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El Sistema de Imprentas Regionales es un proyecto impulsado por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura a través de la Fundación Editorial El perro y la rana, con el apoyo y la participación de la Red Nacional de Escritores de Venezuela. Tiene como objeto fundamental brindar una herramienta esencial en la construcción de las ideas: el libro. Este sistema se ramifica por todos los estados del país, donde funciona una pequeña imprenta que le da paso a la publicación de autores.
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Lucía y la luna © Circe Blanco El libro hecho en casa. Serie lugares © Para esta edición: Fundación Editorial El perro y la rana Sistema Editoriales Regionales Red Nacional de Escritores de Venezuela Depósito Legal: DC2019000708 ISBN: 978-980-14-4476-3 Plataforma del Libro y la Lectura: Jairo Brijaldo Diagramación Jesús A. Castillo O. .
Consejo Editorial: Asociación de Escritores de Yaritagua Mariela Lugo, Rosa Roa, Aurístela Herrera Orlando Mendoza Luisana Zavarse, Moraima Almeida Belkis de Moyetones, José Ángel Canadell Rosner Carballo Blanco Diosa George Jesús A. Castillo O.
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Para Lucía y la Luna, con inmenso amor Para mi es una bendición que haya llegado a mis manos este libro de mi querida prima Circe, para nosotros la Nena, nuestra querida Nena. No sabía de la existencia de él, sí sabía de los viajes, qué planificados para días o semanas, se convertían en años, pues en estos viajes, esta viajera incansable, no sólo conocía países y personas, sino que también se iba conociendo a sí misma. Estos eran recorridos al exterior e interior por el camino de la espiritualidad y del amor al prójimo. Viajó durante veintitrés años por los cinco continentes, unas veces sana, otras, enferma y otras peor cuando la acompañaban los terribles estados depresivos que fueron un tormento en su vida. No es una bitácora de viaje, pues nunca llevó una, lamentablemente, sino un ejercicio de la memoria desde su sosegada edad madura en Yaritagua. Siempre que hablábamos me decía que para retirarse y morir prefería estar en “su pueblo”, aunque nació en Valencia y murió en San Felipe para la Nena, Yaritagua era su pueblo y ahí quería estar sus últimos años. Cuando la vi en el año 2003 nunca pensé que sería la última vez que lo haría. Estaba, creo, que feliz, había encontrado después de mucho buscar, la paz y la quietud en otra fe, distinta a todas las que había conocido anteriormente y si esta nueva fe le dio todo lo que buscaba en su vida ¡alabada sea! He leído y releído varias veces estas páginas, he reído y llorado con ella, he sentido sus miedos y sus angustias, sus depresiones y sus experiencias sobrenaturales. Este libro me ha llevado por diferentes lugares que no conozco, casi todos maravillosos, me 7
ha mostrado tradiciones antiguas como la medicina Ayurvédica, la dieta macrobiótica, los masajes thai y el shiatsu, el desconocido Kasiganundo (ejercicio japonés para despertar la energía interior), las alturas y soledades de Cachemira y las tribus amazónicas, sus costumbres y la temida naca-naca, culebra que pica por la boca y la cola. También me hizo amar a su padre, mi tío Amador, y a conocer la gran admiración y devoción que ella sentía hacia su persona. La enseñó a ser trabajadora y honrada, a amar los animales, la naturaleza y al mar, a ser humilde y a no demostrar orgullo, a no ser derrochadora y a darle a las cosas su justo valor y algo muy hermoso a honrar a la familia y a los amigos. Estas enseñanzas hicieron de la Nena un ser muy especial, con un lugar muy importante dentro de nuestros afectos. Cuando falleció en el año 2012, se fue con ella una buena parte de lo mejor de nuestra familia, la primera parte se había ido con nuestra querida tía, mi madrina Carlina Blanco y la otra se irá el día que nuestra amada tía Amparo decida dejar este mundo, esperamos que viva muchos años más. Las tres han sido, en distintas generaciones, referentes morales y afectivos, donde nuestra familia se ha apoyado en los duros momentos.
Mercedes E. Blanco Elche, España, primavera 2019
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Lucía y la luna Usaré palabras muy sencillas dentro de un lenguaje casi coloquial, para transcribir algunas, de mis experiencias vividas, en cada lugar visitado, descartando o evitando el uso de vocablos técnicos para detallar con rigor científico cualquier evento relacionado con el tema. Tampoco he podido llevar un orden riguroso en cuanto a las fechas, porque nunca llevé un diario, bitácora o anotaciones relacionadas con el itinerario de los lugares que conocí. Todo va fluyendo en la medida que mis recuerdos afloran en la cotidianidad de mis días.
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Dedicatoria Primeramente a mi Creador y amoroso Padre celestial, quien ha sido en extremo generoso y espléndido conmigo, otorgándome tantos regalos. A la memoria de mi padre, para quien guardo además de amor una profunda gratitud en mi corazón. A la querida tía Amparo, ese ser tan especial en mi vida, siempre llena de amor y de sabiduría. A mi gran amiga y hermana del alma: Maruja, por quien siento gran cariño y un sincero agradecimiento. A la querida prima Angelita, quien me ha estimulado y motivado para que escribiera estas memorias, sobre el interesante recorrido que realicé por diversas partes del mundo, y quien me apoya con dedicación y verdadero interés en esta aventura de escribir, desde su primer ensamblaje. Igualmente va mi dedicatoria de manera muy especial a todas aquellas personas que al igual que yo han vivido o coexistido con los paralizantes azotes de la depresión.
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Mis sueños de niña se hicieron realidad cuando por primera vez salí de mi país. En mis años de edad escolar, siempre me llamaron poderosamente la atención la historia y la geografía universal. Recuerdo como si fuera hoy, cuando un día fui llamada a la pizarra para que señalara a dónde estaban situadas las cordilleras del continente americano, y en mi interior dije: “Cuando sea grande yo recorreré todos estos lugares”. A medida que estudiaba, los conocimientos e información sobre historia y geografía fueron sembrando en mí el deseo de visitar esos remotos lugares. Quizás fue una manera de refugiarme en mis sueños para evadir la realidad de un hogar disfuncional, donde no pude ser una niña feliz. Desde temprana edad comencé a sentir gran preocupación al darme cuenta qué mi madre era casi una niña, no sólo en edad sino también en su comportamiento como madre, y mi padre era casi un anciano. Su trabajo, en ocasiones, lo alejaba de nuestra casa y yo sentía una gran angustia que no desaparecía hasta que él regresaba al hogar. Para ese entonces vivíamos en la capital. Entre los cuidados y atenciones amorosas de mi padre transcurrían los días de mi infancia, gratamente recuerdo la costumbre de llevarnos a pasear cada domingo y días feriados. Siempre visitábamos lugares históricos e interesantes y la acostumbrada visita a la casa de la abuela Edelmira, la madre de mi padre, donde siempre me trataron con mucho cariño y hermosos detalles de amor. En esa época también vivía con ella Angelita, mi prima. Entre los recuerdos de esa época quisiera mencionar cuando un día caminando hacia la escuela se veía tanta gente entrar a una casa, que yo también quise 11
ver qué estaba ocurriendo allí, para entonces tendría unos ocho años. Con gran curiosidad observé que en esa casa había una urna blanca con un niño muy gordo adentro de ella; yo salí tan impresionada del lugar que cada vez que me servían carne en las comidas, me parecía que me estaba comiendo la carne del niño. Desde esa época sentí gran rechazo por la carne, y hasta la actualidad aún no lo he podido superar. Mi padre, preocupado por esa situación de no consumir proteína animal, me compraba siempre extracto de carne (Bovril), cuyo sabor me agradaba mucho, pero no comía la carne.
Vista panorámica de Yaritagua
Transcurrió el tiempo, tendría unos 12 años cuando un día mi padre llegó con la noticia de que nos mudaríamos a la provincia, al pueblo donde él y sus hermanos habían nacido (Yaritagua), porque había 12
adquirido la casa de mis bisabuelos. No fue fácil adaptarnos a la vida del pueblo. La casa me parecía tan grande que para ir de un cuarto a otro no podía hacerlo sola. Era de arquitectura colonial, con cuatro corredores; en el centro había un jardín y, lo especial, un tanque para recoger el agua de las lluvias y un árbol de peritas donde se subía un hermano cuando las iban a recoger. Para ese entonces sólo había luz eléctrica en el pueblo de seis de la tarde a nueve de la noche. Las campanas de la iglesia a esa hora sonaban de una manera impresionante. Como no había electricidad durante el día, el aplanchado de la ropa lo hacían con planchas de carbón. Tampoco había refrigerador, años más tarde tuvimos una nevera de kerosene y solamente teníamos un aparato para escuchar la radio.
Casas coloniales de Yaritagua 13
Cuando mi padre estaba en casa por las noches nos llevaba a patinar en la plaza. Mi madre, que nunca estuvo conforme con el cambio de domicilio, no quería salir para nada. En verdad, esa casa nos causaba algo de miedo. Poco a poco nos fuimos acostumbrando a ella. Mi padre nos hizo una piscina en el solar que abarcaba media manzana y más tarde se convirtió en un pequeño paraíso. La convivencia en esa casona estuvo matizada por buenos y malos recuerdos vividos. Entre los malos, está el miedo que sentía y aún siento por los reptiles, allí vivíamos bajo ese constante temor. Había una quebrada a una cuadra de la casa y las serpientes se venían para el solar de nosotros que era muy grande. Recuerdo un día que mi madre fue a alimentar a mi hermano más pequeño y debajo de la almohada estaba una culebra mapanare ¡qué susto tan grande para ella! En otra ocasión fui a la cocina a buscar un cubierto y noté que en el tubo del lavaplatos estaba enrollada una coral. Salí corriendo a llamar a alguien que iba pasando para que nos auxiliara, lograron cortarla en trozos y con sorpresa observé que los pedazos se movían. Después alguien me dijo que si un trozo de este ofidio se pega a la piel de una persona se hace
Mi hermana Olga y yo en el solar de la vieja casa 14
una llaga para siempre. Del pueblo recuerdo con nostalgia sus hermosas calles, empedradas y las aceras de ladrillos. Cuando íbamos a la escuela me encantaba caminar por esas calles. Allí conocí a Maruja, quien estudiaba en el mismo grado que yo, nos hicimos amigas desde entonces hasta la fecha. Al salir de la escuela, al mediodía, veníamos a casa y ya la piscina estaba llena esperándonos para darnos un gran baño. Disfrutábamos mucho esa diversión; cuando crecimos mi padre nos hizo una más grande, donde casi todos los fines de semana aumentaban los bañistas. La vida en el pueblo resultó ser de grandes novedades. Entre ellas las fiestas de Santa Lucía, patrona del lugar.
Festividad de Santa Lucía. Iglesia de Yaritagua
El día 12 comenzaban a bajar del campo la gente de estos lares y los bazares se colocaban alrededor de la plaza. El día 13 siempre venían mis tíos a la tradicional misa de Santa Lucía y nos traían regalos. Había los tradicionales toros coleados, algo que nunca me gustó por parecerme una diversión muy cruel. En la Alcaldía se celebraba un baile con orquesta. En ese día todas 15
las personas lucían sus mejores galas. Estas festividades de Santa Lucía se alargaban hasta los días de Navidad y seguían hasta el día de Reyes. Durante la época de Navidad, en las tradicionales misas de aguinaldo mi padre nos llevaba a patinar y a comer en el mercado del pueblo empanadas con café. Para esa época yo esperaba con entusiasmo la llegada de San Nicolás o el Niño Jesús con los regalos sorpresas y la cesta de Navidad que mi padre nos traía. Entre los obsequios navideños siempre venía un gran queso holandés, que tanto a mi madre como a todos nos gustaba mucho. En la actualidad no celebro la Navidad como antes lo hice, ahora tengo una clara visión de los hechos, ya que el nacimiento de Jesús no pudo ser en diciembre, porque durante esa época no podían estar en el campo pastores, ovejas ni bueyes, como lo cita la Biblia católica, cuando afirma que durante su alumbramiento sólo los humildes pastores que estaban en el campo acompañaron a sus padres. Causalmente he permanecido en Belén el día de Nochebuena (24 de diciembre) y afirmo que allí hace mucho frío; es por ello qué deduzco que Jesús no nació en el mes de diciembre y me sumo a las personas que piensan de esa manera. Mi padre, con cierta frecuencia, tenía que ausentarse de la casa por su trabajo y quedábamos en compañía de mi madre y de una señora que se encargaba de los quehaceres de la casa; ella tenía una niña a quien he querido como una hermana, además de su abuelita. Como la casa era tan grande ellas vivían con nosotros. Siempre fue muy cariñosa y mientras aplanchaba nos contaba cuentos tradicionales de la región. Mi madre, en cambio, nos decía cosas terribles que nos hacían 16
sentir miedo, sus palabras estaban cargadas de fatalidad y desesperanza. Por las noches antes de acostarnos decía: “recen, porque no saben si esta noche se nos cae la casa encima”. Al escucharla me invadía el miedo y me sentía insegura. Yo notaba que ella no estaba contenta ni con la presencia de mi padre, ni con su ausencia. Desde muy temprana edad comencé a sentirme asustada e insegura por su manera de actuar con nosotros. Pienso que en ese entonces comenzó a gestarse en mí la depresión, esa compañera indeseable que me acompaña por todos los caminos de mi vida. Mi madre ha sido esa página triste en mi vida. Quiero aprovechar esta ocasión para agradecer a Dios por haberme dado la dicha de tener un padre como el que tuve, del cual estoy muy orgullosa, qué aunque anciano siempre supo cumplir con verdadero Mi padre Amador Blanco Peñalver amor y disciplina su deber de padre-madre, dadas las circunstancias que rodearon nuestras vidas. Le doy gracias a Dios también porque fui una hija que siempre respetó lo que él decía, porque ahora que han pasado tantos años digo una y otra vez: bendito sea Dios que mi padre siempre tenía la razón. Espero que Dios en su infinito amor me permita verlo en la resurrección, para darle gracias desde lo más profundo de mi corazón, como lo estoy sintiendo ahora. Han pasado muchos años y la imagen de ese padre amoroso la conservo dentro de mí; a lo largo de 17
mi vida he tenido presente cada uno de sus sabios consejos. Aunque no estuve presente en sus últimos momentos, en la fecha de su muerte (17-11-1973) él se apareció en mi habitación. “La Biblia nos habla que habrá una resurrección de justos y de injustos (Hc. 24: 15).” Eran las 7 de la mañana en Santiago de Chile, y de allí en adelante con mucha frecuencia tuve sueños relacionados con su muerte. Otro detalle curioso de ese evento fue que cuando le escribía una tarjeta postal, una voz me dijo: “No le escribas a tu padre, porque está muerto”. Cuando venía de regreso para Lima (Perú) a la señora que iba a mi lado en el autobús le dije: Sabe que tengo miedo de llegar a Lima, presiento que voy a recibir una mala noticia. Presentí que me dirían que mi padre murió y así fue. Al rato de haber llegado mi amiga me dijo que tenía un cable para mí y antes de que ella terminara de hablar, yo le dije: No me digas nada, mi papá murió, ella me respondió: Sí, tu papá murió. Igualmente me gustaría ver de nuevo a mi tía Carlina para agradecerle todo el amor que siempre me dio. Cómo siento no haber estado con ella durante sus últimos días, en su lecho de enferma, como ella estuvo conmigo en varias de mis intervenciones quirúrgicas. Recuerdo que cuando era pequeña ella nos enviaba por correo cada tres o cuatro meses una gran caja llena de obsequios gratos que me causaban mucha alegría, entre esas cosas, siempre venía una torta de pan que tenía un gusto exquisito. En las temporadas de vacaciones escolares pasaba con ella algunos días. Mi tía era quien cuidaba de la abuela Edelmira, quien me enseñó a tejer desde muy niña; con ella aprendí a hacer escarpines que una 18
prima los ponía a vender en una tienda. Cuando la abuelita murió mi tía se retiró a un convento de religiosas seglares. Nuestro parecido siempre fue muy notorio, en una oportunidad fui a pasar unos días en otra ciudad y un domingo, al salir de la misa, estaban dos monjas en la puerta, al verme me abrazaron y dijeron: Tú debes ser familia de Carlina Blanco, porque eres idéntica a ella ..., yo les dije claro que sí, soy su sobrina. En nuestra familia, otra tía desde muy joven también se entregó a la vida religiosa, ella permaneció en la orden de las Hermanas Franciscanas, cambió su nombre de Edelmira por el de Sor Clemencia y vivió durante 14 largos años con el rango de Superiora de las Misiones del Caroní, en la región conocida como La Gran Sabana, fue integrante activa de las misiones donde se alfabetizaba a los Mi querida e inolvidable tía Carlina pobladores indígenas de esa región selvática, en esa hermosa porción de tierra bendecida por Dios, privilegiada por la naturaleza, una de las zonas más auténticas de nuestro país, impregnada de leyendas, creencias, supersticiones, mitos, costumbres, tradiciones y gran belleza natural. Sin que mi tía lo supiera de alguna manera ella influenció en mí, despertó el interés de conocer las misiones indígenas. Allí estuvo feliz por espacio de muchos años rodeada de indígenas y acompañada por otras personas que 19
como ella estaban dotadas de gran mística y amor para dedicarse a la enseñanza religiosa y pedagógica de estos hermosos seres humanos, como lo son las etnias Pemón y Guaraúnos. Después de muchos años mi tía dejó la vida religiosa, se casó y nació su hija Angelita, esa prima que me transmite optimismo, energía, emoción y entusiasmo para continuar con esta narración. En los momentos más cruciales de mi depresión he querido contar con el apoyo de mi madre y sólo he tenido frente a mí su actitud infantil. Sé bien que no es su culpa, no podemos dar lo que no tenemos. Eso lo entiendo ahora, en este período de optimismo que hoy disfruto; pero cuando la depresión se apodera de mí, no entiendo nada. Siento una necesidad muy grande de refugiarme en alguien y qué mejor que los brazos de una madre. La depresión nos hace sentir que no somos dignos de nada, no importa los esfuerzos que hayamos realizado, siempre nos sentimos insatisfechos. A pesar de todos los logros alcanzados, a pesar de haber llegado a las montañas del Himalaya y haber estado en Iquitos, la ciudad más baja sobre el nivel del mar, he pasado por la vida sin haber tenido los consejos sabios y la ternura de una madre. Son marcas indelebles que nadie ni nada parecen borrar en mí. Hacer sentir culpable a un niño y no reconocer sus logros, es algo que también nos marca para siempre. Es ir por la vida sintiéndose inseguro y con la autoestima por el suelo. Siento como si dentro de mi cabeza hubiera un manojo de hilos entrelazados que debo desatar. ¡Cómo quisiera llegar a ese hilo!, regresar a ese hilo del cual habla Andrés Eloy Blanco, el insigne poeta venezolano, en uno de sus más reconocidos poemas: La Renuncia.
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En vista de las circunstancias tuve que asumir el rol de madre sin serlo, tampoco tuve el valor de casarme ni de compartir mi vida con alguien. A muy temprana edad me refugié en la Biblia para encontrar orientación y así poder caminar en este gran escenario de la vida. En ese gran libro lleno de amor, de consuelo y de sabiduría me refugié con sus frases consoladoras. “En caso de que mi propio padre y mi propia madre me dejaran, aun Jehová mismo me acogería (Sal. 27: 10). Porque yo, Jehová tu Dios, tengo asegurada tu diestra. Aquél que te dice: no tengas miedo yo mismo te ayudaré (Isa. 41: 13). No tengas miedo porque estoy contigo. No mires para todos lados, porque soy tu Dios. Yo ciertamente te ayudaré y te fortificaré. Yo cierta y verdaderamente te mantendré firmemente asido a mi diestra de justicia (Isa. 41: 10). Está dando poder al cansado y hace que abunde en plena potencia el que se halla sin energía dinámica (Isa. 40: 20). Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de tiernas misericordias y el Dios de todo consuelo, que nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que nosotros podamos consolar a los que se encuentran en cualquier clase de tribulación mediante el consuelo con que nosotros mismos estamos siendo consolados por Dios (2 Cor. 1: 3, 4).” La cualidad probada de la fe da aguante, dice la Biblia. Nunca, antes había profundizado en el contenido de estas palabras. Esta mañana me pude dar cuenta de cuan cierto es. El dolor en la columna que hoy padezco, junto con la depresión que algunas veces me acompaña, me producen una inestabilidad que a veces siento que puedo desmayarme. Comienzo a sacar fuerzas y acordarme de lo que dice la Biblia. 21
“Confía en Jehová con todo tu corazón y no te apoyes en tu propio entendimiento (Pro. 3: 5).” Repetía una y otra vez estas palabras y poco a poco el dolor se fue canalizando y desapareciendo. Qué consolador es saber que hay alguien que no podemos ver, pero que sí podemos sentir. Ese alguien que permite que baje la marea del dolor, la marea de la depresión, sin recurrir a ningún fármaco ni sortilegio. Antes no entendía esto. Estuve huyendo de mí, queriendo refugiarme en lugares distintos para no sentir los paralizantes azotes de la depresión. Realmente se paraliza todo en nuestras vidas hasta que la tempestad pasa. Por experiencia sabemos que el día menos pensado volverá la tempestad, y así vamos por la vida con una de cal y otra de arena. Más adelante hablaré de esos lugares distantes. Retomando un poco mi vida antes de dedicarme a visitar y conocer países y regiones distantes de mi terruño, recuerdo una vez que fui a verme con un médico y sin revisarme me dijo: “tienes una angustia que disimulas muy bien”, y cuando llegó la época en la que yo creía que podía casarme y liberarme de mi estado, el médico que ya había tratado a mi posible consorte, cuando yo fui a una consulta con él me dijo estas palabras, que al momento me causaron un profundo dolor, pero que más tarde le di la razón: “mi consejo es que no te cases con este señor y afirmó: ojalá que todas las mujeres antes de casarse hicieran lo que has hecho”. Con el corazón roto salí del consultorio, los años le dieron la razón. Pienso que no es fácil mantener una relación de pareja cuando se es depresivo y menos aún si los dos son depresivos. Como dice el dicho popular: “¿Quién va a cerrar la puerta?” 22
Regresando al eterno presente, hoy, mi prima Angelita me ha llamado con gran insistencia para saber si ya comencé a escribir el recuento de mis viajes, experiencias y vivencias que ella siempre ha considerado dignos de darlo a conocer y hasta de publicarlo quizás. Bueno, aquí vamos. Haciendo un poco de caso a sus sugerencias inicié esta aventura de escribir un primer boceto y describir algunas vivencias que considero importantes y dignas de mencionar en mis relatos. Hace dos días que no escribo, pero apenas ubique los pasaportes comenzaré a matizar mi escritura, tratando de ubicar en orden cronológico cada uno y todos los viajes, qué a pesar de todas mis limitaciones, realicé. Me parece increíble haberlos logrado, sólo hay dos cosas que nada ni nadie ha podido limitarme: el deseo vehemente de llevarlos a cabo y mi confianza en Dios. No quisiera capitalizar de ninguna manera las circunstancias de mí depresión, las que siempre han estado presentes en mi vida, aunque yo no lo quiera. Las menciono primero, porque ellas forman parte de mi vida misma y, segundo, porque de alguna manera quiero llevar una palabra de consuelo a todas aquellas personas que al igual que yo, llevan su madero de tormento. Viajé durante 23 años, que no son pocos días. Fue un largo camino transitado sola por el mundo, pero en ningún momento estuve desamparada por Dios, siempre su Divina Presencia estuvo junto a mí, manifestando su amor a través de los muchos seres con quienes me tocó compartir esa larga aventura de viajar en diferentes continentes. Al final del recorrido puedo decir que fue grandioso y hermoso haber podido lograrlo. Me siento muy afortunada por 23
alcanzar mis sueños de niña y por todos mis logros como adulta, en cuanto a mis viajes se refiere. ¡Viajar!, ¡tanto he viajado!, pero a donde quiera que vayamos seremos siempre unos extraños y la nostalgia de la tierra que nos vio nacer llega en el momento menos pensado a hundirnos más y más en la depresión. He aquí donde la Biblia se convierte en un gran consolador, nos da fuerza, sabiduría, bondad amorosa y aguante para poder llegar hasta el final. Por un lado, quería escapar de mi depresión a toda costa y por otro, tenía el gran deseo de conocer el mundo, su gente y su historia, su geografía y sus idiomas, sus creencias, culturas y costumbres y así fue. Por supuesto, la depresión no dejó de aparecer muchas veces, pero contaba con que Dios me acompañaba y que me ayudaría a salir adelante.
1960 Destino: Colombia Mis viajes comenzaron en la década de los 60, para entonces trabajaba como secretaria de la Gerencia en una empresa azucarera del pueblo donde vivíamos, Yaritagua. Escogí como primer destino Colombia. Con el dinero de mis vacaciones viajé en compañía de mi hermana Olga y una amiga en común. En Cúcuta abordamos un avión que nos llevaría a Bogotá. Visitamos la casa de Bolívar que fue el comienzo del histórico recorrido por la ciudad, fuimos al Museo del Oro, al Campo de Boyacá, a las minas de Sipaquirá y conocimos también la ventana desde donde Bolívar saltó, luego subimos a Montserrat. En nuestros planes estaba visitar las costas de Colombia, pero cuando ya teníamos el equipaje recogido me di cuenta de que mi 24
dinero no estaba, como lo tenía envuelto en un papel, sin darme cuenta lo había tirado a un cesto de basura; y ya era demasiado tarde, lo habían recogido.
Mi amiga Alusa, mi hermana Olga y yo
Con poco dinero nos fuimos a Barranquilla y Cartagena, años después en otra ocasión que visité Colombia, conocí Santa Marta. Quedó grabado en mi recuerdo cuando visité Cartagena las notas del poeta Carlos Luis López y la frase que dice: “Amo más a mi Colombia que a mis zapatitos viejos”. Nos preparamos para el regreso, teníamos que incorporarnos a trabajar si queríamos viajar de nuevo.
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Estados Unidos de América Este fue nuestro siguiente destino. Primero nos detuvimos en la cálida ciudad de Miami en Florida, donde pasamos unos días. Sentía una gran ilusión por llegar a New York, esa gran ciudad -la gran manzanacomo comúnmente se le llama, para contemplar de cerca sus altos edificios que, al decir popularmente “tocan el cielo”. Para esa fecha se realizaba la famosa Feria Mundial. Esta fue una exposición internacional celebrada en la ciudad de New York. La feria se inauguró el 22 de abril de 1964 y estuvo abierta durante, dos temporadas de seis meses cada una, hasta el 17 de octubre de 1965. Me sentí como una hormiguita frente a tanta majestuosidad. Subí al famoso Empire State, actualmente el más alto de New York, es una torre de oficinas de 102 plantas construido durante los años 1929 y 1931 en el centro de la gran manzana, situado entre la Quinta Avenida y la Calle 34 y es un gran espectáculo ver la ciudad desde allí.
Foto postal de la Feria Mundial de New York
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La feria se inauguró el 22 de abril de 1964 y estuvo abierta durante, dos temporadas de seis meses cada una, hasta el 17 de octubre de 1965. Verme en la calle Broadway, confundida entre miles de personas, igualmente en Rockefeller Center, que es un complejo comercial construido por la familia Rockefeller que consta de 19 edificios, situado entre la Quinta y la Sexta Avenida en la isla de Manhattan. En esta zona se encuentran algunas de las boutiques más lujosas de New York, resultaba algo increíble para mí. Recuerdo que la primera noche hubo un apagón y se nos hizo difícil encontrar el hotel, algo casi nunca visto en ese lugar. A medianoche logramos ver unas luces de neón con el Empire State. New York nombre del hotel. El viaje incluía la visita a la ciudad de Washington, D. C., capital de Estados Unidos de América, donde tiene su asiento la residencia presidencial mejor conocida como la Casa Blanca. Asistí a una sesión del Congreso, de allí recuerdo que mi silla estaba cerrada, así que de un golpe me senté en el suelo y a todas las 27
personas que estaban alrededor les causó mucha risa. Después visitamos varios sitios emblemáticos que estaban señalados en el tour (el Pentágono, el Capitolio, Arlington y otros lugares de importancia). Pude visitar los monumentos dedicados a Washington, Lincoln, Jefferson y a Roosevelt, vimos el Cementerio Nacional de Arlington, el monumento en conmemoración de los soldados caídos durante la guerra de Vietnam, el monumento en conmemoración a los caídos durante la guerra de Corea y el monumento que conmemora la Batalla de Iwo Jima. Washington D.C. es una ciudad de variedad y contraste.
El Capitolio. Washington
La zona central tiene un diseño muy bello con avenidas anchas bordeadas por edificios magníficos y monumentos construidos en espaciosos parques verdes. Los vecindarios de los alrededores varían desde distritos comerciales modernos y barrios residenciales de alta categoría hasta enclaves étnicos y barrios de la clase trabajadora. En esta ciudad viven un montón de trabajadores, diplomáticos, políticos e 28
inmigrantes de muchas tierras. Es una de las ciudades más cosmopolitas de los EE.UU, con numerosos barrios étnicos, centros comerciales y restaurantes. Conocí algunas partes del Instituto Smithoniano, una de las mejores y más grandes colecciones de museos del mundo. Me pareció muy grande y caudaloso el río Potomac, con sus orillas pobladas de árboles que más tarde volvería a ver en China, a las márgenes de sus ríos. Continuamos nuestro recorrido hacia ese gran monumento natural que son las atractivas y famosas cataratas o cascadas, consideradas como una de las maravillas del mundo, ubicadas en Niagara Falls, a 240 km al sur de Toronto, Canadá y a 24 km al norte de Buffalo, New York a una distancia de 560 km de la ciudad de New York, popularmente conocidas como “ciudades de la Luna de Miel”. Bajamos al barco para hacer el recorrido con nuestros impermeables para verlas más de cerca, la caída del agua es algo espectacular e inolvidable. Por supuesto, ver tanta grandeza natural fue algo muy especial para mí. Luego seguimos a Canadá; de Toronto, la ciudad más cercana, recuerdo su reloj de flores, quizás aún exista. Estuvimos durante la estación de primavera y el recorrido de la carretera entre Toronto y New York es un paisaje muy hermoso. Con el correr de los años visité otras cataratas igualmente espectaculares, como las de Iguazú, que se encuentran cerca de la triple frontera entre Argentina, Paraguay y Brasil, que en lengua guaraní traduce: Iguazú (agua grande), en portugués: cataratas do Iguaçu). Estas cataratas están localizadas en la provincia de Misiones, en el Parque Nacional Iguazú, y puedo decir que para mí fue algo tan
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impresionante y majestuosamente imponente, que sentía miedo.
Palacio Nacional de Queluz. Portugal
En mis vacaciones correspondientes a otro año, mi prima Lesbia y yo planeamos hacer un viaje a Europa. Nuestra primera parada fue en Lisboa, Portugal, ciudad bella, antigua y señorial, como dice la canción. Allí estuvimos unos días, visitamos Cascáis y el palacio de Queluz. Fue el primer palacio que conocí de tantos que visitaría después a través de muchos viajes. A la salida para Madrid el avión presentó una avería y tuvimos que permanecer por más de cuatro horas en espera. La empresa aérea nos brindó el almuerzo en uno de los restaurantes del aeropuerto. Allí conocimos a un joven que nos miraba fijamente y resultó ser un empleado de la línea Varig, le hicimos varias preguntas sobre Brasil y nos dejó una tarjeta para buscarlo en Río de Janeiro si algún día visitáramos su país. Años más tarde estuve en Brasil, pero no pude localizarlo. Nuestro viaje continuó hacia Madrid, lo que más deseaba ver era el Museo del Prado para
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contemplar todas las manifestaciones del arte de todos los tiempos que allí se exhiben. Hicimos el clásico recorrido del tour, conociendo los sitios más interesantes del lugar, allí nos quedamos unos cuantos días. Estaba programado visitar Toledo, ciudad que me pareció hermosa en su historia, arte y arquitectura. El guía nos comentó de un niño y una niña que nacieron el mismo día en la cárcel durante la guerra del 36, fueron bautizados e hicieron la primera comunión el mismo día, llegaron a ser novios, pero no recuerdo si nos comentó que llegaran a casarse. Años más tarde volví a Toledo, porque me pareció una ciudad muy especial.
Museo del Prado. Madrid
Estando en Madrid nuestra cámara fotográfica presentó una avería y nos recomendaron ir a un lugar cercano donde alguien la podría arreglar, nos sorprendió mucho ver que dentro de una calle donde no llegaba la luz del sol vivieran familias, se trataba de personas de muy bajo estrato socioeconómico. El señor que nos arregló la cámara vivía allí con su familia, me conmovió mucho comprobar que a esos niños no les llegaban los rayos del sol dentro de sus casas. La señora arreglaba una camisa, estaba 31
volteando el cuello, yo me dije: todo lo que se aprende cuando se ha vivido entre las estrechas paredes de la pobreza. Los días en Madrid estaban llegando a feliz término, después de haber visitado los lugares más emblemáticos de la localidad y de mayor interés que cubría el viaje. Nuestro próximo destino sería París, la ciudad luz ¡Cuánto deseaba conocerlo! “ver París y después morir”. Su arquitectura señorial, su topografía, sus monumentos históricos y su gente, y por supuesto no podía faltar la visita al Museo del Louvre, yo deseaba desde siempre poder contemplar desde cerca a la gran obra pictórica de Leonardo da Vinci: la Gioconda, conocida también como la Mona Lisa, óleo pintado entre 1503 y 1506, y de la cual siempre escuché que desde cualquier ángulo que se mirara siempre se veía su enigmática sonrisa. Fue grandioso para nosotras recorrer esa luminosa ciudad y todo este sorprendente banquete visual que invitaba a permanecer más tiempo en ella. En esos cortos días que incluían una agenda apretada de sitios y monumentos por ver, no pude conocer casi nada. Recuerdo que para ese entonces yo no sabía que las 14 horas, representaban las 2 de la tarde y casi perdimos el tour. Comenzamos a correr y logramos alcanzar el bus, porque se paró en el próximo hotel más cercano.
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Palacio de Versalles. Paris.
Para esa época, una prima que vivía con su mamá en París, vino a recogernos al hotel donde nos alojamos, para continuar recorriendo la interminable París. Estaba pendiente de visitar el Palacio de Versalles, el tercero de los palacios que conociera después del Palacio de Queluz y el Palacio Real de Madrid. Todos me parecieron fascinantes. Los jardines y el óleo de Napoleón Bonaparte, coronándose el mismo, es lo que más recuerdo del lugar. Años más tarde me fui a vivir a Paris, fue entonces cuando pude conocerlo realmente palmo a palmo, y en su verdadera dimensión. El recorrido no había terminado, aún faltaba visitar Niza, Mónaco y continuar hacia Italia. No recuerdo con precisión si volamos a Niza o si el viaje lo hicimos por carretera. Me impresionó mucho el azul marino del mar. Ni pensar en bañarnos, las playas de Europa carecen de ese calor tropical, así que nos conformamos con mirar; para nosotras que veníamos del trópico nos pareció que hacía mucho frío para entrar en el agua. Nuestro viaje continuó hacia Mónaco. En la carretera nos detuvimos para visitar las fábricas de perfumes. A todos nos dieron una pequeña 33
muestra. Llegamos al Principado de Mónaco, muy pequeño, pero muy lindo. El palacio real y el casino de Montecarlo fueron dos visitas inolvidables. Entramos a Italia por la frontera de Mentone, seguimos a Milano. Allí nos esperaba la catedral y la Scala de Milano. De allí seguimos a Venecia, única, especial, su gran canal y sus canales, las góndolas, únicas en el mundo. Cuando preguntamos el precio para pasar al otro lado del gran canal, nos dijeron: 5.000 liras, yo pensé que no podía ser ese el servicio normal de transporte. Así que más abajo estaban los motoscafos, el servicio colectivo de pasajeros. Nos tomamos Venecia por nuestra cuenta. Habíamos dormido en Padua, ya que los hoteles en Venecia para esa época eran muy costosos, me imagino cómo estarán ahora con la inflación mundial. Venecia me pareció algo tan especial para contemplar y volver a contemplar. Su catedral con innumerables palomas, los fotógrafos a la espera de clientes por todas partes; el puente de Los Suspiros con su triste historia. Recuerdo una madre muy bien arreglada con su hijito en una noche muy ligera, paseando. En Venecia todo me pareció carísimo, hasta el pan y lo más curioso es que no te dan bolsas para envolverlo. A mi modo de ver, Venecia es para contemplarla no para
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vivir
en
ella.
Detalle de la Basílica de San Marcos. Venecia
Continuamos nuestra gira hacia Florencia. Si Venecia es bella, Florencia me pareció aún más bella. Una ciudad para habitar. Después de esta visita volví dos veces más a Florencia y aún sigue siendo de gran atractivo para mí tan hermosa y señorial. Habíamos visitado también Verona para ver la casa de Romeo y Julieta y conocer más a fondo sobre la historia de ambos. Nuestro tour había llegado casi a su final. Nos esperaba Roma, la ciudad eterna, con su infinidad de monumentos e historias. Cada calle, cada rincón es único en el mundo, son testigos mudos de una Roma imperial. El Vaticano, otro testigo mudo de museos sin par. No podemos hablar del Vaticano sin pensar
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en Miguel Ángel y la imponente Capilla Sixtina.
La Capilla Sixtina. Roma
En la Biblia leemos: “Los muertos estarán durmiendo hasta que llegue la hora de la resurrección” (He. 24: 15) y también nos dice: “Porque los vivos tienen conciencia de que morirán, pero en cuanto a los muertos, ellos no tienen conciencia de nada en absoluto” (Eclesiastés 9, 5). Y para agregar algo más, Santa Teresa de Jesús nos dice algo que nos llega a todos: “No me mueve mi Dios para quererte el cielo que me tienes prometido, ni el infierno de todos tan temido para dejar por eso de ofenderte. Tú me mueves, Señor, en tal manera, que aunque no hubiera cielo té quisiera y aunque no hubiera infierno te temiera”. Para entrar en la Basílica de San Pedro alguien tuvo que prestarme ropa con mangas largas, ya que estaba prohibido entrar con los brazos al descubierto. Lo mismo me sucedió en la Basílica de San Marcos, en Venecia. Mi visita se limitó al tiempo que esta amable persona disponía para estar allí. Después en otra ocasión fui a Roma y a Venecia y pude visitar los lugares que antes no me fue posible por haber estado corta de tiempo. Nos llegó el momento de estar en la fontana de Trevi, lugar muy 36
concurrido por turistas de todas partes del mundo y famosa por las monedas que lanzan allí para que se cumplan sus deseos. Cada persona que va pide tres deseos y tira una moneda de espaldas a la fuente. En sus aguas cristalinas se puede ver la cantidad de monedas que lanzan diariamente. Tanto la visita a las Catacumbas y al Coliseo romano me impresionaron muchísimo, pensar que tantos cristianos terminaron muertos en forma tan horrible.
Fontana de Trevi. Roma
Dejamos a Roma, que apenas pudimos ver porque hay demasiadas cosas que mirar, seguimos hacia el sur para visitar las ruinas de Pompeya y de Herculano. Allí estaba el Vesubio, ese león durmiente, también Pompeya con todo lo que se podía ver después que la lava del volcán arrasó con la ciudad en el año 79 AC, me impresionó ver el cuerpo petrificado de una mujer que se estaba bañando, de un perro con los estertores de la muerte, seguimos caminando, allí había vasijas enormes de vino extraídas en una casa donde se conservan las decoraciones intactas de algunas paredes. Los sitios donde las personas iban a vomitar después de haber comido en exceso. Además de todo
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esto, hay otros lugares que no alcanzamos a ver.
Capri, "la pequeña isla de los sueños". Italia
Nuestro viaje continuó hacia la bahía de Capri. La isla de Capri está localizada en Italia, en el mar Tirreno, al lado sur del golfo de Nápoles, frente a la península sorrentina. Ha sido un lugar de célebre belleza y centro vacacional desde la época de la antigua república romana, hicimos nuestro recorrido turístico y por supuesto fuimos a conocer la Gruta Azul, allí el mar es de un azul intenso y el interior de la gruta es de color verde esmeralda. Quisimos sentarnos frente al mar, pero un mozo nos dijo que para sentarnos allí debíamos consumir, así que nos tuvimos que parar inmediatamente. El tour continuó hacia Sorrento después de haber visitado a Anacapri, pequeño pueblo enclavado en una montaña. La comuna separada de Anacapri está ubicada sobre las colinas al oeste de la ciudad de Capri. Sorrento, otro destino turístico muy frecuentado en Italia por miles de visitantes provenientes de diversas latitudes, famoso por su canción “Torna a Sorrento”, me pareció muy lindo, con sus árboles de naranjos y mandarinas en algunas calles. Allí se trabaja la artesanía, especialmente la marquetería.
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Barrio típico de Nápoles
Nuestro recorrido terminaba en Nápoles, la ciudad más poblada del sur de Italia, que tiene una gran riqueza histórica, artística, cultural y gastronómica, lo que llevó a la Unesco a declarar su centro histórico como Patrimonio de la Humanidad. Griegos, romanos, normandos y españoles han dejado su huella en la ciudad. Me llamó mucho la atención la calle de La Forcella, famosa por su relación con la mafia (Vía Forcella es la calle de Nápoles más ligada a la historia de la camorra y donde históricamente se inició todo). De Nápoles regresamos a Roma, después de dar otro vistazo a la ciudad eterna nos llevaron al aeropuerto Leonardo Da Vinci, donde abordamos el avión que nos traería de vuelta a Venezuela. Siempre he tenido presente algo que aprendí de mi padre “que no se debe gastar todo lo que se gana y lo que se gasta invertirlo sabiamente”. Mi prima Lesbia resultó ser una excelente compañera de viaje. Ella profesaba la religión evangélica y yo durante esa época era católica. Fue muy gentil y demostró mucha paciencia permitiéndome visitar desde las iglesias más grandes hasta las más pequeñas. Es un ser maravilloso y en todo momento me sentí feliz en su compañía. Fue un viaje que tanto ella como yo disfrutamos a 39
plenitud. De nuevo regresamos a la habitual rutina laboral con la ilusión de volver a viajar en otra oportunidad.
1963 Destino: Tierra Santa Este viaje a Tierra Santa lo realicé sola, aunque hice muy buena amistad con dos compañeras de habla inglesa, con quienes compartía con frecuencia la hora de la comida y muchas de las visitas del tour. El mismo tuvo como puerto de partida a Venecia (Italia), pero antes de salir me quedé unos días en Florencia, conocida popularmente como la “cuna del arte”. Florencia es el núcleo urbano donde se originó en la segunda mitad del siglo XIV el movimiento artístico denominado Renacimiento, y es considerada una de las cunas mundiales del arte y de la arquitectura. Su centro histórico fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1982, y en él destacan obras medievales y renacentistas, como la cúpula de Santa María dei Fiore, el Ponte Vecchio, iglesia de la Santa Croce, el Palazzo Vecchio y museos como los Uffizi, el Bargello o la Galería de la Academia, que acoge al David de Miguel Ángel.
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Santa María dei Fiore. Florencia
Deseaba estar de nuevo en ese hermoso y maravilloso lugar, ver todo lo que encierra esa ciudad bañada por el río Arno. Allí fui a visitar a una familia que tenía su hijo aquí en Venezuela. La madre muy emocionada me preguntaba por su hijo, quería saber cómo estaba él, en fin, todas las preguntas propias de una madre que tiene varios años sin ver a su hijo. Me sorprendió ver la cantidad de platos que preparan para el almuerzo. Me despedí de ellos, especialmente de la madre que se quedaba con las buenas noticias que llevaba de su hijo y tal vez la nostalgia de no tenerlo presente. Me quedé en una residencia de monjas, allí contacté a una religiosa que tenía su hermana en Venezuela. Debía proseguir mi viaje hacia Venecia para continuar el tour. Pasé la noche en Padua, también en una residencia de religiosas, que resulta ser el lugar, más seguro y más económico para una persona que viaja sola. Al día siguiente pasé de Padua a Venecia, la distancia es corta. El barco saldría en la tarde. Volví a dar un vistazo a Venecia. 41
Recuerdo que al momento de zarpar iba en el gran canal un féretro. La salida de Venecia fue triste, pues me impresionó ver ese barco llevando un ataúd cubierto por una gran cantidad de flores. Al día siguiente amanecimos en el puerto de Spalato (Yugoslavia), que está situado al sur de Croacia.
Centro del puerto y ciudad de Spalato. Croacia.
Es un importante puerto pesquero y base naval del Adriático, así como un centro cultural y turístico importante; la ciudad es completamente antigua, es una joya arquitectónica, declarada Patrimonio de la Humanidad en 1979. Cada año se celebraba la temporada de ópera al aire libre en un ambiente muy acorde. En esa temporada presentaron la ópera Aída. Continuamos el viaje, pasamos por Albania, república ubicada al sudeste de Europa, su capital y mayor ciudad es Tirana. Limita con Montenegro al norte, Serbia y Kosovo al noreste, Macedonia al este y Grecia al sur, también pasamos por la isla de Circe, me sentí emocionada por llevar su nombre (personaje de la mitología griega, diosa y hechicera hija de Helios (el sol) y Perseis, quien transformaba a los hombres en animales, mediante sus pociones mágicas). 42
Imágenes de la diosa y hechicera Circe y de Hermes
Está bañada por el mar Adriático al oeste y el mar Jónico al suroeste. Al entrar en el mar del Peloponeso el barco comenzó a moverse demasiado. Las olas habían crecido, la gente comenzó a marearse. En el comedor todo comenzó a rodar por el piso, yo bajé al camarote, tenía náuseas y me sentía muy mal. Cuando al fin salimos del mar del Peloponeso, el barco comenzó a estabilizarse y las personas salieron de los camarotes, ya el miedo había pasado. En el comedor me tocó compartir la mesa con dos inglesas, una mayor que la otra. Las tres nos acompañamos durante todo el viaje. Se nos avisó que estábamos pasando por la isla de Circe. Como había leído La Odisea, sabía que Ulises había estado allí con sus compañeros. Recordé a Penélope, la esposa fiel que tejía en el día y deshacía lo tejido en la noche, esperando que algún día regresara Ulises. Un buen día apareció todo harapiento, nadie supo que era él, sólo Penélope lo reconoció cuando él tensó el arco. Seguimos navegando por el canal de Corinto, gran obra de la ingeniería maestra de la antigüedad, finalizada en 43
1893. El remolcador hace pasar el barco por la estrecha abertura de la montaña. Sentí algo muy especial ver y seguir navegando hasta que el barco atravesó el Puerto del Pireo.
Canal de Corinto. Grecia
Estábamos en Grecia, no lo podía creer, yo, que tanto había leído sobre la historia de Grecia ¡cómo deseaba conocer todos esos lugares llenos de historia! Salimos para Atenas para ver los tesoros que guarda. Allí estaba frente a mí el Partenón, se nos indicó el lugar donde se había presentado Pablo por primera vez. Visitamos el areópago, el museo con sus cosas tan valiosas y la arena donde había capacidad para muchas personas. Participamos del festival del vino. Hicimos un recorrido por la ciudad y regresamos al barco para continuar nuestro viaje hacia Israel.
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Amanecimos en el Puerto de Haifa, muy pronto estaríamos listos para hacer el recorrido por Galilea y Judea. Dejamos el Monte Carmelo a un lado y comenzamos a visitar todos aquellos lugares santos recorridos por Jesús. Allí estuvimos frente al mar de Galilea, recordando la pesca milagrosa. Me parecía ver a Jesús predicando y la cara de angustia de Pedro, creyendo que se le hundiría la barca.
Panorámica de la ciudad de Nazareth
No recuerdo con exactitud el orden de las visitas a los lugares santos, pero sí que estuvimos en Cafarnaúm o Capernaúm, antiguo poblado ubicado en Galilea hoy Israel y conocida por los cristianos como “la ciudad de Jesús”; nombrada así en el Nuevo Testamento, a orillas del mar de Galilea, también llamado lago Tiberíades o Kineret. Fue uno de los lugares elegidos por Jesús de Nazareth para trasmitir su mensaje y realizar algunos de sus milagros en el margen noroeste del lago, en el mismo sitio donde él había predicado y visitamos el lugar donde hizo la multiplicación de los panes. Allí se levantó una iglesia. Bajamos al río Jordán, al lugar donde Jesús fue bautizado por Juan. 45
Entré al agua y me parecía increíble estar en esos lugares santos y añorados por todas las personas que amamos a Jesús y que reconocemos y agradecemos su sacrificio redentor.
Muro de las Lamentaciones y Cúpula de la Roca. Jerusalén
Luego fuimos hacia Nazaret, allí bajamos a un lugar donde se dice que vivió María. Ahí está la fuente donde tomaba el agua y sobre este lugar la tercera iglesia que se construía, las dos anteriores se deterioraron con el paso de los años. Almorzamos y después que todos terminamos, el guía dijo a los comensales que la carne que habíamos comido era de camello. Algunos quedaron impactados, otros entre risas se resignaron de haberla consumido. El tiempo fue pasando y nos esperaba Jerusalén, “La que mata a los profetas y apedrea a los que te son enviados”. ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos como la gallina recoge a sus polluelos debajo de las alas! (Mateo: 23, 37). Expresión de Jesús, que para siempre ha tocado las fibras más hondas de mi ser. ¡Cuántas veces he tenido que repetir estas palabras para consolarme, en vista de que alguien para quien uno desea lo mejor, lo rechace, sin pensar que más allá le esperan lágrimas!
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Allí estábamos en la Vía Crucis. Realmente la auténtica está a cuatro metros de profundidad. Bajamos a dos estaciones que sí están en el lugar auténtico. No puede una imaginarse todos los sentimientos encontrados que afloran al corazón. Cuando subimos al aposento donde Jesús celebró la cena pascual el 14 de Nisán del año 33 AC (según el calendario judío), no pude hacer otra cosa que llorar de tanta emoción. ¡Cómo era posible que yo estuviera en ese lugar!, allí Jesús con sus apóstoles celebró la última cena con la cual sellaba un pacto con sus discípulos y de cuyo pacto se beneficiaría gentes de todas las naciones (la gran muchedumbre), de la cual habla el Apocalipsis (7: 9 y Juan 10: 16). Jesús nos invita a celebrar este acontecimiento único y trascendental cada año, en memoria de su muerte y resurrección. Para esa época (1963) Jerusalén estaba dividida, así que hubo lugares que pude visitar solamente en el segundo viaje. Recuerdo que los soldados estaban apostados en las azoteas y yo les tomé fotografías, cosa que no debí haber hecho. No recuerdo si fue durante el primer o segundo viaje a Israel cuando visité el Gólgota, en cuyo lugar fue alzado Jesús, allí también hay una iglesia. Con gran nostalgia y gratitud en mi corazón dejaba Israel. El barco continuaba su travesía hacia las islas del Mediterráneo. Nuestra próxima parada fue Corfú, isla griega en el mar Jónico, ante la costa noroeste del Epiro griego y la sur del Epiro albanés. Recuerdo las calesas con sus caballos, como medio de transporte. Seguimos a la isla de Chipre, la mayor de las islas del Mediterráneo oriental, que se encuentra situada al sur de Turquía. Durante siglos ha sido una encrucijada 47
entre Europa, Asia y África. Chipre conserva diversas huellas de civilizaciones sucesivas: asentamientos prehistóricos, teatros y villas romanas, iglesias y monasterios bizantinos y castillos de los cruzados. En Limassol, su capital, seguimos nuestro viaje hacia las islas de Creta y Rodas, las más grandes y extensas de Grecia y del Archipiélago. Esta última es famosa porque allí permanecen las huellas de la gigantesca magnífica y colosal estatua que representa al dios griego del sol: Helios, el Coloso de Rodas, erigida por el escultor Cares de Lindos en el siglo III AC. Considerada antiguamente una de las 7 Maravillas del Mundo, estaba hecha con placas de bronce sobre una armazón de hierro, pero un terremoto la derribó 56 años después de su construcción, hoy solo quedan vestigios de ella. Su tamaño era de 32 metros de altura y su peso de unas 70 toneladas. En Rodas terminaba nuestro tour, sólo nos quedaba regresar hasta Venecia. Alegoría del Coloso de Rodas
Para ese momento la amistad con mis compañeras de mesa, las chicas inglesas, se había estrechado, con una más que la otra. Con mi habitual expresión de franqueza le pregunté a Lucy ¿Si algún día voy a Inglaterra, me recibirías en tu casa? Me contestó con 48
un sí que yo sentí sincero, y así fue, poco tiempo después allí estaba yo en su casa atendida amorosamente por ella. Nos despedimos en Venecia, yo viajé hacia Roma para tomar el vuelo que me traería de vuelta a casa. Allí me esperaban mi familia y mi trabajo, ya que todo en la vida no puede ser viajar. Para cada ser humano la vida está llena de muchos matices, de cosas agradables y de otras menos agradables.
1967 Transcurrieron varios meses y por motivos laborales tuve que trasladarme a la capital para realizar una suplencia por algún tiempo, me había alojado en casa de una tía. Cuando finalizó el tiempo previsto debí regresar a mi pueblo y continuar con mis habituales funciones secretariales. Como me fui en avión a Caracas, era de esperar que el retorno lo hiciera por la misma vía, pero cambié de idea y resolví irme por carretera, se lo comuniqué a mi jefe inmediato y partí rumbo al inesperado destino. Lo sorprendente de este evento fue que la noche antes del regreso tuve un sueño en el cual yo me veía en una situación en la que no podía valerme por mí misma para salir de un lugar y después estaba en una cama muy alta. Este sueño me impresionó mucho y se lo comenté a mi prima Elena, fui a la misa, recibí la comunión y regresé a la casa. Ella me pidió que no me fuera, recordando el extraño sueño y me agarraba rogándome una y otra vez que me quedara. Yo tampoco quería irme, pero frente a mí estaba el compromiso laboral que me esperaba. Cuando salí le 49
dije: prima si muero, todas mis cosas son tuyas. Al llegar al terminal, sólo quedaba un carro, sentí algo muy extraño cuando miré al chofer, algo que me hizo sentir miedo, pero ya no podía hacer nada, yo debía ser responsable con mi trabajo. Me tocó el puesto al lado del chofer, puesto, que se le designa como puesto fatal, ya que no tiene defensa. Las personas que venían en los asientos traseros hablaban cosas relacionadas con la brujería. Había caído la tarde y me puse a rezar el rosario. Después de terminar guardé una pierna hacia adentro y la izquierda la puse al fondo, ya estábamos llegando a mi destino. Sentí que alguien dijo: vamos a chocar. Apenas vi que un carro venía en contra de nosotros. Por un instante perdí el contacto con la realidad y cuando volví en sí, allí estábamos estrellados contra otro vehículo. Inmediatamente me acordé del sueño. Empezaron a salir las personas del auto, sólo el chofer y yo no pudimos salir por nuestros medios, el chofer tenía el volante metido en el pecho y yo que pensaba que no me había pasado nada, tenía la pierna izquierda fracturada por astillamiento del fémur. Tal y como lo había visto en el sueño, no podía valerme por mí misma y dos personas me sacaron del carro y llevaron rápidamente al hospital más cercano. A medida que los minutos pasaban el dolor aumentaba y tenía que respirar hondo para no desmayarme. Nos trasladaron a Barquisimeto, una vez allí en el hospital me atendieron enseguida, me tomaron una placa y recuerdo algo curioso: había una viejita que me acompañaba a todas las dependencias adonde me llevaban. Alguien avisó a mi familia para enterarles sobre el accidente ocurrido y llamaron al hospital para pedir que me trasladaran a una clínica. Recuerdo que 50
me inyectaron un medicamento llamado Becerol que me hizo más daño que el dolor mismo. Una vez en la clínica me colocaron en una cama alta y así se cumplía la otra parte del sueño que había tenido la noche anterior. Mi estadía en la clínica fue larga, el médico tratante cometió el error de operarme muy de prisa, lo que trajo como consecuencia otras operaciones sucesivas. Durante la primera operación hicieron algo increíble, los cirujanos sin hacer incisiones fueron llevando los huesos del pie de nuevo a su lugar. Recuerdo con mucho pesar y tristeza qué por haberse prolongado el tiempo de mi intervención, el anestesiólogo se afanó tanto conmigo, que al día siguiente murió de un infarto. Al mes salí de la clínica y mi padre con gran cuidado y cariño me llevó a la playa por una temporada. El médico sugirió que practicara natación, lo que me ayudaría mucho en la recuperación. Con el tiempo pude afincar el pie y luego la pierna, y poco a poco volví a caminar. Para mi pesar, un clavo que me habían colocado comenzó a causarme molestias, de tal manera que no podía sentarme. Habían pasado seis meses y tuvieron que intervenirme nuevamente. Al sacar el clavo, el hueso que aún no había soldado no me permitía caminar. Esta vez hubo que hacer un injerto de la cresta ilíaca y colocar una platina de acero. Pasé de nuevo largo tiempo en la clínica. La pierna nunca volvió a quedarme igual, así que me tocó andar por el mundo con una pierna flaca y otra gorda. Como habían vuelto a colocarme un clavo, éste comenzó a molestarme. Yo me sentí angustiada y con temor de otra operación. En la década de los 50 había tenido otras intervenciones quirúrgicas y con éstas se 51
sumaban ocho, sin contar que me esperaban cuatro más. En la búsqueda de solventar mi situación me recomendaron el Instituto Ortopédico “Rizzoli” en la Universidad de Bologna, Italia. Así que decidí escribir para exponer mi caso y el deseo de ser atendida allí. Pasó el tiempo, recibí la respuesta y la fecha para ingresar. No sé de dónde saqué el valor necesario para emprender ese largo recorrido con una pierna que me molestaba tanto. Viajé en barco, ya que para entonces resultaba más económico que hacerlo por avión. Como en el hospital me habían indicado el ingreso para dentro de tres meses, dispuse del tiempo suficiente para planear el viaje y hacer los arreglos pertinentes. Los barcos de las líneas españolas tenían su última escala en el puerto de Inglaterra, entonces decidí escribirle a Lucy, mi amiga inglesa que conocí en nuestro viaje anterior a Tierra Santa, para comentarle lo sucedido y visitarla antes de ingresar al hospital. A los días recibí su carta donde me decía que viajaría al puerto para esperarme. Recuerdo que viajé en el buque Begoña y mi familia fue a despedirme. La separación fue muy dolorosa. A medida que me alejaba del puerto empezó a invadirme una tristeza muy grande. Poco a poco me fui calmando y familiarizando con las dependencias del barco. Como ya tenía la experiencia del anterior viaje, pedí que me colocaran en un camarote ubicado en la mitad de la nave. Allí la embarcación se mueve menos. Comenzamos a entrar en alta mar. Hubo una fiesta en la cual yo recité el poema La Renuncia, de Andrés Eloy Blanco. Había españoles que iban de visita a la Madre Patria después de muchos años y
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otros que regresaban para no volver, lo curioso fue que al escuchar ese poema muchos lloraron. Pasaron los días y el 24 de agosto, día de mi cumpleaños, como a todos los viajeros que cumplen años durante el viaje le obsequian una torta, me colocaron una bañada en licor y encendida para compartirla con los compañeros de las mesas, este es un detalle muy grato y que siempre nos llena de alegría en esa ocasión tan especial. Los días fueron pasando y arribamos al puerto de Santa Cruz en Tenerife (Islas Canarias). Allí bajamos a tierra firme y visitamos los lugares más emblemáticos y turísticos de la isla, pasamos frente a El Teide el pico más alto de España, donde está uno de los volcanes más grande del mundo, después del Mauna Loa y el Mauna Kea en Hawái. El viaje prosiguió y llegamos a Vigo (Galicia-España), también hicimos un pequeño recorrido, luego continuamos a Santander (España) y por último a Inglaterra. Arribamos al puerto de Southampton, amanecimos allí, yo anhelaba que Lucy estuviera en el lugar. Así fue, ella estaba esperándome, qué alegría y qué bendición. En su frío temperamento inglés sentí que estaba contenta de volverme a ver y más aún con todas las muestras y detalles de atenciones que me fue brindando durante la estadía en su casa. Cuando me familiaricé con el tren y las estaciones comencé a viajar sola, ya que Lucy todavía estaba trabajando. Con un mapa en mano esperaba conocer lo que más deseaba: el Museo Británico que me tomó tiempo, el Palacio de Buckingham, el cambio de guardia, el Big-Ben, el Parlamento, el paseo por el Támesis, la catedral de Westminster, la Catedral de San Pablo, el centro comercial de Londres, la famosa 53
Oxford
Street.
Mapa turístico de Londres y sus monumentos
Luego viajé a las afueras de Londres para visitar Cambridge y Oxford. El paisaje de Cambridge me pareció bellísimo. La Universidad de Oxford me pareció bien austera. Fui a visitar el lugar donde nació Shakespeare, conocido escritor inglés, la casita me pareció muy linda. Con Lucy estuve en York, Stafford, ahí vivía un matrimonio amigo suyo que fuimos a visitar; para ellos fue muy interesante mi presencia, era la primera vez que veían a alguien de Suramérica, me hicieron una pregunta que me sorprendió mucho: querían saber si en el aeropuerto había serpientes. Les dije que la selva estaba muy lejos del aeropuerto. Recorrimos diversos pueblitos. La campiña inglesa es de un verde muy especial. Los días transcurrieron y llegó la fecha en que debía partir a Bologna. Tenía pensado seguir hasta Bélgica para conocer algunos de los lugares donde habían filmado la famosa película La Novicia Rebelde, así que después de un adiós, pero 54
también un hasta pronto, ya que regresaría a Inglaterra, nos despedimos en la Estación Victoria de Londres. Tomé el tren que me llevaría a Bruselas. Como mi deseo era ver los lugares de la filmación, allí me fui. Recuerdo que caminé mucho, no le daba importancia a mi pierna enferma. Estaba frente a la casa y después frente al lago. Se cumplieron mis deseos una vez más. Después de volver a caminar mucho, tomé el tren. Quería visitar Brujas, un pueblito muy bello. Visité todas las iglesias que me encontré al paso. Recuerdo que pedí un vaso con agua y no me lo dieron. De vuelta a Bruselas, una señora que venía conmigo en el tren me invitó a su casa, me ofreció una merienda, hasta ahora no sé qué la motivó a invitarme. Con el transcurrir de los años me di cuenta, que en todas partes hay personas nobles y bellas. Todavía me quedaba tiempo y quería ir a Salzburgo para visitar el convento que sale en la película de La Novicia Rebelde. Viajé a Frankfurt, recuerdo que pasé el día visitando tiendas, me compré un abrigo con felpa por dentro y unos zapatos, no me di cuenta al adquirirlos, que uno era número 36 y el otro 37. Por la noche tomé el tren para amanecer en Salzburgo. Cuando fui al baño me di cuenta que todas las personas que entraban pagaban una moneda, como yo iba con bastón me consideraron una inválida y no aceptaron mi dinero. Una vez en la ciudad, busqué albergue en un convento, las monjas no me permitían la entrada, pero cuando les dije que venía de Suramérica la religiosa fue a consultarlo y por considerar que venía de un lugar tan lejano accedieron a darme alojamiento. Me dejaron los zapatos a la entrada, me dieron unas pantuflas para caminar y me
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mostraron
los
lugares
de
la
filmación.
Vista panorámica de Salzburgo
Después de una afectuosa despedida me fui al centro para visitar la casa de Mozart. Luego de caminar por todas partes, me senté frente a un estanque. Estaba realmente cansada. Al rato de estar allí pasó una pareja, pregunté algo y al hablar notaron que mi acento era latino, les dije que era de América del Sur. Él se alegró mucho y me presentó a su novia que venía de esquiar. Ambos eran de edad madura, él comenzó a hablarme en español, me sentí tan contenta de conseguir a alguien que hablara español. Ahí estuvimos un rato, al caer la noche me invitaron a un restaurante muy famoso, porque allí comen personajes muy célebres. Con mucho gusto acepté la invitación y los tres nos marchamos al sitio, todo quedaba cercano a ese lugar. La cena estuvo acompañada de vino, él me habló de que en Salzburgo era muy común que la mayoría de las personas tuvieran un instrumento musical. Me preguntó si yo tocaba alguno y le dije que no, pero que 56
como hablaba español le podía declamar o recitar. Escogí La Renuncia y A Florinda en invierno, ambos del poeta venezolano Andrés Eloy Blanco y la Rosa Niña del poeta nicaragüense Rubén Darío. Él se mostró muy contento de haber escuchado esos poemas en español, me dijo que me iba a escribir y así lo hizo. Al final de la cena, como yo no estaba acostumbrada a tomar vino, estaba completamente mareada. Él me dijo: no te preocupes, entre mi novia y yo te llevaremos al albergue. Una vez que llegamos al Zimmer1 nos despedimos y tiempo después recibí su prometida carta. Recuerdo los chocolates de Mozart que son exquisitos. Al día siguiente continué mi viaje hacia Viena. Quería ver el Danubio, el famoso río de J. Strauss. En el parque, donde está la estatua de Strauss, el Danubio es apenas un riachuelo. Me sentí decepcionada, yo pensaba encontrar un río de aguas azules como el del vals, años después lo vería en Budapest, allí el río si es realmente imponente. Estuve en el palacio de la Reina María Teresa, uno más de los tantos que había visitado en otros lugares, de un lujo impresionante. Lo que más recuerdo del lugar es el piano donde Mozart tocaba para la reina, cuando apenas tenía cuatro o cinco años.
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Hospedaje en alemán
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Instituto Ortopédico Rizzoli. Bologna
De nuevo mis deseos se habían cumplido, ahora, me esperaba el ingreso al hospital. Al anochecer tomé el tren para Bologna por la vía de Venecia. Como era el tren del correo tardé mucho más en llegar a mi destino. Finalmente, en la mañana del día siguiente llegamos. Tomé un taxi que me llevó al Instituto Rizzoli. Presenté la carta y las radiografías al director del hospital y allí estaba anotado mi nombre en la lista de pacientes que esperaban. Me llevaron a una habitación y después de almorzar me quedé dormida. Al día siguiente muy temprano pasaron su visita los médicos, ya tenían conocimiento sobre mi caso. Me tomaron nuevas radiografías. Como se había soldado la fractura a pesar de tanto ajetreo, los médicos acordaron sacar sólo el clavo y dejar la placa de acero. Me asignaron al doctor Trentani, un médico muy atento y alto, me dijo que no me preocupara por estar sola, porque dentro de pocos días llegaría una paciente que también venía de Venezuela.
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Los días fueron transcurriendo y una mañana muy temprano llegó mi compañera de habitación. Nos sentimos muy contentas de conocernos y de hablar en español. El caso de Pepita era mucho más complejo que el mío, de niña había sufrido poliomielitis y una pierna no se le desarrolló igual que la otra. La junta médica acordó que había que amputar la pierna que se había atrofiado por la enfermedad y colocarle una prótesis. Ella también había viajado sola hasta allí. Sin la firma de un familiar no le podían amputar la pierna. Al fin acordaron que lo harían con la firma y autorización de ella misma. Recuerdo el valor que tuvo para firmarla. Hay que tener mucho valor para aceptar la amputación de un miembro del cuerpo. La mayoría de los pacientes del hospital procedían del sur de Italia, eran jóvenes que habían sido víctimas de la poliomielitis. Como el gobierno italiano se sentía responsable de estos casos por no haber aplicado la vacuna, se hizo responsable de cubrir todos los gastos de estos pacientes. Pepita resultó ser una compañía encantadora no sólo para mí, sino para todos en el hospital. A pesar de los días duros que le esperaban, ella era muy alegre y cantaba muy bien. Así que todas las noches resultaron muy amenas con sus canciones. Primero me operaron a mí y luego a ella. Curiosamente cuando llegaba un paciente del campo le untaban los pies con jabón azul sobre un plástico y luego le amarraban el plástico hasta el otro día y al día siguiente los pies les quedaban completamente limpios. Recuerdo que las enfermeras también desempeñaban el oficio de camareras. No podía creer que aquellas mujeres tan lindas y bien vestidas, debían hacer la doble labor al mismo tiempo.
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Los días en el hospital se prolongaron, aunque el precio acordado siempre fue el mismo. Estuvimos unos días más después de la operación de Pepita. Llegó el día en que debíamos dejar el hospital, nos fuimos a una pensión económica. A medianoche Pepita empezó a delirar y a dar gritos. Me decía que sentía los dedos de los pies que le habían cortado, yo trataba de calmarla. Al amanecer le dije que iba a ir al hospital para hablar con el doctor Trentani, quien era nuestro médico tratante. Todavía con la molestia en la pierna subí a la colina donde está el hospital, el doctor nos atendió y dijo que era normal en los pacientes cuando sufren alguna amputación, se le denomina “miembro fantasma”. Todo esto le fue pasando poco a poco. En el hospital nos informaron de una pensión familiar y económica, donde llegaban familias del sur que venían a traer sus parientes a ese hospital. Cuando hubo cupo para nosotras nos trasladamos a la pensión. La dueña era una persona muy atenta con todos. Le tomó mucho cariño a Pepita, también su esposo. Él nos preparaba la comida y la incluía en el precio de la habitación. A todas estas, mi italiano estaba muy adelantado. Al mes ya entendía todo, pero me hacía falta hablarlo. Todos los que entraban y salían de la pensión le tomaron mucho cariño a Pepita, sentían mucha pena de verla sin una pierna y sin alguien de su familia que le acompañara. Recibimos muchas invitaciones para ir al sur de Italia, pero no fue posible ir hasta allá. Pepita tenía que esperar que la herida cicatrizara un poco más para ir a Budrio, el lugar donde fabrican las prótesis para que le hicieran su pierna ortopédica. Como quería aprovechar la ocasión para mejorar mi inglés, había escrito a un colegio en Londres para que me enviaran la matrícula e ingresar a Inglaterra como estudiante. 60
Con la dueña de la pensión vivía una chica llamada Elena, que le ayudaba en el taller de alta costura que tenía en su casa. La pensión la ocupaba el segundo piso. Había llegado el mes de noviembre y yo deseaba ver una nevada. Una mañana muy temprano me llamó Elena y me dijo “ven para que veas algo que para ti será muy especial”, abrió la ventana frente a mis ojos y allí estaba la nieve, nevaba y nevaba, ¡qué recuerdo tan grato!, aunque había visto nieve en el pico Bolívar, en realidad era la primera nevada que mis ojos verían y mi corazón sentía esa alegría por ver nevar. Una vez que a Pepita le colocaran su prótesis, debía regresar a Venezuela. Ella también había venido por barco, pero en una línea italiana. Tenía su boleto de regreso en el Verdi. Después de una amorosa estadía y una triste despedida viajamos a Génova para que Pepita abordara el Verdi. Allí estaba el barco, subimos a bordo y una vez que le asignaron el camarote yo la acosté. Me despedí de ella para volverla a ver en Nápoles. Quería estar segura de que ella iba bien, así que mientras ella navegaba en la noche, yo viajaba en el tren hasta Nápoles. Al amanecer estaba en Nápoles, bajé al puerto, me identifiqué y llegué a su camarote. En la misma posición que yo la había dejado en Génova, así la encontré en Nápoles. Se quitó la prótesis, nos despedimos. Tenía el corazón hecho pedazos, yo que pensaba visitar a una familia que me había invitado a su casa en Nápoles, no tuve el valor de llegar a su pueblo. Estaba llorando y sólo quise regresar rápidamente a Bologna. Tomé un tren, durante el camino no hice otra cosa que llorar y llorar por mi amiga Pepita. Al anochecer ya estaba de vuelta a Bologna, tomé un taxi hasta la pensión y cuando miré a la dueña me refugié en sus brazos y llorando le comenté lo triste y sola que me 61
sentía. Tanto ella como su esposo y Elena me fueron calmando. Recuerdo que trajeron una bandeja con comida, al fin me quedé dormida. Como no quería salir me sentaba con ellas en el taller de costura y sin darme cuenta aprendí varios secretos de la costura italiana. Lo más importante es que cada costura que hacen la planchan antes de pasar a la siguiente pieza. Elena, que ya se había hecho amiga mía, prometió llevarme a un puesto de montaña para ver a los esquiadores. Viajamos para ver a unos amigos que, vivían cerca de ese lugar. Pasamos allí un fin de semana muy lindo. Recuerdo que los pinos estaban congelados y por la mediación del viento el roce de una rama con otra produce un sonido muy agradable. En Bologna habían caído varias nevadas y yo estaba extasiada. A las tres de la tarde ya comenzaba a oscurecer. El doctor Trentani, el médico tratante del hospital llamó a la señora de la pensión para invitarme a cenar. -Los italianos comen demasiado-. Posteriormente acepté otras invitaciones para ir a Cortina D’Ampezzo, lugar famoso para esquiar. Como era invierno, todo estaba nevado, incluso la carretera; a las ruedas de los autos le colocan cadenas para transitar. Ese lugar es muy bello, años después volví a ese lugar. Conocí la ciudad de Bologna por cada rincón, es una ciudad muy antigua y llena de arcos en Mi amiga Elena y yo. Bologna.
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el centro, algo muy particular de esta ciudad. Con Elena viajé a Génova, fuimos a visitar el famoso cementerio con mausoleos de mármol. Recuerdo uno en especial, el de una viejecita que vendía castañas y todo el dinero que ganaba lo guardó para hacerse su propio mausoleo, allí estaba ella en el cementerio, hermosamente tallada con su vestido largo. Con Elena y una amiga fuimos a San Marino, llegamos hasta el mar, pero me atrevo a afirmar que ninguna playa es como las nuestras. Finalmente llegó la respuesta del colegio y la matrícula de inscripción. Pensé que era mejor pasar la Navidad y el año nuevo en Italia y luego viajar a Londres en enero para comenzar las clases. Poco recuerdo sobre esa Navidad, lo que sí tengo presente es el amor que me brindaron todo el tiempo que duró mi permanencia entre ellos, pues dejé de ser una pensionista para ser una amiga de la casa. Compartí con ellos todos esos días y fui invitada para llegar a su casa todas las veces que volviera a Italia. Llegó el tiempo de viajar a Londres, después de una amorosa y triste despedida, Elena me acompañó a la estación del tren. Le prometí que volvería y así fue. Y todas las veces que viajé a Italia me recibieron con el mismo cariño, aunque cuando volví el esposo de la dueña se había dormido en el Señor y ya no tenían la pensión. Ella se sentía cansada y quería tener una vejez tranquila.
1970 Con el año nuevo había comenzado la década de los 70, ¡qué lejos estaba yo de imaginar los días de soledad y de tristeza que viviría en Londres! Ahora me 63
esperaba volver a cruzar el Canal de La Mancha; en ese lugar el mar es muy picado y provoca muchas náuseas, yo me sentí muy mal. Luego, todo pasó y al otro día estaba en Londres. Del colegio me habían enviado también la dirección de una familia que recibía estudiantes y no estaba lejos del lugar. Me dirigí a la dirección y allí estuve no por mucho tiempo. Al día siguiente comencé las clases. Recuerdo que había nevado toda la noche y como debía atravesar un largo parque, me metí en la nieve hasta las rodillas, quería disfrutar de la nieve. Mis compañeras eran, en su mayoría, provenientes de los Emiratos Árabes, y de Irán e Iraq, no había nadie de origen latino. Los días y las semanas fueron pasando. La nieve ya no me llamaba tanto la atención. La depresión comenzó a apoderarse de mí a tal punto que ya no quería estar ni en esa casa ni en el colegio. Un día me salí de la ruta del parque y entré a un convento, a la monja que me atendió le comenté sobre lo sola y triste que me sentía y que deseaba estar en otro lugar. Le dije que era de Suramérica, varias monjas vinieron a verme, me brindaron una merienda y una de ellas se puso a tocar el piano. La monja que me atendió a la entrada me dijo que iba a llamar por teléfono a ver de qué manera me podría ayudar. Al rato me trajo la noticia de que una señora judía de edad avanzada necesitaba de alguien que la acompañara. Juntas fuimos a visitarla, su hijo estaba presente, tanto él como ella estuvieron de acuerdo en que le hiciera compañía. Fui a la residencia para avisarle que ya no iba a estar más tiempo con ellos. No entendían que yo me sintiera mal, ya que ellos me atendían muy bien. Me cambié al colegio más cercano adonde me habían recomendado. Por un espacio corto de tiempo estuve tranquila, cada vez que podía iba a 64
visitar a las monjas. A Lucy, mi amiga inglesa, sólo la había visto una vez, ya que ella vivía fuera de Londres. Las semanas fueron pasando. Un día, al salir de clases alguien me dijo al oído: espera aquí, ya vengo, no tengas miedo, me dijo: soy sacerdote, mi apellido es Luna Victoria. A los pocos minutos regresó: “vamos al cafetín que quiero hablar contigo, ya sé que eres suramericana y yo también”. Estaba terminando una maestría en inglés y sacando un trabajo en la Biblioteca del Museo Británico. Me comentó que había estado observándome, le llamó la atención lo delgado de mis brazos y me dijo que contara con su ayuda: “tu tristeza no la puedes disimular”. A los pocos días sentí una pequeña molestia y tuve que ir al hospital de South Kensington, localidad donde residía. Después de la consulta el médico me sugirió que debía operarme dentro de pocos días porque tenía un quiste mamario, cuya noticia me vino de sorpresa. Gracias a Dios el resultado de la biopsia fue negativo. Lo comenté con mi profesora guía me dijo que no me preocupara, que después de la operación podía permanecer en su casa y de esa manera ella sentía que pagaría el favor que le hicieron en otro país donde tuvo que operarse de emergencia. A la anciana que cuidaba le dio mucha tristeza la noticia, estaba en cuenta de que no iba a volver. Lucy estaba viajando fuera de Inglaterra y no pudo estar presente para el día de mi intervención. Una vez hospitalizada me sorprendió ver la atención y el amor que les prodigan allí a los pacientes. El mismo médico es quien toma las muestras de sangre. Afuera, los pacientes que esperan las diversas consultas comparten una mesa con té, café y variedad de galletas. En ningún otro país he visto esta atención 65
hospitalaria tan especial. Por las noches venían señoras vestidas de negro y cuello blanco a darnos una bebida caliente antes de dormir. Antes de la operación escribí una autorización, por medio de la cual donaba mi cuerpo a la disposición del hospital. La trabajadora social lo leyó y me miró a los ojos, extrañada de mi decisión. Recibí varios obsequios durante mi estadía en ese hospital y después de la operación me llevaron a una casa para convalecientes, a las orillas del mar. Esta es una costumbre inglesa. Como había ingresado a Inglaterra con visa de estudiante, no tuve que pagar nada. A mí regreso a Londres la profesora guía me recibió en su casa, allí estuve varios días, ya no regresé más a la casa de la viejecita bajo mi cuidado y me fui a vivir a una residencia de religiosas españolas. No quería sentirme sola, le pedí por favor a la hermana que me ubicara en una habitación con residentes de habla inglesa, quería mejorar mi comprensión del idioma. En ese lugar compartí la habitación con una joven irlandesa que hacía poco había dejado el convento y regresaba a la vida seglar. Recuerdo que no lucía nada feliz. Iroko, la otra compañera era japonesa, linda, humilde y amorosa. Siempre nos llevamos muy bien, era muy sabia en su manera de actuar. Trabajaba y estudiaba el inglés para después viajar a Israel y pasar un tiempo en un kibbutz, yo me entusiasmé con esta idea. Yo consumía muchos dulces y chocolates y ella me decía que eso no estaba bien, me ponía fecha para comer menos, pero no cumplía. En una ocasión me llegó una caja de chocolates de Suiza, yo no pude resistir la tentación, quebranté mi promesa y ella me dijo que yo no tenía fuerza de voluntad para dejar de comer dulces.
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El sacerdote Luna Victoria vino a verme al convento y resultó que estaban necesitando un celebrante de habla hispana y le pidieron que viniera a oficiar la misa los domingos. También hice buena amistad con una residente de nombre Beatriz, de nacionalidad argentina.
Meridiano de Greenwich. Londres
Era primavera y tanto los jardines como los parques lucen una belleza extraordinaria, propias de la estación. El padre Luna Victoria nos llevó a pasear un domingo, conocimos lugares que no habíamos visitado antes. Recuerdo que fuimos al lugar en el que pasa el Meridiano de Greenwich, donde está el famoso observatorio. Como todas las residentes estudiaban y trabajaban, yo hice lo mismo. Las monjas me asignaron el trabajo de atender por horas a una señora anciana. Ella era muy pobre y lo que me daba era muy poco, pero yo estaba conforme y contenta de atenderla. Aparte de este empleo también tuve otros. Mi amiga Lucy me invitó de nuevo a su casa para pasear un poco por la campiña inglesa, que es de un color verde muy especial. 67
Se acercaba el otoño y comenzaba el frío, como yo veía que Iroko tenía sólo ropa ligera le dije dónde podía comprar un abrigo a un precio económico.
Hermoso pueblo de la campiña inglesa
En la tarde regresamos con el abrigo que a mi manera de ver no era suficiente para el frío, ella me dijo: “no te preocupes, yo estoy acostumbrada al frío, en Japón baja demasiado la temperatura”. Cuanta postal veía de Londres las enviaba a mi casa; tenía noticias de mi familia a través del Consulado, yo pedí que me escribieran allí. Un día mi amiga Beatriz me pidió que la acompañara a visitar la casa de un matrimonio venezolano; esa noche no quise ir, no sentía deseos de salir a ninguna parte. Lo curioso es que un día voy por una calle y veo que alguien se me acerca, era mi prima Josefina Dolores quien se había casado y su esposo estaba haciendo un postgrado en Londres. Resultó ser que ellos eran el matrimonio venezolano a quienes Beatriz me invitó a conocer. En una gira del colegio conocí a Escocia, uno de los cuatro países constituyentes del Reino Unido. El 68
panorama es completamente distinto al de la campiña inglesa. Años más tarde volví y fui a la región de Gales, es más bello de lo que me había imaginado.
Árbol de Navidad. Trafalgar Square. Londres
Era diciembre y Londres se había vestido con todos los atuendos comerciales propios de la Navidad. En la plaza Trafalgar iluminaban un pino de 20 m de altura, con adornos navideños, que cada año el pueblo de Noruega regala a la ciudad de Londres. En esa época todo aquello me causaba gran emoción, hoy sé que todas esas festividades son de origen pagano y no cristiano; tradiciones que para muchas personas no es fácil dejar de celebrar. Siempre que pasaba por una calle me fijaba en un negocio que tenía en la vitrina una caja de galletas, las cuales deseaba pero que finalmente no la compré. Para mi mayor sorpresa el día 20 ya tenía en mis manos la caja de galletas que tanto había apetecido. La viejecita que cuidaba por recomendación del convento, me la obsequió como regalo navideño. No podía creer, que aquella persona sin saber qué tanto yo la deseaba, me obsequiara esa caja de galletas, los seres humanos a veces nos sorprenden gratamente. 69
Lucy me invitó a su casa para compartir los días finales de diciembre, allí comí por primera vez la famosa torta negra. Yo me preguntaba cómo ella con tantos atributos, que sabía varios idiomas, que había viajado por distintos lugares y que tenía una casa tan linda, permanecía soltera. Vivía sola con un pequeño animalito como mascota (un hamster), el cual me causaba mucha angustia verlo girar y girar en una rueda que tenía. Ella siempre fue una consecuente amiga, todos los años tuve noticias suyas, un día recibí una carta en la cual me anunciaba que se había casado con el Adjunto del arzobispo de Canterbury. Me causó mucha alegría saber que ya no estaría sola. Años después cuando volví a Londres pude conocer a su esposo; realmente era un anciano, pero ella con su noble corazón lo cuidaba muy bien. En estos últimos años, ya no recibí más noticias suyas. Para entonces había llamado a mi casa y mi padre quería que regresara, siempre traté de complacerlo en todo lo que él me pidiera. Pensé que ya no viajaría con Iroko a los kibbutz en Israel y comencé a programar mi regreso a Venezuela. Había hecho un análisis de mi situación: ya sabía que adonde quiera que yo fuera allí se iba a presentar la depresión, que no podía seguir huyendo de ella, y ya había estado en todos los lugares que deseaba conocer. Mi idioma inglés había mejorado, aunque no tanto como hubiera querido.
1971 Apareció en escena el año 1971, mi viaje de regreso se acercaba. Mi amiga Iroko se sintió triste por mi partida. De alguna manera quería demostrarme su gran aprecio y como despedida me invitó a cenar a un restaurante japonés, donde todo era a su estilo. Por 70
primera vez comí con palillos. El personal también era japonés y las meseras que atienden las mesas visten kimonos, era un lugar muy refinado que debió ser caro para ella, fue un honor para mí esa invitación. Años después fui a Japón, sentí mucho no haberla encontrado. Mis días en Inglaterra, por ahora, habían terminado. Había visto todo cuanto deseaba ver, comido todos los dulces que quise comer y había comprado para mi familia y para mí las cosas que había podido comprar. En Venezuela tenía un local comercial que mi padre había terminado con el dinero que yo había ahorrado. Así que no lo gastaba en viajes, el alquiler siempre estuvo a la disposición de mi padre y cuando él falleció quedó a la disposición de mi madre. Con lo que había trabajado en Londres pagué el colegio, la residencia, las cosas que quise comprar y guardé algo de dinero. Regresé a Venezuela de nuevo en barco. En el puerto de La Guaira me esperaba mi hermana Olga y algunos familiares de Barquisimeto; una parte de mí deseaba quedarse, otra anhelaba regresar. No quería volver a enfrentar los problemas familiares que había dejado atrás, recordaba las tantas depresiones que había vivido en mi propio hogar. Estando mi padre, mi madre y mis hermanos presentes sentía dentro de mí una gran soledad y una tristeza profunda. Mi padre se enternecía al verme así y decía “¿hija qué puedo hacer por ti?”, yo le decía que no podía hacer nada, que era algo que me tocaba vivir, que sólo Dios me podía librar de esa prueba de fuego. Después de pasar un tiempo en casa, pensé que tendría que volver a trabajar. Mi hermana Olga, una vez casada se mudó a otra ciudad, me avisó que había una vacante como ama de llaves en un hotel turístico 71
en la población de La Victoria y que se requería alguien que dominara el idioma inglés. Les presenté mi currículo y me aceptaron en seguida. El hotel era muy bello, una gran casa colonial con varias dependencias, una piscina que disfruté todos los días y un ambiente muy agradable. Me quedé trabajando allí poco más de un año. Por esos días conocí a Teresa, la hermana de Pepita, que para ese momento trabajaba en el Dinner’s Club. Un fin de semana me invitó a la playa, me manifestó sus deseos de visitar Perú y de la oportunidad que tenía una familia donde llegar. Me expresó que le gustaría realizar ese viaje conmigo y no pasó mucho tiempo que lo efectuáramos. El Gerente del hotel renunció a su cargo, y yo que contaba con su apoyo no quise continuar trabajando, así que Teresa y yo comenzamos a realizar los preparativos para nuestro próximo destino.
1973 Suramérica Después de pasar unos meses en mi casa, iniciamos nuestro viaje por carretera, sólo el tramo de Cúcuta a Bogotá lo hicimos por avión, nos habían dicho que la carretera era muy peligrosa. Una vez en Bogotá nos quedamos unos días para que Teresa conociera los lugares que yo había visto en el anterior viaje. Sentimos mucho no haber estado en el Valle de María, en la casa de Efraín, para conocer aquel lugar legendario de la novela de Jorge Isaac. Continuamos nuestro recorrido hacia el sur. Nuestras posadas fueron todos los conventos que encontramos en el camino. Gracias a Dios que en todos nos recibieron con mucho cariño. El viaje duró varios días, hicimos 72
paradas en diversos lugares, el paso de las fronteras no fue nada fácil, ya que éramos dos jóvenes solas. Lo iniciamos en julio y no tuvimos la precaución de preguntar por los cambios estacionales de las temperaturas del cono sur. Cuando entramos a Tumbes, en la frontera de Perú, cambiamos de autobús y mientras tanto nos fuimos a comer a un restaurante. En cuestión de segundos, mientras Teresa iba al baño, una niña de unos ocho años le tomó su cartera y desapareció. El dueño del restaurante muy apenado, que sabía dónde vivía la niña llevó a Teresa rápidamente al lugar. Cuando llegamos la madre quiso disimular diciendo que su hija no hacía tales cosas, pero Teresa sin pensarlo dos veces levantó la cortina del cuarto y allí estaban todas sus cosas. Las tomó y se vino a buscarme, pasamos ese gran susto, pero nos sirvió la desagradable experiencia para tener mayor precaución más adelante. Al anochecer salimos para Lima, cuando íbamos pasando por Chimbote no resistíamos ni el olor del pescado ni el frío, tuvimos que decirle a un señor muy gordo que se sentara en medio de nosotras para que nos diera calor, los abrigos que llevamos no fueron suficientes. Al amanecer llegamos a Lima.
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Balcones coloniales de Lima
La familia De La Cruz nos esperaba, fue toda una fiesta nuestra llegada. Cada día venía una familia distinta a conocernos. Nos llevaron a todas partes, el centro de Lima me pareció bellísimo por su sabor colonial e igualmente la Alameda de los Descalzos, antiguo paseo de la ciudad, construido en 1611. La zona de San Isidro, muy bella por sus mansiones y su parque de Los Olivos; igualmente las playas, pero la verdad, ninguna como las nuestras.
Alameda de los Descalzos. Lima 74
Después de pasar unos días inolvidables en Lima, nuestro próximo destino era conocer y recorrer Cuzco la ciudad más histórica de Perú y llegar a las ruinas de la ciudadela de Machu Picchu, una de las maravillas del mundo, es un sueño de todos los jóvenes con espíritu aventurero. Viajamos al Cuzco en el mes de agosto y el frío no se podía soportar. Una noche, cuando salimos a cenar, al pisar la calle sentimos tanto frío que decidimos no salir, allí es frecuente tomar el té de coca para adaptarse a la altura. Las comodidades de la calefacción brillan por su ausencia. El viaje lo hicimos por la vía de Huancayo utilizando el tren, este tren conducía a la sierra. Durante el viaje nos traían té en tazas de barro. Como el cielo estaba despejado pudimos ver los cóndores volando, nos trajo a la memoria la melodía “El cóndor pasa”.
Cóndor en el Cañón del Colca. Arequipa. Perú
A medida que íbamos entrando en la sierra, la altura se hacía más elevada, hasta el punto donde es la parte más alta, donde llega el tren de Ticlio, allí la mayoría de los pasajeros requieren de oxígeno, yo veía como llegaba un hombre con su bombona de oxígeno para 75
cada pasajero que lo necesitara. Yo me dije: “a todos le ponen menos a mí”. Al terminar de pensar esto le hice señas a mi amiga que llamara al hombre porque me sentía mareada, después de recibir el oxígeno comencé a sentirme más tranquila. Al anochecer llegamos a Huancayo, allí estábamos invitadas a pernoctar en la casa de la madre del señor De La Cruz que nos dio alojamiento en Lima. Hacía mucho frío, al día siguiente nos llevaron a conocer el pueblo. Entre los lugares visitados estuvo el sitio donde habían encontrado un cementerio de fetos. Por la noche nos invitaron a una celebración. Teresa era bastante alegre y disfrutó mucho de la fiesta. Como la carretera es sumamente estrecha, el tráfico es muy peculiar, unos días son para ir y otros para venir. Nos tocó esperar por el día de ir. Después de una afectuosa despedida, emprendimos el viaje que resultó ser para nosotras una verdadera aventura. La carretera está bordeada de abismos y ríos caudalosos, entre ellos el más caudaloso es el río Urubamba. Recuerdo que en uno de los ríos de la región habían hecho un puente de bejucos para pasar de un lado a otro, algo impresionante. El autobús venía atestado de pasajeros indígenas, con sus cosas. El chofer nos sentó en la parte de adelante, así que pudimos ver los diferentes detalles de la carretera y el paisaje. Llegó un momento en el que empezamos a subir y bajar cerros con sus respectivas curvas. El viaje tardó 36 horas para llegar a Ayacucho, allí nos quedamos.
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Vista de Ayacucho. Perú.
Estábamos molidas por el viaje, después de descansar salimos a conocer la ciudad y por supuesto, ver el sitio donde ocurrió la Batalla de Ayacucho. Todavía nos esperaba el trayecto de Ayacucho al Cuzco. No recuerdo bien el tiempo que tardamos en hacer este recorrido, pero me pareció que fueron unas 36 horas en total. Una vez en Cuzco y después de haber visitado los lugares de interés, nos esperaba el famoso viaje a Machu Picchu.
Ciudadela de Machu Picchu. Perú.
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Hacía allí el viaje era todo lo contrario, el tren iba serpenteando en medio de gigantes montañas. Al pie de Machu Picchu un bus espera a los turistas para subirlos a la cima, donde están las ruinas de la ciudadela. Lo impresionante de este sitio es que aún no se ha podido explicar cómo en un lugar tan alto se haya construido una ciudad de piedras, las cuales están pegadas de una manera tan exacta y perfecta que no entra ni el filo de una hojilla de afeitar, además de lo grande y especial de estas piedras. Como nos acompañaba un guía, no tomamos el bus, sino que subimos a la cima por el antiguo camino de los Incas. En la ciudadela pasamos todo el día mirando todos los rincones. Los turistas extranjeros eran muchos, unos se movilizaban en bus, otros a pie para disfrutar más del lugar. Al atardecer bajamos por la carretera del bus, cuando llegamos abajo ya el tren había pasado. El muchacho guía parece que no estaba bien informado sobre los horarios y no nos quedaba otra alternativa que atravesar el túnel caminando. Una señora del lugar nos regaló un pedacito de vela que sólo alcanzó para pasar el túnel. Preguntamos si ya no pasarían más trenes y nos informaron que no. No era verdad, nosotros que salimos del túnel y un tren de carga que venía, un minuto más y nos hubiera vuelto estampillas. Al recuperarnos del susto nos esperaba caminar por todo ese monte para llegar al lugar más próximo, Aguas Calientes. Había aguas termales y después de bañarnos pudimos salir del susto, nos tocó dormir en ese lugar. Al día siguiente esperamos el tren, el único medio de transporte para salir de allí. El guía nos había hablado de otras ruinas (Ollantaytambo), y hacia allá nos dirigimos. Me impactó recordar todo lo 78
que tuvimos que subir. Pasamos todo el día, perdimos la ruta hacia la casa de refugio y como ya no había tiempo de bajar, tuvimos que dormir los tres juntos dentro de las ruinas. Arriba había un cielo estrellado como jamás lo había visto, aún tengo intacto ese recuerdo.
Fortaleza de Ollantaytambo. Perú
Abajo, un frío que congelaba, a media noche comenzamos a sentir como unos pasos muy fuertes. El miedo nos invadió y pensamos que eran almas de difuntos. Hoy no pienso igual, porque “Sé que los muertos están durmiendo hasta que llegue la hora de la resurrección” (Juan: 28, 29). Como no nos atrevíamos a abrir los ojos el guía nos dijo que el ruido provenía del batido de alas de pájaros gigantes. Yo lo asocié con el cóndor, pero en ningún momento abrimos los ojos. Al fin amaneció. Nunca habíamos pasado un susto mayor. Había un sol esplendoroso que comenzó a calentarnos. A medida que bajábamos sentía más el deseo de comer. Entramos al primer lugar que encontramos, comimos de lo poco que había. Realmente fue una aventura de la cual salimos 79
con vida y podemos contarla. Una vez en Cuzco nos despedimos del guía y conversando con alguien sobre lo sucedido nos sorprendió saber que el sector de Aguas Calientes está lleno de serpientes y el guía no nos dijo nada sobre esto, otro susto más. A pesar de todos los sustos decidí continuar el viaje hacia el sur. Teresa me habría acompañado, pero no quería perder su empleo del Dinner’s club, así que nos separamos. Ella, muy generosamente me dejó su chaqueta de cabritilla. Mi equipaje para ese viaje era un pequeño maletín con apenas lo más indispensable. No sé de dónde saqué tanto coraje para quedarme sola y aventurarme en un viaje casi hasta el Estrecho de Magallanes, al que no pude llegar por circunstancias muy especiales. Teresa tomó el avión para Lima con el encargo de mi parte de decirle a la familia De La Cruz, quienes amablemente, nos alojaron en su casa, que yo volvería a su casa, pero sin fijar fecha para ello. Ella debía regresar a su trabajo, pero yo estaba libre y con muchos deseos de recorrer y conocer a Suramérica, ese era mi proyecto inmediato.
Púlpito de la iglesia de San Blas. Cuzco. Perú 80
El viaje que solamente era por unos días, para mí se convirtió en más de dos años y medio. Del Cuzco recuerdo la calle por donde los españoles, tiraban las enormes piedras de las construcciones de los Incas, especialmente la del Templo del Sol, el Púlpito de San Blas, tallado en una sola pieza de madera. Su acabado fue tan precioso, que cuenta la leyenda, que al indígena que lo talló se le dio muerte para que no hiciera otro igual. Tanto Ecuador como Perú, guardan mucho en común de su arquitectura colonial. Cuzco es una muestra de ello. Estaba sola y decidida a continuar mi viaje, hice arreglos para tomar el tren a Juliaca. Todos los transportes en Perú van llenos Lago Titicaca, islas y canoas de totora de gentes, en su mayoría de la sierra. En la sierra se puede ver el comercio de trueque, las hojas de coca se venden legalmente. Una vez en Juliaca me esperaba el lago Titicaca, de una belleza impresionante, con su temperatura de 12°C y sus canoas de totora a la orilla. Al día siguiente estaba saliendo una lancha con turistas y me sumé al grupo. Quisimos llegar hasta la 81
Isla del Sol, pero no fue posible. Fue difícil el regreso, el lago estaba muy picado. En Juliaca, aparte de la altura y del frío no hay nada especial que ver. Muerta de miedo tuve que quedarme en el hotel, puse todas las cosas de la habitación detrás de la puerta para sentirme segura. Debía hacer los trámites en la frontera para obtener la visa para entrar a Bolivia. Los ocupantes del autobús eran, en su mayoría, indígenas, la carretera iba bordeando el lago. De repente comencé a ver algo blanco y para mi sorpresa era nieve. No me imaginé que allí nevara. En el trayecto hacia La Paz se pueden ver restos de la arquitectura Aimara. Entre ellos, la puerta por donde el sol la atraviesa en cierta época del año, que no la recuerdo ahora. Llegamos a La Paz, otro ambiente, otras costumbres, diferente comida. Api o Chicha Morada La Paz está construida en un hueco, prácticamente, aunque no deja de estar a una altura considerable sobre el nivel del mar, creo que a unos 3.800 msnm. Me hospedé en CENAFI, una residencia de estudiantes sumamente económica. Para esa época prácticamente 80% de la población era indígena; el blanco siente algo de rechazo por el indígena. De sus comidas recuerdo sus frituras y una bebida hecha de maíz morado que ellos llaman “api”, es una bebida típica del altiplano andino. En Bolivia, se consume en la zona andina de los departamentos de La Paz, Oruro, Potosí, 82
Chuquisaca y Cochabamba. En el Perú se consume en Puno. La preparación de esta bebida se hace con maíz morado molido, azúcar, además algunos tallitos de canela. Me encantó esa bebida y con el frío que hace ahí se toma muy caliente y no se siente caliente. Allí obtuve la información sobre un boleto de tren para viajar por Sudamérica. Para ese entonces costaba 50$, utilizándolo por un mes a partir del primer viaje y en primera clase. Me quedé unos días en La Paz, yo no tenía prisa y necesitaba coordinar lo que debía hacer. Los días pasaron entre el frío y el hablar con la gente para conocer algo sobre sus vidas. Llegó el día en que me decidí a usar el boleto del tren. Mi próximo destino sería Buenos Aires. A pesar de viajar en primera clase, el tren no era nada cómodo. A medida que nos alejábamos de La Paz, avanzaba más sobre el altiplano boliviano. Algunos de los pasajeros, en su mayoría mujeres, llevaban bolsas qué al llegar a cierta estación de policía, mientras ellos hacían la revisión a los pasajeros, ellas las colocaban fuera de las ventanillas y quedaban sostenidas, después de cerrar las mismas, al bajar los policías, daba dolor ver a estas mujeres llorando porque los policías iban levantando las ventanillas y las bolsas iban cayendo al suelo. Después me enteré qué llevaban coca para venderla en Argentina. Después de pasar por Tarija, otro departamento boliviano, llegamos a la frontera con Argentina. Ahí había un cambio de tren. Después de un viaje muy incómodo subimos a un confortable tren que nos llevó a Buenos Aires. En el tren conocí a un joven que siempre viajaba a Buenos Aires y sabía de una pensión donde yo podía alojarme. Llegamos al anochecer, en la pensión me acomodaron con una mujer de nombre 83
Elena, la cual tenía dos niños, uno de cuatro años y el otro, un bebé de meses. Me llenaba de tristeza ver que ella se iba a trabajar y dejaba el bebé acostado entre dos almohadas y con su biberón en la boca. Así lo dejaba hasta su regreso del trabajo. Yo le decía que cómo era posible que ella hiciera eso con su hijo, y ella con mucha tristeza me decía que tenía que trabajar porque era madre soltera y no tenía con quien dejarlo. Buenos Aires, la capital de la República Argentina cuenta con casi 13 millones de habitantes, es uno de los mayores centros urbanos del planeta y es un importante núcleo de actividad artística e intelectual. Es asiento de conocidas empresas editoriales. Buenos Aires está situado sobre la orilla del Río de la Plata, en plena llanura pampeana. Esta gran ciudad era realmente distinta a lo que había dejado atrás. Una metrópoli, al estilo europeo, tiene muchos lugares para visitar y ver, la Universidad de Buenos Aires, la Casa Rosada donde reside el presidente, el Parque del Retiro, la calle Lavalle, el Teatro de la Ópera y el famoso Cementerio de La Chacarita o del Oeste, que está trazado con sus calles.
Buenos Aires 84
Quería visitar la tumba de Carlos Gardel, igualmente ir a su barrio y escuchar sus tangos famosos. De Buenos Aires seguí a Mar del Plata, quería estar a la orilla del mar. Allí estaban como apostados los lobos marinos, nuestras playas no tienen nada que envidiar a aquellas playas del sur. Después de darle un vistazo a la ciudad, en la noche tomé el tren para Bariloche, desde el tren se podía ver muy cerca la Estrella del Sur. La distancia de Mar de Plata a Bariloche es de una noche. Después de pasar por Carmen de Patagones, aquella región antes de la Patagonia, llegamos al amanecer, bajé mi morral del tren, pero a medida que subía una escalera comencé a sentirme mal. Cuando terminé de llegar arriba ya no veía nada, sólo una gran luz y sentí como alguien me recogía y me llevaba al hospital. Una vez ahí me atendieron rápidamente, me dieron a tomar una gran tasa de compota de cebollas. Cuando me sentí bien, el médico me dijo que no debía estar en ese lugar, que debía regresar tan pronto me fuera posible. Hay personas que les afecta estar en la parte austral, lo volví a comprobar cuando viajé a Australia vía Nueva Zelanda. El corto tiempo que pasé en Mar de Plata me hizo recordar a la poetisa Alfonsina Storni y su historia. Me contaron en ese lugar otra historia muy triste de una muchacha nativa que se había enamorado de un extranjero, cuando llegó el tiempo de regresar a su país ella no quería separarse de él, así que cuando vio que la nave se iba alejando ella comenzó a nadar para alcanzarla, pero no le fue posible lograrlo y se ahogó. Una historia que desgarra el corazón de todos aquellos que hemos amado alguna vez en la vida.
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Mi estadía en San Carlos de Bariloche (Patagonia Argentina), fue breve y maravillosa, me limité a visitar y mirar los lugares turísticos más hermosos de la ciudad, conocida como la Suiza americana, hoteles, lagos, cosas que deseaba ver, es uno de los destinos totalmente dedicado al turismo y la más poblada de los Andes Patagónicos. La gente, en su mayoría, es de origen alemán o italiano, conocí el Bosque de los Arrayanes, sitio donde se filmó la película Bambi. No me podía regresar sin haber visitado el Hotel Llao Llao, tradicional hotel de Bariloche en la Provincia de Río Negro.
Hotel Llao Llao. Bariloche. Argentina.
El hotel se encuentra al oeste de la ciudad, en una pequeña colina en medio de montañas y bosques, ubicado entre los lagos Nahuel, Huapi y Moreno, lagos cristalinos de color verde esmeralda. Es una construcción de estilo canadiense, realizada en madera, piedra y tejas normandas, más bello no podía ser. Hablando con las camareras del hotel les dije que cualquier persona que trabaje en un lugar tan hermoso, debe estar fascinada de hacerlo. Una de ellas 86
me dijo: al principio es así, pero ahora todo lo vemos normal. Llegó la hora de salir de aquella pequeña Suiza y volví a tomar el tren para regresar a Buenos Aires. Este trayecto es sumamente largo, de unos 1.500 a 1.600 km. En un mapa de Suramérica puede verse la gran distancia entre ambos puntos. El paisaje es completamente distinto, allí se puede contemplar la pampa con su verdor y su poblada de ganado vacuno y caballar. Una vez en Buenos Aires pensé en visitar a Beatriz, la amiga argentina que conocí en Londres, pero en lugar de tomar el tren que va hacia Rosario, tomé el que va para Mendoza. Al atardecer llegué al convento, lugar donde tenía programado llegar, pero ya estaba cerrado, alguien me dijo que fuera por la otra calle a ver si aún permanecía abierta la otra puerta, como estaba cerrada toqué en la casa de al lado, para pedirle a la señora de la casa que llamara por teléfono. Después de identificarme ella me dijo que no me preocupara que me quedara en su casa esa noche, su hija mayor estaba viajando y yo podía ocupar su cuarto. Me atendió como si me conociera desde hace mucho tiempo, me dijo que las atenciones que tenía conmigo, esperaba que su hija también las recibiera en los lugares a donde ella fuera. Me llevó a pasear por varios lugares, me pareció una ciudad muy linda. En el área comercial las calles están adornadas de árboles frondosos. Cuando le comenté que seguiría mi viaje hacia Chile, me sugirió que no era el momento adecuado de viajar para allá. El presidente Allende había muerto recientemente y todo Chile estaba muy revuelto, pero yo pensé: mi oportunidad de ir a Chile era ahora o nunca. Ella me acompañó a la estación para comprar el boleto del tren y me regaló 87
una caja de dulces para comer durante el camino. Me despedí de esta amable señora con mucho cariño y profunda gratitud. Durante el viaje disfruté de la compañía de una joven chilena que iba de regreso a su casa, con ella compartí los dulces. El tren atravesaba la cordillera, pasamos varios túneles. Pudimos contemplar el gran Aconcagua. Es una montaña de la cordillera de los Andes, situada en la Provincia de Mendoza al centrooeste de la República Argentina. Es el pico más alto de Argentina y el más alto de América y del mundo fuera de Asia.
Cerro Aconcagua
Ahora recuerdo que antes de haber viajado a Chile yo había hecho un largo recorrido hasta Brasil. De Buenos Aires me fui a las Cataratas de Iguazú, sumamente impresionante estas caídas de agua por su gran caudal, especialmente la llamada Garganta del Diablo. Allí los árboles son gigantes y apenas penetran los rayos solares. Igualmente, allí se unen las fronteras de Argentina, Brasil y Paraguay.
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Cataratas de Iguazú
Para ir a Uruguay hay que pasar el río Paraná. Al otro lado, la primera ciudad es El Salto, pequeña y con mucho movimiento por el tráfico de pasajeros de ambos países. Mi próxima parada sería en Montevideo, una ciudad muy linda, limpia y muy al estilo europeo. Estuve a tiempo para llegar al convento. Era la época de los Tupamaros, y las monjas, aunque resultaron amables, por precaución cerraban por las noches mi habitación, a mí aquello me causaba risa por ese miedo que sentían, tal vez pensaban que yo pudiera tener alguna vinculación con ese grupo. Después de recorrer un poco la costa, mi próximo destino sería La Asunción. Uruguay es una gran meseta, Paraguay es selva. La gente de esa región, los guaraníes, son menudos de apariencia, me pareció muy caro el costo de la vida allí. Como deseaba ver el lago de Ypacaraí me alojé en una residencia que estaba muy cercana. Con dos de las residentes nos fuimos caminando hasta el lago en medio de esa región selvática. Al regreso nos encontramos con una serpiente, sentí mucho temor y 89
ya
no
quería
volver
al
lago.
Lago de Ypacaraí-Paraguay
De Paraguay pasé a Brasil, ¡qué extenso es ese país! En algunos estados de Brasil los trenes no trabajan por las noches. Yo estaba en Porto Alegre. En la Gobernación me dieron un boleto para continuar el viaje en bus hasta Sao Paulo. Para ese entonces la ciudad tenía una población aproximada de 10.000.000 de habitantes, me dio mucho miedo de encontrarme entre tanta gente de diferente y poca común apariencia, como personas de piel morena oscura con ojos azules. A las seis de la tarde empieza la policía a pedir identificación a los transeúntes, me pareció una ciudad sumamente peligrosa. Ahí está el serpentario más grande del mundo, de donde extraen los antídotos. Sólo lo miré por fuera, alguien me dijo “si no tienes valor suficiente no vayas a entrar”, me comentó que una familia había llevado a su hija y la muchacha después que salió del lugar perdió el juicio, sentía que las serpientes estaban sobre ella y trataba de apartarlas. Dormir en Sao Paulo es algo que considero muy peligroso. Es difícil sentirse segura allí.
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Vista aérea de Río de Janeiro. El Cristo Redentor y al fondo el Pan de Azúcar.
Al fin llegué a Río de Janeiro. Utilicé mi boleto de tren en primera clase, me sorprendió ver su lujo, totalmente alfombrado y con butacas que se podían cambiar, la gente es muy alegre en esa ciudad. Las favelas en esta gran ciudad son muy populosas y ocupan gran parte de las zonas más turísticas, es una ciudad de gran contraste social. La playa de Copacabana es una bahía grande con arena blanca. Me alojé en un convento de religiosas. Era una residencia para señoritas, allí las monjas tenían fijada la hora de llegada por las noches. Había una encargada que estaba pendiente por si faltaba alguien. Recuerdo que la hermana Irma era la Superiora y me atendió con mucho cariño. Mis días en Río fueron muy lindos, su gente me pareció muy bella. Cada vez que preguntaba una dirección sobre algún lugar que ver o que visitar, me llevaban gentilmente al sitio. Quería ir al correo y alguien me llevó donde los padres Capuchinos para que allí le pusieran las estampillas a todo lo que deseara enviar, sin tener que pagar nada. 91
En una ocasión me encontré con un señor judío, de edad avanzada, me invitó a subir a mirar el Corcovado, sola daba miedo subir hasta ese lugar, con él me sentí segura. Me invitó a cenar, le dije que era la única ropa que tenía, él me dijo que eso no importaba y que iría al convento para hablar con las monjas para que yo aceptara su invitación. A la Superiora le pareció bien, me llevó a la cima para ver el Cristo de Río. Me obsequió un collar que después regalé a la señora que amorosamente me recibió en su casa en Valdivia (Chile). El lugar donde fuimos a cenar era precioso, recorrimos una carretera en medio del mar y luego al final, estaba el restaurante. Me sentí un poco incómoda, al ver alrededor personas tan elegantemente vestidas y yo con ropa tan sencilla. Siempre he tenido la curiosidad de hablar con algún judío y esa era mi oportunidad, uno de los temas versó sobre el por qué ellos no reconocen a Jesús como el Mesías. El me dio su versión personal, habló de la Diáspora y también comentó que en el pasado los judíos no tenían derecho de ingresar a una universidad. La conversación fue muy agradable para ambos y después de la cena me llevó de nuevo al convento. Estuvo muy agradado de que yo hubiera confiado en él. Una mañana caminando por el centro de Río me encontré con una joven chilena de nombre Julia Otaola, gracias a ella obtuve varias direcciones para llegar a Santiago. Me dijo que al día siguiente me volvería a ver para regalarme un pantalón. Así llegaría mejor vestida a Chile, pensaría ella. Otro día caminando por un lugar de la ciudad alguien me confundió y yo empecé a correr, después supe que 92
andar por allí era peligroso, pues las favelas se alzan cerca de las zonas mejor urbanizadas. Hay lugares por donde no se puede transitar sin correr peligro. Me comentaron sobre la isla de Paquetá en Río de Janeiro y la fui a conocer, tiene una superficie más o menos de un kilómetro cuadrado y es uno de los lugares más atractivos de Brasil. Se encuentra en la bahía de Guanabara, a una hora de viaje en barco. La isla se puede explorar a pie, en bicicleta o en carruaje tirado por caballos. Realmente me hubiera perdido de algo muy hermoso de no ir. Se podía caminar libremente sin correr peligro, allí me quedé todo el día y regresé al atardecer. Le dediqué poco tiempo a pasear en Río, pero recuerdo gestos de atención, bondad y generosidad de su gente. En ocasión de visitar una sala del museo miré a una señora a mi lado que lucía un collar muy lindo, se lo elogié y ella se lo quitó y me lo colocó sin conocerme, me dijo que estaba elaborado a mano. Al final de la visita la busqué para devolverle el collar y con un gesto de bondad me dijo que lo tomara como un obsequio. Cuánto sentí no tener dinero suficiente para haberle compensado por el regalo que me hiciera, aún lo conservo y realmente es una prenda preciosa. Me compré otro boleto de tren por dos meses y por el mismo precio (50$), el boleto anterior ya había caducado, realmente fue un verdadero regalo viajar tanto, por tan poco dinero. Y así continué mi viaje mi viaje por Brasil, próxima parada Ouro Preto. Me recomendaron visitar a Ouro Preto (Oro Negro) por su sabor colonial, está en el Estado de Mina Gerais, a una distancia de 93 km de Belo Horizonte. 93
Tiene muchas iglesias al estilo barroco, capillas y oratorios. Realmente valió la pena ir. Como ya tenía el boleto del tren, era la oportunidad de visitar a Brasilia, la nueva capital de Brasil que está ubicada en el centro de Brasil, Antigua iglesia de San Francisco, asentada sobre una Ouro Preto. Brasil. meseta. En 1987 fue declarada por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad, siendo la única ciudad construida en el siglo XX que recibe ese honor. Está a una distancia de Río de unos 950 km y se comunica con todas las ciudades de Brasil por medio de amplias autopistas y con Sao Paulo y Río por tren. La maqueta de la ciudad tiene la forma de un aeroplano, allí todo es muy distante. Brasilia está ubicada en una llanura de la selva y de noche pareciera que la rodeara un lago. Una señora que estaba esperando el bus me sugirió que me fuera con ella a su casa y allí me alojó. Ella trabajaba en el Congreso y al día siguiente me llevó a conocer las dependencias gubernamentales. Luego de conocer los lugares más emblemáticos de la ciudad y después de agradecerle sus atenciones y alojamiento desinteresado, me regresé a Sao Paulo. En el trayecto del viaje de regreso un pasajero que llevaba una caja de chocolates la compartió conmigo, un curioso detalle porque siempre me han gustado mucho los chocolates. Ya en Sao Paulo debía 94
programar mi viaje para visitar a Chile. Tenía información sobre un tren que atravesaba el Mato Grosso para salir a Bolivia. El tren debía salir el día miércoles, no sé por qué razón salió antes de la hora prevista y como no queríamos perderlo, me uní a cuatro pasajeros y alquilamos un taxi para seguirlo a la próxima estación donde debía recoger carga. Llegamos antes que el tren, el chofer iba a una velocidad de 120 km/ hora, realmente fue una aventura. Cuando subimos al tren nos pareció increíble haberlo logrado. Con el poco tiempo que pasé en Brasil ya podía entenderme con su gente. Su idioma es tan dulce como ellos y me resultó fácil su comprensión y hablarlo. El tren llevaba 20 vagones y en plena selva dos de ellos se descarrilaron, pasamos ese gran susto, sucedió en horas de la tarde, así que tuvimos que pasar la noche en la selva. Algunos pasajeros bajaron para dormir en tierra y otros nos quedamos a dormir en el tren. Hacía mucho calor y una nube de zancudos nos cubría. Al amanecer, gente de un pueblito relativamente cercano nos trajo comida y al fin entre todos pudieron alzar los vagones y continuar nuestro viaje. Al llegar a Bolivia me enteré qué habíamos viajado en el tren denominado “tren de la muerte”. Es un tren que lleva contrabando y todo lo demás. Pasé por Santa Cruz y bajé de nuevo a Buenos Aires. Todo esto me lo podía permitir porque tenía el boleto de tren de dos meses de duración. Me quedé unos días en Buenos Aires, aún tenía lugares por ver, como el Teatro de la Opera. Yo pensaba que Beatriz, la amiga argentina que conocí en Londres vivía en Mendoza, pero resultó ser que vivía en Rosario y me quedé con el deseo de visitarla, porque ya había tomado el tren para Mendoza. 95
Traigo de nuevo a colación el Aconcagua. Este tren que atraviesa la cordillera fue uno de los últimos viajes que hizo, fue una pena para todas aquellas personas que al igual que yo querían hacer ese viaje para atravesar la cordillera andina. Al llegar a Chile sólo sabía que el presidente Allende había muerto, pero no estaba enterada de los pormenores y mucho menos que había toque de queda. Una vez que llegué a Santiago busqué la dirección que Julia me había dado en Río. También los chilenos son muy hospitalarios, su amiga me recibió sin ningún temor, pero me dijo: “cuando venga esta noche mi novio, que es militar, te voy a presentar como una amiga de muchos años”, yo no sabía que a todos los extranjeros los tenían recluidos en el Estadio Deportivo de Santiago. La vida era normal en la ciudad hasta las cinco de la tarde cuando comenzaba el toque de queda. En la capital había toque de queda, pero en la provincia todo parecía normal. Los que tenían autos se ofrecían a llevar a las personas que estaban en las paradas de buses. Yo decía que iba a Ñuñoa y me llevaban. En Santiago pude visitar todos los lugares interesantes que había que ver, entre ellos recuerdo el Monte de Santa Lucía, el río Mapocho que atraviesa la ciudad y otros sitios emblemáticos de la capital. En el Museo de Antropología vi algo que no conocí en ningún museo de Europa, en una galería había una muestra de esqueletos de simios (monos), desde el más pequeño hasta el más grande, tan grandes como un hombre. Era el mes de noviembre de 1973. En esa casa donde llegué fue donde sentí la presencia de mi papá, eran 96
las siete de la mañana, él estaba parado en la puerta del cuarto donde yo dormía. Efectivamente mi papá murió el 17 de noviembre de ese año. El tiempo se encargó de confirmarme esa noticia. Cómo desearía ver a mi padre hoy y darle las gracias por todas sus sabias enseñanzas, entre ellas amar a la naturaleza, a los animales, a las personas y sobre todo al mar. Me inculcó que no debemos amar el lujo, sino las cosas prácticas, también me dijo que no vale decir cuánto tuve, sino cuánto tengo. Me enseñó a hacer amistades, a ser amigable, a visitar y honrar a la familia, a los enfermos, a consolar a las personas que han perdido a un ser querido, a ser generosa porque él también lo era. Me enseñó a obtener logros mediante el trabajo, con esfuerzo y disciplina. El casi nunca me dijo frases amorosas, pero con su ejemplo, cuidado y atenciones nos demostró cuántos nos quería. Con la muerte del presidente Allende ya los extranjeros que ingresaban al país no tenían que pagar la tasa de 10$ diarios, así que pude quedarme más tiempo de lo previsto. Viajé hasta Valdivia, en la estación conocí a una señora que me ofreció su casa y allá me quedé, me llevó a conocer la ciudad. Mientras estábamos en un parque con una laguna de lotos, en la ciudad estaba temblando. Tanto en Chile como en Japón son frecuentes pequeños movimientos sísmicos. Al despedirme de ella, como no tenía ningún recuerdo que dejarle, le regalé el collar que el anciano judío de Río me había obsequiado.
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Vista de Viña del Mar. Chile
Visité Pomaire, Temuco, Valparaíso y Viña del Mar, ciudad de veraneo, famosa y preciosa. Entré al mar con la intención de bañarme, pero el agua es muy fría, debido a la corriente de Humboldt que pasa por allí. Quise ir a Isla Negra para visitar al poeta Pablo Neruda, pero no estaba permitido. Tal vez estaba prohibido en ese entonces debido a sus inquietudes políticas y manera de pensar. Me conformé con recordar sus primeros poemas, como aquel que dice: “desde el fondo de ti y arrodillado un niño triste como yo nos mira...” Igualmente, me acordé de Lucila Godoy, más conocida por Gabriela Mistral. No fui a su pueblo natal, pero la recuerdo con gran admiración y aprecio. En Santiago hice amistad con una joven chilena que estudiaba en la universidad y me había ofrecido llegar a su casa en Punta Arenas, la ciudad más austral de Chile. Mi deseo era llegar hasta el Estrecho de Magallanes. Tomé el tren para Puerto Montt, lugar donde zarpan los barcos hacia la parte más austral. A medida que iba bajando, el paisaje era cada vez más
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hermoso. Nunca pensé que el sur de Chile fuera tan bello. Al llegar a Puerto Montt busqué un convento y fui a pedir alojamiento, pero las religiosas tuvieron temor de recibirme, debido a la situación política que atravesaba el país, entonces me enviaron a una residencia de estudiantes universitarios. Felizmente ahí había una litera disponible. En la habitación estaba otra estudiante que me recibió muy bien y me ofreció su casa en Santiago. Después de conocer la ciudad, me informaron que el barco que saldría para Punta Arenas estaba anclado en la isla de Chiloé un poco más al sur. Le dije a la señora de la residencia que continuaría mi viaje, al llegar a Chiloé me informaron que el barco cargaba hombres, que en su mayoría iban a Punta Arenas a esquilar ovejas. Sentí dentro de mí un gran desconsuelo por no realizar este anhelado viaje, pero no podía arriesgarme a esta aventura en esas condiciones, así que resignadamente me regresé a Puerto Montt. La señora de la residencia no estaba cuando llegué. A su regreso le informaron que yo había vuelto y estaba dormida en la habitación. No sé cuántas horas pasaron, pero de repente alguien encendió la luz, preguntó por mi nombre, abrí los ojos, y frente a mi estaba un agente de la policía chilena alto, blanco y muy bien parecido. Comenzó a hacerme un interrogatorio exhaustivo, me pidió mi agenda con las direcciones de todas las personas que conocía en Chile, empezó a interrogarme y a pedirme información detallada de cada una de ellas y sobre qué había estado haciendo en cada lugar de Chile que había visitado. Al rato me hizo las mismas preguntas y le respondí igual. Pudo darse cuenta de que en verdad 99
yo estaba en Chile por razones de turismo y no por ningún otro motivo. Me pidió que le mostrara mi abrigo, lo revisó por dentro y por fuera, que le mostrara el dinero que llevaba, todo esto dentro del mayor respeto y gentileza. Al final me pidió disculpas, deseándome una feliz estadía en su país. Yo estaba temblando y cuando se marchó comencé a llorar, debido a la presión a la cual estuve sometida.
Vistas del sur de Chile
Julia me dijo que había sido la dueña de la residencia quien había llamado a la policía para informar sobre mi permanencia como extranjera. Toda la cuadra estaba rodeada de policías, yo seguí temblando y sin poder dormir. Me preguntaba: ¿cómo era posible que esa señora hubiera actuado así?, al amanecer empaqué las pocas cosas que tenía; me estaba esperando para 100
pedir disculpas. Según ella, se vio obligada a hacerlo en vista de la situación del país. Yo no tenía la menor idea de cómo estaba la situación en Chile, sólo sabía que estaba allí porque quería conocerlo. Era mi oportunidad y no la iba a despreciar. Ella con un gesto de mucha amabilidad me sirvió desayuno, nos despedimos y me marché. Tomé el tren de regreso a Santiago, todavía sentía mucho miedo. Una vez en Santiago fui primero a visitar a los padres de Julia. Al saber que venía de su parte se alegraron mucho y me preguntaron sobre su hija. Yo me sentía desconcertada de lo que me había pasado, me invitaron a descansar, después cuando entré en más confianza con ellos les comenté lo sucedido. El padre de Julia me dijo: “más bien deberías estar contenta de haber conocido Chile. Eres afortunada, ya que todos los extranjeros incluidos los turistas, están retenidos en el Estadio Deportivo de Santiago; en vista de la situación que está viviendo el país, es normal que te hayan hecho ese interrogatorio”. Esa conversación me tranquilizó un poco. En la tarde me despedí de ellos, agradecí su hospitalidad y me fui a buscar la dirección donde había llegado por primera vez en Chile. Una vez de encontrarlos les comenté lo sucedido y me respondieron lo mismo, que era afortunada por no estar recluida en el estadio. Querían que me quedara a pasar las Navidades en su casa, pero ya no quería estar más tiempo en Chile, deseaba irme pronto. Hice arreglos para viajar a Antofagasta para tomar el tren que me llevaría de vuelta a Bolivia, atravesando el desierto de Atacama. En Antofagasta me quedé una noche en la dirección que llevaba. Al día siguiente el tren saldría para Bolivia. 101
Mientras llegaba el momento de la partida, me encontré con un joven cubano, quien se puso a conversar conmigo, pienso que tendría muchos deseos de hablar con alguien para comentarle acerca de su vida, me mostró un paquete grande de billetes y me dijo: “fíjate, la cantidad de dinero que tengo y, sin embargo, no puedo salir de aquí”. Nos despedimos y los pasajeros comenzaron a subir al tren. Entre los pasajeros iban algunos indígenas bolivianos.
Paisaje del norte de Chile
El norte de Chile es diferente, comienza con la aridez del desierto. A medida que el tren iba avanzando, el paisaje era cada vez más peculiar. Comencé a ver las lagunas de sal matizadas de colores. El paisaje era único en su belleza y el desierto, inmenso. Me comentaron sobre el desierto, que a veces las personas creen que el lugar adonde van está cerca y comienzan 102
a caminar y si les sorprende la noche, con el frío y la arena que bate quedan petrificados. Una triste historia para muchos que se han aventurado en el desierto. Me había quedado dormida, cuando me desperté una indígena que iba a mi lado me dijo que le vendiera el collar que me había regalado la señora brasilera en el museo. Me dijo que iba para una fiesta de su comunidad y quería lucir ese collar. Con mucha pena le dije que no podía venderlo, porque era un regalo muy apreciado para mí. Se puso muy molesta y me dijo “vale más que te lo hubiera quitado cuando estabas dormida”. Al rato apareció el personal de aduana y empezó a recoger los pasaportes. El mío lo retuvieron por más tiempo y comencé a preocuparme, de nuevo sentí miedo, no sabía que pensar; al final lo regresaron y me tranquilicé. El tren había entrado en Bolivia, su próxima parada sería en Potosí. Era la oportunidad de conocer la ciudad más alta del altiplano y ver las famosas minas, de cuya plata están revestidos muchos altares de las iglesias de Bolivia, Perú, Ecuador y algunas de España y Portugal. Al llegar a Potosí me dirigí a un convento para pedir alojamiento. Después de identificarme con la Superiora me ofrecieron una taza con té de coca, tuve que acostarme de inmediato para irme acondicionando a la altura de la región. Me sirvieron la comida en el cuarto, me di un baño y luego me dormí.
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Imagen de Potosí. Bolivia
Al día siguiente comencé mi actividad turística en una pequeña ciudad que tiene tantas zonas coloniales que ver. Realmente estar en Potosí es volver a la época colonial. Hay varios conventos, casi todos de monjas de clausura, que sólo atendían a través del “torno”. Algunas hablaron conmigo y en todos los conventos me ofrecieron diferentes dulces fabricados por ellas. Había una cantidad considerable de iglesias y las visité todas. Llegó el momento de visitar las minas, por ser turista me atendieron muy bien, me bajaron en un ascensor y me explicaron cómo se trabaja actualmente en las minas. Al salir noté que era seguida por tres muchachos y les pedí que no me acompañaran. Ese fue otro pequeño mal momento. Mi tiempo de estar en Potosí había terminado. Me iba con el grato recuerdo de las monjas que me habían hospedado y de los dulces que me habían obsequiado. El recuerdo de sus 104
calles estrechas y empinadas, todo Potosí tiene un gran encanto colonial.
Indígenas Tarabucos. Bolivia.
Me esperaba Sucre, la capital de Bolivia, otra joya colonial, pero no tan bella como Potosí. Allí la gente es algo cerrada y siente cierto rechazo por el indígena. Me contaron que hasta el año 1940 no era permitido a los indígenas sentarse en las plazas públicas. Me llamó la atención notar que la gente, por regla general, no cocinan en sus casas, prefieren comprar la comida hecha afuera. Nuestra Señora de La Paz o La Paz, es la sede del gobierno ejecutivo. En Sucre me quedé poco tiempo, pero antes de irme fui a visitar a los indígenas Tarabuco. Tienen una vestimenta muy colorida y son aficionados al trabuco (una especie de flauta). Seguí mi viaje hacia La Paz, busqué allí al CENAFI, la residencia más económica para estar en la ciudad. Deseaba volver a tomar “api”, esa bebida caliente de maíz morado y canela que preparan los indígenas para calentarse. 105
Casi todas las noches soñaba con mi papá cosas desagradables, todas relacionadas con su muerte. Me sentí deprimida, fui a visitar a las monjas y recuerdo que me regalaron un par de zapatos que más tarde regalé en Lima, porque me quedaban apretados. La depresión no dejó de aparecer de vez en cuando durante mi viaje por el sur. Pensaba que debía regresar al Perú. Los últimos días del año 73 los pasé en La Paz y para comienzos del año nuevo (1974) retorné a Perú por el otro lado del lago Titicaca. Me quedé a descansar en un pequeño poblado, todo lo que encontré por esos lados eran indígenas. Al día siguiente ya estaba llegando a Juliaca. No recuerdo si de Juliaca a Arequipa se viajaba en tren, lo cierto es que tuve que hacer el viaje en autobús.
Monasterio de Santa Catalina. Arequipa. Perú
No me imaginaba que me esperaba una carretera más peligrosa que las que había conocido de Huancayo al Cuzco. Los voladeros eran realmente abismos profundos, muchas veces el autobús estuvo a punto de irse al fondo del barranco. Yo pensé que ya no llegaría a Lima, sorprendentemente al amanecer llegamos a 106
Arequipa. Dos jóvenes que hicieron el viaje conmigo me invitaron a quedarme en su casa, con ellas fui a visitar la ciudad. Me gustó mucho esta ciudad, también tiene mucho sabor colonial, el Misti al fondo realza a la ciudad. El convento de Santa Catalina era algo digno de visitar, allí las jóvenes pudientes ingresaban para hacerse monjas de clausura, pero como dato curioso les permitían que entraran con sus nodrizas y como ellas no podían salir, eran sus nodrizas quienes se encargaban de hacer las compras. Además de Arequipa fui a visitar una casa donde estuvo nuestro Libertador, Simón Bolívar. Fui también a una zona ubicada a las afueras de Arequipa y en el camino estuve a punto de ser asaltada por un muchacho. En ese momento iba pasando un carro y lo paré, le dije el peligro en que estaba y rápidamente me metieron al carro y así me pude librar del asalto. Otro susto más. Todo aquel que viaja está expuesto a cosas buenas y malas también. Mi tiempo en Arequipa había terminado y tomé el bus que me llevaría a Lima. Estaba escribiendo una tarjeta postal para mi padre, cuando escuché una voz al oído que me dijo: no la escribas, porque tu padre está muerto. Yo sentí mucho miedo y le dije a la señora que estaba a mi lado, que tenía el presentimiento de que al llegar a Lima me encontraría con la noticia de que mi padre había muerto. Durante ese viaje por el sur todas las semanas envié postales a mi familia para darles noticias mías, pero no recibía noticias de mi casa, ya que no tenía un rumbo fijo. Como llegamos temprano a Lima, la señora me llevó a su casa para esperar a que aclarara el día. Volví a la casa adonde me había alojado por primera vez. 107
Después de una larga conversación me dieron la noticia de la muerte de mi padre. Justo en esos días en que se me apareció en la puerta del cuarto de la casa donde había llegado en Santiago de Chile. Después de un largo viaje que inesperadamente se había prolongado, estaba en Lima, en el calor de una familia que me trató como si fuera un miembro de ellos. Compartimos horas muy lindas, pude conocer más a fondo a Lima y a sus gentes. Tenía la oportunidad de ir a las misiones de la selva. Comencé a madurar esa idea y a movilizarme sobre el asunto, fui al Concejo Municipal buscando información exacta sobre las misiones. Me presentaron al doctor Aguilar, un médico que trabajaba allá y también en el Concejo Municipal, le comenté mi interés en ir a las misiones en la selva y le pedí que me orientara e indicara a qué institución me debía dirigir para lograrlo. Me dijo: ¿por qué quieres ir a la selva, si allí hay tantos peligros? De todas maneras, si realmente quieres ir te sugiero que vayas al Palacio Arzobispal. Y así empezó todo. Muy cerca del pueblo, las misioneras Dominicas del Rosario tenían un internado. Su edificación era mucho mejor de lo que yo pensaba. La sede era un pequeño edificio de dos plantas construido para un internado. Como a 50 metros estaban las dependencias del comedor, la cocina y un cuarto grande donde se alojaban los padres de los indígenas internos. Cuando llegué estaba Miriam esperando, las dos íbamos a encargarnos del internado que para ese entonces contaba con 19 jóvenes indígenas que asistían a escuelas técnicas. 108
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En la Misión de Pto. Maldonado. Perú
Cada uno de ellos tenía su encanto y todos en conjunto algo en común: “no querían ayudar en nada”, me decían: “nosotros somos hombres y no podemos hacer esas cosas de mujeres”. Los primeros días en la selva fueron muy fuertes, poco a poco una se va adaptando. Lo más desagradable es la nube de zancudos que aparecía al caer la tarde. Miriam comenzó a ser víctima de ellos, ya que tenía la piel muy blanca y comenzó a llenarse de picaduras por todas partes. Llegó un momento en el que ya no podía soportar más, porque las picaduras se le infestaron. Su madre vino por ella y así terminó su experiencia en la selva. Me quedé sola mientras llegaban otras misioneras. Había una joven indígena que ayudaba, pero no era suficiente. Yo estaba muy contenta de estar haciendo ese servicio, ya los conocía bien a cada uno de ellos y trataba de hacer mi labor con mucho amor, porque esa era mi oportunidad. Cada uno era especial, Gabriel era el más salvaje de todos y tenía su encanto, decía que me quería mucho. Cuando yo iba a revisar las camas le preguntaba: Gabriel ¿por qué tu colocas la sábana de esa manera?, me decía que así se hacía en su tribu 109
y cuando llegaron las vacaciones le dije: Gabriel, llévate los zapatos y él me dijo: ¿para qué me los voy a llevar si en mi tribu caminamos descalzos? Había otro joven llamado Mateo, realmente era un artista por naturaleza. En una oportunidad con un pedazo de tiza hizo la imagen de Jesucristo, igual a las estampas que venden en todas partes. Recuerdo a Camilo que era de la tribu de los Machi Gengas. Era muy fino en todo, le decía a los demás: “ustedes no valoran la comida que hace Lucía”, todos ellos me llamaban así, por mi segundo nombre. Era 1974, los días transcurrían gratos y llenos de sorpresas. Descubrieron que yo sentía miedo por las serpientes y cuando apareció una, la mataron y colocaron en la puerta de mi cuarto. Camilo me decía: no salgas porque hay una serpiente en la puerta de tu cuarto, yo les decía: “no habrá comida hasta que ustedes no la quiten”. En una ocasión me quemé los pies y tuve que andar descalza. Cuando iba hacia la cocina estuve a punto de ser mordida por una serpiente venenosa que no tiene antídoto. En ese lugar el monte crece rápidamente, todas las semanas había que cortarlo. Un día estando en la cocina, de repente miré hacia un lado y había una “naca naca”, una serpiente muy bella por sus colores: rojo, amarillo, blanco y negro, pero mortal. Como la cocina tenía dos puertas, me salí por la otra puerta y comencé a gritar, me subí a la parte alta y esperé a que viniera alguien a matarla, al fin llegó un fraile le dio un golpe en la cabeza y se la llevó. Este fraile tenía en su cuarto una boa pequeña viva y a veces se la ponía sobre el cuello. En otra oportunidad estábamos sentados a la mesa y saltó al comedor una serpiente verde que llaman “voladora”. Yo quise 110
superar ese miedo por las serpientes, pero aún persiste en mí. Fuimos a visitar a un matrimonio joven de misioneros y de repente en el camino miré algo de color rosado que se atravesó en la vía, cuando me detuve vi que se trataba de una serpiente coral. Me dije: esta es mi oportunidad para quitarme el miedo, pero no fue así, no sabía qué hacer, si pasar por encima de ella o regresarme. La miré fijamente y ella se fue por el monte. Muerta de miedo me regresé, le pregunté a los chicos si de noche se distinguían las serpientes y me dijeron que sí, que brillaban, pero era mentira. Y pensar que yo había caminado tantas veces sola por el monte que separaba al pueblo de la misión. Después de saberlo sentía mucho miedo. Al lado estaba el cementerio donde decían que está enterrado el Che Guevara, yo pasaba de noche y sin embargo no sentía miedo, pero a las serpientes si les temía y mucho. Fuera de las serpientes había algo que me mantenía cautivada y enamorada de la selva: para mí era un espectáculo ver la salida de la luna llena, era algo bellísimo. Sobre el río comenzaba a aparecer un punto brillante que cada vez iba creciendo más y más, hasta que se hacía la luna inmensa que se reflejaba en el agua del río. Un día iba pasando una embarcación fue muy fantástico presenciar cómo se reflejó el destello de la luna sobre la embarcación. Cada vez que entraba la luna llena yo estaba pendiente de ese espectáculo. Me ponía mis botas altas y me acercaba lo más que podía. Ellos también estaban pendientes y me decían: “apúrate Lucía que ya va a salir la luna”, en realidad fueron detalles particulares y hermosos muy difíciles de olvidar.
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Recuerdo que un domingo bajamos por el río Madre de Dios que está a las orillas de las misiones, fuimos a dar un paseo y en la tarde cuando nos disponíamos a regresar se presentó una tormenta de repente y no pudimos salir, tuvimos que quedarnos a dormir a las orillas del río. Entre los misioneros había Familia indígena de la selva peruana uno joven que para matar a un cocodrilo se tiraba encima de él, tuvimos que dormir bajo un techo improvisado, expuestos a las serpientes y a los cocodrilos. Al amanecer nos dimos cuenta qué era zona de cocodrilos porque había huevos en la playa. Quedé tan impresionada por esto que nunca más volví a bajar por el río. En la selva hay muchos peligros y cosas que afrontar. A dos misioneras que estaban en la Misión de Timpia se les apareció un tigrillo. Lo recomendable en esos casos es no correr, y a una comadre que me hice allá, la cual vivía más adentro, me comentó que le había pedido a su hijita de cinco años que fuera al río a buscar agua, la niña a su regreso del río le comentó que había visto un gato muy grande. Yo le dije que no la mandara más al río a buscar agua, porque eso que la niña vio no era un gato, era un tigrillo. Ella me decía: no tengo a nadie más para que vaya a buscar agua al río. Los hombres indígenas sólo se dedican a 112
pescar. La vida de una indígena yo la considero muy triste, realmente son unas esclavas. Otro día vino la comadre a visitarme, traía sobre su espalda un saco de yuca y su marido venía adelante con las manos vacías. Aquello me pareció tan injusto e inhumano. Ella me dijo que esas eran sus costumbres. Yo le pedí que por favor no volviera a traernos yuca a la misión, lo hacían por colaboración porque tenían un hijo en el internado. Me impresionó mucho saber que cuando la indígena da a luz sus hijos, está expuesta a un tipo de serpiente que al sentir el olor de la leche materna y cuando la madre duerme le pone al niño su cola en la boca y le succiona la leche del pecho de la madre. En casos aislados, los buenos maridos vigilan por la noche a la mujer. Como viven en chozas, las serpientes entran por cualquier parte. En algunos casos, el niño toma un color cetrino y es cuando la madre se da cuenta que han sido víctima de la serpiente, tanto ella como su hijo. Héctor, un indígena me comentó que estuvo a punto de ser estrangulado por una boa. Él se había metido en un charco de agua (ellos lo llaman cocha) y de repente sintió que algo le rodeaba los pies y luego las piernas y cuando empezó a subir más arriba se dio cuenta que era una boa que lo estaba enrollando. Providencialmente en ese momento alguien salió de la choza y cuando lo vio en esas condiciones rápidamente buscó un rifle y apuntó a la boa tan certeramente que la serpiente empezó a salirse del cuerpo de Héctor. Este comentario me impresionó mucho. Creo que estos cuentos de serpientes son insólitos, ¡pero tan reales! En esta narración también quiero destacar y alabar la belleza de la selva, sus días de lluvia, que cuando 113
ocurren pueden pasar hasta siete días seguidos y entonces los aviones no vienen, porque la pista es de tierra y no pueden aterrizar. Para salir a comprar algo al pueblo yo me ponía mis botas y un impermeable, porque me gustaba caminar bajo la lluvia. Cuando no llovía había un cielo tan azul y por las noches estaba poblado de estrellas, todo un poema. En medio de ese gran calor que hace, hay dos meses frescos al año (mayo y septiembre) por el paso de los vientos alisios. La temperatura baja por varios días y hay que tener cobijas gruesas. Me tocó pasar un temporal, comenzó a las nueve de la noche y duró hasta el amanecer, yo pensé que todo estaría en el suelo, pero como esto sucede con frecuencia, las casas y las chozas las fabrican de tal manera que no son afectadas por el paso del vendaval. Por esa zona también pasan manadas de sachavacas (mamífero conocido también como danta o tapir), que cuando pasan arrasan con todo, afortunadamente no me tocó presenciarlo. Los meses fueron pasando con rapidez. En Perú las clases comienzan los primeros días del año. Llegó la época de vacaciones y yo viajé a Lima. Como ya me había acostumbrado a la selva, a pesar de que la depresión no dejó de azotarme de vez en cuando, sentí algo muy extraño cuando llegué a Cuzco, lugar donde me quedé una noche para tomar otro avión al día siguiente. No quería estar allí, sentí dentro de mí el deseo de regresar a la selva. Sentí una nostalgia tan grande por el lugar que había dejado y las monjas trataron de calmarme diciéndome que pronto volvería a regresar. Como el avión iba a hacer escala en Ayacucho, decidí quedarme y abordar el próximo avión.
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Mi poncho peruano
Quería ver de nuevo la ciudad, el campo de batalla. Allí me compré un poncho que años después lo usé en las épocas de invierno en Europa. Cada vez que me lo ponía llamaba mucho la atención, es una pieza de vestir que gusta mucho a la gente.
Al llegar a Lima volví a la casa donde hice los cursillos previos a la misión, fui a visitar a la familia De La Cruz, donde me había alojado en Lima por primera vez. El doctor Aguilar supo de mi llegada y fue a visitarme. Para esa época conocí a un grupo de personas que conformaban un movimiento espiritual apoyado en la filosofía oriental, llamado Misión de la Luz Divina/Elan Vital. Me llamó mucho la atención todo cuanto decían, sus palabras me resultaban gratas, sonaban como música para mis oídos y satisfacían gran parte de mis interrogantes. Esta secta fue fundada en Delhi en 1960. Anunciaban la paz universal. Creen que Jesucristo fue un gran maestro, practican la meditación y la visualización, entre otras técnicas para lograr la paz interior. Se exige una sumisión total a la palabra del dirigente y se fomenta el culto a la personalidad del jefe religioso (El Gurú Maharaji). Durante el tiempo que permanecí en Lima acudí muchas veces a sus reuniones. Luego, llegó el día en que debía regresar a la selva. Yo me sentía contenta de volver a la selva, todo cuanto había dejado allí me esperaba, eso me proporcionaba gran alegría y 115
felicidad. Los chicos estaban contentos de volverme a ver. Para ese tiempo algunos árboles ya tenían flores y las lluvias habían pasado, pero un calor sofocante se sentía en el ambiente. Recuerdo que un día trajeron a una indígena con vómitos y diarrea, yo la veía tan mal que pensé que moriría, estaba muy delgada y desnutrida, la llevaron al hospital del pueblo y para sorpresa de todos al día siguiente había dado a luz un niño. No me explico cómo ese niño pudo formarse en una persona en tales condiciones. Otro día vino un abuelo indígena con unos gemelos, la madre había muerto. Yo trataba de consolarlo, pero estaba muy triste y lloraba mucho, yo pensé dentro mí ¡los indígenas son tan humanos como nosotros! En Puerto Maldonado tuve conocimiento sobre la enfermedad denominada leishmaniasis, producida por un parásito que afecta la piel, la cual deja importantes secuelas hasta que el tejido termina necrosado. Recuerdo a una joven indígena muy linda que trajeron, tenía la enfermedad en una pierna. El gobierno alemán para ese entonces donaba a las misiones unas inyecciones, por cierto, muy dolorosas, para atenuar los efectos del mal. En la misión vivían dos matrimonios misioneros, una pareja joven y un matrimonio español menos joven, de apellido Cerveró, que llevaban años en la misión. Los Cerveró, en ocasiones, me invitaban a compartir y ver documentales y películas. Sólo teníamos electricidad a partir de las seis de la tarde hasta las diez de la noche. Un día, para mi sorpresa, a mitad de la película apareció en la pantalla el fraile con la serpiente que había visto en la cocina, yo les dije: “esa es mi serpiente” y pregunté que habían hecho con ella, me 116
respondieron que la piel la habían enviado a España, porque era muy original. El tiempo transcurrió y comenzaron los preparativos para una fiesta importante del Vicariato, habían invitado a unas misioneras de México. Yo hablé con el Obispo y le manifesté que deseaba que tanto mi madre como mi hermana menor vinieran a visitarme, él me dijo que sería muy oportuno que vinieran para la fiesta que se iba a celebrar. Escribí a mi madre y pronto recibí respuesta donde me decían que empezarían los preparativos para el viaje. Un día fuimos de visita a una misión al otro lado del río, allí tuvimos que quedarnos. En la mañana visitamos la capilla y recuerdo que cuando miré hacia arriba, enormes arañas colgaban de las telarañas, siempre he sentido terror por esta especie de insectos. Esa noche no me fue posible dormir. Aunque contábamos con una bomba para extraer el agua, a veces no había suficiente y para los indígenas era una grata noticia, porque era una oportunidad para ir a bañarse al río, cuestión que para mí era motivo de preocupación, porque con frecuencia aparecían boas dentro del río. Cuando no regresaban pronto yo me iba hasta allá para pedirles que se salieran. Ellos caminaban y saltaban sobre las piedras como monos, esto me inquietaba mucho, cuando al fin salían me quedaba tranquila. Algunas veces los padres de los chicos venían de la selva adentro y se hospedaban en la misión, ellos no hablaban nada de español, se expresaban y pedían cualquier cosa por medio de sus hijos. El tiempo fue pasando y se aproximaba la fecha de la celebración relacionada con motivos religiosos, ya para entonces tuve noticias de mi madre y hermana menor, venían 117
en un barco de una línea italiana. Mi amigo, el doctor Aguilar se encargó de buscarlas en el puerto de El Callao y después se hospedaron en casa de la familia De La Cruz, quienes gentilmente me alojaron en Lima. Igualmente, algunas de las misioneras de México y otros invitados también llegaron a Lima. Yo tenía mucha ilusión de volver a verlas. Los invitados fueron llegando en sus respectivos vuelos. Felizmente no era época de lluvias. Mi hermana había crecido, estaba alta y bonita, ya tenía 15 años. Conocí a las misioneras mexicanas, varias de ellas me dieron sus direcciones en México. Todos estaban muy contentos y agradados por la invitación, pronto regresaron a su país de origen. Mi madre y mi hermana se quedaron más tiempo, las llevamos a pasear por diversos lugares y sitios turísticos que ya había visitado; estaban impresionadas con el verdor de la flora silvestre y el límpido azul del cielo en la selva. El Obispo me dio permiso para acompañarlas. En Cuzco hacía mucho frío y ellas no estaban acostumbradas al frío. Volví al lago Titicaca, me quedé sorprendida de cómo mi madre pudo soportar la altura con tanta normalidad, regresamos al Cuzco para visitar Machu Picchu. Ya no sentí la misma emoción que experimenté la primera vez que vi el lago y las cordilleras de Machu Picchu, más que todo recordé el gran susto que había vivido en ese lugar. Regresamos a Lima, después que el doctor Aguilar nos llevó a diferentes sitios, fuimos a visitar al sacerdote Luna Victoria, a quien había conocido en Londres. Un día nos invitaron a almorzar en la casa de la misión. Las familias donde llegamos siempre fueron muy amables con nosotras. Había que esperar que el 118
barco regresara del sur de Chile para que ellas volvieran a Venezuela. Aproveché para que se llevaran lo que realmente no necesitaba, ya que mi deseo era visitar Centroamérica y México antes de regresar al país. La despedida fue triste, no es fácil decir adiós a nuestros seres más queridos, me quedaba sola y debía regresar a la selva. Los chicos y todos allá me esperaban. La selva tiene su encanto, yo diría que tiene magia, pero también encierra muchos riesgos. Después de pasar tiempo viendo sólo el verde del contorno y el azul del límpido cielo, se siente nostalgia de dejarla. La rutina de atender el internado siempre fue grata para mí. Esa fue la gran oportunidad de compartir con gente auténtica y realmente pura, como lo es la selva, seres que viven en comunión constante con la naturaleza, que no son víctimas de la sociedad de consumo, que son tan humildes que sin darse cuenta se limitan a comer sólo lo que tienen: arroz, plátano, yuca, castañas, frutas, carne de monos y pescado, no están acostumbrados ni a la sal ni al azúcar. Sus viviendas, las chozas, son fabricadas por ellos mismos. Su vida no es tan complicada como la nuestra. Si no fuera por el clima inclemente y la amenaza de algunos animales salvajes, yo diría que es un paraíso. Todos tenían su encanto. Uno de ellos se fue al pueblo y compró un frasco de agua oxigenada y un cinturón con dos pistolas de juguetes, se pintó el cabello de amarillo y me vino a preguntar si le había quedado bonito. Luego vino con las dos pistolas en la cintura y me dijo: “te voy a matar y empezó a reírse”. Detalles como estos dejan ver la pureza que hay en ellos. Expresan lo que sienten. Convivir con los peligros que guarda la selva los hace valientes. Yo diría que nos 119
llevan la delantera. Estaba llegando el final de mis días en la selva. El Obispo estaba muy contento por la labor que había brindado a los nativos, y yo, aunque triste, estaba tan agradecida de Dios por haberme permitido compartir un poquito más de mi vida con gente, tan pura y tan bella. En medio de todo lo atareada que siempre estaba, con tantas obligaciones, la depresión no dejó de visitarme también en la selva. Siempre traté de concentrarme en las cosas que tenía que hacer. Algunas noches iba a visitar al matrimonio de misioneros ancianos para pasar un rato distinto. Aunque llevaba una linterna siempre tenía precaución con las serpientes. Los meses fueron pasando y se acercaba el final de mi compromiso de dos años de servicio en las misiones. Hoy, al escribir estas páginas los recuerdos gratos de esos años afloran en mi mente y todavía siento nostalgia de ese lugar. El Obispo me pidió que al finalizar los dos años, me quedara un poco más para atender a un grupo de maestros que venían de la selva adentro y hacían estudios de Normal sólo durante el período vacacional. Como en realidad yo no quería dejar la selva, me sentí halagada con esta petición y contenta de quedarme. En los últimos días, al terminar el año escolar, finalizado mi compromiso tuve que hospitalizarme, el corazón me latía demasiado rápido. Tuve que guardar reposo absoluto, ni siquiera para ir al baño me movía. Había una monja que era enfermera en el hospital y se encargó de atenderme. Las misioneras tenían miedo de que se tratara de una angina de pecho. Así permanecí hospitalizada varios días. Cuando regresé a la misión los chicos ya habían regresado a sus tribus. Sentí mucha tristeza no haberme despedido de ellos. 120
Me grabaron un cassette donde cada uno de ellos me agradecía y pronunciaban palabras de despedida. La cinta decía: “Para Lucía y su luna”. A los pocos días regresé del hospital donde me dijeron que el clima de la selva no me era favorable, empezaron a llegar otros nativos, todos eran padres de familia que estaban sacando su título de Maestros Normalistas. Regresé a Lima con el corazón hecho pedazos, volví a la sede de la misión en Lima. En Perú me quedaron algunos lugares pendientes de visitar: el Callejón de Huaylas y el gran pico nevado de Huascarán. En la misión me habían dado una carta de constancia sobre la labor realizada como misionera. Regresé a Lima y preparé viaje para navegar por el río Amazonas. De paso por Pucallpa (llamada tierra Cerro de la Bella Durmiente. Perú roja) tuve la oportunidad de ver un jardín lleno de enormes pavos reales y contemplar la Bella Durmiente (cerro configurado con esa forma). Esa noche fui a dormir a un convento de monjas misioneras. Me ubicaron en una cama con un colchón de paja, al día siguiente cuando el sacerdote vino a buscarme para llevarme al puerto, estaba muy apenado de que me hubieran puesto a dormir en esas condiciones. De todas maneras estaba agradecida de haber dormido en un lugar seguro. El me llevó al puerto y habló con el capitán del barco para que yo viajara con seguridad 121
hasta Iquitos. El capitán dijo que no me preocupara, que también su hija iba en el barco y que compartiría con ella el camarote. Comenzamos a navegar sobre el río Ucayali. El servicio de agua potable era muy limitado y el capitán llevaba varias cajas de botellas de refrescos para suplir la escasez del agua. Me dijo que todo estaba a mi disposición. El barco iba parando en las orillas del río, en pequeños puertos improvisados para bajar y subir pasajeros y comida. Todos eran nativos. El agua del río era de color gris y estaba llena de pirañas, peces que tienen una dentadura tan afilada que en cinco minutos pueden devorar a una persona. Se me advirtió de ese peligro. No recuerdo cuánto tiempo tardamos en llegar a Iquitos, pero sí que el capitán dijo que a medianoche estaríamos en la confluencia de los dos ríos Ucayali y Marañón, que forman al gran río Amazonas. Justo a las 12 de la noche estábamos entrando en la unión de ambos ríos y arriba había una radiante luna llena. Era realmente maravilloso e inolvidable el espectáculo que estaba contemplando.
Río Amazonas, crecido por las lluvias.
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Al día siguiente llegamos a Iquitos, una ciudad que está bajo el nivel del mar. Me hospedé en casa de un matrimonio de misioneros, una anciana romántica y él un hombre todavía enamorado de su esposa. Mi llegada fue un motivo de alegría para ellos. Con la señora Noelia fui a visitar las pocas cosas que había que ver, entre ellas una casa diseñada por el mismo arquitecto que diseñó la Torre Eiffel en París. Como quería ver al río Amazonas en su mayor anchura, viajé hasta la última misión que tiene el Perú a las orillas del río. A medida que avanzábamos, el río se hacía más imponente. Era la época en que estaba crecido. El calor tan intenso que hacía en Iquitos me obligaba a bañarme cuatro y cinco veces al día. No
sé
cómo pude Vistas de Iquitos. Perú soportar esa temperatura después de lo que me había dicho el médico en el hospital. En un clima como ese no hubiera podido mejorar pronto de las dos quemaduras que sufrí en la selva. En el primer año me quemé los pies con agua caliente y como tenía que andar descalza estuve a punto de ser mordida por una serpiente que muerde por la cola y por la boca (naca naca) y cuyo veneno es mortal. El segundo año me 123
quemé en un brazo, con aceite hirviendo, la quemadura fue de tercer grado. La misma monja que me atendió en el hospital venía a curarme todos los días, las curas eran muy dolorosas, debía tener mucho cuidado con la nube de zancudos que aparecía cada día a las seis de la tarde. Mi estadía en Iquitos llegaba a su final, fueron muy amorosos conmigo. Regresé a Lima por avión, sobrevolando la selva norte del Perú. Una vez instalada donde la familia De La Cruz, hogar que me acogió con gran cariño, en una cálida mañana limeña, un pariente de la familia me pidió que le acompañara a la exhumación del cadáver de su suegro, quien había sido escritor y lo iban a trasladar a una cripta. Yo, que siempre fui asidua visitante de museos, bibliotecas, zoológicos y cementerios, acepté de buen agrado acompañarla; era algo excepcional por lo cual siempre tuve curiosidad. El sepulturero comenzó a trabajar y, de repente, apareció la destartalada urna que aún conservaba el cadáver en su forma rígida; del smoking que llevaba el señor todavía se conservaba el chaleco casi intacto, las uñas le habían crecido considerablemente, igualmente la barba. Era impresionante ver aquello. Al colocarlo en una pequeña urna aquel cadáver se convirtió en un montón de huesos, luego fue depositado en su nuevo lugar, nos miramos ella y yo y me agradeció profundamente que la hubiera acompañado a ese acto que, según ella, no todas las personas tienen el valor de llevarlo a cabo.
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Cuarto del rescate del Inca Atahualpa. Cajamarca. Perú.
Una vez en Lima preparé viaje para visitar San Antonio de Cajamarca. Allí había dos cosas interesantes: las aguas termales que disfruté y el sitio donde fue capturado por los españoles el inca Atahualpa, allí conocí el cuarto con la marca hasta donde él, según la historia, llenó de oro bajo la promesa de que no lo matarían los españoles, pero una vez puesto el oro en ese lugar, lo ataron a un caballo y lo arrastraron por las calles hasta quedar completamente destrozado. Comentar sobre este hecho llena de gran tristeza mi corazón, ¡cuánto daño, a través de la historia, ha hecho el hombre al hombre por satisfacer sus ambiciones! Aún tenía pendiente visitar la región peruana del norte, quería visitar a un ser muy querido en Chiclayo “la ciudad de la amistad”, donde brilla esa luna cantada en uno de los poemas de Andrés Eloy Blanco. Antes de salir fui a visitar por última vez al sacerdote Luna Victoria. Como iba para el norte me dio unos 125
regalos para llevarlos a un familiar suyo en Trujillo, ubicada al noreste de Perú y conocida como la ciudad de la “eterna primavera”. Primero tenía que pasar por allí; al llegar a la casa me atendió una señora de rostro amable y le dije del encargo que traía y quien lo enviaba. Muy quedamente me dijo: no te vayas a impresionar de lo que vas a ver. Al entrar me encontré en una sala muy bien decorada. Los niños de la casa empezaron a venir para saludarme, entre los niños estaba una jovencita de unos 15 años, por quien su madre me había dicho que no me impresionara. Efectivamente, fue una visión muy triste de recordar. La joven tenía los brazos y las manos tan pequeñas que no alcanzaban a 20 centímetros. Realmente me causó mucho dolor ver a esa joven y más aún cuando la madre me comentó que ella iba muchas noches a su cuarto llorando y le decía: “mamá, papá, porqué tuvo que pasarme esto”. Para ella y para su esposo que era médico, noche tras noche le causaba un profundo dolor. Ella había tomado el medicamento llamado Talidomida años atrás, antes del embarazo de su hija. ¡Cuánto daño han causado estas pastillas por el mundo entero!, este es sólo un caso entre tantos. Ahora comprendo por qué al Padre Luna Victoria le llamó tanto la atención lo delgado de mis brazos. Ya de vuelta de Chiclayo no me quedaba más que preparar mi viaje para salir del Perú. Había visto todo lo que deseaba ver, inclusive desde el avión pude ver las formas de araña, mono y pájaro considerados como aeropuertos interplanetarios. Durante el tiempo que estuve en Lima asistí a las conferencias de filosofía oriental promovidas por la organización Misión de la Luz Divina/Elan Vital. Ahora es cuando comprendo lo que dice la Biblia en 2 126
Tim. 4: 3. “Porque habrá un período en que no soportarán la enseñanza saludable, sino que de acuerdo a sus propios deseos, acumularán para sí mismos, maestros para que les regalen los oídos”. Para comenzar esta nueva aventura adquirí un boleto en una línea de barcos italiana que tenía como punto de partida La Guaira-Ecuador, deseaba volver a Quito, ya que apenas lo conocí cuando pasé con mi amiga Teresa. Igualmente quise hacer el recorrido en el tren que llaman “la nariz del diablo”, que va desde Guayaquil a Quito. Obtuve las visas para Panamá y Costa Rica. Quise ver el canal de Panamá y seguir por Centroamérica. Era aquella mi oportunidad. De Perú llevaba regalos y gratos recuerdos. Conocí gente muy linda, entre ellas a la familia De La Cruz, adonde llegué en Lima por primera vez. Realmente sentí mucha nostalgia al salir del Perú. Una vez en Guayaquil llegué a un convento donde la Superiora era una hermana del Obispo que conocí en la selva, a quien le llevaba algunos encargos y saludos. Guayaquil, al igual que otros puertos, tiene muchos peligros. Para tomar el tren había que estar muy temprano en la estación. Las monjas pidieron un taxi para mi traslado con ciertas recomendaciones. El tren comenzó a subir de la costa hacia la cordillera. El paso de “la nariz del diablo”, fue realmente impresionante, el tren va haciendo zigzag.
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Guayaquil desde el cerro Santa Ana. Ecuador
Ya al mediodía estábamos llegando al Chimborazo, el volcán más alto de Ecuador (a 150 kilómetros de Quito), allí siempre se detiene para que las personas lo contemplen. Estaba nevado y con flores al pie de la ladera. El espectáculo era maravilloso. Rápidamente fui a visitar la casa donde se hospedó nuestro Libertador, Simón Bolívar y desde donde se inspiró para escribir “Mi delirio sobre el Chimborazo”.
Calle de Quito colonial
Me esperaba Quito el viejo, el nuevo es como todas las ciudades modernas. Allí fui a visitar a una compañera de estudios que conocí en Londres. Lo menos que ella esperaba era mi visita. Pude recorrer al viejo Quito, caminar por la calle de Los Faroles, visitar la casa de 128
Manuela Sáenz, la Libertadora del Libertador, el balcón desde donde vio pasar a Bolívar y le dijo aquella expresión tan poética “el cielo está en tus ojos”. Visité todas las iglesias con sus altares tallados y recubiertos de plata del Potosí, sus calles adoquinadas que nos hacen recordar la parte bella que nos legó la época colonial.
Monumento que divide la mitad de la Tierra. Ecuador
No podía dejar de conocer y “pararme” sobre la línea ecuatorial para contemplar el famoso cerro El Panecillo. Tenía un encargo que cumplir y no dejé de hacerlo. Una señora ecuatoriana, casada con un familiar mío me había pedido que fuera a visitar a su abuelita, me fui hasta Machachi, un pueblito de cordillera y ahí la encontré, se alegró mucho de recibir noticias de la nieta, que ella había criado. Mi corta estadía en Ecuador fue muy grata. Ahora sólo me quedaba ir al puerto para abordar el barco que me llevaría a Panamá. El boleto lo había comprado de regreso hasta La Guaira, felizmente se arregló de otra manera. Era el último viaje que hacía esa línea para Sudamérica. 129
Canal de Panamá
1976 Recorrido por Centroamérica En esta parte de la narración evocaré mi recorrido por América Central, experiencia maravillosa digna de recordar en todo momento. El paso por el Canal de Panamá resultó ser algo muy interesante, sobre todo al ver cómo se abren las compuertas. Una vez en la ciudad me fui a una residencia de monjas, ahí me quedé unos días para recorrer la ciudad y dejé guardado mi equipaje, solamente me llevé lo necesario para el viaje que debía continuar, el cual se prolongó más del tiempo 130
San José de Costa Rica. Vista panorámica
estimado. Hice el viaje por carretera, la forma más económica y la mejor manera de conocer. Salí de Panamá en la mañana para llegar a San José de Costa Rica al atardecer. La señora que estaba a mi lado, después de presentarnos y mucho conversar sobre nuestras inquietudes, me dijo que no hacía falta buscar la dirección que llevaba, que podía llegar a su casa y así fue, me quedé con ella y sus dos hijas, las que demostraron gran alegría por mi inesperada visita. La mayor estudiaba medicina; en una oportunidad le acompañé a la universidad a escuchar sus clases y luego nos fuimos a ver el volcán Irazú. Pudimos ir hasta la orilla del cráter y ver cómo hervía la lava, luego me llevó a conocer la ciudad y fuimos a las playas del Pacífico. Fui a sacar la visa para entrar a Nicaragua y me fue negada, ya que para entonces no existían relaciones diplomáticas entre ambos países, así que no lo pude conocer. No quería cortar mi viaje, la única forma de continuar hasta Honduras era por avión, pero yo no tenía el dinero suficiente para este imprevisto. Mi amiga me llevó a una agencia de viajes, el gerente era 131
conocido de ella, le explicó mi situación y le comunicó que el dinero que llevaba no me permitía comprar el boleto aéreo. El gerente me dijo que no me preocupara, que en mis ojos podía ver que le estaba diciendo la verdad y me dio el boleto, sin tener que pagar nada para volar hasta Honduras. Yo me sentí muy agradecida y sorprendida de tanta bondad por parte de los dos.
Tegucigalpa. Honduras
Después de pasar unos días tan lindos y providenciales, tomé el vuelo hasta Tegucigalpa. No parecía ser la capital de Honduras; llegué a la dirección que llevaba, visité algunos lugares de la ciudad, observé varias obras de la cultura Maya. No me fue posible visitar Belice y continué mi viaje hacia El Salvador, su flora me pareció muy hermosa. Me agradó ese país. Como las monjas estaban muy ocupadas, había allí un estudiante que me llevó a visitar todos los lugares de interés, y entre ellos las playas que están en el Pacífico. Debía continuar mi viaje a Guatemala, un país totalmente distinto a El Salvador, donde predomina la agricultura. La cultura 132
Antigua. Guatemala
indígena y el paisaje también son diferentes. Quería ver el lago Atitlán. Fui a visitar a las misioneras de Saltillenango o Chichicastenango; allí el paisaje es muy hermoso, todo es verdor. De regreso entré a Antigua, había ocurrido un terremoto recientemente y aún se sentían temblores. Es completamente colonial y fue allí donde el terremoto causó mayores estragos. Como estaba en un segundo piso se sentía aún más y por ese motivo no quise permanecer mucho tiempo en la ciudad. Un lugareño se ofreció a mostrarme todo lo que había quedado en pie. Me sorprendió ver cómo unas paredes tan anchas pudieron afectarse por el sismo. Después de un largo recorrido y exploración con lujo de detalles, me invitó a almorzar con su familia, y en la tarde me llevaron a la parada para tomar el bus de regreso a la capital, estuve muy agradecida por tanta gentileza y bondad. No quise prolongar mi estadía en Guatemala, sentía mucho miedo por los movimientos sísmicos que se sucedían a menudo, así que decidí continuar mi viaje hacia México. 133
Tomé un tren que llegaba hasta Chiapas, la primera ciudad de México luego de Guatemala, durante el viaje en tren sentía mucho calor y recuerdo en ese viaje un detalle muy amoroso de parte de una joven que viajaba en el tren, se bajó a comprar helados, se me acercó y me dijo: este helado es para ti, aquel pequeño detalle me llegó al alma, había salido de un alma también. Cuando llegué a Chiapas me senté en la plaza para descansar del trajín del tren, al rato se sentó a mi lado un joven y me comenzó a hablar, me dijo: sabes, estoy muy triste porque mi abuelita ha muerto y comenzó a llorar, tenía una tristeza y una pena muy grande. Me quedé un rato allí con él para consolarlo y cuando se calmó nos despedimos. En mi alma quedaba grabada su tristeza.
Oaxaca antiguo y moderno. México
Mi próximo destino sería Oaxaca, llevaba una dirección donde llegar. Aquí comienzo a narrar esos encantadores recuerdos para guardar, sus casas coloniales, sus calles, sus costumbres. Después de pasar sólo unos días con esta familia de misioneros religiosos seguí hacia Puebla. Otro encanto de ciudad, mi viaje continuaba hacia la ciudad de México, una gran metrópolis superpoblada. Para finales de la 134
década de los 70 contaba con 10 millones de habitantes. Viajé por el metro, para ese entonces era una novedad. Ciudad de México ya no es lo que fue, ha perdido mucho de su sabor colonial, está diferente, aunque la zona colonial que conserva está muy bien mantenida y cuidada, lo cual constituye un orgullo para su pueblo.
Zócalo. Ciudad de México
La ciudad ha crecido tanto que su aspecto colonial se empequeñece. Llegué a un convento en el que había por lo menos 70 monjas, felizmente hubo un lugar para mí. A la hora de ir al comedor parecía una fiesta, con tantos comensales. Antes de comenzar mi gran tour por la ciudad, localicé la agencia de barcos de la línea italiana, me atendió una joven llamada Rita Miramón, con quien me quedé hablando largo rato, hablamos de su vida y de la mía, desde el primer momento hubo un intercambio amistoso. Volví a sentir la nostalgia por regresar a Venezuela. La parte del pasaje que me quedaba del boleto marítimo me fue cambiado por un boleto aéreo (México-Panamá-Caracas). ¡No lo podía creer! yo que 135
tenía tanta preocupación porque no sabía cómo regresar para recoger mi equipaje en Panamá, y con esa solución estaba feliz, una vez más Dios me demostró que siempre está de mi lado y que me ama. Mis días en México coincidieron con la inauguración de la nueva Basílica de la Virgen de Guadalupe. Para ese entonces sentía gran respeto y devoción por los íconos cristianos. Con el conocimiento que hoy manejo sobre el contenido de la Biblia ya no siento igual ni visito esos lugares. En el Salmo 115 leemos que las imágenes tienen ojos y no ven, pies y no caminan, manos y no palpan, oídos y no escuchan y en el libro del Apocalipsis 18: 4, 8 se nos llama a salir de Babilonia la grande. Para ese entonces mi vida giraba en torno a ese ambiente religioso. Allí también me encontré con el grupo de conferencias de filosofía oriental de la Misión de la Luz Divina, varias veces asistí a ellas. Algo dentro de mí buscaba esa verdad de la cual habla Jesús cuando nos dice: conoced la verdad y la verdad te hará libre (Juan, 8: 32).
Lago de Pátzcuaro. Michoacán
Luego de pasar varios días en la capital me fui a Jalisco, en el convento había conocido a una médico misionera que me invitó a su casa en Guadalajara. Su 136
madre no quería saber nada de misioneras, ni de monjas y así me lo hizo saber desde el primer momento. Allí permanecí poco tiempo, aún me quedaban muchas ciudades por conocer, aunque ahora no recuerdo el orden en que las visité. Fui a un pueblo donde está el lago de Pátzcuaro, lo más antiguo que pude ver en México, sus calles de piedra, sus casas coloniales, sus jardines.
Panorámica de Morelia. Michoacán
El lago tenía un encanto muy especial: sus barcas con velas en forma de alas de mariposas. En el centro del lago hay una isla donde los indígenas venden artesanía. Estuve en Morelia, muy bella Morelia. En Querétaro, sin saberlo, llegué a un convento donde una de las monjas había estado en Venezuela y conoció a mi tía Carlina que era monja. Allí pasé el día de mi cumpleaños. Las monjas eran de clausura y aún, así me celebraron el cumpleaños de una manera muy especial: yo estuve sentada en la parte de afuera de la sala y ellas detrás de las rejas. Tenían una mesa servida con diferentes postres que a través de la reja me ofrecían y pasaban para compartir; les declamé 137
varias poesías y estuvieron muy alegres por ello, para ese entonces me causó mucha emoción celebrar mi cumpleaños. De Guanajuato recuerdo su museo, donde estaba el cadáver de un médico que se había ahorcado y estaba completo, con su traje negro y su camisa blanca. También la marca de cuatro metros de altura hasta donde llegó el agua en cierta inundación ocurrida en ese lugar. Visité el famoso Acapulco, tan nombrado por sus playas, hoteles, clavadistas y películas filmadas en ese hermoso lugar. Después de ver sus playas y clavadistas me sentí mal, me bajó la presión y me fui de nuevo a la capital. Pasé por Cuernavaca, visité un museo donde hay un mural en el que se pueden apreciar las diferentes torturas a las que fueron sometidas las personas que no profesaban la fe católica en la época de la Inquisición, aun siento horror al recordarlo. ¡Cómo los seres humanos, pueden causarle tanto dolor a otros seres humanos! Y esta historia se repite y se sigue repitiendo. Los hombres olvidan que algún día debemos rendir cuenta ante el tribunal supremo. Seguí mi viaje hacia Aguas Calientes, donde me esperaban las misioneras que habían estado conmigo en las misiones del Perú. Entre los lugares que me llevaron a visitar estaba la fábrica de vino; nos mostraron paso a paso todo el proceso hasta llegar a convertirlo en vino. Visitamos el sitio donde se dio el Grito de Dolores, también fuimos en Zacatecas a un lugar donde había casas de verano de varios artistas famosos, entre ellas visitamos la casa de Pedro Vargas. De regreso a Aguas Calientes, el día que pensaba regresar a la capital, cuando me fui a parar de la cama no pude hacerlo, no podía mover la pierna que tenía 138
operada. Llamaron al médico, me indicó mucho reposo y cortisona, tenía una flebitis. En ocho días que tomé este medicamento aumenté de peso de manera considerable, cuando ya estaba bien regresé a la capital. En el convento había una monja que era médico y al verme la pierna me dijo que era mejor que me regresara a Venezuela, ya que corría el riesgo de sufrir una tromboflebitis.
Vista de Teotihuacán. Valle de México
Ya había estado en el Museo Nacional de México, que realmente vale la pena visitar más de una vez. Fui al sitio donde están las pirámides y las ruinas del Imperio Azteca en diferentes lugares de México. Hubiera querido ir a la región de Yucatán, pero no podía pedirle más a mi pierna. El día antes de salir de México fui a la oficina de correos para adquirir unas estampillas, estuve a punto de perder mi boleto aéreo: un hombre muy bien vestido, de mediana edad, había metido su mano en mi bolso y estaba sacando las cosas que allí tenía, con mucho cuidado. Al momento que iba a sacar el boleto, yo metí mi mano en el bolso y me encontré con su mano. Cuando lo miré me quedé 139
sorprendida ¡cómo un hombre de tan buena apariencia se dedicaba a tales cosas!, las personas que estaban en la cola no dijeron nada. Alguien comentó luego que cuando una persona ve algo así no dice nada, porque más adelante le pueden pasar una navaja por la cara. Me regresaba de México, de un país donde cada rincón tiene su encanto. El turista tiene todas las facilidades para conocerlo, el transporte público es excelente y las carreteras están muy bien acondicionadas para que se sienta cómodo y pueda visitar lo que desee, a pesar de que las distancias son considerablemente largas, porque México es un país grande. Llevaba varias piezas de artesanía, unas compradas y otras regaladas. Después de una grata estadía y despedida, dos de las monjas me acompañaron al aeropuerto para tomar el vuelo que me llevaría a Panamá, allí recogería mi equipaje. El viaje por Centroamérica se había prolongado más de lo que yo había pensado. México tiene mil cosas que ver. En Panamá, las monjas tenían guardado mi equipaje. Con una de las residentes fui a comprar unas medias especiales que me había recomendado el médico. Dos días después las residentes me acompañaron al aeropuerto y así quedaba en el recuerdo este recorrido tan providencial. Volví a Venezuela. Mis dos hermanas me esperaban en el aeropuerto, volví a casa, ya no estaba mi padre, las cosas habían cambiado, pero no mejorado. Aún persistía en mí el deseo de huir de mi casa. No me sentía feliz allí. Me fui a Caracas, llegué al apartamento de mi prima Elena, quien siempre me brindó su cariño, igual su esposo y sus hijos. En Caracas asistía casi a diario a 140
las conferencias de La Misión de la Luz Divina, a las cuales había estado acudiendo en otros países. Allí hice amistad con una chica española, me habló sobre un empleo en la Embajada de Egipto, donde requerían a una persona que hablara inglés y atendiera al Embajador, quien la quería como a una hija, ya que su madre había trabajado para él durante mucho tiempo. Después de la entrevista con el Embajador le pareció bien mi currículo, estaba de acuerdo con que me fuera a vivir a la Embajada y lo atendiera. Aunque era un anciano en verdad, no tenía esposa ni hijos, tenía un cocinero que lo celaba mucho. El personal de la embajada estaba integrado solamente por hombres. El secretario de la Embajada también vivía allí, porque su esposa se había ido de viaje para Egipto. Esta amiga algunas veces venía a acompañarme para asistir a las conferencias, que ya no fueron todos los días, sino dos veces por la semana. Por las noches, cuando no había invitados, el Embajador me pedía que le hiciera compañía, mientras él tomaba whisky. Había una piscina de la cual disfrutaba todos los días al levantarme. Igualmente disfrutaba mucho de la comida y dulces árabes. El cocinero era egipcio y cocinaba muy bien, según comentarios de todos los invitados que frecuentaban la Embajada. Compartí con ellos los 40 días de ayuno que los musulmanes guardan (Ramadán), presencié como el secretario de la Embajada lo cumplió cabalmente. Ya habían transcurrido varios meses y en Canadá se iba a celebrar una convención del grupo filosófico, le hablé al Embajador sobre mi deseo de asistir y no puso objeción y mi amiga se quedó acompañándole por
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esos días, mientras yo asistí a la convención en la
Centro Histórico de Montreal. Canadá
Ciudad de Montreal. Al regresar me quedé trabajando unos meses más en la Embajada, estuve allí más de un año. El cocinero cada vez estaba más celoso; yo comencé a sentir miedo de esa situación, así que hablé con el señor Embajador y le notifiqué que no podía seguir trabajando para él, se mostró un poco triste por mi decisión y me dijo que dentro de dos años regresaba a Egipto. Tanto él como el secretario de la Embajada me dieron su dirección en El Cairo, yo les había hablado de que algún día iría a Egipto. Regresé a la casa, aún me esperaban dos intervenciones quirúrgicas, felizmente el resultado fue negativo.
Regreso a Europa Pasó el tiempo y recibí la noticia de una compañera del grupo filosófico sobre una conferencia a realizarse en Roma. Como contaba con dinero suficiente para realizar el viaje, me preparé para salir con el grupo que iba de Venezuela. La convención se llevó a cabo en el Palacio de los Deportes, con asistencia de personas 142
procedentes de diferentes países, así que había traductores en distintos idiomas. Una vez terminada la convención me fui a visitar nuevamente los tantos lugares evocadores de una ciudad milenaria.
Imagen de Asís medieval. Italia
Quise volver a Florencia, esa ciudad tan bella y señorial. Era mi oportunidad de ir a Asís. Había visto la película “Hermano sol, hermana luna”, así que pude contemplar aquella ciudad enclavada en la montaña. Realmente es un lugar muy especial. Toda ella evoca a San Francisco de Asís y a Santa Clara. Al día siguiente me fui a Pisa para ver la famosa torre inclinada, tenía una armazón para evitar que continuara inclinándose. Una vez consumado este viejo deseo de visitar estos lugares, llamé por teléfono a Bolonga, para participarle a la señora Negra (la dueña de la pensión) que estaba en camino para allá. Se alegró mucho y me dijo que me esperaba. Al llegar me encontré con la triste noticia de que su esposo había muerto. 143
Ya no tenía la pensión ni tampoco el taller de costura y mi amiga Elena ya no vivía con ella. La llamé por teléfono y enseguida vino a verme. La señora Negra se había dedicado a pintar y había realizado una exposición con gran éxito. No importa la edad, sus pinturas tenían mercado entre los coleccionistas. Le pregunté si no estaba triste por vivir sola y me dijo que no, porque siempre estaba muy ocupada haciendo algo y se entretenía viendo sus novelas. Elena me vino a buscar para pasarme unos días en su casa y como era diciembre, en los días de Navidad nos fuimos a Ímola, un poblado a media hora de Bologna. Allí vivía su hermana con su esposo y su hija. Pasamos unos días muy lindos, con mucha comida navideña, mucho frío y muchos regalos. Para el año nuevo me fui a pasar unos días con la señora Negri; sus hijos con los nietos habían venido a visitarla para esos días. La ciudad estaba nevada y yo estaba feliz de volver a contemplar la nieve. Después de pasarme unos días muy lindos decidí volver a Londres. La verdad es que no quería volver a mi casa, no quería hacerme responsable de pagar los errores de otros y de situaciones que no había creado. Consideraba injusto que yo, que había permanecido soltera, cargara con obligaciones que no eran mías. Mi amiga Lucy, la inglesa, vino a esperarme a la estación del tren. Después de pasarme unos días con ella me busqué un trabajo como “au pair” en la casa de un matrimonio judío que tenía dos niños. En las mañanas atendía los niños y por las tardes iba al colegio, mi inglés nunca ha sido una maravilla, sólo me ha servido para defenderme, así que continué estudiando inglés porque me hacía falta. La ventaja de estar en una casa como “au pair”, incluye que los dueños de la casa están en el deber de ayudar en las tareas y mejorar el 144
idioma de la persona que ha venido a su casa con ese propósito. Este tipo de trabajo “au pair”, considera al empleado como un miembro más de la familia y se comparte con los dueños de la casa por igual, la remuneración es poca, pero los beneficios son muchos y te permiten mejorar tu idioma. Me tocó vivir en la parte norte de Londres, en una zona de judíos y el colegio me quedaba cerca. Al poco tiempo de llegar a esa casa comencé a ver algo extraño que aparecía cuando yo estaba sola en el piso de arriba, donde estaban las habitaciones. Los primeros días no le di importancia, pero llegó un momento que comencé a sentir miedo. Un día tuve que decirle al dueño de la casa de lo que estaba sucediendo y me dijo que durante la Segunda Guerra Mundial ese lugar había sido bombardeado y los ocupantes de la casa murieron. La Biblia dice: “que los muertos están durmiendo hasta que llegue la resurrección”. Sin hacer mucho caso a lo que sentía me quedé varios meses más. Asistía a las conferencias de filosofía oriental y los sábados y domingos salía con ellos a recorrer Londres. Algunas veces me iba a la casa de mi amiga Lucy, quien para ese tiempo se había casado con el Adjunto al Arzobispo de Canterbury, un anciano a quien ella cuidaba con mucho cariño, a pesar de su origen, ya que el temperamento inglés no es nada emotivo como el nuestro. Un día recibí una carta de mi hermana Olga, por medio de la cual me avisaba que vendría con sus niños a casa de nuestra hermana Mireya, quien para entonces vivía en Paris. Al mismo tiempo me informaron que se iba a celebrar una conferencia de filosofía oriental en Frankfurt (Alemania). Los dueños 145
de la casa gustosamente me dieron el permiso para tomarme el tiempo necesario. Volví a Paris, allí me esperaban mis hermanas y los sobrinos que habían crecido un poco más. La depresión vino a arruinar esos días tan bellos. Nada de lo que veían mis ojos me llamaba la atención, ¡qué triste!, estar en Paris y no poder disfrutar ni de la familia, ni de la ciudad.
Vista de Frankfurt y su bella arquitectura del Siglo XVII
Me preparé para la convención en Alemania, a pesar de que mis hermanas no querían que asistiera. Recuerdo que los asientos del bus, al caer la noche se convertían en camas, eso me llamó mucho la atención. En Frankfurt hacía un frío muy húmedo. Estaba una joven china que no tenía suficiente abrigo y yo le pasé un poncho de alpaca que había traído de Perú, entramos en conversación y ella me dio su dirección en Hong Kong y el poncho no lo volví a ver. Yo tenía otro poncho que había comprado en Ayacucho y que cuando me lo ponía gustaba mucho a la gente. 146
En la convención me sentí mejor por la cantidad de personas que habían asistido. Conocí allí a unas chicas de Israel que también me dieron sus direcciones y a quienes volví a ver en otras convenciones. De Alemania tomé el tren para Londres, los niños me esperaban, la pequeña me decía que yo quería más a su hermanito y se sentía celosa, pero yo no creo que hubiese sido así realmente. Comencé a ver a la señora extraña conmigo y pensé que era mejor no continuar en su casa. Me fui a una residencia de monjas. Más tarde me fui a vivir con una anciana judía, nacida y criada en Egipto. Vivía sola y el hijo que tenía estaba siempre pendiente de cubrir sus necesidades y de venir a visitarla. Tanto ella como yo estábamos muy contentas de estar compartiendo, aunque era anciana tenía un temperamento alegre y me ayudaba mucho a levantar el ánimo. Me hablaba de sus días de juventud y de cómo era la vida en Egipto durante la ocupación de los franceses. Con ella aprendí que para que la comida quede bien hay que cocinarla a fuego lento. Estuve con ella sólo unos meses, porque me fui a una convención de filosofía al norte de Miami. A mi regreso a Londres, en el colegio donde cursaba inglés se enteraron de mi asistencia a las reuniones y convenciones de filosofía oriental y las profesoras que antes sentían cariño y aprecio por mí, se mostraron algo extrañas. Así y todo a la hora de finalizar el curso se me otorgó el diploma. La permanencia en Londres había terminado para mí. Esta vez la depresión me dejó un margen para estudiar y disfrutar de las tantas cosas que hay que ver en esa gran Londres y sus alrededores. Pude ir a Gales, que realmente es 147
precioso.
Castillo en Gales
Como se iba a celebrar una convención en Málaga (España), hice mis preparativos para asistir. Aún quedaba en mí el deseo de conocer los kibbuts en Israel y pensé que podría viajar por la parte norte de África. Cuando llegué a Málaga me di cuenta que misteriosamente el equipaje que tenía reservado para mi viaje se había perdido. Desistí del viaje por esa vía y después le di gracias a Dios por no haberlo hecho atravesando países de religión musulmana. En la convención conocí un matrimonio que vivía en Burgos y fui invitada a su casa.
Patio de los Leones. Alhambra. Granada 148
De Málaga a Burgos que está al norte, hay una gran distancia. Era mi oportunidad de conocer en España las cosas que había leído sobre su historia y geografía. Fui a Granada para ver La Alhambra, me llamó mucho la atención el Patio de los Leones y su arte mudéjar. Seguí mi viaje a Sevilla, allí me alojé en la casa de un matrimonio que pertenecía al grupo filosófico y que había conocido en la convención de Roma.
Vista de Toledo y El Tajo.
Regresé a Toledo, quería volver a caminar por sus empinadas calles y ver las cosas que guarda Toledo. De paso por Madrid, seguí mi viaje a Burgos. Aquella invitación se prolongó por mucho tiempo, su clima frío y seco me agradó. Mis amigos, aunque no eran ricos, estaban cómodos en su vivir. Tenían una niña que con frecuencia venía su abuelito a buscarla para llevarla a pasear, esa era su ilusión. Como había una habitación disponible me dijeron que podía quedarme el tiempo que quisiera. Decidí buscarme un empleo y así fue, las monjas me recomendaron a una señora para cuidarle la madre mientras ella iba a trabajar. Cuidar a una persona 149
anciana que ha perdido parte de la memoria, no es nada fácil ni agradable, pero hice lo mejor que pude en este caso. La hija estaba muy contenta de que yo viniera los días laborales de semana a cuidar de su madre. Pasé varios meses en esta tarea. Al tiempo las monjas me recomendaron otro empleo, esta vez con una familia donde la madre había muerto y el padre necesitaba de alguien para que atendiera y cuidara a sus hijos. Eran cinco, unas gemelas ya señoritas, una niña con el trastorno genético del Síndrome de Down, un niño de diez años y el mayor que estaba a punto de ordenarse en la Cartuja de Miraflores. La abuelita, una dama muy elegante y amorosa venía por las tardes para darles una vuelta a sus nietos. Me atrajo mucho la niña especial, no sólo por su estado mental, sino por lo amorosa y los nobles sentimientos que sus otros hermanos no tenían. Era una niña hacendosa y de muchos detalles, siempre estaba pendiente de todo en la casa. El tiempo fue pasando y se celebró otra convención en Miami, Florida y como contaba con el dinero suficiente me anoté en el grupo que viajaría, como eran grupos grandes los boletos en estos vuelos salían más económicos. A mi regreso, la señora que cuidé cuando su hija trabajaba me manifestó su deseo de volver a trabajar para ella. Me quedé por poco tiempo con ellas, la depresión había vuelto y yo me sentí tan mal que ya no quise estar más allí en Burgos y preparé mis cosas para irme a Bilbao. Llegué a la casa de una familia que conocí cuando asistía a las reuniones de filosofía oriental Misión de la Luz Divina, comencé a sentirme mejor, el grupo allí era bastante numeroso y asistía a las conferencias todas las noches. El salón quedaba muy cerca de la casa adonde yo estaba residiendo. Tiempo después otra amiga de las 150
conferencias me invitó a estar en su casa que estaba ubicada en Algorta. Desde la ventana podía contemplar el mar todos los días. Cuando llegó el verano bajaba a la playa, el agua no era muy caliente, pero se podía nadar. Todos en la familia asistían a las conferencias en Bilbao. Un día se nos informó que habría una convención en Paris y todos nos preparamos para asistir. Hicimos el viaje por tren. En la convención me volví a encontrar con las amigas de Israel. Después que todo terminó decidí que me quedaría en Paris a trabajar. Me fui a un parque y allí me puse a leer los avisos de empleo en un periódico y justo allí estaba el trabajo para mí. La señora quería a una persona que buscara los niños al colegio, los cuidara en el día y les hablara en inglés. Como siempre, busqué una residencia de monjas para llegar, allí conocí a una española que tenía una amiga mexicana y me dijo que podía ir a vivir con ella. Como las dos estábamos ocupadas durante el día, sólo nos veíamos por las noches, los sábados y domingos podíamos compartir un poco, ya que ella como tenía tanto tiempo en Paris no tenía interés en visitar nada, en cambio yo dedicaba los fines de semana para ir a nadar a alguna piscina pública y conocer las cosas que guarda Paris. Mi empleadora me dio una tarjeta para usar el metro con duración de un mes, podía utilizar el metro tantas veces como quisiera. En los meses sucesivos continuó dándome mi tarjeta. Mi tiempo en Paris comenzó a ser lindo, yo estaba muy contenta con el empleo. Eran un niño y una niña a quienes cuidaba con mucha dedicación. Algunas veces íbamos al parque y una que otra vez los acompañaba a alguna fiesta donde les invitaran. La familia también estaba contenta conmigo 151
del cuidado a sus hijos. Por las noches asistía a las conferencias, estaba tan inmersa en esto que pasaba todas las noches por el Teatro de la Ópera y no sentía deseo alguno de asistir a ninguna ópera. En cambio el tiempo que pasé en Italia si me llamó la atención la ópera. Con la asistencia diaria a las conferencias llegó el momento de entender bien el francés, aunque no lo hablaba. No quise ir a las clases de francés, porque prefería practicar el inglés y además se me confundiría con el italiano. Pasaron varios meses y crecía mi interés por ir a la India, como tenía dinero suficiente pronto se hizo realidad mi deseo. La familia donde trabajaba me dio el permiso y yo traje a una chica para que les cuidara a los niños. No pensé ni me imaginaba ¡ver tanta pobreza! De Paris volamos a Roma y seguimos a Kuwait, estuvimos allí varias horas, lo suficiente para dar un vistazo a lo que se puede ver en ese pequeño país. El aeropuerto, un derroche de lujo, las paredes de mármol blanco. Las personas que esperaban la llegada o salida de vuelos, en su mayoría eran árabes con sus trajes originales y las mujeres con la burka, vestimenta de las mujeres en los países de religión musulmana, que impide ver el rostro y el cabello. Apenas salimos comenzamos a sobrevolar sobre la zona petrolera donde se podían ver cantidades de mechurrios encendidos. En el Consulado de India en París me exigieron colocarme previamente la vacuna de la fiebre amarilla, las otras vacunas no fueron necesarias porque tenía más de un año que había salido de Venezuela. Antes de llegar al territorio hindú pude ver un espectáculo muy especial: de un lado del avión era de noche y del otro, era de día. 152
Visita a India
Calle de New Delhi. India
Llegamos a Delhi al amanecer. Viajé sola a India, sin tener conocimiento e información sobre todos los peligros que podía correr. Llevaba la dirección de un ashram del grupo filosófico al cual asistía. No me imaginaba como era todo, ¡qué aventurada fui de llegar a ese lugar!, estaba a las afueras de la ciudad, y cuando estaba a punto de llegar al sitio alguien me dijo: usted no sabe el peligro que corre caminando sola por aquí. Yo le dije: si es así me regreso, pero en ese momento venía un joven con una medalla y pude identificar que era del mismo grupo, tomó mí equipaje y me llevó al lugar adonde tenía destinado ir. Comencé a sentirme segura y el miedo que por un momento tuve fue desapareciendo. Para todo el grupo fue un motivo de alegría mi llegada. Poco a poco fui conociendo a todos los integrantes, había un compañero que había estado en Venezuela y me dio las direcciones de las ciudades donde estaban personas de este mismo grupo. Me quedé unos días preguntando cómo debía distribuir el tiempo para ir a todos los lugares que deseaba visitar. En Delhi, lo 153
primero que hice fue ir al Consulado de Venezuela para saber si tenía carta de mi casa. La secretaria era venezolana y me atendió muy bien, quedamos en volvernos a ver. Delhi es una ciudad donde todo queda muy distante. Aquello era distinto, había entrado a un mundo completamente ajeno a lo conocido hasta ese momento. No se pueden describir los contrastes que allí se ven. En lo referente al tráfico, los buses van tan llenos que las personas se las ingenian para ir por fuera. Hay otro servicio de transporte, las bicicletas acondicionadas de una manera tal que en la parte de atrás llevan un asiento para dos personas. Es preferible usar este transporte que el bus.
Palacio rosado de Jaipur
Se podía ver miseria por todas partes y es recomendable tomar agua hervida, no comer comidas frías en la calle, ni frutas sin piel. Hacen unos dulces de leche de búfala que no los pude comprar, porque los venden descubiertos. Me hablaron de un boleto de tren que costaba 50$ y que se podía viajar por toda la India durante un mes. Compré ese boleto y tomé el tren para Jaipur, ahí llegué a la dirección que llevaba, que por supuesto no fue fácil encontrar. A pesar de la ocupación británica, no toda la gente del pueblo habla inglés.
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Pasé unos días muy agradables, y además viendo cosas que me sorprendían, pero que eran parte de sus costumbres. Visité un lugar donde la gente usa elefantes como medio de transporte, pero a mí me dio miedo montarlos. La comida me pareció muy agradable y la gente muy amable y todos querían conocerme. En el momento de la despedida me regalaron un sari de algodón que me gustó mucho. Continué mi viaje hacia Agra, quería conocer el famoso Taj Mahal, realmente es un laborioso y espectacular palaciomausoleo, construido durante 1631-1654 en mármol blanco y piedras preciosas, traídas de diferentes países. El rey Shah Jahan lo hizo construir para honrar la memoria de Mumtaz Mahal su amada esposa, quien murió al dar a luz a su decimocuarto hijo. Este complejo arquitectónico está Algunos compañeros y yo inspirado en una hermosa historia de amor. Sobre el tren debo mencionar algo que me llamó mucho la atención en la estación del tren de Agra: Como llegamos en la madrugada a los viajeros (mujeres) nos hicieron pasar a un salón grande donde habían camas y duchas para bañarnos. En la India no colocan papel higiénico en los sanitarios, hay una pluma de agua para lavarse. Como yo desconocía este 155
detalle cuando llegué a Delhi le pregunté a una monja que iba pasando dónde podría encontrar papel higiénico, como ella sabía que no había, tuvo la delicadeza de comprarme papel crepé y hacer de esa manera un rollo, gesto que le agradecí profundamente.
Vista del Taj Mahal- Agra
Otro detalle curioso sobre el viaje en tren, fue ver que en cada estación que llega el tren para bajar o subir pasajeros, se acercan a la ventanilla varios niños lisiados, sin brazos, con una lata colgando del cuello pidiendo dinero. En las primeras estaciones yo les daba algo, pero un señor que estaba a mi lado me dijo: “si usted sigue haciendo eso cuando llegue a su destino no va a tener dinero, porque este cuadro que usted ve lo seguirá viendo hasta el final del viaje”. Me contó que los propios padres de los niños cuando están pequeños les cortan el brazo y después los mandan a pedir dinero. Me dijo a los visitantes extranjeros les parte el alma verlos, pero los del lugar ya están acostumbrados a ver esos cuadros tan tristes. Cuando tomé el tren para seguir mi viaje a Benarés, el tren llevaba pasajeros hasta en el techo, no había 156
espacio ni para pasar al baño, recuerdo curiosamente que una señora llevaba una maleta hecha de latas de manteca, me llamó la atención por el trabajo tan ingenioso. En el compartimiento que me tocó viajaba un señor que parecía tener mucho dinero, porque llevaba un colchón que colocó para acostarse y enfrente iba un mendigo vestido de harapos y completamente sucio. El señor entabló conversación conmigo, hablaba inglés y lucía una personalidad culta. Para mi sorpresa el mendigo se bajó en una de las estaciones y yo como estaba cansada y quería descansar las piernas, me tuve que acostar en ese asiento que él dejó. Viajar en India implica todo esto y mucho más.
Benarés y el Ganges. Ciudad santa y río sagrado. India
Finalmente llegué a Benarés, deseaba ver el sagrado y tan renombrado río Ganges. En el transporte de bicicletas, después de haber preguntado a varias personas por la dirección que llevaba, por fin apareció alguien que si sabía la dirección y me llevó hasta el sitio. Mi llegada fue motivo de curiosidad para unos y 157
de alegría para otros. Todos, gente de condición humilde, pero muy bella. Recuerdo que la señora de enfrente era tan pobre que unas hojas de periódico eran lo que adornaba su cocina. Ese mismo día que llegué se celebraba un desfile con todo el lujo asiático y un derroche de luces.
Festival religioso. India
Iba una caravana de elefantes ricamente vestidos, tanto los elefantes como sus domadores. Al frente del desfile llevaban un cuadro de Ramakrishna y de su esposa Sita, que al final se quemaría y sus cenizas serían tiradas en el Ganges.
Desfile con elefantes. 158
Puedo afirmar que fue uno de los tres desfiles más imponentes que he visto en mis andanzas por el mundo. Cuando llegamos al río Ganges ya era de noche, pero había una hermosa luna que era el complemento de aquel desfile tan espectacular. Después que finalizó, subimos a un barco para pasear por el Ganges, comenzamos a navegar hacia arriba y a los pocos metros pude ver algo muy distinto a lo contemplado pocos momentos antes y que me había llenado de alegría. A la orilla del río estaban incinerando el cadáver de alguien que había muerto y sus familiares estaban sentados alrededor de la hoguera esperando el final para después tirar sus cenizas al río. Una de las personas que me acompañaba me dijo que los niños y las serpientes se quemaban al otro lado del río. ¡Qué triste fue para mí ver aquello! Estuve impresionada por varios días. En la siguiente oportunidad fui al Ganges para observarlo de día; me metí en sus aguas hasta las rodillas. Había templos que despedían olores de incienso y otros aromas desconocidos. Se sentía un sonar de campanas y el tiempo de regreso se hizo muy lento, porque había vacas en el trayecto, para ellos las vacas son sagradas, el tráfico va al paso de las vacas. Su leche no se consume, sólo utilizan la de las búfalas. Para mí lo más impresionante de la India fue estar en Benarés, después de unos días allí me despedí de aquella familia qué en medio de su real pobreza, me proporcionaron alegría, cariño y atenciones. Seguí mi viaje hacia Calcuta, llevaba el profundo deseo de conocer a la Madre Teresa. Calcuta, realmente tiene un ambiente de pobreza y una gran cantidad de personas en las calles que no inspiran confianza. Alguien se me acercó y me dijo: tenga mucho cuidado, está rodeada de gente que le puede hacer daño. Le 159
dije que me explicara cómo llegar al lugar donde estaba la Madre Teresa, me dijo que no me preocupara de cómo llegar, porque toda la gente sabía dónde vivía. Uno que llevaba una silla con dos palos se ofreció a llevarme. Me pareció muy humillante ver a una persona que llevara a otra en una silla. Los misterios de la vida, ¿por qué uno arriba y otro abajo? Me monté en un tranvía que me dejó justo a la puerta de la Madre Teresa, yo llevaba mucha ilusión de verla, cuando entré dije que deseaba verla, la monjita que me atendió me respondió que hacía dos días que ella había llegado de un viaje para recibir el Premio Nóbel y no estaba en condiciones de recibir visitas.
Madre Teresa en uno de los centros
Le dije que yo venía de Sudamérica y que no quería irme sin verla. La monjita me hizo pasar y me dijo que esperara, que la Madre Teresa me iba a atender, a los pocos minutos tenía frente a mí a aquél ser tan especial, lleno de amor y de bondad. Me habló en español y cuando le dije que era de Venezuela se alegró mucho. Por ella supe que había una congregación de religiosas en el estado Yaracuy. Sentí pena que siendo de allí no lo supiera. Le llevaba un paquete de estampillas de diferentes partes y de la 160
emoción que sentí, le entregué las que no eran. Me atendió muy bien, me invitó a quedarme, pero mi tiempo en la India estaba limitado. Pude ver camiones de platos y vasos que eran llevados a otros lugares. Una guardería atendida por turistas que vienen a la India y ofrecen sus servicios durante el tiempo libre del cual disponen, yo sentí pena de no poder hacerlo. Cuando llegó el momento de marcharme, la Madre Teresa me dijo que tenía que irme a la estación del tren con cuatro horas de anticipación, porque el tráfico era muy lento debido a las vacas. Me mandó con una señora y una monja que también viajaban. Me iba con aquella alegría de haber visto y compartido con ese ser tan especial, tan bello y humilde, andaba descalza y con el mismo sari que usaban las otras monjas. En verdad el tráfico era terrible, tardamos casi cuatro horas para llegar a la estación del tren más congestionado de India. Me dijeron que tenía una movilización de ocho a diez mil pasajeros por día. La monja tomó el tren que le correspondía y la señora continuó acompañándome hasta llegar al tren que me llevaría a Madrás. Yo creo que sin la compañía de esa señora no hubiera sabido cuál era el tren que debía tomar. ¡Le agradezco tanto a la Madre Teresa y a la señora ese gesto tan noble para conmigo! Llegué a Madrás al amanecer, había varios ashram, entraba a cada uno pero no veía que estuviera la foto del maestro que yo seguía. Al fin, un muchacho que vio la foto que yo cargaba me llevó al lugar. Ya estaba muy cansada y quería dormir. Pienso que por mi seguridad me llevaron a un cuarto y pasaron la llave. Les dije el tiempo que pensaba dormir para que me despertaran.
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Para llegar a la bahía de Bengala había que atravesar un espacio grande de arena. Me senté un rato a las orillas del mar, estaba sola y pensé que era mejor regresarme. Para mi sorpresa, antes de despedirme me regalaron una caja de dulces de leche de búfala, ¡no lo podía creer!, yo que tanto había querido comerlos cuando llegué a Delhi.
Vista del centro de Bombay
Me esperaba un largo viaje para llegar a Bombay, iba a atravesar India de este a oeste. Igual que en otros lugares, el tren iba abarrotado de pasajeros, equipajes, cajas; prácticamente no había espacio ni para caminar, ni para ir al baño. Llegar al baño no era nada fácil. Hubiera querido seguir a Kerala, donde realmente comienza la parte atractiva de India, pero el tiempo era apremiante. Bombay, otra ciudad populosa de mucho movimiento comercial y con menos ambiente religioso. Me alojé en la casa de un matrimonio anciano, como iba a permanecer poco tiempo el señor me llevó a conocer la ciudad. Recuerdo que me compró un cofrecito de metales, yo tenía pena de recibirlo, pero él me dijo: “recíbalo, 162
recuerde que cuando alguien nos da algo, es porque ya nosotros hemos dado algo a otra persona”. Hablaba muy bien el inglés y lucía ser una persona culta y muy enérgico a pesar de su edad, me comentó que todas las mañanas tomaba un vaso de su propio orine y a las tres de la tarde, medio vaso de suero de leche de búfala. Me advirtió que la persona que toma orine no debe comer carnes rojas ni enlatados. Como me vio muy interesada en este tema fue a su cuarto y me trajo un libro en inglés que hablaba de todos los beneficios que proporciona al cuerpo tomar con constancia su propio orine. Entre los beneficios, el libro habla de curar todas las enfermedades e incluso rejuvenecer. Me contó que esa era la medicina del pueblo hindú, tanto de la parte interna como externa del cuerpo. Ese libro que guardaba con tanto aprecio, años más tarde alguien sin escrúpulos se lo tomó para sí, es decir, me lo robó. Dejaba a aquél viejecito tan sabio para regresar a Delhi. Mi boleto de viaje había terminado, estaba pendiente de ir a Nepal en esa ocasión tan especial.
Vistas de Katmandú, Nepal 163
Quería ver el Himalaya, el tren llegaba hasta la frontera y había que tomar un bus para ir a Katmandú, su capital. Este fue un viaje muy aventurado y largo, tanto por el sistema de sus carreteras como por las grandes distancias. Al fin llegamos a Katmandú, llevaba la dirección y el teléfono de una familia. El señor vino a recogerme a la estación del bus. Este anfitrión era adinerado y la familia vivía en una casa muy linda, a las afueras de la ciudad. Tenían cinco hijos. Recuerdo que venían a la casa a las 6 de la mañana a darle clases a los dos niños más grandes, yo le pregunté el por qué venían a esa hora y me dijo que por la mañana temprano el cerebro capta mejor cualquier enseñanza. Al día siguiente me llevaron a conocer la ciudad y los templos. Aún hay lugares donde sacrifican animales en honor a sus dioses. Por las calles se veían altares con las imágenes de sus dioses y una bandeja de frutas, entre ellas con manzanas, que ni el pobre más pobre se atrevería a tomar por temor a ser castigado por los dioses. Salimos a un parque donde los monos casi de un metro de altura andaban sueltos y recuerdo que en una oportunidad tenía una postal y un mono me la quitó de las manos y la volvió pedazos. Desde el mismo parque pude ver cómo sacaban el cadáver de un muchacho joven y lo colocaban sobre un montón de paja y lo cubrieron con una manta de color azafrán, sus pies quedaron fuera de la manta. El río Ganges estaba a la orilla, este río nace en las montañas del Himalaya, baja hasta India y muere en la Bahía de Bengala. Presenciar esto me dejó muy triste, la depresión que no tuve en India la sentí aquí en Nepal. Caminaba por las calles y nada me llamaba la atención, de repente en una redoma apareció a mi 164
lado un elefante a pasos agigantados y yo empecé a llamar al hombre que iba sobre el elefante, pero no me hizo caso y en segundos el elefante se empequeñeció en la distancia. Ese momento tan especial y mágico me hizo salir de la depresión, ¡nunca pensé que un elefante pasara por mi lado! Con el cielo despejado pude ver a la distancia al monte Everest. La ilusión que tenía por ver de cerca el Himalaya no se hizo realidad. Están a 36 kilómetros de Katmandú. Ese no era el momento de llegar hasta allá, tendría que ser más adelante. Como estaba en una casa de gente pudiente yo esperaba que trajeran postre después de las comidas, pero no fue así, le pregunté al señor y me dijo que ellos no comían dulces, porque el dulce es un veneno que “mata lentamente”. Cuando le pregunté a la señora si tenía jabón me dijo que estaba en la bañera, como yo no lo encontré ella vino al baño y resultó ser una pelota de color marrón que estaba allí. Para esa época en Katmandú no había panaderías, ventas de dulces, ni supermercados; todo era tan primitivo, pobre y deprimente que me hizo pensar ¡qué afortunada soy de haber nacido en Venezuela, donde todo lo tenemos! Me decía ¿cómo es que Venezuela está considerada entre los países subdesarrollados? ¿Cómo puede ser esto entonces? Tenía que regresar a Delhi, como llegamos tarde y el bus ya había partido, el señor lo siguió hasta que se detuvo y pude subir. De esta manera dejaba Nepal y me despedía de esta familia que me brindó tantas atenciones. Igualmente, como lo hicieron quienes a lo largo de mi viaje me proporcionaron hospitalidad. En esta oportunidad tenía en mente visitar a Cachemira. A mi regreso de Delhi me preparé para hacer el viaje que resultó ser el 165
más arriesgado hasta ese momento y pasé el susto más grande de mi vida. El tren sólo llegaba hasta la frontera. Al llegar allí había alguien que se encargaba de los boletos en Cachemira, hice mi reservación y en la tarde salió el bus, yo empecé a sentirme preocupada, porque sólo viajaban seis mujeres del lugar que a lo largo del viaje se fueron bajando y yo fui la única mujer que quedó en el bus y además extranjera, donde todos los pasajeros eran musulmanes. A mi lado se había sentado un joven estudiante, el único que hablaba inglés. Estábamos hablando y, como a la media noche todos comenzaron a discutir, yo le pregunté al joven por qué discutían y él me dijo que el chofer no quería seguir manejando, porque estaba cansado y quería dormir. Se detuvo en un sitio donde había un salón muy grande y allí nos bajamos todos a dormir. Empezaron a hablar unos con otros y el joven me dijo que yo corría peligro. No sé de dónde saqué valor para decirle al joven que hablara con ellos y les dijera que tenían que verme como a su madre o su hermana. Ellos decían que no, entonces le dije al joven que hablara con el chofer para que me llevara a un hotel inmediatamente. Me montó en el bus y me llevó a un hotel, en medio de una absoluta oscuridad donde no se divisaba nada. Cuando me bajé allí estaba un hombrecito con una lucecita que llevaba dentro de una vasija de barro. El chofer le habló y le dijo que al amanecer él me vendría a recoger a las seis de la mañana. En el hotel tampoco había luz y en medio de la oscuridad me llevó a un cuarto y allí me dejó. Aseguré la puerta y me senté en la cama, temblaba de miedo y no podía dormir, pensaba en lo que me podía pasar.
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Cuando fui al baño me di cuenta qué sólo, era un hueco y la ventana no tenía protección, otro susto más. A las seis de la mañana llegó el chofer a recogerme. Como a las nueve de la mañana apareció un carro blanco y preguntaron por mi nombre, venían a buscarme para llevarme al hotel que había reservado. Yo no sabía si debía bajarme o quedarme, algo dentro de mí me hizo bajar. Subí al carro confiando en Dios y pidiendo protección. Un susto sobre otro. A medida que nos acercábamos a la ciudad veía que todas las mujeres parecían estar esperando bebés, pero después me di cuenta de que para calentarse llevaban un bracero en una vasija de barro bajo la manta. Cuando llegamos a la ciudad había un lago con muchos barcos. El chofer me dijo: esos barcos son los hoteles, yo no lo podía creer y me negué a subir. Les dije que a menos que me trajeran a una mujer turista yo no subiría al barco. El hombre entró y vinieron dos turistas francesas, entonces yo descansé un poco del miedo que sentía, les conté lo ocurrido y pedí que me dejaran dormir en su cuarto, aunque fuera en el suelo. Ellas aceptaron y al fin me pude quedar dormida. Al día siguiente fuimos a comprar y a reservar el boleto del bus para regresar a India, después nos fuimos a la montaña. Todo estaba nevado y para mi sorpresa, estábamos en una parte del Himalaya. La ciudad está al pie de las montañas, los habitantes son musulmanes. En ese lugar apenas vi un convento de religiosas cristianas. Cuando fui a la estación del bus, el hombre que estaba en la taquilla me rompió el boleto y me dijo que con un boleto roto no podía viajar y de esa forma me obligó a comprar otro boleto. Cuando llegamos a la frontera el tren ya estaba a punto de partir. Cuando subí al tren sentí un gran 167
alivio. ¿Qué me llevó a Cachemira?, algo muy absurdo. En la religión de los hindúes se cuenta que Jesús, después de su Resurrección se fue a India, vivió un tiempo allá y luego murió en Cachemira, y que allí estaba su tumba. Fui porque deseaba visitar su tumba. Hice mi viaje a ese lugar para llevarme el mayor susto de mi vida. El miedo no me permitió buscar información sobre ese lugar que tanto deseaba encontrar. Hoy comprendo tantas cosas de la Biblia que antes no comprendía. En la Biblia se nos dice que Jesús estuvo en la tumba tres días y luego se nos habla de su Resurrección y Ascensión al cielo. Ya de regreso a Delhi sólo me quedaba preparar mi viaje para salir de India. Me llevaba impresiones muy fuertes como la de un joven que no podía caminar. Era muy pequeño y acostado boca abajo sobre una tablita, con ruedas se arrastraba por el piso, cuando me vio fue a mi encuentro se agarró de mis pies y se puso a llorar, eso me partió el alma, él no sabía qué decirme ni yo tampoco. Presencié el espectáculo de las cobras que se alzan al oír el ruido de una flauta, fue algo que me dio mucho miedo. Me enteré de que la gente más pobre de la India durante su vida reúne el dinero para comprar la paja con la que le incinerarán cuando mueran. Algo muy triste también es saber que hay familias que en las mañanas se comen el arroz y por la tarde se toman el agua, no tienen más nada que comer. Lo de los niños lisiados es otro cuadro doloroso y en general, toda la miseria que presencié me hizo concientizar todo lo afortunada que soy de haber nacido en Venezuela. Le di gracias a Dios por tanta misericordia para conmigo. Salía de India con el corazón destrozado.
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Retorno a Europa Regresé a Paris, le había comprado un sari a mi amiga, aprendí como colocarlo en el cuerpo. El día lunes ya estaba de nuevo en mi trabajo. La familia estaba muy contenta por mi regreso, con ellos pasé varios meses. Ya conocía a Paris por todos los rincones y me seguía siendo agradable. A veces subía al concurrido Montmatre con sus pintores, sus cafés al aire libre y sus sombrillas de distintos colores donde predominaba el rojo y aquélla vista única de la ciudad de Paris. Un día, una chica del grupo de filosofía oriental me invitó a pasar el fin de semana en su casa, ella sabía que yo quería conocer algo de la región de Provenza. Llegamos a su casa que era toda de madera, en medio de aquel verde campo que había visto en los cuadros de Van Gogh y Monet, nos fuimos caminando por el prado y recogiendo unos hermosos hongos que no había visto antes, de color marrón por debajo y anaranjado por arriba.
Vista de Montmatre. París
A la vuelta de aquel pintoresco paseo su padre preparó champiñones en salsa de ajo para el almuerzo. Como había una cantidad de ropa limpia me puse a planchar 169
mientras ellos preparaban la comida. Eran una familia de campo, amorosos y sencillos, el domingo nos regresamos a Paris. Me quedaban gratos recuerdos de Paris; quedó atrás la ocasión en que fui a visitar a mis hermanas, pero mi depresión no permitió que disfrutara de todos aquellos hermosos lugares en su compañía. Esta vez mi tiempo en Paris fue muy agradable, tenía amistades del grupo filosófico, muy lindas personas y las conferencias me llenaban mucho. Conocí a una señora de Japón que vivía en Paris, porque su esposo trabajaba allí en una empresa japonesa, tenían una niña muy linda en su estilo japonés y dos niñas grandes que cuidaba su madre en Tokio, cada 15 días iba a ayudarla. Un día me dijo que iba para Tokio, porque su hija grande se casaba y me pidió que estuviera pendiente de su casa. Yo le dije que si yo algún día iba a Japón me gustaría volverla a ver. Me dio su dirección y me dijo que ellos estarían en Paris por un poco más de tiempo y se regresarían a Japón, aquella dirección la guardé cuidadosamente, yo sabía que algún día visitaría a Japón. Los meses fueron pasando, yo me había mudado a vivir con una chica del grupo que se alimentaba con comida macrobiótica, en el mismo piso vivía un matrimonio anciano, refugiados de Vietnam, también ellos consumían este tipo de comida. Ella cocinaba para los dueños del edificio y muchas veces me invitaban a comer. Por ella conocí cómo se lleva a cabo la preparación de esta comida y las proporciones que hay que comer: 20% de vegetales, 60% cereales, 15% verduras y 5% grasa (de semillas). Me agradó mucho su comida y traté de practicarla todo el tiempo que pude.
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Se nos había anunciado que habría una convención en Roma y yo quise ir, quería volver a esa ciudad, ¡había tanto por ver y volver a ver! Esta vez no dejé a nadie en el trabajo. Me marchaba a Roma y no sabía de momento adónde iría después. La convención duró tres días, me había puesto de acuerdo para llegar al hotel con el matrimonio que me dio hospedaje en Burgos (España), fue muy grato volverlos a ver. Paseamos por la Ciudad Eterna, volví a visitar a vuelo de pájaro todos aquellos lugares, testigos mudos de aquella Roma imperial. Ellos regresaron a España y yo tomé el tren para Florencia, volví a contemplar la
Elena y yo, comiendo la tradicional pizza.
señorial Florencia con todo su encanto y atractivo. Llamé a Bologna para avisar de mi llegada, y aunque no era tiempo de nevadas, para mi sorpresa y agrado por el camino estaba nevando, fue todo un regalo para mí espíritu. Volví a la casa de la familia Negri, su hijo se había casado y tenía un hermoso niño. Elena vino a verme apenas llegué. Esa noche fuimos a comer la tradicional pizza. Me quedé unos días con la señora Negri, vivía sola y estaba contenta de estar sola, aunque su hijo vivía en el último piso del edificio 171
y tanto su hija como los nietos siempre venían de visita. En la convención conocí a una chica española, que era enfermera en Ginebra y como estaba viviendo con una amiga que también era de la misma profesión, me ofreció ocupar su cuarto en la residencia de enfermeras, donde me podía quedar por seis meses. Acepté esta invitación tan generosa de su parte, me despedí de todos en Bologna y me fui a Ginebra (Suiza). Al día siguiente de estar allí salí a la calle a conocer la ciudad, le dije a Dios: “Dios mío ¿tú me podrías reparar un trabajo?”, en un minuto alcé mis ojos al cielo y cuando miré hacia la acera del frente, allí estaba una boutique, entré y le dije a la persona que me atendió que yo estaba buscando trabajo y que entendía algo de costura. Me miró a la cara, fue adentro y regresó con un abrigo y me dijo que había que hacerle el ruedo, que me lo llevara y lo trajera cuando estuviera listo. Aunque no soy rápida en la costura me tomé el tiempo necesario y lo llevé de vuelta, hice algunos otros trabajos, pero en realidad quería tener más horas de trabajo. La dueña me recomendó con una familia evangélica para que les ayudara y así fui haciendo una cadena de horas de trabajo. Recuerdo que fui a ayudar a un matrimonio de ancianos. El señor había perdido la vista con un ácido que le cayó en la cara durante la Segunda Guerra Mundial. Me daba mucha lástima verlos, porque ni él ni ella lucían felices. Un día la señora evangélica me mandó al sótano a llevar unas cosas y como me pareció tan especial su construcción, le pregunté y ella me dijo que en caso de guerra se podían refugiar allí y que todas las casas, por ley, debían tener ese refugio. Por supuesto, el trabajo que 172
yo realizaba no estaba permitido por la ley, ya que los extranjeros no tenían derecho de trabajo en el país. Así y todo un agente de Policía me permitió que yo fuera a trabajarle una vez a la semana. A los días de haber llegado a la residencia, en la cocina conocí a una chica que ocupaba un cuarto en el mismo piso al final del pasillo, cuando me vio preparando mi comida macrobiótica quiso probarla, y luego de comer me dijo que ella quería que también preparara para ella, me propuso que compraría lo necesario y yo cocinaría, y así quedamos desde ese día. Fue la única chica que conocí en el piso, nunca tuve contacto con otras personas. Todas las noches asistía a las conferencias, ya que el lugar me quedaba a tres cuadras, una noche la invité, pero después me di cuenta qué no estaba interesada en esa filosofía de vida. Recuerdo que una mañana le vi salir y regresó al cuarto, cuando le pregunté si había estado durante el día en su cuarto me dijo que no, que había estado trabajando, cuando le conté lo sucedido las dos quedamos impresionadas de que yo la hubiera visto sin estar ella allí. Bueno, esto fue algo muy extraño que me sucedió. A pesar de que era invierno iba a una piscina tan grande y profunda como no había visto antes. El agua estaba caliente y no sentía miedo de nadar en la parte más profunda. El tiempo fue pasando y se acercaban los días de la Navidad. Las reglas que hay que guardar en la comida macrobiótica yo las había quebrantado. Comencé a comer chocolates por cantidad. Era mi gran oportunidad, ya que el chocolate en Suiza está muy bien elaborado. A veces iba a la otra residencia a visitar a la enfermera que me había cedido su cuarto. Me comentó que una de las principales causas de 173
muerte en Ginebra era por suicidios, me quedé impresionada de saber esto. Le comenté que estaba pensando ir en Navidad a Israel, me dijo que no era fácil, que tenía que pasar por muchos requisitos en el aeropuerto. Yo deseaba pasar la Navidad en Israel, ir el 24 de diciembre a Belén y quería conocer los kibbuts. Había guardado la carta de invitación que había recibido de ellos cuando estaba en Londres, allí se me daba información y tenía dinero suficiente para realizar el viaje. Fui al Consulado de Israel para obtener la visa, todo salió bien, esta chica enfermera me acompañó al aeropuerto y se quedó sorprendida cuando me recibieron el boleto y el equipaje de la manera más normal. Nos despedimos y yo entré tranquilamente a la sala de espera. A todos los pasajeros con destino a Israel nos hicieron pasar a una sala de espera especial, allí estuvimos hasta que nos llamaron para el vuelo, llegó un momento en que nos dividieron: los hombres de un lado y las mujeres del otro. Individualmente nos fueron llamando a un pequeño cuarto donde una chica revisó todo mi cuerpo, después que terminó esta revisión a todos los pasajeros nos montaron en un bus y nos llevaron a otra sala. Cuando entramos me pude dar cuenta que había un cerro de equipajes, al llegar mi turno sacaron todo mi equipaje y una chica comenzó a hacerme preguntas. La primera fue ¿por qué deseaba ir a Israel?, les respondí que deseaba estar el 24 de diciembre en Belén y además, quería ir a los kibutz, me preguntó si tenía alguna carta de ellos, le mostré la carta que llevaba, me preguntó si llevaba direcciones de Israel, le mostré la que tenía de las personas que asistían al grupo de filosofía oriental. Como llevaba una 174
grabadora sin casetes me preguntaron por qué no llevaba cintas, les dije que pensaba comprar casetes con canciones de Israel. Después de darme una sonrisa me desearon un buen viaje y una feliz estadía en su país.
Israel y Oriente Medio Había llegado al aeropuerto a las nueve de la mañana y el vuelo salió a las dos de la tarde, hicimos escala en Múnich, Alemania, todo estaba nevado, seguimos a Viena, no se veía nada por la densa niebla. Al fin pudimos salir y llegamos a Tel Aviv al anochecer. Alguien me habló de una residencia que no era muy costosa y allí llegué. En un pizarrón decía que se necesitaban voluntarios para ayudar, a cambio de hospedaje y comida, yo me ofrecí inmediatamente. Era una residencia de jóvenes turistas del mundo entero, unos llegaban y otros se iban. Yo ayudaba en las mañanas y tenía libre las tardes para salir, al día siguiente de llegar fui a las conferencias y allí me encontré con las dos chicas israelitas que había conocido en la convención de Roma. Estuvimos muy contentas de volvernos a ver. Me quedé unos días en la residencia, la dueña estaba contenta con mi trabajo y no quería que me fuera. Quería estar en la casa de Abigail y tener más libertad. Recuerdo que frente a su casa había un naranjal y comía todas las naranjas que deseaba, yo me sentía muy contenta de estar en Israel y agradecida con Dios, que en su infinito amor permitía que yo volviera a Israel con más tiempo para ver las cosas que no pude conocer antes, porque para ese entonces había una división. Subí a Jerusalén para estar el 24 en Belén, había que ir a una oficina para obtener una tarjeta rosada para 175
entrar a la iglesia esa noche. Recuerdo que mientras esperaba el turno para obtener la tarjeta, me comí casi la mitad de una barra de chocolate gigante que había traído de Suiza. Tenía mucha ilusión por visitar a Belén en esa noche, pero antes fui a visitar a una familia judía que también asistía a las conferencias. La casa estaba situada en el casco histórico, era toda de piedra. Me pareció estar en la casa de Lázaro, Marta y María, cuando llegué había algunas personas de visita, entre ellas una chica que vivía en Belén. Pasamos una tarde muy amena hablando cosas relacionadas con las conferencias de La Misión de la Luz Divina. Se hizo tarde y ella ofreció llevarme a Belén, compartí con ella la otra mitad del chocolate. Me dio pena que sólo fuera la mitad, pero no tenía otro, cuando llegamos a Belén me dijo que era mejor que fuera a dormir a su casa y por la mañana temprano fuera a la iglesia, ya que esa noche había demasiada gente en el lugar. Me resigné a que fuera así y al otro día bien temprano me preparé para ir a la iglesia, cuando llegué había pocos feligreses. El portero me acompañó por toda la iglesia, bajamos al lugar donde se dice que nació Jesús. El espacio es sumamente pequeño y hay dos altares. Cuando entré al lugar el portero me dijo: “si hubiera venido anoche, no habría estado en este lugar, hizo muy bien en venir hoy, había demasiada gente anoche”. Hacía mucho frío y en verdad esa noche del nacimiento de Jesús no podían estar los pastores en el campo. Salí del lugar sintiendo gratitud en mi corazón por ese privilegio de haber estado ahí en ese momento.
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Mezquita de Omar. Jerusalén
Volví a Jerusalén, como ya no estaba dividido pude ir a visitar la Mezquita de Omar, lugar donde los musulmanes oran y donde Abraham iba a sacrificar a su hijo Isaac. La mezquita es bellísima con toda la grandeza de la arquitectura árabe. Todo era reluciente, los pisos brillaban, había que quitarse los zapatos antes de entrar. Al salir de ese lugar comenzó a perseguirme un joven y tuve que decirle a un turista que me acompañara. Juntos fuimos a ver el Muro de los Lamentos, se podía ver a los judíos haciendo peticiones en papelitos, envolviéndolos y colocándolos en los orificios de las piedras. Cuando el joven dejó de perseguirme me fui a visitar el Jardín de Getsemaní, cuando llegué al lugar había una reja de hierro, enfrente había una iglesia, el sacerdote que me atendió me dijo que no se podía entrar y que si la gente entrara ya no quedaría nada de los olivos milenarios. Me dio dos tarjetas con unas 177
hojitas de olivo pegadas. Pude darme cuenta de que los lugares santos estaban en manos de diferente órdenes religiosas. El sacerdote me acompañó hasta la reja y desde allí pude contemplar el jardín. Un hombre en un camello estaba esperándome e insistía para que me montara en él. Cuando el hombre se marchó pude continuar mi tour por Jerusalén.
Huerto de Getsemaní. Jerusalén
Me parecía increíble que yo estuviera en ese lugar, ¡pero allí estaba! Caminaba y todo me parecía como si estuviera en aquella época. Dejaba Jerusalén, aquella ciudad tan especial, por la cual Jesús lloró al ver que de ella no quedaría piedra sobre piedra. Me faltaba visitar el Mar Muerto, en Israel todo está muy cerca. Me llamó mucho la atención ver a las chicas dirigiendo el tráfico en las carreteras. Tomé el bus que me llevaría a En-guedi, a un lado de la carretera está el Mar Muerto, que es mucho más grande de lo que me había imaginado. Al frente está En-guedi, en este lugar acampó David con sus hombres (Sa. 23: 29). Allí hay un pequeño hotel. Al momento de llegar alguien decía que necesitaban a dos personas para ayudar. Enseguida una francesa y yo levantamos la mano y nos dieron la oportunidad de ayudar a cambio de comida y alojamiento.
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A mí me tocó atender en el comedor, había muchos turistas. Sentí algo muy especial en ese lugar, al saber que David había acampado en ese pequeño oasis en medio de ese gran desierto. Al frente estaba la montaña de Masada, lugar heroico por la resistencia que hicieron los judíos hasta el final. En el hotel había una pequeña montaña que comencé a subir, pero algunos turistas que venían de regreso decían que había serpientes y hasta la posibilidad de que apareciera algún leopardo no se descartaba, ya que a la entrada del hotel había un cartel donde decía: si usted ve a un leopardo, deténgase. Este letrero lo había leído cuando estaba de salida en el hotel. Bajé a bañarme al Mar Muerto, lo hice en la plena orilla.
El Mar Muerto. Muestras de su alta salinidad.
Parecía que allí hubiera arena movediza, el agua, aunque parecía incolora, el barro al contacto con la piel era pegajoso, sentía como la sensación, de grasa sobre la piel. Apenas me bañé un momento, siempre he tenido miedo a la arena movediza, ya que antes viví una mala experiencia en otro lugar y pude salir gracias a que sé nadar. Pasé unos días muy lindos en ese sitio. 179
Pensé en visitar Damasco, pero no era conveniente viajar a un país árabe sola, así que regresé a Tel Aviv. Era hora de pensar en trabajar si quería ir a Egipto. El consejo de mi padre de no gastar todo el dinero siempre lo tuve presente en todas mis aventuras.
Una calle en Tel Aviv
Abigail me dio la oportunidad de conseguir trabajo. Iba todos los días a arreglar un apartamento muy grande de una familia judía. La abuelita se quedaba y los demás miembros de la familia estaban ausentes durante las cuatro horas que tenía para hacer el arreglo. La abuelita siempre tuvo la bondad de guardarme algo agradable para comer. Un día bajé al sótano y me di cuenta que su construcción estaba hecha para protegerse en caso de guerra. Todos los edificios, tienen este sistema. Ya había perdido la ilusión por ir a los kibutz. Cuando fui a la oficina de información me dijeron que como yo pasaba de los 35 años, sólo tenía la oportunidad de ir a los kibutz en El Golán, en la frontera, pero que no se hacían responsables en caso de conflicto bélico. Yo no quise correr ese riesgo, ya que tenía información de que en la frontera es donde normalmente se presentan estos conflictos. 180
La abuelita me comentó que cuando los jóvenes llegan a la edad de 18 años, ya las madres se resignan a que sus hijos vayan a la frontera y tal vez no regresen. Un día estaba sentada en la calle de un barrio y cargaba una bolsa, me había quedado medio dormida. Una señora me despertó y preguntó si la bolsa era mía, después me dijo: si usted ve una bolsa en la calle no se le acerque, puede ser una bomba. Por las noches continuaba asistiendo a las conferencias, siempre había alguien que me traducía al inglés. Mi otra amiga, cuyo trabajo era patrullar, me invitó a patrullar en el desierto. Como yo estaba trabajando no acepté la invitación. Hasta el día de hoy siento pena de no haber vivido esa experiencia. El tiempo fue pasando, había conseguido otro empleo por las tardes y tenía dinero suficiente para ir a Egipto. Obtuve mi visa y comencé a preparar mi viaje.
Monte Sinaí. Egipto
Alguien me dijo que no debía llevar cosas de valor, ni siquiera mi boleto de avión de regreso a Roma. Me fui apenas con lo necesario para cambiarme, salimos a las siete de la mañana, atravesando al principio campos extensos de naranjales, después estuvimos en el
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desierto. Tal vez por la misma ruta que traían los israelitas a su salida de Egipto. Caminando por el desierto de vez en cuando se veía alguna mujer con la cara tapada por el burka y un montón de leña en la cabeza. De repente, a lo lejos, divisé una montaña y alguien me dijo que era el Monte Sinaí. En aquel inmenso desierto no se veía nada de nada, sólo arena. El bus se detuvo solamente una vez en un oasis donde había algunas casas. Allí nos detuvimos para tomar algo frío. Al atardecer estábamos atravesando el Mar Rojo, que no es tan ancho como yo lo imaginaba. Al otro lado nos esperaba un bus que nos llevaría a El Cairo.
El Mar Rojo. Egipto
Egipto fue otra experiencia más en mi vida. El Cairo es una ciudad muy populosa y además tiene mucho turismo. El hotel donde llegué tenía un ascensor de los antiguos, siempre me dio mucho miedo subir o bajar sola, además se corría el peligro de ser asaltado. Quise llamar a la dirección que llevaba para llegar en El Cairo, pero no fue posible que me pasaran la llamada. Después alguien me contó que si la persona no es importante no le pasan la llamada. Cuando quise ir al correo para enviar carta a mi familia, algunos me decían que estaba a la derecha, otros que a la 182
izquierda. Por fin alguien me dijo donde realmente estaba el correo. Cuando quise llamar a Venezuela, tampoco logré la llamada. Con el dinero que tenía dispuesto para esa llamada, compré con mucha ilusión, dulces árabes para enviarlos a mi casa y cuando llegué a Venezuela me dijeron que los habían botado. El tráfico era tan grande que los carros no respetaban los semáforos, había que buscar la manera de pasar de un lado a otro de la calle. Los buses ni se paraban porque iban llenos. Alguien me dijo que para ir a las pirámides debía tomar el bus desde el lugar donde salen (terminal) y sentarse detrás del chofer, para poder ver por dónde vas pasando.
La Esfinge y las pirámides. Egipto.
Cuando llegué al terminal había unas monjas con unas niñas y al otro lado descansaba una cantidad de camellos, y uno de los hombres insistía en que yo me montara en uno. Siempre estuve cerca de las monjas, porque no quería estar sola. Como en ese momento no veía ningún turista entrar a las pirámides, preferí no entrar porque tenía miedo. Me conformé con ver las tres pirámides por la parte de afuera y la esfinge, estatua del león con cabeza de mujer. 183
Mi regreso a la ciudad lo hice a pie, atravesando un mercado muy largo que parecía no tener fin. Los hombres me buscaban conversación, como andaba sola pensaban que era una mujer en busca de hombres. Hasta hubo uno que me invitó a tomar licor. Cuando ya estaba llegando al centro me conseguí con un enano que hablaba español, había estado en Sudamérica, éste fue un poco más decente. Cuando llegué al hotel lloré por los momentos tan desagradables que había pasado, aparte de la angustia de subir sola en el ascensor. Al día siguiente me fui al museo que estaba cerca del hotel. Pude ver el sarcófago de Tutankhamon, algo muy especial; estaba metido dentro de tres cajas, la última caja tan grande como el tamaño de un Máscara mortuoria de Tutankhamon cuarto. En esa época durante mi visita a El Cairo, el río Nilo no llevaba tanta agua. Yo pensaba encontrarme un gran río caudaloso. Las mujeres, en su mayoría, llevaban trajes al estilo árabe, una que otra llevaba ropa a lo occidental. Me impresionó ver la cantidad de negocios donde venden dulces. Allí la comida que predomina es la lenteja, algunas anaranjadas, también consumen mucho las berenjenas. Aunque comen muchos dulces, la 184
berenjena ayuda a la circulación y el ajonjolí es la única grasa que limpia las venas, gracias a ellos pueden contrarrestar el efecto tan dañino que causa el azúcar. Quería ir a los templos de Abu Simbel, pero después de la experiencia que había vivido me dio miedo viajar sola fuera de El Cairo. Alguien me dijo que era muy aventurado. Mis días en El Cairo estaban terminando. Para volver a Israel tenía que de nuevo sacar visa y como no podía tomar un bus que me llevara hasta el lugar, me armé de valor para tomar un taxi. Cuando llegué al Consulado había soldados apuntando con metralletas la entrada, después de identificarme, otro soldado me hizo pasar a la oficina de las visas. Bajo estado de pánico logré obtener mi visa y no tuve más remedio que volver a tomar otro taxi para regresar al hotel. Siempre me quedaba en la puerta esperando que alguien subiera para no tomar sola el ascensor. Visitar los países árabes sola no es recomendable para ninguna mujer, por esa razón no fui a Damasco. Como no me había llevado la dirección del Embajador y el secretario de la Embajada de Egipto en Caracas, no pude tener contacto con ellos. Bueno, después de todo conocí sus pirámides y su río Nilo. Todo quedaba atrás, regresé a Israel pasando tal vez por el mismo lugar que atravesaron los israelitas en su salida de Egipto en el año 1513 AC. En el año 1473 AC. Moisés habla al pueblo (Dt. 30: 19,20). Volví a viajar por aquel desierto lleno de tantos pasajes bíblicos, me parecía ver a Moisés bajando del Monte Sinaí y a las jóvenes israelitas danzando alrededor del becerro de oro. Al atardecer llegué a Tel Aviv. Abigail me estaba esperando, lo primero que hice fue revisar el libro donde había dejado mi boleto aéreo de regreso 185
a Roma. Pronto se iba a celebrar una convención allí, esa fue la noticia que me dieron apenas regresé. Ya no tenía otra motivación para estar en Israel, ya que me había resignado a no conocer los kibutz, aún todavía lamento no haber vivido esa experiencia. Me preparé para viajar a Roma y asistir a la convención, como el vuelo salía en sábado tuve que alojarme en la casa de un chico que asistía a las conferencias, para que éste me llevara al aeropuerto, ya que los sábados en Israel no hay transporte colectivo. Me regresé muy contenta de haber visitado todos aquellos lugares por donde anduvo Jesús, aunque en casi todos hay una iglesia. Para la década de los 80 Israel me pareció caro, ¡cómo será ahora! Los frutos secos no eran nada accesibles, pero pude comer dátiles e higos. Dejaba a Israel sintiendo profunda gratitud en mi corazón hacia ese Dios amoroso que permitió que yo hubiera vuelto a ese lugar por el que sentí algo tan especial y único dentro de mí ser.
Europa de nuevo Me esperaba Roma, después de la convención volví a visitar aquellos lugares que no nos cansamos de ver. Llamé a mis amigas en Bologna para avisarles que iba de paso para continuar viaje hacia Ginebra. Después de pasar unos días con la familia Negri, que siempre me brindó su amistad y cariño, volví a Ginebra, Suiza. Permanecí allí el tiempo necesario para hacer dinero. Pude regresar a la residencia de enfermeras, obtuve mis horas de trabajo y todo me resultó bien. Entre las cosas extraordinarias que hice fue ir a esquiar en un puesto de nieve. La verdad es que por mi pierna intervenida no tenía la fuerza necesaria para hacerlo bien. Me caí muchas veces, las personas con quienes 186
fui me dijeron que no debía caer de espaldas; aunque me resultó muy interesante ese deporte, era algo que tenía que descartar de mi vida. Debía conformarme con nadar y eso era bastante. Un día quise ir a visitar las instalaciones donde funcionan las oficinas de la Organización Mundial de la Salud, lugar donde no se podía entrar a menos que tuviera un pase. Como el tiempo de permanecer en la residencia de enfermeras ya había terminado, preparé mi viaje para regresar a Paris. Fui a visitar y despedirme de esta chica enfermera que generosamente me había hospedado en su cuarto, ya que ella no quería estar sola en ese lugar y fue a compartir la habitación con otra enfermera en otra residencia.
Calle nevada. Ginebra
Los días de invierno en Ginebra son tristes, a mí me alegraba mucho ver caer la nieve, aunque después cuando se derrite es un desastre. Para la primavera volví a Paris, la familia de los niños que atendí no tenía a nadie que los cuidara y me 187
pidieron que regresara con ellos. En mi corazón sentí el deseo de volver a casa, aunque siempre mantenía contacto con mi familia a través de cartas y postales. Aún guardo un cúmulo de postales, muchas de las cuales no retornaron a mis manos. En Paris continué asistiendo a las conferencias todas las noches. Como tenía el boleto mensual del metro, volví a recorrer Paris por todas partes. Ahora si estaba llegando a su fin mi estadía en Francia. Mi deseo de retornar a casa estaba latente, aunque sabía que nada agradable me esperaba. Después de un mes de trabajo preparé el viaje para ir a España a recoger mi equipaje. Como tenía mucho tiempo fuera de mi país hice arreglos en el Consulado de Venezuela para enviar la mayoría de mis cosas por barco. Salí de Madrid en vuelo directo hacia Maiquetía, mi familia me esperaba en el aeropuerto.
Retorno a mi país Regresar a Venezuela lejos de proporcionarme alegría, provocó nuevamente que la depresión se apoderara de mí, esta vez de tal manera que le dije a la prima Yolanda, que era médico en el Hospital Clínico Universitario, que yo requería hospitalización. En la actualidad comprendo que no es conveniente irse a una clínica u hospital, porque la depresión no se cura con medicamentos, hay que aprender a llevar la vida con sus altos y bajos, esa es la fórmula. En mi caso la he sobrellevado trabajando, ocupándome de asuntos de utilidad común, tratando de servir a otros y no refugiándome en una cama, porque así no se logra superar esta condición. Y en lo referente a los problemas familiares, entendí que todos tenemos problemas de ese tipo; unos más, otros menos, pero 188
problemas al fin. No se puede andar por la vida evadiendo escalones. Estas cuestiones las estoy entendiendo al final de mis años, después de haber pasado por diferentes etapas, médicos, terapias, métodos de control como el Control Silva, meditación oriental y lo último han sido tres cursos de Dianética en Miami. Permanecer en mi casa no ha sido el lugar ideal para sentirme feliz, la convivencia familiar no ha sido fácil ni cuando niña, de adolescente, de adulta; y mucho menos ahora que soy un adulto mayor. Todavía sigo pensando ¿por qué debo pagar los platos rotos que otros hayan quebrado? Haber tenido que sobrellevar, en parte, estos problemas ha sido para mí un motivo de infelicidad. La Biblia nos dice que uno tiene que ser un dador alegre, no por imposición. Apenas pude salir de mi cuadro depresivo cometí la ligereza de querer retornar a España, viajé a Madrid un lunes y el miércoles ya estaba de regreso de nuevo en Venezuela. La depresión que confronté en ese momento fue tan grande que sólo esperé en el hotel que saliera el próximo vuelo para regresarme. Cuando le comenté a una tía sobre lo que me había sucedido, no pudo captar lo mal que yo me sentía de haber procedido de esa manera. Yo esperaba encontrar en ella palabras de consuelo, pero no fue así. Con mi madre no podía contar, su comportamiento siempre fue como el de una niña. Pasé un tiempo entre mi casa y la de mi prima Yolanda, no dejaba de asistir a las conferencias. Un día se nos comunicó que habría una convención en Miami, Florida. Siempre fui responsable y de mis ingresos salía la manutención de mi madre. La obligación que tenía con mi madre la
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cubría con el alquiler del local que ella siempre había estado administrando.
Estados Unidos de América Una vez en Miami, las condiciones se dieron para quedarme; apenas terminó la convención conseguí un trabajo cuidando un niño de un matrimonio judío, en un lugar muy bello cerca de un lago. Mis empleadores estaban muy contentos conmigo, pero cuando se dieron cuenta que yo asistía a esas conferencias de filosofía oriental, no quisieron que estuviera más en su casa entre ellos y me llevaron con un matrimonio de Puerto Rico. Ambos eran médicos y tenían una niña con problemas de conducta y otro niño más pequeño, normal. Yo les atendía bien y ellos estaban conformes, la niña era de color y tenía diez años, iba a la escuela en las mañanas y el varón era más claro de piel. Recuerdo que la niña sólo comía papas fritas y tomaba Coca Cola, no había forma ni manera que comiera algo nutritivo. Durante el tiempo que pasé allí me sentí muy contenta, tenía la libertad de ir a las conferencias y los sábados y domingos me iba a la playa. Un buen día trajeron un perro de raza Bóxer de color marrón, como de un mes de nacido. Lo menos que ellos pensaban era que yo siempre había querido tener un perro de esa raza, se convirtió en otro niño más de la casa, este animalito fue motivo de alegría para todos en la casa, comía de todo, hasta helado. A los cuatro meses daba gusto verlo. A cada visitante que llegaba le mostraban el perro. Ya iba a cumplir seis meses en Florida, y como yo estaba contenta con mi trabajo debía hacer algo para obtener de nuevo la permanencia. Lo más cercano era ir a las Bahamas. 190
Abordé un barco a la isla de Puerto Fino y allí me quedé un fin de semana, al regresar logré obtener la estadía por seis meses más, ya no tenía esa preocupación y volví a mi trabajo. La señora estaba esperando un nuevo bebé. Yo no me consideraba competente para cuidarla, los niños recién nacidos me producen angustia. Era Navidad y los niños, sin exagerar, habían recibido un cuarto lleno de regalos. A mí me regalaron una bolsa de dormir y el perro Bóxer que tanto me gustaba. En las conferencias hice amistad con una chica que siempre me traía a casa. El lugar donde yo vivía estaba bastante lejos. Esta amiga era casada y tenía tres hijos grandes, con el correr del tiempo enfermó de cáncer y murió. Estando en Miami durante una consulta médica conocí a una joven cubana de nombre Beatriz, quien gentilmente se ofreció para traerme de regreso a casa, nos hicimos buenas amigas hasta el día de hoy. Nos identificamos mucho por la depresión. En esos días ella estaba preparándose para casarse, pensaba que con el matrimonio podía sobrellevar mejor su depresión. Pasábamos horas hablando, cuestión que a su madre le molestaba. Comentábamos que las personas depresivas tienen pocos amigos. La gente del vulgo les considera locos, no sabiendo que el depresivo está más cuerdo que muchos que se consideran normales. Por lo menos se tiene temor a Dios y se siente compasión desde un ser humano hasta por una diminuta hormiguita. Pensábamos que no se puede ir por la vida buscando un culpable, aunque la Biblia dice: “Los padres comieron las uvas agrias, y los dientes de los hijos tienen la dentera” (Eze. 18: 2). Nació la niña y yo no me podía quedar más en ese trabajo, no me sentía capaz de cuidarla. Ella, como médico me comprendió. Le dije que como 191
mi nueva visa estaba a punto de expirar, yo deseaba hacer un viaje al Lejano Oriente, quería tener contacto con la medicina oriental, con la dieta macrobiótica y además quería conocer esos lejanos lugares. Me prometió que cuidaría del perro hasta mi regreso. Tanto ella como yo sentimos mucho separarnos.
31 de mayo de l983. Salida para el Japón Mientras tramitaba lo relativo al viaje para Japón estuve acompañando a un anciano judío que vivía en un complejo residencial muy hermoso de Miami, a orillas del mar. Todos los días venía una señora a prepararle su comida, ella era de Rumania y en las vacaciones iba hasta allá a visitar a su madre que vivía sola. ¿Cómo puede estar esta viejita tan sola, teniendo una hija que la puede acompañar? Yo no podría estar lejos sabiendo que mi madre está sola. Mi hermana menor, para ese entonces, se encargaba de nuestra madre, por esa razón yo podía estar lejos de ella, pero llegado el tiempo en que ella no lo pudiera hacer, lo haría con todo mi amor y dedicación, ya que nada sería más importante que atenderla. Para ir al centro atravesaba un extenso parque, todo allí era hermoso y me brindaba seguridad transitarlo. En una agencia de viajes compré un boleto para ir al Japón, con una duración de un año. La madre de mi amiga Beatriz me decía que le parecía una locura ir sola a un lugar tan lejano. Yo sentía que ese era el momento y el tiempo perfecto para viajar, no sabía si en el futuro podría tener otra ocasión para hacerlo. Días antes del viaje vino a verme una persona muy querida que iba de paso y seguía viaje para España, eso me animó más aún para realizarlo.
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El 31 de mayo salí para San Francisco, lo hice por carretera. Los buses eran muy confortables y yo quería atravesar los Estados Unidos de América desde el este al oeste. Entre los lugares que deseaba ver estaban el río Mississippi, New Orleans la ciudad que nos hace evocar el jazz, Texas con sus tiendas vendiendo artículos para vaqueros, y luego Los Ángeles, esa deslumbrante y gran ciudad en la costa del Pacífico. No perdí la oportunidad de visitar Hollywood y hasta caminé por el paseo de las estrellas del cinema.
Imágenes típicas de San Francisco, California
El trayecto de Los Ángeles a San Francisco me pareció bastante largo; llegué al amanecer, pude caminar todo el día por la singular ciudad de San Francisco, lo primero que quise ver fue el puente 193
Golden Gate, el barrio chino, el jardín japonés, el barrio italiano y otros lugares de la ciudad, pero sin mucho que recordar. El vuelo salía en la noche, allí estaba en el aeropuerto esperando con mucha ilusión partir para Japón. El viaje fue bastante largo, al atardecer llegamos al aeropuerto de Narita (Tokio). Solamente en el aeropuerto pude ver avisos en inglés, en el resto de la ciudad todo estaba señalizado en idioma japonés. Desde el aeropuerto salía un metro que llegaba al corazón de Tokio. Yo tenía escrita la dirección a donde iba a llegar. La persona a quien se la mostré ofreció avisarme donde debía bajar. Cuando llegamos me llevó a la casilla policial, después de hablar con un oficial nos despedimos y el policía me llevó a la dirección que tenía escrita. Era el lugar donde se reunían para las conferencias. Después que terminó la reunión, un matrimonio amigo se ofreció para darme hospitalidad. Él era estadounidense y ella, una linda japonesa nacida y criada en Hawái, tenían una niña y dos niños. Realmente fue un regalo haber llegado a una casa al estilo japonés, me parecía increíble que yo estuviera en Japón, sin ningún temor. Tenía una fe muy grande de que todo iba a salir bien. A la hora de dormir me dieron un futton, la cama típica japonesa. Ellos dormían en el piso de arriba y yo abajo muy cerca del jardín. Al amanecer del día siguiente deseaba ir para todas partes, a la hora del desayuno me encontré con una comida muy distinta a la nuestra. Empezaban el desayuno con una sopa de algas que me pareció deliciosa. Esa sopa la tomábamos todos los días, así como también el tofú (queso de soya). El señor de la casa me prometió que en su debido momento me llevaría a conocer los lugares emblemáticos y bellos de Tokio. 194
Cerezos en flor. Tokio
Había llegado en la primavera al Japón y los cerezos estaban en flor, era un maravilloso espectáculo. A mi partida era otoño y las hojas de los árboles se habían pintado de diferentes colores, otro espectáculo digno de recordar. Me había llevado la dirección de la Escuela Macrobiótica e hice arreglos para asistir a aquel lugar. Quedaba cerca de la casa donde me estaba quedando. Al llegar me encontré con la anciana esposa del doctor Osawa, la persona que se dedicó a estudiar y a lograr el balance energético de los alimentos, de acuerdo con el principio oriental del yin y el yan (como es arriba es abajo). Según este estudio el cuerpo humano necesita 60% de cereales, 20% de vegetales, 15% de verduras y 5% de semillas (frutos secos). Pasaba de los 80 años, ella era quien dirigía las clases y después de terminar de preparar los alimentos nos sentábamos a la mesa a comer. De todos los platos me gustaba mucho el tempura. Las verduras se pasan por harina con agua y luego se ponen a freír. Luego después de tres o cuatro días de estar asistiendo a las clases, la madre de mi 195
amiga Beatriz llamó desde Miami para saber de mí. Le agradecí muchísimo ese gesto que más tarde se lo retribuiría de otra manera. Me di cuenta que realmente les importaba mi bienestar. Cuando venía en el metro me acordé que tenía la dirección de la señora japonesa que había conocido en Paris. Su dirección estaba a unas tres estaciones del metro. Cuando fui a visitarla, al bajarme le pregunté a un señor por esa dirección y me dijo que le acompañara. Entramos a una casilla policial y el oficial le dijo donde quedaba el lugar. Cuando íbamos llegando él tocó la puerta y yo me escondí un momento, al verme no podía creer que fuera yo quien estuviera allí. Estuvimos muy contentas de vernos, la niña pequeña había crecido y era una japonesita preciosa. Fuimos juntas a visitar algunos lugares y por último me llevó a conocer un restaurante típico japonés. Era la segunda vez que visitaba un restaurante japonés. Como ya tenía varios días comiendo con palillos en la casa donde había llegado, me defendía bastante bien. Lo que me parecía incómodo era estar arrodillada para comer, debido a mi pierna enferma. Después de pasar un día muy agradable me pidió que volviera. A la semana siguiente el señor de la casa tuvo el tiempo disponible para mí y me llevó a conocer las cosas típicas de Japón que atraen la atención de todos los turistas. Entre ellas un hermoso jardín al estilo japonés, con una casa al centro, en cuyo lugar se celebran las bodas de los hijos de las familias pudientes. Yo pensé ¡cómo me gustaría estar en ese lugar cuando se celebre una boda!, recuerdo que fuimos a un lugar donde había kimonos de diferentes épocas. Como estaba alojada en una casa de familia 196
no me había dado cuenta de lo caro que resultaba vivir en Japón. Los días fueron pasando y yo me inscribí en la Escuela de Kasiganundo, que consiste en unos ejercicios que practican los japoneses para despertar la energía en el cuerpo y evitar el estrés. Por las noches asistía a las conferencias de filosofía oriental y siempre alguien me traducía al idioma inglés. Antes de que se fuera la primavera quería visitar el sur del Japón. En Osaka llegué a la casa de una japonesa que había conocido en una convención en Miami. Osaka es una ciudad grande y muy comercial. Kobe, ciudad de puerto. Kioto, la antigua capital del Imperio Japonés tenía muchas cosas que ver. Visitarlo en primavera era la estación ideal, allí me quedé unos días en el apartamento de unas chicas japonesas que asistían a las conferencias. Su madre, quien vivía en otro lugar vino el fin de semana y me llevaron a visitar algunos templos y después fuimos a comer a un bello restaurante. Irremediablemente tenía que arrodillarme y seguir practicando con los palillos. Como el arroz es grumoso se puede comer fácilmente con los palillos. Al día siguiente continuamos visitando templos, todos poseen maravillosos jardines. Recuerdo de manera especial el “jardín de vacío”, es un jardín que nos invita a reflexionar. Me quedé sorprendida de ver cómo las viejitas japonesas son las que se encargan de recoger las hojas en los jardines de los templos. Recuerdo que en una calle me di un golpe con un objeto y una señora que venía detrás de mí entró a su casa a buscar una medicina y me la puso en el lugar del golpe, ese gesto me pareció además de humano muy amoroso de su parte. De buena gana había
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invertido varios dólares para visitar esos templos. Me faltaba por visitar el antiguo Palacio Imperial. Su impresionante fachada que contrasta con la sencillez de su interior, me llamó la atención, donde sólo había en la sala principal dos cuadros gigantes con dos faisanes y una larga y baja mesa y al frente una cantidad de cojines sobre el suelo guardando la misma distancia uno del otro. Las chicas donde había llegado me invitaron para la ceremonia del té. Aprender esta ceremonia forma parte de la cultura de la mujer japonesa de clase. Me llamó la atención que para ingerir una taza de té se tuviera que hacer en tres sorbos. Todo ello forma parte de un ritual de su cultura. Cuando estaba en uno de los jardines de los templos, alguien me dijo que cuando el bambú está en período de crecimiento, diariamente crece 50 centímetros. Realmente, Kioto me pareció lo más bello que pude conocer de Japón. La sobriedad de sus templos y la hermosura de sus jardines llaman la atención. Me despedí de estas chicas quienes amorosamente me brindaron tantas atenciones y les prometí volver para el otoño, que realmente es hermoso ver el colorido de las hojas de los árboles. Me esperaba Nara, uno de los destinos turísticos más importantes de Japón, debido a la gran cantidad de templos antiguos y por la buena conservación, de los mismos. Los templos y ruinas de Nara forman parte del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco desde el año 1998. Allí está el Buda más grande del mundo, si mal no recuerdo mide 20 metros de altura. Su enigmática sonrisa y sus ojos que parecen mirar a todos lados me hicieron recordar a La Gioconda. Al caer la tarde llegué a Nara, nadie tomaba el teléfono en la dirección que llevaba para 198
llegar. Le pedí con insistencia a una joven de nombre Keiko que volviera a llamar y como no recibió respuesta me dijo: “no importa, puedes llegar a mi casa”, llamó por teléfono a su familia y al rato me montó en su bicicleta rumbo a su casa. Pude darme cuenta que tanto en Tokio como en el interior, las personas usan bicicletas como medio de transporte. Para el año 83 eran pocas las motocicletas que circulaban en la vía. Keiko me dijo después que sus padres tenían miedo de recibirme en su casa, pero ella estaba contenta de haber hablado conmigo y de llevarme a su casa. Me dijo que yo era la primera persona extranjera con quien había entablado conversación. Una vez en su linda y humilde casita japonesa, sus padres me atendieron muy bien. Me comentó que estudiaba y trabajaba, y que tenía dinero guardado porque quería visitar los Estados Unidos de América. Su padre me llevó luego a visitar los templos-pagodas, son muy lindos siempre de colores sobrios. Tenía que volver a Tokio, no quería perder la oportunidad de conocer el Shinkansen, el tren más rápido del mundo para esa época; compré un boleto que cubría la distancia entre dos ciudades. No pude hacer todas las distancias porque viajar en este tren es muy costoso. En 15 minutos cubría la distancia entre Osaka y Kobe. Una vez en Tokio regresé a mis clases de Kasiganundo (ejercicios). Volví a visitar a la señora japonesa, me contó que su segunda hija se iba a casar y que le gustaría que le ayudara en cualquier día libre con los preparativos. Para mi sorpresa la boda se iba a celebrar en ese hermoso lugar que había conocido semanas antes.
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Los días fueron pasando, por las noches iba a las conferencias. Un día la familia donde me estaba quedando me dijo que se iban de vacaciones a Norteamérica y que podía quedarme en la casa, también se iba a quedar un joven inglés que asistía a las conferencias y estaba en Japón como profesor de inglés. Como él ya sabía preparar la comida japonesa se encargaba de hacerla. Cuando el vecino de la familia supo que yo hablaba español me pidió que le diera clases. Llegó la fecha de la boda, era una boda muy lujosa, me puse lo mejor que tenía. El esposo de la señora me dijo que podía asistir al acto católico, pero que por ser extranjera no podía asistir al ritual japonés. Todo estuvo muy bello. Para el acto católico la novia lleva su traje largo blanco y para el ritual japonés, el tradicional kimono. Ya se iban a cumplir tres meses de estar en Japón y debía renovar la visa. Me pidieron la matrícula de la Escuela de Kasiganundo y logré una extensión de la visa por tres meses más. Yo estaba muy contenta de estar en Japón y quise quedarme más tiempo. Para entonces ya había comenzado a dar clases de inglés. Empecé con la dueña de una casa de modas. Luego, un matrimonio que había conocido, ella estadounidense y él japonés, me pidieron que yo les atendiera al grupo de señoras a quienes ella les daba clases de inglés, mientras iban por dos meses de vacaciones a Estados Unidos de América. Llegado el momento, quedé con las señoras que en cada clase les hablaría de los países que había visitado. Eso fue lo que se me vino a la mente y a ellas le pareció muy buena idea. Lo pasamos de lo mejor, pero como me sentía sola en la casa de mis amigos, sin ellos, me fui a un convento a buscar alojamiento. La directora que llevaba más de 200
40 años en Japón, me atendió y dijo que hablaría con una señora japonesa que tenía una residencia de estudiantes. Cuando fui a verla me atendió con toda la cortesía japonesa y me dijo que podía quedarme en su residencia. Allí había un apartamento que lo ocupaba la empleada de un matrimonio y como el esposo había muerto la viuda pidió a esta señora que se fuera a vivir con ellos. Me dijo que sólo iba a pagar los gastos de luz y agua. Una vez en la residencia comencé a tener más estudiantes. Se me hizo una cadena de estudiantes. Todos quedaban cerca. La suegra de la dueña de la casa de moda también quiso estudiar inglés. Recuerdo que al finalizar la clase me ponía una mesa con té y diferentes clases de dulces japoneses. En su mayoría los dulces son preparados con batatas (boniato) y kantén (algas marinas), las galletas son muy bien elaboradas. Hablando con la señora de la residencia me dijo que ella había trabajado por muchos años en la Embajada Americana. Comentaba que cuando ocurrió la Segunda Guerra Mundial ella sólo tenía un kimono. También me refirió que cuando se le presentaron problemas en el páncreas ella se comía todos los días una auyama entera con sus semillas. Al salir, notaba en las calles que ponían afuera de las casas una cantidad de repollos y encima una cajita y sobre la cajita el valor de cada repollo, la gente tomaba el repollo y colocaba el dinero en la cajita. Aquello me llamó mucho la atención y me hizo pensar en la confianza que los japoneses tienen en los demás. El profesor de Kasiganundo le había dicho a una de las chicas que era mejor que yo saliera de Japón, porque tenía los hombros caídos y era señal que podía 201
sufrir un infarto debido al calor. Yo le dije que no me quería ir y que estaba acostumbrada al calor. En las clases también me hice otras estudiantes de inglés. Una de ellas me invitó a la ceremonia del té. Me prestó el traje de kimono y me tomó fotografías. Otra chica me invitó a conocer el Fujiyama y un lugar muy hermoso donde está un templo. Ese día había un sol radiante, me dijo: Una de mis alumnas de inglés y yo luciendo un amiga ojalá que puedas ver kimono el Fujiyama, no siempre se deja ver. Llegamos a la orilla del lago y nos sentamos a esperar que desapareciera la nube, no tardó en quitarse y yo pude contemplar el imponente cono nevado en toda su magnitud. Luego subimos a un restaurante que está en una colina y allí almorzamos. Nos faltaba visitar el prometido templo. La verdad es que aún lo recuerdo, porque tengo una gata blanca que me hace recordar a una Monte Fuji. Japón gatita blanca de porcelana que está sobre el dintel de una de las entradas del lugar, 202
donde está el templo. Esa gatita, la vendían en miniatura y todavía la conservo. Otro detalle que recuerdo fue haber visto un caballo blanco que el pueblo de Nueva Zelanda regaló al pueblo japonés, cuando éste muere le envían otro. El templo, como todos los demás del Japón, es sobrio. Al final de la visita pasamos por un puente típico japonés todo de madera y en su decoración predomina el color rojo. Este lugar está ubicado al norte de Tokio. Recibí una invitación para subir más al norte de Japón, pero al final no se dio el viaje. De regreso a Tokio volví a la rutina de mis clases, yo estaba contenta como nunca de poder estar en Japón. En la Escuela Macrobiótica había aprendido algunas cosas que me gustaría compartir con otras personas. .-El arroz integral mantiene el equilibrio entre el sodio y el potasio. .-El ajonjolí es el único aceite que purifica las venas. .-La auyama regenera el páncreas. Igualmente, el frijol adzuki. (También conocida como soja roja). .-La sal para consumirla debe estar caliente. .-El ajo regula los niveles de azúcar en la sangre. Un detalle curioso que recuerdo en la cultura oriental, es que una mujer con vellos en los brazos o en las piernas es mal vista. Se piensa que ha violado los principios del yin y del yan, como está yin debe consumir más cereales que son yan. En las clases de Kasiganundo estaban incluidos los masajes Shiatsu, que vienen siendo parecidos al masaje Thai que se practica en Tailandia. Estos masajes tienen la propiedad de regular el sistema 203
circulatorio y mantener en buen estado el funcionamiento de los órganos del cuerpo en general. Entre los regalos que me hizo la señora japonesa estaba un masaje Shiatsu. El servicio de baños públicos es algo tradicional en Japón, ya que el servicio de tuberías en las viviendas es escaso. El japonés disfruta mucho de estos baños y tarda horas y horas bañándose. Cuando se ve una chimenea muy alta, saliendo humo de ella, es señal que allí funciona un baño público. En estos baños hay que pagar unos 2 dólares. La primera vez que fui me llamó mucho la atención su funcionamiento: a la entrada hay casilleros para guardar los zapatos, luego se pasa al interior donde se paga y se recibe una llave para guardar la ropa en otro casillero. Sin nada de ropa se pasa a otra puerta y allí hay agua con diferentes temperaturas, desde muy fría hasta la más caliente, donde está un gran jacuzzi. Aparte hay un cuarto con sauna. Algunas personas permanecen hasta un día entero pasando por diferentes temperaturas del agua. Solía ir una vez a la semana a estos baños. Antigua ilustración sobre el masaje Shiatsu
Consumía una auyama por día y puedo afirmar que me sentí bien recuperada. Mi ánimo estaba por los cielos. A pesar del intenso calor me movía por todos lados, pero al caer las dos de la tarde me venía el sueño, a esa hora precisamente era la clase de la 204
anciana y tenía que hacer un gran esfuerzo para no dormirme. Una chica japonesa que había conocido durante una convención en Miami vino a visitarme. Es costumbre en Japón cuando se va a visitar llevarle un regalo, me trajo una carterita de tela japonesa que aún guardo. Nos habíamos visto en otras convenciones y me decía que deseaba ir a Venezuela, pero sus vacaciones en el trabajo sólo son de siete días tres veces al año. Estando en Miami, no recuerdo cómo llegó a mis manos un libro donde ilustraba cómo leer las líneas de las manos, en mis ratos libres me puse a estudiarlo y a memorizar lo que significaba cada línea de la mano. La verdad es que hoy en día no leería las manos de nadie. La Biblia condena estas prácticas. Se puede leer en Deuteronomio 18: 10, 12. En ese entonces sentí el deseo de leerle las manos, ella se fue contenta. En el Oriente es muy común la lectura de las manos y consultar antes de tomar cualquier decisión o realizar un negocio. El tiempo iba pasando y todo marchaba bien con mis clases de inglés. Las señoras del grupo estaban contentas con mis recuentos de cada país visitado por mí. El japonés cuando recibe clases de inglés es más que todo para practicar la conversación. Ellos saben bien la gramática, aunque la escritura les resulta bastante difícil. Un día venía saliendo de la estación central del tren y una amiga me mostró la estatua de un perrito a las afueras de la estación. Me narró la historia tierna y triste del perrito que se llamaba Jachiko. Éste venía a acompañar a su dueño hasta la estación y luego volvía para encontrarse con su amo al regreso del trabajo, así pasaron varios años hasta que un día el amo murió. Me imagino lo triste y solo que 205
se
habría
sentido
ese
amoroso
perrito.
Monumento en recuerdo de Jachiko y su amo
Una compañera del grupo de filosofía oriental me invitó a visitar un jardín de bonsái, me pareció bellísimo y me llamó mucho la atención una planta de mandarinas, con sus frutos también en miniatura, al final del recorrido el dueño del jardín me obsequió un bonsái, como no podía hacer nada con él se lo regalé a la dueña de la casa, donde se llevaban a cabo las conferencias. Ya estaba para finalizar mi estadía entre estas amigas, acordamos hacer una despedida y cada quien traería un plato. Yo no recuerdo qué preparé para la ocasión, pero sí que pasamos un rato muy agradable. Después vino la despedida que siempre es triste. Entre visita y visita me había llenado de regalitos, al punto que llené dos bolsas grandes; regalos que no podía llevar conmigo porque me esperaba un largo viaje. Se los dejé a una compañera de clases de Kasiganundo que estaba por casarse. Me traje lo que 206
más me gustó, entre ellos tres muñecos de madera que me obsequió un niño un día que estaba sentada en un parque. Yo deseaba tener esos muñecos conmigo, fue un gesto muy lindo de su parte. También los alumnos me hicieron regalos. Los primeros días de llegar a Tokio cuando alguien me decía que nos encontraríamos en la salida del metro, yo no podía distinguir a la persona, porque todas las caras me parecían iguales. Poco a poco las fui distinguiendo. La visa expiraba en noviembre y yo debía pensar cómo sería mi salida de Japón. Ya había comenzado la temporada fría, mi amiga japonesa que conocí en Paris me había comprado un abrigo con kimono y sweater, aparte de otros regalos. La señora anciana y la nuera, a quienes les daba clases de inglés me habían invitado a su casa de campo, que estaba a las orillas de un río. La casa era totalmente de madera y el jacuzzi también, como hacía frío servían el sake (licor) caliente, pasamos un fin de semana muy agradable.
Otoño en Japón
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En Japón todos los días son de trabajo y hay negocios de víveres que permanecen abiertos las 24 horas. Entraba el otoño, las hojas de los árboles comenzaban a pintarse de colores y entonces, la depresión vino a visitarme de manera que no pude disfrutar a plenitud ver como cada día se ponían más intensos los colores en las hojas de los árboles. Recuerdo haber ido a un bosque que es todo un espectáculo, la amiga que me llevó a ese lugar tan hermoso tuvo la paciencia de escucharme hablar de lo mal que me hacía sentir la depresión, pero cuando uno está en esas condiciones no hay consejo que valga. Tenía que comprender, no pretender seguir huyendo de mí misma y entender que la paz no la podemos conseguir fuera de nosotros mismos. Una de las señoras a quien le impartía clases de inglés me brindó la oportunidad de aprender el arte Ikebana, que es un estilo floral muy particular, elaborado en tres etapas (el Yo, el Tai, que es la parte más alta del arreglo floral y el To, la parte más baja). Cada día que pasaba podía observar que su cultura es tan distinta a la nuestra. Es una lástima que actualmente la gente joven de Japón se deje influenciar por la cultura occidental en cuanto a los hábitos, costumbres y tradiciones. Los adultos comentan que los jóvenes ya no quieren dormir en el futton, que prefieren las camas al estilo occidental. Lo Arte de Ikebana
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saludable de la comida japonesa la cambian por comidas rápidas de Mac Donald y toman bebidas gaseosas. Las personas de edad se mantienen aferradas a su cultura tradicional y evocan ese período de la historia en Japón. Estuve en una ciudadela a las afueras de Tokio, donde tanto los japoneses como los extranjeros pueden ver cómo se vivía en Japón tiempo atrás. Inclusive hubo un período de 400 años en el cual Japón estuvo alejado de toda influencia extranjera. En esta ciudadela se puede apreciar cómo los japoneses vivían adaptados a sus costumbres y propias circunstancias. El arroz fue y es su principal fuente de consumo, con la paja del arroz hacían los techos de las casas que eran de madera. Estos techos eran lo suficientemente inclinados (estilo caballete) para permitir que la lluvia o la nieve bajara. El arroz lo guardaban sobre una base de cuatro troncos de madera forrados con material de aluminio para impedir que los roedores consumieran el grano. Los utensilios de cocina estaban elaborados con madera y para calentarse en la época del crudo invierno, en la casa había una habitación que tenía un cuadrado más bajo y en el centro colgaba una olla gigante con agua que hervía gracias al fuego que estaba debajo. Alrededor de este cuadrado la gente se sentaba para calentarse. Esta ciudadela tenía su puesto de correos y todo lo necesario para vivir. Haber visto esto me hizo pensar en la austeridad, disciplina y laboriosidad del pueblo japonés, que gracias a ello se pudieron levantar después de la Segunda Guerra Mundial. Me llamó mucho la atención ver cómo en sus propias casas cada quien tiene su pequeña fábrica. Me enteré que el pueblo japonés espera un gran terremoto y para ello 209
está preparado, tienen sus grandes reservas de comidas en sitios estratégicos. Sus casas están fabricadas con materiales livianos, prueba de ello son sus paredes corredizas y los grandes edificios están construidos con bases antisísmicas. Tanto adultos como niños están entrenados en la espera de ese gran terremoto. Cuando tuve que irme de Japón no fue fácil, pues me sentí muy a gusto entre ellos, pero al mismo tiempo sabía que a pesar de todas las atenciones que recibí, era una extraña o extranjera como lo seguimos siendo en cualquier país que no sea el nuestro. Dejaba Tokio, allí se quedaban tantos recuerdos y personas que me brindaron calor de amistad, me invitaron a compartir con ellas momentos muy agradables, me permitieron conocer sobre su cultura, de su creatividad y sensibilidad, como es el caso del ramo de flores que la esposa coloca sobre una mesita a la entrada de la casa. En Japón, las flores en su silencio transmiten cómo se siente la esposa en su casa. Otro hábito del pueblo japonés consiste en no usar zapatos dentro de la casa por considerar que la casa es un lugar sagrado. Me llamó la atención ver que el kimono ya no es la vestimenta cotidiana de la mujer japonesa y no ocupa el lugar preferencial que en el pasado. Más bien se ha convertido en un traje de lujo que se usa más que todo para las ceremonias. El mundo occidental no ha dejado de afectar la cultura japonesa que no tiene nada que envidiar a los que están afuera. Es un pueblo laborioso, creativo y posee una gran disciplina que le acompaña siempre, con una sonrisa a flor de labios. Cuando me fui a despedir de una de las estudiantes y quise darle un abrazo, ella me dijo que no podía hacer eso, que en la cultura japonesa sólo el esposo puede abrazar a la esposa. 210
Salí de Tokio con poco equipaje hacia el sur. No quise visitar Nagasaki ni Hiroshima, porque alguien me dijo que son muchas las personas con las cicatrices de quemaduras que se encuentran en las calles. Me había prometido a mí misma y a la japonesita de Nara volverla a ver en el otoño, quería ver los árboles con sus hojas matizadas de colores en los jardines de los templos de Kioto. En verdad fue un espectáculo maravilloso. Keiko y su familia estuvieron contentos de volverme a ver. Yo me sentía muy agradecida de su calurosa acogida. A la hora de la despedida me regalaron un hermoso collar de perlas japonesas. Ya no me quedaba sino continuar mi viaje a Kimonosaki, lugar donde tomaría el barco para ir a Corea. Otro país que deseaba conocer, sus gentes y su cultura. Hay un día y una noche de distancia entre este puerto y el puerto de Pusan en Corea del Sur. El barco estaba construido de una manera muy especial, nada parecida a las embarcaciones occidentales. Al llegar a Pusan, conocido también como Busan, tuve que tomar un bus para ir a Seúl, la capital. Un joven se ofreció a llevarme a la dirección que tenía escrita y donde me iba a quedar, una vez en la casa noté que la señora no hablaba nada de inglés. Su hija, quien asistía a las conferencias estaba por llegar y su llegada me hizo sentir más tranquila. Hacía muchísimo frío (-10°C), la calefacción es muy diferente a la de occidente. El calor viene del piso. Igual que en Japón, se duerme en el suelo para sentir el calor. Al día siguiente la madre, por medio de señas, me llevó al baño público. Como esta amiga trabajaba, me llevó a quedarme con una amiga suya que siempre estaba en casa. Para poder movilizarme de un lado a otro llevaba la 211
dirección escrita y la mostraba al chofer del bus. Al igual que en India, los autobuses viajan colmados de pasajeros. Como se acercaban las Olimpiadas la gente joven quería aprender el inglés, a los días ya tenía dos alumnos de inglés. Era diciembre, el frío era intenso y la nieve cubría todo. Un día entré a un mercado que estaba en un sótano, allí conocí a una señora de nombre Lee con la que entablé una amena conversación, quería saber dónde comprar postales para enviar a mi país. Después de despedirnos, ella volvió a mi encuentro y me dijo: “sabes, sentí en mi corazón que debía buscarte. Ven vamos a mi casa”. Llegamos a su casa, por fuera no tenía nada especial, pero al entrar a su apartamento todo lo que tenía era precioso. Pensé “así como hay pobres también hay ricos”. Después de invitarme a almorzar con lo extremadamente picante de la comida coreana, me llevó a dar un paseo por un lugar que no había conocido. Cuando pasamos junto a un río que estaba congelado, me comentó algo muy triste: “durante la guerra obligaban a las personas a caminar sobre el río congelado y al partirse el hielo, desaparecían bajo el hielo del río”, este comentario me llenó de mucha tristeza y aún al recordarlo siento pesar, por aquellos que lo padecieron. Me pregunto ¿algún día tendremos que rendir cuentas de todo el daño que el hombre ha causado a sus semejantes? La Biblia nos dice: que un día pasaremos ante el Tribunal Supremo. Aquella tarde fue triste y hermosa al mismo tiempo. Nos despedimos y me dijo que me esperaba dentro de unos días, quería que volviera a visitarla. Pasaron los días, mis clases de inglés las dictaba en un café que estaba cerca del lugar donde me había cambiado. Un fin de semana me fui al mar, quería contemplar el Mar 212
Amarillo, pensar en bañarse era imposible. Volví a visitar a la amiga recién conocida y para mi sorpresa me había comprado una chaqueta embutida y me dijo: “me da mucha pena que andes con ese abrigo con el frío tan crudo que hace. Pruébate esta chaqueta que he comprado para ti con mucho amor”, era justamente mi talla y me calentaba mucho más que el abrigo que me había regalado la señora japonesa, también pensando en que yo no pasara frío. En esos días la temperatura había bajado mucho en Seúl y la chaqueta fue para mí un regalo del cielo. Uno de los alumnos me invitó a pasar los días de Navidad en su casa, la cual estaba en las afueras de la capital. Seúl se estaba levantando de una guerra y aún se veían las secuelas dejadas en las casas, había un ambiente de pobreza, pero no de miseria. Tenía altos edificios y tiendas bien acondicionadas. Este chico me llevó a visitar a su hermana que también vivía en la capital y tuve la oportunidad de preguntarle si en verdad sus padres estaban dispuestos a recibirme en su casa, me dijo que ellos me estaban esperando; allí la autoridad familiar es muy respetada. Me puse el traje nacional de las coreanas (el hanbok) y me tomó una foto con esa Yo, luciendo el hanbok
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vestimenta, aún conservo dos fotografías de ese momento. Satisfecha de que la invitación era formal, tomamos el bus que nos llevó primero a visitar a unos primos que deseaban conocerme, después seguimos el viaje a la casa de sus padres. Ellos eran gente de campo, laboriosa y con calor de hogar. La casa estaba a las orillas de un río que estaba congelado y este chico con una sillita construida por él me paseaba por el río. La comida coreana era demasiado picante, el picante mexicano no lo es tanto. Yo tenía que hacer un gran esfuerzo para no quedar mal, el picante lo compensaban unos dulces que ofrecen al final de la comida. Después de pasar unos días muy lindos bajo la nevada, la madre de mi alumno nos acompañó a la estación del bus para regresar a la capital. Estos dos alumnos aparte de ser mis mejores estudiantes fueron mis guías turísticos. Me llevaron a conocer muchos lugares, entre ellos una ciudadela donde pude observar cómo vivían los coreanos siglos atrás. Los templos en Corea tienen mucho colorido. Ya sabía distinguir entre un coreano, un japonés y un chino. Al ingresar al país me dieron un permiso de permanencia por un mes. Antes del vencimiento fui a pedir una extensión y logré a duras penas que me la prorrogaran por un mes más. La chica adonde llegué el primer día vino a buscarme para que conociera el Hotel Shila, lugar donde ella trabajaba como gerente. El hotel era realmente precioso y las chicas que atendían iban ataviadas con el traje típico nacional (hanbok). Aunque no asistí a ninguna boda en Corea, pude contemplar un típico pastel de bodas, realmente muy distinto al nuestro, la cubierta de afuera es de color marrón.
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Hacía muchísimo frío y la chaqueta que amorosamente me había regalado mi amiga Lee, me daba el calor necesario, también tomaba mucho té de gingsen que me ayudaba a soportar el frío. Las calles estaban cubiertas de hielo y no era fácil caminar. Entre las clases de inglés y visitar los lugares turísticos fue pasando el tiempo. Volví a visitar varias veces a Lee, mi amiga coreana que siempre fue muy generosa conmigo. Para la despedida me regalaron algunas cosas típicas de Corea que aún conservo. Pensé en visitar a Corea del Norte, pero no fue posible obtener la visa. En mis planes también estaba conocer Taiwán, antigua isla de Formosa, nombre que le dieron los portugueses a su llegada a esta isla, por parecerles muy hermosa. Mis alumnos se quedaron muy tristes, pude notar que los coreanos exteriorizan más sus sentimientos, que los japoneses.
Templo tradicional en Taiwán
Al llegar al aeropuerto había soldados con metralletas por todas partes. Cada pasajero era chequeado cuidadosamente. Me esperaba Taiwán, lo menos que pensaba era que permanecería allí más tiempo de lo 215
estimado ¡Me parece que fue ayer que estuve allí!, aparte del clima tan desagradable, por lo variable de la temperatura, puedo decir que la pasé muy bien. Tuve vivencias muy lindas y las personas que Dios puso en mi camino, realmente fueron muy atentas y amorosas conmigo. Me sentí muy a gusto entre ellas. Cuando llegué a Taipéi, la capital, fui directo al lugar de las conferencias, al finalizar la reunión un matrimonio americano me llevó a su casa, donde estuve sólo unos días. Quedaba lejos del centro y yo quería conocer todo. Me mudé a la residencia estudiantil que estaba en pleno centro a pocas cuadras de la universidad. Aunque era una residencia estudiantil, había gente de distintos países, jóvenes, en su mayoría de habla hispana y solamente una chica de Costa Rica estaba cursando el idioma chino. Las mensualidades realmente eran un regalo, el equivalente a 50$. No tardé en hacer amistad con personas que asistían a la universidad y a las conferencias. Al igual que en todos los países donde permanecí, asistía todas las noches a las conferencias. Siempre había una persona dispuesta a traducirme. Hice amistad con una chica de China que se había puesto el nombre de Paola, ellas hacen esto para identificarse con los occidentales, había ido a la peluquería para ponerse el cabello rizado, parecía un erizo, cuando la vi realmente no le quedaba mal. Yo le comenté: en mi país las personas que tienen el cabello rizado así, van a la peluquería para ponérselo liso, como lo tienes tú, naturalmente. Bueno, quién entiende a las personas. Paola y Mónica fueron mis primeras alumnas de inglés, Mónica estudiaba en la universidad y vivía fuera de la capital. Al poco tiempo iba a dar clases de español a una joven. Eran una pareja de chinos que 216
pensaban vivir en Costa Rica. Un día el esposo me esperó abajo y me dijo: “Sabes, no vas a poder seguir dando clases a mi esposa, mi abuelita dice que la mujer es para estar haciendo los oficios propios de la mujer”, así que hasta allí llegaron las clases de español. En China es muy importante obedecer lo que dice la persona de más edad en la casa. En los principios de la filosofía de Confucio, el anciano como ha vivido más es el que tiene más experiencia para dar un buen consejo. Otras palabras cargadas de sabiduría que aprendí sobre la filosofía de Confucio fue “un buen gobernante es el que hace feliz a su pueblo”. La vida en la residencia estaba llena de intensas vivencias, había gran movimiento de gente que llegaba y gente que se iba. En las conferencias hice amistad con una chica que vivía muy cerca de la residencia, se había casado pero vivía en casa de sus padres. Tenía un hijo de diez años que vivía con la familia de su padre, ella se sentía triste, pero no podía hacer otra cosa. Muchas veces me invitó a su casa, ya nos habíamos conocido en una convención en Roma. Pronto se iba a celebrar una convención en Taiwán para las personas de raza asiática y alargué mi estadía. Paola me invitó a su casa que estaba lejos de Taipéi. El frío era húmedo y calaba mis huesos, pero el paisaje era muy hermoso y su familia muy atenta conmigo. También Mónica me había invitado a su casa, finalmente no fui. En Taiwán pude conocer todo lo referente a los templos chinos y sus rituales y los dioses a quienes se les colocaban ofrendas de frutas y dulces, de los cuales nadie se atrevería a tomar nada. Taiwán realmente es espectacular en ese aspecto. Fui a un templo donde la gente llevaba un montón de 217
billetes de imitación para quemarlos en un gran horno. El colorido y el aroma de incienso son característicos en estos templos. El dinero lo quemaban para tener prosperidad. Una noche estando en la reunión, al finalizar la conferencia, un chico me llamó y me dijo que no me veía bien, me dio una tarjeta para que pasara por su consultorio. Era médico en medicina oriental, después de realizarme un examen general me practicó acupuntura. Cuando le dije que tenía diez operaciones, me dijo que por mí no había nada que hacer, porque de acuerdo con los principios de la medicina oriental él no se explicaba cómo podía estar viva. Pasó el tiempo y otra amiga y su esposo me invitaron a visitar a sus padres que vivían en el extremo sur de Taiwán. Allí conocí a una señora que se dedicaba a realizar curaciones ambulatorias, con buenos resultados. Me dijo que tampoco me veía bien y que le gustaría hacerme unas curas. Mi amiga le prometió que me traería una semana después. Cuando volví ella me llevó a su casa, como era una persona que no hablaba inglés, todo era por señas. En su propia casa tenía un templo y allí iba la gente y colocaba dinero en una gran caja. Por la noche, ella sacaba todo ese dinero y lo guardaba. Con ella vivían algunos de sus hijos casados y sus nietos. Recuerdo que uno de ellos jugaba dentro de un pozo de barro y el niño se veía lozano. Las curaciones que ella hacía eran con sal y agua, de lo que si no me di cuenta era de la proporción que usaba. Yo la acompañaba a visitar a sus enfermos y presenciaba las curaciones que ella hacía. Un día fuimos a visitar a una señora con cáncer del útero y 218
pude ver como las compresas de algodón que había colocado días atrás, salieron llenas de sangre y materia. Aunque no podía hablar conmigo estaba pendiente de mí en todo detalle referente a la comida. Para dormir, las dos lo hacíamos en el templo. Cuando salíamos me compraba dulces y frutas, toda la que yo quisiera. Me di cuenta que ella lo que deseaba era tener a una persona que le acompañara a todas partes. Mi bolso con las cosas personales lo tenía bajo llave, de modo que yo no pudiera irme. Le pedí a Dios que me ayudara a salir de ese lugar y ese mismo día vino gente que iba para la capital y les pedí que por favor me llevaran con ellos. Yo tenía miedo de estar más tiempo allí. Al fin me dejó ir, abrió el cuarto y me entregó mi bolso. Cuando estuve en la carretera me sentí libre. Se aproximaba el año nuevo lunar de los chinos. A los árboles le ponían luces y esa noche sentí que la ciudad se estremecía por la cantidad de juegos pirotécnicos. Cuando pregunté por qué hacían esto, me dijeron que para alejar los malos espíritus. Cuando hay un enfermo no permiten que esté en casa esa noche. Casi todos los días veía pasar un carro cubierto de flores artificiales, sonando una música muy especial, al preguntar me dijeron que era un difunto que lo llevaban a enterrar. Realizan una ceremonia de varios días antes de enterrarlo, realmente tanto en Taiwán como en India, aún conservan mucho de sus culturas ancestrales. Otro día pasé por una peluquería que exhibía el traje nacional de China, entré y me dirigí a la dueña por señas, ya que ella no hablaba inglés, para ver si me permitía tomarme una foto con el traje. No tuvo ningún reparo, me lo hizo probar y estaba a mi 219
medida. Me tomó la fotografía, lástima que le colocó un florero al lado, lo que le resta originalidad a la foto. Aún la conservo. En las conferencias volví a ver John, el joven chino que había conocido en Miami, me invitó a una boda china. Son totalmente distintas a las celebraciones de occidente. Lo más curioso es que la novia va vestida de rojo. John me había informado que casi todos los habitantes de Taiwán son portadores del virus de la hepatitis. Él me llevó a los sitios donde debía comer. La comida en Taiwán fue muy apropiada para mi gusto, servían wuacame, nori y combo (algas); los vegetales salteados y la soya en diferentes preparaciones, y el adzuki (frijol oriental) que en Japón lo utilizan para regenerar el páncreas. Me sentía muy a gusto con este tipo de alimentación. En la residencia había conocido a una chica alemana de nombre Mónica, que al igual que yo, andaba Traje tradicional chino con visa de turista en el oriente. Tuvimos la oportunidad de conversar varias veces y empecé a darme cuenta que a pesar de ser una mujer muy linda, su vestimenta y ademanes eran masculinos. Juntas visitamos el Museo Nacional de Taipéi. Entre las cosas que recuerdo de manera especial, una col hecha en alabastro tan perfecta que parecía auténtica. 220
Compré una litografía y ella me regaló otra con dos cisnes, las conservo junto con otras pinturas chinas que se caracterizan por mostrar pájaros, flores y montañas. En los ratos disponibles me iba al estudio de un pintor para que me enseñara las técnicas de la pintura china. Todo está elaborado sobre la base de pinceladas. Con Mónica fui a la ópera china, aunque no entendimos nada, pudimos vivir por unos instantes lo tradicional en la época imperial de China. Estar en China y no asistir a la ópera, sería como ir a Roma y no visitar el Vaticano. Aunque Taiwán no es China, es sólo una extensión del continente chino conformado por aquellos chinos que no querían vivir bajo un régimen comunista.
Escena de la Ópera china
Por supuesto, trajeron toda su cultura a Taiwán. Me imagino que muchos lamentarán haber dejado el continente para ir a vivir en una isla con un clima tan inclemente, aunque la vegetación es exuberante, debido a la humedad, también hay mucha variedad de frutas y vegetales propios del trópico. El tomate es considerado allá como una fruta. Allí la vida es dura, el 221
comercio está abierto casi hasta la media noche. Pude ver mujeres taladrando el pavimento en las calles, trabajo que en occidente sólo lo realizan los hombres. Me llamó mucho la atención que el agua de sus ríos es de color negro. Esta contaminación le resta higiene a la ciudad. Un día estaba en un parque y me encontré con una señora y un niño de unos cuatro años, al verlo me llamó la atención porque le faltaba una mano, hablando con ella me comentó que había nacido así. Se lamentaba que por no quedarse sola se había casado tarde, pero el esposo se fue y la dejó con el niño, y ese problema de la mano que tanto afectaba al niño fue por causas genéticas. Ella indagó en la familia del padre y un familiar lejano del esposo también había nacido sin una mano. Pensé que es muy importante conocer la familia de quien escogemos como pareja y decidimos tener hijos. Tal vez de ese principio parte el hecho de que en Oriente sean los padres quienes eligen el consorte para sus hijos, aunque ahora no está tan generalizado como antes. Ya me faltaba poco para cumplir un año de haber comprado mi boleto, escribí a la agencia en Miami a ver si me reembolsaban el boleto de regreso. Esto era casi imposible de lograr, pero yo lo intenté y me quedé a la espera de sus noticias. Cuando venía de regreso del correo entré a una tienda para ver unas cosas, allí me encontré con una joven y nos pusimos a hablar. Cuando me dijo que vivía en Tailandia comencé a hacerle preguntas, me hizo recordar a una compañera de clases en Londres. Hablamos sobre cómo era la vida allá y que me gustaría visitar ese país. Todas las cosas que me dijo sobre Tailandia en ese tiempo me 222
desanimaron. Me comentó que su esposo la dejaba bajo llave, porque tenía miedo de que ella saliera sola a la calle, era peligroso. En ese momento me creí ese cuento, pero tres años después fui a Tailandia y me pareció un país muy lindo, sus gentes y costumbres, agradables; cantidad de turistas por todas partes y la parte norte un lugar muy difícil de olvidar, en Tailandia me sentí como nunca.
Con mis compañeras de piso en Taipei. Taiwan.
La fecha de la convención para la cual había alargado mi estadía en Taiwán, se acercaba. Para esos días que me restaban me fui al apartamento de unas chicas que asistían a las conferencias y vivían en el interior, pero trabajaban en Taipéi. Un día salí al balcón para ver qué pasaba y me encontré con la sorpresa de ver un gran desfile que realizan cada siete años, realmente era imponente, lleno de gran lujo, colorido y aromas. Lo que más me impresionó fue la inmensa serpiente. El desfile de India, este desfile y otro que presencié años más tarde en Alemania, fueron los tres eventos luminosos más espectaculares que he visto en mi vida. 223
Llegó el día de la convención que fue celebrado en un lugar recién construido, muy bello en su estilo, al estilo chino, predominando el colorido. Terminada la convención, también finalizaba mi tiempo en Taiwán. Volví a ver a la señora del niño que le faltaba la mano, estaba haciendo las diligencias para colocarle una prótesis al niño. Espero que lo haya logrado y que el niño que hoy debe ser un hombre, ojalá haya superado el trauma de verse sin una mano. Mónica mi amiga alemana, me dio su dirección para que llegara a su casa cuando fuera a Alemania. Su comportamiento seguía siendo extraño, sabía que había algo detrás de ello y lo pude comprobar cuando estuve en su casa en Alemania. Había estado en diferentes lugares de Taiwán y en todos ellos había templos, dioses a quienes veneran y colocan las frutas más hermosas y nadie es capaz ni siquiera de tocar. Todo este ambiente de templos, dioses, ofrendas, colores, aromas, supersticiones, adivinadoras sentadas en los parques esperando clientes, curaciones, etc., sólo se podía ver en Taiwán.
Incienso y ofrendas en un templo. Taipéi.
En China, el sistema de gobierno socialista había cortado el hilo milenario de todo lo relacionado con lo 224
que sí podían practicar los chinos que se fueron a vivir a Taiwán. Mi próximo destino sería Hong Kong, dos días antes de salir fui a la casilla del correo y me llevé la gran sorpresa de encontrar un sobre de la agencia de viajes de Miami y, en su interior venía un cheque con el reembolso del boleto de regreso a Miami. ¡No lo podía creer! De mi casa, esperaba encontrar carta en la Embajada en Hong Kong. Como el wuacame, nori, combo e hijike son algas de bajo precio en Taiwán, vi una oportunidad para enviar un paquete a mi casa. Dentro había una nota donde decía que me las guardaran en una lata sellada. Fue bastante desagradable cuando regresé a Venezuela saber que también las habían botado. En Venezuela su precio era bastante elevado. Lamenté haber dejado de consumirlas en ese momento, ya que ellas poseen un alto valor nutritivo. Las veces que tomé té me pareció muy caro, tomando en cuenta que Taiwán es justamente una zona productora. La última vez que me invitaron a tomar el té no pude dejar de hacer ese comentario sobre el precio tan elevado. Para satisfacer mi curiosidad me comentaron que ellos se reservan el mejor té y envían al extranjero el té de segunda, en virtud de que ellos sí pueden distinguir la diferencia. Mis días en Taiwán habían llegado a su fin. Fue un tiempo muy hermoso a pesar de lo inclemente del clima. De Taiwán me traje un collar de corales, pinturas con motivos chinos y el grato recuerdo de todas las personas con quienes compartí momentos gratos. Sin pensarlo, tres años después volví a Taiwán, pero por muy pocos días.
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Me esperaba Hong Kong, un lugar de grandes contrastes, donde sucede lo que es y no es imaginable. Lo más espectacular es su aeropuerto en medio de la ciudad. Cada momento aterrizan y despegan aviones y para mis oídos y el de todos, el ruido es ensordecedor. Sé que últimamente tienen un nuevo aeropuerto. Para esa época había una población flotante entrando y saliendo de 600.000 personas al mes. Llegué a un hotel que se llama Hotel de Viajeros, en la calle más conocida de Hong Kong, la calle Nathan. Me resultó interesante llegar a ese hotel, porque allí llegan turistas de todas partes del mundo con noticias frescas, cuestión que le interesa saber a un viajero cuando se dirige a cualquier lugar. Allí se encontraban personas que estaban llegando o saliendo para China o Tailandia, Malasia, Indonesia y las islas de Java, Sumatra Australia y Nueva Zelanda. Todo este volumen de tráfico aéreo se debe al costo sumamente económico de los boletos para los turistas. Me llamó mucho la atención ver Pintura tradicional china
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cómo en un lugar tan pequeño como es Hong Kong, se pudiera acomodar a tanta gente. Una vez en Hong Kong me dispuse a visitar la Embajada de Venezuela, con la ilusión de obtener noticias de mi casa y efectivamente, allí tenía cartas de los míos. Todas eran buenas noticias, lo que me hizo sentir tranquila y feliz. En agradecimiento y en vista de que a las personas en Oriente les gusta mucho el pronóstico del futuro a través de la lectura de las manos, se las leí a la secretaria que había guardado mi correspondencia y para mayor sorpresa otras personas de la embajada quisieron leérselas también. Tenía la dirección de la chica a quien le cedí en Alemania mi bello poncho de alpaca, la contacté y me invitó a su apartamento. Nos dio mucha alegría el reencuentro y juntas asistíamos a las conferencias de la Misión de la Luz Divina. Luego llamé a la Embajada de Venezuela indicándoles la dirección donde me encontraba alojada, para que me avisaran en caso de llegar correspondencia.
Vista de Hong Kong
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En Hong Kong no hay problemas con el idioma inglés, casi todas las personas lo hablan, debido a la ocupación británica que duró desde el año 1842 hasta julio de 1997 cuando finalizó. Como les faltaba poco tiempo para salir del lugar, muchos chinos pudientes estaban preocupados haciendo arreglos para irse a vivir unos a Costa Rica y otros a Vancouver (Canadá), ya que sentían miedo de que Hong Kong quedara en manos de un régimen socialista. El nuevo aeropuerto de Hong Kong es uno de los más importantes de Asia, tiene una capacidad para trasladar hasta 35 millones de personas al año. El aeropuerto (Chek Lap Kok) fue inaugurado en 1998. El mismo fue construido sobre una pequeña isla que fue devastada poco a poco; para ganar terreno fueron vertiendo sus residuos en el mar y de esta manera formaron una isla más grande. Este nuevo aeropuerto y el gran río artificial de Libia, son los dos proyectos de ingeniería más costosos de la historia. En el antiguo aeropuerto fue construida una villa olímpica en el año 2008. Como mi amiga trabajaba yo me dediqué a conocer los lugares más emblemáticos del lugar; entre ellos un parque que tiene mucho parecido con el Seaquarium de Miami en Florida. Allí conocí a una joven de China, quien al escucharme hablar con acento hispano, se dio cuenta que yo hablaba español y para mi sorpresa ella estudiaba el español, así que nos entendimos muy bien con esa rica y florida lengua que es el habla hispana, luego me acompañó por todos los lugares del parque y desde ese momento fue una amiga muy consecuente conmigo. Recuerdo que estando en Venezuela recibí de ella mi primera tarjeta musical de Navidad. Siempre había mucho calor y deseaba ir a la playa cada día, para hacerlo debía tomar un bus y bajar 228
muchos escalones para llegar a la orilla del mar. El agua era tibia y el lugar muy agradable. Entre mis planes estaba visitar Malasia, Penang y Singapur, para lo cual me compré un boleto aéreo sumamente económico. Mi estadía en Kuala Lumpur (Malasia) tenía por finalidad asistir a una convención de la Misión de la Luz Divina. La mayoría de la población de Malasia son seguidores de la religión musulmana y como casi siempre andaba sola me perseguían, así que no me
Recuerdo de Malasia
quedé por mucho tiempo en ese lugar. Me fui a Penang, tuve que tomar un ferry para pasar a la isla. Llevaba la dirección de una familia hindú que también asistía a las conferencias y reuniones. Con ellos pasé unos días muy gratos. En esa época celebraban un evento hindú donde se quebraban cinco mil cocos y curiosamente las personas presentes no tomaban ni un solo pedacito de ellos, cuando pregunté sobre el significado del romper cocos, me dijeron que ese ritual 229
lo realizaban con la finalidad de ahuyentar los malos espíritus. Aparte de esto, observé varios muchachos con garfios dentro de la piel de la espalda y otros que se atravesaban la nariz. Lo curioso es que no les producía sangramiento alguno. En esta isla conviven hindúes con musulmanes. Sus playas son muy acogedoras, gozan de mucho lujo y confort, están rodeadas de hermosas palmeras y el agua del mar es caliente, todo apropiado para mí gusto. De repente salí corriendo, porque vi a un muchacho que estaba a punto de llevarse mi bolso. Desde ese día lo dejé en casa, pasé un susto muy grande, ya que quitarme el bolso significaba para mí quedarme sin nada. Por las noches asistíamos a las conferencias, las dictaban en idioma hindú, pero uno de mis compañeros me las traducía al inglés. Antes de irme me tomaron fotografías con el traje típico de India: el sari, las cuales conservo con mucho cariño. Esta familia hindú me brindó mucho afecto. Posteriormente regresé a Malasia para bajar hasta Singapur, no fue fácil el ingreso al lugar, pues les pareció muy extraño que una venezolana estuviera por esos lugares, finalmente me permitieron la entrada. Singapur, al igual que Hong Kong tiene altos y lujosos edificios que contrastan con todo lo modesto que se vive en Oriente. Es una isla-ciudad, ubicada al sudeste asiático, antigua colonia inglesa. Hoy día es uno de los países más prósperos del mundo, allí se mezclan las culturas china, india y malaya. También existe una parte de la población de origen árabe. Está cerca de la línea ecuatorial. Su clima es caluroso y húmedo y llueve con frecuencia. Se hablan diferentes idiomas: malayo, chino, inglés y tamil. Posee un excelente transporte público. Como no logré comunicarme con 230
una persona que me había dado su número telefónico en el pasado, llegué a una pensión muy especial, ésta no tenía camas y a los turistas que iban llegando se les asignaba una colchoneta, había muchos viajeros de todas partes. Me quedé sólo por unos días. De ese lugar recuerdo el gesto amable de una chica que se ofreció como guía y al final del recorrido me brindó un delicioso refresco elaborado con soya, hacía mucho calor y agradecí mucho sus atenciones. Allí también conocí un templo hindú de mucho colorido, con gratos aromas y hermosos vitrales. De regreso a Malasia tomé el tren y me bajé en Malaca para pasar la noche, un guía me llevó a un hotel. Como no me sentía segura puse la cama y otros objetos detrás de la puerta. A medianoche empezaron a tocarme la puerta y aunque todas las cosas del cuarto estaban detrás de la puerta, me sentía llena de miedo. La persona dejó de tocar y yo me sentí más tranquila. Ese mismo día llegué a Kuala Lumpur y tomé el avión que me llevaría de regreso a Hong Kong. Al llegar encontré una nota que decía que el Embajador de Venezuela quería hablar conmigo. Estaba muy preocupada y al día siguiente me fui a la Embajada, cuando me pasaron a su despacho me quedé tranquila, él sólo quería saber cuál era el propósito de mi viaje, porque le parecía extraño que una venezolana anduviera por esos lugares. Como ya no tenía más nada que hacer ni que ver en la ciudad, me fui a la Embajada de China para sacar una visa. Era mi oportunidad de visitar ese vasto y milenario país. Tenía una dirección en Pekín (hoy Beijing), del lugar donde se realizaban las conferencias de la Misión de la Luz Divina.
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Logré un visado para permanecer en China solamente por un mes, ya que era el tiempo máximo que otorgaban. Pensé que el dinero obtenido por las clases de inglés en Japón, Corea y Taiwán era suficiente para permanecer en China y luego tomar el Transiberiano que me llevaría a Moscú, Polonia y Alemania. Antes de salir de Hong Kong había comprado un boleto aéreo Londres- New York -Miami, a un precio regalado, y para entrar en China me había comprado un boleto de barco con destino a Cantón. El barco tenía gran parecido con los nuestros, pero dentro de China son sólo típicos de esa región. Embarcamos en la noche y al amanecer ya estábamos llegando a Cantón. Nos esperaba la aduana, pensé que el ingreso a China sería algo muy riguroso, debido al sistema de gobierno, pero sus trámites fueron regulares y sencillos. Me atendió una chica muy amable quien me hizo las preguntas de rigor necesarias para entrar. Al estar en Cantón ya estaba en China. ¡Me parecía increíble! Hacía mucho calor y Cantón ofrecía una exquisita comida elogiada como lo mejor de la comida china. Según las reglas del sistema político-económico, para los extranjeros había un tipo de moneda distinta al yuan, que es la moneda china. No se permitía que los extranjeros se hospedaran junto con los chinos. Existía un mercado negro que lo mantenían los chinos arriesgados, con el objeto de comprar cosas que sólo se vendían en las tiendas para turistas. En este aspecto ellos se favorecían al comprar las cosas que deseaban, y los turistas recibían el doble en moneda china. El procedimiento era bastante arriesgado, ya que había mucha vigilancia policial. Con una mirada se observa al cliente y luego con 232
mucha discreción uno entregaba el dinero y el chino al regresar de contar el dinero FC (dinero de turistas) le devolvía el doble en moneda china. Con este dinero se podía pagar la comida, el transporte y el hotel. Al igual que otros turistas también logré cambiar dinero en el mercado negro, aunque sabía que me estaba arriesgando, así como también la persona que hacía el cambio, porque de cualquier manera era algo ilegal. Los hábitos alimenticios en esa región de Asia son bastante peculiares; en una oportunidad cuando fui al mercado me impresionó saber que dentro de las cestas colocadas en diferentes lugares había serpientes, las cuales vendían para preparar comidas, según ellos, muy apetitosas. Cantón sólo es un lugar de tránsito para los turistas, se puede decir que es la puerta de entrada a ese extenso territorio que es China. Compré un boleto de barco para viajar por el río a la próxima ciudad (no recuerdo su nombre). En China no se puede viajar sola, ya que es muy difícil encontrar a alguien que hable en inglés y además para esa época (1984) no había Oficina de Dirección Turística. En Cantón encontré a un joven matrimonio suizo, quienes también iban a abordar el mismo barco y les pedí ir con ellos. Partimos al amanecer, la embarcación era muy singular, todos los pasajeros iban acostados en una especie de cuna y todos pegados unos de otros. El que iba en cubierta y se quería bañar tenía baño, pero el servicio de comida y té lo hacían en las cunas, donde la mayoría de los pasajeros permanecían acostados. Para nosotros, turistas occidentales, nos parecía muy fuera de lo común todo aquello. Al día siguiente llegamos a la ciudad, más que una ciudad era un pueblo ubicado en una colina. El hotel que albergaba a los extranjeros 233
quedaba en la parte más alta de la colina y el paisaje de un gran verdor era muy bello, pero todo lo demás rodeado de una extrema sencillez, la comida era abundante y con mucha variedad de platos que uno no alcanzaba a comer. Seguimos nuestro viaje en bus hasta otro pueblo. El calor sofocante hacía sentir mal a esta pareja, especialmente a la esposa, ya que no estaban acostumbrados a temperaturas altas. Al fin llegamos a Guzu, realmente un lugar de ensueño, a orillas de un lago y rodeado por montañas, allí percibí que ese lugar era motivo de inspiración en la pintura china; antes de conocerlo, pensaba que lo reflejado en los cuadros era producto de la imaginación del pintor. Al ubicarnos en el lugar perdí el contacto con este matrimonio, me sentí sola y una gran depresión se apoderó de mí. No tenía valor ni para regresarme ni para continuar el viaje. El hotel era sumamente rústico, cuando salí del cuarto para lavarme las manos me encontré con dos chicas y entablé conversación con ellas. Evelyn y Diana eran australianas y seguían viaje hacia el pueblo donde había nacido Mao Tse-tung. Les comenté lo mal que me sentía y les pedí que me permitieran continuar el viaje con ellas. Una aceptó de buena gana y la otra a medias. De no haberlas encontrado no sé qué hubiera sido de mí. Como el lugar era tan bello nos quedamos unos días más. En China los ríos son navegables y el servicio de transporte mayormente es fluvial. Además, las carreteras están dentro de la misma provincia, y para pasar a otra hay que usar el transporte fluvial o el tren. Nos dispusimos a salir de Guzu, su hermoso paisaje con infinidad de pequeñas montañas nos acompañó por varios kilómetros. Cuando llegamos a cierto lugar 234
eran las seis de la tarde y el bus llegaba hasta ese sitio. Como era un pueblito muy pequeño no había hotel para turistas. Las autoridades aceptaron hospedarnos en el hotel para chinos, no había otra alternativa. El hotel me hizo pensar en el gran parecido de las casas coloniales nuestras con su estilo de construcción, es posible que alguien en el pasado introdujera en Venezuela ese modelo de arquitectura. El hotel no tenía baño en las habitaciones y cuando quise hacer mis necesidades no había poceta, sólo una zanja cubierta de porcelana y agua fluyendo que se llevaba todo, las paredes sólo llegaban hasta la mitad, de manera que quien estaba al lado podía ver la cara de la otra persona al levantarse. Cuando fuimos al comedor me encontré con una gran variedad de platos que no alcanzamos a comer. Al final de la comida se acercó una chica que hablaba algo de inglés, me dijo que su madre era una de las personas que preparaba la comida y que ella quería llevarme a su casa, la cual estaba bastante cerca. Al día siguiente Evelyn y Diana fueron a un pueblito cercano, yo me quedé y fui a comer, cuando quise tomar un camino corto lleno de árboles frondosos, una anciana china me impidió que siguiera el camino y me hizo señas que debía regresarme. Fui a visitar dos tiendas que había en el área y me sorprendió ver que no se usaba el metro decimal, sino una vara para medir las telas. Después de almorzar la chica me esperó para llevarme a su casa. Para mí fue una gran lección de humildad, ver que ella estaba contenta de haberme llevado a su casa, se sentía feliz de tener una radio y un ventilador. Me ofreció unos dulces típicos que no sé de qué estaban elaborados, y luego regresamos al hotel. Eran casi las seis de la tarde y mis compañeras de viaje no 235
habían regresado. Cuando ya había caído la noche, vino a mi cuarto un oficial de la policía a preguntarme por señas, por qué mis compañeras no habían regresado. Yo supuse que no habían conseguido bus de regreso y que vendrían al día siguiente, pero no podía explicarle al oficial porque no me entendía. Al día siguiente ellas llegaron y el oficial volvió, ya no podíamos quedarnos más en ese lugar. Seguimos nuestro viaje hacia el lugar donde nació Mao Tse-tung, me sentía tranquila. Un bus nos llevó al sitio deseado, era una pequeña aldea, la casa de Mao era casi toda de madera, construida entre árboles y en la parte de afuera había una pequeña laguna cubierta de lotos en flor. Aunque el contorno era precioso, nadie pudo hablarnos un poco sobre la historia del lugar. Después nos fuimos a un museo que guardaba objetos tradicionales de China, algunos de ellos pertenecieron a Mao. En la aldea no había más nada que ver. Seguimos a un pueblo donde tuvimos que pedir una extensión de la visa para continuar nuestro viaje a través de China. Quedaban pocos días del mes que inicialmente nos habían dado. Cuando llegamos a la oficina nos atendieron muy bien y nos entregaron una extensión para estar un mes más. Nos sentimos muy contentas, ya que estábamos a la mitad del camino de nuestro itinerario. Para llegar a Bulan que se encontraba en otra provincia, había que tomar el tren. Logramos comprar los boletos, pero el tren iba tan lleno que apenas pudimos sentarnos en los escalones de la entrada, ¡y pensar que era un largo viaje! Por la noche tuvimos que acostarnos debajo de la mesa del comedor, teníamos las piernas cansadas por estar en una misma posición. Bulan era una ciudad grande, 236
llegamos a un parque y nos fuimos a descansar. Nos pusimos a leer la guía de China y todos los chinos que estaban por ahí nos hicieron una rueda. Lástima que no podíamos entendernos, en sus ojos había una infantil curiosidad, sobre todo por Diana que era rubia. Nos esperaba el ansiado viaje por el caudaloso río Yangtzé. Sus aguas son de un tono amarillo, llenas de remolinos y bajan a una gran velocidad, realmente es un río majestuoso (6.380 km), el río más largo de China y el tercer río más largo del mundo. Este viaje duró varios días, más no puedo precisar cuántos, finalmente nos llevaría a Shanghái. En la mesa del comedor conocimos a dos médicos chinos, al fin encontramos a alguien que nos hablara de China, del trayecto que íbamos recorriendo y sobre todo qué lugares valía la pena ver y conocer. Nos acompañaron durante todo el viaje que se tornó más grato con su compañía. Uno de ellos nos invitó a su casa en Shanghái, donde ejercía su profesión. Nos comentó que el viaje por el río de subida era imponente y valía la pena hacerlo, pero el tiempo no nos permitía incluir otra ruta en nuestro itinerario. Debíamos llegar a Shanghái y seguir la ruta que ya teníamos trazada. Evelyn y Diana eran quienes llevaban el control de todo, yo simplemente me sentí una feliz y agradecida acompañante por andar con ellas, haciendo un recorrido que yo sola no hubiera podido llevar a cabo. Al mediodía llegamos a Shanghái, lo primero que teníamos que buscar era el alojamiento en una ciudad tan grande y de mucho movimiento. Nos encontramos con dos chicas con quienes nos pudimos entender, con ellas fuimos a su casa para hospedarnos. Yo tenía el presentimiento de que no iba a ser posible, cuando 237
estábamos almorzando llegó un oficial y habló con las chicas, no nos permitirían quedarnos allí. Con mucha pena nos dijeron que después de almorzar nos llevarían a la residencia universitaria, donde nos íbamos a sentir bien. Allí encontramos turistas de diferentes lugares, y como nuestros pasaportes decían “estudiante”, no tuvimos ningún problema en que nos aceptaran. Efectivamente, había turistas y estudiantes de distintos países. Me llamó la atención las aguas negras estancadas en algunos canales de la ciudad. Era común ver a la gente vestida con el traje al estilo Mao, de color azul marino. La transportación, en su mayoría, la hacían en bicicletas y los carros eran modelos muy antiguos, pero bien conservados. Entre los turistas se hablaba de una isla llamada Putuoshan, que estaba a un día de distancia de Shanghái, y que valía la pena visitarla. Hicimos reservaciones, cuando descansamos de esos largos días, fuimos una noche a visitar al médico que nos invitó a su casa. Su esposa nos atendió con la característica cortesía china, nos ofreció té con unas galletas hechas con manteca de cerdo, muy populares en China. Para ser un profesional de la medicina, su vivienda era muy modesta, vivía en un apartamento de un conjunto de bloques muy parecidos a los de Coche en Caracas, que estaban dentro de un parque, alumbrados por algunos globos distanciados. Lo incómodo del viaje, y lo que a mis compañeras les molestaba, era mi maleta, a pesar de que tenía rueditas. A mí también me molestaba cargarla, pero allí llevaba la pesada chaqueta que me habían regalado en Corea y las cositas que había ido comprando. La maleta fue un acompañante más en nuestro viaje. Llevar una bolsa en la espalda, como los demás turistas no hubiera sido posible, por lo delgado 238
de mis brazos. Nos preparamos para ir a la isla budista de Putuoshan. En agradecimiento volví a leer las líneas de las manos a varias personas de la residencia. Ese día se embarcaron con nosotras algunos turistas que estaban también en la residencia. Abordamos el barco por la tarde y llegamos a Putuoshan al día siguiente. El puerto quedaba abajo, pero los hoteles estaban en la parte alta de la montaña. Nos tocó llegar a un hotel que, en su mejor época fue una pagoda, tal vez una residencia de monjes budistas. Aquella obra de arte la habían arruinado haciendo disparatadas divisiones, los baños seguían siendo del mismo modelo: un canal con una corriente de agua que se llevaba los desechos.
En la isla de Putuoshan
La isla resultó ser muy hermosa y acogedora, con razón había mucha afluencia de turistas entrando y saliendo. Caminamos por todas partes, aún me parece verme allí junto a un estanque, en la época gloriosa de la isla, cuando se conservaba sin alteraciones. En ese lugar me tomé una fotografía que aún conservo. 239
Vimos un camino bastante empinado y comenzamos a caminar por él, al final nos encontramos con un templo igualmente alterado y en su interior había un gran comedor atendido por monjes budistas. Demás está decir que la comida era exquisita, particularmente porque a mí me encanta la comida china. Allí se pagaba muy poco por comer; en ese lugar se entremezclaban turistas y chinos. Llegó el día de mi cumpleaños y Evelyn que me veía estudiando un libro sobre masajes Shiatsu-su, me dio la grata sorpresa de darme como regalo de cumpleaños un masaje Thai. La verdad es que me pareció más terapéutico que el Shiatsu-su, sin dejar de ser primos hermanos. El objetivo de estos masajes es poner en función todos los órganos del cuerpo y reactivar la circulación de la sangre, sobre todo en el masaje Thai. Quedé muy a gusto con el masaje y cuando le pregunté dónde lo había aprendido me dijo que en Thailandia. Me quedé muy interesada por aprenderlo y dos años más tarde volví al Lejano Oriente, con el objetivo de llegar hasta Thailandia para estudiar la técnica de estos masajes. Los días en esta isla fueron muy bellos, nos acompañó un sol radiante. Las playas no eran muy acogedoras. Bajamos al puerto para regresar a Shanghái. Entre los turistas se encontraban unos que se alojaban en la residencia y quisieron que yo les leyera las manos. Una vez estando a bordo se acercó una turista y me pidió que le leyera la mano, resultó que al final tuve que leer muchas manos de chinos y turistas. Al anochecer me mandaron a buscar de un camarote donde viajaba un matrimonio de profesores alemanes que habían prestado servicio en China y regresaban a Alemania, me pidieron que les leyera las manos. Al 240
leer las manos siempre trataba de no decir nada desagradable que estuviera señalado en las líneas de las manos, pero esa noche no pude callar al ver que el profesor estaba propenso a un infarto. Al desembarcar, al amanecer, alguien me dijo que al profesor lo estaban sacando de emergencia con síntomas de infarto. Yo quedé muy impresionada, pero cuando volví a verlos en el tren que nos llevaría a Moscú, me alegré mucho al saber que se había recuperado del infarto. Llegamos a Shanghái para continuar nuestro viaje a Susu, otro lugar muy bello. Las calles estaban vestidas con árboles frondosos y reinaba un ambiente de alegría en sus calles llenas de gente y de tiendas donde sólo se vendían objetos elaborados en China. Vi unos cofres de bambú muy bellos, baratos y livianos y compré todos los que pude. Tenía que comprar muchos regalitos para repartirlos al regreso del viaje. Diana que no sabía nada del día de mi cumpleaños me obsequió un helado, muy oportuno por el calor que hacía. En la isla me había comprado unas telas de seda muy lindas y un sastre se ofreció para hacerme una chaqueta al estilo Mao en poco tiempo, quedó muy bien confeccionada, pero cuando le fui a pagar se molestó porque no le pagué con dinero F.C. (dinero de turistas), después me quedé con la pena porque a lo mejor era una oportunidad para comprar algo que no podía comprar el dinero chino (el yuang). Bueno, aún siento pena por este asunto. En China hay un refrán que dice: para comer, Cantón y para morir Susu. En verdad, la comida de Cantón es famosa y Susu tiene unos árboles cuya madera es perfumada y la utilizan para hacer las urnas. Aún nos faltaba mucho que recorrer para llegar a Pekín, el 241
último baluarte de ese inmenso país que es China. Para pasar a otro estado había que hacer el viaje por el río, para llegar a otra ciudad, cuyo nombre no recuerdo ahora. En el barco iba a bordo una excursión de chinos, todos con sus trajes al estilo Mao. Estaban de vacaciones e iban al mismo lugar que nosotras. Se veían contentos, hubo uno que me llamó la atención porque llevaba una cámara fotográfica de los años 40, pero él muy feliz tomando fotografías. Pensé ¡qué importante es estar contento con lo poco o lo mucho que la vida nos dé! En el pueblo donde llegamos también vendían ar tículos típicos de la región. Nuestro próximo destino
Guerreros de terracota. Xian
era Xian. Antes había que parar en algunos pueblos cuyos nombres no los recuerdo en este momento. Disfruté mucho ver esos poblados donde pasamos, siempre había un río y en sus riberas muchos árboles cuyas ramas se acercaban al suelo, su nombre no lo sé. Fuera de China sólo los he visto en las orillas del río Potomac en Washington, D. C.
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Algo que también me pareció muy hermoso fue ver a los abuelitos llevando a sus nietos en cochecitos elaborados con bambú y algo muy curioso fue ver que los niños que ya caminan llevan en el pantaloncito una abertura a propósito para hacer sus necesidades. Recuerdo a Evelyn y Diana comiendo huevos de un tazón que siempre había por las calles, estos huevos estaban dentro de un agua de color oscuro, que en silencio yo pensaba estaba sucia, pero alguien me dijo que los cocinaban en té para hacer los huevos más nutritivos, así que por tener prejuicio sobre la apariencia de las cosas, dejé de comerlos. Aparte de los huevos encontramos durante todo el trayecto del viaje unos duraznos que comimos en un pueblo y patillas que vendían en Pekín. Me imaginaba que por el principio del ying y el yang que ellos toman en cuenta, no consumirían tantas frutas, ya que son consideradas ying. Pensando sobre los masajes, el libro hablaba de que los intestinos trabajan con el corazón y el resultado es: si hay buena limpieza del intestino, habrá buena circulación y de haber buena circulación, el cuerpo libera toxinas. Los días iban pasando, pensar en hacer el viaje al Tibet era poco probable, ya que no nos darían más extensión de la visa. Nos faltaba Xian y al fin llegar hasta la Muralla China. Nos dispusimos a continuar nuestro viaje a Xian. Lo primero que deseábamos ver eran los soldados de terracota.
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Lo más impresionante que pudimos ver fue la arqueología china, una característica sobresaliente que observamos fue las caras de los soldados que todas son diferentes. En el museo había tantas cosas para ver, pero esto de los soldados era algo digno de admirar, sobre todo porque a pesar de haber transcurrido tantos años se conservan en buen estado. Los soldados de terracota se quedaban allí esperando que otros visitantes los admiraran. Alguien nos comentó que los arqueólogos aún continuaban excavando en el lugar, ya que había mucho material sepultado, entre ellas las tumbas de los emperadores chinos con todo su séquito de esclavos y piezas de valor. En la ciudad fuimos a un museo donde vi algo muy tierno, en una piedra el artista había cincelado dos cisnes. En el hotel donde llegamos las duchas estaban todas juntas y el agua, aunque era verano y hacía mucho calor, salía caliente. Cuando preguntamos por qué el agua siempre estaba caliente, nos informaron que lo hacían para evitar que los huéspedes tuvieran algún problema bronquial. Otro detalle curioso que observé fue que en todas las tiendas había una tetera con té hirviendo, al preguntar nos explicaron que en el verano tomar té caliente refresca el cuerpo. Igualmente, en las calles La muralla china
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habían niñas vendiendo helados elaborados con soya, cuyo sabor es muy agradable. El calor era sofocante. En Xian era común ver que la gente consumía mucho el azuki, un frijol rojo pequeño que tiene la propiedad, al igual que la auyama, de corregir las deficiencias del páncreas. En Japón también se consume mucho este frijol, por sus propiedades curativas. Continuamos nuestro viaje hacia Pekín, nos esperaba la Gran Muralla China. El hotel que nos asignaron estaba retirado del centro. Lo primero que hicimos fue comprar patilla (sandía) que vendían a media cuadra del hotel. Muy cerca había un río con aquellos árboles frondosos, cuyas ramas parecían tocar el suelo. Me encantaba ver el verdor del paisaje. Al día siguiente fui a la Embajada de Venezuela, esperando recibir noticias de mi casa. Felizmente tenía varias cartas de mi casa, traían buenas noticias. En agradecimiento, como no tenía nada que ofrecer a cambio de su atención, me ofrecí para leer las manos a la persona que me guardó mi correspondencia. Después otras personas del cuerpo diplomático quisieron también leerse las manos. Yo simplemente lo que hacía era ver las líneas de las manos y decirles lo que significaba; todo cuanto les dije les pareció muy acertado. Por esos días se celebraba una gran fiesta en la Embajada y me invitaron, les dije que vendría con mis dos compañeras de viaje. El día fijado para la fiesta nos enviaron a buscar en el carro de la Embajada, a nosotras nos pareció muy extraño todo eso, aparte tuvimos que vestirnos formalmente, después de andar por tantos días con vestimenta de turistas. A todos les parecía tan extraño ver a una venezolana en China. Llegó el día que había dispuesto para ir a conocer la Gran Muralla China, amaneció nublado y a punto de 245
llover, pero cuando llegamos al lugar apareció el sol y nos acompañó para subir las horas que pudimos andar de ese extenso camino. En la tercera atalaya ya era tan inclinado el camino, que había un pasamanos en la muralla para ayudar a subirla. El sol había calentado mucho y nos dispusimos a regresar. Habíamos estado en una de las siete maravillas del mundo y en verdad aún lo es. Esta fortaleza fue construida para proteger la frontera norte del imperio chino de los invasores en el siglo V AC., y para levantar esa muralla de 7-10 metros de alto y de una gran extensión (más de 8.000 kilómetros) murieron durante su construcción aproximadamente 10 millones de trabajadores. La muralla fue nombrada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 1987. Gran parte de la Gran Muralla tiene fama de ser el mayor cementerio del mundo. No se les enterró en el muro en sí, sino en sus inmediaciones. Parece increíble, pero por regla general la alegría de unos es la tristeza de otros. Ese mismo día fuimos a visitar mausoleos de emperadores, para llegar hasta allí atravesamos el camino real donde se podían contemplar animales salvajes tallados en una sola piedra y de tamaño natural, algo realmente digno de admirar. Cuando llegamos al lugar de las tumbas nos impresionó mucho saber que era verdad que cuando moría un emperador lo enterraban con su séquito de esclavos, algo tan injusto pero tan propio del egoísmo humano. Otro día fuimos a la ciudad residencia de los emperadores, afortunadamente que se conserva con todo el esplendor y colorido de la arquitectura china. Ese día hubo mucha afluencia de turistas y hacía demasiado calor. De regreso a la ciudad nos detuvimos a contemplar el Templo del Cielo, 246
realmente una joya de la arquitectura china. Cuando llegamos al hotel había un mensaje para mí, el Embajador de Filipinas esperaba que yo fuera a su residencia. Cuando llamé al número de teléfono anotado me supuse que sería para leerle las manos y así fue. Al día siguiente vinieron a recogerme. Durante todo el día estuve leyendo las manos a personeros del cuerpo diplomático en un apartamento donde pude contemplar todo el lujo asiático del mobiliario chino. Realmente en ese lugar vi tanto lujo después de haber visto tanta sencillez, porque no se puede decir que en China hay miseria, la verdadera miseria la hay en India y Nepal. En la tarde me llevaron a la residencia del Embajador, allí estaban él y su esposa esperándome. Yo estaba asombrada de todo lo que estaba viviendo y pensar que por sólo leer las manos a una sola persona me encontré envuelta en todo ese trajín de leer manos en las embajadas. Menos mal que todos estuvieron contentos y agradecidos, me hice un dinero que no esperaba y, hoy día me cuestiono por qué estuve haciendo algo que no era grato ante los ojos de Dios. ¡Que afortunados somos las personas que no tenemos que recurrir a tales cosas porque confiamos en un Dios vivo y verdadero! En una tienda del centro me compré la clásica chaqueta china de color negro, bordada en varios colores. Me llamó la atención ver que las principales calles de Pekín son anchas y tienen una vía para bicicletas, que son muchísimas, y hay otras vías para los buses y antiguos carros que circulan en la ciudad. Me dio mucho gusto ver esos carros antiguos bien conservados. Fuimos a la tienda de turistas, allí pudimos comprar una que otra cosa de la comida
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occidental, nos quedaban pocos días por estar en China, el tiempo suficiente para obtener los visados. Evelyn y Diana tenían programado quedarse trabajando en los países escandinavos y con el dinero ganado viajar por Europa. Diana me pidió que le vendiera la chaqueta que me habían regalado en Corea, en vista del crudo invierno que le esperaba. Con todo gusto le di la chaqueta, en mi corazón me sentía tan agradecida con Dios que había puesto en mi camino a esas dos chicas de buen carácter y excelente conducta, que compartían el mismo interés que yo tenía por conocer los sitios emblemáticos de China, así como también indagamos sobre la gran cantidad de árboles medicinales con los cuales se abastecen los laboratorios del mundo entero. Nos dimos cuenta que tanto el arroz como la soya, son el sustento principal del pueblo chino, y hablando de la soya pudimos degustar apetitosos platos elaborados con ella. Hoy en día algunos investigadores sostienen la idea que la soya consumida en cantidad como se consume en los países orientales, afecta algunos órganos del cuerpo humano, especialmente la vista. Esto se puede evidenciar al ver una gran cantidad de personas muy jóvenes usando lentes para leer. Entre otras cosas pudimos observar que el pueblo chino sigue guardando muy dentro de sí los principios de la filosofía de Confucio, aunque el maoísmo haya pretendido hacer cambios radicales. Apenas nos quedaba una semana por estar en China, fueron dos meses inolvidables llenos de múltiples cosas que cada día nos sorprendían. Entre tantos dialectos llegué a captar el sonido cuando se hablaba mandarín (lengua
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oficial de China), idioma que tiene una cadencia muy grata al oído. En la Embajada de Rusia no nos estamparon el sello de la visa en el pasaporte, la anexaron en un papel del pasaporte. De Mongolia y Polonia obtuvimos visa como transeúntes, todo ese papeleo lo hicimos durante la semana que nos quedaba. Nuestro boleto de tren lo habíamos obtenido en Cantón, así que estábamos seguras de que haríamos ese tan ansiado viaje. Al dejar Pekín se dejaba China dormida en el recuerdo. Un país inmenso donde predomina el azul del cielo y el verde de sus campos. Nos esperaba un largo viaje de una semana. Pensamos que viajaríamos en el trajinado tren ruso, pero nos encontramos con la sorpresa que nuestros boletos eran para viajar en el tren chino, un tren acabado de estrenar, con todas las comodidades propias para un largo viaje entre Pekín y Moscú. El horario del viaje estaba pautado para las nueve de la mañana, a Diana y Evelyn les tocó otro compartimiento, ya que compramos los boletos en fechas diferentes. A mí me tocó viajar con tres chicas chinas que iban de vacaciones de este lado del muro de Berlín. A la salida del compartimiento había una enorme tetera que nos permitía tomar todo el té que quisiéramos. Ellas llevaban cámara fotográfica, yo me limitaba sólo a comprar postales de los diferentes lugares que visitaba.
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Tren de China a Rusia
El tren iba bordeando la parte extrema del desierto de Gobi, y hablando del desierto recuerdo a un joven que conocí en Cantón y por algún motivo me leyó las manos y me dijo que yo iba a vivir hasta los 50 años, no dejó de impresionarme, pero lo olvidé. Después me comentó algo que me causó miedo: me dijo que tuviera mucho cuidado con los musulmanes. Él sabía de casos de chicas extranjeras que han sido encontradas en el desierto con el rostro desfigurado. El caso es que por sus costumbres y religión, cuando el hombre no tiene los recursos económicos suficientes no le permiten casarse, entonces cuando tiene la oportunidad de conocer alguna chica extranjera la lleva al desierto, la utiliza sexualmente y después de matarla le desfigura el rostro y rompe el pasaporte para que no haya ninguna evidencia ni identificación posible. Este comentario me impresionó tanto, que perdí toda ilusión de hacer el viaje en el expreso de Oriente que va de Paris a Estambul (Turquía). Después de atravesar el desierto de Gobi, nos esperaba Mongolia, una inmensa llanura poblada con ganado lanar. El tren iba pasando en cada población y 250
Poblado nómada de Mongolia
los pasajeros teníamos la oportunidad de bajar, comprar algo y curiosear un poco. Atrás había quedado China, fueron dos meses inolvidables en China, con su gente laboriosa, respetuosa y amante de la naturaleza y del ejercicio al aire libre. Al entrar en Mongolia echamos de menos la comida china. El restaurante del tren servía comida de Mongolia de preferencia. Cuando se detuvo el tren en una de las estaciones nos bajamos y encontramos al matrimonio alemán que conocí en el barco de regreso de la isla de Putuoshan. Me contenté muchísimo ver que el esposo se había recuperado. Después de haber prestado sus servicios en una universidad de Shanghái estaban regresando a Berlín Oriental. En otra estación donde nos bajamos pudimos ver varios artículos elaborados con cuero; recuerdo que estaba apostado un apuesto soldado que nos miró muy seriamente de arriba abajo y llevaba unas elegantes botas de cuero que le llegaban hasta las rodillas. Quise comprar unas postales, cuando entramos a la tienda todo lucía como de los años 50.
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No había nada de modernidad, pero igualmente me gustó todo cuanto conocí.
Plaza Roja. Moscú
El tren era muy cómodo y nos sentimos muy bien en él. Por haber leído las manos a una persona, de repente se convirtió en un desfile de manos, no podía aceptar moneda rusa (rublos), se nos había informado que al entrar en Rusia había que declarar cuánto dinero llevábamos. Para entonces me daban ocho días para estar en Rusia, así que tuvimos poco tiempo en Moscú, el tiempo necesario para visitar los lugares que deseábamos ver. La estadía en Moscú fue muy agradable a pesar de la vigilancia que teníamos permanentemente, dos policías subían y dos bajaban. En la estación del tren conocimos a dos chicos que invitaron a mis amigas a dar una vuelta por Moscú. Lucían serios y de buenas intenciones, ellas me entregaron sus pasaportes y el dinero y yo me quedé guardando las cosas. Cuando regresaron ya estaba dormida y me dijeron: ¡qué lástima que no fuiste con nosotras! para ver a Lenin y el cambio de guardia en la Plaza Roja a la medianoche. Al día siguiente me levanté temprano, había que ver muchos sitios en poco tiempo, me fui a la Plaza Roja y desde allí 252
contemplé esa maravillosa obra de arte que es la iglesia ortodoxa de San Basilio. Las residencias palaciegas de los zares las habían convertido en tiendas por departamento. Subí a uno de los pisos a comprar algunos recuerdos para mis amigas rusas que viven en Yaritagua (Venezuela) y unas postales para enviarlas a mis familiares y amistades. Allí compré unas matriuskas o matrioskas típicas de Rusia, que son unas muñequitas artesanales, muy lindas y coloridas que vienen en series de cinco, cada una dentro de la otra. Me encontré con una chica que me sirvió de guía en el museo de Lenin. Quise ir al Museo Nacional y le pregunté a un señor que iba pasando dónde quedaba, el señor muy molesto me dijo: si usted me lo pregunta en otro idioma que no sea el inglés, con mucho gusto yo le doy la dirección, tuve que valerme de algunos conocimientos de francés para obtener la dirección. Le agradecí la atención, ya que realmente valió la pena ver todos los objetos valiosos que guarda el museo. Tomé el metro para ir a la oficina de trenes, con la intención de cambiar mi boleto vía Leningrado, pero no fue posible. Me quedé con el deseo de ver esa famosa ciudad que la historia nos relata sobre su brillo y el de los zares. Como había leído algo sobre la estación de Leningrado me bajé a contemplar sus atractivas lámparas de cristal, con toda su elegancia. Pude observar que las personas en el metro y en la ciudad iban modestamente vestidas. La elegancia característica de la mujer europea brillaba por su ausencia y cuando se les preguntaba algo en idioma inglés, les molestaba sobremanera.
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Estación Leningrado. La más antigua. Moscú
Cuando salí del metro me encontré con un joven procedente de un país africano, nos pusimos a hablar y cuando le pregunté qué hacía en Rusia me dijo que estaba estudiando. También me habló de algo muy curioso, que si una persona se quería quedar en Rusia, antes de cumplir las 24 horas de su llegada, podía solicitar permiso para quedarse, y el gobierno se encargaba de darle hospedaje y empleo. Me pareció interesante esa información, pero nada más. No puedo dejar de mencionar el pan ruso que ya años atrás había degustado, obsequio de la abuelita de mis amigas rusas de Yaritagua. Todas las veces que lo comí en el tren y en Moscú las recordaba. Mi permanencia en Rusia había llegado a su final; una vez en la estación del tren pude ver que una señora que estaba limpiando el piso y metía sus manos en un balde de agua muy sucia, me acordé que yo tenía dos pares de guantes, unos de lana y otros de plástico. Los busqué rápidamente y se los ofrecí, cuando los recibió me miró a los ojos y luego bajó la cabeza y me besó las manos. Fue un momento triste, pero hermoso, porque 254
los guantes por un tiempo la iban a proteger al meter las manos en el agua sucia. En la estación había jóvenes que esperaban la llegada y salida de los trenes para comprar a los turistas cosas del mundo occidental que ellos no tenían allí, como los pantalones jeans y los morrales que se llevan en la espalda. Salimos de Rusia vía Polonia. Cuando llegó el agente de aduana yo estaba sola en el compartimiento, me pidió el pasaporte y que le mostrara el dinero que llevaba, como en la cuenta salieron 10$ de más de la cantidad que había declarado se molestó mucho y empezó a revisar todas mis cosas. Con sus manos me decía algo que yo no podía entender, me imagino que él quería saber por qué yo no había declarado esos 10$, pero yo no hablaba ruso y él no hablaba inglés. Al fin salió y yo estaba temblando de miedo. Sin haberme recuperado de ese susto, alguien abrió la puerta rápidamente, era uno de los empleados del tren que traía dos pares de lentes y quería que yo le comprara unos. Con mucho amor le di cinco dólares, él se sintió contento y yo un poco calmada. Entramos a Polonia, el tren hacía parada en las diferentes estaciones. El paisaje era hermoso, todo era una gran planicie. El mismo tren nos llevaría a Berlín Oriental. Otro largo viaje de Moscú a Berlín. Llegamos al caer la tarde, de la estación del tren debíamos tomar el metro para pasar a Berlín Occidental. Allí estaba frente a nuestros ojos el famoso Muro de Berlín. Simplemente una pared que dividía a la entrada del metro, pude contemplar un hombre fuerte y robusto que lloraba al despedirse de una persona que debía entrar en el metro para regresar a Berlín Occidental. Ver esto me llenó de tristeza y más aún cuando al salir del metro, Diana y Evelyn se 255
despidieron; ellas seguirían para el norte y yo con aquella tristeza tan grande me fui a la estación del tren para continuar mi viaje hacia Londres. Allí tomaría el avión que me llevaría de regreso a Miami, Florida. Lucy, mi amiga inglesa me esperaba en la estación. Una vez en Londres, sólo me quedé el tiempo necesario para esperar el cupo en el vuelo. Fui a visitar a la familia donde yo cuidaba los niños, pero solamente estaba el señor, los niños habían salido. Me quedé con el deseo de verlos, supuse que estaban muy grandes. Con mi amiga Lucy, que ya estaba retirada de su trabajo, fuimos a pasear por la campiña inglesa, mirando esos pueblitos con sus verdes campos llenos de flores. También fuimos a dar una vuelta por el centro de Londres, tan lleno de turistas como siempre, y especialmente en los meses de verano. Me despedí de Lucy y de su esposo, me sentía profundamente agradecida por sus generosas atenciones, que a pesar de ser inglesa en todo momento me había demostrado sentimientos cálidos parecidos a los nuestros. Le prometí que volvería a verla y así fue. Regresé a Florida, las azules aguas de sus playas aún estaban tibias. Mi amiga Beatriz se había casado y vivía en la misma cuadra donde residían sus padres. Sentimos una gran alegría al volver a vernos. El deseo de tenerme en su casa se hizo realidad. Al ingresar a Estados Unidos me habían dado seis meses de estadía para permanecer en el país y era una gran oportunidad para trabajar y reponer el dinero gastado. Mientras Beatriz iba a trabajar al negocio de su padre, yo iba a cuidar a unas ancianas que vivían en diferentes apartamentos a orillas de la playa. Me sentía muy contenta de atenderlas, eran judías-americanas, y cada
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una se sentía feliz recordando cosas de su juventud. Siempre me guardaban un pequeño regalo. De nuevo volví a asistir a las conferencias de la Misión de la Luz Divina, allí conocí a Cecilia Gallegos, quien había venido desde Colombia con el deseo de trabajar para que su hijo pudiera terminar sus estudios de medicina. Me pareció algo muy noble de su parte como madre sacrificar todo por su hijo. Nos hicimos muy buenas amigas. Ella era muy acertada curando a las personas con una dieta de alimentos de acuerdo con lo que ella podía captar por medio del iris de los ojos, ciencia denominada Iridiología y Neuropatía. Mucho después ambas hicimos un curso de nutrición, ella para ampliar sus conocimientos relacionados con su profesión y yo, porque me pareció muy interesante. En ese curso aprendí, entre otras cosas, que la cocina es un laboratorio donde hay que saber combinar los alimentos, las porciones, y sobre todo no alterarlos agregando sustancias químicas como el salicilato. Aquí se ratifica el principio de Hipócrates: “que tu alimento sea tu medicina y que tu medicina sea tu alimento”. Nos hablaban sobre la importancia de consumir cereales no refinados y de una manera especial, el arroz integral porque aparte de mantener el equilibrio entre el sodio y el potasio, tiene la propiedad de rejuvenecer y adelgazar. También se nos dijo que debemos consumir sólo lo que se esté cosechando dentro de la estación. La sal no se debe consumir cruda, ni tampoco abstenerse de ella, ya que es un mineral muy importante que se debe absorber en cantidad moderada (2 gramos). Igualmente, se nos hizo hincapié en recomendar que las personas que tienen enfermedades terminales no debieran preparar 257
alimentos para ser consumidos por otras personas. Se nos habló de las propiedades del jugo de caña de azúcar, ya que tiene los complejos de la vitamina B. Se cuenta que los niños muy pobres de las islas Filipinas se van a los campos de caña y prácticamente sobreviven consumiendo el jugo de la caña de azúcar. La melaza, producto derivado de la caña de azúcar, tiene propiedades milagrosas por su contenido de sales y minerales que posee, es recomendable para todas las personas, menos para los diabéticos. Igualmente el agua de coco y su pulpa se usa para controlar el sistema nervioso, así como también las pasitas. El boniato o batata es un tubérculo muy recomendado para los jóvenes estudiantes, ya que contiene un gran nutriente para el cerebro. En el transcurrir de los años este curso de nutrición ha sido muy útil, no sólo para mi sino también para otras personas. Entre ir a la playa, el trabajo y asistir a las conferencias fue pasando el tiempo. Mi estadía por seis meses estaba llegando a su fin. Poco a poco fui comprando cosas para llevar a mi familia y a las amigas cercanas. Había pasado esos meses en la casa de mi amiga Beatriz, su mamá como siempre, le molestaba cuando nos encontraba conversando. Aparte de esto, nos llevábamos bien. Regresé a Venezuela, ¡cómo deseaba que las cosas en mi casa hubieran cambiado!, pero todo seguía siendo igual. Fui a visitar a mi prima donde siempre llegaba cuando iba a Caracas, me encontré con algo inesperado: pulsé el timbre y alguien respondió, pero cuando se dio cuenta que era yo, se quedó en silencio. Yo me quedé en espera de que bajara, pero no fue así, y hasta el día de hoy desconozco el motivo de su comportamiento. Con gran pena en el corazón me fui caminando a la casa de 258
un tío que vivía a pocas cuadras. A nadie le comenté sobre aquella tristeza tan grande que aún estoy sintiendo al recordar ese día. ¡Qué cierto es lo que dice la Biblia! Los hombres son como las flores del campo, hoy somos y mañana ya no somos (1 Ped. 1: 24). Regresé a la casa en Yaritagua, allí pasé unos meses, siempre pensaba en volver un día para quedarme, pero viendo la injusticia y la irresponsabilidad de los míos no me quedó más que salir huyendo nuevamente. Por esos días se iba a celebrar una convención de la Misión de la Luz Divina en Miami y me volví de nuevo a ese lugar. Las viejecitas que se habían encariñado conmigo me volvieron a brindar la oportunidad de cuidarlas y estar con ellas. Trataba de distraer mi depresión trabajando todas las horas que podía. Trabajar para mí es el mejor calmante, ir a la playa y asistir a las conferencias se convirtieron en mi gran distracción. Beatriz volvió a recibirme en su casa, estaba esperando su primer hijo, todos estaban contentos. A Cecilia la veía con frecuencia en las conferencias. Los meses fueron pasando, a una de las viejecitas se le murió el esposo y su hija vino de New York para dejarla en un hogar para ancianos. Una vez a la semana iba a visitarla, aunque el lugar era confortable y lujoso ella se sentía sola y triste. Su hijo vino a buscarla y se la llevó a vivir con él, ya después no supe más de la señora. Como tenía suficiente dinero pensé en viajar de nuevo al lejano Oriente y comencé a realizar los preparativos. El niño de Beatriz había nacido, pero mi estadía estaba próxima a vencerse y yo debía salir antes del país para evitar problemas futuros en caso de regresar a los Estados Unidos en otra ocasión. Sentí mucha pena por dejar a Beatriz con el niño recién nacido, 259
pero no podía hacer otra cosa. Me regresé a Venezuela. Volví con la esperanza de sentirme bien en mi casa, pero qué lejos estaba yo de la realidad. Alejarme de la familia y de sus problemas no era la solución, traté de combatir la depresión con el arma del trabajo incesante y evité en lo posible permanecer tirada en una cama bajo los efectos de los sedantes, tratando de lograr cambiar el panorama de las cosas. Los sedantes lejos de ayudarnos, nos crean dependencia, lo cual es mucho peor. Recuerdo algo muy sabio que me dijo un médico: “nada ni nadie la puede ayudar como puede ayudarse usted misma”. Me hizo pensar que nadie puede tener más interés en mí misma para ayudarme, como yo. Hoy por hoy me consuela saber que la Biblia nos dice: “confía en Jehová y no te apoyes en tu propio entendimiento” (Pro. 3: 5). Cuando somos perfeccionistas, las personas que nos rodean abusan de nuestro deseo y angustia de hacer las cosas perfectas. Esto es válido tanto en el campo laboral como en el existencial y afectivo. Comprender que si tenemos que hacer algo, mientras más pronto lo logremos más rápido nos libraremos de la opresión que nos pueda causar tenerlo pendiente. Debemos tener presente en nuestras vidas lo siguiente: “no tener temor al hombre sino al Dios verdadero” (Ec. 12: 13). ¡Oh corazón que conoces de las soledades más grandes!, esto lo digo por aquellas personas depresivas, que al igual que yo no sabemos en qué momento viene la depresión con su carga aplastante. Si no encontramos consuelo en las Sagradas Escrituras, sería bien triste pensar que haya otro refugio, estaríamos engañándonos a nosotros mismos. Ese libro maravilloso que aunque escrito por manos 260
de 40 profetas ha sido inspirado por Dios, ¿qué hermoso puede ser algo que se ha hecho a costas del dolor del hombre? En un día de lluvia como este, parece que nada ni nadie nos puede librar de los azotes de la depresión, me hace recordar al gran poeta mexicano Juan de Dios Peza, en su poema sobre aquel payaso que hacía reír a todo el mundo, pero llegó un día en que la tristeza invadió su corazón y nada ni nadie lo podía liberar. Así nos sentimos, no a veces sino muchas veces, aquellos que estamos trajinados por el camino. Algunos autores afirman que nuestra depresión tiene un origen fetal, así que no nos queda más que confiar en ese Dios-amor que nos dice en la Biblia: “En caso de que mi propio padre y propia madre de veras me dejaran, Jehová mismo me acogería”. (Sl. 27: 10), y algo más consolador: “Jehová está cerca de los que están quebrantados de corazón y salva a los que están aplastados en espíritu”. Estas palabras me llegan hasta el alma. Para los depresivos los días de lluvia, de manera especial, casi siempre están cargados de nostalgia y de una gran soledad que llega hasta las entrañas, aunque muchas personas nos rodeen. No sé por qué causa misteriosa los lugares húmedos me hacen sentir mal; en cambio, me sentí muy bien cuando estuve en Tailandia y en mi país, en el estado Falcón, que son lugares con un clima cálido y seco. Pasaron varios meses y se celebraba otra asamblea de la Misión de la Luz Divina en Miami, tan pronto cuando me enteré preparé el viaje para asistir. Normalmente cuando se viaja en grupo resulta más económico el pasaje. Al regresar a Miami me dieron una estadía de seis meses. Rápidamente me dispuse a 261
conseguir varias horas de trabajo. De las ancianitas que conocí en el viaje anterior solamente quedaban dos. Volvimos a compartir horas juntas. Trabajaba con la ilusión de volver al Lejano Oriente. El deseo por estudiar el masaje tailandés que había recibido de Evelyn, la amiga australiana, me infundía ánimo. Trabajaba en todo lo que me fuera posible, disfruté mucho de las playas y de las conferencias. Entretenida en esos menesteres fueron pasando los meses rápidamente y yo debía salir del país antes de los seis meses. Compré mi boleto para Hong Kong vía San Francisco. Estando en la sala de espera del aeropuerto se apoderó de mí una gran melancolía. En esos momentos cómo deseaba que en vez de volar hacia Hong Kong estuviera regresando a Venezuela. Parecía que mi corazón me estuviera previniendo sobre los momentos difíciles que me esperaban en el viaje. Una vez en Hong Kong volví a buscar alojamiento en un hotel ubicado en la calle Nathan, la calle más concurrida, y el hotel más frecuentado y conocido por los jóvenes turistas deseosos de encontrar información sobre los tantos lugares que tiene Asia para conocer y visitar una y otra vez. Ignorante, para ese entonces, de las enseñanzas de la Biblia, la cual señala en uno de sus pasajes que condena la lectura de manos, mientras esperaba mi cupo para volar a Tailandia leí las manos de varios viajeros, aún delante de los policías, que por cierto no decían nada al respecto. Recuerdo de una manera especial a una señora china que se acercó para que yo le leyera las manos, no sé por qué las cosas escritas en sus manos la hicieron llorar, yo sentí mucha pena, pero detrás de sus lágrimas se sentía agradecida por 262
mis servicios. Los días pasaron y mi vehemente deseo de estar en Tailandia estaba latente, un día en el comedor del hotel mire un aviso donde decía que se necesitaban turistas que llevaran un equipaje de mercancía a Taiwán, Japón y Corea. Vi que en esto tendría una oportunidad para volver a ver las amistades que había dejado en esos lugares remotos. Cuando me presenté en la oficina me aceptaron inmediatamente, y solamente me pidieron que sacara las visas para Taiwán y Corea. En el grupo íbamos un joven de Australia, uno de Francia y un chino que nos acompañaba. Cuando llegamos a Taiwán entregamos la mercancía, nos quedamos un día mientras preparaban el equipaje que se debería llevar a Japón. Para ese entonces era invierno y Tokio lucía nublado, Con uno de mis estudiantes de inglés. Corea del Sur. húmedo y frío, no era el Tokio que había visitado antes. El tiempo que estuve ahí lo pasé en el hotel, no tuve deseos de salir para ninguna parte. Se dejó allí la mercancía y continuamos el viaje hacia Corea. El aeropuerto estaba lleno de soldados y metralletas por todos lados. El paso de la aduana fue fuerte, pero al final todo salió bien. En Corea nos quedamos más tiempo y como yo era la única mujer del grupo siempre tuve una habitación aparte en el hotel. 263
Cuando ya estuve libre llamé a uno de mis estudiantes, para él fue una grata sorpresa que yo estuviera de nuevo en Corea. Vino al hotel y me llevó a pasear. Todos estaban muy ilusionados a la espera de las Olimpiadas. Hacía muchísimo frío y me regresé rápidamente al hotel. Debíamos volver con mercancía para Japón y luego para Taiwán. Allí terminaba la entrega de mercancía. Decidí quedarme unos días en Taiwán para ver a mis amigas chinas. La primera que vino a verme fue Paola. Como le dije que me sentía mal me llevó para que me dieran un masaje en los pies. La verdad fue que me dolió mucho debido a las operaciones que había tenido, ya que en la planta de los pies se reflejan los órganos del cuerpo, por eso se le llama reflexología. Al final del masaje me sentí bien y con ánimo de ver a mis otras amigas chinas. A la semana me volví a Hong Kong, en la oficina de las entregas de mercancía me pagaron 100$ por el servicio prestado, más el reembolso por los gastos de hotel y comida que yo había cancelado. Me preparé para continuar mi viaje a Tailandia. Tailandia es una tierra afortunada, su nombre significa “tierra de los hombres libres”, no hay un lugar en el mundo, ningún país del sureste asiático que albergue tanta cantidad de testimonios históricos como Tailandia. Este es el lugar idóneo para los interesados en ver ruinas, templos y ciudades desiertas. En el año 80, el Año de la Paz, a los turistas se les recibía con el emblema de una paloma. Una vez en Bangkok fui una más de los tantos turistas que había por todas partes. Los pequeños hoteles estaban llenos, felizmente conseguí un lugar para mí, lo primero que me llamó la atención en los restaurantes fue ver a los turistas con un plato gigante con diferentes clases de frutas. Más adelante, ver la 264
cantidad de monjes budistas con sus túnicas de color azafrán y los templos budistas con su colorido y sus dorados. En uno de los parques me encontré con un joven monje budista que bajó para saludarme y para invitarme a su templo. Como esperaba a una amiga que había conocido en Hong Kong le dije que lo veríamos en ese mismo lugar al día siguiente. Es costumbre de los monjes budistas salir a la calle en las primeras horas de la mañana y tocar de casa en casa con una campanita para pedir comida. Todas las personas les dan y luego esa comida la llevan al templo para repartirla. Hay familias muy numerosas que entregan a sus hijos a los templos budistas para que los monjes los eduquen en los principios del Budismo. Fui a las afueras del correo con la esperanza de tener noticias de mi casa. En las cartas sobrantes había correspondencia para mí, fue muy grato. Una compañera de estudios, tailandesa, que había estado conmigo en Londres me había hablado de que en su país había un mercado flotante, nunca olvidé ese detalle que me causaba curiosidad. La verdad es que cuando llegué al lugar me resultó bastante atractivo. Una de las ancianas vendedoras me invitó a subir a su barca. En las orillas del río flotaban cantidades de barcas que lucían hermosas con su cargamento de frutas y vegetales. Desde el río Menan se hacía el comercio, este río inmenso atraviesa la ciudad y aparte del mercado flotante tiene una ruta fluvial que transporta una cantidad considerable de pasajeros. Un día me dispuse a hacer un recorrido por el río, en cada parada había una gran cantidad de pasajeros que bajaban y otros que subían. Como la principal motivación de ir a Tailandia era aprender los masajes, 265
comencé a moverme hacia ese objetivo. Alguien me recomendó ir a un lugar al norte donde había una escuela de monjes anexa al hospital. Me preparé para viajar. La residencia donde llegué me quedaba muy lejos de la escuela de masajes. Una vez que logré el cupo me mudé a una residencia más cercana, casi a diez cuadras. El día que comencé me encontré con turistas estudiantes de distintos países, todos estaban allí con el mismo propósito: estudiar ese milenario masaje que es extraordinario. Viene de un monje budista llamado Jivaca, sus propiedades no sólo son de relajación sino también terapéuticas. El método utilizado para aprender los masajes es el de intercambio, consiste en darlo el profesor al alumno y el alumno al profesor. Se comienza por los pies, gradualmente se van aprendiendo las técnicas hasta llegar a la cabeza. A medida que se va avanzando, el profesor puede darse cuenta si se están aplicando las técnicas correctamente. De acuerdo con la capacidad del estudiante, unos demoran más tiempo que otros que tienen nociones de otros tipos de masajes. Al final del curso cada estudiante que se sienta listo para recibir el diploma, debe dar un masaje al Director de la Escuela y es él quien decide si el estudiante está lo suficientemente preparado para dar masajes. Se hace el juramento de no enseñar las técnicas a otras personas, algo que no me pareció bien, juramento que quebranté cuando más adelante volví a Nepal. Como yo sabía técnicas de otros masajes pude valorar de una manera especial los beneficios que aporta este masaje al cuerpo. En el trayecto hacia la escuela había una joven que se sentaba en la vía a vender conservas de batata (boniato), eran tan exquisitas que todos los días le 266
compraba una. Como no podíamos hablar, simplemente me sentaba un rato con ella, después entraba a un parque para repasar las técnicas que había aprendido durante el día. Un día el Director me llamó a la dirección y me sugirió que no volviera a ese parque, porque era un lugar donde hacían vida los drogadictos. Me sorprendí mucho, porque sólo se veían niños y jóvenes que olían las flores. Me explicó que de esa manera se drogaban, oliendo las flores de las amapolas. Desde ese día no volví más al parque, seguía directamente hacia la residencia. Un día, al regreso de la clase observé un festejo en una casa, donde tenían un árbol lleno de papel moneda, me llamó mucho la atención y me quedé mirando, los dueños de la casa muy amablemente me invitaron a pasar. Una pareja de vecinos habló conmigo para que
En una callejuela de Bankok
les diera clases disponibilidad de ofrecieron cenar gustosamente el
de inglés, pero como no tenía dinero para pagarme, a cambio me con ellos en su casa. Acepté trueque. En la preparación de la 267
comida tailandesa, que por cierto es exquisita, se utiliza mucho el coco y su leche. En los mercados se puede comprar el coco ya rallado. En otra ocasión caminando por una calle de la ciudad, me detuve a mirar una casa de dos plantas totalmente fabricada en madera, en la entrada estaba una joven haciendo un bordado y me invitó a pasar. Al finalizar la corta conversación por lo poco que pudimos hablar, la joven entró a su cuarto y me entregó un pequeño obsequio, era una pulserita de plata. Estaba en Tailandia, la tierra de los elefantes, alguien me había comentado que a los elefantes los utilizaban para mover las rolas cuando deforestaban. Yo no quería perderme ese espectáculo, además quería ver un elefante recién nacido, ya que nunca había tenido la oportunidad de ver a un elefante pequeño. Me dispuse a ir al lugar, había que hacer un largo camino, cuando comencé a andar observé una casa con una plantación de lechosas y todas estaban maduras, quería comerme una de esas provocativas frutas. Me invitaron a pasar adelante y luego de comer lechosa les manifesté que deseaba ir al lugar donde los elefantes mueven las rolas de madera con la trompa. Un joven que hablaba un poco de inglés me recomendó no ir allá, me alertó para que me devolviera, ya que según él ese era un lugar peligroso y en el camino me podía encontrar con algunos bandidos que hasta me podían matar. Me dijo que en Tailandia había gente muy bella por ser en su mayoría budistas, pero también gente muy mala y mucha prostitución. Agradecí profundamente sus consejos y me regresé a la ciudad. Cuando aprendí todas las técnicas me dispuse a dar el masaje al Director para aprobar el curso. Salí bien del 268
examen y me dieron el diploma, pero me quedé un mes practicando en la escuela. El masaje me sentaba muy bien. Al final de la tarde entraba al cuarto de sauna, que era completamente rústico: su calentamiento se hacía con leña. Un domingo me dispuse a ir a Bosan, el lugar donde fabrican las famosas sombrillas tailandesas. Allí también pude observar el proceso para la elaboración de la malla y también como realizan esa labor los gusanos de seda. Una señora del lugar me pidió que le diera un masaje (en Tailandia hasta las personas más pobres se dan al menos un masaje a la semana). Como la veía muy delgada tenía miedo de causarle dolor, pero ella me dijo: “si no me das más fuerte no te voy a pagar”, hice como ella quería y se sintió contenta y con gusto me pagó. Al final alguien me informó que si viajaba más al norte podía ver algo de Laos y de Birmania. No quise perder esa oportunidad y viajé a Sang Main. Allí me alojé en un hotel, precioso, todo de madera y el techo era como de paja. No se dormía en cama, sino en esteras. Como había muchos turistas ofrecí mis servicios de masajista. Un día la dueña del hotel me llamó para decirme que había una pareja de alemanes que acababan de llegar de un safari de elefantes y requerían un masaje. Como este masaje es más beneficioso cuando se da en el suelo, ellos quedaron relajados y agradecidos de tan oportuno masaje. Al día siguiente un niño vino a buscarme, porque su abuelita quería un masaje. Se sentía muy mal. Cuando iba a la mitad del masaje la señora empezó a botar muchos gases, a medida que se liberaba de los gases, más agradecida estaba. Pude darme cuenta, una vez más, sobre las bondades de este tipo de masaje. 269
Con una tela que había comprado en Japón quise hacerme un vestido y una de las empleadas del hotel me dijo que lo podía hacer en su casa. Al terminar su trabajo me monté en su moto y nos fuimos a su casa. Yo pensaba que su casa quedaba cerca, pero el trayecto era muy largo. Nunca había montado en moto por tanto tiempo. Esa misma noche me hizo el vestido, no había tiempo para regresar, su casa estaba en el campo y era toda de madera. Al día siguiente nos regresamos al hotel. Mis días en Sang Main fueron muy bellos, allí me sentí como nunca. Parecía estar viviendo un sueño. Me dispuse a continuar mi viaje más al norte. No recuerdo por qué razón le leí las manos a una persona y luego otras también lo quisieron hacer. El dueño del negocio que ya se había leído las manos me ofreció alojamiento para dormir en la parte de arriba, donde había una habitación con baño, me dijo que él vendría al día siguiente. No tuve miedo de quedarme, al día siguiente leí las manos a una persona que tenía una tienda de bisutería donde vendían unos collares preciosos, trabajados en un metal parecido a la plata, quedó tan contenta que me regaló un hermoso collar con tres palomas colgando. Aún lo conservo con mucho aprecio. Me fui hasta la parte fronteriza con Laos. No había nada en especial. Luego seguí hasta la frontera con Birmania, allí había muchas personas vendiendo sus artesanías típicas. Les compré algunos objetos de madera liviana bellamente trabajada. Su indumentaria sólo era un pedazo de tela que les cubría la parte de las caderas hasta las rodillas. Regresé a Sang Main a recoger las cosas de valor que había entregado al dueño de la residencia, y que él en mi presencia había envuelto en un periódico y sellado 270
con cinta plástica. Lo que le entregué lo recibí en las mismas condiciones, realmente era una persona de confiar. Mi tiempo en el norte de Tailandia fue realmente muy hermoso, como nunca me había sentido en parte alguna. Volví a Bangkok, tenía la intención de hacer un viaje desde allí a Nueva Zelanda y Australia, lo que no fue posible, obtuve la visa para Nueva Zelanda sólo por un mes y no pude obtener la de Australia. En Hong Kong tuve que sacar un nuevo pasaporte, por que el anterior ya no tenía espacio. En vista de ello me fui al sur. Me habían comentado sobre una isla que tenía una playa muy hermosa. El barco nos dejó a una distancia de una hora de camino, por el cual iban y venían turistas de todas partes. De repente me encontré con una de las escandinavas que había estudiado el masaje tailandés conmigo. Le prometí que nos volveríamos a ver en Suecia. En el barco venía una joven francesa que llamaba la atención por su refinada indumentaria y su elegante sombrero. Quise entablar una conversación con ella, pero me trató con “distancia y categoría”. En el Oriente los turistas llevan ropas trajinadas y prácticas, con la finalidad de llevar el menor peso posible. Cuando al fin llegamos a la playa ya casi todas las cabañas estaban ocupadas, yo logré una, me preocupaba tener que dormir sola. Al rato apareció en mi puerta la joven francesa para pedirme que por favor compartiera la cabaña con ella, porque tenía mucho miedo de estar sola y yo que me encontraba en las mismas condiciones, acepté de inmediato. Se volvió amable y atenta conmigo. En verdad la playa era bellísima y el agua del mar era de color verde esmeralda, valió la pena hacer el sacrificio de haber 271
llegado hasta ese lugar. Mis deseos de ir a la isla de Bali (Indonesia) los dejé en el olvido. Alguien me comentó que allí se podría contraer la fiebre del tifus. Una vez ya de vuelta a Bangkok tenía que prepararme para continuar mi viaje. Tenía dos motivos para volver a la India, uno pensar en la posibilidad de asistir a una convención que se celebraría en Delhi, y el otro motivo, volver a Nepal con la ilusión de visitar el Tibet. En las agencias de viaje se podían comprar boletos muy económicos para volar a Europa. Me compré un boleto saliendo de Malasia para la India y después continuar el viaje a Italia (Roma). Me despedí de Tailandia, un país donde me sentí muy feliz. Allí todo me encantó, su gente, su comida, su clima del norte y me llevaba el mejor de los regalos, los masajes que aprendí por el costo de 100$. Viajé hasta Malasia por tierra y volví hasta la isla de Penang que tanto me había agradado. Mi amiga y su familia se sorprendieron de volver a verme. Para ese entonces estaba comprometida para casarse con un miembro de las conferencias. Cuando llegué a Delhi, del mismo aeropuerto me dirigí al lugar donde se celebraba la convención. Aunque me atendieron con mucha amabilidad me dijeron que la convención sólo era para hindúes, ya que sería en idioma hindi y no había traducción. Me fui al hotel a descansar y a programar mi viaje para Nepal, viaje que no debí haber hecho, pero los deseos del corazón a veces son traicioneros. Como siempre, había muchos turistas viajando para Nepal, me esperaba un largo viaje para llegar hasta allá, Katmandú hervía de turistas, unos estaban allí con el deseo de escalar el Himalaya, otros para viajar al Tibet, y otros para comprar piedras preciosas y 272
alfombras, y algunos para consumir drogas. Las calles del centro de la ciudad estaban llenas de pequeñas residencias para turistas y de salas para comer. Después de unos días viajé a la frontera para ir al Tíbet, pero al llegar, me encontré que había habido un derrumbe en la carretera para el Tíbet (el Himalaya). Los turistas, en su mayoría, comenzaron a escalar para pasar al otro lado del derrumbe, había algunos muchachos que se ofrecían como guías. Yo tomé uno y comencé a subir, de repente me di cuenta que el muchacho me estaba llevando por un camino que no era por donde estaban subiendo los demás turistas. Traté de devolverme porque estaba viendo oscuro y a punto de desmayarme. Le pedí que me bajara que yo le pagaría al llegar abajo, a rastras comenzó a bajarme y me dejó en la oficina de la aduana. Allí me dieron algo de tomar y en el pasaporte pusieron una nota en la visa. Había un grupo de alemanes que regresaban a Katmandú y el oficial les pidió que me llevaran. Ese fue el primer susto. El segundo y el tercero vienen después. Una vez en la ciudad me mudé a otra residencia que lucía más ventilada. Después de esa mala experiencia y lo mal que me sentía, mis deseos de ir al Tíbet quedaron cancelados. Me encontraba almorzando y una anciana se sentó en mi mesa, me comentó que acababa de venir del Tíbet, no dejé de hacerle preguntas y le referí lo que me había pasado, entonces ella me dijo que era escaladora desde muy joven y para escalar hay que empezar subiendo un metro y luego bajar, luego subir dos metros y bajar y así hasta llegar a la cima. Me dispuse a visitar la familia adonde había llegado la primera vez, pero se habían mudado a las afueras de la ciudad, 273
Antiguo templo en Katmandú. Nepal
muy cerca de donde se celebraban las conferencias. Se contentaron mucho de verme, yo estaba a la espera de tener noticias de mi casa. Había tenido noticias de alguien muy querido que vendría a Europa dentro de unos meses y que esperaba verme. Estar allí no era fácil. El agua había que tomarla hervida y por comer en la calle se corría el riesgo de contraer hepatitis o tuberculosis. Un día pasé por una calle distinta y me encontré que había un hotel, el mejor de la ciudad. Pensé que era una oportunidad de enseñar los masajes a dos o tres empleados del hotel a cambio de un almuerzo y algo de dinero. Al gerente del hotel le pareció bien la idea y me dijo que volviera en la tarde para que le diera un masaje. Me dijo que podía empezar al siguiente día. Como ya había visto lo que había que ver, me dispuse a dar clases de inglés en una academia. Tenía dos grupos, uno de señoras de posición y otro de jóvenes. Las clases resultaron muy agradables, tanto para ellos como para mí. Me hice amiga de una joven que tenía un niño y su esposo estaba trabajando en New York. 274
Después de clases, a veces iba a su casa. Por tres días dejó de venir a clases, me dijo que había tenido que ir a ver a la mamá que vivía al otro lado de la montaña y para llegar hasta allá tenía que subir y bajar la montaña con el niño en la espalda. Esta joven me fue muy útil al momento de salir de Nepal. El tiempo fue pasando, había quebrantado el voto que hice de no enseñar las técnicas del masaje. Lo hice porque tenía miedo de comer la comida de otros lugares, yo estaba contenta y me sentía útil enseñando los masajes y dando las clases de inglés, que aumentaron cuando el Director me pidió que le diera unas clases de conversación al Embajador de Tailandia. Estas tres horas de clases tuvieron que ser los días domingos, todo iba bien hasta que un día me encontré un aviso que decía que en la cárcel había turistas extranjeros que pedían que los fueran a visitar, en especial un ruso y una alemana. El domingo en la tarde me dispuse a ir. Me había comprado un paquete de hongos, cuando llegué pedí ver al ruso, la puerta para verle era pequeña y sólo se permitía hablar a dos metros de distancia. Me comentó que estaba allí porque había matado a una persona, le di el paquete de hongos y le prometí volver. Después fui a ver a la alemana, me contó que en el bus le habían cambiado la bolsa de dormir y en la otra le habían colocado drogas. Así que tenía que pagar una multa muy alta o pagar condena. Me dijo que en las residencias también hacían lo mismo, ponían drogas en el cuarto. Tenían que pagar la multa o pagar con cárcel. Me dijo que el Consulado Alemán estaba haciendo gestiones para ella, ya que tenía cáncer. Estaba esperando que su madre viniera. Nos despedimos y me dijo que había otra alemana, estaba en la cárcel porque había pasado oro 275
clandestinamente y por eso tenía que pagar una condena de cinco años. Para comer sólo le daban cinco rupias. Me advirtió que tuviera mucho cuidado si me regresaba por carretera, al momento de tomar el bus. Desde ese momento se acabó la paz que sentía. Una mañana compré leche para tomarla con galletas de arroz, no habían pasado ni tres días cuando en la ciudad comenzaron a informar que no tomaran esa leche, porque provenía de Chernóbil, Ucrania, el lugar donde hubo la explosión nuclear. Pensé que a lo mejor la leche que había tomado sería de ese mismo lugar, pero nadie me pudo aclarar eso. A los pocos días comencé a sentirme mal, una pareja de alemanes que ocupaban el cuarto de enfrente me llevaron al hospital a colocarme suero. Me dieron varias bolsitas de suero en polvo para que tomara con el agua que estuviera hervida. Después de esto ya no quería estar más tiempo en Nepal. No me sentía bien, fui a verme con un médico de medicina ayurvédica, la medicina que practican los monjes del Tíbet y el médico me dio a tomar una pastillas y me dijo que presentaba un cuadro de disentería y que debía salir de Nepal tan pronto como fuera posible. El médico me comentó también que habían otros turistas en condiciones más delicadas que la mía, que se encontraban en un campamento a las afueras de la ciudad, también había otros tantos más en hospitales. Yo caminaba y sentía que las piernas se me desmayaban. Como tenía miedo de viajar por carretera me fui a la oficina de turismo a comprar mi boleto por avión. También allí me comentaron que metían drogas en el equipaje, ya estaba bien preocupada por ese asunto. Cuando me entregaron el boleto comencé 276
a ver oscuro y estaba a punto de caer al suelo, a una señora que estaba a mi lado le pedí que me llevara al hospital, cuando llegué ya estaba desmayada. Me colocaron suero y un calmante. Al recuperarme, la doctora que me atendió, que era inglesa y estaba prestando sus servicios al hospital, me dijo que al terminar de pasarme el suero que me fuera, porque si me quedaba tenía que pagar 20.000 rupias por ser turista. Me explicó que había perdido el control de mí misma, pero que ya estaba bien recuperada y podía irme tranquila. Fui rápidamente al Consulado de Italia para sacar mi visa, no fue fácil tuve que llevar el otro pasaporte para mostrar que había estado otras veces en Italia. De los alumnos de los masajes sólo uno aprendió a darlo bien, los alumnos de inglés se quedaron tristes, yo no podía seguir dando más las clases, la joven del niño me prometió acompañarme al aeropuerto. Cuando llegó el día ella trajo una bufanda de seda que usan los budistas en señal de respeto y me la colocó. Como le habían gustado mis lentes se los regalé con mucho amor y gratitud en mi corazón. Estuvo pendiente de mi equipaje todo el tiempo hasta que subí al avión, era mi equipaje de mano, el otro lo había dejado en Delhi en la Embajada de Venezuela. En el vuelo conocí a una chica y con ella me fui a su residencia; al día siguiente fui a la Embajada para recoger mi equipaje, pero como había transcurrido tanto tiempo la Secretaria se lo había llevado a su casa. Cuando llegamos le ofrecí un masaje que aceptó con mucho gusto, quedó contenta y relajada. Volví a la residencia, recibí mi boleto de avión y para mi sorpresa tenía que salir ese mismo día, ya que el vuelo para Roma era a la 1:30 de la madrugada y eran las 10 277
de la noche. Pedí hablar con el gerente para comentarle la urgencia que tenía de irme al aeropuerto, me dijo que no me recomendaba que tomara un taxi a esas horas, me prometió que él iría con su familia a llevarme y así le serviría a ellos de paseo. El aeropuerto estaba muy lejos del lugar donde estaba la residencia. Me sentí muy agradecida de haber llegado a tiempo. Pensaba que de no haber visto la fecha del boleto no hubiera estado en el aeropuerto y hubiera perdido el boleto, ya que las fechas no eran transferibles. Cuando llegué a Roma no tenía deseos de nada, sólo quería seguir hasta Bologna para sentirme en calor de familia. Llamé para avisar mi llegada, la señora Negri, como siempre me recibió con cariño. La pesadilla de Nepal había quedado atrás. Elena, mi amiga, vino enseguida a verme. En la noche salimos a comer pizza. Pasé unos días con ella en la casa de su hermano que vivía a 1 hora de Bologna. Regresé a Bologna, estaba esperando noticias de mi casa y de la amiga alemana que había conocido en Taiwán. Con la señora Negri salía de paseo algunas tardes. Los días eran soleados, la nieve estaba muy lejos de llegar. Estuvimos en la playa, pero el agua estaba muy fría. A los días recibí noticias de la alemana para confirmar mi invitación. Elena me acompañó hasta la estación del tren, nos volveríamos a ver una vez más. Mónica vino a recogerme a la estación del tren, cuando llegamos a su apartamento lo primero que me llamó la atención fue su gato que pesaba unos diez kilos, parecía un gato de los que hay en el Tíbet. Ese mismo día conocí a su hermano, sus padres vivían fuera de Múnich. Me prometió llevarme a conocerlos. Cuando se acercaba la fecha de mi cumpleaños me regaló un vestido y un collar muy finos. Me prestó un cinturón que perdí en la calle sin 278
darme cuenta, esto la molestó muchísimo, yo también me sentí mal, pero luego olvidamos el incidente. Como ella trabajaba unas horas me explicó cómo llegar al centro. Quería ir a una agencia de viajes para saber el precio de un boleto a Caracas, no podía entrar a los Estados Unidos de Norteamérica porque mi visa había expirado. Cuando me bajé del metro me encontré con una joven que también iba a la agencia de viajes, nos fuimos juntas y por el camino me contó que tenía planes para viajar a California con una amiga. Nos despedimos después de haber hecho la diligencia. En la tarde cuando regresé Mónica me contó que su amiga la había llamado para decirle que había conocido a una venezolana y que esa noche vendría a visitarla. Para mi sorpresa, era la misma joven que me había acompañado a la agencia de viajes. Efectivamente ella viajaría con Mónica a California. Nos conocimos mejor y me dio su teléfono. ¡Y pensar que fue ella la persona que fuera al hospital a llevarme el equipaje casi cinco meses después! Llegó el día en que Mónica me llevó a la casa de sus padres. Estando allí fue cuando me pude dar cuenta por qué Mónica se comportaba como un varón. La madre quería que su primer hijo fuera varón y ella en su deseo de complacerla hacía cosas de varón. Su madre había arruinado su vida, aunque ella era una mujer muy linda. A su casa habían llegado noticias de la mía. Fuimos a almorzar a un lugar muy bucólico, lleno de vegetación y flores por todas partes. Después del almuerzo fuimos a un parque y allí me dispuse a leer la carta que llegaba con noticias inesperadas. Sentí mucha tristeza, pero con los días se fue disipando.
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Mónica me había prometido que de regreso de su viaje a California y Malasia iríamos a hacer un tour por las riberas del Rin. Como podía quedarme más tiempo en Alemania decidí conseguir un empleo. Me fui al centro y en el tranvía donde iba me encontré con una joven polaca que me llamó la atención por lo bonita y elegante. Le pregunté si era fácil conseguir empleo y me dijo que justamente conocía una señora judía que necesitaba a alguien para cuidar a su hijita. Me llevó hasta el lugar donde llamó por teléfono, la señora le dijo que me llevara para conocerme. Era un matrimonio judío, ella belga y él alemán, la niña tendría unos dos años. Le pareció bien y me dijo que fuera a buscar mis cosas. Mónica a los días salió para California con Erika. De Nueva Zelanda recibí una tarjeta donde me decía que la esperara, después recibí otra tarjeta de California donde me decía lo mismo. Todas las tardes me iba al parque a pasear a la niña. Los sábados y domingos iba a conocer las cosas de interés de la ciudad y también visitaba una piscina pública que tenía agua tibia. En invierno atravesaba un parque que era muy bello tanto en verano como en otoño. También asistía a las conferencias. Los días iban pasando y el matrimonio aparentemente parecía que todo iba normal. Un día me dijeron que iban a Bélgica por unos días. Me di cuenta que la señora llevaba dos maletas muy grandes. Aunque sentía miedo de estar sola no podía hacer otra cosa que esperar. Todas las tardes me iba a pasear. A los días regresaron, ella lucía triste y me dijo que sentía mucha depresión. Quien más que yo podía comprenderla. A los días volvieron a viajar a Bélgica y ella volvió a llevar dos maletas grandes. Era otoño y los árboles se habían pintado de colores. Vivía en un lugar que tenía árboles en las calles y el 280
parque quedaba en un lugar precioso. A los días sólo regresó el esposo. Me dijo que la señora se había quedado en la casa de sus padres. Aunque yo dormía en el piso de arriba me preocupaba que no estuviera la señora, cada vez que le preguntaba cuándo venía ella, él evadía la respuesta. Un fin de semana sólo vino la madre de ella. Una tarde me dijo que ya su esposa no iba a venir y me comentó que él había cometido el gran error de llevarla a los campos de concentración nazi y desde ese momento ella había caído en estado de depresión y no quería hablar el idioma alemán, no quería nada con alemanes, ni con Alemania. Él estaba muy triste y estuvo unos días en cama. Sus padres venían todos los días a estar un rato con él. Una tarde fui a pasear y pasé por un hospital que no quedaba lejos de la casa. En ese momento pensé y me dije: ¡qué caro debe ser estar en ese hospital! Al día siguiente el señor había regresado de Bélgica y yo me sentía mal. Recuerdo que era un 20 de octubre, la misma fecha en que había tenido el accidente de unos años atrás. En la tarde él me llevó al médico, quien después de verme le informó que yo no tenía nada. Volvimos a la casa, me dijo que le parecía extraño que él se hubiera enfermado y que ahora fuera yo quien me sintiera mal. Me preparó un té y me dijo que me fuera a acostar. Esa noche él estaba invitado para una cena, pero decidió no ir. Yo continué sintiéndome mal, cada vez lo llamaba por teléfono al piso de abajo para decirle que parecía que me iba a morir. Él me decía que tratara de estar tranquila que no me iba a pasar nada y que me tomara el té. Yo me sentía realmente mal. Me acordé que tenía unas pastillas que había traído de China y decidí tomarlas, pero no mejoré nada. Como pude escribí el número de teléfono de mi hermana en Venezuela, me puse una 281
dormilona larga y dejé la puerta sin llave. Llegó un momento en el que empecé a ver estrellas y luego apareció una luz gigante y me fundí en ella. Fue lo último que recuerdo de ese momento. Sentía pena de morir tan lejos de mi familia. Estaba convencida de que había llegado mi hora, a los tres días desperté y estaba asombrada, no podía creer que estuviera viva. Y dije: ¡cómo es posible que yo esté viva si yo me morí! El médico me dijo: estás viva y tenemos que operarte inmediatamente, porque cuando te entubaron te tragaste un diente y está alojado en el pulmón y corres el riesgo de una neumonía. Me hicieron firmar un papel y me llevaron al quirófano. No me di cuenta de nada. Recuerdo por allá que el señor de la casa estaba a mi lado y me dijo que no fuera a decir que estaba trabajando en su casa. Al día siguiente me llevaron a una sala donde estaban seis pacientes. Los días que siguieron fueron muy difíciles para mí, no podía levantar la cabeza, porque parecía un plomo. El médico me dijo que había estado tres días en estado de coma, que me salvé sólo por cinco minutos y que era normal que me sintiera mal todavía, me practicaron un electroencefalograma. Como convulsioné cuando estaba en coma me sacaron líquido de la columna para descartar una meningitis. Si para morir me sentí tan mal, para volver a vivir me sentía igual de mal. Había momentos en los que sentía que no iba a salir de ese estado. Me hicieron una rectoscopia, también una endoscopia y se dieron cuenta que tenía gastritis. Me llevaron a otro hospital para hacerme una tomografía. Cuando regresé al hospital me pude dar cuenta que estaba en el mismo hospital que había visto y que había pensado lo caro que sería estar allí. Cuando me sentí mejor vino la 282
trabajadora social para hablar conmigo. Le dije que tenía visa de turista y que estaba en una casa esperando que regresara mi amiga de un viaje al Oriente. Me dijo que no me preocupara, que el hospital cubriría los gastos. Llamó al Consulado de Venezuela pero ninguno de ellos vino a visitarme. Los médicos me hicieron distintos exámenes y análisis. Casi todos los días me extraían sangre para analizarla. El servicio del hospital era excelente en todos los sentidos. Tanto los médicos como las enfermeras y camareras estaban pendientes de mí. A todos les llamaba la atención la extraña circunstancia en que había entrado en coma, por último les dije que no estaba segura si había tomado leche contaminada de la explosión de Chernóbil, pero el médico que me atendía descartaba esa posibilidad como causa del estado en que me encontraba. El señor de la casa siempre venía a visitarme. Un día me trajo la correspondencia que había llegado a su casa. Entre ellas vino una tarjeta que hablaba del hombre que caminaba por la arena y de repente sólo vio dos huellas. Este relato me hizo llorar, porque llegaba a mí justo a tiempo. Estaba en un hospital donde llegaban casos de pacientes con problemas de drogas, tabaquismo y alcoholismo. En la sala donde yo estaba había una anciana que había ingresado porque se quería suicidar, otra joven que su padre la había ingresado por problemas con el hábito del cigarrillo. Días después ingresó una joven con problemas de drogas, su madre venía todas las tarde y le traía regalos. Me hice amiga de ella y me comentó que con el chico que vivía se drogaba. Ella vivía fuera de Alemania y su madre fue a buscarla con la esperanza de que dejara el 283
vicio de las drogas. El chico siempre la llamaba por teléfono, un día me dijo que se volvía para donde vivía el chico, me pidió que cuando llegara su madre le dijera que ella había tomado esa decisión. Cuando la señora llegó en la tarde con los regalos para su hija se encontró con la triste noticia de que su hija se había ido. En su rostro se reflejaba el gran dolor que sentía en su corazón. Después de diferentes exámenes y análisis que me hicieron me llevaron a un hospital ubicado en un bosque lejos de la ciudad. Allí, un médico empezó a hacerme una psicoterapia. Parte de la conversación era en inglés y otra parte en italiano. No avanzamos mucho en este campo. Eran los días de Navidad y todo afuera estaba cubierto de nieve. Una enfermera me llevaba a pasear con otros pacientes, pero nada me llamaba la atención. La depresión había vuelto. Para el día 25 en el comedor había una larga mesa con dulces, chocolates y galletas de todas clases. Sentía muchas ganas de comer dulces. El dulce no es bueno para las personas depresivas o nerviosas. El señor de la casa vino a visitarme, y fue en esa ocasión cuando me comentó que esa noche le habían invitado a cenar, pero él no quiso asistir. Aunque pensaba que cuando una persona dice que se está muriendo no es verdad, pero así y todo antes de acostarse subió a mi habitación, como había dejado la puerta abierta él entró y al verme llamó una ambulancia y el médico le dijo que por cinco minutos más y no se hubiera podido hacer nada por mí. De ese hospital me volvieron a pasar al mismo hospital adonde había ingresado esa noche. El médico me indicó que debía tomar unas pastillas para combatir la depresión, yo cometí el error de tomarlas. Su nombre 284
es Apanal, era un medicamento sumamente fuerte. Como yo no quería regresar a esa casa, el médico me dijo que me podía quedar en el hospital hasta la fecha en que hubiera cupo para viajar a Venezuela. Erika había regresado del viaje, me contó que Mónica se había molestado con ella y para evitar problemas decidió regresar. Ella me hizo el gran favor de recoger mis cosas en la casa del señor. El hermano de Mónica cuando se enteró también vino a visitarme para decirme que Mónica me iba a llamar por teléfono, ella estaba en Malasia. Cuando me llamó me dijo que no me fuera y que la esperara. Mi fecha de salida de Alemania estaba fijada para dos días antes de su llegada, así que no volvimos a vernos. Mientras la esposa del señor de la casa no quería nada con los alemanes, yo me sentía profundamente agradecida de todas las atenciones y manifestaciones de apoyo y de amor que me brindaron desde los médicos, camareras, cocineras. El día de mi salida al aeropuerto una enfermera se encargó de llevarme. El hospital me había dado una carta para que el personal de la aduana supiera el motivo por el cual me quedé más tiempo en el país. En el diagnóstico decía que el coma se debió a un desequilibrio electrolítico sumado a la depresión. Sentía que mi vida había dado un giro de 180 grados, había perdido la confianza en mí misma. Al llegar a Venezuela también me esperaban momentos difíciles. Mi madre que tuvo que estar un tiempo fuera de la casa, me dio la noticia que a nuestra casa la habían desmantelado nuestros propios consanguíneos. Todos los objetos que había traído de distintos países estaban tirados por el suelo y uno de ellos me llamó para decir que las podía recoger y guardarlas en su casa. Al tiempo cuando volví a verle y 285
le pedí que me las devolviera me dijo: “yo no te he cogido ni una hojilla”. Esa noticia me vino muy mal. Tal vez si hubieran intervenido extraños no me hubiera dolido tanto. En vista de que me informaron que la casa no estaba habitable, decidí comprarme un apartamento con el dinero que había obtenido trabajando en diferentes países. Siempre tuve presente el consejo de mi padre, de gastar el dinero sabiamente. El estar en una casa extraña a la mía no ayudaba para nada mi estado depresivo. Al apartamento recién comprado no podíamos mudarnos porque no teníamos muebles. Un buen día vino un familiar y nos informó que aunque la casa estaba muy deteriorada se podía reparar. Como me había quedado algo de dinero decidimos hacer el viaje para reparar nuestra casa. Era el mes de julio y las lluvias eran torrenciales, lo primero que se hizo fue ponerle un techo de Acerolit, el techo de tejas se había caído. Recuerdo que los albañiles habían terminado de poner el techo y esa misma noche llovió torrencialmente durante varias horas. Mi madre estaba contenta de estar nuevamente en su casa. Eso era lo que realmente importaba. Poco a poco se fueron haciendo las demás reparaciones, lo más urgente era el techo, baños y cocina. Una vez restablecido todo, las cosas volvieron a su normalidad. Habíamos recuperado algunas cosas y otras hubo que comprarlas. Vivimos algo muy desagradable que había que olvidar. Agradecimos a Dios que nos permitió tener de nuevo nuestra casa. El tiempo fue pasando, yo me quedé una temporada larga en mi casa. Un día recibí la noticia que había una convención en Miami y me preparé para viajar. Cuando llegué fui a vivir en la casa de una amiga de Cecilia. Beatriz 286
esperaba a su segundo hijo, ya no tenía disponible el cuarto para mí. Me dispuse a trabajar para recuperarme económicamente. Como siempre en mis ratos libres iba a la playa y asistía regularmente a las conferencias. Se acercaba diciembre y el permiso de estadía estaba por terminar. Pasaron los días, se iba a celebrar una convención en Bélgica. En las conferencias había una amiga que nunca había viajado para Europa y como yo quería conocer los países escandinavos y Hungría, nos pusimos de acuerdo para viajar juntas. Compramos un boleto de tren de Euro plus para usarlo por 15 días. Recuerdo que para dos personas costaba 240$ cada una. Ella viajó primero a Bélgica y desde allí empezaríamos el viaje. Yo me demoré cumpliendo con mi trabajo, cuando llegó el día de viajar compré el boleto hasta Londres para visitar a mi amiga Lucy. El vuelo hizo escala por cuatro horas en New York. Quise dar una vuelta por la ciudad, pero me dijeron que no viajara por el metro que corría mucho peligro. Recuerdo que entré a un baño y allí encontré a una chica que estaba durmiendo. Se despertó y nos pusimos a hablar, me contó que su familia vivía en Islandia y que llevaba una vida muy triste, porque no tenía donde dormir. A veces dormía en el aeropuerto y otras veces en edificios que iban a ser demolidos. Cuando le pregunté el motivo por el cual no regresaba a su casa, me dijo que no había podido reunir para el pasaje de regreso, me despedí de ella llevando en mi corazón ese recuerdo tan triste. En Londres me esperaba mi amiga Lucy, sólo estuvimos juntas un día. Debía llegar a Bélgica donde mi amiga me esperaba para el viaje. Estuvimos contentas de vernos, fue la última vez que la vi. Recibí sus tarjetas de Navidad por unos años más, y ya 287
La sirenita en el puerto de Copenhague
después no he tenido más noticias suyas. Pienso que se habrá dormido en el Señor. Cuando llegué a Bruselas mi amiga me esperaba, se había alojado en un apartamento de una de las chicas que asistía a las conferencias. Nos quedamos dos días para arreglar los preparativos del viaje. Una vez presentado el boleto comenzaron a correr los 15 días, salimos a las siete de la noche y amanecimos en Copenhague, estaba nevando. ¿Qué me llevaba a esa ciudad? ¿Ver la sirenita del mar? Cuando llegamos a ese lugar, allí estaba ella esperándome con dos cisnes que le estaban haciendo compañía. En la tarde fuimos para ver las cosas que se vendían allí. De repente empecé a sentir un dolor muy fuerte en un brazo, al punto de desmayarme del dolor. Una empleada de la tienda me atendió mientras llegaba la ambulancia. En la misma ambulancia me hicieron un electrocardiograma y nos llevaron al hospital. Me dejaron en observación, nos dejaron toda la noche allí, a mi amiga la pusieron a dormir en la cama de al lado. Al siguiente día me dieron de alta y mi amiga me dijo que si no me sentía bien era mejor que nos regresáramos. Yo tenía mucha ilusión de hacer ese 288
viaje, así que decidí que era mejor continuar. Nuestra próxima parada sería Noruega. Esa noche dormimos en el tren, viajamos en primera clase y los compartimientos eran muy confortables. De Oslo me llamó mucho la atención ver unas lámparas en forma de globos colocadas en las ventanas, su luz era de color rojo. Entramos en el puerto y llegamos a una residencia donde había turistas de distintos países. En el precio que era bastante elevado estaba incluido el desayuno.
Vista de Estocolmo
Después de echar un vistazo a la ciudad seguimos nuestro viaje a Suecia, esa noche nos tocó dormir en el tren. Estocolmo nos pareció muy interesante, habían muchas cosas que ver, allí abordamos el barco que nos llevaría a Finlandia, sólo el boleto del barco costaba 240$. Salimos al atardecer. Aparte de todas las salas de diversiones, había una sala de masajes y sauna, cosa que no quería perder. Mi amiga se fue a la sala de juegos y yo bajé a la sala de masajes. Hablé con la 289
masajista y le ofrecí mi masaje tailandés a cambio de que ella me diera un masaje sueco. La verdad fue que le encantó mi masaje y me dijo que si yo quería me podía quedar unos días en el barco para ella aprender mi masaje. Esta proposición no podía ser posible, nuestro itinerario debía seguir adelante. ¿Qué había en Finlandia que ver?, nieve a medio metro, todo lucía esplendorosamente blanco. Desde el mismo puerto donde llegamos a Helsinki salía el barco para Leningrado sólo en el verano. Como no era verano, no tenía tiempo, ni visa para llegar hasta allá, era imposible visitar esa ciudad. Volvimos de regreso en otro barco a Estocolmo. Pudimos disfrutar de ver con calma la ciudad que guarda cosas bellas como Shangri-La, el lago con sus innumerables cisnes y sus edificios medievales. Realmente me traje un bello recuerdo de la ciudad. La amiga que había estudiado conmigo los masajes en Tailandia no la pudimos ver, no estaba en casa. Seguimos nuestro viaje a Dinamarca.
Reloj del antiguo Ayuntamiento en Marienplatz. Múnich 290
Paseamos un poco por la ciudad y en la noche seguimos nuestro viaje a Alemania. Quería llevarla a Múnich, la ciudad donde estuve hospitalizada. Por ser tan bella la ciudad merecía la pena volver a verla. La llevé a ver el reloj eléctrico de los muñequitos de colores que salen a dar la hora. Allí siempre hay muchos espectadores. Seguimos nuestro viaje a Salzburgo, llegamos al atardecer, tiempo propicio para ver la ciudad de noche, que está llena de recuerdos de Mozart, de sus famosos chocolates y de turistas por todas partes. Volví a pasear por todos aquellos lugares hermosos. Nos fuimos a dormir a una residencia que estaba cerca de la estación del tren para seguir muy de mañana nuestro viaje a Viena. Lo primero que teníamos que hacer era obtener la visa para visitar Hungría. Fuimos a dar un gran paseo por la señorial Viena, con su gente elegantemente vestidas. Fuimos al Palacio de Belvedere y después nos sentamos en el parque a las orillas del río Danubio, recordando a Johann Strauss y sus valses. De Viena a Budapest es relativamente cerca, llegamos un poco tarde en la noche y tuvimos que dormir en un hotel bastante caro. No encontramos a nadie que hablara inglés. Al día siguiente, por casualidad, conseguimos a alguien que se dio cuenta que éramos turistas y nos llevó a un apartamento de un matrimonio de ancianos que alojaban turistas. La señora bordaba y ofrecía sus bordados a la venta. Le compré algo para que se sintiera contenta y estimulada en su bello arte de bordar.
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Vista de Budapest
Tenía razones para querer visitar a Hungría, Budapest es más bello de lo que había imaginado. Allí el río Danubio es caudaloso y divide a la ciudad, ambas partes están llenas de edificios medievales. Después nos fuimos a un pueblecito muy hermoso lleno de turistas que contemplaban su gran belleza. Como los días iban pasando y pronto se acabaría el encanto del viaje, seguimos a Suiza y bajamos a Italia, nos esperaba la flotante Venecia con su plaza de San Marcos llena de palomas y sus turistas por todas partes.
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Puente del Rialto. Venecia
Nos sentamos cerca del puente Rialto a contemplar todo lo único que es Venecia. Con un adiós y un suspiro viajamos a Padua para dormir allá. En Venecia los hoteles son pocos y sus precios son elevados. En Padua la humedad calaba los huesos. Seguimos nuestro viaje a la señorial Florencia, quería que mi amiga viera algo de la bella Florencia. Al amanecer llegamos a la tan sonada Roma. No es de extrañar que lo primero que la llevé a ver fuera el Vaticano y el Castillo del Santo Ángel. Para ver la Capilla Sixtina no hubo tiempo, nos fuimos al Coliseo y luego nos perdimos en aquellas callejuelas de la Roma milenaria. Entramos al Panteón y no podíamos dejar de ver la Fontana de Trevi e ir a comer pizza. Descansamos en Roma para seguir nuestro viaje a Bélgica, sólo nos quedaban horas para que este bello cuento terminara. Llegamos a Bruselas a las diez de la noche, faltando sólo dos horas para que el boleto expirara. La empresa Euro plus nos había dado una tarjeta donde se sugería que se escribiera a la compañía para saber cuántos 293
países habíamos visitado. Al hacerlo en Miami me sorprendí cuando recibí de ellos un regalo y sus felicitaciones. En 15 días habíamos hecho un viaje en tiempo record. Mi amiga estuvo muy contenta de haber viajado por Europa, aunque a vuelo de pájaro, y yo también muy feliz de haber visitado Hungría y los países escandinavos. Al siguiente día se empezaba a celebrar en Bruselas la conferencia de tres días en donde asistieron personas de todas partes del mundo. Volví a ver algunas de mis amistades de conferencias, volví a ver al matrimonio que me hospedó en su casa en Burgos, España. Compartimos juntos un rato, fue muy grato. Regresamos de nuevo a Miami, volví a obtener seis meses más de estadía, los cuales aproveché para trabajar a todo dar. Mi amiga Beatriz me había guardado todos los dulces que había comprado en los viajes y que pensaba llevar a mi regreso a Venezuela, pero un día ella mandó a fumigar su casa y se olvidó de sacar los dulces que se perdieron porque fueron fumigados con insecticida. Regresé a Venezuela para quedarme una temporada larga hasta que hubiera otra conferencia para salir. Un buen día me enteré que habría una convención en Roma y me preparé para asistir. Tenía para entonces una depresión, pero así y todo viajé con la esperanza de salir del cuadro depresivo. Las conferencias y las personas conocidas que vi me distrajeron un poco de mi depresión, al finalizar la convención me fui rápidamente a Bologna, la señora Negri me esperaba, era Navidad y la ciudad estaba llena de luces y colores. Una señora que había conocido años atrás me había invitado a pasar la Navidad y el Año Nuevo en Cortina D´Ampezzo. Agradecida acepté la invitación, 294
quería volver a Cortina, lugar para esquiar y descansar. Allí había un centro de Spa, ofrecí mis servicios para dar masajes Thai.
Mercadillo de Navidad. Cortina D´Ampezzo. Italia.
Tuve la oportunidad de dar varios masajes, ese lugar era frecuentado por personas de mucho dinero y artistas famosos, por lo que los masajes eran muy bien pagados. La dueña del Spa quiso que volviera y volví de nuevo a Cortina, pero la depresión me obligó a regresar a Bologna. En medio de la nieve y el paisaje invernal me sentí profundamente triste y sola. La señora Negri, como siempre, tuvo muestras de cariño y generosidad para conmigo, me llevaba a pasear. Cuando me sentí mejor quise comenzar a trabajar, pero en esos días estalló la guerra en el Golfo Pérsico. Había rumores alarmantes y los extranjeros comenzaron a salir del país. Yo había pospuesto la fecha de regreso de mi boleto, fui a la agencia para pedir un cupo tan pronto como fuera posible. En el aeropuerto cundía el pánico por todas partes, los extranjeros no querían estar cerca de lugares relativamente cercanos a Irak, por temor a los misiles teledirigidos. La custodia de militares estaba
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por todas partes y el equipaje era cuidadosamente revisado. Volví a Miami, el tiempo para mí era oro, consideraba que lo poco que me restaba de juventud tenía que trabajar. Después de haber sufrido el coma no volví a ser la misma. Apenas me siento mal, creo que voy a caer en coma de nuevo. Estando en Miami hubo una convención en New York, a la cual asistí. Hubo un momento en que sentí pánico, porque me sentí mal. Después de la convención fui a Manhattan, estuve en el Museo de Arte y en el Parque Central, pero no pude disfrutar de nada. Volví a Miami a terminar con mis compromisos de trabajo. Los estados de pánico eran frecuentes y ahora son más frecuentes. Regresé a Venezuela, como siempre, con el frustrado deseo de quedarme. Volví a quedarme una larga temporada, hasta que me avisaron que iba a haber una convención de varios días en Australia, era mi oportunidad y la única de ir a la parte austral del mundo. Fue un largo viaje, lleno de escalas y de esperas en los aeropuertos. En todos ellos pudimos observar gran cantidad de pasajeros llegando y saliendo. A medida que el avión bajaba al sur, comencé a sentirme mal. Cuando salimos de Tahití y nos aproximamos a Nueva Zelanda, mi malestar aumentaba, al punto que me dejaron hospitalizada junto a otro miembro del grupo. Salimos en otro vuelo, cuando llegamos a Sídney, yo que tanto deseaba ver el Teatro de la Opera, no tenía deseos de nada, me sentía sola y triste. Después de Sídney seguimos nuestro viaje a Melbourne donde se iba a celebrar la convención. A pesar de ser un lugar muy distante muchas personas viajaron hasta allá. 296
Teatro de la Ópera. Sídney
Fueron unos días muy hermosos y yo que pensaba quedarme en Australia, humildemente tuve que regresar. El médico me había informado que tenía un desequilibrio electrolítico. A mi mente vienen los recuerdos de mi breve estadía en Australia. Me llamó mucho la atención la recepción en la aduana aérea, en una mesa bastante grande el empleado abría el equipaje y todo su contenido lo depositaba sobre la mesa, lo primero que revisaba y le interesaba era no dejar pasar alimentos. Recuerdo con nostalgia no haber podido visitar el Teatro de la Opera, para mi consuelo pude verlo al despegar el avión. Yo iba con el deseo de quedarme unos meses, tuve que resignarme a estar sólo unos días. Seguimos a Hawái, allí estuvimos pocas horas. Seguimos nuestro viaje hacia San Francisco para regresar a Miami, Cecilia quería que yo me quedara con ella, vino a recogerme al aeropuerto, pero no tuve 297
el valor de quedarme, sentía miedo de quedarme en Miami, con lo que me había dicho el médico. Le prometí volver cuando me sintiera bien. Seguí un tratamiento para estabilizar mis electrolitos. A los meses volví a Miami. Cecilia se había mudado a un lugar muy bello a orillas de la bahía de Biscayne. Desde el balcón podía contemplar el mar inmenso y los buques que entraban y salían. Aunque todo lo que le rodeaba era muy bello, mi depresión no me permitía disfrutar de nada. Cecilia, hacía lo imposible por ayudarme a salir de mi estado depresivo. Un día cuando le acompañaba para ir al hospital tuvimos un accidente, un carro que cruzó rápidamente nos chocó de frente, era un auto recién sacado de la agencia y gracias a la bolsa de aire salimos ilesas. Este era el quinto accidente que me ha sucedido y que me ha dejado traumatizada. Cada vez que voy de viaje pienso que sufriré un accidente, es por esta razón que he dejado de viajar. Después de este accidente quedé muy nerviosa, fui a la Escuela de Dianética con la esperanza de mejorar mi estado, tuve la oportunidad de hacer tres cursos que los pagué trabajando en el archivo de la escuela. Los cursos son muy interesantes, gracias a ellos pude llegar a la conclusión de que mi depresión tuvo su origen durante el período fetal. Son épocas depresivas que van y vienen inesperadamente. La última estadía en la casa de Cecilia fue un verdadero calvario para ella y yo me he sentido tan apenada que ya no volví más a Miami. Sólo en pensar volver para allá me hace sentir pánico a pesar de que han pasado varios años. El Muro de Berlín ha caído, la guerra en el Golfo Pérsico ha terminado, pero mi depresión sigue siendo ese visitante que llega el día menos pensado.
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Debo sentirme agradecida con Dios que me haya permitido estudiar, trabajar, ser útil a alguien, viajar, aunque mi mente no esté conforme, porque ese es su trabajo: pedir y pedir. Cuando uno entiende “que todo el deber del hombre es temer a Dios y guardar sus mandamientos” (Ecl. 12: 13), es cuando podemos descansar un poco de sus exigencias. Aunque mis brazos se han debilitado por la osteoporosis, recuerdo a aquella joven de los bracitos que las circunstancias de la vida le han privado de hacer menos cosas que yo. Paulatinamente me fui alejando de las conferencias de la Misión de la Luz Divina y comencé a refugiarme en la Biblia, ese libro maravilloso lleno de amor y de sabiduría. Efe. 4: 14 que nos hace abrir los ojos, y Miq. 6: 8 nos dice: “¿Y qué es lo que Jehová está pidiendo de ti sino ejercer justicia y amar la bondad y ser modesto al andar con tu Dios?” Ya nunca más volví a leer las líneas de las manos, “que lejos estaba yo de pensar que estaba haciendo algo que no es grato a los ojos del Dios altísimo y amoroso que ha permitido tantas bendiciones sobre mí”. Llevo varios años cuidando de mi madre cuando realmente lo necesita, soy consciente que nada puede ser más importante para mí, esto no está escrito en la Biblia, es algo que nace del corazón. Quiero comentar algo que me parece una extraña coincidencia: en el mes de octubre me han ocurrido los accidentes que he sufrido. Justamente anoche, 1° de octubre, mi perro me mordió y perdí mucha sangre. Lo curioso es que presiento cuándo me suceden estas cosas. Este relato ha terminado, mis sueños de viajar se han hecho realidad. Mi gatita blanca ya no me acompaña, ya no forma parte de este gran escenario en este mundo donde pareciera que a cada quien le toca un 299
rol diferente. El tiempo me ha vencido y al recordar mí trajinado paso por el mundo me pregunto: ¿cómo pude andar sola por tantos lugares cuando hoy no soy capaz de ir a ningún lugar sin la compañía de alguna persona? De mi país me quedé sin conocer Delta Amacuro. Puedo decir con conocimiento de causa que Venezuela es bella. Somos privilegiados por la naturaleza. He regresado a casa, he regresado al hilo. Puedo decir que la lectura de la Biblia me ha ayudado a afrontar los azotes de la depresión. (Co. 1: 20, 21; Co. 3: 19, 20; 2 T; 3: 15, 16; Ro. 15: 4). Quiero que estas palabras escritas en la Biblia en Rev. 21: 4 nos sirvan de consuelo: “Limpiará toda lágrima de sus ojos y la muerte no será más, no existirán más lamentos, ni clamor, ni dolor.” Ruego a toda persona que desee leer estas notas que me perdone cualquier error o equivocación, ya que todo lo narrado ha sido extraído de la frágil memoria de hoy. En ese entonces no se me ocurrió llevar notas de todos mis viajes.
Remembranzas Estoy recordando en estos momentos una cálida mañana en Lima (Perú), cuando me encontraba en la casa donde me hospedé al llegar a Lima por primera vez, vino un pariente de la familia y me pidió que le acompañara a la exhumación del suegro, quien había sido escritor y lo iban a trasladar a una cripta. Yo, que siempre fui asidua visitante de museos, bibliotecas, cementerios, zoológicos, acepté de buena gana acompañarla; fue algo excepcional por lo cual siempre tuve la curiosidad. El sepulturero comenzó a realizar 300
su labor y de repente, apareció la destartalada urna que aún conservaba el cadáver en su posición rígida, del smoking que llevaba, el chaleco se conservaba casi intacto, las uñas le habían crecido considerablemente al igual que la barba. Al colocarlo en la urna pequeña, aquel cadáver se convirtió en un montón de huesos. Ella y yo nos miramos a los ojos, después agradeció profundamente mi compañía en un acto, que según ella, no todo el mundo tiene el valor de llevar a cabo. Me viene a la mente la imagen de la Madre Teresa de Calcuta, ese maravilloso y único ser lleno de amor que pudo llevar a cabo a plenitud esas palabras tan profundas de la Biblia: “Hay más felicidad en dar que en recibir”. Hablando de zoológicos, a veces me viene a la memoria uno que visité en Londres, hace muchos años, allí estaba entre otros animales, un gorila gigante que por lo menos medía más de dos metros de alto y casi unos 80 centímetros de ancho, metido en una jaula donde apenas había espacio. El gorila desesperado le daba a los barrotes en un intento de querer salir, aquello me parecía algo cruel, injusto, inhumano, aún me parece sentir su angustia por salir de ese lugar y regresar a su hábitat natural, pero el egoísmo humano no se lo iba a permitir, y hoy día me pregunto ¿qué habrá sido de ese hermoso gorila negro que el hombre condenó a vivir en prisión? ¿Qué puedo decir a las personas que, al igual que yo, queremos huir de la depresión? No se puede escapar de ella, adonde quiera que vayamos irá nuestra acompañante, lo importante es no entregarnos a sus brazos. Hay que trabajar, el trabajo es un antídoto poderoso. Por supuesto que vendrán muchos momentos en que sentimos que después de la 301
tempestad viene la calma y Dios en su infinita bondad amorosa no nos da algo que no podamos soportar. ¡Viajen! …Tanto he viajado, pero a donde quiera que vayamos seremos siempre unos extraños y extranjeros, y la nostalgia por la tierra que nos vio nacer, llega en el momento menos pensado a hundirnos más y más en la depresión. He aquí donde la Biblia se convierte en un gran elemento consolador, nos da fuerza, sabiduría, bondad, armonía y aguante para llegar hasta el final. Hay dolores que nos acompañan siempre, que los llevamos estampados en el alma y que posiblemente nos acompañarán hasta la eternidad. Comprendo y comparto el amor de las personas por los perros y los gatos, recuerdo mucho a mi gatita Ariel, fiel compañera de mis días, quien siempre me esperó a cada regreso de mis viajes, y a mi bello y amoroso perro negro, con una inteligencia extrema, que sólo le faltaba hablar. Sólo aquellos seres que aman y cuidan a sus animales entienden lo que yo siento. También recuerdo haber pasado por el estrecho de Gibraltar. Fui a ese lugar en un viaje que aunque deseado fue inesperado. De Burgos comenzamos a bajar al sur de España. En Cádiz pude leer el aviso que decía: La Carraca, inmediatamente pensé en el tiempo que el Generalísimo Francisco de Miranda vivió en esa prisión. Sentí la impotencia que debió vivir ese gran ser lleno de sueños y deseos de libertad por su patria oprimida. Cuando llegamos al puerto estaba el último barco que zarpaba, yo hubiera querido que su destino hubiera sido Casablanca en África, pero la ruta era hacia Marruecos Español. La noche había caído y la ciudad 302
de Ceuta estaba toda en silencio, sólo conseguimos un alma que nos indicó un hotel, antes de despedirnos nos invitó a su casa. Al día siguiente fuimos a conocer a su familia, nos atendieron con toda la generosidad que caracteriza a la cultura musulmana. En Ceuta no había nada en especial que ver. Yo hubiera querido ir a Casablanca, lugar famoso en el mundo del cine, pero no pudo ser.
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Reflexiones y pensamientos acumulados en el andar por el mundo, los cuales me han sido útiles y que menciono a continuación: -Que tu alimento sea tu medicina y que tu medicina sea tu alimento. -Debemos hacer las cosas en orden de prioridades. - Si te quieres ver bien servido, sírvete a ti mismo. -Abandona con donaire las cosas de la juventud. -No gastes todo lo que ganas y lo que gastes, gástalo sabiamente. -Cuando alguien te da algo, es porque ya tú lo diste a otros. -Si no amamos estamos muertos. El amor es la llave que abre todas las puertas. -Lava el plato de tu perro antes de servirle la comida. -Hay que hacer pocas cosas, pero hacerlas bien. -Si alguien te rechaza no dejes de verle útil. -Debemos colocarnos en el lugar de la otra persona. -Tener presente que hay mayor placer en dar que en recibir. -Si queremos que la comida nos quede bien hay que cocinarla a fuego lento. -Hay cosas del corazón que la razón no comprende. -No hagas mal a nadie y no dejes de hacer el bien. -Nunca te arrepientas de decir la verdad. -No te olvides de los que están en un escalón más abajo. -No pongas las cosas más grandes de lo que son, sino acéptalas como son.
Fin
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Versiรณn digital mayo 2019 Sistema de Editoriales Regionales Yaracuy - Venezuela
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Para finalizar mencionarĂŠ algunos consejos
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