos colombianos hace muy poco tiempo. Pensaba que solo eran canciones viejas, muy populares, pero no pensaba en su procedencia. Recuerdo unos temas cubanos muy alegres como Juancito Trucupei y Burundanga que decía: “Songo le dio a Borondongo, Borondongo le dio a Bernabé, Bernabé le pegó a Muchilanga, le dio Burundanga le jincha los pies”… Interpretada por Celia Cruz y la Sonora Matancera y también algunos boleros que cantaba Bienvenido Granda y Celio González, siempre acompañados por la Sonora, con ese sonido indiscutible de los metales que todavía en el recuerdo lo identi ico. Daniel Santos y Leo Marini no se quedaban atrás en popularidad, también cantaban con la Sonora. Más adelante aparecieron otras orquestas que competían en popularidad, pero hasta ese entonces era la más popular. Angustia o Vendaval sin Rumbo eran de esos boleros inolvidables, El Preso de Daniel Santos, Maringá, Margot y Niebla del Riachuelo, cantadas por Leo Marini, estremecían los corazones más indiferentes. Entre las canciones mexicanas llevaban la bandera las que interpretaba Pedro Infante y Jorge Negrete, algunas era muy populares por haber sido temas de películas de gran éxito. Flor sin retoño, Luna de octubre y Los dos perdimos estaban en todas las buenas rockolas de ese momento, también las canciones de los tríos de guitarra, ya fueran Los Panchos o los Tres Reyes y en Radio Barquisimeto, Radio Universo o Crono Radar, no faltaban programas en vivo con el dúo de Los Hermanos
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Gómez, o Los Pequeños de Lara, un trío de niños que cantaban y tocaban la guitarra. Este grupo había hecho una presentación en un acto cultural de la Escuela Cedeño y ahí los conocí y quedé encantada. También se podía escuchar al gran Trío Curarí que interpretaban canciones larenses como las compuestas por uno de sus integrantes y fundador el doctor Juan Ramón Barrios. Noches Larenses, La Veragacha y Pablera, eran muy conocidas y ya se hablaba de lo buen compositor que era el hijo de don Leonardo Estulume, quien vivía a 2 cuadras de mi casa. Barrios, es un orgullo de la música larense y venezolana. Irónicamente su primer tema Noches Larenses lo conocí por el Quinteto Contrapunto, cuando vivía en Caracas, luego de haberlo tenido tan cerca. Todo esto coincidió con el auge de la música del llano venezolano, artistas como Juan Vicente Torrealba y Los Torrealberos lograron imponer muchos temas con cantantes como Mario Suárez, Rafael Montaño o voces femeninas como Marisela y Pilar Torrealba. Por esa misma época empezó a ser conocida Adilia Castillo con su golpe El Cachicamo y otros temas, también el conjunto Los Juancheros quienes visitaron Yaritagua en varias ocasiones, sobre todo para las iestas de diciembre. Se escuchaban en la radio algunos merengues venezolanos, faltaban muchos años para que se impusiera el merengue dominicano, con tanta fuerza, aunque en algún momento fui a Caracas cuando tenía 7 años vi que bailaban algo de una manera especial que llamaban botiao, era el merengue apambichao que luego se impuso en todas las emisoras de radio y empezó a gustar y a escucharse en algunas rockolas como la del bar de Rosita Varela, donde escuché los primeros merengues, quien sabe si otras rockolas también las tenían, pero ese bar quedaba a 1 cuadra de mí casa y desde la ventana, podía escuchar todo lo que ponían. Todos los días trasmitían un programa de tango por una emisora de Barquisimeto, pero a mí no me gustaban, pues me parecían muy tristes, mi papá los escuchaba y le gustaban mucho, hasta los cantaba. Igualmente se escuchaban programas de valses larenses con la Pequeña Mavare, que popularizó muchos valses de Napoleón y Juancho Lucena, como el bambuco Endrina, que a mi mamá le encantaba y se pasaba el tiempo cantándolo, música
de Pablo Canela así como de compositores más antiguos como el doctor Simón Wohnsiedler y su famoso vals El Muchachito. Los valses de Antonio Carrillo, primo de mi papá, entre los que estaba Como llora una estrella y las composiciones de Amílcar Segura se escuchaban en esas emisoras que realizaban una gran promoción de los valores locales. Eran pocos los ídolos nacionales, eso todavía no había empezado y apenas estábamos conociendo a Alfredo Sadel y en Yaritagua no se escuchaba música norteamericana, faltaba mucho tiempo para que Elvis Presley llegara a una emisora de radio larense y menos Paul Anka o Los Platters.
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Casonas de mi pueblo
Amenaida Parra que quedaba al lado de la Casa Parroquial y la casa de las Torrellas, diagonal con nuestra casa. Sus pisos de ladrillo le daban ese toque de antigüedad y frescor que era vital en el clima caliente de Yaritagua. Además de contar con unos habitantes muy especiales, que entre otras cosas se dedicaban a las manualidades y la costura, así que la máquina de coser era parte importante de su sencillo mobiliario, siempre había recortes de tela con los que se podía jugar. La casa de Ino, donde viví mis primeros años, no era una de las más grandes ni importantes, pero era la casa donde yo vivía, lástima que cuando le cambiaron el piso de ladrillo por el de cemento perdió mucho de su encanto, así como a esa le pasó a muchas otras que las costumbres las hicieron ver decrépitas y los cambios les hicieron perder su identidad. La casa de mi maestra de bailes tradicionales Maruja González era hermosísima, ya mucho antes de su restauración e igualmente todas las casas de la familia Carrascosa, inmensas y además se comunicaban entre sí y ocupaban toda una cuadra. En una de ellas y casi frente a la casa de Maruja quedó en algún momento la o icina de la compañía de electricidad donde en el año de 1954 trabajó mi papá. Las casas de la Calle Nueva fueron las que durante más tiempo conservaron su estilo, entre ellas la vieja casa de mi bisabuelo Julián Alvarado. Tenía esta casa un zaguán de piedra y ladrillo y una puerta de entrada con arco de medio punto, lo que se repetía en el ante portón, lástima que no sobrevivió a los nuevos tiempos, pues valía la pena haberla conservado. La casa de mi tía Filomena y mi tío Pablo era muy bonita, con jardín en el centro y tan grande que salía por la calle de atrás. Una de mis maestras, una jovencísima Yolanda Rojas, vivía por esa parte de la casa con Del inita Pimentel, quien la había criado. Al lado la casa de los Iribarren, muy bonita y con rosas de diversos colores en el jardín, con ventanas grandes, en donde a comienzos de la década de los 40 mi papá estuvo noviando con Esperanza Iribarren una de las hijas de don Clemente. Esa cuadra tenía unas buenas casas, algunas grandes y otras un poco abandonadas pero con ángel, que era lo más importante. Había casas que cuando era una niña sentía miedo al pasarles por el frente y una de ellas era la de Juan Villoria, tanto el frente como
En Yaritagua había pocas casas que se dijeran que eran casonas señoriales, pues hasta los más adinerados vivían con bastante sencillez. Casi todos eran gente de campo, hacendados de la caña, el café y otros frutos, que se habían enriquecido muchas veces con su trabajo y otras comentaban que se habían encontrado entierros de morocotas de oro en sus terrenos, aunque no sé si eso no pasaba de ser solo una leyenda tejida alrededor de esas personas. Una de las casas que más recuerdo es la casa de Amorcito Martínez, pues en esa casa nació mi papá y vivieron luego mis tíos Pedro Manuel y Jose ina, además de haber sido sede de la escuela Laureano Villanueva, a la que yo asistí de oyente durante unos meses antes de empezar formalmente mis estudios. Casa de patio en el medio y amplios corredores con solar y unas altísimas ventanas. La casa de don Fernando Delgado, más grande todavía, con patio en el medio y enclaustrada que era como llamaban a esas casas de corredores por los cuatro costados, además de 2 solares, que por cierto no tenía ningún árbol frutal de importancia, solo una mata de cují, pero la casa era hermosa con grandes pilares y muchas habitaciones. Ahí también vivieron mis tíos, por lo que estuve muy familiarizada con el espacio. Una casa que recuerdo como muy bonita y restaurada era la de Pantaleón Yépez y María Barreto, prima de mi mamá. En la esquina quedaba la o icina de correo que atendía María y enfrente la vieja pero amable casa de María Graterón. Un poco más allá la casa donde estuvo el colegio de las monjas por primera vez, donde luego vivió Eloy Joaquín Polanco y su esposa María Rodríguez, en frente la casa de Ana Elisa Rodríguez, grande también, pero no tenía nada especial. La casa de Nicanor y Aura Rodríguez, era una hermosa casa y sobre todo muy bien restaurada, grande y cómoda. Yo la visitaba con mucha frecuencia pues Belisa, una de sus hijas era una de mis grandes amigas. La casa de Manuel Mendoza y Carmen Pulgar de Mendoza, hermosa, llena de helechos, con encanto, me acuerdo claramente cuando la restauraron. Así como esa con encanto había otras que quizás no estuvieran tan cuidadas pero tenían sabor a tradición, como era la casa de María
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la transversal que daba para la Casa Parroquial me producían un cierto temor, gracias a los comentarios que se escuchaban en el pueblo. Siempre mi mamá y yo cruzábamos la calle para ir por la otra acera. También, pero por razones distintas, me producían temor las enormes casas de la otra familia Mujica que había en el pueblo y que vivían en El Jobito. A las otras casas de mi familia Flores Mujica, llamadas por nosotros la casa nueva y la casita vieja ya les dediqué un capítulo aparte en mi libro Yo Recuerdo igual que a la casa de Ino y a mi casa situada al lado del parque infantil Yocasta de Calistrí, ya que estas cuatro casas fueron el lugar donde transcurrieron mis años yaritagueños.
Choferes y carros en Yaritagua
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En Yaritagua había muy pocos carros y los pocos que había se conocían, yo los conocía y sabía las marcas, el año y hasta el número de placa, en algunos casos. Cierro los ojos y casi puedo verlos por las calles del pueblo. Uno de los primeros carros que conocí fue el carro grande, de color beige de Tomás Lucena, gran amigo de mi mamá y muy apreciado por nosotros, varias veces subí a ese carro, pues cuando nos encontraba en la calle siempre ofrecía llevarnos. Mi tío Pedro Manuel tenía un Ford azul en el que varias veces intentó aprender a manejar mi tía Jose ina, sus maestros eran los morochos Peralta, pero todo fue infructuoso, ella nunca aprendió, pues era muy nerviosa. El carrito Hillman de mi casa, era uno de los más nuevos que había en Yaritagua, modelo 1954 y recién comprado en Caracas. José de la Paz Seijas muy amigo de mi papá y a quien saludaba al grito de ¡pariente! tenía un jeep Willis y su hija Edelmira también lo manejaba. Mis vecinos del frente, el Negro Espinal y su familia tenían un pequeño camión y creo que un jeep, los que usaban para el trabajo, que de alguna manera estaba vinculado con el ganado. Aura de Rodríguez, esposa de Nicanor Rodríguez, era una de las que manejaba y tenía un hermoso carro color vino tinto, Nicanor tenía jeep y camionetas rústicas con las que ir a Guaremal donde tenían la hacienda. El papá de Petra Matilde Rodríguez que estudiaba conmigo tenía un jeep un poco destartalado de apariencia pero supongo que muy bueno de motor y Carlos Rodríguez tenía una camioneta. Eloy Joaquín Polanco tenía jeep y creo que ese era el vehículo más usado en ese entonces, pues las faenas del campo y ganado a las que se dedicaban los habitantes de Yaritagua lo exigían. La familia Ledezma era otra de las que tenían carro y José Luis Zavarce, que además era mecánico también tenía su carro. Juan Aponte, en ese entonces dueño de El Barbaco era otro de los afortunados poseedores de un carro y su vecino en el negocio Manuel Mendoza, dueño de la bomba, tenía su famosa camioneta verde y un Cadillac que usaba poco y solo para paseo. Recuerdo a Don Chiche, en su carro, él era muy joven, pero bastante serio para su edad. Ese carro
20 lo vi estacionado por años frente a la casa de Maruja González, en ese tiempo su novia. También Pablo Carrascosa era dueño de un carro verde claro que no recuerdo la marca, pero si lo recuerdo paseando por el pueblo. Hervigio Reyes, esposo de Lola Rodríguez también tenía carro y Fernández el esposo de Olga Seijas lo mismo. A Olga la recuerdo mucho pues su mamá doña Belén, me regaló 2 perritos, hijos de sus perros a quienes cuidaban con esmero. Teonesto Parra tenía un carro blanco que siempre lo tenía estacionado frente a la casa de Inés Peña, en la época en que ellos tenían un romance. Inés era amiga nuestra y de mis tías, aparte de estar muy vinculada a todo lo que se hacía en la iglesia de santa Lucía. Caso aparte eran los que solo tenían camión, como Pimentel de la calle Nueva, Juan Orochena y los Varela, Marcos y Pablo, estos usaban el transporte para su trabajo, aunque no era tan raro verlos alguna vez paseando con la familia, todos en el asiento delantero y los que no cabían, iban en la cama del camión. De esa manera muchas familias iban a los paseos que se organizaban por los alrededores para Agua Negra y El Almorzadero y algunos también iban a las playas de El Palito o Boca de Aroa, lo que era muy poco usual, pero ya se estaba empezando a poner de moda ir en Semana Santa a esos lugares. Cuando me fui de Yaritagua dejé un pueblo donde todavía se podía caminar por el medio de la calle sin temor a que te atropellara un carro. Cuando iba desde mi casa al colegio siempre lo hacía por el medio de la calle, jugando con mis primos Vladimir y Lalo que iban al mismo colegio, nunca nos subíamos a la acera, pues era raro que nos encontráramos con algún vehículo, distinto a una bicicleta.
21 Construcciones de esa época En Yaritagua no existía ninguna construcción que tuviera dos plantas y para mí era una emoción muy grande subir al coro de la iglesia de santa Lucía por la vieja escalera de piedra, sin pasamanos y observar desde la balaustrada de madera el piso de abajo. En mi más remota infancia eso fue lo más alto que conocí en el pueblo. Durante mi niñez se hicieron dos construcciones importantes y emblemáticas una fue la Casa de Gobierno y la otra la Comandancia de Policía. La Casa de Gobierno se construyó, cuando ya me había ido a Barquisimeto, sobre el terreno que ocupaba la anterior casa, una casa colonial que se usaba como sede del gobierno y la policía en el antiguo terreno detrás de la plaza donde anteriormente existía unas más modestas instalaciones. Siguiendo ese mismo recorrido recuerdo cuando la plaza perdió su vieja cerca y sus antiguos bancos. Le construyeron nuevas avenidas, pusieron nuevos bancos y los de madera desaparecieron, además de que podías visitarla a cualquier hora pues ya no había que cerrarla al caer la noche. El cambio fue grande y siempre conservó sus palmas a las que llamamos maporas, lo que la identi ica y la hace una de las más bonitas del estado Yaracuy. El hospital Rafael Rangel era otro modesto centro de salud que no se transformó hasta mucho tiempo después, pero ya yo no vivía en Yaritagua. Eso mismo pasó con las escuelas municipales y nacionales que más tarde dejaron sus viejas sedes por nuevas edi icaciones, la que si me tocó vivir fue la construcción del nuevo edi icio del colegio de las monjas. El parque infantil Yocasta de Calistrí se construyó en esa época pero también en esa misma época empezó su deterioro y ya no valía la pena visitarlo, aunque me quedaba muy cerca, empezaron a faltarle tablas a la rueda y lo mismo empezó a pasar con las sillitas de mecerse los niños y los columpios, que en algún momento fueron mi gran distracción. A inales de 1954, cuando faltaba poco tiempo para mudarme a Barquisimeto se empezaron algunas construcciones privadas por las afueras del pueblo, casas con jardines delanteros, hasta con espacio para pequeños huertos, pero eran muy pocas y valía la pena pasar a verlas. Había en esa época una hermosa y pequeña casa de la familia Petit con
22 un jardín digno de admiración. Esa casa era distinta a todo lo que conocíamos, pues tenía el jardín en la parte delantera, la recuerdo como si fuera una casa de muñecas. Se habían restaurado algunas casas pero no pasaban de ser restauraciones interiores que muy poco afectaban la fachada, mi casa era una de esas, aunque igual seguían conservando sus techos originales de tejas y sus amplios corredores. En ese tiempo se inició también la restauración de la iglesia de santa Lucía, ya que los techos se venían abajo y se cambiaron por nuevos, igualmente se cambiaron algunos altares y los bancos, pero todo fue para mejor y no como la última renovación que sufrió, donde cambiaron su hermoso altar mayor de mármol por otro de madera que simula los altares de las iglesias cuzqueñas, pero sin el recubrimiento de pan de oro. Me tocó ver el cambio y la modernización que se realizó en El Barbaco e igualmente en la bomba propiedad de Manuel Mendoza. Ya empezaba Yaritagua a salir de su viejo casco y a crecer hacia los lados de la carretera Panamericana que tenía poco tiempo de inaugurada. Se inauguró con una visita relámpago del presidente Marcos Pérez Giménez que fue literalmente relámpago pues solo consistió en pasar con su comitiva y se hizo un almuerzo en su honor en la Hacienda Santa Lucía, al que recuerdo asistieron mis tíos Pedro Manuel y Jose ina. También por la Panamericana se había construido el local de la mueblería Santa Lucía, que ya comenté que se había quemado una madrugada y estuvo mucho tiempo el edi icio en ruinas, sin que se hiciera nada en ese espacio. Nuevos locales y nuevas compañías sobre todo agrícolas que se instalaron por los lados de El Rodeo, en ese momento empezó la gran expansión de Yaritagua. Frente a la plaza Bolívar derrumbaron la vieja casa de las Gainza y construyeron un local que fue ocupado por una agencia bancaria, la primera que tuvo Yaritagua, el viejo parque infantil Yocasta de Calistrí se convirtió en un jardín con una gruta dedicada a la virgen de Lourdes, la casa de las Mosquera fue adquirida por la Iglesia, que aprovechando el terreno y un pedazo que quedaba de
23 la sacristía se construyó el Liceo Santa Lucía. Hasta el viejo bar de carretera ubicado en Cambural y emblemático durante muchos años lavó su cara y cambió su isonomía y de la vieja calle Nueva, avenida Padre Torres desde hace ya muchos años queda muy poco de su sabor tradicional, pues nuevos y pequeños negocios fueron cambiando su aspecto. Una que otra construcción de dos y hasta tres plantas, asomaron tímidamente entre tanto techo de teja y ya no sorprendió a nadie que entre una casa colonial y otra se situara un moderno local comercial de varios pisos. Así fue creciendo y aunque de alguna manera conserva su vieja isonomía hoy se lucha por preservar y rescatar lo que queda de la imagen del antiguo pueblo.
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25 Crónica casi roja
No se podía decir que en Yaritagua hubiera crímenes o robos, así que cuando algo sucedía marcaba por mucho tiempo la memoria colectiva de sus habitantes. Era yo una niña cuando pasaron algunas cosas que tristemente quedaron impresas en mi mente como fue el horrible asesinato de las muy conocidas y queridas hermanas Eva y Ana Lucía Moros, hermanas de Juan Manuel Moros, todo un personaje parecido a un igurín, con su ropa blanca, planchada y almidonada al extremo. De la muerte de las Moros, aunque han pasado muchos años, todavía recuerdo la horrible sensación que invadió al pueblo, pues eran apreciadas por todos. Recuerdo a Eva, bajita, con un moño blanco en el tope de la cabeza, a Ana Lucía la recuerdo menos pues casi no salía. Esa muerte fue algo injusto por la violencia con la que se ensañó el asesino, un muchacho que ellas habían cobijado en su casa. No era el único que ellas habían criado pues también estaba Clemente, llamado el de las Moros. No recuerdo los detalles dados por la policía, pero sí sé que el culpable fue apresado de inmediato y conducido a San Felipe. De eso no se supo más nada, supongo que pagó su condena. La sensación de dolor y muerte que dejó en nosotros este suceso yo la podía sentir en un sabor amargo, de miedo que tenía en la boca, pues éramos un pueblo sano que no estaba acostumbrado a estos actos violentos. Igual de triste fue el suceso en el que estuvieron involucrados los morochos Peralta, muy amigos nuestros, por la muerte de su hermano inválido. A causa de ese mismo suceso perdió la vida Francisquito Melo, para ese momento jefe de la policía de Yaritagua, cuyo hijo Chico Melo estudiaba conmigo en el colegio de las monjas. Estas muertes nos dejaron consternados pues todos nos conocíamos y éramos amigos, unos más que otros, pero vecinos al in. En el año de 1954 se había escapado de una cárcel de máxima seguridad, creo que en Caracas, un asesino colombiano llamado Melgar Contreras y se suponía que podía estar escondido en algún pueblo de Venezuela, se pensaba que pudiera ser por Lara o Yaracuy. Recuerdo esos días en los que estábamos con la angustia
de que podría estar escondido en Yaritagua ya que nuestras casas eran abiertas con patios y corredores donde fácilmente cualquiera que lo quisiera podría entrar. No estuvimos tranquilos hasta que el gobierno central dijo que lo habían matado en un enfrentamiento con la policía, por los lados de Caracas. Así volvió la tranquilidad a nuestro pueblo. Durante ese tiempo mataron al jefe civil de Urachiche y también fue una conmoción para nosotros, aunque no lo conocíamos, pero eran sucesos que turbaban nuestra paz cotidiana, afortunadamente eran tan aislados que pasaba tiempo sin que pasara nada. Otro triste suceso nos conmovió y fue la muerte de Reina Oviedo quién tendría alrededor de 11 o 12 años como máximo, era hermana de Marlene Oviedo quién había sido la reina del carnaval. Nos contaron que venía atravesando la muy nueva carretera Panamericana cuando un carro conducido por una médico de Caracas la arrolló. Esta médico estuvo detenida por averiguaciones en la casa que había sido de Rafael Simón Tovar, en ese momento habitada por otra persona vinculada con la autoridad, pude conocerla y conversar con ella, yo tenía 9 años, ella era una joven que estaba muy asustada por lo sucedido. Estaba de moda el tema Maringá, cantado por Leo Marini y esa noche lo estaban poniendo en el radio. Todavía lo asocio con ese triste momento. Contaba mi mamá que cuando era una jovencita había una historia que trascendió por muchos años y era la de un señor, hasta el nombre se lo sabía, pero ya no lo recuerdo que su esposa había desaparecido, todos decían que la había matado y enterrado en el solar, cuando le preguntaban por ella contestaba la mandé pa´Miranda, pueblo del estado Carabobo, de donde era oriunda, luego cada vez que alguien desaparecía o se tenía la seguridad de que estaba muerto decían ¿será que lo mandaron pa´Miranda? Un pueblo tranquilo con los portones y a veces con los ante portones abiertos donde todos nos conocíamos y la hospitalidad era proverbial entre los yaritagüeños de entonces. Todavía años después en la década de los sesenta en la casa de Ino se ponía detrás una tranca lojita o una piedra y el último que llegaba ponía la barra que atravesaba el portón y también la tranca ajustada. Era raro que un ladrón entrara a una casa a pesar de no tener rejas ni alarmas.
27 Dichos, trabalenguas y otras tonterías En mi casa acostumbraban a usar ciertos modismos que yo creo que eran propios de la familia, igualmente chistes, refranes y otras formas gramaticales que solo conocíamos nosotros. Una especie de código familiar. Empezando por la muy extraña expresión usada para en vez de decir tengo el período o la menstruación decían el compadre Pedro, o el portador, mi compadre Pedro, claro ¿cómo iban a usar los términos que se usan hoy en día? Casi que era pecado reconocer que algo tan natural se padecía en algunos momentos del mes. Por ejemplo mi mamátía cuando quería referirse a alguien de una manera despectiva, la describía como esa era una mujer de justán y camisa, o sea de las orillas del pueblo. Presumo que se refería a algún tipo de ropa usado por las clases populares. Así mismo una expresión que solo he escuchado en mi casa enchilampao, para referirse a alguien mareado, que no llegaba a borracho perdido, esta expresión se usaba con mucha frecuencia, pues mi tío abuelo Zenón Segundo Mujica que siempre almorzaba en la casa, cuando llegaba mi mamatía decía: Zenón llegó enchilampao. Otra expresión que denotaba desprecio era la de mondongueras cuando se referían a un grupo de mujeres que vendían mondongo por La Cachamenta y que además se dedicaban al más antiguo o icio. Recuerdo que cuando mi mamá quería referirse a alguna persona desgarbada y que caminaba o se paraba sin ninguna gracia y que a eso sumaba una personalidad dejada o sin aspiraciones decía: ese es un mapleto, ¿alguno de los lectores conoce esa expresión? ¿Y si la conoce sabe su origen? Muchas veces se la escuché decir re iriéndose a algunos conocidos personajes yaritagueños, que por respeto a sus descendientes no nombro aquí. Mamatía usaba también unas palabras en inglés y francés para nombrar algunos objetos de uso corriente, nos contaba que ese era el nombre con el que venían identi icados cuando se importaban. Llamada envelope a los sobres y carrier a las carteras y una costumbre que mantuvo siempre fue la de llamar a la moneda de 2 bolívares como bamba de a cuatro y sacaba las cuentas en reales, en vez de decir 8 bolívares, decía 16 reales y eso mismo lo usaba con las medidas y el peso, usaba terminología muy antigua para
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identi icarlos. Los trabalenguas no se escapaban de ser usados en mi casa. A mi mamá el que más le gustaba era el que dice: El que emparalelogramoladrilló esta casa, no la supo emparelelogramoladrillar, que venga otro emparalelogramoladrillador que la emparalelogramoladrille mejor. Había una pequeña historia muy simple, pero que a mí me divertía, era la de dos sordos que se saludaban a lo lejos y decía: “Adiós compadre, Adiós le digo, Cortando un palo Pa´ san Antonio” Mi querida y recordada tía Teolinda contaba unas historias muy divertidas. Ella vivía en Puerto Cabello y nacido en Siquisique, nos visitaba con cierta frecuencia y su llegada era motivo de gran regocijo para nosotros, pues entre su extenso repertorio de pequeñas anécdotas contaba la de una familia que por razones económicas, había enviado un telegrama en estos términos y con pocas palabras explicaba toda la situación: “Cayóse cocina, salvóse Ru ina, manguera en basura” Mi querida Chichí cantaba muchas canciones, la mayoría mexicanas, que luego he escuchado en el cine como la tradicional Cuatro Milpas, pero en esa época yo no sabía de donde eran “Cuatro milpas Tan solo han quedado Del ranchito que era míiiio Y aquella casita Tan blanca y bonita Lo triste que está”. Recuerdo un pedacito de una canción patriótica que cantaban en mi casa y que decía:
“Si la felonía llegara a ultrajarme La patria sabría Del vil ampararme” Mi mamá adoraba una canción llamada El Botecito, que la popularizó Tito Guízar, el cantante y actor mexicano y dice así: “Bajo el manto azul del claro cielo al vaivén del ritmo de las olas, va mi botecito en raudo vuelo ven que en él te espero mi dulce amor. Ay, en mi botecito tan lindo y tan chiquito nos iremos a pasear mi china con las olas hasta Filipinas. Ay, si este se perdiera ir lejos yo quisiera a una isla dulce amor sin más testigos que tú y yo. Solos cantaremos muy solitos la canción del botecito en recuerdo de nuestro amor”. Además de tararear la polka alemana El Barrilito que como comenté en mi libro Yo Recuerdo tocaban a la entrada y la salida de Mi Cine. Mi mamá también acostumbraba cantar una vieja canción que aprendió en la escuela de las Hermanas Sanz, la cantaban todas las niñas en el momento de entrar a las aulas. “Cuál bandadas de palomas Que regresan del vergel, Hoy volvemos a la escuela Anhelantes de saber”. Una canción que me entristecía mucho era la que cantaba mi Chichí y decía en una estrofa: “Señor Jaramillo Que hace usted aquí Yo no hago nada Váyase de aquí”. No sabía quién era el señor Jaramillo, pero sentía lástima cuando
30 le decían que se fuera y siempre insistía en que por qué lo corrían del lugar. Contaban que la madrina de mi Chichí, Amalia Trovat, a quien ella siempre llamaba mi madrina Amalia tenía muchos punticos negros en la cara y decía con un tono característico que ella imitaba: “Todos esos punticos, que ustedes me ven ahí, son de las 400 ampolletas…” eran tonterías, pero como me hacían reír, cuando era una niña. Otro cuento de la misma madrina Amalia y es que cuando Ino ( mi tío abuelo Héctor Mujica) se fue en su juventud a trabajar a Barquisimeto se quedó en su casa y ella le advirtió la primera vez: “Mira muchacho, aquí duermo yo, detrás de este tabique, ya sabes, y tú duermes aquí de este lado, ese tabique se cae con cualquier cosa, ten cuidado…” Nadie en mi casa decía malas palabras, ni siquiera aquellas que eran populares en esos tiempos como bacié, basirruque, bacilio, que sí acostumbraban a decirlas mis primos José María, Moisés y Aída, pues venían de Guaremal y creo que ahí eran usuales. En presencia de mi mamatía o de Chichí o mi mamá, a ninguno de ellos se les ocurría usar esas expresiones. Todavía no se había puesto de moda ni conocíamos na´guará. Por cierto la primera vez que vi escrita la expresión na´guará fue en un periódico que editaba Ricardo Gainza Claudeville, en ese entonces Cronista de Yaritagua, sería ¿El Yaritagueño? pero eso fue mucho tiempo después y yo conversando con él le dije que no me parecía una expresión como para usarla en un medio impreso, ¡que adolescente pedante era! y el tan amable se puso a explicarme la expresión y sus orígenes, pero no me convenció. A medida que avanza el texto se me ocurren nuevas cosas y aunque no pretendo hacer una enciclopedia yaritagueña si quisiera recoger todas aquellas expresiones, costumbres, modismos y otros aspectos de la vida de aquellos tiempos en los que me tocó vivir en esa hermosa Yaritagua, pueblerina, provinciana, sana y llena de costumbres que todavía hoy me acompañan y recuerdo con inmenso cariño.
31 Familias distinguidas Desde que yo recuerdo, en el pueblo existían algunas familias de gran renombre y sus miembros, muchas veces, habían trascendido los límites de Yaritagua. Muchos apellidos se repetían para adelante y para atrás al irse emparentando entre ellos. La familia Iribarren Mujica, formada por don Clemente Iribarren y doña Josefa Mujica tenía varios hijos y formaban parte muy importante de la sociedad local. Recuerdo que mi mamá contaba que mi papá había sido novio de Esperanza, una de las hijas que luego se casó con José Benito Bartolomé. La familia Bartolomé que luego emparentaron con los Álamo, familia muy distinguida de Barquisimeto, ya que Doña Higinia, distinguida escritora, se casó con el doctor Antonio Álamo. Una de sus hijas la doctora Alicia Álamo Bartolomé, a quien aprecio muchísimo y tuve el gusto de trabajar con ella, fue la primera mujer que egresó de la facultad de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela, además de ser una distinguida periodista. Contaba mi mamá que cuando Berenice la mayor de los hijos del matrimonio Álamo Bartolomé cumplió años se lo celebraron en Yaritagua, aunque vivían en Caracas y enviaron unas hermosas invitaciones impresas, mi mamá fue una de las afortunadas que recibió una de esas, por cierto esa invitación estuvo rodando por mi casa durante muchos años. Por los lados de la placita Peña vivían Inés Peña y su familia y también el matrimonio formado por el Bachiller Ramírez y Frandina Puertas con sus hijos, personas muy conocidas y apreciadas dentro de la comunidad y también el maestro Liborio Romero y Jose ina su esposa, quien fue muy amiga de mi mamá. Don Pablo Espinal y Lola su hija, igualmente sus nietos Enmanuel y Maruja. El negro Espinal y Carmen Rodríguez, nuestros vecinos con sus cuatro hijos. Los Ledezma, una larga familia emparentada a su vez con conocidas familias yaritagueñas. Oropeza, también de la placita Peña y sus alrededores, los recuerdo por su belleza ísica, las mujeres y el único hermano varón que tenían, la más linda era la menor llamada Luisa Elena, quien se casó con Tomás Cristóbal Lucena, hijo de Tomás Lucena. Destacados miembros de la comunidad era el matrimonio formado por Guillermo Garrido
32 y María Luisa Perazzo con sus hijos Adolfo y Marisabel. María Luisa, más conocida entre sus amigos como la chinga Perazzo era una persona con grandes ideas civilizadoras, mucho amor por su pueblo y copeyana hasta la médula. Los Mujica de El Jobito que no eran familia nuestra, pues nosotros éramos los Mujica de la plaza y se distinguían por ser muy rubios, con los ojos verdes, era otra prominente familia e igualmente las Carrascosa en todas sus variantes. La familia Polanco Trovat de la que descendía nuestra querida amiga Carmen Polanco de Alvarado y sus hermanos Arnaldo y Eloy Joaquín hijos del General Eloy Polanco. Mi familia Alvarado Tovar, hijos de don Julián Alvarado a quien todos en la familia llamaban Papá Julián y su esposa Carlina Tovar, llamada Mamá Carlina, mi familia Blanco Peñalver Alvarado Tovar, descendientes de Amador Blanco Peñalver y Edelmira Alvarado Tovar, la familia Ramírez Otero descendientes de don Pancho Ramírez y su esposa doña Benigna Otero, abuelos de mi mamá, los Mujica Sánchez que habían llegado de Duaca a mediados del siglo XIX y se habían asentado en Yaritagua, eran mis bisabuelos Zenón Mujica y Rita Sánchez que formaron una extensa familia, Belén que luego casó con J.J. Flores, un prominente hombre de leyes y formaron la larga familia Flores Mujica: Jacinto Napoléon, Julio, Carlos, Jose ina, Irma y Yolanda, de ellos solo vive Yolanda con noventa y siete años. La familia Sardi emparentada con las Carrascosa y de la que desciende mi tía Jose ina Victoria Mujica Sardi, ya que mi abuelo Manuel Felipe Mujica casó en segundas nupcias con Victoria Sardi. La familia Carvallo Otero padres de nuestros queridos tíos Pablo José y María Carvallo de Rovatti, casada con Carlos Rovatti. Martínez Ojeda, familia de agricultores, que con el tiempo llegaron a ser muy ricos, era una larga familia que emparentó con otras conocidas de la región. Por los lados de El Jobito también vivía la familia Arias formada por Carmen, quien casó con Daniel Zavarce, Ana Evarista, Mercedes y María Teresa, vivían en una casa enorme que más bien eran dos, de grandes corredores, comunicadas con una puerta en medio y un hermoso jardín. Las Pineda, quienes además de inas eran unas mujeres muy bellas, las conocí cuando ya eran mayores, pero se podía apreciar todavía los restos de su antigua belleza,
33 vivían en Barquisimeto y era muy raro verlas llegar a su casa de Yaritagua. Las Gainza, tenían su casa en una de las esquinas de la Plaza Bolívar, una casa vieja y sencilla, por no decir casi en ruinas, pero llena de mucha gente buena y trabajadora, lo que siempre las caracterizó, además de su bondad. Las Torrellas, hijas del General Torrellas, las conocí ya de avanzada edad, eran muy amigas de mi mamá y eran Francisca, Inés, María, Julia (madre de Rafael María Aponte, un distinguido músico barquisimetano) una hermana monja que no recuerdo su nombre y otra que fue la madre de un reconocido educador. Los Parra, Teonesto casado con nuestra prima Rosa Amelia Ramírez, a quien yo llamaba tía, fueron padres de Teonesto Enrique, un personaje muy popular en Yaritagua por sus grandes dotes para la medicina, Carlos, médico que desde muy joven se instaló en El Tigre y Jose ina una de las primas más queridas de mi mamá casada con Juan José Rojas. Recuerdo mucho a Rosa Amelia, tan divertida, la primera mujer que conocí que fumaba y que aunque ya no vivía en Yaritagua venía de visita y llegaba a la casa de su cuñada María Amenaida Parra, casa de la que ya hablé anteriormente. Esa casa con el tiempo fue adquirida por mi primo José Antonio Dávila Alvarado y su esposa Josefa Fuentes. La familia formada por don Carmelo Tovar y Doña Amalia de Tovar, don Carmelo y su hermano Manuel Felipe casado con Mercedes Barrios, habían sido amigos de infancia de mi papá y de Ino. Misia Begoña Iribarren, madrina de mi papá y madre de Blanca de Martínez, Ana Clarencia, Begoña Emilia y Francisco. Recuerdo cuando era una niña íbamos los domingos a Barquisimeto y visitábamos la casa de Blanca frente al Parque Ayacucho, hermosa casa que llevaba su nombre y también visitábamos a Misia Begoña que vivía con sus hijos Ana Clarencia y Francisco. De Misia Begoña recuerdo la anécdota que estando ya ciega era su costumbre decirle a todas las amigas que la visitaban: niña que bonita estás, y que bien vestida, a mi mamá siempre se lo decía y además le comentaba: se ve que eres feliz con mi ahijado. La familia Vásquez Paiva, una larga familia de pintores y poetas que más adelante emparentaron con la mía, al casarse mi tío Pedro Manuel Mujica con Jose ina Vásquez Paiva, quien ha sido una tía muy querida para mí y son los padres de esos primos amados
34 que me acompañaron en mí infancia y con quienes exploraba el mundo de nuestras viejas casas. Cada una de estas grandes familias se rami icaron dando forma a la sociedad yaritagueña de aquellos años. Una sociedad conservadora, religiosa y con valores muy arraigados, tanto morales como familiares. Nunca faltó, por supuesto, familias donde alguno de sus miembros fueran borrachos perdidos, otros dedicados al juego, alguna dama que hubiera perdido su honra o cualquiera de las otras cosas que pasan normalmente en las familias de todas las épocas y de todos los pueblos, pero que en esos tiempos eran motivos de deshonra y de gran humillación dentro de la sociedad pacata y provinciana de la Venezuela de mediados del siglo XX y ni que hablar del siglo XIX, cuando mis antepasados vivieron. Luego vinieron otras familias que son las que ahora en el siglo XXI han dado a Yaritagua las características que tiene actualmente. Ya muchas de esas viejas familias han desaparecido o los miembros que quedan ya se han ido a otras ciudades y las nuevas familias que han llegado de otras ciudades o hasta de otros países, pues me han comentado que muchos colombianos se han instalado en el viejo predio yaritagueño han ido modi icando algunas de las costumbres de antes, pero como las costumbres y tradiciones no son estáticas sino que evolucionan de acuerdo a las necesidades de la comunidad que las genera, este Yaritagua de ahora puede ser muy diferente al que yo conocí.
35 Fantasmas y aparecidos Todos los pueblos en Latinoamérica tienen sus historias de fantasmas y Yaritagua no podía ser menos. Todos crecimos creyendo en las historias que nos contaban nuestros mayores, quienes estoy segura que las daban por ciertas. En mi casa, la verdad, no creían mucho en esas historias, pero mi mamá le tenía pánico a entrar sola en un cuarto oscuro o a cualquier lugar solo y alejado. En cambio mis tías no le tenían miedo a nada, ni espantos, ni sayonas ni lloronas las asustaban. En Yaritagua no recuerdo que hubiera fantasmas especiales o propios, solo los tradicionales y comunes al imaginario popular latinoamericano: llorona, mula coja, que en otras partes de Venezuela se llama mula maniá, sayona y uno que otro que apareciera en alguna casa, aunque estos más bien eran muy deseados, pues signi icaba que había dinero enterrado en alguna pared. Casa donde se escuchaban ruidos o decían que se veían luces seguro que esas paredes iban abajo, pues muchos se ponían tras la búsqueda de los famosos entierros. La fórmula para enfrentarlos empezaba diciendo: Hermano por parte de Dios etc. Había varios ricos yaritagueños que pasaron de ser peones de hacienda a dueños y como no se le consiguió explicación a su riqueza, ellos mismos la atribuyeron a haberse sacado un entierro, la alternativa era mejor no pensarla y menos decirla. En la casa de Ino nunca supe que saliera nada ni se escuchaban ruidos extraños ni nada, pero en la casa nueva, mamatía una vez sintió unos pasos como los de mi papá caminando por el corredor y él no estaba en la casa. A los pocos días de haber sentido esos pasos murió en un accidente de aviación mi medio hermano Francisco José, siempre se atribuyeron esos pasos a un aviso premonitorio de la tragedia. Previendo cualquier cosa las ventanas siempre se cerraban muy bien en la noche y nunca que yo recuerde se durmió con las ventanas que daban a la calle, abiertas. En ese tiempo solo teníamos miedo a los muertos y para nada a los vivos. Mamina, mi tía Jose ina Flores era la que tocaba el harmonio que acompañaba la misa que decía el padre Torres y como la casa de mis tíos y la casa parroquial quedaban pared con pared, el Padre todos los
36 días servía de despertador y a las 5 de la mañana le daba unos golpecitos en la pared para que se levantara, contaba ella que una vez que el padre se había ido a Barquisimeto, igual le dieron los golpecitos en la pared, pero no se levantó, pues no sabía que era. En la vieja y hermosa casa de mis bisabuelos Alvarado Tovar decían que había un entierro en uno de los cuartos que ya no se habitaban pues tenía malo el techo y mi tío Manuel, que vivía en Acarigua, llegó un domingo de visita y casi tumba todo el cuarto, pero no consiguió nada, luego la casa la tumbaron, pero ya yo no vivía en Yaritagua y nunca supe si se encontró algo. En ese lugar ahora y desde hace ya varios años queda la casa que fue de mis tíos Amador Blanco Peñalver y Carmen Loaiza de Blanco, ambos ya fallecidos. Las lechuzas, los murciélagos y las mariposas negras eran considerados de mal agüero y los pobres sufrieron la persecución que inventó la tradición popular. Como siempre vivimos cerca de la iglesia y el campanario era sitio donde las lechuzas hacían sus nidos era normal verlas pasar en la noche haciendo el sonido que las caracteriza, mi mamá siempre decía Jesús, María y José y con eso exorcizaba a los animales de la noche. Mi mamá que era la miedosa de la casa me enseñó también a tenerle miedo a la oscuridad, pues siendo niña recuerdo que quería entrar a algún cuarto oscuro y mi mamá no me dejaba, pues a ella le daba miedo y con el tiempo me lo transmitió y con el tiempo lo perdimos las dos, cuando la vida nos obligó a vivir solas. Había una sensación general de temor a la noche, a la oscuridad y a la soledad. Las casas abandonadas, los terrenos baldíos o calles oscuras eran el espacio propicio para que la mente creara fantasmas y de esos lugares en Yaritagua había muchos, por eso no era extraño que después de las 9 de la noche nadie quisiera andar por las calles y menos por aquellas alejadas del centro o de la plaza Bolívar.
37 Flores y jardines Había muchos jardines bonitos en aquel tiempo, llenos de rosas y de otras lores. Todavía hay olores que al sentirlos me llevan a esa época de mi infancia en aquellas casas viejas e inmensas de mi niñez. El jardín de la que llamábamos la otra casa, la de mamá Belén era una belleza, lleno de margaritas, ahí fue la primera vez que vi esas lores y todavía me encantan. Creo que era la única casa en Yaritagua donde las había. De resto, jardines que llamaban mi atención era el de María Graterón, en una vieja casa que quedaba frente con frente con la casa de nuestra prima María Barreto. María Graterón tenía muchas rosas y una mata que da unas lores como gusanos rojos que se llama cola de zorro roja, también la conocen como moco de pavo, a mí me gustaba mucho, porque en mi casa no había y era muy suave al tacto. En la casa de Ino y luego en la casa nueva teníamos rosas de distintos colores que mamatía se esmeraba en cuidar y Astromelia, que no sé cuál será su nombre real, pues al ir a buscarlas en internet me sale algo muy distinto, pues de estas bellas lores teníamos 2 matas que eran grandes, más que arbustos, había blanca y rosada, en los únicos otros lugares donde las he visto ha sido en Mérida, Venezuela y en una casa de la Urb. Prados del Este en Caracas. La casa de las Pineda, muy cerca de Mi Cine, también tenía un bello jardín lleno de lores, pero no era muy fácil verlo, esa casa siempre estaba cerrada y la familia en Barquisimeto. Frente a la casa de Ino vivían la niña Amelia y mi querida Chica, Lucinda Pérez y tenían muchas lores que en mayo servían para adornar la cruz del jardín o para llevarle a la virgen sobre todo durante las Flores de María, cuando yo acompañaba a Chica a la iglesia. La recuerdo con su uniforme blanco de banda azul en la cintura, característico de las Hijas de María. En mi casa había varios tipos de rosas, una roja grande que llamaban Rosa Nerón, unas blancas muy bellas que salían en manojo con muchas rosas pequeñas y se llamaban Ramillete de Novia, también teníamos unas rositas muy pequeñas de color blanco que también nacían en manojos y no tenían espinas, me encantaban. Habían Capachos de diversos colores y Cayena, rojas,
38 blancas y rosadas. De todas estas lores hacíamos buenos ramos para llevarle a los santos y en mayo para ponerle a la cruz que estaba en el patio. En el jardín teníamos lirios blancos y morados con un olor especial, de eso han pasado muchos años y ese olor cada vez que lo siento lo identi ico y asocio con el mes de mayo, lluvias y las Flores de María. Una vez mi mamá consiguió una mata de Malabar, que era una de sus lores preferidas y también un jazminero tipo enredadera, que llamaban Jazmín de España, en las noches era muy perfumado y llenaba la casa con su olor, también uno que era un pequeño arbusto y le decían Jazmín Diamela o por lo menos eso era lo que yo entendía. Era común ver las grandes enredaderas de Bellísima rosada que adornaban muchos jardines. Cuando nos mudamos a la casa nueva que había sido de José Gatrif y antes de la familia Leverón, se le sembró una Bellísima rosada y un Jazmín de España que crecieron juntas y enredaron la reja que adornaba el jardín. Hay otro jardín que recuerdo y era el de Ana Dolores Oviedo, gran amiga de mi mamá y la familia Villa en El Jobito tenían un hermoso jardín que además tenía árboles frutales. Eran muchos los jardines en Yaritagua que la gente cuidaba con gran esmero y de los que se sentían orgullosos, solo alguno de ellos son los que he mencionado, sé que la gente dirá pero no está este, ni este otro, eso lo sé, así que desde ya pido disculpas. Dicen que el olfato es de todos los sentidos el que mayor recuerdo conserva y para mi esos olores de la infancia están ahí, solo dormidos esperando que algo los despierte para recorrer ese largo camino que es el de mis lejanos días de Yaritagua.
39 Juegos infantiles Los muchachos de este tiempo nos divertíamos con pocas cosas y cualquiera que fuera su simpleza para nosotros era divertido. Los varones jugaban metras, pelota con aparejos improvisados que la imaginación infantil inventaba pues era muy di ícil tener una pelota y un bate de verdad. La mayoría de los juegos eran de acuerdo a la época del año. Trompo, yoyo, gurru ío, volar papagayo y jugar perinola. Estas últimas las había tradicionales de madera y las caseras hechas con latas de jugo, un palo y una cuerda de pabilo. Con esas era muy fácil jugar pues con la boca inmensa que tenían no era di ícil atinarle. Las niñas teníamos algunos juegos distintos, como los de ronda. Se jugaban en círculo y siempre estaban acompañados de cantos como: Alé limón, alé limón el puente se ha caído, alé limón, alé limón mándalo a componer… La Señorita, era un juego muy divertido, por lo menos a mí me gustaba mucho y siempre lo jugábamos en el recreo. Puestas todas las niñas en círculo una salía al centro y bailaba mientras todas cantábamos: La señorita xxx Va entrando en el baile Que lo baile que lo baile Baile usted que la quiero ver bailar Bailar bailar… Y así seguíamos cuando esa misma del centro sacaba a otra persona y se iba la ronda repitiendo. Arroz con leche no podía quedar atrás, era otro juego de ronda muy popular y creo que también uno de los más antiguos conocidos. Su letra decía: Arroz con leche Me quiero casar Con una viudita de la capital Que sepa coser, que sepa cantar Que ponga la mesa en su santo lugar
40 Y por ahí seguía diciendo contigo si, contigo no, contigo mi vida me casaré yo y se seleccionaba a la persona y se volvía a repetir el juego. La Ere, no era un juego de ronda pero eso sí muy divertido y consistía en que una persona contaba y cuando dejaba de contar salía en persecución de los demás y al que tocara le decía la Ere. Dejarse agarrar era de tontos, había que tener habilidad para correr y escabullirse. Saltar la cuerda, eso era muy popular y lo hacíamos todos los niños sin distinción de sexo. Patinar y montar bicicleta merecían una habilidad especial y casi siempre los varones eran los más expertos. Yo tenía un patín con el que patinaba por la casa y un velocípedo que aunque era grande yo lo que quería tener era una bicicleta. Los hermanos de Mirian Aponte, que estudiaba conmigo, Ergadi y Arnold tenían bicicleta y no vivían muy lejos de la casa, a veces me la prestaban y venían ellos a jugar con mis primos y conmigo. ¡Como recuerdo aquellas pequeñas bicicleticas azules! que todavía conservaban las rueditas, pero ya nosotros creíamos que éramos grandes. Volar papagayo tenía su tiempo exacto y era el de los meses de marzo y abril, cuando había mucho viento favorable para salir a jugar con los papagayos que nos hacían en las casas, estos eran de manufactura casera al 100%. Había en ese tiempo dos buenos lugares para volar papagayos, uno era el Cerro de la Cruz y el otro el terreno donde tiempo después se construyó la policía, justo detrás donde se instalaban los carritos y la rueda. Ahí me llevaba mi mamá a volar papagayos que eran iguras de animales o simples rombos que me hacía Ino o José María, mi primo. Cuarenta matas era parecido a jugar las escondidas que eran uno de los más populares y cuando se jugaba de noche casi siempre terminábamos asustados, pues nos metíamos en los sitios más oscuros y ocultos de la casa. También jugábamos juegos de mesa como Baraja española, Ludo y más tarde Monopolio y Damas chinas. Nos gustaban mucho las adivinanzas, los trabalenguas, stop y juegos de ingenio como adivinar personajes y también disfrazarnos con las ropas de los mayores. Me encantaba ponerme mucha ropa de mis tías una encima de la otra y mi mamatía decía
41 estas igualita a Ño Capadare. Presumo que era un personaje de antes que andaría lleno de trapos pues era de la época en que se usaba ño y ña, antecediendo el nombre de la persona. Todos estos juegos sin contar los barquitos en la lluvia, de los que hablo extensamente en mi libro Yo recuerdo eran los más tradicionales y populares entre los niños de mí tiempo.
42 La moda, que no era tal Todos se vestían de manera muy sencilla y generalmente la ropa se hacía en la casa, salvo que fuera algo muy especial que ya necesitaba de una costurera profesional. Como en mi casa cosían, me hacían mucha de la ropa que usaba, pero la de salir me la hacía siempre Carmen Polanco que cosía muy bien y era reconocida como gran modista. Ella me hizo mi vestido de Primera Comunión, con una tela con aplicaciones bordadas que mi mamá compró en Barquisimeto. Recuerdo que aparte de mi madrina Irma y mi mamatía era Carmen la que me hacía los vestidos, cuando ella no podía mi mamá iba a Barquisimeto y en Sears o en La Espuma me compraban la ropa. Igual hacía mi mamá, Carmen le hacía algunos vestidos, no recuerdo que tuviera muchos y los que tenía eran sencillos, sobre todo en una época en la que estuvieron en mi casa guardando luto por mucho tiempo, pues muchos de nuestros familiares fallecieron en un corto lapso de tiempo. Mi mamatía y Chichí se hacían ellas mismas sus vestidos, siempre de manga larga o tres cuartos, modelos similares, lo único que cambiaba era la tela y el color, con la misma sencillez se vestía Juana mi prima y los demás habitantes de la casa. No había grandes lujos, mi mamá tenía algunos zapatos de tacón cubano y unos que llamaban Luis XV, negros de patente, de resto solo zapatos bajos. Mis primos Moisés y José María usaban alpargatas hasta para ir a la escuela y me acuerdo que Ino, su papá se enfurecía pues no les duraban mucho tiempo y decía que eran unos destructores. Ino usaba siempre pantalón de kaki, tirantes y una especie de camiseta con guarda camisa abajo, para ir a misa los domingos usaba likiliki blanco o beige. A él si no lo vi nunca usando alpargatas, más bien usaba una especie de chinelas negras, de tela y que lucían muy cómodas para estar en casa. A mí me compraban zapatos Pepito que eran muy populares en ese tiempo, los vendían en Barquisimeto y para el colegio unos muy parecidos a los Pepito pero no eran de patente. También tenía sandalias que mi papá me mandaba de Caracas o me traían mis tías Blanco Peñalver, cuando venían de visita a Yaritagua. Sweter no acostumbramos a usar, pues casi siempre había calor, ni se usaba ningún tipo de pañuelo ni rebozo al estilo mexicano, aunque
43 llegué a ver alguna que otra mujer, ya mayor, con una especie de pañolón, creo que era más por costumbre que por necesidad del clima, las vi varias veces en la iglesia, sobre todo cuando las misas eran a tempranas horas. No había tampoco una ropa especial para dormir, a mí me habían hecho una especie de baticas para dormir pero los demás, creo que dormían en ropa interior o alguna forma de vestido muy sencillo, como batas de liencillo, material que en esa época se usaba para todo. Yo vine a conocer los pijamas y las dormilonas manufacturadas cuando me mudé para Caracas, pues antes ni se conocía ni lo vendían en ninguna tienda. Quizás en Barquisimeto se usaran, pero no en Yaritagua y menos en ese tiempo. En cuanto a maquillaje y arreglo personal también era muy sencillo. Mi mamá una vez fue a Barquisimeto y se cortó el cabello al estilo garcón o sea muchacho en francés y a mí me acostumbraban hacer unas permanentes suavecitas que se llamaban Tony, también usaban linaza para rizarme el cabello. Por mucho tiempo tuve el cabello largo, pero en un momento me llevaron a Barquisimeto y me lo cortaron al mismo estilo que mi mamá. Mamátía y Chichí se pintaban el pelo con lo que sobraba de un tinte negro que Ino acostumbraba darse cada tanto tiempo y como tenían el cabello largo solían usar un moño bajo muy sencillo sostenido con horquillas, también solían usar peinetas. Y en cuanto a calzado usaban una especie de chinelas negras blandas y cómodas.
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45 La muerte y sus usos
Momentos de luto o medio luto fueron los que mi familia y yo misma vivimos por mucho tiempo. En ese tiempo la muerte y sus usos eran bastante rígidos. Nuestra familia había sido larga, por lo que también habíamos sufrido muchas pérdidas. El nacimiento de mi querida mamá se vio marcado con la muerte de mi abuela, una jovencita Merceditas Ramírez a los 23 años dejando a un niño de 2 años y una recién nacida de la que se hicieron cargo mis bisabuelos a quien mi mamá llamaba papita y mamá. Cuando yo nací ya había muerto la mitad de la familia, mis bisabuelos, mis abuelos y mi tío abuelo Pedro. Contaba mi mamá que por años vistió de medio luto pues por ser niña o jovencita no le ponían luto rígido que se llamaba entonces. Cuando yo tenía 3 y 4 años murieron mis queridos Carlos Flores, papá Alo y JJ Flores, papá Pío. Al año siguiente murió América Mujica a quien mi mamá y yo por supuesto, llamábamos Ama. Volví a estar de medio luto, era ligero pues consistía en poner algún detalle de color negro a un vestido blanco. Nunca fuimos a ninguno de esos entierros, pues en mi casa tenían la costumbre de despedir el duelo en la casa y solo los hombres asistían al cementerio. Recuerdo que en esos momentos y durante todos los días que duraba el novenario se tapaban los cuadros o espejos con telas blancas y todas las noches se rezaban varios rosarios y la última noche se obsequiaba a los que habían venido a rezar o a presentar sus respetos con café o chocolate. Los velorios se hacían en las casas, pues no existían todavía las funerarias que servían para el velatorio. La primera vez que se creó una funeraria en Yaritagua, el dueño fue de casa en casa y más bien era como una cooperativa lo que proponía, Ino se inscribió y también lo hizo con sus tres hermanas, eso garantizaba, por una pequeña cuota mensual que iban a tener los servicios de una agencia especializada. Mi mamá que le tenía terror a la muerte y no la culpo, por la situación traumática que le tocó vivir desde su nacimiento, comentó horrorizada “Ino, eso es pavoso, quien va a estar pensando en eso”, pero Ino era una persona precavida y por supuesto no le hizo caso. Por ese mismo terror a la muerte y fobia
a los cementerios se perdieron las tumbas de toda mi familia que fue enterrada en el cementerio de Yaritagua, pues se cayeron o borraron los nombres y a otras se las tragó la maleza. Las coronas y las lores en general que se usaban en el velorio eran hechas de manera muy rústica, recuerdo que Rita de Quintana las sabía hacer de manera muy profesional y a ella siempre se le encargaban. Un viaje obligado de los muertos era el de después de salir de la casa y camino del cementerio siempre se llevaban a la iglesia que tocaba a muerto o están doblando las campanas o simplemente doblando como se le decía a un triste repique que anunciaba a la muerte. Algunas veces se le decía misa de cuerpo presente y a otros solo un pequeño responso de despedida para prepararlo para el más allá y que llegara más o menos con ciertos atributos en su haber. Los lutos duraban años, dependía del grado de consanguinidad que te uniera con el muerto o algunas veces el afecto que le tuvieras. A mi mamá la recuerdo durante mucho tiempo entre el luto y el medio luto, lo que signi icaba también olvidarse de música y algún signo de alegría en la casa. Cuando murió María Dolores Mosquera, aunque no era familia nuestra en mi casa todos guardaron medio luto, lo mismo hicieron con la niña Amelia Polanco y Chica, Lucinda Pérez. Ya viviendo en la casa nueva murió mi medio hermano Francisco José y estuvimos durante mucho tiempo de luto y yo de medio luto. Los hombres usaban un brazalete negro en el brazo y muchas veces lo usaban largo tiempo, igual se usaba una cinta negra en el sombrero, estos dos símbolos del luto los llevó mi papá por años. Cuando murió mi tía Filomena Otero de Carvallo en mi casa estuvimos muy tristes y mi mamá estuvo como 6 meses de negro y otro 6 de medio luto. Era familia de mi mamá por el lado materno y además era muy querida por todos nosotros. Recuerdo todavía las tiendas que tenían gran abundancia de cortes de tela en las más diversas variantes del luto y el medio luto. También se consideraba medio luto o por lo menos entraban dentro de lo que llamaban guardar consideración los colores morados, el gris y a veces hasta el marrón. No era nuestro pueblo de usar sombreros o guantes, aunque en Yaritagua pude ver de luto rígido hasta con velo que le tapaba la cara a Rosa de Melo,
46 cuando murió su esposo Francisquito Melo, también me tocó ver varias viudas en Barquisimeto que iban de guante sombrero y/o pañolón. Supongo que con el tiempo estos ritos de la muerte se habrán relajado un poco y ya casi nadie guarda luto rígido, si acaso medio luto o alguna consideración, por no dejar, de todas maneras pienso que el luto se lleva mucho más allá de la apariencia y por mi parte no uso luto, lo que no quiere decir que no lleve mi luto interior.
47 La Pepsicola mandaba Era la época del reinado de la Pepsicola y la Cola Marvel, la más rica de todas. Ésta se hacía en Barquisimeto y las plantas embotelladoras quedaban por la carretera vieja. Era una alegría cuando íbamos en el carro ver al muchachito emblema de Orange Crush cargando su botella y también ver las otras compañías, además era símbolo de que ya Barquisimeto estaba cerca. También bebíamos Green Spot que llamábamos Green Sport, pues no le veíamos el sentido a la palabra spot. Estaba empezando a entrar en el mercado nacional la Cocacola y no nos gustaba, pues era menos dulce que la Pepsicola. Un almuerzo típico de un trabajador de la construcción por ejemplo podía ser una Pepsi y un bollo de pan de a locha, sin nada dentro, pues ya eso era un lujo. Yo lo pude ver cuando los empleados que trabajaban cerca de la pulpería de Ino pedían eso para almorzar cuando no llevaban su comida en vianda. Nuestras costumbres alimentarias eran sencillas y solo conocíamos algunos productos manufacturados. Las sardinas Margarita en su latica verde redonda, era signo de Semana Santa o por lo menos de Miércoles de Ceniza, cuando ya empezaba el ayuno o lo que llamaban abstinencia. El Toddy empezaba a conocerse y eran populares las leches Nido y Klim, a mí me daban de las dos que eran las que mi mamá compraba y entre los cereales se conocía el Pablum que era simple sin ningún sabor. La Ovomaltina con su latica anaranjada y la mantequilla marca Brum, con su pequeño envase amarillo, eran parte de las delicias que yo podía comer. Como un gran lujo en mi casa se compraba el aceite de oliva marca El Gallo, pero solo se usaba para ponerle un chorrito a alguna comida y se volvía a tapar con un pedacito de papel enrollado que se le metía por una de las puntas, previamente abierta con un clavo. Se conocía la avena Quaker aunque luego salió la Frescavena, nunca pudo substituirla y la Maizina Americana, de Alfonso Rivas & Co. Como competencia llegó Nenerina, la harina del nené, como decía la propaganda y el Ponche Crema, único de Heliodoro González P. Este era ijo en las Navidades, pues Navidad sin Ponche Crema
48 no era realmente Navidad. El jugo Yukery fue parte de mi infancia y luego su versión barata la marca Stokely, más aguado pero más económico, lo más divertido es que era de la misma fábrica y siempre decían que ellos mismos se hacían la competencia, uno era hecho con la pulpa de la fruta, el otro creo que con el bagazo y como olvidar la sopa Continental de pollo y ideos, luego llegaron Knorr y Maggi, que nunca fueron tan sabrosas como la Continental a la que se le ponía papas cortadas en daditos y otras veces huevo. Malta Polar y luego Maltín eran las más conocidas y también existía la malta Caracas y la Zulia, estas últimas más populares en la cerveza. Los aceites de cocina se empezaron a usar a mediado de la década del 50 pues hasta ese momento se cocinaba con manteca, primero de cochino y luego con manteca vegetal. Se empezó a usar aceite marca Branca, Vatel o El Rey, éste último era el más conocido en Yaritagua. Y en cuanto a las lecturas se leía la revista Élite y los periódicos que llegaban eran El Impulso que venía de Barquisimeto y El Nacional y El Universal, así como Últimas Noticias y La Esfera que llegaban de Caracas, no recuerdo con que regularidad lo hacían. También La Religión, órgano divulgativo de la Iglesia católica, del que era director el muy conocido Monseñor Jesús María Pellín. De las revistas infantiles llegaba Tricolor y Billiken, las dos me gustaban mucho y recuerdo todavía la historieta de un personaje llamado Coquito que salía en la primera página de Tricolor y sus aventuras eran seguidas por los niños de esa época. Mi mamá coleccionaba la revista Selecciones y siempre la tenía en su mesa de noche, pues le gustaba leer un ratico antes de dormirse. Estos momentos coincidieron con la transformación de una Venezuela rural que estaba diciendo adiós y dejando abierto el paso a otra más so isticada que empezaba a manejarse con marcas y productos manufacturados, sobre todo llegados de importación, principalmente de España y luego de Estados Unidos, todavía no había comenzado la inundación de productos de manufactura china.
49 La Yaritagua que yo conocí “Tierra hermosa que el cielo bendijo Hay un canto de amor en su voz Hay un canto de amor en sus hijos Y en la tierra fecunda el primor” Así decía una canción que a mí me gustaba mucho y que cantaba Antonia Delgado acompañándose con la guitarra cuando la visitábamos en su casa, en la Yaritagua que a mí me tocó vivir, a la que me re iero en esta nota y la misma que dejó de existir hace mucho tiempo. La canción creo que era para el Yaracuy en general, o para San Felipe, pero yo la tomaba como para Yaritagua. En esa época era un pueblo con pocos habitantes, pocos carros, y los que había se podían contar con los dedos, pero yo lo disfrutaba mucho. Aunque había ido a Caracas cuando tenía 3 años, ese era otro mundo, no era mi mundo cotidiano donde mi vida se desarrollaba. Iba a Barquisimeto todos los domingos, también cuando iba al médico o cuando mi mamá necesitaba comprar algo, a pesar de haber nacido en esa ciudad, mi vínculo con Yaritagua era muy fuerte, siguió siendo así a través del tiempo. Ahí estaba mi casa, ahí estaba mi mamá y estaban mamátía y Chichí, Del ina y Teresa Mujica y también estaban mis primos, todos estos eran los personajes más importantes alrededor de los cuales giraba mi mundo, aunque en Caracas vivía mi papá, a quien yo adoraba. Yaritagua, entre cañaverales y el cerro de la Cruz del Capuchino, se extendía con sus calles de tierra y piedra, largas y rectas, con casas coloniales de grandes portones y largas ventanas, techos de teja que se alineaban de lado a lado de aquellas interminables calles que yo recorría a pie para ir al colegio o en el jeep con mi papá y más tarde en el carro con mi mamá. Para mí los límites del pueblo iban desde la calle Nueva hasta La Cachamenta y de La Plazuela al El Trocadero. Sus calles más importantes estaban asfaltadas como la calle del Comercio que era grande y con muchas casas bonitas. Empezaba esa calle en el barrio de El Jobito y terminaba en La Plazuela, lugar de bares que llamaban mabiles, zona que no recomendaban como muy buena y que en mi casa nombraban en voz baja. Cerca quedaba el cementerio a donde yo no había ido
50 nunca, pues en mi familia decían que los niños no visitaban los cementerios. El clima de Yaritagua es muy caliente, solo cuando llegaba diciembre bajaba un poco el calor, pero sus alrededores eran frescos, con varios ríos y quebradas que lo bordeaban, zonas muy pobladas de árboles que servían de paseo para los yaritagüeños. Nosotros a veces íbamos a El Almorzadero, Las Ánimas, Guaremal y muchos otros lugares cercanos de donde traíamos pecesitos de agua dulce y orquídeas. También era un paseo frecuente ir al Cerro de la Cruz, con una vieja tradición que cuenta que un fraile capuchino vino en plan de misionero y plantó en ese cerro que domina la ciudad una gran cruz que todavía permanece. En el mes de mayo es tradición ver a los devotos subir al cerro para pagar sus promesas. Igualmente el día tres de ese mes, se hacen cantos y misas en su honor, todo preparado por la cofradía de la Santa Cruz que era para ese entonces una de las más antiguas de Yaritagua. Recuerdo a Manuel Felipe Tovar, hermano de don Carmelo Tovar y esposo de Mercedes Barrios, grandes amigos de mi familia, como uno de los cofrades de la Santa Cruz o su presidente. No había grandes acontecimientos en el pueblo. Las iestas más importantes del año, en esa Yaritagua provinciana, eran las iestas patronales, la semana santa, la navidad, el carnaval que era una celebración menor, los actos culturales que hacían en el colegio, las vacaciones de agosto cuando íbamos a Caracas o a las playas cerca de La Guaira. También fuimos una vez a Los Andes, eso fue todo un acontecimiento para mí. La muerte de algún familiar o amigo cercano, era un suceso que conmocionaba nuestras vidas. También era importante mi cumpleaños, pues iba mi madrina Irma ese día y me llevaba una torta decorada, que ella o sus amigas de Barquisimeto me hacían y que eran muy distintas a las que hacían en Yaritagua, que no tenían ningún adorno. Y el día de santa Rita y también el de las Mercedes, era algo muy especial, pues como mi mamá y yo nos llamábamos Mercedes lo celebrábamos con una comida especial que se hacía y que incluía dulce de leche y de toronja. Además, ese día se recibían visitas que nos traían regalos, casi siempre eran
51 dulces o frutas colocados sobre una bandeja. Los domingos en la mañana merecen una mención especial. Era casi el día más alegre de todos, pues venía la gente que vivía en el campo a realizar las compras de la semana y bajaban con sus burros a los que amarraban en las puertas de las pulperías de la calle del Comercio. La plaza Bolívar se llenaba de gente, y desde la ventana de mi casa yo podía verla. Yo adoraba esos domingos en la mañana tan llenos de colorido y bullicio, igual que detestaba los domingos en la tarde cuando todo estaba cerrado y el pueblo entraba en un estado de tristeza y soledad profunda y yo con él. Durante años me acompañó esa tristeza de los domingos, que solo vine a perder recientemente.
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53 Memorias de una niña con buena memoria
Menaje de casa
Dos acontecimientos de gran importancia guardo en mi memoria más antigua. El primero cuando apenas tenía 2 meses de nacida fue el golpe de estado al General Isaías Medina Angarita (en ese entonces Presidente de la República) en Yaritagua, aunque alejado de todo, hubo toque de queda como en todo el país. Mi mamá me dormía cantándome el Himno Nacional y aunque tenía poco tiempo de haber nacido tuve una extraña sensación de desasosiego, angustia y de no poder dormir. Años más tarde mi mamá comentaba que cuando el golpe de Medina ella no me podía cantar el Himno Nacional por temor a que la tomaran por medinista y que yo en esos días estaba muy inquieta y me costaba mucho dormir. Todas esas sensaciones que hasta ese momento no habían sido nada más que eso, tomaron forma en mi mente y empecé a ver claramente a mi mamá en el mecedor en donde acostumbraba dormirme, sentirla muy angustiada por no poder cantarme y sin saber cómo calmarme. Otro momento importante fue mi primera navidad. Habiendo nacido en agosto para la navidad yo contaba con cuatro meses de edad y mi papá y mi mamá junto con otros familiares decidieron homenajear en mi nombre a los niños de pocos recursos de Yaritagua. Un gran árbol de madera, pintado de verde y adornos simulados, hacía las veces de árbol de navidad, de donde colgaban muchos regalos, faldas, blusas, camisas, vestidos y pantalones de hembras y varones que fueron invitados por todo el pueblo y que hicieron cola para recibir sus regalos. Tengo en mi mente el recuerdo de estar cargada, unas veces en brazos de mi papá, en otras de mi mamá o de mi querido papá Alo, Carlos Flores y ellos entregando a los niños yaritagüeños sus anhelados obsequios. Ese árbol de navidad fue un diseño de papá Alo y estuvo varios años dando vueltas en mi casa. Yo solo tenía cuatro meses, pero esa sensación me ha acompañado durante toda la vida, siento aún como si estuviera viendo a los niños parados en ila en la entrada y en el corredor de la casa de Ino, esperando sus regalos.
Recuerdo los sencillos muebles que conocí en las casas donde me tocó vivir. En la casa de Ino, no había grandes cosas y mucho menos elegantes. Lo que si se conservaba eran unas antiguas soperas de porcelana, alemanas, con adornos de lores rosadas, quien sabe si pertenecieron a un juego más grande. Estas soperas se usaban para servir los hervidos de gallina en los días especiales como onomásticos, cumpleaños o cuando llegaba alguna visita. Las ollas eran muy sencillas y así mismo todos los utensilios como platos y cubiertos que se usaban en el diario, bueno y también en los festivos, pues no recuerdo ningún cambio, que no fuera el mantel limpio y almidonado y sobre todo muy bien planchado. Los muebles eran de paleta, muy populares en esa época y había una mesa redonda con un mármol encima que estaba a la entrada de la casa con una lámpara que tenía una base de bronce representando a un indio. En algún momento recuerdo, pero ya no vivía ahí, que llegaron unas personas de Caracas y Ino la vendió por una mísera cantidad. Lo mismo hizo mi mamá con unas sillas de esterilla, (vienesas o Tonné) que tenía mamatía y que le gustaban mucho. Había varios mecedores en el corredor, unos de esterilla que hacían juego con las sillas y uno que ya era viejo en ese entonces y lo teníamos en el cuarto que era donde mi mamá me dormía. No existía un juego de comedor como tal y se comía en la mesa de la cocina, con sillas rústicas de cuero de vaca y algunas de madera. Completaba ese sencillo mobiliario una alacena con tela metálica como protección y en donde se guardaban los platos y cubiertos, así como algunas comidas, ya que al tener la tela metálica estaban protegidos de ratas y cucarachas que era lo que proliferaban en las cocinas, que además daba al patio. Los cuartos tenían un mobiliario más sencillo todavía, siendo muy populares los catres de tijera y las hamacas o chinchorros tejidos con hilo de colores. Mi mamá tenía un juego de cuarto de cuando se casó y yo dormía en una cama cuna de madera pulida que le encargaron al maestro Albujas. No recuerdo su nombre, creo que era Antonio, pero sí recuerdo que era un buen maestro ebanista. Esa cama cuna me acompañó por años, pues era grande
54 y solo había que quitarle las barandas para usarla como una cama normal. En todos los cuartos había un aguamanil con su respectiva ponchera y jarra de peltre y por supuesto usábamos las típicas y tan socorridas bacinillas o vasos de cama, como lo llamábamos nosotros. Yo por ser una niña tenía una muy pequeñita de peltre y con lores, todavía no había empezado el imperio del plástico. La bacinilla merece comentario aparte pues fue una bendición en esas casas donde el water quedaba casi siempre o en el solar o al inal de un inmenso corredor y muy pocos se animaban a ese largo recorrido. Cada cuarto tenía su altar donde se ponían velas encendidas durante la noche. Más de un incendio se generó por esta costumbre. El altar del cuarto donde yo dormía en mi primera infancia lo ponía mi mamatía en el poyo de la ventana que daba para la sala y había santos de bulto e imágenes en sus cuadros. La virgen de Coromoto y la Milagrosa estaban colgadas detrás de la cama de mi mamá y la mía respectivamente, igual que un cuadro de santo Domingo de Guzmán con su perro y la antorcha, al que le rezaba todas las noches y que luego al pasar el tiempo supe que había sido Gran Inquisidor y lamentaba haberlo venerado en mi más remota infancia. También en el altar se ponían lores en frascos y había fotos de nuestros antepasados ya difuntos. La vela de los lunes Día de las Ánimas del Purgatorio, no faltaba nunca. Tan indispensable como las bacinillas eran los mosquiteros que ayudaban a que los zancudos no nos comieran vivos, mientras dormíamos. Camas y hamacas tenían puesto el suyo y se rociaban con Flit todos los cuartos, un rato antes de acostarse. De puro milagro estamos vivos ya que estuvimos por años inhalando este veneno. Esa sencilla casa estaba adornada con muchas matas puestas en materos de barro que mamatía cuidaba con esmero. Un detalle importante eran unas iguras de yeso pintado que adornaban las mesas y que se compraban a los vendedores ambulantes que cada tanto visitaban el pueblo y dejaban la mercancía para pagarla en cómodas cuotas. Muchachas, toreros, perros y gatos de colorines estuvieron en nuestras casas de mesa en mesa y alguno que otro en la pared, pues también estaba esa alternativa. Un reloj de pared, retratos grandes de mis bisabuelos, Zenón Mujica y Rita Sánchez
55 de Mujica y otros de mi tío Pedro Mujica y de mi abuelo Manuel Felipe Mujica, todos fallecidos hacía tiempo, 2 lámparas de alcohol y 2 cuadros uno con motivo pastoral victoriano y otro con unos muchachitos besándose, completaban el decorado. Había otros pequeños objetos de adorno, pero esos eran propiedad de mi mamá y cuando nos mudamos a la casa nueva nos los llevamos. La casa nueva tenía un largo corredor que necesitaba muchos muebles por lo que mandamos a hacer unos muebles en la mueblería santa Lucía, que quedaba en una de las calles principales del pueblo, creo que en la carrera 8, era propiedad de dos italianos que habían llegado un tiempo antes, fueron creciendo hasta poner una gran mueblería, siempre con el mismo nombre y la mudaron a las afueras del pueblo, por la nueva carretera Panamericana en una de las entradas a El Trocadero. Esta mueblería se quemó en su totalidad viviendo yo todavía en Yaritagua. No tengo muy claro si fue intencionado o no el incendio, y tampoco recuerdo si continuó existiendo, pero sí que el incendio que se originó en la madrugada nos impresionó mucho a todos. Estos muebles vinieron a adornar nuestra casa, eran oscuros y pesados, de plástico imitando cuero, con lores en el mismo color, no me gustaban pero daban un aire elegante a la casa. También pusimos el juego de muebles de paleta que era nuestro, las sillas Tonné y dos de los mecedores. Matas por todas partes daban gran alegría a la casa que se convirtió en una de las más bonitas de Yaritagua. Cuando Mamina (Jose ina Flores Mujica) se fue al convento nos dejó en herencia un cuadro inmenso de santa Gema Galgani, una santa italiana que nos acompañó por muchos años, quien sabe a dónde iría a parar. Un detalle y es que mi mamá que era simpatizante del General Marcos Pérez Giménez puso en el corredor una foto de él y su esposa, Flor Chalbaud, pasaron a ser parte de nuestra decoración. Teníamos en esta nueva casa un espacio muy de inido para el comedor donde habia una sencilla mesa cuadrada grande y una vitrina donde guardábamos algunas cosas de vidrio que se habían salvado del tiempo y que eran recuerdos de mis antepasados. La vitrina era de madera y vidrio con puertas, las sillas muy sencillas y unos bonitos arcos adornaban la entrada a ese recinto presidido por un cuadro de yeso con relieve de la Última Cena, comprado a
57 los vendedores ambulantes, por supuesto. Afuera en el corredor quedaba un lugar muy importante y era donde poníamos el radio que estaba colocado sobre una mesita con un mantel hecho de estampitas de fotos de artistas pegadas entre sí con pabilo beige, tejido, era un bonito trabajo hecho por mi mamatía. Ese radio solo se movía de ahí para ponerlo en mi cuarto al lado de mi cama cuando estuve un tiempo de reposo después de almuerzo y no asistí al colegio durante 2 meses. En ese momento yo era la dueña absoluta del radio y cambiaba las estaciones a mi antojo. Electrodomésticos no teníamos de ninguna clase, pues ni nevera teníamos en la casa nueva. Recuerdo que en la casa del Negro Espinal y Carmen, nuestros vecinos, si tenían nevera y eso era algo inusual para ese tiempo en Yaritagua y no tenerla no era motivo de complejo. No éramos ricos ni mucho menos, pero teníamos una linda casa, de la que solo me queda el recuerdo, la granja san Isidro y una pequeña hacienda llamada El Frío, además de un carro Hillman, para ese momento recién comprado, que era nuestro gran orgullo y antes habíamos tenido un jeep Willis, donde mi mamá intentó aprender a manejar, pero no fue hasta que tuvimos el Hillman que concretó su anhelado sueño. El jeep era para ir a El Frío y también a la Granja san Isidro, aunque también se usaba para pasear por el pueblo y a llevarme a mi hasta donde quedaban los pequeños y humildes bares con las rockolas soñadas, de las que ya hablé en mi libro anterior.
Novios y noviazgos Existían en Yaritagua algunas parejas que durante años mantuvieron un noviazgo que nunca terminó en matrimonio. En esa época ese inal era visto como un fracaso, pero visto con la mentalidad del siglo XXI, pareciera algo de lo más normal. Las veíamos conversar o por lo menos los veíamos juntos, durante años, una de estas fue don Chiche y Maruja González. Maruja, de ojos verdes, simpática y alegre y don Chiche callado y serio a pesar de su juventud parecía un viejo prematuro. Estuvimos viendo su carro estacionado en la casa de don Pablo Espinal durante muchos años y cuando pasábamos por la acera los veíamos sentados en un pequeño sofá que quedaba cerca de la puerta de la calle, siempre con su tía Lola de chaperona, pasó el tiempo yo me fui de Yaritagua y no supe más nada de esa pareja, muchos años después supe que Maruja se había casado con un general, que no era de Yaritagua. Ana Elisa Rodríguez y Tomás Lucena era otra de esas parejas emblemáticas que durante años mantuvieron una relación, aunque no eran ya unos jovencitos. Al tiempo se casó Tomás con mi antigua maestra de Moral y Cívica, Angélica Seijas, creo que fue una sorpresa para muchos pues Tomás era mayor varios años. Armando Yépez, hijo de Julián Bartolomé y mi prima Circe Blanco, fueron otros que durante un tiempo se les vio juntos y conversando en la ventana de la casa vieja de mis abuelos Alvarado, en la Calle Nueva, pero tampoco llegaron a nada. Su inal inesperado, cuando todos dábamos por seguro que se casarían muy pronto fue casi una tragedia para mi prima quien se volcó en la religión y luego se mudó a otra ciudad. Muchas de estas parejas las conocíamos por el carro, camioneta o camión estacionado todas las noches frente a la casa, señal segura en ese entonces, de romance. Había otras jóvenes parejas de enamorados pero creo que los novios no tenían carro y por eso no nos dábamos cuenta, uno de ellos era Francisco Alvarado y Merceditas Gutiérrez, a quien recuerdo visitándola recostado en la ventana o en la puerta de la casa de la placita Peña, no recuerdo que Francisco tuviera carro en ese momento. José Pastor Gar ides empezó a cortejar a Carlota González cuando
58 las iestas patronales de 1954, se mostraba siempre muy solícito con ella y mi papá comentó: creo que a José Pastor le gusta Carlota, yo me fui de Yaritagua y ellos se casaron al poco tiempo. Cuando nuestro muy querido amigo el poeta Tomás Vásquez Paiva empezó a cortejar a María, mucho más joven que él, se lo comunicó a mi papá y la llevó a la casa para que la conociéramos, era una hermosa y tímida jovencita con una larga cabellera negra y trabajaba como torcedora de tabacos en la fábrica de mi tío Pablo J. Carvallo. Al poco tiempo mi papá fue el padrino de su primer hijo. Había muchas otras parejas pero mejor no comentar nada pues o él era casado o era ella la casada que en ese caso era más grave, en ese tiempo. Había varios conocidos caballeros que normalmente tenían 2 familias, cómodamente instaladas a escasas cuadras de distancia una de la otra y que además hasta compartían visitas de los hijos, sin problema alguno. Todavía recuerdo el comentario que hacía mi mamá cuando se enteraba de alguna de estas situaciones: hay que tener estómago para poder aguantarlo, pero eso mismo, era cuestión de costumbre y hasta llegaba a verse como algo normal, aunque yo también pienso que hay que tener estómago para aguantarlo.
59 Personajes curiosos De estos había algunos en Yaritagua, o por lo menos vistos desde mis ojos de niña lo eran. Empezaré hablando de los asiduos a la pulpería de Ino a donde iban mucho, pasaban mucho rato hablando o solo mascando chimó, recostados en el mostrador o en alguna de las puertas, casi no compraban, solo iban a socializar con Ino o con otros de los asiduos. Nicolás Cordero, era uno de ellos y mamatía y Chichí comentaban que era niño, o sea virgen, yo no sabía mucho que era eso y tampoco me ponía a imaginármelo. Lo llamaban el bachiller Cordero, blanco, alto y rubicundo, así lo recuerdo y también lo veo en mi mente vestido de blanco, pero no impoluto como iba Juan Manuel Moros de quien decían que se ponía los pantalones montado en una silla para que no se le doblara el ilo que su pobre mujer planchaba con esmero, esa era la fama, siempre estaba de lo más atildado y sobre todo bien planchado y almidonado, de blanco y con sombrero, además. Don Andrés Montes de Oca, siempre vestido de negro, con chaleco y reloj con cadena dorada en el bolsillo del chaleco. Pasaba horas sentado o hablando o solo sentado en silencio, su fama era de muy tacaño, estaba muy delgado y decían que era por no comer, pero cuando lo invitaban a comer algo lo hacía con mucho apetito, así que suena cierta esa fama. Ese dinero quedaría a sus sobrinos, pues no tenía hijos y trabajaba como prestamista. Raldiris, no recuerdo su nombre, pero era otro de los personajes frecuentes, vestido muy sencillo, casi humilde. Era muy blanco y se le veía una persona educada y silenciosa, tenía varios hijos, entre ellos una muchacha muy delgada y parecida a él. Había varios clientes que solo venían a última hora de la tarde, casi noche a comprar, café, fósforos y velas, pues no tenían luz eléctrica en su casa, o pan, los biscochos llamados burreros tan sabrosos que se vendían en la pulpería. A estas personas se sumaba Luis Aguilar, joven y hasta bien parecido en esos primeros tiempos, luego empezó su gran deterioro mental y el abandono en el que cayó más adelante. Pedro Aponte quién era una persona muy seria y tranquila hasta que se volvió completamente loco, mi mamá le tenía mucho miedo, aunque nunca me pareció una persona violenta, acostumbraba a
60 ir a la pulpería y quedarse mucho rato en la puerta, sin hablar y sin comprar nada, pero tampoco se metía con nadie, siempre andaba muy limpio y se decía que su familia se ocupaba de cuidarlo. José Nicodemus, más conocido como “Flecha Roja”, iba mucho por la casa pues limpiaba el solar cuando no estaba muy borracho, de lo contrario lo limpiaba Pedro Parra, muy bueno y con buen carácter, pero prometía y no cumplía y varias veces se quedaban esperando y no iba. José Tomás “el cojo” como lo llamaban todos, bueno más bien lo llamaban al revés, “El cojo” José Tomás, quien lamentablemente tuvo un triste inal, era cliente ijo de la pulpería, su esposa y también sus hijos iban todos los días. Los comedores de chimó eran los más consecuentes clientes de Ino que iban a diario a llenar su cajeta y a escupir en el suelo de la pulpería que siempre estaba manchado y era la muestra inequívoca de sus visitas. Como Ino no vendía alcohol los que pasaban por ahí y eran amigos del trago ya lo traían colocado entre pecho y espalda. Para mi eran personajes curiosos los que llegaban del campo, tanto los de Guaremal como los de La Piedra, El Salto y El Frío. De Guaremal venían los Sira, Calixta la matriarca, que había sido por años la cocinera en la hacienda de Guaremal y sus hijos que eran varios. Con Ramona, una de sus hijas tuvo Ino a José María, Moisés y Aída. De El Frío venían Cleofe y su esposa Del ina, compadres de mi papá, unas personas buenas y muy trabajadoras, mi papá era padrino de Gervasio, su hijo menor y de los otros lados venían con las recuas de mulas cargadas de leña y sacos de maíz y caraotas en su vaina. Para mí era una iesta la llegada de estas personas que hablaban distinto y hasta olían distinto. Entre los personajes extraños a mis ojos infantiles, estaban los hermanos Mujica de El Jobito, blancos albinos que solo se asomaban por la ventana y no recuerdo haberlos visto nunca en otro lugar que no fuera ese. Yo los relacionaba con fantasmas o con la locura, no sé si basado en alguna historia que había escuchado. Otras caras y expresiones que me asustaban eran la de los Rojas, también de El Jobito, hombres y mujeres tenían una mirada que me producía una extraña sensación. Había por los lados de El Jobito alguno que otro señor que se sentaba a la puerta de su casa o su
61 negocio y ahí casi que en posición estática pasaban horas mientras nosotros dábamos en el carro, la famosa vuelta de la noche y se veían los anteportones oscuros y si acaso alguna vela encendida en el corredor, estos también eran personajes curiosos para mí y muchas veces habitaban mis sueños de pesadillas infantiles.
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63 Memorias de mi colegio
Cuando mi amiga Mariela Lugo me habló del aniversario del colegio pensé que la mejor forma de recordarlo era escribiendo algo para que ella lo leyera en mi nombre. Si no viviera en España seguro que habría ido a compartir con mis antiguas compañeras como Licha Zavarce, Belisa Rodríguez, Linda Belier, La Niña Perdigón, Egilda Rodríguez, las morochas Brandy, Petra Matilde Rodríguez, Alicia Gutiérrez, María Teresa Loschi, Berna Ledezma, Mirian Aponte y muchas otras, que aunque parezca mentira y aunque hayan pasado 60 años todavía las recuerdo con cariño, ya que formamos parte de ese primer grupo de alumnos que dimos forma a este querido colegio. Tenía yo 6 años cuando unas monjas italianas visitaron mi casa, hablaron con mi mamá y tomaron mis datos. Cuando abrieron el colegio con el nombre de Sagrado Corazón de Jesús, empecé ahí la escuela de manera o icial, pues antes mi mamá me llevaba de oyente al 1er grado de la escuela Laureano Villanueva, que en aquel entonces quedaba en la que conocemos como la casa de Amorcito Martínez, casa donde muchos años antes había nacido mi papá. Una coincidencia es que mi salón de clases quedaba en el mismo cuarto donde mi querido papá Francisco Blanco Peñalver vino al mundo, es el último que tiene las ventanas que dan para la iglesia de santa Lucía. A mi colegio nuevo lo recuerdo con mucha alegría la casa colonial, con grandes corredores, en donde jugábamos, un patio grande en donde hacíamos el recreo, y un jardín con muchas lores y una mata de palma que todavía visualizo. Tenía una sala que hacía las veces de capilla en donde nos prepararon para la primera comunión, que era adornada todas las semanas con dalias y gladiolas que se cultivaban en la granja san Isidro que era de mi papá y para él era una gran alegría obsequiarlas a mi colegio. En este colegio aprendí a escribir bien y a leer que era lo que más me gustaba, por lo que me convertí en lectora o icial, cada vez que se hacía un dictado o algo así, siempre levantaba la mano pues quería ser la primera en leer lo que había escrito. En mi salón de primer grado, habíamos niñas y niños. Había un niño muy
tremendo que se llamaba Iván Reyes, era hijo de Ervigio Reyes y Lola Rodríguez, a muchos de ellos los conocía por haberlos visto en algún cumpleaños. Estando el colegio todavía en esa casa, se inauguró la planta eléctrica en Yaritagua, pues hasta ese momento solo había una planta privada de la familia Rovatti. El día de la inauguración hubo un terrible accidente: murió electrocutado un compañerito de clase, muy rubio, llamado Francisco José Agüero, a quien le decían “Chico”. Era de mi misma edad y era hijo de José Manuel Agüero, muy conocido porque tenía una tienda. Ese fue el primer encuentro con la muerte infantil, no éramos íntimos, pero íbamos al mismo grado. Esa muerte nos dejó a todos muy impresionados. Al año siguiente murió ahogada en las vacaciones de Semana Santa una niña llamada Zobeyda Martínez, a quien llamaban Cocola, era mi amiga y era junto con su hermana Elizabeth las dos únicas internas del colegio, hasta que llegó otra niña que era la hija del jefe civil de Urachiche. Mis primeras amigas muy cercanas del primer grado eran María Teresa Loschi, Belisa Rodríguez y las morochas Brandy, luego en 2do. Grado entró Licha Zavarce a quien ya conocía, pues mi mamá y su familia eran muy amigas. Han pasado muchos años de esto y Licha y yo hemos continuado nuestra amistad a través del tiempo, los cambios y la distancia. Al poco tiempo de estar en el primer local, al colegio le hicieron donación de una casa, propiedad de los hermanos Martínez Ojeda, por lo cual le cambiaron el nombre original por el de Colegio Hermanos Martínez Ojeda. En el primer momento era una casa colonial con un gran terreno, en esquina, pero pronto empezaron las construcciones para una nueva edi icación con varias aulas, un espacio en el patio para hacer los actos culturales, dependencias para las monjas y para las niñas internas y una buena y amplia capilla. En este colegio estudié hasta tercer grado de primaria, cuando me mudé a Barquisimeto y empecé el cuarto grado en el colegio Santo Ángel. De mi colegio de Yaritagua guardo bellos recuerdos y mis fotos de primera comunión y en mi memoria están todavía la madre Emilia, la madre Fausta, la madre Nicolina, Nazarena y Gilberta, que son las que aparecen acompañándome en esa foto. Mis maestras, las Señoritas, como les decíamos, también han tenido un lugar muy
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importante en mis recuerdos: Angélica Seijas que me llamaba “mis hermanas” ya que mi nombre estaba compuesto por el de sus dos hermanas mayores, Mercedes y Edelmira, Yolanda Rojas y Maruja González. En casa de Maruja aprendimos a bailar El pájaro guarandol, El Carite y El Sebucán, ahí ensayábamos todos los bailes típicos que preparábamos para los actos culturales que se hacían en el escenario, ubicado en el patio del colegio y en la capilla ensayábamos en la navidad Adeste Fideles y algún otro canto propio de esas fechas. Siempre participé en los actos culturales del colegio, recitaba y además tocaba cuatro y cantaba. Siempre será mi colegio, no importa el tiempo que haya pasado y cuando esté muy viejecita siempre lo seguiré recordando y viendo mi imagen infantil con mi uniforme azul, tipo guardapolvo, mi cuello blanco postizo y mi lazo rojo, corriendo por sus corredores y por el patio de piedritas blancas, ideal para romperse las rodillas, lo que me pasaba muy a menudo. ¡Feliz cumpleaños querido colegio, siempre estarás en mis recuerdos!
Remedios y enfermedades En mi familia recuerdo muy pocas enfermedades. Eran todos muy sanos, pero igual algo pasaba de vez en cuando. La dispepsia era muy popular y mamátía decía que sufría de dispepsia y acidez estomacal, y a mi mamá le daba jaqueca y se ponía unas hojas en la frente, creo que eran bayrum con aceite o con algo que era como una loción mentolada muy de moda en esa época llamada Mar Azul. También tomaba Alka Seltzer. Mi Chichí botaba sangre por la nariz con mucha frecuencia, pero no sé a qué se lo atribuían, solo lo recuerdo como que era parte de nuestra vida cotidiana. Había algunas personas con lo que ahora conocemos como parálisis facial, antes le decían que había cogido un pasmo, tenía la cara o la boca torcida, se le atribuía a salir con la cara caliente para el frío o a mojarse luego de planchar. Desconocíamos la lepra y cualquiera que padeciera de leishmaniasis pensábamos que era lepra y le teníamos miedo. En Yaritagua había dos personas que la padecían una era Pastora Rodríguez, más conocida como la de las Gainza y Susana García, nuestra vecina. Quizás había muchas más, pero no las conocíamos. Tampoco se conocía el asma como tal, aunque no dudo que algunas personas la padecieran y lo consideraran como una as ixia y tampoco se sabía de las enfermedades modernas y así como esa había otras varias que tenían su nombre propio dado por el pueblo. En general no había muchas enfermedades en el pueblo y podría decirse que era un pueblo de gente sana. Muchos años antes de que yo naciera hubo varias familias donde todos sus miembros sufrieron de tuberculosis y murieron jóvenes. Mi mamá recordaba a los hermanos Trovat, de ellos decía que eran jóvenes y buenosmozos y murieron uno tras otro en la lor de la juventud. En esos tiempos no había los tratamientos de prevención y cura que hay actualmente. También escuchaba las historias de la terrible epidemia de lo que llamaban gripe española que en el año de 1918 diezmó la población mundial y Yaritagua no fue la excepción. En mi familia hubo algunos que la padecieron, pero todos sobrevivieron. Los remedios más populares de ese tiempo y que recuerdo por
66 el uso en mi casa eran la Anti logistina (Crema para aplicarse como cataplasma en casos de in lamación de las articulaciones y glándulas, pleuresía, escoriaciones, traumatismos y quemaduras). Recuerdo que en mi casa la había, pero la llamaban “Anti logitina” sin la s y se la aplicaban con frecuencia, también los parches porosos del Doctor Winter, que en mi casa llamaban “parchos” y que servían para muchas cosas como los dolores de costado y el reumatismo. Para los niños había una vitamina en jarabe llamada Efenil, muy sabroso y me encantaba, también estaba el aceite de bacalao o Emulsión de Scott, pero nunca me lo dieron, tenía fama de bueno pero también de un sabor muy desagradable. Los purgantes eran muy populares, también me salvé de todos ellos, y eran aceites de Tártago, Ricino y Castor, que eran la pesadilla de los muchachos de esa época, pues tenían que perseguirlos para poder hacérselos tomar. Otros remedios populares eran: Cafenol (se usaba para todo, sin saber el peligro que conllevaba). Bromoquinina (para catarros, gripe y resfriados). Fitina (buena para la memoria, mi papá la tomaba con frecuencia y hasta por juego se le decía a algún desmemoriado “toma Fitina”). Azul de Metileno (El azul de metileno, cuyo nombre cientí ico es Cloruro de Metiltionina. es un colorante que se usa para tratar una enfermedad llamada metahemoglobinemia). Piedra de Alumbre (Se usaba contra las excrecencias fungosas, las úlceras, los dolores de las encías, los sabañones). Pero dicho en lenguaje más sencillo la usábamos para las aftas bucales o sean las conocidas y dolorosas llaguitas. Zulfatiazol (Es una sulfamida de uso externo, utilizada como cicatrizante, antibacteriano y anti infeccioso) Mercurocromo (Compuesto líquido antiséptico, a menudo de color rojo vivo, que se aplicaba a las heridas super iciales para su desinfección, mucho antes de que apareciera el Merthiolate). Era muy común ver a los niños con las rodillas rojas, ya que luego de las caídas nos embardunaban con ese líquido. Yodo (con propiedades bactericidas, se usaba para el tratamiento de heridas) Alcanfor (se utilizaba para los dolores de cabeza y las neuralgias)
67 y por supuesto que no podía faltar el inefable: VickVaporub (ungüento de uso tópico para ayudar al alivio de los síntomas de congestión nasal, tos y dolores musculares causados por la gripe) sin el que mi mamá no podía vivir, y lo usaba a diario, tuviera gripe o no. Sal de fruta Eno. (Contra la acidez estomacal y dispepsia) Lecha de magnesia Phillips (tiene muchos usos, incluyendo el tratamiento para la indigestión, el estreñimiento, la acidez estomacal, las úlceras bucales e incluso con propósitos cosméticos) lo peor de todo es que mi papá decidió que era bueno que yo la tomara y me la dieron por años, una cucharada todas las noches antes de acostarme, no sé si fue bene iciosa, pero no me mató, por lo menos. Calcibronat (sedante indicado en los trastornos leves del sueño y las situaciones de irritabilidad o nerviosismo). Me lo daban por las noches antes de dormir con guarapo de canela, lo que me producía el efecto contrario al deseado, o sea me quitaba el sueño y me alteraba. Alka Seltzer (Se utiliza para el alivio sintomático de las molestias gástricas ocasionales relacionadas con hiperacidez, acidez estomacal y ardores). A Yaritagua no había llegado todavía la Aspirina Bayer, ni el Paracetamol, menos el Ibuprofeno, tan populares ahora. Los sinapismos que era una cataplasma o emplasto hechos con polvo de mostaza, se usaban para aliviar algún dolor y también se le decía a alguna persona molesta o que exaspera, también cuando despedía tu cuerpo mucho calor. Recuerdo que muchos años después mi mamá le decía a mi gato, “arrímate para allá que pareces un sinapismo”. Se usaban bolsas de hielo y también de agua caliente de acuerdo a la necesidad y las farmacias que yo recuerdo eran la de Rojas, que el dueño era de apellido Posadas que desde la casa de Ino se podía ver la lucecita roja cuando estaba de turno y la de Guillermo Garrido, no sé si había otras, pero esas eran las visitadas por mí familia. A la hora de ponerse una inyección había varias personas que
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Mis memorias
lo hacían a domicilio uno de los más conocidos era José Ramón Cabezas, pero en mi casa a quien buscábamos para todo era a nuestro primo Teonesto Enrique Parra, a quien mi mamá le tenía mucha fe y mucho respeto a sus diagnósticos. Para ese momento no existían ni las agujas ni las inyectadoras desechables y había que hervir el equipo completo que iba en una cajita metálica y serruchar la ampolla con una sierrita muy peculiar. Los médicos eran pocos, pero creo que eran buenos. De primero recuerdo al Doctor Landínez y al Doctor Longobardi, luego a Roberto López Conde, el Doctor Ricardo Salazar y el Doctor Pantoja, ya yo tenía 9 años cuando estos 3 últimos doctores estuvieron en Yaritagua y mi familia y las suyas se hicieron grandes amigas. En mi casa recordaban a médicos de antes como fue el famoso doctor Luis Razzetti que estuvo trabajando en Yaritagua cuando era muy joven y luego el doctor Plácido Daniel Rodríguez Maggi, pero eso fue antes de que yo naciera.
69 Tiendas y tenderos Las tiendas eran pocas y malas, pero eso si pintorescas y amables, mostradores y olores que a mí me gustaban mucho. Aparte de mi favorita que era la pulpería de Ino que la tenía a mi disposición para jugar, hasta que Ino decía “Rita Mercedes llévate esa muchachita que me está mezclando el arroz con las caraotas”, claro ahí empezaba a comportarme para poder quedarme más tiempo y hasta lo ayudaba en algunas pequeñas tareas. Luego cuando nos mudamos a la casa nueva teníamos cerca la pulpería de Sebastián, que recuerdo oscura, con piso de ladrillo y los racimos de plátano colgando cerca de la puerta. Sebastián en guarda camisa sentado en una silla recostada en la pared, ese es uno de los recuerdos más antiguos que tengo de esa bodega. La de Humberto Ramírez nuestro primo, esa quedaba en la casa donde nació mi mamá y estaba siempre muy desabastecida pero vendía leche condensada que costaba 0, 25 la latica y yo siempre iba a comprar una. Muy cerca de mi casa y por la acera de enfrente quedaba el bar de Rosita Varela, pero de ese solo consumía la música que ponían en la rockola, pues se oía clarita desde mi casa. Mucho pasodoble como El Sombrero, El Beso y Francisco Alegre. José Manuel Agüero tenía un buen negocio, muy surtido y era además muy amigo de mi familia, por ahí siempre pasábamos mi mamá y yo, me trataba con mucho cariño. La primera papelería-librería que yo conocí la puso Rita de Quintana, en su casa. Ese lugar era un pequeño paraíso para mí. Ahí compré el primer frasquito de goma para pegar, pues antes de eso usábamos caujaro o almidón. En esa tienda también vendían lo que siempre llamábamos como suplementos: La Pequeña Lulú, La Pequeña Audrey, Lorenzo y Pepita y otras maravillas que nadie más en Yaritagua vendía. Además Rita era amiga de mi mamá y una persona muy amable, ese era uno de mis negocios favorito, pasábamos por ahí algunas tardes a la salida de mí colegio, pues quedaba de camino. Camilo Chebly puso una de las mejores tiendas que hubo en ese tiempo en Yaritagua. Empezó una pequeña tienda que se fue extendiendo como a 3 casas más, telas, cintas, cierres, botones, etc, ahí había de todo, bonito, diferente a muchos otros comercios. La tienda del maestro Pablo, como todos llamaban a don Pablo
70 Espinal, esa no estaba muy surtida y cuando yo la conocí casi no quedaba nada, solo el maestro Pablo recostado en una silla de vaqueta que ponía en una de las puertas. Jesús Alvarado gran amigo de la familia, ahijado de Ino y muy cercano a nosotros tenía una gran tienda, pero yo no recuerdo que vendiera nada de mi interés, igual me pasaba con otros comercios que no vendían ni cuentos, ni zapatos, ni ropa, la verdad que no me llamaban la atención. La primera carnicería la puso un italiano llamado Bruno que cantaba ópera y se hizo amigo de mi papá, quedaba muy cerca de la casa de María Barreto en un local comercial nuevo que se había construido entre ella y la vieja casa del colegio de las monjas. Antes de esta carnicería se vendía la carne solamente en el mercado y más tarde abrió otra carnicería en un espacio lateral de la casa de María Teresa Polanco, nuestra vecina. Nuestros amigos Antonio Pareja y familia compraron una tienda de víveres a una cuadra de mi casa y su hija Matilde atendía la caja, ellos vendían unos helados muy ricos, creo que marca Club y el negocio estaba muy surtido, mejor que muchos otros que eran anteriores, creo que en ese momento eran los únicos que vendían jamón. Otra tienda de telas, grande y bien surtida era la de don Carmelo Tovar que funcionaba en su misma casa y se le podía encontrar siempre atendiendo su negocio con mucha amabilidad, lo único que nos quedaba un poco lejos para ir a pie.
71 Vida cultural Era poca, por no decir nula. Aparte de los actos culturales del colegio, el cine, las iestas patronales y los actos de la Semana Santa no había ninguna otra actividad recreativa o cultural. El cine mexicano cumplía su función, afortunadamente ese momento coincidió con su Época de Oro y el apogeo del Indio Fernández y toda esa pléyade de grandes artistas y directores de los años cincuenta. Los actos culturales de mi colegio eran pocos, algunos para celebrar el Día de la Madre y otros en la navidad, más bien las otras escuelas tenían mayor variedad de iestas escolares, pues celebraban el Día del Árbol, el 12 de octubre que en esa época se llamaba día del Descubrimiento de América y algunas otras efemérides importantes y también el día aniversario de la escuela. Aunque estudiaba con las monjas participé en actos culturales de la escuela Cedeño y de la escuela Rural a donde me invitaban. Los actos de Semana Santa como la Imposición de las Llaves, que se efectuaba el día Jueves Santo reunía a todo o casi todo el pueblo en la iglesia para celebrar este momento, después del cual se iba a la casa del que había sido distinguido con las llaves para compartir algún obsequio. Recuerdo que mi papá fue invitado varias veces a casas diversas, entre ellas la de mi tío Pedro Manuel en donde se reunían todos los caballeros distinguidos del pueblo. Las iestas patronales eran momentos de estreno de ropa y de recibir a los que venían de visita. A nosotros nos visitaban desde Caracas, Puerto Cabello, Barquisimeto y Acarigua, pues teníamos amigos y familia en esas ciudades. De Caracas venían sin falta mis tíos Pepe y Amparo y ella acompañada siempre de un hermoso regalo para mí, también venían mi madrina Carlina, más conocida como la Negra Blanco, mi tía Gunda y alguna vez hasta se aventuró a venir mi abuela Edelmira Alvarado de Blanco Peñalver. De Puerto Cabello, mi querida tía Teolinda Sedek de Flores y alguna vez vino acompañada de alguno de sus hijos, de Acarigua venía familia por
partida doble, pues venía algunas veces mi tío Manuel con Luisa su esposa y también mi tío Julio Flores, acompañado de algún familiar y de Barquisimeto venía mi querida madrina Irma, sin falta para el día de santa Lucía y alguna vieja amiga de la familia que acostumbraba visitarnos en esa época. Contaba mamatía que cuando ella era joven, Yaritagua tenía una intensa actividad cultural con veladas donde se cantaba, declamaba, se tocaba el piano y se reunían jóvenes y mayores para compartir y comentaba “vamos para atrás como el cangrejo”. Recordaba mi mamá que cuando era jovencita acostumbraban reunirse para hacer juegos de charadas y adivinanzas en las casas de sus primas y amigas. Algo que a mi mamá le tocó disfrutar fueron las funciones de cine que proyectaban en casa de Papá Pío, mi tío abuelo, más conocido como el Bachiller Flores o J.J. Flores. Creo que es importante dejar constancia que en su casa se realizó la primera función de cine de la que se tenga noticia en Yaritagua, claro que fue algo privado y solo para sus amigos y familiares. Siempre fue una persona de ideas civilizadoras y además amante de los inventos y en especial del cinematógrafo. Me contaba mi mamá que Papá Pío fue a Caracas y compró un proyector y varias películas, además de una subscripción para recibir periódicamente las novedades que llegaran al distribuidor, así ella, sus primas Flores Mujica y Jose ina Parra, Josefa María Trovat y mi tía Jose ina Victoria Mujica pudieron conocer el cine de Rodolfo Valentino y Pola Negri, entre otros famosos, cuando eso todavía no existía Mi Cine y menos el Cine Principal que es de comienzo de la década del 60. Durante mi década yaritagueña de eso no quedaba nada y lo único que se acostumbraba hacer era visitar las casas amigas, los que tenían carro salir a dar una vuelta o sentarse en el portón de la calle a tomar el fresco de la noche, en aquellas sillas de vaqueta que aguantaban bastante y servían para recostarlas de la pared,
hasta que daban las 9 de la noche y llegaba el momento de irse a la cama.
74 Vida Social Yo como era una niña pues no iba a las iestas de adulto y las de los niños eran pocas. De toda esa época recuerdo con gran emoción las Fiestas Patronales de 1954, cuando mi papá fue Presidente de la Junta organizadora de los festejos, no me perdí nada. Desde las iestas de pre coronación hasta las posteriores. Recuerdo la iesta que se realizó en la hacienda La Montoya, propiedad del general Lino Díaz, gran amigo de mi papá, ahí estuvieron todas las candidatas, en una ternera en el patio de la hacienda, amenizada por un conjunto de arpa, cuatro y maracas. Eso incluyó un paseo por las instalaciones donde se procesaba la caña y nos dieron a probar el azúcar en sus distintas fases. Todas las candidatas fueron con trajes criollos y sombreros pelo é guama. ¿Dónde estarán esas fotos? Y recuerdo como unos días antes luego de una larga reunión, donde se de inió como quedaría la Junta de los festejos fueron y yo con ellos a comer a Cambural, no me acuerdo si eso fue una invitación de la dueña del negocio original, cuando todavía no había crecido, pero ya era muy conocido. También fui a la iesta de la coronación, ¿cómo perderme algo tan importante que solo pasaba una vez en la vida? Cuando mi tío Pedro Manuel era Jefe Civil hacía con frecuencia iestas en su casa, empezaban en la tarde y yo me quedaba y bailaba con Vladimir mi primo, menor y más bajito que yo, pero igual bailábamos las canciones de la Billo´s Caracas Boy´s en su primera etapa como aquella que cantaba Rafa Galindo y decía: “Cuando suelo evocar Con marcada inquietud Tu boca sin igual Que me roba la calma. No hago más que anhelar La historia de tus besos Y entregarte todo mi amor.” En casa de mis vecinos el negro Espinal y Carmen su esposa, solían hacer iestas, algunas veces cuando era el cumpleaños de alguno de sus hijos me invitaban, su hija la Nena y yo éramos muy amigas,
aunque era un poco mayor que yo, eso no impedía nuestra gran amistad. Igualmente recuerdo algunos cumpleaños en casa de Carmen Polanco, seguro que serían cumpleaños infantiles y no recuerdo muchas iestas más, ni de niños ni de adultos. Pues mi cumpleaños nunca se celebró con iestas infantiles, solo comidas de adultos e igual mi Primera Comunión, en la que tampoco celebramos nada, menos mal que me invitó Belisa Rodríguez a su iesta y fui con mi mamá. La verdad que vida social no existía como tal en mi familia, pues nunca les recuerdo asistiendo a iestas, ni bautizos, ni cumpleaños, nunca supe a que se debía esa renuencia a los festejos, ¿puede haber sido debido a las diferentes etapas de luto que por años se vivió y quedaron marcados para siempre? Creo que nunca sabré la respuesta.
Se termió de imprimir en diciembre de 2016 en el Sistema Nacional de Imprentas San Felipe estado Yaracuy República Bolivariana de Venezuela La edición consta de 300 ejemplares.