SENTIMIENTOS PECULIARES

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Cesar Oswald Ruíz

SENTIMIENTOS PECULIARES

estado Yaracuy



Sentimientos peculiares © Cesar Oswald Ruíz

El libro hecho en casa. Serie cuento © Para esta edición: Fundación Editorial El perro y la rana Sistema Editoriales Regionales Red Nacional de Escritores de Venezuela

Depósito Legal: DC2018002006 ISBN: 978-980-14-4356-8

Plataforma del Libro y la Lectura: Jairo Brijaldo Diagramación Jesús Castillo . Consejo Editorial: Asociación de Escritores de Yaritagua Mariela Lugo, Rosa Roa Aurístela Herrera Orlando Mendoza Luisana Zavarse Moraima Almeida, Be lkis de Moyetones José Ángel Canadell Rosner Carballo Blanco Diosa George Jesús Castillo


El Sistema de Imprentas Regionales es un proyecto impulsado por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura a través de la Fundación Editorial El perro y la rana, con el apoyo y la participación de la Red Nacional de Escritores de Venezuela. Tiene como objeto fundamental brindar una herramienta esencial en la construcción de las ideas: el libro. Este sistema se ramifica por todos los estados del país, donde funciona una pequeña imprenta que le da paso a la publicación de autores.


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Prólogo “SENTIMIENTOS PECULIARES”, Cesar Ruiz refleja el romanticismo propio de la época durante los inicios de la segunda guerra mundial, entre dos personajes totalmente antagónicos, no solo cultural, sino ideológicamente. No puedo decir con certeza que ha sido fiel al momento histórico, pero sí puedo decir que ha realizado un gran esfuerzo por serlo. Espero que mi humilde opinión llene de curiosidad al lector a intrincarse en esta lectura, reflexionando sobre la tolerancia sobre las diferencias y al amor, aunque no sea el que profesemos. Jesús Leonardo Castillo


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“No debemos permitir que los sentimientos estén a la sombra de los prejuicios… pues, terminarían amoldándose a sus rígidos parámetros. Mas bien, debemos hacerlos particulares, que cada quien los manifieste como les dicte su conciencia”. Cesar Oswald ruiz


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CAPITULO I

18 de marzo de 1939. Friedrich Falkenhorst se percibía impaciente, mientras permanecía en el interior del concurrido, bohemio y elegante Café Romanisches, al que había llegado discretamente arreglado y en el que aguardaría a quien le había hecho convertirse, en una persona diferente. Ubicado en la esquina del este de Auguste-ViktoriaPlatz, en el centro de Berlín, el café Romanisches había sido, durante algún tiempo tal vez no muy prolongado, el lugar habitual de aquellas apasionadas coincidencias. Había optado por entrar a ese recinto, aunque no era guiado a frecuentar esos círculos atestados de intelectuales de oficio y aparentes “eruditos del arte”, (escritores, críticos, pintores, actores y periodistas de la época), amén de no ser el más confiable, debido a las circunstancias que imperaban para entonces. Se advertía, a partir de 1927, una marcada radicalización del resentimiento social, a través de un “disimulado” rechazo hacia ciertas organizaciones conformadas por grupos a quien tildaban de sospechosos y bandidos, que solían concentrarse en lugares como ese, por lo que ya le habían puesto la vista y, en consecuencia, pasó a ser un lugar vulnerable, blanco fácil de la intolerancia de los que sentían aversión hacia esas organizaciones y hacia esos espacios, catalogados de “antros,” por aquella intransigente sociedad de las elites de la Alemania de entonces. Por lo cual, el Café


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Romanisches, fue perdiendo gradualmente, su papel como punto de reunión a partir de 1933, con la toma del poder de los nazis. A pesar del riesgo que incurría estar allí, y créanlo, algún tiempo atrás se hubiese rehusado frecuentar esos sitios, por nada del mundo, se hubiese querido topar con personas que eran catalogadas de raza inferior y de baja ralea, en esos últimos días, no le importaba visitar ese lugar en particular, esto, por razones que eran de sumo interés para él y que debido a sus propios escrúpulos, debía mantener en sumo secreto. En ese recinto deducía, que podía pasar inadvertido, que entre el bullicio y la confusión, nadie se percataría de su presencia, pese a su marcado aspecto ario, su prestancia varonil y su innegable atractivo, que lo hacían el foco de atención entre un sin número de personas. Era un chico, que a pesar de la fogosidad de su juventud y el ímpetu de su rebeldía, también denotaba una disimulada timidez y estaba, aunque no por voluntad propia, sujetado por los escrúpulos sociales que habían predominado, desde hace algunas generaciones, dentro del seno familiar. No obstante, que esencialmente, pasar inadvertido era su intención, inevitable también era, captar algunas curiosas e inoportunas miradas…no podía evitar ser extremadamente encantador, pero a la vez, era sumamente arriesgado y apasionado. Sin embargo, ese atisbo de extroversión, lo atrapaba en un mundo donde era preferible no ser notado por nadie, por lo que entonces, optaba por adaptarse, sin mucha dificultad, a las circunstancias.


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Siempre estaba al tanto de los acontecimientos, sin perder de vista el mundo que lo circundaba. Algunos prejuiciosos, de advertir a un chico de su talante, compartiendo con esa clase de individuos, podrían considerarlo uno más de aquellos indeseables. Esto podría poner en riesgo su seguridad personal en primer lugar y luego, arruinar la premeditada y aventurada ocurrencia de haber pernoctado ese día, en el café Romanisches, con el objeto de reencontrarse con tan pretendido mortal. Sin embargo, bien valía la pena correr el riesgo. No dejaría por nada del mundo, que le arruinaran sus propósitos. Provenía de una distinguida familia de estirpe Alemana, aria por naturaleza, con marcadas ínfulas de superioridad, ostentadas, por aquellos seguidores de las doctrinas nacional-socialistas y con notorios prejuicios. El hecho de estar allí, en ese café, ya implicaba un gesto de insolencia hacia la sociedad en donde se desenvolvía y hacia las enseñanzas y costumbres que les habían inculcado en el seno de su hogar y que podían poner en riesgo, el buen nombre de la familia y al mismo tiempo, podría interpretarse, como una bofetada a las engreídas elites políticas del cual formaba parte su padre, que se oponían radicalmente, a aquellas nociones demócratas y liberales que caracterizaban a esos grupos de librepensadores que sostenían el estandarte del independentismo cultural, social y espiritual. Por otra parte, cualquier lugar asumía ser inseguro, además, si era frecuentado por personas que practicaban ciertas orientaciones no muy cómodas para la administración de los organismos gubernamentales,


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que estaban desconfiando de todo el mundo en esos días. Se había arreglado, deliberadamente, con sencilla indumentaria, no con su acostumbrada e impecable vestimenta, elaborada vale decir, con los mejores acabados, las más suaves lanas, o su elegante gabardina, habitual dentro de la “haute société europea”, tal vez, para no hacer notar su status social. Más bien, lucía un sencillo pantalón, algo ancho, sujetado por unos tirantes, una modesta camisa blanca y sobre ésta, una chaqueta gris muy informal, con bolsillos amplios y disimulados botones. Su cabello, muy corto de los lados, tendiente a no tocar las orejas como era la moda masculina para el momento, no lo había engrasado con su infalible pomada capilar, ni había considerado pertinente arreglarlo ni peinarlo con la acostumbrada rayita de medio lado, de manera que así, pretendía ocultar la pulcritud de su apariencia y pasar como una persona estándar. Más bien, lo había dispuesto al descuido, lo que hacía resaltar la acentuada exuberancia de cabello sobre la parte superior que caía, caprichosamente, sobre su frente, otorgándole cierto aire de sensual jovialidad y de informal prestancia, además de evidenciarlo, aunque de manera involuntaria, considerablemente, irresistible. Se le advertía ansioso, con una muy particular agitación y esto, podía descubrirse, cuando mordía con cierto ímpetu, su labio inferior, lo que le otorgaba, a su vez, una sensual apariencia. Con un bolígrafo, trazaba incomprensibles trazos sobre una blanca servilleta de papel, tratando de simular, estar apuntando algo relevante, como para que los demás asumieran, que


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también él, estaba involucrado con el medio en donde se encontraba, como normalmente lo hacían algunos de esos llamados “artistas bohemios” de sociedad. Mientras hacia los trazos, sonreía de forma radiante y dócil, como si estuviera complacido de la vida misma, sin importarle, nada más, que aquello que estaba sintiendo dentro de sí en esos momentos. Tenía servido, sobre una redonda mesilla de mármol, una taza de café, que por cierto no era muy de su agrado y un strudel de manzanas a medio terminar. Sin embargo, para justificar su presencia en el lugar, debía comportarse con cierta displicencia y denotar que se inclinaba por concurrir a esos espacios, en especial, al estilo del abarrotado “Café Romanisches”. En esos días, acentuadamente inestables, había dejado de lado aquellos prejuicios, a los que en un pasado, se había entregado por completo, gracias a lo que le habían inculcado sus padres. Pero en los días postreros y después de involucrarse definitivamente con la persona a quien había estado aguardando en el café, había decidido, terminantemente, revelarse en contra de aquellos preceptos y hacer lo que hubiese preferido hacer desde un principio: abandonar toda idea que significara denigrar a su semejante y existía una razón para ello, por lo que decidió filtrarse en aquel lugar, para reencontrarse con quien le había enseñado a ver la vida de una manera diferente. Aunque no mostraba interés hacia los garabatos que había dibujado sobre la servilleta, en algunos trazos, parecía advertirse, dentro de un corazón semi rematado y atravesado por una caprichosa flecha y con un estilo cuasi elegante, las iniciales “F y J”. Las había escrito, tal vez, inducido por el arrebato instintivo de sentirse


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conectado a algo o a alguien especial, aunque lo fuera a través de aquella conjunción copulativa. Contemplaba, discretamente, pero con denotada ansiedad, la puerta que estaba a una considerable distancia y que brindaba desde su mesa, una excelente panorámica hacia la calle. Por momentos, se le observaba risueño, como en un placentero delirio, acariciando eróticamente, su masculina barbilla y por un instante, efímero por demás, pareció pasar sus dedos por sus encarnados labios, como si tal comportamiento, lo transportara hacia algún placentero momento de su existencia y el cual, no quería dejar pasar inadvertido, ya que estimaba trascendental, retenerlo dentro de su memoria. Pero al escuchar, repentinamente, el bullicio característico de aquel lugar público y concurrido, retomó la cordura y se tornó prudente, circunspecto y reservado. Presentía que podían estar observándolo. Romanos que contenía la blanca esfera del hermoso reloj Mauthe de caja negra, decorado con hermosas columnas, remates, pilastras y detalles labrados a mano y que lo hacía resaltar sobre la pared, adornada también, con hermosas molduras y cuadros de algunos renombrados artistas. El péndulo de latón, tenía grabado hermosos motivos en relieve, representando a una pareja de campesinos holandeses bailando, alegremente, a la orilla de un hermoso rio, motivo este que llamaba graciosamente su atención. A las 2:30 de la tarde, su rostro plácido y radiante, mostró un exagerado gesto de exaltación. Suspiró, hondamente confortado, dando gracias dentro de sí, porque había llegado el final, de lo que le había parecido, una prolongada espera.


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Sus penetrantes ojos azules, brillaron excesivamente, tal vez como nunca antes lo habían hecho, como si la fascinación que lo embargó en ese momento, hubiese sido motivada por un ser sobrenatural, surgido de algún espléndido lugar en las tierras de la región de Dódona, en Epiro, o como si estuviera viendo el nacimiento del mismísimo Urano o el renacer de los divinos Titanes de la mitología griega. Luchó, con todas sus fuerzas, para retener algunas emotivas lagrimas, mientras sus manos inquietas, comenzaron a transpirar en exceso. Súbitamente y con discreción, arrugó la servilleta en donde momentos antes, había estado trazando aquellos garabatos y la dejó, al descuido, sobre la mesa. Acomodó, apresuradamente con sus blancas manos, algunos descuidados mechones de cabello que caían sobre su frente. Aspiró profundamente, para tener suficiente aire…y luego… allí estaba… como aparecido de la nada, a quien había estado esperando, desde hacía ya, unos interminables minutos. Prefirió aferrarse con todas sus fuerzas, a aquel sillón, con su tacita de café y el strudel de manzanas sobre la mesilla y con la mirada, visiblemente extasiada. -¡Qué hermoso estás! -Musitó el recién llegado, admirándolo desde lo más profundo de su alma. Sus ojos parecían estallar de felicidad. -¡No te burles! –Objetó Friedrich, con rostro ruborizado-. Debo hacerme notar lo menos posible, no es tiempo de sobresalir. Las cosas no están como para llamar la atención en esta ciudad. Sin embargo, a pesar de su objeción, aquel halago, le pareció sublime. Recordó, repentinamente, una historia que había leído en una oportunidad, en donde el Dios Apolo, inundaba de halagos a Jacinto,


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un hermoso y joven príncipe, de quien se había enamorado profundamente y a quien comparaba, con los mismísimos Dioses del Monte Olimpo. Sonreía con apacible franqueza, su mirada se mostraba subyugada por la presencia de aquel chico de aspecto agradable. Sin embargo, para no desarticular el tema de entrada, prefirió seguir con el argumento de entrada, confiando en que luego, hablarían de otras cosas más importantes, referente a las emociones que los embargaba en esos momentos. -Friedrich, yo diría que las cosas no están bien en toda Alemania, por no decir del resto de Europa. – No cejaba de mirar, aquellos hermosos ojos azules. Sus pupilas, de un negro intenso, querían penetrar los más ocultos rincones del alma de su amigo. Más bien, sin embargo, solo atinó a decir: -Escuché que Hitler llevó a cabo lo que tenía planeado hacer. Mientras tomaba asiento, aspiró intensamente, en tanto cerraba sus ojos, para disfrutar del exquisito aroma, amaderado, del perfume que llevaba sobre su piel. Pero ante el temor que sentía al pensar que estaba siendo observado por el resto de las personas, le solicitó: -Jacob ¿podrías disimular un poco? Se advirtió, un tanto incómodo, ojeando reservadamente a su alrededor, aunque queriendo morir dentro de sí, por el intenso cosquilleo que sentía dentro de su estomago. -¡Entonces no debiste usar ese perfume! –sonsacó Jacob. No podía soportar, no pronunciar algo al respecto. -Sabía que te iba a gustar. –Expresó el jovencito, mientras movía de forma inquietante, sus dedos sobre


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la mesa y mordía, nuevamente, su labio inferior. Ambos trataban de no mirarse con tal fogosidad ni de manera tan evidente, tan enamorada… Pero una fuerza superior, los impulsaba a no dejar de hacerlo. Sin embargo, aunque les costó un mar de esfuerzos, recobraron un tanto su compostura. Jacob le dijo en tono inflexible, como para romper un poco el embelesamiento: -Ya los nazis entraron en Praga y se habla de una inminente irrupción en Varsovia. Con estos sucesos, es un enorme riesgo que estés aquí, pero no podía soportar el hecho de no verte hoy. Quizás pienses que soy un egoísta; reconozco, que enviarte esa carta y exponerte de esa manera, no fue muy sensato de mi parte. Te pido perdón por ello. -¡No importa, mi amor! -Le hizo saber Friedrich en tono sumiso, aun extasiado por su presencia-. De todos modos, el riesgo lo vale. También me moría por verte y además, ya estamos aquí. Sonrió, con una sonrisa de niño. De pronto, las palabras cesaron por efímeros instantes. Luego, rompieron el insondable silencio. -Supongo que ya estas enterado de lo que hicieron en Praga. - ¡Si, estoy al tanto! –Asintió Friedrich, con resignada indignación, inclinando un tanto la mirada hacia el suelo-. A los checos se le resbalaron los pantalones. -agregó. A pesar de todo, el chico albergaba sentimientos de culpa que no podía disimular. Jacob trataba de entenderlo. En realidad, estaba convencido, de que él no era responsable de ser el hijo mayor de un oficial de alto rango que trabajaba para el régimen, ni mucho


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menos, responsable de haberse comportado, en un momento determinado de su vida, de manera tan ruin y engreída, tal y como se comportaría, cualquiera que se sintiese orgulloso de proferir el saludo de Heil Hitler, sin denotar conmiseración alguna hacia su semejante. Tampoco era culpable de lo que estaba ocurriendo. Pero las cosas estaban así y había que aceptar la realidad. -Eso se veía venir. -Trató de eximirlo de culpas-. Después de que Grynszpan disparó contra ese funcionario alemán, que bien merecido se lo tenía, por cierto, y amo a Grynszpan por ello, las represalias en contra de nosotros se tornaron inevitables; aunque… tu padre y tu madre deben estar felices por esta aberración. -Reprochó en tono inalterable, sin pretender insinuar, en lo absoluto, que ellos eran culpables de tales acontecimientos. Y en realidad no lo eran. -No te expreses así Jacob. –Amonestó el otro joven -.Recuerda que mi padre lleva en sus venas el amor por la milicia y mi madre lo secunda; el siente que se debe a su patria y nadie puede sacarle eso de la cabeza, y lo mismo quiere de mí, su deseo más profundo es que yo me aliste en el ejército alemán y me convierta en un gran militar, según él, para seguir sus pasos. Casi me convenció, por cierto…Si no hubieses aparecido tú en mi vida, quien sabe que hubiera hecho. -¡Bah! ¡Fanatismo barato! -Contradijo Jacob-.Una cosa es el amor que pueda sentir tu padre por su flamante ejército, que al fin y al cabo fue para eso que se esforzó, (por el amor a la patria), y otra cosa es, ser un lacayo del régimen nazi, cuyas ganas de adueñarse de la Europa y del mundo, a costa de la vida de los demás, es en realidad aberrante, pero arrastrarte a


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ti también a ello, lo considero inaceptable. Pero no debes sentirte culpable, además, vinimos a hablar de nosotros, no de lo que quiere o no quiere tu padre, ni mucho menos, de lo que está fraguando ese mal nacido de Hit… -¡Ya calla! –Interrumpió Friedrich intempestivamente, ojeando hacia todas partes. Temía que pudieran estar escuchándolos-. No echemos a perder este momento –agregó-. Últimamente ha sido dificultoso poder vernos y tú sabes muy bien que ya no puedo vivir sin ti. No debemos perder la cordura, ni mucho menos, hacer notar nuestras inclinaciones. Sé que es difícil manifestar lo que sentimos el uno por el otro, por lo menos, ante los demás, pero este régimen tiene aversión por los judíos y por los homosexuales, y cualquier sospecha sobre nosotros, podría costarnos muy caro. - ¡Si, lo sé! ¡Yo, por lo menos, reúno esas dos restricciones! -¡Discúlpame Jacob! No quise decirlo de esa manera. -Rectificó Friedrich-. Además, recuerda que yo también estoy limitado por una de esas “dos restricciones”, como tú las calificas. -¿A cuál de las dos condiciones te refieres? –Interpeló, sarcásticamente, el otro chico-. ¿Homosexual o judío? Friedrich lo miró con pasmo; aquella pregunta fue fulminante para él. -No es eso, amor –atinó a responder para justificarse y no dejar desvalido de exaltaciones, a su amigo-. Yo asumo la parte que me corresponde y no me avergüenzo de poseer una de esas excepciones. -Pero aun así… -recalcó Jacob- yo, te llevo una buena ventaja.


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-¡Ah…si! ¿Por qué lo dices? ¿Acaso se trata de ver quién es más judío o más homosexual que el otro? Jacob sonrió pícaramente; lo cautivaba aquella sarcástica retórica. -Ya te expliqué. –Dijo entonces-. Reúno las dos restricciones, soy un joven judío con particulares tendencias, una presa repugnantemente apetecible para los nazis. No estoy hablando sobre quién es más marica que el otro; no lo tomes de esa manera. – precisó, denotando cierto tono de sarcasmo. -¡No me gusta tu sentido del humor! -Reprochó Friedrich, dándose cuenta de aquella provocación-. A veces presiento que lo haces calculadamente, entonces te tornas intolerable. -¡En lo absoluto amor! Pero créeme, es la realidad. Podría ocultar mi homosexualidad si me lo propongo, pero el hecho de ser judío, es bien sabido por todos y eso, si no puedo ocultarlo por mera convicción, y sobre si me toleras o no, no puedo hacer absolutamente nada para evitarlo. La mayor parte del tiempo tú te tornas intolerable, pero aun así, te amo. -¿Intolerable yo? -Espetó Friedrich mientras cogía la taza de café para tomar un sorbo. Sus manos se vieron temblorosas mientras tomaba la taza. Era la única forma de escapar de aquellas provocaciones-. Yo pienso lo contrario –dijo.- En muchas ocasiones, y son muchas, créeme, tú te vuelves más intransigente que yo. Entonces, siento que te odio. Estamos bien en un momento, pero no pasa ni un segundo para volverte la persona más insoportable que he conocido. Pero creo que de eso se trata, ¿no?... De soportarnos y aceptarnos tal y como somos. Sería aburrido que estemos bien la mayor parte del tiempo… ¿No crees?


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-¡Aburridísimo en realidad! –Confirmó Jacob, tratando de apaciguar un poco sus ironías. -Quiero preguntarte algo, antes de que esto termine mal… -No tendría por qué terminar mal. Estamos exponiendo nuestros puntos de vista… ¿o no?... -¡Si, mi amor! – corroboró el joven ario, mientras sonreía- pero es que a veces nuestros puntos de vistas son tan diferentes… -¡Naturalmente¡ Recuerda que a veces vienen a mi mente, aquellos momentos de tu vida pasada. Tu impertinencia y resentimiento hacia los que no comulgaban con tus ideales, aunado al sentimiento hacia esa chica con la que salías, en realidad, me cuesta tanto asimilarlos, y esta es la manera que tengo para sacar todo lo que tienes dentro y que te oprime. Solo así puedo descubrir, que es lo que realmente sientes y quien eres en realidad. Pero a pesar de todo, trato de equilibrar nuestros puntos de vista y esas diferencias. Ser diferentes nos hace ser personas excelentes. No debemos matarnos por tener discrepancias, pero tampoco debemos dejar de discutir cuando tú difieres de mí en algo o yo no estoy de acuerdo contigo en algún punto, que por cierto, sucede casi todo el tiempo y sin embargo, lo hemos resuelto la mayoría de las veces. Te voy a amar…tengamos diferencias o no…eso nunca lo olvides. ¡Tú ves!... estamos aquí, en el Café Romanisches, donde pernoctan personas diferentes a ti, pero con las que yo me entiendo perfectamente y sin embargo, lo has asumido de la mejor manera. ¿Y el mundo se ha acabado por ello? -¡No…en realidad…noo! –Asentó Friedrich-. Pero en lo que no estoy muy de acuerdo contigo, es que


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aún pienses en mi vida pasada. Ya yo no soy así, yo he cambiado gracias a ti. ¡Sí!… fui un patán en un tiempo, pero debes comprender que eso fue lo que me inculcaron mis padres, creernos superior a los demás, esa fue la educación que tuvimos en casa. Y en cuanto a lo de Elisa, tú me cambiaste. Yo la dejé porque quería estar contigo, no me importó si esto constituía una aberración, ni me importó, tampoco, que ella se decepcionara de mí por el pequeño detalle, muy pequeñísimo además, de enamorarme de otro hombre; tuve que decirle a ella: “no eres tú, soy yo”. A pesar de mis prejuicios, volverme marica para poder estar contigo, fue un paso muy importante en mi vida para demostrarte que estaba dispuesto a cambiar, a pesar de nuestras diferentes ideologías o formas de pensar. -Lo sé. Yo no te estoy reprochando por eso. En realidad no eres tú el culpable de lo que yo pienso sobre tu vida pasada. Soy yo, que aun no he podido borrar ciertas cosas de esa vida. -¿Estas celoso acaso? – Indagó Friedrich, con cierto grado de aflicción-.Me guardas rencor por eso? Me pone triste que no borres esas sombras pasadas. Debemos vivir nuestro amor presente. Las cosas no están como para pensar en lo que fue, en lo que pasó. Disfrutemos del tiempo que tenemos para poder vernos y hablar de cosas hermosas. Vivamos nuestro día a día que es lo maravilloso de todo esto, en cierta forma. -Lo sé y tienes razón. Tú estás conmigo y eso es lo que importa. Por supuesto…estoy celoso, pero es normal que lo esté. Recuerda que uno es humano y está expuesto a sufrir las consecuencias de estar


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enamorado, más aun si ese enamorado es un chico nazi maricón, que dejó a su chica aria por un judío, también maricón, pero que lo ama con toda su alma y que encima de todo, le dice a ella, “no eres tú…soy yo”. Las risas fueron incontenibles. Aquella ocurrencia, permitió que Friedrich entendiera, que debía hacer todo lo posible para lograr que esa felicidad durase para siempre. No permitir que aquel hombre maravilloso y que se sentía presa de las dudas, siguiera atormentándose por ello. El debía remediarlo inmediatamente. Quiso unirse a aquella ocurrencia. Y para demostrárselo, le largó una pregunta. -¡Jacob!... -Dime…amor mio. -Quería saber… y perdóname por los calificativos… es solo que… como hablaste del tema…es decir… lo de maricón nazi y judío, ¿no temes, por el hecho de ser judío y marica, ser castigado el doble que a mí? Jacob se desternilló de risas, sorprendido por aquella ocurrente pregunta. Ante aquellas carcajadas, Friedrich le vuelve a preguntar: -¿Qué pasa? ¿Dije algo que te causara risa? -Verdaderamente… ¡Es que se te ocurre cada cosa! La risa, no le permitía hablar y además, le había hecho salir algunas lágrimas-. -Sabía que te desquitarías y no me rio de ti, tontuelo, sino que me encanta la forma como dices esa palabra -¿Cuál?... ¿Judío? -¡Noo! …¡Maricón!.. Ambos rieron nuevamente. -Quizás tengas razón –señaló Jacob- pero si lo vemos


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de esa forma, a ti te castigarían el triple que a mí. -¡No entiendo!... ¿Por qué el triple? -Es sencillo…Primero, por estar con una persona de tu propio sexo, segundo, que además es maricón y tercero…soy judío. -¿Y castigan triplemente a un nazi por estar con alguien que tenga todas esas peculiaridades? -¡Créeme!... Más que aquel que las tiene. –Ironizó Jacob-. De todas formas, sea cual sea la particularidad, siempre existe la posibilidad de reír y pasarla bien juntos, en nuestro mundo…amándonos a nuestra manera. Hubo un frágil silencio. Solo las miradas platicaban cosas que no se decían con la voz. El silencio estaba colmado de voces y promesas. Simplemente se amaban y no era necesario decir nada para que se imprimiera la certeza del amor que se tenían, que las promesas hechas, se cumplirían. Luego, Jacob dejo fluir una expresión que estremeció a su amado Friedrich: -Si de alguna manera, las cosas se tornan difíciles para mí… para nosotros…si tus padres se interponen entre los dos, te preguntaría: ¿Escaparías conmigo…de Alemania? ¿Te irías conmigo a hacer nuestras propias vidas juntos… lejos de todo esto? Friedrich lo miró pasmadamente, para luego señalarle: -Me sorprendes con esa pregunta. ¿A dónde iríamos si acaso la considero? -A Francia. Siempre he soñado vivir contigo en Paris. -¿Estás hablando en serio…irnos…juntos, a París? -¡Sí! –Respondió Jacob-.En parís las cosas son diferentes, son espléndidas, no existen prejuicios ni


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personas escrupulosas. ¡Seriamos felices en Paris! -Sería grandioso, en verdad.-asintió Friedrich, quien bosquejando el hecho de vivir junto a su enamorado, y en parís, comenzó a decir cosas que seguramente haría, si en verdad se concretase lo que le estaba planteando Jacob. -Prepararíamos juntos el desayuno. ¡Ah! ¡Ya sé! Haríamos un hermoso jardín, como el de la casa de Benjamin. ¿Recuerdas Jacob?.. Sembraríamos rosas amarillas, como las que te gustan. Jacob, le siguió la corriente… -Dormiríamos para siempre en la misma cama. -Caminaríamos juntos por las riveras del Sena. -Veríamos desde allí la hermosa torre. ¿Sabes quién construyó la torre Eiffel? -No Jacob. ¿Quién? -Es una hermosa torre, en realidad. Recién construida la llamaban tour de trescientos métres. -Es evidente su altura, pero no sabía cuánto podía medir. ¿Quién la construyó? -Sus diseñadores fueron Maurice Koechlin y Emily Nouguier y quien la construyó fue Alexandre Gustave Eiffel. Unos genios, en verdad. -¡Ah! De allí deriva su nombre… ¿no es así? -Así es Friedrich. -Verdaderamente no lo sabía. Lo único que sé es que en realidad es majestuosa. Deben haber tardado años para culminarla. -Si supieras que solo tardaron dos años y dos meses en construirla. Pocos, para la magnitud de la torre. -De cualquier forma, quiero subir a esa torre contigo. Prométeme que viajaremos a Paris.


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-Te lo prometo. -¿Es un pacto? -Es un pacto. Friedrich suspiró hondamente. Le parecía un sueño estar haciendo planes con su chico. Sin embargo, tenía ciertas reservas que no se atrevía manifestarle, algunos miedos internos que lo inquietaban enormemente. Jacob se percató de ello. Por tal sentido le pregunto: -¿Qué te pasa amor? Te has puesto pensativo… -Es que yo…Hay cosas que van a interponerse entre tú y yo. No lo sé, Jacob. No me atrevo a saltar a la vida, es mi primera vez y tengo miedo de volar. Jacob lo miró con hondo desconcierto. No pensó que Friedrich, estaba enmarañado en un amasijo de temores. Era un niño mimado, y dar el primer paso para desligarse de sus padres, en verdad, se le hará muy difícil. -Ya sé que vas a decir! –Interrumpió-. Tus padres y bla… bla… bla… -Friedrich se mostró sensato. Esa etapa de su vida, era muy difícil y lo que decidiera de ahora en adelante, tendría que hacerlo en plena libertad, sin sentirse presionado por nada ni por nadie. Era un paso que debía dar sin tensión alguna. -A veces he pensado en eso, mi amor… En escapar juntos. Pero recuerda que yo apenas estoy experimentando todo esto. Nunca antes había pensado en la posibilidad de estar con otro hombre, mucho menos de escaparme con uno. Siempre había salido con chicas…y…me gustaba, es verdad….solo que… ¿Solo que…qué…? –Espetó Jacob-. Ahora me dices eso. Pensé que me habías dicho que debíamos olvidar y vivir nuestro presente.


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-Lo sé. Debes tener claro que mi pasado fue una realidad en mi vida. No es fácil arrancarlo así como así. Hubo un pasado, con una chica, a la que había prometido cosas y ella estaba feliz. Luego apareciste tú y…no sé que me pasó… Me envolviste y… ¡Ah!... ¿Te envolví?... ¿Yo te envolví?.. ¡Tú me perseguiste! ¿No lo recuerdas? Me buscaste por todo el Olimpia Stadion con la ridícula excusa de agradecerme no se qué cosa…y no tuviste el cuidado de pensar en ella, ni siquiera por el hecho de que el día en que nos conocimos, la chica estaba allí, a tu lado. ¿Acaso pensaste en ella cuando me acosaste? ¿Acaso pensaste en mí? ¿Tenías claro la magnitud del dilema en que te estabas metiendo cuando decidiste buscar otros caminos, otros horizontes? -¡Noo! Pero debes pensar en otro hecho. Si tú no fueras ido a devolverme ese ridículo folleto, yo aun estaría con ella. No se me hubiese ocurrido cambiar el rumbo de mi vida, nunca hubiera pensado en algo diferente. Solo pasó y no tuve la sensatez, de pensar en las consecuencias que esto traería para mi vida. -¿Y eso te avergüenza? ¿Te arrepientes de haber tomado este rumbo? ¿Estás dispuesto a afrontar esas consecuencias, ahora que sabes cuáles son? Sé que es difícil Friedrich... ¡oh, sí!... Es muy difícil. Creo que me he equivocado. Debo dejar que te tomes tu tiempo. Ahora, se estaban enredando las cosas para Friedrich. Dudó, si tendría el valor para afrontar esas consecuencias. Esto implicaría, cambiar absolutamente todo en su vida. Jamás se las había visto tan difícil. Debía pensar bien en las decisiones que pudiera tomar, de ahora en adelante.


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-Mi familia. Me asusta tener que enfrentarme a ellos. Sus ideales, sus creencias… Imagínate,…su único hijo varón. Homosexuales y judíos…detalles que nunca dejarían pasar por alto. -¡Sí!, ¡lo sé!…. ¡lo sé!… Pero nos amamos, a pesar de esas diferencias. En eso radica precisamente nuestra forma de llevarnos, a pesar de nuestras diferencias. ¿Ya lo entiendes? -Lo entiendo perfectamente, pero ni ellos, ni el mundo, lo van a entender… Un judío y el hijo de un social nacionalista, un nazi, manteniendo una relación homosexual…te imaginas… Nos mandarían a empalar, no sin antes colgarnos por las bolas. -Entonces, hagamos algo muy sencillo… Piensa en dos opciones: o nos vamos de Alemania, donde nadie nos conozca o nos quedamos los dos, pase lo que pase, aunque nos cuelguen por nuestros testículos. Así nos evitaríamos tantos inconvenientes. Además, los nazis estarían felices de ver nuestras caras mientras gritamos de dolor…no creo que quisieras estar en esa situación -¡No es para bromear amor! ¿Crees que sería fácil para mí?… ¿Dejar todo así… como así? -Es lo más que nos merecemos. ¡Nos queremos!.. -¡Lo Sé, Jacob!… ¿Qué eres capaz de hacer tu por mi... Huirías conmigo a pesar de mis escrúpulos, de mis dudas? ¿Te arriesgarías a vivir una vida marcada por mis temores y mis remordimientos, sin importarte que yo sufra por ello? -Si fuese necesario, lo haría y trataría de llenarte de otras cosas, de otros pensamientos. Te haría muy feliz… sí… lo haría. -¿Cómo sería posible? Créeme, estoy tan confundido.


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Además, está por comenzar una guerra. Tenemos un régimen que se opone a todas estas locas ideas y que además, quiere adueñarse de todos. Tú lo sabes, tú estás viviendo en carne propia esas ideas estúpidas en donde los estigmas y los prejuicios imponen las reglas. Jacob sonrió, mientras sacaba un cigarrillo para encenderlo. Luego de pensar unos segundos, su rostro pareció ensombrecerse. -Tal vez, ese sea mi destino. Huir solo de todo esto. Ya muchos están haciéndolo atemorizados, a través de rutas hacia Suiza. Los nazis nos están acorralando por todos lados. -Lo sé…y lo siento. Es por eso que quiero que comprendas el riesgo que corremos estar así…Dejarlo todo, sin pensar en las consecuencias. -¿Sabes algo…Friedrich? -¿Qué? -Más terrible es…perderlo todo como yo. Pero aparte de eso, también es terrible tener que perderte a ti. Todo por estas estúpidas ínfulas de superioridad. Ya no sé ni que me queda, a lo sumo, algo de dignidad y la certeza de confiar en que todas estas cosas pasarán. -Seguro que pasarán, pero yo no pasaré con ellas… ni mi amor pasará con ellas. Se quedarán en tu vida, créelo que así será. -Cuantas cosas tendrán que pasar para tenerte, sin ese miedo a que te quiten de mi vida. Ya no nos permiten tener ni un trabajo digno. Me temo que no podré hacer otra cosa para ganar de dinero, por lo menos aquí, en Alemania. ¿Cómo pueden ser tan racistas? ¡Fanáticos hijos de perra, seguidores de ese


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mal nacido! Es por eso que te pido que nos vayamos a buscar otras oportunidades, en otro lugar lejos de aquí, donde no nos toquen estos absurdos escrúpulos, donde no tenga que perderte a ti también. -Lo lamento mucho. Eso me avergüenza, no por lo que siento por ti, en el sentido de que cualquiera podría catalogarme como uno más de ustedes, fraternizando cordialmente, por no decir afectivamente, con un judío, sino porque es mi propia gente la que está cometiendo esas injusticias. Además de eso, temo por lo que pueda pasarte, ya te echaron de la universidad y eso me tiene muy atormentado, no sé que pueda ocurrirte en los próximos días; de verdad temo por ti, no quiero que te separes de mi lado, o peor aún, no quiero que te ocurra algo, pierdo la vida solo de pensarlo, pero más riesgoso sería, que te vieran conmigo…mayor sería el peligro. ¿Es que no lo comprendes? -¡Eso no sucederá, Friedrich! No te preocupes ahora por eso, tengo contactos y muchos lugares en donde esconderme. - ¡No entiendo cómo puedes estar tan tranquilo! La policía secreta está por todos lados. Temo que en cualquier momento puedan identificarte. Ya casi no duermo pensando en ello. -Yo estoy tranquilo solo sabiendo que me amas. Jacob trató de confortarlo, mientras inhalaba profundamente el cigarrillo y tomaba inconscientemente, la servilleta semi arrugada que Friedrich había dejado sobre la mesa momentos antes. ¡Qué divino lo pasamos la otra noche en casa de Benjamin, en Nikolaiviertel! ¿Recuerdas? -¡Sí! –Asintió Friedrich, con una enorme sonrisa en sus labios.-. Le agradezco con el alma que nos haya


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prestado su casa; al menos el pudo salir a tiempo de Alemania. Fue maravilloso estar contigo a solas, después de tanto tiempo sin siquiera poder abrazarte. Esa noche nos amamos como nunca. Pero ahora, las cosas se están tornando difíciles. Ni siquiera podemos caminar juntos, porque hay espías por todos lados, hasta creo que me persiguen a todas partes para saber que estoy haciendo o a donde voy. La otra noche mi padre me preguntó ciertas cosas. -¿Qué? ¿Acaso sospecha algo? -¡No lo sé! Insiste en que debo dejar de frecuentar ciertas amistades. - ¿Y tú que le respondiste? - Tuve que disuadirlo. Le dije que no tenía idea de las creencias ni la conducta de mis amigos, pero que sin embargo, ya no los estaba frecuentando. Precisamente, esa es una de sus exigencias. Estos últimos encuentros contigo han sido muy traumáticos para mí. Mi madre quiere que yo sea como mi padre, quiere que me aliste también; según ella, yo soy el orgullo de la familia y tal vez, no tenga otro remedio que hacer lo que ellos me exigen. - No soportaría verte portar un uniforme nazi. Sería como si la desfachatez, se colocara un traje blanco y reluciente, para disfrazar su desvergüenza. -No me verás Jacob. Por lo menos mis convicciones en cuanto a eso, están muy claras. Nunca podré darle el gusto a mi padre de portar un uniforme militar... -Nunca digas nunca. Tu padre ha influenciado mucho en ti. Por supuesto, no digo que no debes tener consideraciones con él en ciertas cosas, pero no en todo lo que se le ocurra. Pero tu apenas eres un niño,


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maleable y tonto. Me temo que logre convencerte. -No debes preocuparte amor. Jamás lo haría por las razones que sean. Sin embargo, no dejo de pensar en las otras razones que me llevarían a hacer cosas inaceptables, solo para poder estar contigo o para que no te ocurra algo malo, cosas que están ocurriendo y que han llevado a no poder vernos con frecuencia. Me duele tanto tener que verte cada cierto tiempo, cuando las circunstancias lo permiten. Son tres semanas que no sabía absolutamente nada de ti. Si no fuera sido por mi hermana, no estuviera aquí en este momento. Jacob, terminó por descubrir la servilletilla dejada por Friedrich sobre la mesa y comenzó a ojear los garabatos con cierta curiosidad. Esbozó una tierna sonrisa mientras la detallaba. -¿Y esto? -Preguntó, denotando una deliberada ingenuidad. -¿Qué? –Respondió su compañero. -¡Estas iniciales! Friedrich no se imaginaba, en ningún momento, que Jacob tomaría esa servilleta y la detallaría, descubriendo dentro de los trazos, aquellas tres letras que de alguna manera, les obsequiaba la idea de estar entrelazados. Alguien dijo alguna vez, que cuando se ama, se sienten mariposas en el estomago. Al darse cuenta de las iniciales, Jacob tuvo una extraña sensación. ¿Cómo podría sentir esas mariposas? Lo cierto era, que aquel cosquilleo, lo hacía ver estrellas azules que chispeaban sobre su cabeza. Tal vez, no eran mariposas, pero la sensación fue muy particular. - ¡Qué fisgón eres! -Dijo Friedrich, con aire escrupuloso,-. ¿Acostumbras leer las servilletas que


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dejan los demás sobre las mesas? El chico judío sonrió de manera picara, con aquella inocente malicia que lo caracterizaba, buscando la retorica de Friedrich, cosa que por cierto, lograba usualmente. Luego, con aquella mordaz sonrisa, le dijo: -Suelo leer las del chico que me interesa... El que me hace ver estrellas azules, revoloteando sobre mi cabeza. -¿Qué es eso de estrellas azules? -No te afanes, yo me entiendo. Por cierto -refrenó la ocurrencia - te tengo una sorpresa. -¿Una sorpresa?...-Dijo entusiasmado. Su sonrisa, era la sonrisa de un niño al que le ofrecen un caramelo o un juguete nuevo. No había nada que no hiciera con algo de ingenuidad.- Era un niño ingenuo…en el fondo lo era y así lo percibía Jacob.-¡Me asustas cuando te pones misterioso! ¡Dime! ¿Qué sorpresa me tienes? - ¡Ya verás!... Jacob introdujo su mano dentro del bolsillo del chaquetón y sacó una hermosa pieza en forma ovalada, con hermosas incrustaciones y delicado trabajo en orfebrería, la cual colocó sobre la mesilla de mármol, no sin antes, acomodarlo en el centro para que luciera más significativo. Dedujo, que el centro de la mesa, era el punto ideal para realzar y darle importancia a su hermoso obsequio. Quería, que ese acontecimiento, revistiera carácter de solemnidad, con la fastuosidad que se le brinda, al más excelso de los emperadores. Así, lo mantendría guardado para siempre en su memoria.


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- ¡Ya puedes abrir los ojos, amor! –Le indicó, emocionado -.No es algo que se acostumbra entre dos hombres, pero quería obsequiártelo, para que supieras cuanto te amo. Friedrich entreabrió su ojo derecho, tratando de parecer gracioso frente a Jacob. Tal gesto, dibujó en su rostro, un hermoso guiño que lo hacía lucir encantador, lo que su compañero no dejó pasar inadvertido. -¡Te suplico no me hagas eso, por favor! –Dijo, de forma inquieta-. ¡No me hago responsable de lo que pueda hacer! -¡Jacob, lo que quieres hacer… hazlo de inmediato! La conversación se había tornado en un juego de sugestivas palabras. -¿Qué? ¿Besarte acaso? ¿Aquí, delante de todo el mundo? -¡No puedo entender por qué no lo has hecho aún! –Imprimió Friedrich, manteniendo aquel gesto seductor. -No me incites… Mira que las estrellas aun revuelan por ahí y mientras más revuelan, más ganas tengo de besarte. Además, no le has prestado interés a mi presente. -Lo he estado mirando desde que lo sacaste del bolsillo. -¿Entonces, me hiciste trampa? ¿Me estabas espiando? - Aun no sabes que espiar es la debilidad de un chico nazi, como yo. - Mira ahora... ¿quién es el que tiene un negro sentido del humor? -Tú me enseñaste. Eres el mejor maestro que he tenido en mi vida.


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-Y por lo visto, tú te has convertido en un excelente alumno. Pero…No me has dicho… ¿Qué te parece mi obsequio? -¡Wow! –Exclamó, mientras lo detallaba emocionado-. ¡Es precioso, amor mio! Los huevos de Fabergé son piezas muy raras. En este tiempo suelen ser sospechosos, digo, por lo que significa para tus creencias. Los nazis podrían catalogarlo como una aberración judía. -No preguntes tanto y ábrelo ya. El joven quitó la tapa del huevo y quedó, gratamente sorprendido. - ¡Qué hermoso!... ¡Jacob!… ¿es para mí? –Preguntó, totalmente fuera de sí. -Jamás había hablado tan en serio, no tanto por el huevo, en realidad es de imitación, pero el anillo… tiene un enorme valor sentimental… ¡Era de mi abuela! Friedrich lo miró a los ojos, conmovido. Tomó el anillo con suma delicadeza y lo atesoró entre sus manos. Sus azules ojos, detallaban minuciosamente, la sortija que su amado le acababa de obsequiar. - ¡Es hermoso en verdad! –Reafirmó, fascinado- ¡es… es!… ¡No sé qué decirte…mi amor! ¡Me he quedado sin palabras! No sé qué querrías decir con eso de estrellas voladoras…que se yo. Pero creo que también las estoy viendo revolotear a mí alrededor. -¡Colócalo en tu dedo! ¡Vamos, date prisa! No tienes que decir nada. -¡Sí! ¡Sí! ¡Claro!... Pero… es que no puedo ni sujetarlo. ¡Mira como tiemblan mis manos. Tiene una rosa labrada en el metal… ¡Es fascinante! -¡Lo es! Mi abuelo lo labró para mi abuela. Le encantaban las rosas ¿sabes? Ella las cultivaba en


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casa. Me dio el anillo cuando ocurrió todo aquello.. Aun, después de tanto tiempo, siento el aroma de aquellas rosas. Me fascinaba caminar por ese jardín y permanecer horas contemplándolas. Mientras hablaba de aquellos momentos en casa de sus padres, dejó entrever un dejo de nostalgia. Friedrich, se percató de ello, y para borrar aquella melancolía de su corazón, le hizo una promesa, que jamás dejaría de cumplir. -Pondré una rosa en tu almohada, para que cuando despiertes, cada mañana, sepas que yo estoy ahí, como el aroma de esa rosa. -Gracias por ese detalle Friedrich. Seré inmensamente feliz al despertarme. -Tan feliz como lo soy yo. Ahora puedo decir que me perteneces. Con este anillo, se sella una etapa en nuestras vidas. -Tú lo has dicho… Cada vez que lo veas, sabrás que yo siempre estaré junto a ti, en las malas y en las buenas y yo seré feliz, cuando encuentre esa rosa al despertar cada mañana. Friedrich lloró dulcemente mientras miraba, dulcemente, la sortija alojada en uno de sus dedos. -Es el anillo de los dos. – Imprimió -. ¡El anillo de la rosa!… -¡Suena muy bien! –Ratificó Jacob-. ¡El anillo de la Rosa!... ¡Um! Que buen nombre. –Se mostró pensativo. Luego agregó: -Te quiero pedir algo Friedrich…muy importante para mí. -Lo que tú quieras Jacob. Creo que hay cosas a las que no podría decir que no en este momento. Sin embargo, aun no estoy amarrado por completo a ti.


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Aspiro vivir muchos años contigo, quizás toda mi vida. Solo entonces, podré asegurar que estoy atado a tu vida completamente y entonces, diré que sí a todo. En este momento, no tengo pensado decir que no... Pero, es solo un pensamiento. Sabes que yo haría lo imposible por complacerte. -¡Entonces, escapemos juntos! –Volvió a proponerlepresiento que las cosas van a empeorar y yo también temo que nos separen. -Quiero ir a donde tú me digas y te juro que lo haré, pero…tengo mucho miedo. No sé cómo enfrentar a mi familia. No sé qué pasaría en el momento en que lo haga. Quiero tener tiempo para asimilar muchas cosas. Lo haré, pero en su debido momento. -Solo te pido que lo pienses, que consideres esa posibilidad. ¿Acaso es mucho pedir? -¡Si, es mucho pedir, por el significado que esto tiene. No es nada insignificante huir contigo y estar juntos, fuera de todo esto. ¿Ves, que no te estoy diciendo que no? Es grandioso para mi hacerlo, que me lleves a donde tú quieras y así será, te lo aseguro, lo difícil, es dar el primer paso y es por eso que te pido algo de tiempo. -¿Qué tanto tiempo? ¿De cuánto tiempo me hablas? –Interpeló el joven-. -El necesario.-Respondió Friedrich-. Esperemos, porque en realidad, no sé cómo enfrentarlo. Mientras tanto, yo haré lo imposible para no separarme de ti. Te amo, de eso puedes estar seguro. Pero permíteme madurar junto a mis sentimientos. -Pero…si nos llegan a separar o por lo menos, si tu vez que quieren hacerlo… -No hables de separación, ahora no. No pienso


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apartarme de ti. Siento miedo de hacerlo. Siento que si lo hago, no volveré a verte durante mucho tiempo…. -Entonces… ¡escapemos!.. Hubo una pausa. Friedrich pensaba en todas las posibilidades. Realmente, quería atravesar el mundo junto a él, solo que no encontraba la manera de hacerlo sin causarle daño a los demás. Tal vez, Jacob no lo entendía. -No quiero que hables mas al respecto –espetó Friedrich- es una idea terminantemente prohibida, por ahora. No quiero que me presiones. Esperemos unos días…yo…yo te prometo que hablaré con mi madre. Le pediré que me mande a estudiar fuera de Alemania, por lo menos, para que crea que estoy cumpliendo su voluntad, es lo que ella ha deseado, que yo haga su voluntad, solo que yo le he sabido manejarla; pero si hago lo que ella quiere, ganaremos el tiempo necesario para saber que vamos a hacer… tal vez, logremos escapar juntos si ella permite que yo salga de Alemania. -¿Dices tal vez? ¿Si no accede?... ¡Dime! ¿Si no lo hace? - ¡En tal caso! –Dijo categórico- no podré hacerlo de la manera que tú me pides. Te pediría que me entiendas y esperases a que las cosas maduren. Hasta entonces, no puedo hacerlo sintiéndome presionado. Debido a la exacerbación que denotó en su ánimo y el frenesí con el que se expresó, Friedrich dejó caer el anillo, éste rodó, contorneándose, a unos cuantos metros de allí. Jacob se levantó bruscamente para interceptarlo. El tintineo que produjo el brillante metal al caer sobre el sólido piso, llamó poderosamente su atención. Su afición por las piedras y los metales,


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habían despertado en él, algún interés, desde que era un niño. En cierta oportunidad, le planteó a sus padres, la posibilidad de estudiar mineralogía en una renombrada universidad alemana, idea a la que por supuesto, se opusieron. “El niño debe instruirse en las artes militares, como sus abuelos y su padre –decíanpor lo tanto, debe ir a la Escuela Militar”. En el exterior del recinto, se escuchó la pitada de una sirena. Voces dentro del café, especularon sobre un posible bombardeo. Pero sin embargo, todos permanecieron quietos en el interior. Al final, Jacob pudo recuperar el anillo y lo colocó nuevamente y de manera disimulada, en la mano de Friedrich. Presintió, dentro de sí, que el destino pudiera estar preparándoles alguna jugada, sin embargo, no quiso ahondar mucho en ese presentimiento... -¡Debes guardarlo! -Le dijo dulcemente- Piensa en mí cada vez que lo tengas puesto en tu dedo. Friedrich, presintió lo mismo. Pero como lo hizo el otro chico, prefirió no hacer caso a sus presentimientos. -Te aseguro que siempre estarás unido a mí. –Afirmó entonces- Quiero que sepas, que indiferentemente del valor material que tenga esta joya, que para mí significa mucho, lo que siento por ti, no podré sacarlo de aquí adentro. Es más, no debiste haberte molestado, aunque te entiendo y acepto el presente. Pero quiero que sepas algo muy importante, para mí, no existe joya más esplendida que el brillo que irradian tus ojos cuando me miran; ese es el mejor presente que me puedas dar, solo me basta con eso para saber que me amas, así como lo hago yo. El mejor obsequio que puedo recibir de ti, es poder verte cada día de mi vida, mirarte sonreír. Verdaderamente, eres lo más grande


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que me ha pasado. Inclinó levemente la cabeza y permaneció taciturno, con un silencio extraño, caviloso, quizás premonitorio de algo al cual tenía mucho miedo. -¡Qué hermosas palabras! -Dijo Jacob, conmovido-. No dejo de sorprenderme por tu sensatez. Eres un tonto testarudo, de eso estoy seguro. Pero eres una persona muy segura de lo que quiere. Créeme Friedrich Falkenhorst, jamás me hubiese imaginado amar a alguien así, ni mucho menos, ser correspondido por alguien como tú. Estoy muy orgulloso de ti. -No me veas tan alto, Jacob. Sé, que en nuestras sociedades, existen estúpidas desproporciones que suelen separar a muchas personas, pero quiero que me veas tal como soy, tan solo un chico, un chico exactamente igual a ti, somos tan iguales, que tal similitud nos convierte en uno solo. Ni tú eres menos que yo, ni yo más que tú. Jamás permitiría que alguien sugiriese esas diferencias. Somos uno solo… somos… el uno para el otro. Ambos callaron por un instante con un silencio cómplice y con un estela de miedo, pero también de esperanzas. Solo sabían, que ni siquiera las distancias, acabarían con ese sentimiento hermoso y era eso, lo que los confortaba. -Friedrich, ya verás que todo va a salir bien. Por cierto… ¿Annika no te ha comentado nada desde que descubrió la carta? –dijo, buscando calmar los ánimos. -¡Sí! Había olvidado comentártelo. –Respondió el joven ario, mientras enjugaba rústicamente, las lágrimas que aun humedecían sus ojos. -¿Te reprochó algo? ¿Se lo dijo a tus padres? -¡No! ¡Al contrario! Dice que me apoya y que me


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comprende. En verdad me sorprendió mucho. Anoche entró en mi habitación y se recostó a mi lado, en mi cama, para que le refiriera acerca de lo nuestro. - Entonces, no estamos solos en esto. -En cierta forma… ¡No!… ¡No lo estamos! -¡No comprendo! ¿Cómo en cierta forma? -Bueno… recuerda que ellas es una chica, que gusta de otro chico, hay que comprender que para ella, no es fácil asimilar que a su hermano gusta de otro hombre. ¿Comprendes? A ella no le importa que nos amemos. Me confesó que también estaba enamorada de un polaco que desertó hace un año del ejército. Lo están buscando por todos lados por alta traición. -¿Y en donde está ese polaco? ¿No ha sabido nada de él? -No quiso decirme, pero presiento que sabe más de lo que me imagino. El caso es que entiende por lo que estoy pasando, aunque no está muy de acuerdo con mi condición, me expresó que le diera tiempo para asimilarlo. - ¿Y el chico? ¿Es judío? - ¡Sí! -Respondió secamente-. Sin embargo, pienso que es un cobarde por haberla dejado sola. -No lo prejuzgues, amor. Tal vez a nosotros pudiera estar pasándonos lo mismo. -Tienes razón Jacob. -¿Esa sería la cuarta restricción? -¿A qué te refieres? -Cuando me dijiste que ese chico era un cobarde, estabas dándole nacimiento, a una nueva condición. -Sí, pero a los cobardes no lo persiguen por cobardes. Ambos rieron con gusto. Quizás, los prejuicios, no


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eran tantos si de cobardía se trata. La cobardía puede ocultarse en algún rincón del alma. Aunque se tenga miedo de hacer algo, siempre uno está incitado a hacerlo y entonces, da la impresión que desaparece o se camufla audazmente. El miedo puede hacer que hagamos cosas insospechadas. Por lo tanto, ser un cobarde, no era considerado cuestionable. Después de unas cuantas horas de conversación, Jacob Goldblum y Friedrich Falkenhorst, estaban por expresarse sus últimas palabras. Confiaban en que esa despedida, fuese momentánea. Nuevamente, hubo un revuelo en las afueras del café. Se percibía cierta tensión en las inmediaciones. Muchos presentes, optaron, de manera inusual, por retirarse del Romanisches. El reloj marcaba las 4:25 de la tarde y no era normal que a esas horas, la gente comenzara a relegarse. Se observó, a través de la puerta de entrada, algunos uniformados del otro lado de la calle y dos o tres de ellos, se detuvieron frente al café, dirigieron su mirada hacia el interior del recinto, encendieron un cigarrillo y posteriormente, siguieron su paso, un tanto apresurados. -¡Amor! -Dijo Friedrich, mientras observaba el reloj en la pared-. Tenemos que irnos. No Quisiera tener que hacerlo, pero hay mucha agitación por estos lados y, recuerda que tienes que atravesar toda la Kurfürstendamm y hay mucho movimiento de tropas a lo largo de la avenida. -Tienes razón, chico nazi. Tenemos que resguardarnos lo antes posible. Mientras más cuidadosos seamos, muchas posibilidades tendremos de volver a vernos. Debemos ser prudentes.


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De seguido, le preguntó en ahogado tono y denotando no querer pasar por ese dilema: -¿Sales tú… o salgo yo primero? -No quisiera despedirme de esa manera... mucho menos que saliera cada uno por su lado…como si fuéramos dos extraños… no acepto que tenga ser de esa manera. -Entiéndelo. No debes ponerte así. -Le rogó Jacob con mucha pena-. Te prometo que tendremos mucho tiempo para estar juntos… ¡Ya lo veras! El destino tiene que estar de nuestra parte. Muy pronto, saldremos los dos, por la gran puerta… -¿En verdad? ¿Puedes prometérmelo? ¿Puedes asegurarme que esta no es una despedida? ¿Qué mañana volveremos a ver las estrellas? Friedrich buscaba, desesperadamente, una respuesta plena de convicción, jamás de esperanza. Para él, la esperanza era solo un término carente de sentido, una utopía. Necesitaba una respuesta convincente, que le permitiera irse a casa, seguro de que nada estaba ocurriendo. Jacob lo miró fijamente, jamás lo había hecho tan intensamente, mucho menos con tanto sentimiento. Trató de transmitirle el calor que tanto le gustaba. Todo esfuerzo que hacía para que partiera tranquilo a casa, y aun, él mismo, le resultaba totalmente inútil. Se encontraba entre la espada y la pared. No resistía tanta impotencia y comenzó a sollozar, imponiendo, con cierta presión, los dedos sobre sus ojos, para evitar que afloraran algunas lágrimas. Friedrich no tuvo más remedio que correr y abrazarlo y sacar fuerzas de donde no las tenía para tranquilizarlo. No podía permitirse verlo en ese estado. Siempre lo


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sabía fuerte…más fuerte que él mismo. Pero ahora, sabía que su amado estaba flaqueando y no lo resistiría, no lo permitiría. Se abalanzó entonces, sobre él. . -¡Al fin estoy junto a ti! –dijo, mientras lo abrazaba. Ahora los dos, podemos ver las estrellas. No les importaba si los observaban o lo que la gente pudiera murmurar. Su abstracción del mundo, en ese preciso instante, tan angustioso e incierto, los impulsó sin remedio, a abrazarse para darse valor. Mientras lo abrazaba, Friedrich le susurró muy tiernamente, como quien dice un secreto o algunas palabras al oído: -Quiero que me escuches, que prestes atención a esto que voy a decirte, mi Jacob… mi amado Jacob. Jamás había jurado ante nadie; sabes bien que nunca he comprometido mi palabra a nombre de algo o de alguien o de un Dios en particular, por lo menos hasta hoy y espero no arrepentirme por ello. –Prosiguió-. Quiero…amor mío… jurarte por todas tus creencias, por todos tus preceptos, por ese Dios que jamás ni tú mismo has visto y que tampoco, me has logrado probar que existe, que no permitiré que nadie te separe de mí. Podremos estar distantes, un tiempo, un minúsculo tiempo… no sé cuánto…pero si el tiempo es muy prolongado, tanto que hasta podría llevarme a la locura…te buscaré en donde quiera que te encuentres, así tenga que vagar por todo el mundo y así tenga que enfrentarme a mi familia. Se miraron ardorosamente. Jacob, totalmente emocionado y conmovido, contuvo la respiración, tanto por la lección de vida que le estaba dando su amado, como por aquellas hermosas palabras. -Y… te juro, mi amor… -Prosiguió Friedrich- por ese Dios tuyo, que ahora quiero que también forme parte


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de mi, si él y tú me lo permiten, que después que salgamos de la puerta de este café, que no lloraré mas, ni me desalentaré, porque sé que nos amamos y ese amor, lo llevaremos a donde quiera que vayamos o a donde quiera que las circunstancias nos oriente. Mi amor…mi Jacob –dijo, sujetándolo firmemente de los brazos-. Escúchame, por favor. Confiemos en que ese maldito odio que se respira por todas partes, no logrará que nos dejemos de amar y que lucharemos hasta el final por nuestros destinos. ¡Ah!..quiero que también me prometas, que vas a confiar en mí, con todas tus fuerzas, con todo tu corazón y con toda tu alma, así como yo confío en ti. Hubo un momento de silencio, en donde todo pareció detenerse. Jacob dejó escapar el aire que había contenido durante aquellos instantes. Luego, Friedrich volvió a requerirle, casi en un rezagado suspiro, al oído, como si aquel requerimiento, fuese transcendental: - ¡Anda, prométemelo! ¡Quiero que ese sea nuestro pacto! Jacob posó sus manos sobre las mejillas de su amado y suavemente, acercó su rostro, hasta que sus bocas casi se acariciaron. Hizo un descomunal esfuerzo para no besarlo; simplemente le dijo: -¡Te lo prometo!..


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CAPITULO II TRES AÑOS ANTES… Verano de 1936

La esvástica se desplegaba en todos los rincones de la ciudad. La cruz del diablo, la llamaban algunos y lucia su bruna estampa de manera impertinente. Lejos estaba de ser, el otrora símbolo de la buena fortuna y la salud. En esos tiempos, era considerada símbolo fatídico de la superioridad y arrogancia de una raza. Berlín era el epicentro del mundo. Ese año, Alemania era anfitrión de las Olimpiadas de Verano de 1936. Para los judíos, era un año de relativa tranquilidad, incluso, ya durante el año anterior, cierto grupo, de aquellos rechazados por la mal llamada raza aria, podían respirar tranquilos, ya que para disfrazar su saña antisemita, Hitler había considerado, sacarle el máximo provecho a los juegos olímpicos, para causar buena impresión a nivel nacional e internacional, (quería presentar a una Alemania pacifica, plena de democracia y condescendiente con todo el mundo, entre ellos, con los judíos y comunistas). Su jefe de propaganda, Joseph Goebbels, había realizado una magnífica labor, eliminando los símbolos y propagandas antisemitas de los establecimientos, paredes y de y cierta prensa afecta al régimen, promoviendo así, una falsa imagen de la Alemania Nazi; así, las delegaciones internacionales, turistas y periodistas de otros países del mundo, encontrarían una Alemania prospera, impecable, plena de paz y garantías sociales, políticas y culturales. Era la imagen


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que quería transmitir a propósito de dicha justa deportiva. ‘La

ceremonia inaugural estaba por comenzar en el Olimpia Stadion, el cual estaba atestado, en su mayoría, de Alemanes Arios. La descomunal campana, comenzaba a repicar desde lo alto de la torre, propagando su vozarrón de bronce, como una exhortación o una invocación, invitando y llamando, a todos los alemanes a que se dieran cita en el gran evento deportivo. Todos se mostraban deslumbrados ante la majestuosidad de la ceremonia. ‘Un atractivo, en particular, despertó el interés de todos los presentes. El sobrevuelo del dirigible “Hindenburg”, que cruzaba sobre los cielos, engalanando las alturas del Olimpia Stadion. De pronto, comenzó a escucharse, el Himno de Alemania, el “Deutschland, Deutschland Über alles in der Welt” (Alemania, Alemania sobre todo, Sobre todas las cosas del mundo), el Himno del partido Nazi y el Himno de las olimpiadas, dirigidos todos, por uno de los más renombrados músicos de Alemania: Richard Strauss. ‘Nikolaus Falkenhorst junto a su esposa Henriette y su adolescente hija, Annika, estaban en primera fila, observando lo que prometía ser un esplendoroso espectáculo. A la señora Falkenhorst se le observaba, visiblemente molesta, porque su hijo, Friedrich, se había rezagado en las afueras del recinto, alegando que entraría posteriormente. Se había encontrado con algunos amigos, entre ellos, una amiga con quien había mantenido, durante algún tiempo, una relación un tanto jovial y platónica y que ya había sido elevada, por sus padres, a los niveles de formalidad dentro del


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seno familiar. Elisa, se llamaba. De origen austriaco; la había conocido en una de esas travesías por Europa. Era una chica peli roja, muy hermosa, y ambos se veían muy enamorados. Aunque era una relación de adolescentes, sus padres tenían la intención de llevarla, en un futuro, a un nivel superior. -Es una buena chica -decían el Señor y la señora Falkenhorst- te casarás tarde o temprano con ella. ‘El no prestaba mucha atención a aquellas pretensiones. Al fin y al cabo, eran muy jóvenes y aquellos deseos, distaban mucho de hacerse realidad, por lo menos por el momento. -¡El mundo da muchas vueltas! –Decía- mis padres, no van a imponerme con quien debo casarme o no. Eso es asunto mío. -¡Ya veremos!... -Opinaba su hermana-. Papá y mamá siempre terminan haciendo con nosotros lo que quieren. -Eso mientras vivamos bajo su sombra. –Deja que me titule y pueda hacer mi vida a mi manera. ‘Mientras platicaban en las afueras del Estadio, dejó caer, accidentalmente, el folleto de programación de la ceremonia inaugural. Este, debido a una repentina brisa, peregrinó a una considerable distancia. Aunque sus amigos lo incitaron para que fuese detrás, con la idea de interceptarlo, no le prestó demasiada importancia. Ese incidente, marcaría su vida para siempre. El destino quería jugar, y lo haría, conduciéndolo por inconmensurables caminos. En ese justo momento, iniciaría su nueva vida, ascendida no por sus padres, sino por el destino, a niveles superiores. -¡Luego consigo otro! –Alegó desinteresadamente-. De todas formas, no quisiera entrar. Mis padres me


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obligaron a venir. Yo hubiese preferido ir al teatro con Elisa, o quedarme en casa, organizando mi colección de rocas y metales. Además, las calles están repletas de judíos y gente rara. Que aprovechen esos desgraciados, estos días de fiesta. Ya se les acabará el festejo. -¡Ah!... ¡por cierto!... –comentó- encontré una roca de aspecto fascinante, en mi último viaje a las Balcanes. A Elisa le fascinó. ¿No es cierto Elisa? -Sí –respondió ella- es muy hermosa. Deberías mostrárselas Friedrich. -Luego lo haré. Les fascinará. Sus amigos también eran amantes de las ciencias y todos compartían la misma afición. Por ello, el tema de conversación se centraba en piedras, minerales y gemas, en fin, conversaciones aburridas para los jóvenes normales de la época. Mientras transcurría la “interesante” tertulia entre amigos de ciencia, Friedrich reparó, que alguien estaba tocando su hombro y al volverse, para saber de quién se trataba, vio parado detrás, a un apuesto joven de relumbrantes ojos negros y largas pestañas, quien al darse cuenta que se le había caído la gacetilla, la había rescatado y fue a entregársela personalmente. El destino, ya tenía a sus jugadores y había establecido las reglas del juego. -¡Señor! –Le dijo solemnemente el hermoso joven-. Creo que esto es suyo, pude recuperarlo al doblar la esquina. -¡Oh! ¡Esta brisa! -Señaló Friedrich sobresaltado por la presencia del atrevido joven que, a pesar de parecer muy atractivo, a leguas se le advertían, algunas señales que no eran muy bien vistas por sus otros


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compañeros, inclusive por Elisa, quien también lo miró con animadversión. Llevaba prendido al cuello, una cordoncillo con una pequeña estrella de seis puntas, señal inequívoca de sus creencias. -Se lo agradezco mucho. -Le dijo secamente Friedrich, contemplándolo con hosca mirada. Sin embargo, algo extraño flotó en el entorno. A pesar del despectivo agradecimiento dado al rescatador del folletín, que lo invitaba, de forma directa, que debía retirarse cuanto antes de allí y esto lo había comprendido muy bien el recién llegado, el joven Falkenhorst, olvidó lo ocurrido. Se retiró rápidamente del grupo y mientras se alejaba, volteó, disimuladamente, hacia donde se encontraban los demás y dirigió su mirada hacia Friedrich. Este, al sentir la sensación de que estaba siendo objeto de un inusual escrutinio, también volvió la cabeza y lo miró alejarse de manera discreta, mientras sus compañeros observaban fascinados, hacía el cielo. En ese preciso momento, estaba pasando el Hindenburg sobre ellos. Sus miradas furtivas se entre cruzaron y Friedrich, se sintió avasallado por una extraña impresión, que lo impulsó a dibujar, involuntariamente, una grácil y encubierta sonrisa que fue correspondida por el otro chico, quien posteriormente se alejó del lugar. La segunda jugada del destino, acababa de ser ejecutada. Los Falkenhorst eran una renombrada y aventajada familia dentro de la sociedad Berlinés, acostumbrados a frecuentar los círculos de las llamadas élites alemanas. Coincidían en pomposas fiestas, bailes y lujosas cenas. Sus ascendientes poseían una arraigada tradición militar legada a su padre, por sus abuelos. Este, la


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profesaba con orgullo. En 1931, el señor Nikolaus Falkenhorst, fue nombrado mayor general, y ya, para el año 1937, había sido ascendido a teniente general, con aspiraciones a seguir logrando, los ascensos necesarios, porque era considerado por sus superiores, como uno de los más disciplinados militares del ejército. Sus aspiraciones se asentaban, en que su hijo mayor, siguiera el ejemplo y formara parte de aquella tradición familiar. Henriette Edeltraud Maschwits, esposa de Nikolaus, provenía de una adinerada familia, rígida y clasista, por demás prejuiciosa. Participante de la vida pública y presente, casi siempre, en las exclusivas reuniones sociales y de beneficencia, a las que también concurrían, altos dirigentes del Estado y del Partido. Esto realzaba su status social, por lo que se había ganado el merito de mujer digna y concurrente honorable de los escenarios de poder de la Alemania del Tercer Reich, hecho que hacia relucir, con su petulante y aguda voz, cada vez que tenía oportunidad de hacerlo. Habían criado a sus dos hijos, Friedrich y Annika, con suma rigidez y sin excesos de arrumacos y mimos. Durante sus días de niñez, los habían educado a la sombra de las ideas nacionalistas, cosa que a la niña, no le agradaba, tenía la esperanza de realizarse, de acuerdo a sus propios ideales y criterios. En cambio, el joven Friedrich, ya mostraba la insolencia y los prejuicios que caracterizaban a la clase social a la que pertenecía. Su padre, le había inculcado el germen del racismo nazi. Tenía inoculado en sus pensamientos, la premisa de que solo los alemanes arios, tenían plena condición humana, y por consiguiente, eran una raza superior y que los judíos, en particular, no merecían disfrutar


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de los derechos ni privilegios, por el simple hecho de serlo. Ya estaba avanzada la ceremonia inaugural, a pesar de su renuencia a asistir, Friedrich no tuvo más recurso, que aceptar la demanda de sus padres que prácticamente lo obligaron a presenciar el acto. Friedrich no era muy dado a las multitudes, ni mucho menos, a los actos públicos colmados de rimbombantes espectáculos; tampoco era muy dado a los deportes; aunque la natación se le daba mejor, su padre lo había matriculado en una escuela de boxeo, al cual el asistía para complacerlo. Nikolaus consideraba que con esta disciplina, su hijo desarrollaría el espíritu marcial de la familia, además de que le daría destreza y desarrollaría su fuerza masculina. -¡Que aprenda a golpes! –Decía- algún día me lo agradecerá. Una chispa, de algo que ignoraba, inquietaba sus pensamientos. No comprendía el motivo por el cual, no podía sacar aquella mirada de su mente. Se sentía importunado por aquella personalidad tan arrolladora, que contrastó, con la afable sonrisa que aquel joven desconocido, le había brindado al retirarse del grupo, en las inmediaciones del Olimpia Stadion. -¿Qué te ocurre? Te percibo inquieto. -Preguntó Annika con suspicacia, inquietud a la que se unió Elisa, su novia. -¡No es nada, tonta! –Respondió él chico-. Es solo que el estruendo de los aplausos me aturde y esas campanas martillan mis oídos. Tú siempre viendo cosas… Friedrich no sospechaba que esa mentirilla blanca, se convertiría después, en el suplicio de su vida. Aquel


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momento, en donde se encontraron aquellas dos inocentes miradas, lo había marcado para siempre en aquel mismísimo instante. -¿Estará afuera todavía? –Se preguntó en voz baja. -¿A quién te refieres? -Interpeló su hermana, a manera de susurro. -¡De qué me hablas! –Dijo él, haciéndose el ingenuo -. ¿Por qué lo dices? -Te escuché decir: “¿estará afuera todavía?”… -¡Pues, escuchaste mal! -negó el chico-. ¿Acaso no dije…está haciendo calor? Ya deja de molestarme. -¡Silencio muchachos, por favor!... Los reprendió su madre. Friedrich y Annika se miraron de manera cómplice, no dándole importancia a aquel correctivo. Ella conocía muy bien a su hermano. Sin embargo, no quiso, por el momento, atizar una polémica. A medida que avanzaba el espectáculo, vibrante de actos y música, los pensamientos no dejaban de fluir. Si alguien le preguntase, que estaba ocurriendo en ese instante en las arenas del campo deportivo, seguramente se vería sorprendido ante tal indagación. Su mente estaba en ese instante, en otro lugar. -¿Que pensamientos son estos? –Susurró nuevamente, esta vez, con visos de mortificación. Mientras renegaba y luchaba en contra de aquella turbación, su hermana y Elisa seguían atosigándolo. Sin pensarlo dos veces y por un acto, literalmente impulsivo, se dirigió a sus padres para exponerles lo que sería entonces, su tabla de salvación: -¡Voy un momento al lavabo! -Se excusó, levantándose bruscamente de su asiento. Las chicas lo vieron…Elisa, indiferentemente…Annika,


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con aprensión. -Fíjate bien si afuera del estadio hay uno para damas, para yo ir también. -Dijo en tono mordaz. -¡Muy graciosa…hermanita!.. Friedrich se condujo hacia el exterior del estadio. Pensó, que si caminaba un poco, dejaría de sentir aquella inquietud que lo embargaba. Sin embargo, la realidad, estaba lejos de aquella suposición. Aquella salida del campus deportivo, tan solo era un subterfugio premeditado para propiciar un encuentro con aquel extraño joven, con quien momentos antes, había intercambiado algunas palabras. Impulsado por una fuerza que ni siquiera el mismo podía comprender, miró hacia donde se había propiciado el incidente, pero ya el chico, no se hallaba en las inmediaciones. Estaba totalmente desconcertado. Buscó por todos lados, con un sobrenatural arrojo; escudriñaba, desesperadamente, los alrededores por donde la muchedumbre se confundía en un sinfín de rostros extraños. En ese oleaje incesante de personas, era imposible distinguir a alguien en particular; recorrió, de extremo a extremo, las calles aledañas a la avenida Kurfürstendamm. La recorrió casi en su totalidad hasta las cercanías de la Iglesia Memorial Káiser Wilhelm; sus ojos chispeaban ansiosos y su corazón, palpitaba desesperadamente, tanto, que parecía querer salírsele del pecho. Recorrió los jardines y las plazas, pero no lograba encontrarlo. Se negaba darse por vencido. Mientras rebuscaba, musitaba en voz baja, repitiendo una y otra vez: -¡Tengo que encontrarlo!...¡Debo encontrarlo… Pero…


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¿Por qué?... ¿Para queé? ¡No!..¡noo!.. Esto está mal… muy mal! Ese deseo de querer verlo nuevamente, aunque fuera un breve instante, le suplicaba que debía encontrarlo cuanto antes. No lo entendía, no tenía por qué, el no era quien manipulaba su vida, pero debía encontrarlo, debía ver nuevamente, aquellos arrolladores ojos que quemaban su alma. Aquel extraño sentimiento, lo atemorizaba en sobremanera; sin embargo, dejó que su impulso lo condujera, hasta el final. Mientras continuaba su búsqueda, se comenzó a ver y a escuchar, a través de las enormes pantallas de televisión que estaban instaladas por doquier, la abrumadora y potente voz de Adolfo Hitler que hipnotizaba a todos con una fascinación inexplicable, decretando el inicio de los juegos olímpicos. Simultáneamente, un gran número de palomas fueron liberadas, surcando el cielo Berlinés y seguidamente, el canto del aleluya, retumbó por todo los rincones. Su cabeza era un pandemónium de eventos continuados, (…el repique de la enorme campana de bronce, doblando desde lo alto de la torre, aquel discurso de Hitler, los aplausos, los cantos, el dirigible, las palomas…), en fin, aquella tormentosa algarabía lo alteraban en sobremanera. Todo aquello, sucedía de manera vertiginosa que todo se acumulaba dentro de su cabeza sin poder darle tiempo para discernirlo. De súbito, le vino a la mente el librillo de programación rescatado por aquel chico judío. Quizás en esa gacetilla, se encontraban enumerados, de manera secuencial, todo aquello que estaba ocurriendo y que era el motivo de su aturdimiento. Deseó, que en ese folleto, también se


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encontrara escrito, el próximo número: “El encuentro con aquel joven desconocido”. El agotamiento lo llevó a pensar, que ya jamás volvería a verlo. -¿Pero ver a quién? –Pensó entonces- ¿Cuál es el motivo que me impulsa a querer ver nuevamente a ese chico? Ya era tarde para responder esas inquietudes. Debía averiguar, por si mismo, que estaba pasando dentro de sí. Pero, en una de las tantas tretas del destino y después de tanto trajinar, hasta el punto de que ya estaba pensando en darse por vencido, enfiló su mirada hacia la puerta este, en donde estaban las dos enormes columnas adornadas con el sistemático reloj y el símbolo de Sonnenrad, que decoraban con majestuosidad, el recinto deportivo. Le pareció haberlo reconocido; no estaba muy seguro de que fuera él, por lo que acercó furtivamente, para detallarlo mejor. -¡Sí! ¡Es él! -Susurró, emocionado. Se detuvo a una prudente distancia para reorganizar sus ideas y trazar algún plan para poder aproximársele y buscarle conversación. Su cabeza no daba con una solución a tal dilema. Caminó unos cuantos metros, acercándose, pero retractado, se devolvió inmediatamente. Tal vez, hizo lo mismo dos o tres veces de manera sucesiva. -¿Ahora qué hago? -Se preguntó- ¡Me siento como un estúpido!... Voy a aproximarme un poco más. Su acecho, se juzgaba obsesivo, se podría decir, preocupante. Cuando al fin logró distinguirlo con mayor claridad, su corazón dio un vuelco.


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-¡Allí estas! – Musitó agitado, colocando las manos en el pecho, como queriendo detener los latidos de su corazón. Lo vio tomándose una gaseosa, justo en medio de las dos columnas, observando el reloj en lo alto de una de las torres. Este, marcaba las 4:30 de la tarde. Allí estaba, con sus hermosos pantalones oscuros, su hermosa camisa blanca, una corbata obscura y una chaqueta ligera, al estilo sastre. Quizás, la había conservado después de haber sido despojado de sus pertenencias en Dresden. Estaba perfectamente peinado al estilo de la moda Berlinés, como cualquier chico adolescente y con el rostro, eximido de culpas, por el pecado de ser tan perfecto. -¿Ahora qué vas a hacer Friedrich Falkenhorst? -Se preguntó una y otra vez mientras caminaba de un lado para otro, denotando indecisión-. ¡Vamos piensa, piensa…piensaaa!… ¿Cómo vas hacer para afrontarlo sin perder tu dignidad? Dudó unos instantes, hasta que al fin se dispuso a hacer lo que necesariamente tenía que hacer. Caminó con cierto titubeo unos cuantos pasos, muy gradualmente, por detrás del joven, para que éste no lo descubriese antes de tiempo y huyera, intimidado. Frotaba, incesantemente, sus sudorosas manos mientras se aproximaba. Algunas gotas de sudor rodaron por su frente. Se arrimó al fin, decidido, hasta donde se encontraba el indicado, lo rodeó y se le instaló de frente. Ambos, cruzaron atónitas miradas, uno, por no saber qué hacía allí, de pie, frente a ese chico desconocido de rostro magnífico y el otro, preguntándose el motivo de aquel joven ario, para presentarse frente a él.


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-¡Está haciendo calor! –Alcanzó a decir Friedrich. -¡Siii! ¡Muuucho calor en realidad! Ante aquella encantadora presencia, los nervios del perseguidor, estaban vuelto añicos. Pero ya estaba hecho, ya estaba ante él, ya no había vuelta atrás. El desconocido, de llameante mirada y un halo de asombro en su rostro, se quedó impávido, de pie, buscando en su mente, una excusa razonable que le diera luz acerca del motivo de aquella presencia, en ese preciso lugar. ¿Por qué aquel joven ario y hermoso, se había tomado la molestia de acercarse y darle la cara? Friedrich había tomado la iniciativa de ser el primero en dirigirle la palabra. -Quería agradecerte que me hayas devuelto la gacetilla de programación. -Se justificó.- Pienso que debió ser embarazoso para ti, acercarte a mi grupo de amigos, tomando en cuenta lo impertinente que se mostraron contigo. -¡No tienes por qué agradecerme nada! -Señaló, de manera altiva-. Me percaté cuando se te cayó al suelo y la brisa la hizo volar hasta mí. Digamos que… quise hacer mi buena acción del día. En cuanto a tus amigos, déjame decirte que ya estoy acostumbrado a eso. Para tu tranquilidad, no suelo prestar atención a ese tipo de conductas. -Bravo por esa brisa…entonces. –Masculló, un tanto apenado. -¿Qué dijiste? –Preguntó el importunado. -¡No!.. ¡No he dicho nada! Sintió que sus piernas flaquearon, su cordura y sensatez se habían esfumado a un mundo desconocido; solo flotaba en el aire, como una ligera pluma, que el


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viento bambolea a su capricho. -Me llamo Friedrich… -Alcanzó a decir exaltadamenteFriedrich Falkenhorst… ¿Y tú?... El otro jovencito sonrió de manera pícara. -¡Yo soy Goldblum!...Pero puedes llamarme Jacob. Es un placer conocerte Jacob. -Dijo en tono consecuente-. Sacó fuerzas de donde no las tenía para mantener esa actitud hasta el final. Era cuestión de vida o muerte mantenerse incólume. Ambos, estrecharon sus manos de manera firme. Aquel apretón, produjo en el uno y en el otro, un inexplicable cosquilleo, un calor que los abrazó intensamente y que recorrió sus venas y una incomprensible energía sacudió sus vísceras, que como una febril exaltación, marcó en ese preciso instante, sus vidas para siempre. Pensé que te encontrabas dentro -señaló Jacob, con visos de deliberada ingenuidad -del estadio… digo… -¡Sí! -afirmó Friedrich- ¡Lo estaba! Pero en realidad quería ir al baño. Hizo una efímera pausa. Pero al darse cuenta que aquella mentirilla no era sostenible ni en el tiempo ni en el espacio, quiso rectificar y ofrecer sus verdaderas razones. ¡No!... ¡te miento! –Titubeó- la verdad es que… quise salir a buscarte…paraa… agradecerte…eso…para agradecerte. -Te dije que no tienes que agradecerme nada. Esa fue mi buena acción del día. ¡A propósito!... ¿quieres una gaseosa? -¡Sí! ¡Claro! ¡Está haciendo mucho calor! -Dijo, mientras se abanicaba exasperadamente con las manos.


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-Ya me lo habías dicho… En realidad no está haciendo tanto calor. Era de esperarse. Tantas excusas, no eran más, que para disimular un poco su emoción. Se le notaba, ahora sí, visiblemente intimidado. -¡Estupenda la ceremonia de Inauguración! Debió comenzar a las 4:00 de la tarde; mis padres me impusieron que estuviera presente, pero el solo hecho de verles las caras a ciertos personajes, me causa indignación. -¿Te refieres a tu Führer y a sus ministros? -En particular, a él. -Afirmó-. Pero… también es tu Führer. -¡Tienes razón! -Asintió Jacob- pero no porque yo quiera. Su majestuosa entrada, no fue más que una auto-exaltación de su vanidad enfermiza; me parece que pretendía demostrarle al mundo, una falsa imagen de una Alemania en orden. Que es un líder que se somete a las reglas del protocolo. -¿Lo crees así? -¡Absolutamente! Lo pude escuchar sin querer, desde aquí afuera. Por cierto–señaló- se me hace extraño que reniegues de él. ¿Acaso no eres uno de ellos? -En cierta forma, así es. Pero no porque yo quiera. _ ¿Por qué entonces? -Mi padre…mi familia. He tenido que criarme bajo la influencia de sus ideales. -Entiendo. Pero no tienes que justificarte. Cada quien es libre de pensar lo que mejor le parezca. Espero que no tengas problemas con ellos, Digo… Como no te quedaste a escucharlo… -Titubeó. Luego agregó, en tono de desprecio, echando por tierra aquellos argumentos- ¡pura mierda!.. No te estás perdiendo de


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nada en realidad. Te agradezco que hayas tenido que correr el riesgo de venir a hablar conmigo, sin tomar en cuenta las exigencias de tus padres para que te quedaras a escuchar a ese charlatán. Friedrich reaccionó de inmediato y en amable tono, le dijo: -Yo sé cuáles son mis prioridades, además, no pretendo juzgarte por lo que eres. -¿Y qué crees que soy? –Preguntó intencionalmente. -¡No lo sé!... No quise plantearlo de esa manera. -¡No te preocupes! Soy judío, lo sé…y estoy orgulloso de eso. -Discúlpame. -Se excusó Friedrich- En realidad, esto es embarazoso. No sé lo que digo…ni que hago aquí. - Viniste a buscarme. ¿No es así? Eso es lo que he entendido. ¡Si…En realidad así es… -¿A un judío? –Preguntó deliberadamente. ¿No querrás llevarme prisionero? ¿O me equivoco? Friedrich rió con cierto aire de culpabilidad. Sin embargo, trató de justificarse. No querría que aquel joven, se creara una imagen errada de su persona y fuera visto de una manera displicente. No lo permitiría por nada en el mundo. -Debo decirte que mi padre trabaja para el Gobierno, es un eminente oficial al servicio del Tercer Reich. El tiene en sus genes la ideología nacional-socialista nazi y ha sido una de sus ambiciones, que yo siga su el ejemplo. Créeme Jacob, no me he me rehusado a practicar esas ideas ni a comportarme despectivamente con el resto de las personas, no lo puedo negar, pero lo he hecho, porque es con lo que he crecido y es lo


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que él nos ha inculcado. Por el hecho de ser mi padre, debo intentar ser como él, o eso es lo que él aspira, para cumplir con la línea familiar. No obstante, me dan igual si existen o no esas estúpidas diferencias, y otro tanto, escuchar discursos encendidos, llenos de retorica barata. Créeme, algo, no sé cuánto, ni cómo, ha cambiado en mi desde este preciso momento. Pienso, que ni tú ni yo, debemos tratarnos diferentes solo por el hecho de tener ideologías distintas. -Me alegra que tengas esos pensamientos, se me hace extraño ver a un hijo de… nazi… educado como nazi, pensar todo lo contrario a ellos. ¡A no ser, que me estés tomando el pelo! ¿Qué quieres decir? -Preguntó Friedrich-. No puedo negártelo, es verdad. Tal vez he cometido esa falta. Pero no tenía escapatoria. Crecimos bajo la influencia de un padre muy severo en cuanto a la disciplina hacia sus hijos. Teníamos que hacer lo que él nos dijera. – Acotó-. Pero, el hecho de que mi padre sea un fiel servidor del Führer, no quiere decir que yo sea un fanático incondicional del régimen. No tendría por qué ser así. -Yo pienso todo lo contrario. -Refutó Jacob-. Sé que quieres eximir a tu padre de toda responsabilidad, pero considero que todo aquel que le sirve a Hitler, irremediablemente forma parte del régimen que el engendró. Yo pudiera pensar que eres uno de ellos y que estás cumpliendo una misión de espionaje, para indagar acerca de mis aptitudes. Quizás pertenezcas a un grupo de las elites del gobierno…a la policía secreta… o a las SS… ¡No lo sé! Friedrich rio con sarcasmo. Estaba inclinándose a pensar, de que aquel joven, no era más que un


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engreído y resentido niño a quien le han quitado el juguete con el que estaba encaprichado. -No discuto que pienses así de mí. –Señaló Friedrich-. Al fin y al cabo soy un desconocido. Además, yo fui quien te acechó y te siguió hasta aquí. Debo tener algún interés… ¿No crees? Pudiera formar parte de esos cuerpos de seguridad a los cuales te refieres. -Espero que tu interés sea el más adecuado para mí. -Señaló Jacob-. A veces, sobre todo en estos últimos días, uno pudiera equivocarse. No se puede confiar en nadie. Todos somos sospechosos, tanto nazis como judíos. Yo sospecho, tus sospechas… yo me escondo y tú me encuentras… Ambos celebraron la ocurrencia. La arrogancia con la que Jacob estaba manifestándose, incomodó notablemente a Friedrich, quien trataba por todos los medios, salir airoso de aquel trance. - ¿Piensas que estoy espiándote por algún interés en particular, porque eres judío y yo un funcionario nazi encomendado para vigilarte? -¿No crees que tengo derecho a pensarlo? -Interpeló Jacob. -¡Posiblemente!.. -Reconoció el joven ario- Tienes derecho de pensar todo lo que quieras acerca de mí. Total…al fin y al cabo me lo tengo merecido por acosarte. -¿Y me equivocaría…o no?... Digo…si lo pensase. -No te culpo que pienses de esa manera…Yo, en tu lugar lo haría. Pero… si sirve para tranquilizarte…no te estoy persiguiendo por ese tipo de razones. -Dame una buena razón por la cual me acosas… para poder confiar en ti.


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-Es obvio... Mira las calles. –Dijo Freidrich, buscando un último reducto de salvación, -mira las avenidas, están repletas de judíos y militares… alemanes de todas clases, soldados y funcionarios de las SS, todos juntos y el mundo no ha estallado por eso. Nadie persigue a nadie, nadie acosa a nadie. ¿No podrías pensar que solo quiero conocerte? -¡Ah!...Ya entiendo… ¡Es un acoso pasional! Friedrich rio desaforadamente. -Tampoco ese sería el término adecuado. –Aclaró.Pero no puedo refutar que pienses eso. Al fin y al cabo, yo fui quien te acechó. Puedo aceptarlo, aunque parcialmente. -Entonces…Dime ¿cuál es el motivo y…cual es el termino adecuado? -¿Siempre tienes que complicar todo con tantas preguntas? -Debo estar claro de con quién estoy tratando. Hace unos instantes te vi con una hermosa chica… ¿Qué puedo entonces pensar? ¿Qué dejaste a la chica para venir corriendo a buscarme por nada? ¿A mí, que soy solo un hombre? -¡Uuufff! ¡Tienes un carácter del demonio! -Solo trato de plantear mis argumentos. ¿Tengo derecho, no crees? -Se que los tienes. No sé como explicártelo. Acepto que te seguí o te aceché de manera pasional, como quieras explicarlo. Mi intención de este día, no era otra cosa que divertirme con mis amigos. Jamás me hubiese pasado por la mente, que me encontraría contigo. Pero ya que ocurrió, no sé por qué, tuve necesidad de buscarte y es por eso que estoy aquí. No existe otra explicación. ¿No puedes preguntarte


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por un instante, habiendo tantos judíos transitando libremente por las calles de Berlín, el por qué tuviste que ser tú, precisamente, la presa a quien hay que atrapar. ¿No crees que pudo haber sido otro, si ese fuera el motivo? ¿Crees que eres tan apetecible? ¿Escondes algún secreto de Estado?... Me he preguntado… ¿Qué estoy haciendo aquí? -Tal vez, para ti sea apetecible. Tal vez estas preparando el terreno…digo… investigándome para luego de que se acabe este teatro, venir en mi captura. -Que falta de modestia.-Señaló Friedrich-. ¿No pensarás que yo me tomé el trabajo de buscarte y acecharte, deliberadamente, entre tantas personas, para marcarte un letrero que diga “chico judío”…o solo para llevarle información a los nazis, de que eres una persona con un perfil no adecuado para el régimen y que hay que capturarte? Solo que deben hacerlo, después de que acaben las olimpiadas. Jacob sonrió. Tal vez aquella retórica, no era más que un juego hecho deliberadamente, para exacerbar los ánimos de Friedrich, ya que cuando se molestaba, se tornaba excesivamente encantador. -Me hace mucha gracia como piensas. –Dijo entonces Jacob-. ¿Qué se requiere aparte de ser judío, para ser marcado de esa manera o para ser perseguido, cosa que sería, según tu apreciación, un privilegio para mí? -¡Nada! Solamente con serlo es suficiente, créelo… Pero, puedes estar tranquilo. Mientras duren los juegos olímpicos…nadie osará perseguirte. ¿Entonces me das la razón? ¿Están persiguiendo judíos? Solo que por el evento…han dejado de hacerlo. -¡Noo!.. es decir… yo no, por lo menos.


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-A veces me pregunto… ¿que pudimos haber hecho para que nos tengan tanta aversión? ¿Qué hicimos prosperar a Alemania? ¿Por eso nos persiguen? -¿Es que en verdad no te has dado cuenta? ¿No sabes la verdadera razón por la cual te he estado acosando o…acaso te estás haciendo el tonto? -Necesito saberlo, para saber a qué atenerme. -Tal vez no debí venir. -No sé por qué lo has hecho… Eres un chico prejuicioso, proveniente de una familia con ideas social nacionalistas, a lo que es lo mismo, racista, a juzgar por lo que me has referido. ¿O es que acaso puedo pensar, sin temor a equivocarme, que estás marcando un muro entre esas ideas y tú? …de cualquier forma…subrayó- …ya me tienes atrapado… Friedrich no tenía la menor idea de cómo salir de ese trance. Solo atinó a decir: -No es eso. No se trata de ser o no ser nacionalsocialista…que no lo soy…por cierto… ¡bueno!...en el peor sentido de la palabra. Todo alemán que se precie de serlo, es nacionalista. Yo amo a mi patria con toda mi alma, pero no está en mí condenar o execrar o perseguir o acosar a nadie que piense ideológicamente diferente a mí. Al fin y al cabo, todos somos alemanes… ¡tú eres alemán!… ¿Acaso no naciste en Alemania? ¿Cuál es la diferencia? -Amigo -señaló Jacob- hay mucha diferencia. La mayoría de los social nacionalistas, tienen una idea errada de ese concepto. -¡Pues…yo no!..Al menos desde hoy…o eso creo. En lo que si estoy de acuerdo contigo…es… -¡Habla más fuerte!. El fuerte sonido de los televisores, no deja que capte lo que me dices.


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-Te puedo preguntar algo sin que te enojes conmigo? –Gritó. -¡Claro! ¡Hazlo! -¿En que puede perjudicar al nacionalismo alemán que tú andes suelto por las calles de Berlín? ¿Acaso el ejército no es más poderoso que todos los judíos… o las SS y la policía secreta no están capacitadas para detenerlos en el acto? -Verdaderamente. –Asintió el joven judio- no lo dudarían ni un instante. -Créeme –suplicó Friedrich- estoy consciente de que Hitler nos ha seducido a todos, hasta a mi mismo; al fin y al cabo, tiene buena dialéctica. Es como un dios para los alemanes. Pero…también estoy consciente de que sus ideas están algo erradas. -¿Dices que es un Dios para los alemanes? Yo soy alemán…y para mí, no lo es. Entonces…de cualquier forma, Friedrich. –Dijo intempestivamente- me agradó mucho haber compartido contigo esta conversación. Aunque me hace mucha gracia algo que mencionaste hace unos instantes. -¿Queee? –Interpeló inseguro, el chico ario. -Cuando hiciste la pregunta: ¿Un nazi y un judío juntos, compartiendo una gaseosa, sin que haya una explosión en el universo?... en verdad, eso me causó mucha gracia. Ambos celebraron la ocurrencia. -Quiero que sepas…Jacob… que yo no soy un nazi perseguidor ni racista, ni quiero serlo. Además, si me fueras considerado un chico nazi, no me fueses convidado a tomarme una gaseosa. -Seguramente no... Ten…toma de mi botella.


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-¿No te importa que tome de tu botella? Correrás el riesgo de que descubra tus secretos o te contagie con mis ideologías prejuiciosas. -¡Noo!... chico Nazi… un judío como yo, no tiene muchos secretos que ocultar. Ya los que estaban resguardados se han encargado de desentrañarlos…y… no porque yo lo haya querido. -¡Por lo menos yo no lo he hecho! Esa no es mi manera de actuar. -Aseguró Friedrich-. Aunque te confieso que me gustaría saber más de ti, no precisamente para llevar información relevante a los nazis. ¿Qué es lo único que tendría que saber para mandar a detenerte en este momento por las fuerzas del régimen? ¿Qué eres Judío? Eso ya lo sé desde hace rato y hasta ahora, no he llamado a nadie para que te detenga. -Voy a otorgarte el beneficio de la duda; en cuanto a mis secretos, créeme, no tengo muchos. Los que me quedan, ya ni secretos son. A estas alturas, ya casi todo está dicho. -En verdad siento mucho que estés pasando por todo esto. -Se disculpó Friedrich-. Te agradezco tanta franqueza, Freíd…Fredd… -¡Friedrich! ¡Mi nombre es Friedrich. –Recalcó el joven ario. -¡Disculpa! Trataré de no olvidarlo. Una persona como tú, no se puede olvidar tan fácilmente. –Murmuró en voz baja. - ¿Qué dijiste?... –Preguntó, no obstante haber escuchado lo que había dicho su nuevo compañero, mas bien, quiso asegurarse que lo corroborara, para disfrutar de aquellas últimas palabras, que para él, sonaron como música para sus oídos-Hay mucho


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ruido y tienes que hablar fuerte para poder oírte.-Se justificó. -¡Noo!... ¡No dije nada importante. Solo que… -Jacob hizo una pausa y prefirió callar. Luego, le propuso: -¿Quieres caminar un rato conmigo? - ¡Bueno! –Asintió encantado- pero no puedo alejarme mucho de aquí. En cualquier momento mis padres notarán mi ausencia, si no lo han hecho ya. ¡Caminemos entonces chico nazi! -¡Caminaremos entonces, chico judío? -Friedrich hizo una efímera pausa. Luego agregó: -Apuesto a que no me ganas en los cien metros planos. Te reto a una carrera hasta donde están aquellas estatuas. -No lo hagas, te ganaré. -¿Apostamos? -¡Acepto el reto y créeme, creo que te haré añicos. Jacob observó la extrema distancia que los separaban desde donde se encontraban hasta donde se erigían, majestuosas, dos magníficas estatuas de hombres atléticos, con hermosos cuerpos desnudos. Trató de rebuscar algún otro tema de conversación y lograr que su nuevo amigo se olvidara de las competencias y de los retos. -¡Hermosas estatuas! –Dijo, mientras las observaba a la distancia y admirando su extrema belleza. Se colocó en diferentes ángulos, para detallar sus líneas-. En quien estaría pensando Breker para construir semejantes monumentos. -Tal vez era homosexual –dijo Friedrich- y ha de haber tenido su modelo particular, porque… ¿No percibes


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que todas tienen el mismo rostro? -A mí me parece que el artista quiso adular a Hitler esculpiendo estas grandiosas figuras. ¡No lo sé! Pero me da la impresión que con ellas parece estar sugiriendo: “No se metan con nosotros… somos muy fuertes”… con su estúpida vanidad. Ambos rieron. -Creo que estás un poco equivocado, amigo. – Contradijo Friedrich- Yo lo veo desde otra óptica. Definitivamente, el artista era homosexual, sino, ¿por qué entonces no ocupaba su tiempo en esculpir estatuas femeninas? Yo no me arriesgaría a perder mi credibilidad masculina solo por encontrar la perfección en dos estatuas de efebos griegos mostrando sus traseros. -No estoy de acuerdo contigo, amigo. -Espetó Jacob-. El arte va más allá de esos prejuicios. A mi parecer, Breker quiso enaltecer al ser humano basándose en la imagen de la creación. No creo que tenga que ver nada con política o con algún proyecto nacionalista o de superioridad, en lo absoluto. Realmente pienso, que esas estatuas son una verdadera obra de arte, jamás pudiera entenderlas como una simbología racista. Entiendo que son hermosas, sensuales y denotan el fenotipo del hombre perfecto, pero no fueron esculpidas para hacer sentir superior al sexo masculino. -De ser así, como tú dices, las hubiese hecho femeninas. Insisto, era homosexual. En cuanto a lo de la perfección, sí… en realidad lo son. Jacob quedóse detallando, minuciosamente, el cuerpo de Friedrich. Luego, al mirarlo a los ojos le dijo:


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-Tú eres perfecto… Eres como una de esas estatuas desnudas. Friedrich estalló en risas, sus mejillas se sonrojaron, pero en el fondo, se sentía alagado; sabía que había encontrado lo que estaba buscando (alguien que lo escuchara y lo comprendiera). Vio en Jacob a esa persona, sobreprotectora, cálida, que en el fondo había deseado. ¿De qué te ríes? –Indagó Jacob-. ¿Tengo cara de payaso! ¡Tienes cara de un príncipe, de un príncipe niño! –Hizo una pausa, mientras lo miraba a los ojos. Luego se sonrojó-. ¡Por cierto, mira el reloj, tengo que irme… mis padres deben estar buscándome! -¿Y me dices a mí que soy un niño? Por lo menos yo puedo quedarme fuera de mi casa sin que nadie me reprenda por ello. -¡No conoces a mis padres! -Y espero no conocerlos. Sin embargo…es temprano aun…quédate un rato más. -¡Noo! ¡No lo Es y no puedo quedarme! -¿Por qué tanta prisa? ¿Tienes miedo de aceptar lo que estas sintiendo y por ello quieres huir?…¿o sientes temor de que si te quedas, no querrás irte después. Debo aclarar, que no estoy en contra de ninguna de las dos opciones. -Para serte franco, por los dos motivos, sin embargo, no quisiera que la gente te juzgara en mi presencia, no toleraría que te miraran despectivamente por ser judío; tampoco quiero ganarme una reprimenda de mi padre. -¡A mí la gente no me interesa mucho, nazi tonto. Más


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me preocuparía que no me observaran. No le debo nada a nadie, ni mucho menos les temo. Para mí, no significa nada si miran o no. Al fin y al cabo, todos son unas mierdas, digo… todos los social nacionalistas nazis. -¿Por qué tanto resentimiento? -Indagó Friedrich. -Te aseguro que tengo motivos para tenerlos. -Entonces… ¿Insinúas que los Alemanes somos excrementos? -En cierta forma. Aunque no todos los alemanes lo son, considero que la mayoría pecan de impertinentes y racistas, se creen superiores al resto de las personas. -¿No lo dirás por mí? –Inquirió Friedrich-. ¿Acaso he sido impertinente contigo?; yo soy alemán y mis padres son Alemanes; provengo de una familia llena de prejuicios nacionalistas… ¿Acaso me catalogas como el estiércol nazi que consideró cruzarse con un judío y buscarle conversación, solo por ser alemán? ¿Acaso tú no eres alemán? - ¡Lo soy por nacionalidad, no porque yo lo hubiese querido! Mas sin embargo, no me considero esencialmente nacionalista. Preferiría estar en la tierra de mis abuelos. -¿Quién es el racista aquí? - Interpeló Friedrich. -Espero que ninguno de los dos. - Eres Alemán, pero reniegas de serlo. ¿Qué tienes en contra del nacionalismo? -Absolutamente nada; no es el nacionalismo como tal; para mí el nacionalismo es un sentimiento que conlleva a sentirse orgulloso del país en donde se nace y a la defensa justa de su soberanía. Como patriota alemán, yo me siento nacionalista, porque es eso, un sentimiento de pertenencia a la patria,


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yo no lo concibo como una idea política o partidista que quiere llevar ese sentimiento a tal extremo, que se vuelve nocivo para las personas que no comulgan con un partido en particular o una creencia, o una ideología; es allí donde se desvirtúa ese concepto y se enferma de racismo y de odio hacia los demás; sí, soy alemán, pero quiero que entiendas que el hecho de serlo, no me da derecho a sentirme superior al resto del mundo; en lo que no estoy de acuerdo, es el extremo hasta donde llevan muchos alemanes, entre ellos los afectos a Hitler, ese nacionalismo. ¡Se creen que son superiores a los demás! Jacob enmudeció un momento y fijo su mirada sobre las estructuras del Olimpia Stadion. Luego de haberlo admirado durante unos breves instantes, le dijo a Friedrich: -Mira ese estadio, majestuoso, imponente, inspirado en la Roma antigua, en el coliseo y en la ciudad griega de Epidauro, y en la iglesia clásica; es tanto el grado de superioridad que sienten la mayoría de los alemanes, que su líder nazi se jacta en presumir, de manera enfermiza, casi que obsesiva, que estos juegos representan un símbolo de la conquista, como sugiriéndole a los demás, aunque trate de solaparlo con estos juegos olímpicos, que la doctrina nazi, no es como lo percibe en el resto del mundo, no obstante, lo ve Hitler, como un símbolo de insolente arrogancia, pretendiendo hacer pasar por ignorantes, la conciencia de las personas. -Oye, -le dijo a Jacob- se por todo lo que has pasado y créeme, en verdad es lamentable; pero… ¿tu espíritu que siente? ¿Te consideras perseguido o acosado por


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los nacionalistas, tal y como tú lo concibes? -¡Jamás! Pero si me considero acosado y perseguido por aquellos que hacen del nacionalismo una especie de ser superior, inquisidor, representado por un partido que hostiga mediante la dominación y el racismo. Hay nacionalistas que no toman en cuenta el color de la piel o las creencias o las condiciones o las preferencias de otros, a diferencia de los radicales; a esos son a los que hay que considerar unas mierdas. -¿Qué tanto te han hecho para que tengas ese resentimiento? -Indagó- Y te lo pregunto, no porque ignore que es una realidad lo que tú afirmas. Pero en particular, a ti… a tu familia… ¿Qué han hecho los nacionalistas para que te brote el odio que en estos momentos veo en esos hermosos ojos negros? -¡Créeme, mucho!.. A mis padres los despojaron de todo lo que tenían. Éramos una familia judía, muy unida, prospera en este país; de hecho, yo nací en Dresden y me crié allí. Mi padre, de origen Polaco, tenía una acrecentada compañía de transporte; todo estaba marchando muy bien, hasta el punto, que hubo un tiempo en que hasta nos financiaban las bancas alemanas; un día, el régimen posó sus ojos en nuestras empresas y buscó la manera de librarse de nosotros; nos restringieron muchas cosas, expropiaron y arrebataron nuestras propiedades y saquearon la flota de camiones de mi padre, marcaron nuestras casas, como si fuéramos unas pestes. Mi madre enfermó entonces. A mí, me enviaron a casa de mi abuela, lejos de allí. Si no fuera sido por ella, no sería lo que soy ahora. Friedrich mostró un gesto de desaliento y conmovido, le preguntó con la mirada llena de desprecio, no


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hacia Jacob, más bien por todo lo que había o le estaba ocurriendo: -¿Y donde están ahora tus padres? -Ellos pudieron salir de la ciudad, unos amigos lograron llevárselos a Inglaterra, luego allí, abordaron un barco rumbo a América. Una pequeña lágrima brotó de sus ojos. La contuvo para no flaquear nuevamente. -Lo siento en verdad. –Lamentó Friedrich-. ¿Has sabido algo de ellos? -¡Sí! De vez en cuando recibo noticias de mi padre. -¿Y tu madre? –Preguntó- ¿Acaso ella está? -¡Sí! Hace dos años, fue devastador para mí… Mi abuela también falleció, dos meses después, un infarto fulminante mientras dormía, creo que no sufrió. Hice todo lo posible por superarlo. Después de eso, solía llorar todo el tiempo, tratando de encontrar algo que me reconfortara. Mi abuela tenía un jardín de flores en el patio de sus casa, cultivaba rosas de todos los colores, a mí me gustaban las amarillas, me recordaban mucho a mi madre, delicada y tierna, como un brote de una de esas hermosas flores. Jacob hizo un breve silencio porque su voz se había quebrado, tratando de evocar en su mente, todos aquellos bellos momentos. Luego preguntó, en tono inflexible. -¿Me preguntas entonces por qué odio el nacionalismo radical? -Entiendo todo lo que dices. Pero… No todos los nacionalistas somos radicales; aunque… Tampoco todos los radicales son nacionalistas. Yo soy nacionalista, pero jamás comulgaría con el radicalismo.


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¡Eres un tonto! -Señaló Jacob- un precioso tonto… y… nazi, además. A pesar de lo poco que he hablado contigo, se que eres una hermosa persona, orgullosa y pedante, es verdad, es imposible no darse cuenta… ¿Quieres saber una cosa?.. Eres realmente bondadoso. - ¡Gracias por ese cumplido! -No es un cumplido, niño tonto… es una realidad. Se miraron dulcemente, como agradeciéndose uno al otro, haberse cruzado en sus respectivos caminos. -Agradezco que se me haya caído de las manos. -¿De qué hablas? -Del librillo de programación. -Y yo agradezco, habértelo hecho llegar… Pero ahora… ¿Qué piensas hacer? -¡Jacob…debo volver con mi familia! -No quisiera que te fueras aún. –Dijo en tono de suplica. -¡Yo tampoco quisiera irme! Ambos callaron un breve instante… Entonces, algo se le ocurrió a Jacob: -Permíteme un bolígrafo… por favor. -¡Oh, sí! Espera un momento. Friedrich introdujo su mano dentro del chaquetón y sacó la estilográfica, el cual entregó al joven judío, mientras le preguntaba con vacilación: -¿Para qué lo quieres? -¡Espera un momento… Ya verás! Sobre un trozo de papel, escribió algunas cosas, dobló el pequeño trozo lo más que pudo y se lo entregó, mientras le decía: -No vayas a leerlo hasta tanto no llegues a tu casa. Luego rómpelo, es importante que lo hagas. Se despidieron esa tarde con un fuerte apretón de


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mano y miradas profundas. Friedrich caminó a través de la calle hasta llegar a la entrada del estadio, sin voltear hacia atrás, prefirió no hacerlo, porque si lo hacía, comprobaría que aquellos dos dilemas que había expuesto Jacob, acerca del temor de irse o quedarse, podían ser resueltos en ese instante y sin más remedio, tendría que devolverse. Jacob, en cambio, lo siguió con la mirada mientras se alejaba. Una dulce sonrisa, afloró de sus carnosos labios, para luego, también retirarse. El cielo estaba claro. La brisa hacia hondear las banderas, que sobresalían por encima del Olimpia Stadion, al final de la tarde…


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CAPITULO III Una mentirilla blanca Hubo una gran ovación cuando entró la delegación Italiana. Al mismo tiempo entraba Friedrich al Estadio Olímpico luego de haber dejado a Jacob en los extramuros del parque. Los Italianos sorprendieron a todos los espectadores, dejándolos desconcertados. Hasta el señor Falkenhorst se levantó de su asiento para aplaudirlos. Toda la delegación saludó con el brazo tendido, asumiendo, todos los presentes, que tal saludo, era un homenaje hacia el Führer, que desde su estrado, los contemplaba satisfecho. Lo que no sabían, es que la delegación italiana, los saludaba con el acostumbrado ademán olímpico, muy parecido al de los nazis. Henriette Edeltraud con sus ínfulas de gran dama, se mostraba extremadamente furiosa. Llevaba un sobrio vestido que le llegaba hasta más abajo de sus rodillas, apto para el verano, y a pesar de su madurez, realzaba las curvas de su silueta y la hacía lucir elegante y sobre su cabeza, haciendo juego con el vestido, un sombrero de terciopelo con algunas florecitas y plumas, para cubrirse del sol del verano de agosto. Henriette había calado, desde hacía muchos años atrás y con la nazificacion alemana, en lo que se llamó el Gleichschaltung, que se moldeaba al ideario nacionalista. La buena situación económica de la familia, permitía ocupar las mejores posiciones en los grupos de la alta sociedad alemana. Se daba el lujo de llevar a sus hijos a las mejores escuelas y además, apoyaba la política


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de la higiene racial, impulsada por el nazismo y que se basaba en la creación de una nueva raza, nuevos arios. Una de sus premisas, “es mejor perder un hijo, si viene defectuoso o con alguna minusvalía”, le otorgaban cierto aire de irreflexión y de inhumanidad. Su vida estaba estrechamente unida a la política y estaba, en extremo, orgullosa de esos ideales de superioridad. A Friedrich no le molestaba su comportamiento. Si bien, respetaba sus ideales raciales y los apoyaba, sin embargo y debido a su corta edad y poca experiencia, no había tenido mucho tiempo de practicarlas, por lo menos oficialmente, ya que de manera informal, no había desaprovechado la oportunidad de sacarle a más de uno de sus casillas, con aquello de la superioridad de la raza. Pero eso, no era más que el reflejo de lo que le estaban inculcando sus padres. Entre tanto viviera bajo el mismo techo de sus padres, debía amoldarse a sus reglas. Se mantuvo intranquilo el resto de la ceremonia. Casi al final, los atletas suizos desfilaron apoteósicamente, caracterizados por sus movimientos acrobáticos; el abanderado arrojaba la Bandera de la delegación hacia los aires, procurando, con perfecta coordinación, que el asta cayera prolijamente en sus manos. Annika se percató de su regreso a las gradas y lo tomó por el brazo para que se mantuviera en su sitio. -Hermano. –Intervino, de forma irónica-¿Pudiste encontrar los baños? -¡Cállate! Harás que mi madre se enoje aun más. -¡No creas!.. Se la ha pasado toda la tarde discutiendo


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con papá. Dice que no te ha puesto el suficiente carácter. -¡Créeme hermanita… hoy hice lo correcto! -¡Sí! ¡Ya veo! –Señaló ella desdeñosamente-. Si no fuera por ese brillo en tus ojos, diría que lo correcto, más bien, es todo lo incorrecto.¡Por lo menos trata de disimular!.. Tu prometida puede darse cuenta. -De verdad que estás obsesionada… viendo cosas en donde no las hay. Pues… para tu información, no estaba haciendo nada malo. Ya te dije… estaba en el baño. Además, ella no es mi prometida. -No lo dudo querido… pero no es necesario que te exaltes. Recuerda… mamá y papá pueden darse cuenta… ¡Guarda la compostura!.. Había llegado el momento de la salida al campo, de la delegación Alemana con su impecable presencia, avanzando con gallardía y orgullo. Sus inmaculados trajes blancos resplandecían como el sol. El saludo con la mano alzada, enardeció a los presentes que se levantaron y les dieron una fervorosa ovación. El Führer, luciendo su curioso mostacho, los observaba frenético, con un extraño rictus en la mirada, mientras dirigía, algunas palabras a Joseph Goebbels, su jefe de propaganda, que se encontraba a su lado. Friedrich estaba impaciente. No le prestó mucha atención a la delegación alemana, hecho que le pareció extraño a su hermana, tomando en cuenta, lo importante que era para él, la participación de los atletas alemanes. El abanderado de dicha delegación, era uno de sus mejores amigos y este, esperaba que se le glorificara, con los vítores de sus compañeros. Su deseo de abandonar cuanto antes el Olimpia Stadion, lo tenía con el alma en vilo, hasta el punto de


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sofocarlo; solo quería salir corriendo, llegar a casa y leer la nota que Jacob le había entregado. -¡Que dirán esas líneas? –Pensó. Sin embargo, no podía leerlas en presencia de las chicas. Tampoco quería faltar a la promesa que le había hecho de no hacerlo hasta llegar a casa. El se lo había pedido con la mejor de las intenciones, (si él le pidió que no leyera el papel hasta el final, le haría caso). Trataba de buscar una excusa para salir corriendo de allí. Se le ocurrió una genial idea, la que puso de manifiesto de inmediato. -¡Mamá!... ¡Mi estomago!... ¡Creo que las salchichas que me comí me cayeron mal!... Annika lo miró con suspicacia mientras movía la cabeza, presentía, o mas bien sabía, que aquella excusa, era un pretexto para irse. -Algo debió haberle pasado en las afueras del estadio. -Intuyó-.Lo percibió extremadamente diferente. Sin embargo, lo secundó con la condición de que le dijera, absolutamente todo lo que le había ocurrido. Friedrich, para quitarla de su camino, accedió a su petitorio, pero en el fondo, sabía que no le diría nada, no podía hacerlo; algo se le ocurriría posteriormente para despistar a su hermana. Salió a toda prisa, abriéndose paso ante la multitud que ya estaba un tanto desorganizada fuera de sus asientos, ovacionando enardecida, los actos que precedieron al desfile de las delegaciones. Descendió a zancadas las gradas y se encaminó hacia la salida del estadio. Se trasladó rápidamente, en su pequeño deportivo 328 Roadster hasta su hermosa residencia


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en el distrito de Friedrichshain, al este de Berlín. Abrió a toda prisa el portón que lo conducía hacía los jardines que lo separaban de la puerta principal de la casa. Adelheid, el ama de llaves de los Falkenhorst, lo sintió llegar a toda velocidad; abrió la puerta y sin siquiera voltear a verla, subió las hermosas escaleras, todas adornadas con pasamanos de mármol y que conducían hasta su habitación. Ella lo observó de soslayo. Llevaba el corazón acelerado y el trozo de papel lo apuñaba con todas sus fuerzas dentro de su mano derecha. Al entrar a su habitación, tiróse en picada sobre su cama y ansioso, comenzó a desdoblar aquella servilleta, como si lo que estaba escrito en ella, fuera de una relevante importancia. No quería perder tiempo. Sus manos temblaban descontroladamente, lo que le dificultaba desenvolverla diligentemente amen, de que ya estaba humedecida con el sudor que brotaba por sus poros. Al fin, pudo ver de corrido y en cursiva, las letras, plasmadas con sobrado cariño, con la tinta semi removida por el sudor, aunque aun, podían distinguirse. Cerró sus ojos y logró leer lo que decía la nota: “En dos días… a las 5:00 de la tarde, en la

Kurfürstendamm, en el Breitscheidplatz, …Por cierto… tienes los ojos más hermosos que jamás hayan podido ver los mios… Con mucho cariño: Jacob…” Sonrió satisfecho, quizás como nunca antes lo había hecho. Aquella nota, con sus despintadas frases, habían cambiado en él, la percepción de lo que era


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sentirse realmente feliz, además, lo había colocado en un dilema muy particular, difícil por demás: Como discernir y luchar entre la condición natural de su masculinidad esencialmente integra, en medio de las limitaciones que le imponían aquellas ideologías homofóbicas y racistas de una sociedad estrictamente opuesta a ciertos valores, además, inculcada por sus padres, y la inquietante fascinación ante otra persona, con creencias judaicas y encima de todo, de su mismo sexo. Todo esto había despertado en él, sensaciones que hasta ese momento, nunca antes había experimentado. Quizás, era la primera vez que esa clase de sentimientos eran considerados, hasta el punto hacerlo querer gritar o llorar. Pensó en Elisa, en sus padres, en su hermana. Pero sin embargo, no quiso, muy resueltamente, dejar que esos pensamientos le arrebatara aquel sentimiento extraño y peculiar, que lo hacía sobresaltar. Prefería dejarse llevar por el arrebato, la embriaguez y la llamarada que lo estaba quemando por dentro, por ese vértigo exquisito que estaba manifestando su corazón; solo sabía que era feliz y eso era lo que realmente le importaba. Descubrió, ese día, que habían otros sentimientos, muy distintos de aquellos convencionales y que se tornan aburridos frecuentemente. Tomó el trozo de papel y lo aprisionó con todas sus fuerzas contra su pecho, en donde aquellas palabras, se quedarían plasmadas para siempre. Luego, se quedó dormido, con una sonrisa dibujada en los labios. Parecía soñar con aquel mágico momento, con la brisa


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que hizo deslizar el librillo de programación hasta las manos de aquel chico judío, el de los negros ojos e inquisidores, pero dulces y profundos como tizones de fuego que queman el alma y que tuvo la buena fortuna, de cruzarse con los suyos. Annika entreabrió la puerta de la habitación; no había olvidado la promesa hecha por Friedrich de contarle lo ocurrido en el exterior del Olimpia Stadion. Lo encontró dormido, por lo que no quiso molestarlo; entró, le quitó los zapatos, puso una cobija sobre su cuerpo y lo dejó tranquilo, para que siguiera soñando.


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CAPITULO IV

Una aventura en la kurfürstendamm 03 de agosto de 1936 A las 04:30 de la tarde, condujo su pequeño deportivo hasta la avenida Kurfürstendamm. Lo estacionó no muy lejos de Breitscheidplatz, donde se alojan los más famosos cafés del cotidiano Berlín. No quiso descender del auto en espera de que dieran las 05:00 de la tarde, un poco para no llamar la atención por la masiva presencia de uniformados que patrullaban los alrededores, manteniendo según ellos, el orden durante la celebración de los juegos. En realidad, transitaba gente de todos los estratos sociales, creencias y sentimientos… Friedrich había dispuesto los espejuelos del deportivo en diferentes perspectivas, a manera de tener una mejor visión desde el interior. A las 05:10 de la tarde distinguió, entre la muchedumbre, a aquel chico que lo había deslumbrado hace apenas dos días antes. El joven, también se mostraba desorientado, rebuscando entre el torbellino de personas que se agitaba por los alrededores. No sabía, hasta entonces, que Friedrich se encontraba en el interior del auto, estacionado en uno de los extremos de la Kurfürstendamm. Friedrich pudo avistarlo desde el espejuelo y rápidamente, abrió la portezuela. -¡Jacob!... –Gritó, emocionado, tratando de reforzar


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un tanto, el timbre de su voz. El chico lo pudo divisar desde donde se encontraba. Acercóse rápidamente y con cara risueña, hasta donde había estacionado el auto. -¡Sube al coche! -Le indicó, un tanto ansioso. -¿A dónde pretendes llevarme? –Interpeló el chico judío. -¡No lo sé!.. Tú fuiste quien me invitó. Te toca a ti elegir el lugar, pero no elijas ningún sitio en donde no podamos estar solos tú y yo. -Suena muy tentadora tu idea. –Dijo-. Podrías dejar el auto aquí, donde tengo pensado llevarte no está muy lejos, solo a unos cuantos metros de este lugar; si quieres podemos caminar hasta allá. -¡No hay ningún problema Jacob! Caminar contigo, sería el más plácido de mis deseos. Hoy soy totalmente tuyo… -Le dijo con toda intención. -¿Has ido alguna vez al Marmorhaus? -¡Si, por supuesto! Solía ir a ese sitio con mis amigos. Ahora no lo frecuentamos mucho por la inestabilidad de estos últimos meses. Hoy no estaré con ellos, no me interesan. Solo me importa estar a tu lado, sin más compañía que tu adorada presencia. -¡Es un teatro hermoso… imponente! Tan imponente como tus ojos.


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-¿Y que dan hoy? -¡Weiberregiment! –Respondió Jacob entusiasmado -¿De qué trata? -Te va a gustar mucho. Es una comedia basada en una de las obras de Anton Hamik. ¿Lo conoces? -He oído de sus obras. - Se trata de una chica enamorada de un chico rebelde… Aloise, quien se enamora también de ella. Pero, si te la cuento ya no tendrá gracia. -¡Tienes razón; si me la cuentas ya no tendría chiste. -¿Quieres comer algo antes de entrar, o llevar algo para comer dentro, o comer después que salgamos? -Prefiero que llevemos algo para comer dentro, pero yo pago las golosinas.-Insistió. -Como tú quieras, chico nazi. El Marmorhaus está ubicado en el distrito de Charlottenburg, en Kurfürstendamm, frente a la iglesia Memorial Kaiser Wilhelm. Tenía una imponente fachada de mármol blanco traído desde la región polaca de Silesia, muy hermosa en realidad. Cobijaba un ambiente íntimo y acogedor, muy apropiado para que los dos jóvenes, disfrutaran de la mejor velada. El edificio, de varios pisos, contaba con un acogedor vestíbulo coronado con una majestuosa cúpula


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enchapada en oro, una gran sala y un hermoso pasillo de cristal, que sube desde los cuatro tramos de escaleras hasta el último piso; paredes en caoba y unas hermosas pinturas y esculturas elaboradas por los mejores artistas de la época. En realidad, a Jacob no podía habérsele ocurrido una mejor idea. Se sentaron en los mejores asientos, en donde se proporcionarían del lujo de una pizca de intimidad. La película estaba por comenzar, mientras tanto, cruzaban sus miradas. El impulso los llevó a tomarse de las manos, entrecruzando fuertemente sus dedos. Friedrich apretó sus ojos un tanto intimidado, pero luego, los relajó notablemente deleitándose de aquella sensación confortante que estaba sintiendo en ese momento, de aquel divino calor corporal que lo hacía sentir tranquilo. Jacob, por su parte, se extasiaba al oler sus manos. El perfume que cargaba, lo seducía completamente. Al fin, comenzó el rodaje. Durante 80 minutos disfrutaron de la velada. Al concluir la película, salieron los dos, sonrientes y satisfechos, comentando los pormenores de la trama. -Me encantó Rosl… Señaló Friedrich-. Me identifiqué mucho con ella… Esa chica sí que era rebelde, enfrentarse a esos estúpidos borrachos, desobedientes y mal agradecidos, incluyendo a Aloise, quien tampoco se la merecía, a mi parecer, es digna de admiración. Las mujeres si que supieron hacérsela a los chicos. -Se lo tenían merecido. –Señaló Jacob-. Yo adoro a la tía Cilli; ella sí que las tenía en su lugar; mira que incitar a las demás mujeres del pueblo para que la


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ayudaran a luchar con la rebeldía de esos tipos. Yo me identifico más con ella que con Rosl. Sin embargo, me hubiese gustado que se casara con Ignacy… de no haber sido por ese sirviente, Korbinian… quien encontró la carta que la tía Cilli le quería enviar a su hermano, Rosl se hubiera casado con él. -¿Tú crees? -Preguntó Friedrich. -Tal vez. Pero esas cosas no pasan en la vida real. Hoy en día las mujeres están relegadas a otras cosas, al trabajo en las fábricas. Siempre están sometidas a sus patrones. -Bueno Jacob, pero no todos los patronos son así, además, en algún lugar, debe existir alguna mujer como Rosl o la tía Cilli. -Si lo sé. -Asintió el chico-. Al igual que en algún lugar tenía que existir el tesoro mas valioso… Yo tuve la suerte de encontrarlo. Pero te aseguro, que aquí en Alemania, no encontrarás ni lo uno ni lo otro, bueno, es que ya fueron encontrados. ¿Por cierto, como te consideras tu en una escala del uno al diez? ¿Rebelde o sumiso? -Creo que algo de las dos cosas, cinco y cinco. -Respondió con cierta vacilación-. Pero podría adivinar en que escalas estarías tú. -¿En verdad, crees que podrías ubicarme en la escala precisa? -¡Definitivamente… si! -Dime… ¿en qué escala estoy según tú apreciación? -Te daría un diez en rebeldía. – Aseveró Friedrich-. Creo que sí, reiteró, definitivamente eres como la tía Cilli. Jacob, ante aquella ocurrencia, no tuvo más que


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echarse a reír. Entonces, con unas dulces palabras, le dijo a su compañero - ¡Ya veo que me estas conociendo muy bien! Sus ojos se cruzaron entre sí y no hubo necesidad de decir nada. Friedrich presentía que aquel chico Judío, con hermosos ojos negros y largas pestañas, lo defendería ante cualquier circunstancia; en él sentía aquella confianza que tanto anhelaba y que no había sentido nunca por nadie. Recorrieron la Kurfürstendamm, mientras conversaban placenteramente. Se detuvieron a admirar la hermosa iglesia conmemorativa del Kaiser Wilhelm; luego, hicieron un recorrido por las exposiciones del jardín zoológico del Wilhelmshallen. Admiraron algunos centros comerciales y luego, se instalaron en un café a libar algunos tarros de cerveza. Charlaron de muchas cosas. Sus ojos, parecían estrellas que titilaban bajo el efecto de la bebida. Ya pasadas las 10:00 de la noche, Jacob le sugirió que debían irse. Sin embargo, las negativas de Friedrich, se hacían cada vez, mas reiteradas-. Conducir ebrio a estas horas es muy arriesgado! –Dijo. Los tragos ya estaban surtiendo su efecto embriagador.- ¿Me estas echando de tu lado? Creo que te diré que no quiero aceptarlo –objetó- aun no estoy preparado para quedarme solo. No estoy borrrachjooo, me entiendes… compañero. Observa mis movimientos -dijo, mientras se sostenía de un solo pie- estoy tan sobrio como una lagartija. Así que no permitiré que me dejes ir, por culpa de la cerveza. Jacob lo miró con gracia. - ¡Qué comparación tan atípica! - Manifestó mientras reía- Hasta ahora he sabido que las lagartijas gozan


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de un superior estado de sobriedad. -¡No te burles Jacob! –Refunfuñó el otro joven mientras agitaba el tarro de cerveza. No es que haya visto a una lagartija ebria… Solo era una alusión metagórica! -¡ja… ja…ja!... Si pudiera entender que cosas pasan por tu cabeza. No sé si en realidad estás consiente del significado inexistente, por cierto, de esa palabra, ni tampoco sabré si alguien podría entender tus ocurrencias. Jacob disfrutaba de esas ocurrencias. En realidad, la estaba pasando divinamente junto a él. Lo miraba y admiraba su tierna inocencia. Deseaba con todas sus fuerzas, abrazarlo contra su pecho. -Es una comparación…tonto…-Repetía una y otra vez, tratando de hacerse entender, pero mientras más hablaba, menos eran entendibles sus palabras-. ¡Metagoriaa!...¡Metagorica!...¡Bueno…amigo mío!... Quise decir, que tampoco he visto una lagartija ebria… es decir, pasada de tragos… -¡A menos que la hayas invitado a tomar cerveza!… Señaló Jacob-. Pero… ya deja en paz a las pobres lagartijas. -Lo que quise decir…en realidad, es que no…no estoy ebrio…y esos probes animalitos, tampoco lo están…por lo menos que yo sepa… Jamás las he visto merodear por estos lugares tan pecaminosos. -¡Ahora eres tu el que te burlas de mí! Déjame recordarte que una persona sobria, no dice metagórica en vez de metafórica... ni probe… en vez de pobre... ¿Estás consciente de lo encantador que te pones cuando se te traba la lengua? -Jamás había hablado tan claro como ahora, mi


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amor… No me tildes de iliterato. Amigo, quizás la cerveza se me ha ido un poco a la cabeza, lo acepto, pero no es para tanto. De algo estoy seguro señor judío príncipe…príncipe judío, pues que se yo…señor Goldblum…si sigue aproximándose así, seguramente en los próximos segundos, le robaré un beso. Ambos exhibían lo mucho que se amaban, se mostraban seducidos el uno por el otro, con sus ocurrencias y tonterías de niños, con inocentes ilusiones y juegos tontos. -La noche aun es joven, Jacob; quedémonos un ratito. Me da temor irme a casa y estar en otro espacio, con otras personas, en donde no estés tu… pensar en no poder respirar el mismo aire me exaspera. Creo que ya es muy tarde para tener que dejar de hacerlo… -Lo sé…yo me siento igual… Pero recuerda que tal vez tus padres están preguntándose en donde andarás metido y debemos hacer las cosas de la mejor manera posible. No podemos colocarnos en una situación en donde la inmadurez y la insensatez nos dominen. -¡No me digas que me valla, te lo pido! –Deja que yo tome esa iniciativa- Me siento tan a gusto a tu lado. - Igual yo –dijo Jacob mientras acariciaba tiernamente, los flequillos desordenados sobre su frente-. Debemos ser prudentes. Además, tenemos tiempo de sobra para estar juntos. -Te estás poniendo como mi madre. –Reprochó apaciblemente el joven Friedrich-. Siempre diciéndome que hacer… Volvieron a reír. - ¡Me voy si me acompañas…Jacob! - ¿A tu casaa?... ¿Te has vuelto loco? ¿Si tu padre me ve llegar contigo, ni me imagino que pudiera ocurrir.


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-Bueno, no digamos que hasta mi casa, pero por lo menos, déjame llevarte a la tuya… -En verdad… sí que eres testarudo… jovencito. -Los nazis somos así… testarudos. Hubo risas. -Fue un día espléndido chico nazi. -¡En eso, si te doy la razón! Se subieron al auto. De momento, no lo echó a andar, lo mantuvo encendido unos instantes para charlar y contemplarlo un poco más, aprovechando la intimidad que les brindaba el interior del coche. Jacob, lo tomó de las manos y las acercó a sus mejillas, luego las besó muy tiernamente… Aspiró hondamente y le dijo una vez más: -¡Hueles tan rico… mi amor! -Pues entonces, te regalo mi olor. Entre miradas discretas y dulces, fueron acercándose hasta rozar levemente sus labios. Calladamente y después de un hondo suspiro, Friedrich decidió dar marcha al auto. En el trayecto, Jacob de manera furtiva, le fijaba la vista de hito en hito, admirando y detallando pícaramente sus más mínimos gestos. Friedrich se percibía nervioso ante aquellas escondidas e insinuantes miradas. Se volvía de vez en cuando, para contemplarlo también, a veces de reojo y se sonreía de manera disimulada; pero el otro joven, de manera intencional, giraba la cabeza hacía la ventanilla para no ser atrapado mientras lo espiaba; sin embargo, muchas veces durante el camino, coincidieron sus miradas; aquel momento, mágico por demás, se había convertido en un juego de inocentes miradas, llenas de hermosos sentimientos.


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Realmente fue un mágico día y en un último y apasionado beso, Friedrich dejó en la puerta de su casa a su querido Jacob. Después de ese día, se vieron, en tanto podían en diferentes oportunidades; iban al teatro, caminaban por las plazas, se sentaban en los puestos de cafés que se extendían al aire libre por toda la Kurfürstendamm. En una de esas locas aventuras de enamorados, algún tiempo después de haberse conocido, llegaron hasta Dresden, la ciudad natal de Jacob y admiraron los valles del Elba, visitaron las hermosas montañas del mineral, a petición por cierto, de Friedrich, quien aprovechó la oportunidad de recolectar algunas rocas y algunos estratos de mineral de hierro, cobre y granito, así, como algunos fragmentos de plata y de plomo, que se podían encontrar por aquellos montes. En otra ocasión, después de algunos años, recordando ese viaje, Jacob le escribió a una hermosa carta que decía: Berlín, 3 de septiembre de 1939. Mi amado Friedrich… Nuestra estadia en Dresde, mi tierra natal, fue una de los acontecimientos más hermosas y felices que haya podido imaginar… Allí, te entregue mi corazón, mi mente y mi cuerpo, con tal encantamiento, que hasta el día de hoy, no he podido olvidar, a pesar de lo triste que representó haber visitado la tierra en donde nací y crecí junto a mis padres. En verdad, en Dresde, junto a mi chico nazi… junto al ser que más he amado en mi vida, terminé por curar aquellas heridas que habían dejado en mí, aquellos acontecimientos. Gracias por estar a mi lado, y en donde quiera que estés, en este momento, te agradezco que hayas aparecido en mi


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vida. Sé que pronto nos reencontraremos. Pd... No he podido sacar el anillo de mi dedo, tal vez, cuando adelgace un poco más de lo que estoy, debido a la falta de alimento en estos últimos meses, pueda zafarse por si solo;. Entonces, te lo devolveré, porque te pertenece a ti. Te aseguro que ese anillo guiará tus pasos hacia mí y sabrás en donde estoy, y me rescatarás. Gracias mi adorado Nazi, por aquel día en Dresde… Te amo con todo mi corazón… Jacob


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CAPITULO V Dos cartas inconvenientes… Habían transcurrido varios días sin que Jacob y Friedrich hayan vuelto a concretar un nuevo encuentro. Soplaban vientos de guerra y exponerse en esas circunstancias, no era precisamente lo más recomendable. Los prejuicios y la intolerancia, parecían estar imponiendo sus reglas; estos escrúpulos absurdos los separaban y por más que lo deseasen, no podían correr ningún riesgo. La policía estaba por doquier, hurgando en todas partes y acechando a todo el mundo. Los nazis habían radicalizado las aprehensiones de homosexuales y judíos esos últimos días. Era impensable que los chicos propiciaran un nuevo encuentro. Pero la irreverencia, la rebeldía de la juventud y el arresto de dos alamas enamoradas, suelen ser testarudas. Una última carta, había sido enviada por Jacob esa semana. En ella le pedía que quería verlo nuevamente. A pesar de los riesgos que esto podía ocasionar, le pedía reencontrarse con él, en el Café Romanisches el 18 de marzo de 1939. No lograron ubicar otro lugar que les brindara un mínimo de seguridad, no es que ese reuniera los requisitos mínimos de resguardo, ese café, según ellos, y en verdad que nada estaba más lejos de semejante estupidez, denotaba ser el más obvio, por lo tanto, el menos suspicaz. En aquellos sitios que más saltaban a la vista, las sospechas eran menos probables; el Romanisches pudiera ser, según sus apreciaciones, el último sitio en donde incursionarían los nazis; pero esas, eran meras figuraciones. Lo cierto de todo, es que ningún lugar, definitivamente, brindaba el más minimo grado de seguridad. La obstinación y la


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insensatez de los chicos, los había llevado a ese grado de inflexión y debían afrontar las consecuencias que esto pudiera acarrearles. Nikolaus Falkenhorst le había exigido a Friedrich, que tenía que alistarse. Estaba haciendo las gestiones para ubicarlo en un puesto importante dentro de la administración gubernamental, para que fuera puliéndose y relacionándose con los círculos del gobierno. A él le interesaba que su hijo, ostentara algún día, un buen cargo dentro del entorno privilegiado del Führer. Ante la renuencia del chico, su padre no tuvo más remedio que hacer que el gobierno lo obligara, de una manera muy simpática, a presentarse lo más pronto posible, a asumir un cargo dentro de la administración. El 13 de marzo de 1939, Friedrich recibió la carta de manos de un amigo de Jacob, se mostró extremadamente preocupado por no saber en donde se encontraba su joven amor, tampoco quería, que se expusiera tan abiertamente, al peligro imperante en las calles de Berlín. Su intranquilidad se acrecentó al tener que aguantar las presiones de su padre ante su deseo de que trabajara dentro del gobierno. Le había llegado, además, una impertinente misiva, invitándolo muy cordialmente, a que en pocos días, debía presentarse en una de las oficinas administrativas del Tercer Reich. Jacob le había escrito aquella carta, comunicándole la gravedad de la situación y proponiéndole a todo riesgo, esa última cita: Berlín, 13 de marzo de 1939. Mi adorado Friedrich,


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En estos días no he podido dormir tranquilo pensando en las cosas que están ocurriendo. Ya he tenido que cambiar de residencia en varias oportunidades, y a donde quiera que me oculto, no permanezco mas de una semana por el temor a que me localicen y me hagan prisionero. Quiero que sepas que pase lo que pase, siempre estaré contigo, aunque sea en mis pensamientos. Quisiera verte, aunque es muy arriesgado hacerlo en estos momentos; no obstante, el riesgo lo vale, porque te amo tanto, que no me importaría lo que pueda ocurrirme, tan solo por verte una vez más. Me estoy volviendo loco por tanto silencio, al no escuchar tu voz…extraño tus ocurrencias y tus risas de niño loco, creo que ya no puedo vivir sin esas bobadas tuyas. Hay movimiento de tropas, he escuchado que se dirigen a Checolosvaquia. No sé cuanto más dure esta situación. Pd… El 18 de marzo a las 02:00 de la tarde, te espero en el Romanisches… Aunque sé muy bien que no te gusta ese lugar. Te amo…mi adorado nazi… Jacob… Annika lo vio salir a toda prisa de la casa. Le sorprendió verlo tan excitado y extremadamente perturbado. Puso en marcha el auto de manera desaforada, llevándose por delante, una de las bardas de madera que bordeaban el jardín. Sorprendida ante tal comportamiento, se preocupó notablemente. Entonces, no tuvo otro remedio que aprovechar la oportunidad para encaminarse hasta la habitación del chico con el fin de indagar alguna pista que le diera visos de lo que estaba ocurriendo con él. No dejaba de pensar en todas las posibilidades. Un sinfín de cosas pasaron por su mente.


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Una vez en la habitación, comenzó a hurgar entre sus cosas. Registró las cómodas, las gavetas de las mesitas de noche, removió la ropa que tenía organizada dentro de los armarios, en fin, inspeccionó absolutamente todas sus pertenencias, esperando encontrar algo que le indicara lo que estaba ocurriendo. Levantó, por último, el pesado colchón de la cama y allí debajo de éste, encontró una gran cantidad de cartas muy bien organizadas y amarradas con un cordoncillo azul, todas remitidas por un tal Jacob Goldblum. Especialmente le prestó atención, a la que fue recibida ese mismo día, 13 de marzo de 1939 y que estaba aparte de las demás. Echó un vistazo hacia la puerta y procedió a abrir el sobre. Sacó el manuscrito y comenzó a leerlo. Su sorpresa, fue súbita y desconcertante, algo decepcionante, tomando en cuenta el régimen bajo el cual habían sido educados: con los más altos valores de rectitud y moralidad, sin contar por supuesto, con aquellos prejuicios hacia los menos que nadie. ¿Cuál sería la reacción de todos esos aduladores y propulsores de la pureza racial si aquellas cartas cayeran en sus manos? ¿Qué pensaría papá? ¿Qué pensaría mamá? ¿Cuál sería la reacción de aquella sociedad prejuiciosa, donde el menosprecio y la persecución hacia personas consideradas inferiores constituyen lo más preponderante, si saliera del seno familiar aquella verdad? ¿Qué ocurriría entonces? - ¡Oh por Dios! No quisiera imaginármelo. –Murmuró, horrorizada. Sentóse un instante en la cama, meditó unos segundos buscando entender las circunstancias que la habían


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tomado por sorpresa. Entonces, comenzó a llorar desenfrenadamente. Sin embargo, luego de unas cuantas lagrimas, optó por recuperar la calma, no podía pre juzgar a su hermano, debía esperar a que él le explicara tantas cosas. No sería justo sentenciarlo de buenas a primeras, era sangre de su sangre y lo amaba. De momento y por extrema consideración, prefirió colocar la carta en su lugar y salir a toda prisa de la habitación, antes de que Friedrich regresase y descubriese que estuvo removiendo sus cosas. De todas formas, había tomado la determinación de hablar con él ese mismo día. Pensó en esperarlo para aclarar las cosas. Quizás, aquella carta, había derrumbado el concepto que tenía de él como hombre, pero no sus sentimientos; algo dentro de sí le decía que debía comprenderlo. Pensó por todo lo que debía estar pasando. Tener que ocultar aquella situación, sentirse presionado por una sociedad hostil ante unos preceptos estúpidos, aferrarse a un sentimiento extraño, anti-natura, por demás, inconcebible para todos, hasta para él mismo. Lidiar con todo eso, él solo y tener el valor de defenderlo con todas sus fuerzas, ya era demasiada carga. Esto permitió que su admiración se acrecentara enormemente; consideró entonces no dejarlo solo; no podía abandonarlo en esa circunstancia. Sabía que sus padres jamás lo apoyarían y ella, al fin y al cabo, estaba dispuesta a respaldarlo. Decidió entonces, aguardar y hacerle saber podía contar con ella. Eran las 04:30 de la tarde. Friedrich no se presentó a la hora del almuerzo. Esto le causó preocupación, considerando lo mal que debía estar sintiendose.


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Además, sus padres estaban extremadamente molestos. -¡Nikolaus, tienes que hacer algo con ese hijo tuyo! –Decía con estridente voz, Henriette, mientras sostenía en sus manos, el ovillo de lana y el bastidor de bordado.- Tienes que exigirle que siente cabeza. No puede andar por allí, sin hacer nada. Menos mal que pronto estará trabajando donde se merece. Allí se hará un hombre regio, como su padre y digno representante de la estirpe Alemana. Ya es hora que ese muchacho, siente cabeza. A las 09:05 de la noche, Annika lo escuchó llegar en su auto. Se apresuró a encontrarse con él antes de que entrara a la casa. Este, la notó en extremo, perturbada. No se imaginaba lo que estaba a punto de vivir. -¿Qué ocurre, hermana? –Preguntó sorprendido-. ¿Qué haces fuera de la casa a estas horas de la noche? -¡Lo mismo te pregunto a ti! –Murmuró ella en voz baja-.Vamos a tu habitación… No más mira cómo estás. Debemos hablar algo muy importante. -¿Qué ocurre? -Volvió a preguntarle-. ¿Otra vez mi madre se puso intransigente? -¡Shsss! ¡Cállate! ¡No quiero que nos escuchen! ¡Subamos, que es importante lo que tengo que hablar contigo! Ambos entraron a hurtadillas, subieron las escaleras y entraron al cuarto. Annika se ubicó en un extremo de la cama. -¡Ven…siéntate a mi lado! –Indicó, mientras le daba palmaditas al colchón, indicando que era allí que debía sentarse.


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-¿Qué está ocurriendo? ¡Ya me tienes intrigado! -Señaló él, mientras se sentaba a su lado; luego, contuvo la mirada fija hacia el techo, meditabundo, a la expectativa por lo que su hermana iba a decirle -¡No pasa nada! -Respondió ella, tajante-. ¿O sí?.. ¡Tú… explícame! –Dijo, con mirada acusadora. No es que en realidad quisiera acusarlo, en lo absoluto. Estaban acostumbrados a ese tipo de confrontaciones. -¿Explicarte queé?… ¡No te entiendo! –espetó, volviendo su mirada hacia ella, revelando impaciencia en su actitud. -¿No tienes algo que decirme? –Preguntó ella sin inmutarse, como para no agobiar aun más a su hermano. -¡No lo seé!.. ¡Dime tú!.. ¡Me dijiste que querías hablar conmigo! -¡Shsss!... ¡Calla!... Es solo que… -¡Habla por favor… no te quedes callada! Ella cerró los ojos. Quizás, en ese efímero instante, en que los contuvo cerrados, miró en retrospectiva, lo feliz que habían sido durante su infancia, sus juegos, sus peleas de niños, su admiración hacia él por ser el único varón con quien podía darse nos buenos golpes y a quien acudía cuando necesitaba que la defendieran. En él, había volcado toda su admiración. Todos esos pensamientos, asaltaron su mente y la tenían apesadumbrada. Sin embargo, debía mantener la fortaleza que la caracterizaba. Ya lo que había descubierto…estaba en la mesa, solo tenía que servirlo. -¡No sé cómo comenzar! –Señaló. -¡Pues, por el principio! –Dijo él, mirándola, exasperado. Sus azules ojos se veían apagados y enrojecidos,


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señal de que había estado llorando durante largo rato; además, revelaba extremo cansancio. Había estado recorriendo la ciudad desde tempranas horas del día. -¿No crees que sería lo más sensato que empezaras desde el principio? -Recalcó. -¡Está bien!...-Asintió ella. Espero tener la fuerza para soportar lo que ha de venir. Hizo una breve pausa y suspiró profundamente. -¡He leído la carta!.. -¿De qué diablos hablas? Preguntó el joven, impasiblemente -. ¿De qué carta me estás hablando? -¡De la que está justo debajo de nosotros! -le dijo. Volvió a dar palmadas al colchón, como para identificar el lugar al que estaba haciendo alusión. -¡Aun sigo sin entenderte! Ve al grano, Annika. Te he dicho que no me gustan los juegos de palabras. Además, estoy totalmente agotado como para escuchar tonterías de niña caprichosa. -¡Pues!.. Señaló ella, mientras carraspeaba. –Vas a tener que sacar fuerzas de donde no la tienes para escucharme. -Está bien, te escucho…Dime de una vez. -¡He leído la carta! – Musitó ella, sin atinar a imaginarse la reacción que pudiera adoptar Friedrich al saberse descubierto.- La de Jacob… -¿Queé? -La de Jacob Goldblum! –Repitió ella. Friedrich sintió palidecer. Se vió tremendamente sorprendido. De improviso, se levantó de la cama, se mantuvo en pie mientras que con la mirada, observaba nerviosamente, a donde sabía que había guardado aquellas cartas, las cartas que desde


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hacía algún tiempo, había estado recibiendo de su enamorado. Su cuerpo se heló, la vena de su frente se abultó exageradamente, rasgo característico de los Falkenhorst cuando se sienten presionados o bajo altos niveles de adrenalina. Su corazón comenzó a palpitar irregularmente. -¿Has estado hurgando entre mis cosas? -Reprochó adustamente. -Ese no es el punto y perdóname por haberlo hecho… -Se excusó-. No tenía otra opción; era la única forma de saber que estaba pasando contigo. Te he notado muy extraño estos últimos meses, hoy particularmente. Has llegado al límite del sobresalto; has corrido con la suerte de que papá y mamá no se hayan percatado de tu comportamiento. No tuve más remedio que venir a tu cuarto a buscar pistas y… Mientras daba explicaciones, se levantó de la cama, tomó el colchón por el extremo y lo alzó. -Encontré esto.-Agregó, tomando la carta y mostrándosela al chico, sin dejar de mirarlo a los ojos. Friedrich le arrancó el sobre de las manos, le dio la espalda mientras batía los brazos con disgusto. Pensó, en ese instante, que quizás había cometido una torpeza haberlas dejado en un lugar tan obvio. Jacob, siempre le advertía que debía romperlas una vez las leyera; pero sin embargo, prefirió guardarlas; no las rompería; eran las cartas del ser que mas amaba en su vida. De igual manera, reconoció que fue una torpeza haberlas dejado en ese lugar, su madre pudo haberlas encontrado primero. Sobresaltado, colocó las manos sobre su cabeza, oprimiéndola firmemente. Volvió la mirada hacia su hermana y le dirigió unas palabras, haciendo un


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descomunal esfuerzo para serenarse: -¿Entonces ya lo sabes? -¡Sí! -¿Qué tanto? -Lo suficiente como para darme cuenta de lo que está pasando entre tú y ese chico judío, o peor aún, de lo que está pasando dentro de ti, quien sabe desde hace cuanto tiempo. -Muy bien, hermanita –dijo- ¿Y…ahora que piensas hacer? ¿Se lo dirás a nuestros padres? ¿Les revelarás todo? ¿Serías capaz de delatarme? -¡No me hagas tantas preguntas a la vez! Entiende que yo también me siento abrumada. Eres mi hermano mayor, el segundo hombre de la casa aparte de papá y… ahora… -¿Ahora queé? –Interrumpió agobiado, mientras que acentuando el tono de su voz, en un arrebato que terminó por estallar, profirió: -¿Qué soy homosexual, que estoy enamorado de otro hombre y que para colmo de males, ese hombre es Judío y yo soy un acérrimo adepto al régimen nazi y que por consiguiente, él y yo somos una aberración y una vergüenza para la gente, para la familia y para el Führer? ¿Qué amar a otro chico me quita el titulo de hombre, en toda la extensión de la palabra y que debo ser exterminado, por consiguiente? Annika, ante su impotencia por no saber qué hacer, ante el trago amargo por el que estaba transitando su hermano y ante el desespero por querer ayudarlo de cualquier forma posible y no tener a la mano los medios para hacerlo, por lo menos de manera inmediata, solo atinó a decir, mientras rebuscaba una


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forma más eficaz de calmarlo: -¡No pienses así! Yo te querré aun si eres mariquita. -No le veo el chiste. -Friedrich, por favor, no te castigues. Solo estás logrando que las cosas se vean más difíciles. Vamos a asumir todo esto y que pase lo que tenga que pasar. En un arranque de violencia y como para desahogar sus ansias, golpeó, con su mano cerrada, la mesita de noche que estaba de lado de su cama, tirando al piso, algunos objetos que estaban sobre esta. Esto, causó un estrepitoso ruido que sobresaltó a la chica. -Friedrich, hermano –espetó ella- papá y mamá pueden estar escuchándonos. Se encaminó hacia la puerta de la habitación, la entreabrió para asegurarse de que todo estaba en calma y luego de ver que todo estaba bien y que nadie se había despertado, volvió a cerrarla. -¿Qué harás hermana? –Preguntó, un tanto más calmado el chico. Tal vez, el golpetazo que le propinó a la mesita de noche, había permitido que se canalizaran sus energías acumuladas. -¡Puedes estar tranquilo! –Le respondió ella-. No puedo juzgarte, aunque me duele y es natural. Siempre creí en algo que…pero nunca pensé que… En fin… No lo haré, no te delataré; tu secreto estará a salvo conmigo. Friedrich la observó en silencio, como buscando un resquicio de verdad en aquellas palabras, y lo había encontrado. Comenzó a confiarle, el secreto más importante de su vida. Sin embargo, para que ella lo dejara por sentado, le preguntó: -¿En verdad puedo confiar en ti? ¿No me lo estás diciendo para que yo me tranquilice? –Sollozó,


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mientras la tomaba por los antebrazos, sacudiéndola levemente. Volvióse a sentar sobre la cama, justo en el extremo donde estaban las cartas. Acariciaba, con un gesto de pesadumbre, el lado del colchón donde mantenía guardadas aquellas misivas. Su hermana lo observaba conmovida, sin saber qué hacer. No fue su intención haberlo hecho pasar por ese trance tan incomodo. Corrió para abrazarlo y tratar de brindarle consuelo. Lo apretó fuertemente y lo recostó de su regazo. -Han pasado muchas cosas en mi vida, hermana… -Reveló, sollozando-. Espero que no me juzgues por esto. Recuerdo cuando aun éramos niños. Tú solías decirme que yo era como un héroe para ti, un personaje de aquellas leyendas de la mitología. Me decías… -hizo una escueta pausa, tratando de ahogar el llanto- …me decías, que yo era como Hércules y que mi fuerza te protegería de aquellos pájaros de metal que te asaltaban en tus pesadillas. La joven sonrió conmovida. No se había percatado de lo tanto que habían crecido. Sintió melancolía por aquellos momentos de niñez, aquellos a lo que hacía alusión su amado hermano. Las palabras del chico, se ahogaban con el llanto que casi no dejaba pronunciarlas. A ratos se tranquilizaba y podía expresarse con mejor claridad, pero luego, volvía a descomponerse. -Jamás pensé sentir esto –atinó a decir- y tener que sufrir tanto al mismo tiempo… Perdóname si te decepcioné.-Se sinceró con ella. -¡No digas eso Friedrich. Sabes que jamás me decepcionaría de ti. Eres mi hermano y te amo, sea


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como sea, te amo. Nunca te juzgaría por nada. -¡Lo siento! ¡Lo siento!.. Estoy desesperado hermana. No sabes cuanta impotencia siento, por lo que me ocurre, y por ti, por mamá, por papá, por Elisa y por… Jacob. Estoy al borde de la desesperación. -No debes desesperar. –reprendió ella-. Las cosas siempre ocurren por una causa. Créeme, entiendo por lo que estas pasando. Debiste haber confiado en mí desde el principio y contarme aquello que tu sabes. Imagínate si mamá y papá hubiesen advertido algo. -¡Lo sé!… ¡lo sé!… ¡lo seé!…Todo ocurrió tan rápido, sin esperármelo y ya ves hasta donde ha llegado. Pensé que el amor era algo maravilloso pero… aunque siento que no lo es, por lo mucho que he tenido que pasar…pienso, y vas a creer que estoy loco, que es lo más hermoso que existe en el mundo. Parece contradictorio, pero en mi caso, pese a que se ha convertido en un verdadero tormento, no me arrepiento de haberme enamorado de ese otro chico. El es inigualable, tendrías que conocerlo para que te des cuenta de lo extraordinario que es; en verdad me ha sabido valorar y me ama. Pero ahora estamos en una incertidumbre y para vernos, tenemos que hacer cosas que jamás hubiese imaginado hacer. Estamos atrapados dentro de estas absurdas ideas y prejuicios, que se yo; ¿a quién se le ocurre semejante estupidez? Ella lo miró compasivamente. Luego dijo: -.Pensar que tú mantenías esos estúpidos escrúpulos. -Pero no sabes cuánto me arrepiento por ello. El amor que siento por Jacob, me ha cambiado mucho, ahora soy una persona totalmente diferente. -Eso me alegra. Lo que no pude lograr yo con mis


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consejos. ¿Y dónde está él en este momento? – Preguntó-. -¡No lo Sé! Y ya no se qué hacer. Lo he buscado por toda la ciudad y no he podido encontrarlo. Sé que puede estar corriendo peligro. ¿Pero dónde está?... ¡no lo sé!.. -Sé por lo que debes estar pasando. El amor es así… uno se enamora y ya… sin importar nada. -Lo que me preocupa es que en estos momentos, debe estar sintiéndose muy solo, deseando tal vez, que yo esté allí, para reconfortarlo. -Jacob no debería estar exponiendo su vida –aconsejó ella- ni tu tampoco debes buscarlo hasta tanto no se resuelvan las cosas. Recuerda que las persecuciones se han intensificado. Me da vergüenza decírtelo Friedrich, pero ser judío, constituye una aberración para los nazis y que te puedo decir de la homosexualidad… creo que las palabras se quedarían cortas al tratar de explicártelo, además, tu muy bien sabes que es así. -¡Si hermana, lo seé! –Señaló, un poco alteradono tienes por qué recordármelo. Las dos cosas son aborrecibles para los bastardos del maldito régimen. Yo no soy como ellos, quizás, en un tiempo…lo era. -Solo basta con que se amen –dijo ella comprensivamente- eso es lo que debe importar… deben luchar por ese sentimiento. No se detengan ante nada ni ante nadie. Sé que es riesgoso, pero quien que no esté enamorado, no corre riesgos…todo en la vida es un riesgo, hasta el amor es un riesgo y si no se lucha por él, nada tendría sentido en esta vida. -¡Cielos!… ¡lo sé! Tienes toda la razón, pero dime…


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¿Qué hago? -Le preguntó ardorosamente. -¡Lo amo hermana! Creo que ya es tarde para pensar en los riesgos y en los peligros. -Lucha por él entonces, huye de aquí, vete y has tu vida en un lugar más seguro, donde puedas estar con él sin presiones ni prejuicios tontos. -Ya me lo ha propuesto. –Recalcó. -¿Y qué esperas?..¡Hazlo! -Tengo miedo…entiéndeme…Estoy muy presionado. -Lo entiendo, pero no debes dejar que tu felicidad la decidan otros por ti, ni nuestros padres, ni un régimen racista. -Los prejuicios...papá…mamá…lo sé. Yo soy, a la final, quien tiene que decidir mi vida… ¿Quién mas, si no yo? Simplemente no sé cómo afrontarlos sin causarles daño. Se levantó y caminó a todo lo ancho de la habitación. Su ánimo manifestaba turbación. Quien sabe lo que estaba pasando en aquellos momentos por su mente. Se encontraba, entre la espada y la pared. Por un lado, sus padres, imponiéndole lo que tenía que hacer y por otro, aquellos sentimientos encontrados que lo atormentaban constantemente y que no podía manifestar abiertamente por los prejuicios de aquella sociedad y por el temor a que algo malo les ocurriera. Su hermana lo miró, rebuscando alguna palabra que lo hiciera entender que las barreras no importaban y que se debe luchar por lo que se quiere. -¡Friedrich Falkenhorst? –Manifestó, con un argumento que no había premeditado con anterioridad, inesperado: No seas estúpido. Lucha por lo que quieres. Huye con él, yo podría ayudarlos, tengo relaciones y algunos contactos que podrían sacarlos de Alemania.


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-El la miró, sorprendido. No se imaginó, en ningún momento, que aquellos términos, en que le estaba hablando aquella delicada chica, pudieran haber salido de ella. Sobre todo, cuando se refirió a que tenía contactos que podrían ayudarlos. ¿Contactos de qué y de dónde? ¿Quiénes eran esos contactos y para que los necesitaría? Esto le había sonado a conspiración. Sin embargo, prefirió guardar esas inquietudes para preguntárselo después. Más bien se refirió a otra cosa, a lo que pretendió hacer durante el día, cuando salió desaforado en su coche, quien sabe a dónde. -Es lo que quería hacer hoy…pero no pude encontrarlo por ningún lado. Tengo mucho miedo… ¿Sabes? No puedo vivir un minuto más sin él… Yo soy el que se está volviendo loco y si leíste la carta, te habrás dado cuenta que debo esperar cinco días… cinco largos días para volver a verlo, si es que no ocurre nada de aquí a entonces. Ella lo miró, orgullosa. Entendía a su hermano y sabía por lo que debía estar pasando. Sin embargo se admiraba de su templanza y de su valor para enfrentar todo aquello por lo que estaba pasando. Caminó hasta donde se encontraba y le preguntó: -¿Lo amas tanto así? -¡Me temo que sí, hermanita! Creo que nunca antes había amado tanto a alguien… Si vieras lo hermoso que es, la forma en que me mira y me habla, sus sentimientos hacia mi…jamás alguien me había hecho sentir de esa manera… el valor que me da es infinito, sus fuerzas me impulsan a seguir adelante… me ha enseñado a vencer las adversidades. ¿Sabes que me atrajo tanto de él?


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-¡No! ¡Dime! –Solicitó, emocionada. -Su calor humano, su rebeldía y su ímpetu para salir adelante, pero sobre todo, su humildad…Me enseñó que todos somos iguales, que nadie es menos o más que los otros. Cuando estoy junto a él y me recuesto de su pecho… me siento el hombre más feliz del mundo… Ese calor intenso que brota de su cuerpo, su olor, su valentía, me da el valor suficiente para no decaer… me hace querer vivir a plenitud la vida. Perdió a su madre… ¿Sabes? -¡Lo lamento tanto! – Resaltó ella. -Eso me ha dolido mucho –señaló el joven- y sin embargo, se ha levantado. ¿Cómo podría dejarlo solo? Jamás podría defraudarlo… debo seguir luchando… por este amor que… créeme… quema como una llama inmensa que desgarra por dentro… ¡No! ¡No desmayaré hasta encontrarlo! -¡Búscalo! ¡Vamos! yo te ayudaré a encontrarlo. – agregó. -Te aseguro Annika, que con Jacob, realmente he aprendido a valorar lo que antes no tenía sentido para mí. -¡Es hermoso lo que sientes hermano…Eso es amar de verdad. -El ha hecho que mi vida cambie para siempre. Por eso salí tan desaforado, quería encontrarlo. Siento temor que estos cinco días de espera, para reencontrarnos, algo pueda ocurrir y separarnos para siempre… creo que no puedo esperar tantos días para volver a verlo; en verdad me volvería loco. Ese tiempo se me hace una eternidad. -¡Wow!... De veras sí que lo amas. -¡Si, lo amo! -Dijo enternecido, como queriendo


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gritarlo a los cuatro vientos! -¡Shssss¡ ¿He dicho que bajes la voz…¡diablos!.. -¡Soy el hombre más feliz del mundo! -¡Hermano, cállate! No lo vociferes. –Replicó, eufórica. Ver a su hermano sentirse así, la hacía reflexionar sobre tantas cosas: en su vida y en lo que había perdido por culpa de los prejuicios. -Si confías tanto en él, espera a que llegue ese día, digo…para verlo nuevamente. Al fin y al cabo, son solo cinco días. -¿Crees que vaya? -Estoy segura de ello, estaría loco si no… El te lo escribió en la carta. Y si te ama tal y como lo expresa en esas líneas, sé que no te fallará. Debes confiar en él. Friedrich la contempló con cariño y acarició sus mejillas tiernamente. -¡Lo siento mucho Annika! Siento haberte defraudado. -No digas eso. Me sentiría así si no luchas por ese amor. Debes demostrarme que en realidad sigues siendo mi héroe. Debes demostrar que aun sigues siendo el Hércules de mis sueños. La abrazó fuertemente…y lloraron. -Estoy muy orgulloso de ti…. Has crecido tanto…y eres tan hermosa… Ya eres toda una mujer. Tampoco quisiera que te quedaras atrapada en esta vida tan... A veces…creo que nos faltó más comunicación. Yo solo me preocupaba por mí, por mis cosas y no me había dado cuenta que tu también tenías tu mundo, tus problemas. No lo sabía. En verdad que lo siento, debí haber estado más al pendiente de ti. Eres mi hermanita menor y te dejé sola.


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-¡Si hermanito! ¡Creo que tú y yo estábamos viviendo en mundos diferentes! Ambos esbozaron una sonrisa. Annika guardó un instante de silencio, y mientras lo observaba calladamente, en ese estado de desolación, le acarició el cabello mientras le decía: -¡Hermano, créeme! comprendo por todo lo que estás pasando. Luego, rompió a llorar junto a él, secaron el uno al otro sus lágrimas y esa noche, ambos durmieron reconfortados en la misma cama.


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CAPITULO VI 18 de marzo de 1939. Cinco días después, se encontraron en el Café Romanisches, tal y como se lo había pedido Jacob en aquella carta y a pesar del riesgo que incurría hacerlo, sobre todo, debido a los últimos acontecimientos. En el fondo, ambos presentían que no volverían a verse después de ese día, por lo menos por un largo tiempo. Tres días antes, se sabía lo de la invasión a Praga y como ya se rumoraba, la intención de invadir Varsovia era inminente. Jacob no podía borrar de su mente, lo que les habían hecho a él y a su familia en Dresden. Ese hecho, había dejado en él, una huella imborrable. En esos días, los recuerdos asaltaban su mente. Las personas estaban tomando sus precauciones ya que se estaba vislumbrando, por lo menos por parte de la mayoría de los que se sentían perseguidos, que el nazismo estaba tomando visos de una hegemonía plagada de funcionarios llenos de odio y xenofobia, que ya se habían convertido en el eje central de la ideología nazi; no era lo que se les había vendido a los alemanes, por lo menos a un grupo de ellos y Jacob, hacía ya tiempo que lo había previsto. Por medio de estrategias engañosas, fueron incrementándose los programas de bienestar social bajo la figura de “la eugenesia”, método atroz, que comenzaba a gozar de prestigio social y que fue incluida en la política racial impulsada por el régimen. Los nazis habían incluido en su retorica el concepto de “vida indigna de ser vivida”, para impulsar la eugenesia


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en aquellos grupos sociales que consideraban desviados, como los discapacitados físicos y mentales, homosexuales y los conflictivos como los judíos, gitanos y comunistas. Los científicos alemanes habían considerado realizar experimentos genéticos con los seres humanos, para así lograr, según ellos, una raza aria o raza superior. Se acrecentaba el desprecio sistemático del valor del individuo, poniéndolos en riesgo hasta el punto de sacrificar sus vidas por el bien del Estado Nazi y a favor de la raza aria, basada en el mantenimiento de de una supuesta pureza racial, por lo cual comenzaron a llevar a cabo aquellas persecuciones, ya no solo en contra de judíos, sino también en contra de los homosexuales, no solo en Alemania, sino en los territorios europeos que hasta ahora tenían ocupados. A pesar del movimiento agitado de los uniformados nazis en las calles aledañas a la Kurfürstendamm, Jacob y Friedrich, no terminaban por salir del Romanisches. Aquella despedida, aunque arriesgada, se había prolongado más de lo debido e inevitablemente, su conversación giraba en torno a su relación. La inestabilidad presente en esos momentos, les hacía difícil, concertar nuevos encuentros. -Me parece que esa forma no es la más adecuada – refutó Jacob. Su rostro reflejaba, un signo de rebeldía juvenil, aunque pleno de madurez y criterio propio.Tomar un país a la fuerza y encima de todo, perseguir a los que no son de su agrado, me parece que es una situación extremadamente sanguinaria, una aberración total, inaceptable por demás. -Estoy de acuerdo contigo mi amor. –Ratificó FriedrichLo que quiero es que tomemos una decisión lo antes


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posible y lo que vayamos a hacer, lo hagamos cuanto antes. Es lamentable que sea de esta manera, pero me temo que no hay otra salida. -Ya se me ocurrirá algo –dijo Jacob, no se sabe si confiado en que no ocurriría nada mas o más bien para no poner en riesgo la vida de su amado. Exponerlo a una huída en ese momento, en verdad era temerario. Había pensado en salir él primero de Berlín a un lugar desconocido, que en los días subsiguientes, le señalarían los partisanos. Luego, Friedrich se le uniría. Pero en ese momento, no era recomendable realizar ningún movimiento. Estaba claro que no quería dejarlo solo. Pero en el fondo, sabía que si no había otra alternativa, no tendría de otra que optar por esa opción. -Lo importante es que he podido verte, Friedrich. No podía estar un día más sin ver esos hermosos ojos. -Yo me estaba volviendo loco –manifestó-.Debo agradecerle a mi hermana tantas cosas. Por cierto, ella te manda saludos y me manda decirte que ya te considera su hermano. -Eso me reconforta mucho. -Señaló Jacob complacido. Sus rostros, con aquella gracia que emana del la divina juventud, estaban radiantes de felicidad. El azul de los ojos de Friedrich y el negro intenso de los de Jacob, se confundían en un caudal de destellos asombrosos. Sus miradas reflejaban, sin esfuerzo alguno, el desmedido amor que se profesaban. -Quiero darte algo. – Expresó entonces, Friedrich-. Algo que hará un milagro en nuestras vidas y la cambiará definitivamente y para siempre. El rostro de Jacob se tornó circunspecto. Sintióse


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estremecido por aquellas palabras, las mismas lo colocaron en una espeluznante expectativa. - ¿Qué será? –Le dijo vacilante. -Cierra los ojos. ¡Ah!.. Espero que no tengas objeción en recibirlo…esto significa mucho para mí. Jacob cerró los ojos, mientras Friedrich tomó su mano y le dijo, espectante: -prométeme que no vas a enfadarte. -No te lo prometo, si es algo que no me agrada, no tendría obligación de cumplir con esa promesa. -De igual forma…prométemelo. Confía en mí. -Está bien. Confío en ti. Entonces…Jacob…extiende tu mano derecha –le indicó. Luego, implantó en uno de sus dedos, el mismo anillo que le había obsequiado hace tan solo unos instantes. Envolvió con sus propias manos, el puño cerrado de Jacob, apretándolo firmemente, mientras contemplaba su rostro, admirado. Lo percibió hermosamente radiante. -Ahora…puedes abrir los ojos -Indicó. Jacob mantenía una sobria expresión, su seño fruncido resaltaba dos hoyuelos en sus mejillas. Esperaba ansioso, ver la insospechada sorpresa que Friedrich le tenía reservada… Aquel gesto, interiormente, le indicaba que la realidad de la separación era inminente. Aquellos ojos negros, mirando inmutablemente el anillo, asomaron una pequeña lágrima. Lamentablemente, había terminado por convencerse del inevitable adiós. No entendía el por qué tenía que ser de esa manera, se rehusaba a aceptar, el mismo presente. No sabía que decirle, o tal vez, no quería decir nada, o bien, quería decirlo todo. Sin embargo, lo único que pudo


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habérsele ocurrido, lo dijo en tono balbuceante y con cierta desilusión: -¿Qué significa esto? Friedrich trató de encontrar una respuesta que llenara las expectativas del momento. Sin embargo, Jacob no lo dejó responder y las expectativas pasaron, en la escala del uno al diez, a dimensiones superiores. -¿Me estás devolviendo el anillo que hace solo unos instantes te obsequié con todo el amor de mi alma? Friedrich, al contrario, lo veía como un gesto simbólico, de pertenecía del uno hacia el otro. Le daba igual quien lo poseyera. A la final, lo que era para uno, pertenecía también al otro. Pero aun más, el significado de devolver el anillo, va mas allá de solo poseerlo y comprometerse. Significa mas bien, y era la apreciación de Friedrich, que quien lo llevase, en algún momento aciago de la vida, sabría que el otro de alguna manera, estaría presente para reconfortarlo y que además, buscaría la forma de rescatarlo de aquellas adversas circunstancias. -¡Es nuestro anillo mi amor! –Atinó responder Friedrich.Yo deseo dártelo, por que ya lleva mi esencia en él. Yo lo toqué con mis manos, lo besé y lo respiré. Ahí estoy yo. Que importa quién lo lleve puesto, nada tiene que ver si lo llevas tú o lo llevo yo, eso es lo de menos siempre y cuando uno de los dos lo tenga consigo. Lo que quiero es entregarte la parte de mí que se filtró en este precioso metal. Deseo que lo lleves contigo como si fuera yo a quien llevaras en tus manos. Jacob no quería comprender el significado de lo que Friedrich le estaba refiriendo y continuaba renuente a recibirlo.


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-Pero… es que me duele que me lo devuelvas. ¡Es tuyo! ¡Yo te lo obsequié! ¡Es de los dos! –Reiteró tozudamente-. ¡No quiero que te pongas así! Quiero que hoy lo tengas tú, es solo mi deseo. ¿Acaso no puedes complacerme? -¿Pero por qué? No puedo aceptar esta situación, que te quedes solo, sin una huella de mí. -Vamos a hacerlo de esta manera, mi amor –insistió Friedrich- este es nuestro pacto: Te prometo, que pronto me lo devolverás tú a mí y yo, con desmedida ilusión, esperaré hasta que tú vengas y me lo entregues nuevamente. Entonces, lo recibiré con alegría y luego, de nuevo, cuando volvamos a encontrarnos, te lo devuelvo yo a ti, y así, por todo el tiempo que tendremos para estar juntos... Quiero que lo hagamos de esa manera, para toda la vida… hasta que envejezcamos. Un solo anillo para los dos, sin importar quién se lo dio a quien. Además, de esa forma, nos sentiríamos comprometidos a que tú no me dejarás nunca, ni yo a ti, por el pacto que tenemos de entregarnos el anillo una y otra vez hasta que Dios quiera. Era una manera sublimemente simbólica que realmente los unía, y que en aquel momento, representaba para Friedrich, la única forma de crear ese compromiso de reencuentro en algún otro momento, en otras circunstancias, y de volver a estar juntos, aunque por un tiempo y por algún motivo, se encuentren en lugares diferentes. Ese anillo, sería el medio para regresar una vez más el uno al lado del otro, sin importar quien lo hiciere primero y cumplir con aquella promesa de devolverlo en cada oportunidad, tal y como se lo estaba indicando su amado Friedrich.


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-¿Recuerdas lo que me dijiste en aquella carta?.. Aunque estemos separados en la distancia….el amor siempre nos mantendrá unidos. Friedrich deseaba, con toda su alma, de que aquellas promesas se cumplieran a cabalidad y no fuesen en vano, así se encontrasen lejos, en la distancia y en el tiempo. De esa forma, cada uno haría todo lo posible para qué no quedaran, en solo, vanas palabras. Jacob lo miró conmovido, mientras sonreía dulcemente. Entonces, se sintió profundamente orgulloso. Su amado chico nazi había crecido, ya no era un niño. Había aprendido lo que él le había enseñado. -Mi amor. –Dijo Friedrich, confiado de que Jacob, había comprendido aquellas promesas-. Estaré más tranquilo sabiendo que lo llevas contigo. Dices que soy testarudo…pues sí, lo soy… el anillo es de los dos… es nuestro anillo…nuestro pacto… uno para dos y dos para uno…. Jacob, hizo como Friedrich se lo había pedido. Pensó, que en el fondo, tenía la razón. Algún día, tendría que ponerlo en su dedo nuevamente y en cierto modo, eso le dio las esperanzas que en un momento determinado, había perdido y que tal vez lo habían hecho flaquear. Sonrió con mucha dulzura. -Tienes razón… eres un testarudo… pero tienes toda la razón. Y al fin, salieron del Café Romanisches…


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CAPITULO VII una carta ha llegado En aquella triste despedida y aun teniendo los chicos la esperanza de volver a verse muy pronto, Friedrich no quiso comunicarle a Jacob lo que su padre había decidido. El señor Falkenhorst había concretado su deseo y había logrado que su hijo, aceptase trabajar para el Estado Alemán en una de las oficinas administrativas del gobierno. Friedrich se desmoralizó grandemente, pero debía acatar la voluntad de su padre, al fin y al cabo, el señor Falkenhorst tenía toda la razón. Debía mantenerse ocupado en algo, mientras lograba ganar tiempo para decidir qué hacer con su vida. Para el año de 1937, Nikolaus Falkenhorst, había logrado el grado de Teniente General del ejército, pero un año más tarde, con la destitución de los dos hombres de más alto cargo de esa fuerza: el ministro Blomberg y posteriormente del general Von Fritsch, en 1938, hecho que permitió que Hitler se hiciera cargo personalmente de las fuerzas Armadas, aboliendo el ministerio de guerra y creando el alto mando, quedando el ejército, la marina y la fuerza aérea subordinadas a él; entonces, Nikolaus, fue nombrado mariscal de campo, convirtiéndose en uno de los hombres más influyentes dentro de los centros de poder del Tercer Reich y gracias a ello, aunado al respaldo de un viejo amigo, quien era nada menos, que el secretario personal de Hitler, el Oficial Martin Bormann y que desde 1925, fungía como jefe de la Caja de Socorro del Sistema de Adiestramiento Militar para Jóvenes (NSDAP), organismo que ayudaba a los militantes o familias, que por su participación en la


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lucha, habían resultado muertos o heridos durante la guerra. Bormann fue nombrado, posteriormente, director en las oficinas adjuntas al Führer, con la potestad de designar a los funcionarios dentro de la administración pública. Friedrich fue asignado, gracias a la influencia de Nikolaus y de Martin Bormann, a las NSDAP, para que, según su padre, se formara como un hombre de bien y futuro líder y soldado del Reich, con conciencia y fiel a la ideología nazi. Bormann controlaba el flujo de información y de acceso al Führer. Tenía el poder de revisar sus archivos personales y tomaba las consecuentes decisiones en relación a aquellos nombramientos. En vista de cómo estaban ocurriendo las cosas y en cierto modo, para protegerlo, Friedrich consideraba que estando dentro de los centros de poder, podría tener acceso, en primer lugar, a información relevante que pudiera serle útil en un momento determinado, y en segundo lugar, tendría la libertad de movilizarse a donde quisiera, sin tener que afrontar los obstáculos que por seguridad de Estado, eran impuestos a ciudadanos civiles, esto le daría, gracias a esas influencias, la posibilidad de buscar alguna forma de localizar y proteger a Jacob. No tuvo más remedio que aceptar la imposición de su padre y aparentar ser un agente más al servicio de Hitler. Organizaba sus archivos secretos y tenía acceso a toda la información ultra secreta del partido e inclusive, del mismísimo Führer. De vez en cuando se sentía culpable. Pero no podía mas, que dejar que las cosas fluyeran de esa forma.


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-¡Si Jacob supiera lo que estoy haciendo! -Pensó una noche en su cama mientras trataba de conciliar el sueño. Un sinfín de conjeturas lo agobiaron esa noche. -Si supieras mi amor ¿Acaso te decepcionarías de mí? Espero que algún día comprendas que todo esto lo he hecho por el bien de todos. Solo él sabía que era la única manera de protegerlo. Una de esas tardes, mientras trabajaba, se sorprendió ver llegar a Annika a su oficina. Estaba sentado en su escritorio, leyendo unos documentos de suma importancia. Nadie más podía enterarse de la existencia de esos documentos. Era responsabilidad de Friedrich mantener fuera de aquella oficina, al personal que no estuviera autorizado para permanecer allí. Al presentir, de soslayo, que alguien estaba apostado en el umbral de la puerta, se sobresaltó y trató de ocultarlos dentro del cajón del escritorio, no se imaginaba y de hecho, no se había percatado de que ella, tenía rato observándolo desde allí. -¿Qué haces aquí Hermana? -Preguntó, en tono agitado- me has asustado. ¡Este no es lugar para ti! –Advirtió-. ¿Cómo lograste entrar? -¡Vaya! ¿Esa es la bienvenida que le das a tu hermana? Podías haberme hecho pasar y darme un beso. ¡Qué interesante tu trabajo! –Dijo, mientras se acercaba hasta el escritorio- seguro en esos archivos se encuentran los más íntimos secretos del Führer. Me indigna que tengas que taparle sus atrocidades. -No hables así. -Dijo él mientras se levantaba de su escritorio, sin dejar de mirar la gaveta donde antes, había ocultado los documentos-. Sabes que hago todo esto en contra de mi voluntad. -Tranquilo querido, yo lo sé. Pero aun así, no dejó de


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sentirme… ¿sorprendida? Por cierto…es tan… sobrio tu recinto de trabajo.-Señaló sarcásticamente, mientras recorría con la vista la oficina. -Sí…lo es –Afirmó el chico, admirando la elegante lámpara de cristal que colgaba del techo-. Pero créeme, me siento como un preso entre estas cuatro paredes. Por cierto, me extraña verte por aquí… ¿Cómo lograste entrar? -Muy fácil…-Señaló mordazmente- Hice gala de mis encantos femeninos. -¡Ja!... ¡Ja!... Muy graciosa. Sé que no eres así. -Bueno…en realidad, nadie me ha dicho lo contrario. Veo que te tienen mucha consideración aquí. Apenas dije que venía a ver a Falkenhorst y los de la guardia me dejaron el paso libre. Pero…no me has dado la bienvenida aún. ¿Acaso te molesta mi presencia? -¡Hermanitaaa!…Me alegra verte. -¡Muy gracioso, insisto! –Señaló ella. -Como siempre. Nunca deje de ser tu pantomimo favorito. Las risas fueron incontenibles. Luego de aquella introducción, Annika le tendió sus brazos para que él se acercase y la abrazara también. Tenían meses sin saber uno del otro-. También a mí me alegra verte. –dijo, mientras se abalanzaba sobre él y lo besaba en la mejilla. ¿Quieres una taza de café! Lo preparé yo mismo. – Invitó-. Estás radiante, por cierto…Te veo muy linda y… ¿feliz, quizás? -Es que tengo motivos para estarlo. Unos de los guardias me ha guiñado un ojo. -¿El que te dejó entrar?


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-Seguramente! -Aseveró ella-. -Tú y tus cosas. Pero dime… ¿cómo están en casa? Annika suspiró hondamente. Tal vez, hubiese preferido no tocar ese tema; pero en fin, no podía negarle a su hermano, la información del estado en que se encontraban sus padres. -Todo está patas arriba. -Manifestó-. Papá tiene casi todos los rincones llenos de papeles y mapas colgados en las paredes. No sé cómo pude zafarme de nuestra madre. Quería venir conmigo. Allá no se habla más que del Führer y sus ambiciones. -No quiero ni imaginármelo. ¡Pobre mamá!... ¿Cómo está ella? -Está muy bien, presumiendo de tu trabajo. Y veo que tiene razones para presumir -dijo, aludiendo al importante puesto que estaba ocupando su hermanoPor cierto, te noto más delgado. ¿Te estás alimentando bien? -Bueno…aparte de lo que tú y yo sabemos, no me quejo. Aunque de vez en cuando siento nostalgia y mucha tristeza de no ver a las personas que amo. -Me imagino que te referirás a Jacob, porque a nosotros, no sabes si existimos. Pero luego hablamos de papá y mamá. Por ahora quiero alegrar un poco tu vida. Te noto un tanto apagado. -¡Quien no…¡Con estos acontecimientos!... Pero vamos a otro lugar. –sugirió él-. Déjame arreglar estos papeles y salimos a tomarnos un café fuera de la oficina. ¿Te parece? -¡Esta bien!... Salgamos de aquí cuanto antes. Este cuchitril me asfixia. ¿Puedo ayudarte a organizar aquí? -¡No! ¡No! Solo le paso llave al cajón y nos vamos. Mientras lo hacía, Annika recorrió la oficina con la vista.


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Le llamó la atención el enorme cuadro de Adolfo Hitler colgado en la pared principal, detrás del escritorio de su hermano. -No te incomoda que ese hombre esté vigilando a toda hora tus espaldas. -Dijo, en tono despectivo. - ¡No seas tonta! –Respondió el chico-.Es obligatorio que todas las instituciones Gubernamentales ostenten las banderas y la foto del Führer. Son instrucciones de su jefe de propaganda, además, es un deber patriótico. -¡Qué patético bigote! –Rió socarronamente. -Deja las estupideces y salgamos. Salieron seguidamente, a otro lugar, en donde pudieran hablar con más tranquilidad y olvidar un poco el ajetreo de aquellos días hostiles. Pidieron dos cafés. -Estoy sumamente cansado. –Señaló él, mientras tomaba asiento. -Si…me imagino… Tantos papeles que tienes que organizar. -No es eso en realidad. ¿Qué es entonces? –Preguntó ella. -Bueno…Todo lo que ocurre…la guerra… Todas las cosas de las que me he enterado, viendo esos archivos. Si pudieras leer todos esos papeles… te aseguro hermana…te darían ganas de vomitar. -¿Tan malo es el hombre? -Tú misma lo dijiste cuando llegaste. Todos los secretos del Führer están plasmados allí… -¡Wow!.. ¡Eso sería sublime! -¿De qué diablos hablas? -Preguntó extrañado. -¡Desclasificar todos esos documentos! ¿Te imaginas?


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-Te mandarían a fusilar de inmediato…y más atrás… a mí. - Bueno…hermano, el riesgo lo vale. Pero en realidad vine para otra cosa. -¿Qué?... -Algo que va alegrarte la vida. Te tengo buenas noticias - ¿Qué pasa hermana? –Preguntó expectante, mientras su rostro se tornaba prudente-. ¿Acaso?.. El chico tenía un presentimiento, la corazonada de que aquella inesperada visita no era más que un avizoro de las buenas nuevas que tanto estaba esperando. ¿Sabría al fin acerca de Jacob? Su corazón comenzó a agitarse fuertemente. Annika llevaba un elegante vestido, muy ajustado al cuerpo, realzando su estilizada figura, unos mitones bordados de color blanco y un hermoso sombrero, que la hacía lucir encantadora. No en vano, su hermano se lo hizo saber. -¡Ah, se me olvidaba!... –Dijo, dándole golpecitos a una lonchera que traía consigo- mamá te envió el strudel de manzanas… el que tanto te gusta. -Mamá si tiene cosas. Ella sabe que es Adelaida la que me los prepara. -¡Sí! Pero es mejor seguirle la corriente. Tú sabes cómo es ella. Quiere llevarse todo el merito. -Ambos lo sabemos. Pero dime… ¿qué buenas noticias me traes? -Una que te va a hacer saltar de alegría. -¡Vamos! ¡Dime! ¿Qué es? Friedrich dibujó una nerviosa sonrisa en su boca. Sintió el fuerte palpitar de su corazón. Estaba ansioso por escuchar lo que tenía que decirle la chica. Ella, con


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toda la paciencia del mundo, tomó un sorbo de café. Luego, sacó un pañuelo de su bolsa y delicadamente, limpió el contorno de sus labios. El pañuelo quedó manchado con una sutil marca de carmín. Friedrich, aguardaba impaciente. -¡Dime hermana! Me tienes en ascuas. ¿Qué noticias me traes? -Acércate -susurró, como para que nadie la escuchara y para darle más suspenso al momento. -Annika, por favor… dime. No soporto más este suspenso. -¡Mira! Dijo ¡Una carta de Jacob! -¡Lo sabía! -Vociferó él de manera efusiva. -¡Shssss! ¡No grites! Podrían sospechar algo. -Hermana, tampoco es para tanto. ¡Vamos!… entrégame la carta…Entrégamela ahora mismo. – Requirió impulsivamente. -¡Espera…espera! No te precipites -indicó ellano puedo entregártela así no más. Debemos ser cautelosos. -¿Y las otras? ¿Las destruiste? –Preguntó él, refiriéndose a las demás, aquellas que tenía guardadas debajo del colchón de su cama. -¡Noo! no quise deshacerme de ellas… las enterré en el jardín de la casa, dentro del cofre que tenías en tu cómoda. Luego te digo en que parte las coloqué. -¡Gracias, no sé que habría hecho sin ti. –dijo, mientras la tomaba de sus manos. -Para mí no es problema Friedrich. Recuerda lo que hablamos la otra vez. -¿Y el polaco… Jedrek? ¿Cómo está? –Preguntó-. ¿Has sabido algo?


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-Está bien…por lo menos hasta hace dos semanas lo estaba, cuando me hicieron llegar sus cartas. Por el momentos no puedo revelarte donde se encuentran, pero sé que están a salvo. -¿Se encuentran… dices? ¿Acaso Jacob está con él? -¡Si hermano! Ambos están juntos, ocultos en un lugar seguro… Jedrek también te envía una carta. La oculté dentro de un libro que coloqué en el fondo del maletín, junto a la de Jacob, para que nadie sospeche nada. Pero pidió que te dijera que debes desaparecerla, inmediatamente después de leerlas. -¡Entrégamela por favor! –Insistió. No… la esconderé nuevamente en el libro. La sacas cuando te sientas seguro. Enseguida, Annika le hizo entrega de un pequeño maletín contentivo de algunos objetos personales, golosinas y en el fondo, se podía observar, la portada de un libro, donde seguramente, había guardado la carta que tanto había estado esperando. - Ya veo que aun lo sigues amando. - ¡Créeme! ¡Con toda mi alma! Creo que amaré a ese tonto por el resto de mi vida. Mientras más esté lejos de él, más lo amo. ¿Tú puedes entender eso? -¡Perfectamente! –Afirmó-. Pero se precavido… rómpela una vez la hayas leído. -Dime ¿Qué piensas hacer tu con tu vida? ¿Iras a reunirte con Jedrek? Yo estoy haciendo lo propio para irme de aquí, a buscar a Jacob. -¡Sí! Estoy arreglando algunas cosas. Iré a Suiza, en donde tenemos planeado reunirnos. -¡Por fin lograste lo que querías! Me alegra tanto que todo este saliéndote tan bien. Por lo menos tú y él se han mantenido comunicados.


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-No creas Friedrich, las cosas en estos últimos días se han tornado complicadas. Últimamente se han presentado muchos inconvenientes. Tuvieron que mover a los chicos a otro escondite; por poco y los descubren. -Lo entiendo. Pobre... Ha de estar pasándolas muy mal. -¡Sí! Pero por lo menos está a salvo. Al menos está vivo y eso…es lo que importa. Annika vio el reloj de pulsera que cargaba en su muñeca. Parecía sentirse incomoda en aquel lugar. Comenzó a observarse, algún movimiento de tropas, oficiales y soldados…todos con caras y miradas frías. No soportaba estar ni un momento más allí. -Ahora debo irme, debo hacerlo cuanto antes, no soporto estar más tiempo aquí. No entiendo como lo has soportado, hermano. -Recuerda…lo hice para ganar tiempo y para que papá se quedase tranquilo. Ambos rieron, se abrazaron y con un efusivo beso en la mejilla, dejaron el pequeño café. Friedrich no veía el momento de llegar a su oficina y sacar la carta para poder ojearla, repasarla, saborearla... No le importó el resto de las cosas que venían dentro del maletín, estas salieron volando por todas partes, conforme las iba sacando de su interior. Tampoco se mostró interesado por el strudel que Adelaida le había preparado. Lo colocó de un lado del escritorio. Tomó el libro… y allí estaba… tan blanca… tan hermosamente sellada…sin remitente…para no dejar pistas. Con el mayor de los anhelos, abrió el sobre, y


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contempló la hermosa letra cursiva de su amado; no podía ser de otro…la reconocía a la perfección. Olfateó profundamente la hoja de papel, para ver si encontraba algún resquicio de su aroma. Efectivamente, la carta estaba impregnada de ese olor exquisito y varonil que tanto le encantaba. Lo conocía a la perfección. -¡Eres tú!..¡Eres tú, amor mío!.. La alegría se transformó en llanto, pero ese llanto, bien valía la pena; así que dio riendas sueltas a sus lágrimas. Luego, con toda la paciencia de su alma, comenzó a leer la carta. 25 de abril de 1939…. Mi adorado Friedrich… Estos últimos tiempos sin poder ver tus hermosos ojos azules, para mi han sido los más horribles de mi vida; no por lo que he tenido que pasar, que… créeme, no ha sido nada fácil… huyendo de un lugar a otro, lo difícil que se me ha hecho conseguir alimentos, en fin… sino mas bien por lo tormentoso que ha sido vivir tanto tiempo alejado de ti…del ser que más he amado en esta vida. Las cosas han estado muy agitadas, hay posibilidad de que algunos países contrarios al régimen, desencadenen un conflicto bélico a escalas inimaginables y sea, aun mas difícil, poder encontrar la manera de llegar a ti… Por lo menos, es lo que escuchamos en donde estamos Jedrek y yo… Pero, no quiero extenderme hablando de otras cosas que no sea de nosotros… de esas cosas hermosas que compartimos juntos, y que por lo menos, espero que te hagan sonreír, si llegasen a tus manos estas letras. En verdad, no sé de donde he sacado tanto valor para soportar esta necesidad que tengo de ti.; Las ansias de respirar el mismo aire, el deseo de ocupar el mismo espacio, la sed de tus


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dulces besos que reconfortan mi espíritu, en realidad, los necesito desesperadamente. He sacado fuerzas no sé de dónde diablos. Cada vez que me siento muy triste, veo nuestro anillo y me vuelven las fuerzas al alma, porque se, y esa fue nuestra promesa, ¿lo recuerdas?... ¡nuestro pacto!.. que tarde o temprano debo estar poniéndolo en tus hermosas manos. Tenías toda la razón al devolvérmelo. Sin él, no hubiese podido continuar. Debo escalar todas las montañas, atravesar todos los ríos y mares y evadir todos los obstáculos, buscando más allá de todos los rincones, para poder aferrarme a la esperanza de volver a ver ese hermoso semblante que tanta felicidad me ha traído. Me he aferrado a que pronto las cosas malas pasaran…tu me enseñaste a soportar las circunstancias adversas. Recuerdo los enfrentamientos con tus padres por mi culpa, los desplantes de tus amistades…no te importaban nada, porque lo único que te interesaba era solo estar conmigo…y yo…yo lo disfrutaba. Debo agradecer a tu hermana Annika, por hacer que Jedrek llegara a mi vida. El ha sido quien me ha dado ánimos y me ha reconfortado cuando mis lágrimas no quieren parar. Para mí, es ya, como un hermano. Te he escrito muchas cartas después de aquel 18 de marzo, cuando nos vimos en el Romanisches…en el fondo, sabíamos que era la última vez que nos veríamos… todas esas cartas, las he escrito exactamente igual a ésta, con la esperanza de que alguna llegue a tus manos… Mi amor… quiero que sepas que lo que siento por ti no se ha debilitado en lo absoluto…. No entiendo como una persona puede amar tanto a otra y que, sin siquiera poder verse durante tanto tiempo,


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ese amor se haya acrecentado. Te amo infinitamente, mi chico testarudo…. Cuanto recuerdo ese día en el Romanisches, esos días en Dresden y tú, recolectando aquellas extrañas rocas, pero en especial, el día aquel que estuvimos en casa de Benjamin. Ese fue uno de los mejores días de mi vida. Allí descubrí, cuanto te amaba en realidad…bueno, siempre lo he sabido, desde el primer día, cuando te devolví aquel estúpido papel… No te lo había dicho nunca… pero… ¿Sabes?... Lo hice premeditadamente, porque quería verte muy cerca de mí… pero ese día, en casa de Benjamin, fue muy especial para mí. Friedrich…. Amor mio… Tengo tantas cosas que contarte…pero no lo hago ahora porque quisiera hacerlo cuando volvamos a encontrarnos, en aquel campo de rosas, cerca de aquella casa… ¿Recuerdas?... Yo, a pesar de todo, estoy feliz sabiendo que te amo… eso es lo que me ha permitido resistir tantos embates en estos días tan difíciles. Por ahora, quiero decirte, que en lo que todo esto acabe, iré a buscarte para besar tus hermosos ojos azules y tu exquisita boca… Eres y serás el único ser que podré amar en esta vida. Por ahora me despido, mi amor, con la esperanza… ¡ahora creo en la esperanza!…. de volver a reencontrarnos. Sé que nuestro anillo, nos volverá a unir de una manera u otra. Siempre estás en mi mente y en mi corazón… ¿Cómo arrancarte de ellos? Me despido con un hasta pronto… amor mío PD… Jedrek me regaló dos gatitos que estaban abandonados en un galpón. Uno se llama mac-cull y el otro Aramis…. Son hermosos. Aramis, me recuerda mucho a ti, tienes los ojos como tú… azules como el


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cielo…. Mc-cull es mas travieso, pero los quiero mucho a los dos por igual… Pronto estaremos juntos, mi adorado Friedrich, mi nazi loco y testarudo. Muchos besos mi amor… Te ama…. Jacob… Las irrefrenables lágrimas, cayeron sobre la cuartilla blanca y estas, se desvanecieron sobre la tinta que delineaba las hermosas letras transcritas en la superficie del papel. Algunas se desdibujaron hasta formar turbias manchas violáceas sobre el manuscrito. Trató de secarlas con su pañuelo, pero fue peor el remedio… El roce de la tela sobre la superficie porosa del papel, socavó la endeble cuartilla y al tratar de astringirla, desmejoró la situación, el manchón se diseminó por todas partes, desfigurando algunas frases haciéndolas ininteligibles. Pero que importaba ya… sabía que su Jacob estaba bien, por lo menos, eso lo expresaba la carta, esta era su fe de vida. Estaba con vida… De alguna manera, por medio de aquel manuscrito, sentía que estaba allí, junto a él… inexplicablemente percibía su presencia… al fin y al cabo era la última carta escrita por su puño y letra, el último contacto que había tenido con sus manos y sus huellas, frescas aún, debían estar latentes, difundidas en aquella carta de amor. Su presencia en esas huellas, era tan palpable, tan indiscutible, tan irrefutable, hasta el grado de percibir, aun frescos, el exquisito aroma de sus manos…de su cuerpo… de su vida… Se sentía, inconteniblemente…feliz. En ese momento y de manera repentina, entró el Teniente Karl Von Bonzkewitzz, quien momentos


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antes, se había cruzado con Annika en el pasillo del edificio. Le había tomado cierto aprecio al chico. Trabajaba también en la oficina con él, de hecho, era su jefe y éste, recibía instrucciones directas del oficial Martin Bormann. El Teniente Von Bonzkewitzz era un sujeto insociable, denotaba un aire de resignación, con señales de guardar algún secreto que lo atormentaba. Lo demostraba en su comportamiento un tanto reservado y retraído, con un atisbo de infelicidad y asomos de introversión. Tenía treinta años, pero aparentaba unos cuantos más. Friedrich había notado en él, no mucha simpatía hacia aquellos ideales nacional socialistas y radicales que estaba manifestando el régimen nazi. Revelaba cierto gesto de nerviosismo, que lo manifestaba con un espasmódico movimiento de los dedos de la mano derecha. En ciertas ocasiones, Friedrich lo había escuchado lamentarse, en voz baja, de los malos tratos a que eran sometidos, sobre todo, las mujeres, ancianas y niños judíos en los campos de concentración. No lograba entender el motivo de aquella conmiseración. Sin embargo, no era difícil percibirla. -Es una pena. –Susurraba cuando en ciertas ocasiones, leía algún documento, sin querer manifestar abiertamente a que se estaba refiriendo. En en otras oportunidades, lo notaba consternado y con la mirada perdida. Por esto asumía que el teniente, era posiblemente, una persona llena de sensibilidad y en quien quizás más adelante, podría confiar. -Tu hermana sí que ha crecido, Falkenhorst. –Atinó a decir en tono menguado-. ¡En verdad está muy hermosa! Recuerdo haberla visto en una ceremonia


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de ascenso de tu padre; ella estaba a dos puestos de mí…Era entonces una chiquilla; pero al verla hoy, me he dado cuenta que es una persona…-carraspeó- … una mujer encantadora… Friedrich lo miró con rareza y con cierto grado de picardía… -No me vendrá a decir –dijo- que ahora le agrada mi hermana, Teniente. No sabe en qué terrenos se ha metido. -Créeme amigo.-Señaló Von Bonzkewitzz-. Ya no hay terrenos hostiles en donde ya no me haya metido. -Tal vez no sean tan hostiles Señor. -¿Por qué lo dice, Falkenhorst? ¡No me subestime a la chica! ¡No me vendrá a decir que siente celos por su hermana? -No es eso, teniente. Lo digo precisamente por eso; porque es mi hermana y… vaya… que sí tiene su carácter. -Para terrenos hostiles y difíciles, estoy yo mandado Falkenhorst. El chico le seguía la corriente, trataba de ganarse su simpatía y su confianza. Tal vez en algún momento, podría serle útil. -Le haré saber el cumplido, muy respetuoso, por cierto… teniente. Le aseguro que se sentirá honrada, viniendo de tan honorable persona. Pasaron los meses, pero desde la última carta, Friedrich no había sabido mas nada de Jacob, aunque su paciencia, estaba en cierta forma fortalecida. Algo de eso había aprendido de Jacob mientras compartió aquellos momentos difíciles con él. -Hay que ser paciente. –Pensaba de vez en cuando-.


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Entre tanto nos amemos, no importa el tiempo que haya que esperar. Eso lo reconfortaba, sobretodo, en los momentos que sentía flaquear. Recurría a la última carta, que por cierto no rompió, como se lo había pedido Jacob. No lo había hecho para poder leerla cuando tuviera la necesidad de sentir el último vestigio de él. No fue capaz de hacerla pedazos, porque eso incurriría, destrozar parte de sus vidas, de sus sentimientos. La guardaba celosamente dentro de un libro de su biblioteca. Le había desprendido al libro, la capa protectora de la contraportada y allí la había camuflado. La sacaba de vez en cuando y simulaba estar leyendo aquel libro. Entonces, algunos de sus compañeros le decían: -Falkenhorst, ya tiene mucho tiempo leyendo ese libro… ha de ser muy interesante… -¡Así es!... -Les respondía entonces-. Es un libro muy emocionante. -En cuanto pueda me lo presta, para leerlo también. Jamás lo haría. Allí estaba guardado su hermoso tesoro… Aquella carta que tanto lo reconfortaba en los momentos de flaqueza…


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CAPITULO VIII …Aquellos dos amigos… Un viernes, 1 de septiembre de 1939, Jedrek y Jacob se encontraban sentados sobre unos viejos escabeles que habían encontrado, en un revoltijo de trastes dentro de un viejo galpón abandonado y casi en ruinas. Encendieron un destartalado radio de transistores, que también estaba acumulado junto a los demás objetos, con la suerte de que todavía funcionaba. Jedrek lo había notado meditabundo y cabizbajo; su compañero le había referido, quizás producto de la desesperación, que deseaba salir corriendo a buscar a Friedrich, aunque tuviera que sortear, todos los riesgos que esto incurría. Jedrek lo alentó, y para tratar de disuadirlo de aquellos pensamientos tormentosos que podían perjudicarlo, le dijo engañosamente, que había tenido noticias de Annika y que ella le había manifestado que Friedrich le enviaba ánimos, que se mantuvieran bien ocultos y que si tenían que moverse de un lugar a otro para salvar sus vidas, lo hicieran de la manera más prudente y segura posible, según instrucciones de los partisanos. Además, que lo extrañaba también, que deseaba reencontrarse con él y que estaba haciendo todo lo posible para trasladarse hasta ese lugar. Dentro de su turbación y a esas alturas de las circunstancias, Jacob no tenía la voluntad como para no darle crédito a lo que su compañero le estaba informando, prefería creer que todo ello era verdad y que tarde o temprano, Friedrich lo buscaría. Jedrek, de alguna manera, lograba calmarlo y alegrar un poco su vida. Sabía que no había otra solución y si era de


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hacer de aquellos aciagos momentos, algo placentero. Haría de tripas corazones. Usualmente, se encerraba en sí mismo y era en esos momentos, en que Jedrek debía hacer lo que venía haciendo desde hace algún tiempo: brindarle inciertas esperanzas. De vez en cuando lo lograba, y ese día, no fue la excepción. Jacob recuperó un poco la cordura y en ese momento, le soltó unas emotivas palabras: -Creo, amigo, que vivimos en una época en la que no debimos haber vivido nunca. Seguramente, si hubiéramos vivido en otro momento, nuestras vidas hubiesen sido diferentes. Sin embargo, ahora puedo estar más tranquilo. –Dijo- Esa noticia me ha dado mucha alegría y voy a luchar para no decepcionarlo, a pesar de que estemos en el tiempo equivocado. -Me alegra que pienses así. Siempre debes estar dispuesto a sacarle el máximo provecho a los malos ratos. Vamos, enciende la radio, oigamos un poco de música, y alégrate…amigo. Jacob lo miraba profundamente, buscando en la mirada de su compañero, la veracidad de aquellas palabras. Se quedaba meditabundo y luego, salía de ese trance, con algo más que visos de esperanzas. - ¡Ya sé! -dijo entonces, sorprendiendo gratamente al joven polaco -preparemos un banquete… ¡hoy me siento feliz! ¡He tenido noticias de mi amado! Caminaba y corría de un lado para otro, manifestando como un niño, cuan feliz se sentía. Jedrek se entristecía; no le hubiese querido mentir. Temía que su compañero pudiera estar enloqueciendo y no dejaría que eso sucediera, así tuviera que darle falsas esperanzas. Esa noche, lo vio leyendo una deteriorada biblia, que había encontrado entre los trebejos. No


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entendía, esos sentimientos peculiares, pero no meditaba acerca de ello. -¿Quieres mi Torá? –Le preguntó. -¡No!... Hoy quiero leer el viejo testamento. A veces es bueno adquirir nuevos conocimientos. Al día siguiente, encendieron la radio, colocaron sobre un viejo mesón unas rodajas de pan duro y abrieron algunas latas de frijoles. Se sentaron a escuchar las voces de la civilización a través de aquel aparato, que lo más que emitía, era un molesto y estridente zumbido. Luego, cuando lograban sintonizar alguna frecuencia, el zumbido cesaba, pero lo único que transmitían a través de las emisoras, eran los partes de guerra y discursos de Hitler, hablando de sus incursiones y vanagloriándose de sus objetivos. A pesar del bombardeo informativo en los días que precedieron, en la semanas siguientes, fueron mermando las noticias. Algunas melodías comenzaron a escucharse con cierta regularidad. Jacob, prestó atención a una en particular que por cierto, adoptó para sí. Una hermosa canción que fue compilada por Norbert Schultze y en donde se evocaba, un poema escrito por un soldado alemán, que durante su permanencia en el frente, durante la primera guerra mundial, recordaba constantemente a su novia Lili. Tras recoger la letra de ese poema, Schultze le compuso la música y fue interpretada, después, por una famosa cantante de nombre Lale Andersen. Aunque no fue muy sonada durante sus primeros años, no fue sino hasta 1937, cuando un soldado la emitió en una radio ocupada por los nazis en Belgrado, convirtiéndose esta en un éxito musical. Era trasmitida


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casi todas las noches alrededor de las diez. Aunque Goebbels trató de vetarla, no pudo detener el revuelo que causó esta canción. Se supo, que posteriormente, llegó a ser el himno de las tropas aliadas. Jacob, al escucharla, no podía evitar relacionarla con aquel amor que estaba sintiendo, tanto así, que le puso su propio título “La canción de la farola”. De vez en cuando, la entonaba y Jedrek, se sentaba a su lado para escucharlo. Lloraba entonces de nostalgia. “Frente al cuartel, delante del portón, había una farola, y aun se encuentra allí. Volveremos a encontrarnos bajo la farola. Estaremos como antes…Lili Marleen. Nuestras dos sombras, parecen una sola, nos queríamos tanto que daba esa impresión, y toda la gente lo verá, cuando estemos bajo la farola. Como antes…Lili Marleen. Pronto llama el centinela, están pasando revista, esto te va a costar tres días. Camarada…ya voy… Entonces nos decimos Adiós. Me habría ido encantado contigo…Lili Marleen. Ella conocía tus pasos, tu elegante andar. Todas las tardes ardía, aunque ya me había olvidado, y si me pasara algo…¿Quién se ´pondría bajo la farola contigo? …Lili Marleen. Desde el espacio silencioso, desde las tierras de la tierra, me mantienen como un sueño, t


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us adorables labios. Cuando la niebla nocturna se arremolina, yo estaré en la farola como antes…Lili Marleen… Un día inesperado, las cosas cambiaron nuevamente. De pronto, la música se vio interrumpida por un boletín que emitía la oficina de guerra desde Berlín. “…Las tropas alemanas acaban de entrar en Polonia…” -Esos malditos bastardos. -Protestó Jacob irasciblemente-. No entiendo hasta donde quieren llegar esos perros. Jedrek meditaba los acontecimientos. Cada día se presentaba más apremiante que el anterior. Las cosas estaban aconteciendo de forma apresurada. No se sabía cómo podía presentarse el día siguiente, ni el siguiente, ni el posterior a ese, por lo que debían estar preparados para cualquier cosa. -A Hitler se le ha subido el poder a la cabeza. –Dijo, mientras abría una lata de salchichas-. Me temo que no hay quien pueda detenerlo. -Observó. Habían comenzado algunos bombardeos, no se sabe a qué distancia. Las columnas de humo se elevaban a una altura considerable, tanto así, que no se sabía donde se unía el humo gris, con las nubes del cielo. Cada cierto tiempo cesaban las explosiones, entonces, continuaban la conversación. -Es que el muy mal nacido quiere adueñarse del mundo a costa de lo que sea. ¿Acaso los polacos no tienen las bolas bien puestas para no permitir tal atrocidad? Jedrek lo escuchaba maldecir, sin saber que responder.


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Sin embargo, alguna respuesta debía de tener. -Esas son cosas de política de guerra, amigo. -¡Esas son ganas de Joder! -Remarcó Jacob-. Mientras no salga alguien a ponerle un freno a ese maldito, acabará adueñándose del mundo! Las noticias seguían informando: “…El puesto fronterizo de Janlunkuv y la estación ferroviaria de Mosty, han sido tomadas por los alemanes. La madrugada del viernes, comenzaron a oírse las detonaciones realizadas por las baterías del acorazado alemán Scheleswig Holstein, que según nuestras fuentes, han hecho blanco en los polvorines de la ciudad de Dantzig; más de un millón de soldados alemanes, habrían irrumpido por la frontera, al parecer, todo habría sido fraguado durante la madrugada del pasado 31 de Agosto. Seguiremos informando….” Como había sido informado en aquel boletín, a las 4:45 de la madrugada del viernes 1 de septiembre de 1939, sonó el primer cañonazo que inauguró la más sangrienta de todas las guerras padecidas por la humanidad. Para los primeros días de Octubre, las tropas nazis habían irrumpido en Varsovia. Hasta ese momento, Jacob no tenía idea de donde se encontraban; intuía, que estaba muy lejos de Berlín, pero no sabía que tanto. Habían sido tantos los escondites a donde lo habían llevado, que había perdido la noción de las distancias, de los lugares, de las circunstancias y hasta del tiempo. La percepción de lo que pudiera estar sintiendo Friedrich en relación a su paradero, lo atormentaba.


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Pensaba constantemente en él. Lo angustiaba la idea de que pudiera estar muerto. Alemania es un territorio extremadamente grande, si bien se piensa, para localizar a alguien. Cabe imaginarse, si a ese territorio, extenso, además se le anexan los que ya estaban siendo invadidos. -¡Pobre amor mio! –pensó, mientras retozaba, tendido en el suelo y viendo fijamente el techo del viejo galpón. Mantenía el anillo consigo. Lo contemplaba durante largo rato. Las lágrimas corrían por su cara-. ¿Cómo vas a saber dónde encontrarme? -Tranquilo, judío. -Solía responderse el mismo-. Annika lo ha mantenido al tanto de todo. El sabe de nuestra ubicación, también sabe que estas bien. Si fuese así, ya hubiese venido a buscarme. –refería entonces desesperado. -¿No puedes ni por un momento ponerte a pensar las razones por las cuales no ha podido hacerlo? –Lo confrontaba Jedrek. A veces tenía que reprenderlo, para que dejara de comportarse como un desquiciado-. ¿Crees que las cosas están como para estar cruzando de un lado a otro sin que se sospeche del motivo de tal o cual movimiento? -Lo sé…y créeme, lo pienso a cada instante. -Entonces –señaló el polaco- deja que las cosas fluyan por si solas; tarde o temprano, ese chico nazi, te encontrará. -Podría escribirle una carta…Tal vez se alegre al recibirla. -¡Aun nooo! Pueden interceptarla. Ten paciencia, ya le mandarás una, cuando las cosas se tranquilicen. -No sé si pueda resistir tanto, amigo.


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-Pues debes hacerlo. Te estás volviendo loco de tanto presumir cosas que no sabes si han ocurrido o no. Los nacional-socialistas, habían radicalizado el odio hacia la comunidad judía. A diario, asesinaban a decenas y decenas de personas. Habían incendiado en su totalidad, las sinagogas e intensificaron la destrucción de establecimientos comerciales, cuyos propietarios eran judaicos, precisamente. Prácticamente, ya se les tenía totalmente prohibido el acceso a la vida cotidiana, sus capitales fueron confiscados, no se les permitía, tan siquiera, tener un mínimo derecho a la diversión, se les había prohibido entrar a las salas de cines, a los teatros, bibliotecas y museos, los niños fueron desmatriculados de sus escuelas. Los carteles señalaban abiertamente, la xenofobia hacia todo aquel que no fuera de raza aria; prácticamente en todos los establecimientos, se colgaban letreros que decían “Prohibido la entrada a los judíos” o “Solo para los de raza aria”. Ni Jacob ni Jedrek, podían salir a ninguna parte. El estricto toque de queda al que estaban sometidos, los obligaba a estar perennemente escondidos dentro de aquella vieja fábrica. Ya sus contactos no se atrevían a trasladarlos, incurría ser arriesgado. Casi no tenían que comer, los guiñapos que cargaban encima, hedían y ni ellos mismos, habían podido asear sus cuerpos por la falta de agua. No soportaban respirarse a sí mismos. Lo poco que comían, era por la buena voluntad de algunos que se arriesgaban a tirarle algún mendrugo. Poco a poco, esas ayudas fueron mermando; luego, tendieron a desaparecer definitivamente. Jedrek aún mantenía algunos contactos, muy pocos, que se arriesgaban a esconderlos en determinados


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recovecos y de vez en cuando, les dejaban ropas limpias, algo de pan y un poco de agua, para que tan siquiera, pudieran beber y asearse umn poco. Pero de un momento a otro, esas ayudas, también fueron ausentándose. En esos días, un tal Maksim Kuznetsov, junto a su esposa Nataliya, de origen ruso, judíos ambos, lograron esconderlos en un anexo dentro de esa vieja fábrica, que durante un tiempo, fue una prospera industria de alimentos enlatados; sus dueños también eran judíos y con la llegada de los nazis al poder, sus bienes fueron confiscados y se vieron obligados a entregar todo lo que poseían y progresivamente, fue abandonada a mediados de 1936. Los Kuznetzov, de vez en cuando, les proporcionaban algún tipo de ayuda, alimentos, agua, vestido, entre otras cosas, pero ya, en esos últimos días, no habían portado por aquella vieja factoría, por lo que se estaba tornando precaria la situación de los chicos. Sin embargo, en los días sucesivos, no tuvieron mayores inconvenientes. Lo poco que en últimas habían encontrado, fue una despensa destartalada y sucia en un recoveco del edificio. Esta, para la alegría y el alivio de los chicos, aun guardaba dos potes de frijoles y una lata de pescado en conserva. Con eso y lo que la pareja Kuznetzov les había proporcionado semanas antes, lograron medio comer durante cuatro días. Luego, nunca más volvieron a saber de ellos. La última información que mantuvieron, fue que habían sido llevados a los campos. A él lo llevaron a Auschwitz, y a Nataliya, la confinaron en Birkenau, donde fue vilmente


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asesinada por una de las sicarias del régimen, o eso se rumoró. Jacob lamentó mucho aquel parte. Le había cogido mucho aprecio, ya que era una mujer muy humilde; aun recuerda la morcilla casera y el strudel de manzana que de vez en cuando solía llevarle, un lujo para ese momento y que por cierto, le recordaba a Friedrich, pues, el strudel, era su fascinación. No mantuvieron contacto alguno con ninguna otra persona durante las semanas siguientes a la desaparición de los Kuznetzov; la despensa también estaba mermando. De aquellas latas de frijoles, solo quedaba una, por lo menos, la lata de pescado en conserva estaba intacta. Tenían que hacer algo para poder abastecerse, antes que terminaran por agotarse las pocas provisiones que tenían. -¡No soporto el hambre! -Comentó Jacob, mientras caminaba de un lado a otro, con ambas manos en la cabeza. Los cuatro o cinco granos que ingiero, no me llegan al estomago, y si me llegan, por cada cuatro que como, defeco dos o tres. Su cuerpo parecía el de un cadáver andante debido a la consunción. Los guiñapos que cargaba encima, se exhibían deteriorados, como si nunca en su vida se los hubiese quitado. -Es verdad, hermano. -afirmó Jedrek- debemos tratar de racionar lo más que podamos, No sabemos cuánto tiempo más estaremos aquí. -¡Espero que no mucho! No me puedes negar que mis manos se ven como las manos de un anciano, enjutas y secas, mi piel está pegada de mis huesos. Ambos rieron ante aquella comparación. -¿Ahora vas a recriminar a los desvalidos ancianos? -¡No es eso! Solo es una simple analogía.


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De vez en cuando, Jedrek le jugaba bromas, sobre todo, cuando lo notaba desesperanzado. Sabía que de esa forma, lo mantendría alejado de todo pensamiento que lo perturbase. -Es la única forma de darte ánimos, amigo -decía. Luego le preguntaba, mirándolo con mucho sentimiento, pero a modo de sarcasmo: -¿Estás más delgado o son ideas mías? -¡Creo que son ideas tuyas! Sonrieron. Luego Jedrek soltó una de las suyas: -Tu chico nazi no te querrá más si te ve en ese estado. -Friedrich no dejaría de amarme aunque me viera en este deplorable aspecto; lo conozco muy bien y estoy seguro, que en donde esté, en donde se encuentre, siempre está pensando en mí. Yo lo siento aquí dentro, -recalcó, mientras se tocaba la sien- y...aquí dentro – esta vez, tocándose el pecho del lado del corazón. -Yo lo haría de ser él. Si te viera desanimado y sin ganas de luchar, no te querría más, porque te quiere alegre, fuerte y grandioso, capaz de sortear todos los obstáculos. - Jedrek, piensa por un momento. ¿Qué harías si Annika te viese así, en ese estado? -Posiblemente…no lo sé. Ella es…diferente. Ella es, es como una mariposa. Le gusta volar sin que nadie la detenga y… siempre vuelan… y se van… En esos últimos días, sus ánimos estaban por los suelos y ya flaqueaban sus fuerzas. Los juegos también fueron desapareciendo... con el tiempo… Muchas veces, lo encontró llorando y tiritando de frio y de fiebre, detrás de una puerta o debajo de la mesa, y otras tantas, acariciando el anillo que llevaba


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puesto; lo contemplaba desmedidamente, como si aquel objeto, poseyera una especie de encantamiento sobrenatural. Su rostro se transformaba entonces. Al contemplar el anillo, Jacob era otra persona. -¿Qué te pasa hermano? -Preguntó, en uno de esos momentos de desaliento, aun a sabiendas de lo que le ocurría-. ¡Le voy a decir a Friedrich que balbuceas como mariquita! -¡Eso no sería una novedad! –Respondió. -¿Que balbuceas o lo de mariquita? Jacob lo miró, tratando de contener una sonrisa. Al final, terminaba dejándola escapar; entonces, el joven polaco se alegraba. Otras veces, Jedrek lo notaba ausente, dándole vueltas al anillo y balanceándose de un lado a otro en un estado delirante. Sentía miedo cuando esto ocurría. Presentía que la ausencia de aquel joven, lo estaba volviendo loco y temía que un día inesperado, no volviera a salir de ese estado de locura. - ¡Si que amas a ese nazi! –Le dijo entonces. El le respondió, volviendo de aquel mundo solitario, de ausencia: -Créeme… si estoy resistiendo, es gracias a él. ¡Lo amo con toda mi alma… es la única razón por lo que he resistido. -¿No has vuelto a escribirle? -Preguntó- me habías dicho que le escribirías. Estabas ansioso por hacerlo. -¿Para qué? Tú tienes razón. No quiero que le sigan las pistas a mis cartas. -¿Y crees que las que le has enviado, digo, las ultimas que escribiste meses atrás…les hayan llegado. -Tengo la plena convicción de que por lo menos una… llegó a sus manos.


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De pronto, se detuvo la música; la radio, comenzó a emitir aquel extraño zumbido, luego… un boletín de última hora anunciaba el último parte de guerra: “…Inglaterra y Francia, acaban de declararle la guerra a Alemania… El Führer declinó la ayuda militar a Italia y Polonia está tomada casi en su totalidad por las tropas del tercer Reich”. -¡Ahora sí que nos jodimos! -Comentó Jedrek-. Lo más probable es que tengamos que salir cuanto antes de este lugar. Ya no es seguro continuar aquí. ¡Esos malditos nazis! Agregó, con rabia e impotencia. -¡Tienes razón Jedrek! Debemos movernos cuanto antes. En cualquier momento pueden comenzar a bombardear los alrededores. -¡Voy a salir a dar un vistazo! -¡Nooo!… ¡no debes exponerte! No debemos confiarnos. Quién sabe si esos malditos estén merodeando por el bosque. -Es posible que estén patrullando por el otro lado de la floresta, pero de igual forma, quiero investigar por la zona. -Creo que es mejor que esperemos aquí. –Insistió-. En cualquier momento pueden venir a rescatarnos y si no nos encuentran, se irán, pensando que también nosotros nos marchamos. Entonces, con una extraña mirada fantasmal, le dijo: -Jacob… me temo que a nuestros contactos no le volveremos a ver las caras. Las noticias seguían fluyendo. Jacob prefirió cambiar de emisora para no atormentarse con tan malas reseñas. Las frecuencias estaban interceptadas. Por su mente lo único que pasaban, eran pensamientos y


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recuerdos de Friedrich. En una de esas cavilaciones, se le vino a la mente la posibilidad de que su amado estuviera metido en todo esto… de que Friedrich, estuviera formando parte de aquella horrenda realidad. Aquel pensamiento surgió como una especie de revelación. Friedrich trabajaba para el tercer Reich y eso era una realidad, realidad de la que no estaba al tanto. De cualquier forma, estaba al servicio del Estado Nazi -Su padre ha de haberlo convencido para que se aliste -dedujo- y debe estar persiguiendo y matando judíos por todas partes. Por instantes, esas locas ideas asaltaban sus pensamientos, pero luego, las borraba de su mente. -¡Nooo! Mi Friedrich no!... El no sería capaz de cometer esas atrocidades. Se quedaba meditabundo y luego se preguntaba: -¿Aun me tendrá en su mente? ¿Aun me amará? ¿Seguirá siendo el testarudo y loco chico nazi que conocí en Berlín? Entonces rompía a llorar; frotaba sus ojos con las manos sucias para secar las lágrimas. Trataba de rebuscar en su mente, recuerdos que ya estaban un tanto distantes, casi desvanecidos; no era para menos, el tiempo, la falta de alimentación y la deshidratación, conlleva a que una persona, llegue a tal extremo de ver cosas en donde no las hay y desordenar sus ideas. -Ojala volviera aquel tiempo… en Dresden… en donde nos divertimos tanto, mi amor… Entonces, se vislumbraba una pequeña sonrisa en sus deshidratados labios. Por estar inmerso en uno de sus ya acostumbrados delirios, no se había percatado de la ausencia de su


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amigo; lo presintió al escuchar murmullos a lo lejos, advirtiendo entonces, que no estaba a su lado… pensó, lo que menos quería suponer. Subió a toda prisa al ático y se asomó por una ventanilla que estaba en lo más alto del galpón, muy oculto, para que no pudieran divisarlo. Jedrek no portaba por ninguna parte. Por más que lo buscó, no pudo encontrarlo. Solo a unos cuantos metros de allí, pudo vislumbrar una cuadrilla de uniformados que llevaban a rastras a un hombre. No pudo percibir si estaba vivo o muerto, ni tampoco de quien se trataba. Lo único que se le ocurrió pensar, fue en salir cuanto antes de aquel lugar, no fuese que aquellos uniformados se devolvieran para investigar si había otras personas escondidas en aquella vieja fábrica. Recogió, apresuradamente, todo lo que pudo: dos enlatados, rodajas de pan duro y el viejo aparato de radio, por lo menos, para mantenerse informado de los acontecimientos. Ropa, no tuvo necesidad de empacar, al fin y al cabo, le bastaba con lo que cargaba encima, además, que más le daba, ya estaba acostumbrado a que lo despojaran de sus cosas. Caminó un largo trecho dando traspiés, con el temor de que pudieran descubrirlo; llegó a un pequeño bosque, en donde dedujo que estaría a salvo. De alguna manera daba gracias a Dios el no haberse topado con algún soldado nazi durante esa azarosa travesía. Se encontró con un recodo a lo largo de un camino en el que había una pendiente un tanto pronunciada y que hacía las veces de mirador. Desde allí pudo atisbar, los furgones verdes estacionados no muy lejos de la factoría y una considerable cantidad de uniformados


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nazis que se alistaban para coger rumbo a la vieja construcción. No se puede expresar cuan aterrador era ver y escuchar a aquellos camiones merodeando por los alrededores. Eran como buitres revoloteando por todos lados buscando la carroña. El era esa carroña. Su piel, se erizaba y su corazón comenzaba a agitarse. En verdad, causa un gran impacto escuchar roncar aquellos motores de la muerte. Trató de apresurarse y alejarse de allí lo antes posible. Aunque no quería perder de vista a los uniformados, corrió hasta donde pudieran alcanzar sus fuerzas. Trastabillaba, abriéndose paso a través del bosquecillo. A ratos, cuando se hacía visible, debido a la deforestación en algunos puntos, avanzaba a rastras, como para no ser avistado. Llegó al filo de un despeñadero aun más pronunciado que el primero, allí se detuvo y se escondió tras una pequeña colina para descansar y beber un sorbo de agua. Aun podía avistar, a lo lejos, la vieja fábrica que ya había sido tomada en su totalidad, por las tropas. Se volvió apresuradamente, sobre su espalda, buscando quedar totalmente tendido sobre la tierra, porque se percató que uno de los soldados, observaba con sus binoculares hacia ese punto; en un descuido, resbaló y rodó unos cuantos metros pendiente abajo. Como pudo, se asió del borde de una roca; miró hacia abajo y, precisamente, al final de la pendiente, se encontraba aquel uniformado, quién a su vez, se había percatado del derrumbe. Algunas rocas cayeron hasta el final del despeñadero, llegando a los pies del hombre; este, lanzó una ojeada hacia arriba, para saber desde donde provenían los escombros. Afortunadamente, no alcanzó a ver a Jacob, pero lamentablemente, todas


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las provisiones que llevaba consigo, fueron a parar al fondo. Por fortuna, un arbusto se interpuso entre el soldado nazi y las provisiones y contuvo, con sus ramas los enseres, evitando así, ser advertido por el uniformado. De ninguna manera, había forma de rescatar aquellos suministros. Hacerlo, era exponerse a que lo descubrieran y lo atraparan, tal como lo hicieron con Jedrek. Recordaba la promesa que le había hecho a Friedrich: “vivir…para devolverle el anillo”, así que no se arriesgaría a tal imprudencia. -Cumpliré con el pacto, mi amor… Cumpliré con la promesa que te hice, no te defraudaré, Friedrich. Solo, el pequeño radio de transistores pudo salvarse, lo llevaba amarrado a un cordel que sujetaba sus pantalones. Se había lacerado los brazos, la cara y las piernas al rodar por la pendiente. El dolor era incontenible, pero tenía que soportarlo. Se notaba quebrantado y había perdido mucho peso, casi estaba irreconocible. Sus negros ojos resaltaban sobre el enjuto rostro que acentuaba sus huesos. Llevaba tres días con sus noches, vagando en busca de un lugar seguro. Se sentía solo, aquellos recuerdos junto a Friedrich, nunca lo abandonaron; en realidad, era lo que le daba las fuerzas para seguir adelante. Se detuvo, ya que había encontrado un arbusto cargado de bayas que engulló ávidamente. Encendió el pequeño artefacto, con el riesgo de que ya no le quedaran suficientes baterías. Afortunadamente, el aparato, dejó escuchar una débil señal de voz. “…Alemania ha comenzado algunos bombardeos en diferentes puntos de Polonia...”


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-¡Oh nooo! -Exclamó con rabia-. ¡No pueden hacer otra cosa más que pensar en la guerra!... ¡Maldita guerra! Entonces lanzó el radio, estrellándolo contra una roca. Los cañonazos seguían atormentándolo. Desesperado, buscó otro lugar en donde refugiarse. Más adelante, en una carretera, atisbó a más de una decena de furgones repletos de personas, a las que transportaban quien sabe a donde. Pudo observar, a cierta distancia, una construcción a medio caer, quizás, producto de los bombardeos. Corrió hacia ese sitio como pudieron permitírselo las piernas y haciendo un descomunal esfuerzo, porque en realidad, ya no le quedaban fuerzas para seguir, pudo llegar a la edificación. A lo lejos, tal vez en un gran árbol, de tantos que abundaban por el lugar, escuchó el trino de un pajarillo… se quedó absorto, escuchando aquel hermoso canto y sonrió de gusto. Recordó aquellos canarios amarillos que llegaban al jardín de rosas, cercano a la casa de Benjamin en Nikolaiviertel. Una razón más, para saber que su Friedrich amado, de alguna manera, le estaba enviando señales para que resistiera…por lo menos lo había tomado de esa manera.


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CAPITULO IX

sentimientos peculiares…. Friedrich Falkenhorst y El Teniente Von Bonzkewitzz, habían cultivado una buena Amistad. Cada quien con sus propias ideas y formas de pensar, cada uno con sus propios sentimientos, pero al fin y al cabo, mantuvieron a lo largo del tiempo, una sincera lealtad. Von Bonkewitzz no era persona de confiar en nadie, mucho esfuerzo le había costado hacerlo, lo que se evidenció a simple vista, gracias a un incidente que ocurrió en la oficina en donde ambos trabajaban. Lo había descubierto Friedrich una tarde de lluvia, mientras observaba con contemplación una fotografía. Lo reparó, buen rato, mientras parecía sollozar sobre aquel retrato. Von Bonzkewitzz al verse sorprendido, trató por todos los medios, de ocultarla en el bolsillo de su chaqueta, pero ante la premura, dejó caer la impresión, deslizándose ésta, hasta los pies del chico, quien en un gesto instintivo, lo recogió para entregársela. Falkenhorst no pudo evitar ver la imagen estampada en aquella foto. Era una espléndida mujer, con cabello negro, ojos hermosos y extremadamente expresivos; llevaba un hermoso abrigo gris de lana y un lindo tocado, del que descendía, a manera de cascada, una finísima malla de tul, con pequeñas aplicaciones y el cual cubría, la parte superior de su esplendido semblante. En la parte inferior de la foto, podía deletrearse la frase:

Con amor para Karl…de Sara…


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-¡En verdad es hermosa su esposa, Teniente! –dijo el joven en tono comprensivo. -¿Con que derecho fisgonea en mis cosas? –Espetó enfurecido el Oficial. -¡Lo siento señor! Miré sin querer la foto y la dedicatoria. Créame… no lo hice con mala intención. -Espero que olvide lo que vio. –Indicó él de manera recelosa- es una orden Falkenhorst. Recuerde que es su palabra contra la mía. Su pusilánime mirada, ahora se había tornado fría y sus manos temblorosas, habían guardado la fotografía. Friedrich denotó sorpresa ante aquella reacción. Quedóse mirándolo con gesto compasivo y sin reserva alguna, se acercó a él, exageradamente. Von Bonzkewitzz se notó intimidado y lo perturbó aquella invasión a su espacio personal. No concebía que otro hombre, apelara a un gesto similar. Tal vez, en otras circunstancias, no lo hubiese permitido. -¡Confíe en mí…teniente! –Le susurró el joven arriesgándolo todo-. Yo también tengo mis secretos…y créame… no son menos escandalosos que los suyos… -¿Cuál es el punto, Falkenhorst? –Dijo el Superior, mientras se alejaba-. ¿Por qué debo confiar en usted o usted en mí? -No le puedo decir el motivo por el cual debemos confiar el uno en el otro, Señor. Ni yo mismo podría entenderlo. Digamos que es mera intuición. -¿Y arriesgaría su vida o la mía, por mera intuición? –Preguntó-. Usted no conoce nada de mí. Solo que trabajamos juntos…en esta oficina, con documentación clasificada…ultra secreta; es lo único que tenemos en común. Friedrich caviló unos instantes, quizá prefería


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arriesgarse y continuar con aquella discusión, el cual, había exacerbado los ánimos de su superior. -¡Sara!... –dijo el chico- bonito nombre Señor, como quien lo lleva. Se mostró atónito, su mirada expresó incredulidad. No esperaba que aquel joven subalterno y desconocido, le saliera con aquellas conjeturas, que de alguna manera, tocaban su vida privada. Dudó por un momento de ellas. Por su mente, pasó la posibilidad de mandarlo a detener, posibilidad que desecho de inmediato, al fin y al cabo, tan solo era un muchacho, pero también pensó en la posibilidad de brindarle la confianza que estaba solicitando. Intentó, con vehemencia, referirle algunas cosas al tiempo que le dirigía una mirada comprensiva. Dio unos cuantos pasos hasta una ventana que estaba entreabierta, se asomó a través de ella y observó en varias direcciones, como para asegurarse de que nadie pudiera estar dirigiéndose hacia la oficina; luego, la cerró por completo y se sentó en la silla de su escritorio. Volvió a sacar la fotografía del bolsillo y la colocó visiblemente sobre la mesa con un exagerado cuidado. Aquella deferencia revelaba, cuán importante era aquella mujer en su vida. -Siéntese Falkenhorst -dijo, ya en tono despejadocharlemos un rato. -¡Si…Señor!…-Obedeció el joven, manifestándole un solemne respeto. -Llámame Karl… Falkenhorst… Ya que vamos a entrar en confianza, me supongo que debemos dejarnos de tantas formalidades. Ya las cartas están sobre la mesa… ¿No cree?


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-¡Así es Teniente! -Respóndame Falkenhorst… ¿Qué supone usted de mí? ¿Quien cree usted quien soy yo? -Aparte de ser mi Teniente Karl Von Bonzkewitzz – respondió el chico- es usted un hombre, como cualquier otro, que siente, ama y padece, como muchos en este planeta y que tal vez necesite de un amigo para contarle sus penas. -¿En realidad cree eso? -Así es Teniente y créame, lo digo con el mayor respeto del mundo. -¿Sabe algo? –Preguntó-. Jamás nadie me había hablado como lo está haciendo usted ahora y bajo otras circunstancias, no lo hubiese permitido. Creo que lo subestimé. -Todos tenemos sentimientos distintos…peculiares, diría yo. Quizás sea un abuso de mi parte que me haya entrometido en los suyos y en sus cosas privadas al preguntarle si la dama de la foto era su esposa. Señor, quise ser atento al recoger la fotografía. Jamás pretendí, pese a haberme percatado involuntariamente de la dedicatoria y del nombre, juzgarlo en lo absoluto, no soy quien para hacerlo y eso, se lo digo muy en serio, Señor. -Pues…fíjese… que lo llegué a pensar, lo admito, pero ahora que lo analizo bien, me doy cuenta de la realidad; la fotografía pudo haberse caído frente a otro que no hubiese entendido, tanto como usted, el significado del nombre y la dedicatoria. Y le digo algo, Friedrich, de alguna manera me alegra que haya sido usted quien lo haya hecho y también, se porque se lo digo. Creo que puedo confiar en usted al respecto… ¿o me equivoco?


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-Por mi parte -señaló Friedrich- puede tener la plena confianza de lo que se hable aquí, aquí se queda. Yo pudiera desconfiar de usted, un Teniente con un alto puesto en el Gobierno, fiel defensor del régimen…pero que más me da, no me importaría revelarle ciertas cosas de mi vida… Ya no me importa lo que pueda ocurrir de ahora en adelante. Pero como ya le dije, todos tenemos sentimientos peculiares, mi intuición me hace pensar que no me equivoco con usted. -¿Por qué cree que puede confiar en mí, si usted mismo ha corroborado mi posición dentro de la administración Gubernamental, es decir, que trabajo para los nazis y su gobierno? ¿No teme que yo tome medidas al respecto y lo mande a arrestar? -Suelo equivocarme señor, pero esta vez, presiento que es diferente y no sé por qué razón. Creo que usted no sería capaz de hacerlo, lo sé. Casi siempre pienso que una persona suele ser buena. Deduzco que alguien es honesto con tan solo mirarlo, a veces me equivoco, pero esta, es la excepción. Esta vez, no se trata de una mera intuición, es algo que va mas allá de eso, pero no sabría cómo explicarlo en estos momentos. Quiero que sepa que mi intuición me dice que es usted un hombre honorable y lleno de humildad, a pesar de sus reservas. -Es usted muy instintivo y muy considerado o por lo menos, lo es con respecto a mí y puede que tenga algo de razón. No soy lo que ve bajo este uniforme. Sin embargo le reitero, creo que me he equivocado con usted. -¿Por qué lo dice Señor? -Se quien es su padre, conozco su radicalidad y su


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estatus dentro del Reich. Los hijos y en general las familias que provienen de una como la suya, tienden, bien sea por convicción o por obligación, a seguir el ejemplo de sus padres en cuanto a ideologías me refiero, cosa que lo he deducido en su caso. Me había imaginado, que por ser hijo de un Mariscal de Campo, muy cercano al Führer y muy radical, por lo que he sabido, que usted, sintiéndose orgulloso, quería seguir sus pasos y su ejemplo. No me esperaba que siendo usted hijo de Nikolaus Falkenhorst, fuera tan diferente a él y sabe a lo que me refiero. Sin embargo, amigo… veo en usted, tanta humildad como usted dice ver en mi y se lo digo, ya que estamos hablando de intuición y de confianza. - Puede que no esté equivocado Teniente. –Dijo Friedrich-. -Me habló de cosas, de sentimientos particulares o peculiares, luego me aclarará que significan para usted. Mis sentimientos quizás no sean tan distintos a los suyos, son como cualquier otro sentimiento. Quien le imprime esa marca distintiva, son los prejuicios vacios de esta sociedad infame. -Es cierto, pero los sentimientos son diferentes no solo por que los prejuicios los hacen ver de esa forma, más bien lo son, porque cada uno de nosotros le da ese rasgo característico que lo hace ser tan especial. No importa a quien se le manifieste o a quien se ame, o sobre quien se sienta, está en nosotros hacerlo especial. En cuanto a lo otro, no hay que dejar que los prejuicios se tomen la atribución de otorgarle el status a nuestros sentimientos. Ya lo han hecho con casi todo, no pueden hacerlo con lo que sentimos. -Eres tan solo un joven, hijo. Hablas como si los tuyos,


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tus sentimientos, ya no te pertenezcan, como si esos prejuicios lo hayan arrancado de tu vida. Yo entiendo de mi propia aflicción… que es demasiado, pero ¿Por qué pena pudieras estar pasando tú, si ni siquiera has vivido un ápice de lo que yo he vivido? -He madurado, Señor. Señaló el chico-.Quién no lo ha hecho en las circunstancias que vivimos? También llevo un gran peso sobre mis espaldas. Cosas personales que quizá le refiera en otro momento. -Por lo que veo y a juzgar de lo que estamos conversando, se me hace irónico que en una misma sala, coincidan dos infortunados, con sentimientos peculiares. Es en realidad asombroso, sobre todo, si el otro es tan solo un chico. De cualquier forma, jovencito, me alegra tener con quien compartir mis desdicha y también, contar con tu confianza. Llevar solo las penas de la vida, es muy difícil. En cuanto a lo de la fotografía…yo… -Pierda cuidado, señor -interrumpió Friedrich- las penas se hicieron para compartirse. Cuando miré la foto, supe de inmediato lo que significaba la dama para usted. Créame…no se qué habrá pensado de mí al sentirse descubierto; tampoco quiero que se sienta obligado a aclarar la situación. Pero por un breve instante, yo si supe que pensar de usted; de igual forma, preferí buscar el lado positivo de las cosas. No me sorprendió para nada. De antemano percibí, cuando lo conocí, que era un ser de buen corazón. -He tratado de serlo Falkenhorst. Aunque he procurado formarme una imagen de hombre duro, dentro de mí corren sentimientos y me duele ver lo que está pasando. Pero insisto –dijo insistentemente- ya que


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estamos entrando en confianza, no me trates de usted. -Señor, lo hago por respeto…y no sabe cuánto lo respeto. Pero si usted me lo pide, lo trataré con la confianza que me solicita. -¡Hágalo Falkenhorst…Hágalo!... El teniente contempló, intensamente, la fotografía. Quizás pensaba en lo afortunado que hubiera sido si aquello no hubiera ocurrido. Tener a alguien esperándole en la casa, a alguien que lo abrace apenas entre por la puerta y se siente con él a la mesa para beber una copa de vino y cenar un delicioso pato asado. Algún resentimiento recorrió su mente en ese momento. -Cuando vi la fotografía señor –señaló Friedrich- muchas cosas pasaron por mi cabeza, entendí… entonces… que yo no estaba solo…que sus sentimientos, a mi manera de ver, eran especiales y sentí tristeza …por los dos. Quizás la desesperanza nos ha acompañado a lo largo del tiempo, por algo que nos ha ocurrido en algún momento de nuestras vidas y que la ha marcado de una manera profunda. -No te entiendo Friedrich. ¿De qué me hablas? El muchacho enmudeció por unos segundos, mientras tanto, hizo un gesto para que el Teniente le diera la fotografía. Von Bonzkewitzz se la entregó. El joven la miró nuevamente con admiración. Carraspeó para luego proseguir: -No sé qué será de ella… digo… de ésta mujer… hermosa por cierto, pero te aseguro que debes estar extrañándola con toda tu alma… ¿o estoy equivocado? -¡No lo estas, hijo! Tu intuición dio en el blanco. -¿Que significa para usted, señor? –Preguntó-. Debo presumir, que se encuentra lejos, fuera de todo este


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horror. Pero no pierda las esperanzas, todo esto ha de terminar tarde o temprano. La guerra no puede durar para siempre. El Teniente trató de sonreír, pero aquella sonrisa, nunca afloró al exterior. -¡Era mi esposa! Por lo que pudiste ver en esta foto -dijo, mientras sus ojos asomaban una pequeña lagrima- es la mujer que más he querido en mi puta vida… ella era una gran mujer. –Recalcó, con un sesgo de tristeza en su voz y en su mirada. Friedrich lo contempló, extrañado. Nunca había visto a alguien expresarse de esa forma, tan desesperanzada. No entendía aquella actitud del Teniente. -¿Era…señor? ¿Me hablas en pasado, como si las cosas fueron y ya no lo son? -¡Si… amigo! -Le respondió, esta vez en tono álgido y con cierto resquemor en aquellas palabras, como si se sintiera culpable de algo que no tuvo que pasar, pero que irremediablemente, había ocurrido. Tragó grueso y dijo: -Fue asesinada en Austria… Tal vez lo que voy a decirte no sea muy conveniente… Aquí, las paredes tienen oídos. Aquella revelación, fue un duro golpe para Friedrich. Aunque no podía dejar de sentirse derrumbado, trató de mostrarse fuerte, para procurar no darle cabida a la compasión y que por esto, el Teniente se sintiera, en cierta forma, desagradado. -Hágalo diplomáticamente Teniente. Las paredes, como yo, lo entenderán. -¿Cómo es eso muchacho? -Con prudencia, señor, con mucha prudencia.


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-Eres un caso, hijo… Un buen caso. -No me subestime señor. -Era un día miércoles, recuerdo que el sol de primavera había bronceado sus mejillas. Ella era tan hermosa. Decidimos salir de compra esa tarde. No nos habíamos percatado de cierta agitación que había en la calle, un contratiempo con un soldado y un transeúnte, no le sé, debí haberlo sabido entonces. Mi esposa, miró, en la acera de enfrente, una pequeña tienda. Se interesó por entrar, por lo que decidió dejarme unos momentos del lado contrario, mientras yo, compraba algunas provisiones para la casa. Solo oí la detonación. Un maldito nazi le había disparado a quema ropa…solo por negarse a salir de aquella tienda en donde estaba comprando ropa para el bebé que estaba esperando. Yo no lo sabía entonces. Apenas estaba comenzando con la preñez. No se había percatado del cartel que habían colocado en la entrada… en realidad, Falkenhorst, ese cartel fue colocado después que ella ingresó al establecimiento. Yo estaba en la acera de en frente. Pude percatarme, que un uniformado, estaba parado en frente de la tienda. Ella ya estaba dentro... El teniente, se levantó súbitamente de la silla y se encaminó nuevamente hacia la ventana; la abrió para tomar un sorbo de aire, luego, volvió a cerrarla. Sus ojos parecían retener un llanto que debía haber estado represado desde hacía ya mucho tiempo, pero que debía dejar fluir cuanto antes. Al llanto, a veces hay que abrirle las compuertas del alma, para que fluyan las lágrimas libremente. Retenerlo tanto tiempo dentro de sí, acrecienta las amarguras y los resentimientos. -¡Cuánto lo siento… Karl…-Pudo decirle Friedrich-. No sé qué otra cosa podría decirte…o si… Puedo decirte


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que me uno a tus sentimientos, pero esas serían meras palabras que no te brindarían ningún consuelo. De hecho, mis sentimientos son tan semejantes a los tuyos. Mi aversión hacia este maldito régimen es superior a cualquier cosa, pero no debo guardar ningún resentimiento. Eso me volvería loco en verdad. -Yo lo siento aun más… Era mi vida…eran mis dos razones de vida… Luego…por rebeldía e impotencia, me alisté a las fuerzas. Debía buscar la forma de vengarme y la única forma de conseguirlo, era ser uno de ellos. -Yo también me aliste en contra de mi voluntad Teniente. Los motivos, tal vez sean muchos…tal vez, no vengarme, pero si quería sacar algún provecho en particular. -Te voy a confesar algo, hijo… Quizás cometa un error al decirte que hago aquí. -Dime, Karl, tus secretos estarán a salvo conmigo. -Soy un espía y trabajo para los rusos. Frecuentemente mando información relevante… secreta… Si soy descubierto haciendo esto…para nada me importaría que acabaran con mi vida. Me he vengado mil veces de lo ocurrido pero, para nada he quedado libre de este resentimiento. Solo me reconforta saber que estoy ayudando a salvar a muchos, no como quisiera, pero de alguna manera, en algo me ha ayudado. De sus ideologías e inclinaciones políticas, no le gustaba hablar mucho. Solo con el tiempo, se fue sincerando con Friedrich, sin embargo, todo aquel que lo conoció, se daba cuenta del extraordinario ser humano que ocultaba detrás de aquel rostro severo, pero marcado por el dolor y el sufrimiento.


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-¿Cómo es eso Teniente? ¿Acaso me está queriendo decir que trabaja infiltrado dentro del régimen nazi, aquí, conmigo? -Si, Falkenhorst. –Respondió él-. Salí de mi país natal hacia Austria hace apenas unos años, no recuerdo cuantos a ciencia cierta. Nos radicamos en Viena. Mi esposa estaba haciendo unos trabajos de investigación en esa ciudad. Solo estuvimos dos años allí, cuando ocurrió todo aquello y para olvidar, regresé a Polonia, en donde estuve hasta mediados del 39, cuando Varsovia fue invadida por los nazis. -Realmente estabas en un dilema, Teniente. ¿Pero… como fue que terminaste aquí? -No tenía muchas alternativas. Todo por el Sur estaba bloqueado; unos amigos querían que saliéramos de Polonia, para buscar mejores aires; me di cuenta de que huir, no era lo mío. Así que tomé una decisión muy aventurada: decidí permanecer allí, estudié y pude lograr muchas cosas. Comencé a convivir con el enemigo. Cuando vi lo que estaban haciendo con aquellas pobres almas, decidí ayudarlas aun a riesgo de mi propia vida. Créeme Friedrich, vi con mis propios ojos, morir a muchos solo a unos metros de mí. Presencié, como perseguían y masacraban a miles y miles de almas y entonces, recordaba lo que hicieron con mi esposa. -Debió ser difícil para tí -Señaló Friedrich sin dejar de mirarlo. -En realidad no me importaba. Créelo muchacho. Sin embargo, por el bien de muchos, por mi esposa, por mi hijo, debía permanecer bajo perfil, digo esto, no en el sentido físico, de mi persona. Solo quería ganarme la confianza de los nazis, por lo cual comencé a trabajar


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para ellos, cortando leña y también luchando en contra de los soldados rusos. -No voy a negarle que en un principió, lo había juzgado mal, creí que era uno mas de ellos. También pensé que había nacido aquí, en Alemania. -En el fondo soy alemán. Soy un poco de muchas partes. Por cierto, observo que eres buen interlocutor. -¿Por qué lo dice señor? -Sabes escuchar y eso es bueno, debido a las circunstancias. Un buen interlocutor, no podría equivocarse nunca. -¿A qué se refiere Teniente? -Te dije que no me llames Teniente. -¡Oh!... ¡Lo siento, Karl! -Saber escuchar y permanecer callado, es la clave para sobrevivir. - Entiendo. ¿Pero…y después? ¿Qué ocurrió luego? -Poco a poco, fui ganándome la confianza de aquellos bastardos. De alguna manera, tuve acceso a documentación que no era de mi incumbencia, pero sí de suma importancia para los del Gobierno y relevante para los rusos. Aprendí mucho entonces y decidí alistarme en la policía, hasta que con el tiempo, fui escalando posiciones y logré ingresar a la policía militar alemana como traductor, con el riesgo de que un mínimo error de mi parte, me costara la vida. -En verdad que tú historia es fascinante. -Luego, conocí al Oficial Bormann, quien trabajaba directamente para el Führer. No es necesario que te diga como hice para caer aquí…donde tengo información de primera mano. Déjame tomar una copita, amigo…Los rusos me la obsequiaron.


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Sacó solemnemente, una botella de Vodka que tenía guardada en un compartimiento, en su escritorio, sorbió un trago mientras arrugaba la cara y luego le ofreció a Friedrich. -Por supuesto Teniente -Carraspeó-. ¡Lo siento!... Karl. ¡Salud! -¡Salud, amigo! -Para serte Franco, he tenido suerte de llegar a donde estoy. –Señaló- Supongo que los malditos nazis también cometen errores y créeme, me he aprovechado de ellos. Conmigo, les ha costado un tanto de pérdidas. -¿En qué sentido? –Preguntó Friedrich. Luego volvió a sorber el vodka. -En muchos sentidos. -Respondió el Teniente-. He robado armas de los cuarteles generales de la policía, en donde he tenido acceso y los he pasado a los guetos judíos, he obtenido información relevante que ha involucrado el exterminio dentro de algún campo de concentración, salvando la vida de muchos, he pasado documentación secreta del partido nazi a sus enemigos y del mismísimo Hitler. -Sería interesante saber cómo lograste esas proezas. -Señaló el joven, mientras Karl, seguía contándole su historia. -Una vez, logré escuchar a mi jefe impartir instrucciones para liquidar un gueto judío; así pude darles avisos a mis amigos que estaban prisioneros en el campo de concentración para que tomaran previsiones y persuadí, a la policía alemana, para que fuéramos en busca de unos partisanos rusos que estaban siendo buscados por la SS, con la excusa de querer atraparlos y llevarlos al mismo gueto. Les hice perder tiempo. No pudieron lograr sus objetivos.


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-¿Los atraparon? -En verdad… no, también me había encargado de que escaparan sanos y salvos, había hecho los arreglos pertinentes. Sin embargo, la información que les había dado a los alemanes, era fidedigna. Solo que no se logró, tristemente para las SS. -En verdad te admiro…teniente. Luego de una pausa, Von Bonzkewitzz, le preguntó: -¿Y tu… Falkenhorst?… ¿Qué pena puede ser mayor que la mía? -¡Te aseguro que ninguna!…después de lo que me has revelado…-Señaló el joven- lo que pudiera contarte no es nada en comparación con la vida que has tenido. -Pero has de tener una muy bien guardada…tal vez no más fuerte que la mía, pero algo debe haber. -¡De hecho… sí!… Cada quien sabe el peso que carga y el mío… créeme Karl, es muy pesado. –Señaló-. Pero sí…tengo una pena que está carcomiendo mi alma. -Presumo que lo tuyo es del corazón. -dijo en tono firme -.Una chica? –Preguntó. -También tienes percepciones. ¿No es así Teniente? -¡Tal vez! No es difícil percibir que tienes una gran desventura. ¿Del corazón, tal vez? El joven del mismo modo, se levantó del asiento y caminó hacía la ventana, exactamente como lo había hecho Karl momentos antes, la abrió, tomó un sorbo de aire. Luego regresó a su asiento y lo miró con ojos enrojecidos. Le pidió otro trago de aquel Vodka… -No debes tomar demasiado. –Le advirtió- El Vodka es para aplacar el llanto, y no creo que tengas una gran pena. ¡Vamos…dime, amigo. Háblame de esa chica… Friedrich engulló de una sola vez, la espirituosa


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bebida. Luego, con el corazón sobresaltado, le soltó lo que menos se esperaba el Teniente. -¿Recuerdas que te hable de los sentimientos peculiares? -Si…Lo recuerdo. -Bueno, el mio es muy peculiar. -Explícame, muchacho…explícame. -Muchos sentimientos no son tan usuales, Karl. En mi caso no lo son y entenderás porque lo digo. -Vamos…dime. -Lo que yo siento…mis sentimientos…No son precisamente por una mujer. El teniente lo miró confundido. No podía entender lo que él estaba tratando de decirle. Por tal motivo, no tuvo más remedio que preguntarle; -No entiendo. ¿A qué te refieres? - Me refiero a que…mi pena no es precisamente por una chica. –Friedrich tomó una breve pausa para luego proseguir, soltándole aquella reveladora verdad-. -¡Es… es por otro chico! Sintió que con aquella significativa declaración, su rostro se encendía notablemente. No supo si de vergüenza o por el efecto del Vodka. No sabía si había hecho bien o mal en revelar aquel secreto, ante aquel hombre que se percibía escrupuloso y denotaba tanto respeto. Por lo menos, su pena era por una mujer, no importaba si era judía o no… era por una mujer… quien además esperaba un hijo de él. Pero decirle que la suya era por otro hombre, no era, precisamente, lo más normal del mundo. Von Bonzkewitzz bajó la mirada y con la palma de su mano, propinó un fuerte golpe sobre su escritorio y volvió a sorber un trago… Friedrich se heló de pánico.


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Especuló, que aquello era una treta para terminar de descubrirlo. Recordó las cartas. -Pudieron haberlas interceptado. –Intuyó. Se quedó inmóvil ante el certero golpe del teniente, con ojos penetrantes y fríos. Hubo una pausa angustiosa. -Este maldito régimen…Falkenhorst… -Acabó por decir-. ¡No entiendo por qué tanto odio hacia los que somos diferentes! Friedrich respiró aliviado. No quiso pensar en nada. Se imaginó que lo que había dicho el Teniente, lo había dicho por esposa y que no se había tomado el tiempo para asimilar aquella aberración. Sin embargo, Karl le hizo saber que no era así. Desde ese momento, sabía que podía confiar en el hombre que estaba sentado frente a él y platicarle de sus sentimientos peculiares.


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CAPITULO X Una lágrima por Jedrek… Una pertinaz llovizna caía constantemente desde la mañana y el frío punzaba su consumida piel. Bajo este cernidillo, Jacob no podía, aunque quisiera, detenerse para tan siquiera tomar un descanso. En esas circunstancias, con un clima difícil, la escasa y desgastada indumentaria que cargaba encima y los constantes bombardeos que ocurrían tras sus espaldas, debía seguir adelante, tal vez por instintiva supervivencia, tal vez porque no tenía otra cosa que hacer o tal vez porque tenía que cumplir una promesa que había hecho hace algún tiempo atrás, como era la de seguir adelante, fuesen cuales fuesen las circunstancias. No se podía ver absolutamente nada…solo se podían escuchar las gotas cayendo y las explosiones de las bombas, acallando de vez en cuando, las pequeñas chispas de lluvia. La lluvia se confundía con sus lágrimas. No entendía por qué estaba pasando todo aquello ni porque existía la maldita guerra… que mata, que separa, que hace que se pierda todo el sentido de la vida. Tuvo una percepción, una hermosa visión. Corría por una pradera de flores y mientras cruzaba una pequeña colina, vio, que a lo lejos, venía a su encuentro, como una brisa que agitaba el florecido campo, un hermoso semblante. Friedrich avanzaba hacia él, con los ojos más hermosos que nunca, como lanzando ráfagas de flama y él, corría también para abrazarlo, como no lo había hecho jamás. Luego, al sonar la siguiente detonación, volvió en sí y se dio cuenta que estaba


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solo, que todo aquello era una maldita ilusión, que no había nadie allí, corriendo para encontrarlo, más que las ráfagas de los bombardeos. No tenía noción alguna de donde se encontraba, no sabía en qué lugar estaba. En una oportunidad, había escuchado decir a alguna persona, habitante de uno de los pueblos por los que había pasado, que estaba en una zona fronteriza muy cercana a Polonia y que pasar del otro lado de la frontera, incurría ser más arriesgado que ir a cualquier otra parte. Pero no estaba muy seguro si eso lo había escuchado en realidad o más bien lo había soñado o había sido producto de su imaginación. Había sido movido, de un lugar a otro por los partisanos que lo encontraban deambulando y trataban de protegerlo. Su noción de estabilidad, en algún lugar, a donde pudiera haber sido llevado, ya no la tenía clara; habían sido tantos lugares y tan de improviso, que tenía que moverse así no tuviera las fuerzas para hacerlo. Solo se dejaba llevar. Sin embargo, hubiese preferido permanecer en Alemania, donde a lo menos, sabía que estaba cerca de Friedrich. Ese simple deseo de permanecer allí, tampoco podía hacerse realidad. -¡Estúpida idea!.. -Pensaba de vez en cuando-. He aprendido definitivamente de Friedrich… soy un testarudo… ¿Por qué tener que quedarme en Alemania y no buscar la manera de salir a algún otro lugar como lo quieren hacer el resto de las personas? O están locos ellos…o lo estoy yo. Al final concluía: -Seguramente…yo. El trayecto se tornó mucho más difícil de lo que pensaba. En algunos momentos, tenía que buscar los


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más impenetrables recovecos para no ser avistado por las fuerzas del régimen, quienes en grandes caravanas, llevaban en camiones o a pie, literalmente moribundos, a cientos y cientos de esqueléticas almas; no sabía hacia donde los llevaban, pero si sabía cuál era el fatídico destino que les aguardaba. En una de esas incursiones, por aquellas precarias rutas, le pareció ver, totalmente desnudo, a un frágil cuerpo, cuyo enjuto rostro, retrataba lo más bajo de la miseria humana; era el rostro de un niño que lo observaba con ojos espantados, como rogándole que lo sacara de aquel infierno. Estaba tirado por ahí, a la buena de Dios, quizás esperando cerrar los ojos y descansar por fin de tanta calamidad. -¿Cómo hago yo? -Se preguntaba una y otra vez-. No puedo ya ni cargar mi cuerpo por estos caminos. Aquella trémula mirada, no pudo apartarla jamás de su memoria. En momentos como esos, que cada vez se hacían más frecuentes, tenía que detenerse a vomitar los escasos restos de de alimento que lograba ingerir muy de vez en cuando. Entonces, perdía la conciencia. De tanto en tanto, encontraba algún poblado con escasos habitantes, quienes de manera furtiva, le ayudaban, le daban algo de comer y le indicaban algunas rutas que podía seguir para no ser descubierto. Esas personas, muchas veces lo tildaban de loco. A pesar de aquellas escenas que tanto lo impresionaban y que tenía que presenciar durante su recorrido, su propia odisea se había tornado literalmente, en un asunto de vida o muerte. A lo largo de la noche, comenzó a percibirse en el ambiente, un olor nauseabundo, que inundaba todo


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el entorno. Esto acrecentó las sus nauseas que había estado manifestando y agravó la situación. Si vomitaba nuevamente, su precaria condición de salud, podría comprometerse más de lo que ya estaba. También lo atosigaba, una profusa diarrea que no lo dejaba ni a sol ni a sombra y que además, le estaba causando una fuerte irritación ano rectal que amenazaba, a su vez, con desembocar en una fuerte infección en esa zona del cuerpo. El hedor que circundaba en el ambiente, contrastaba con el de la mierda que expulsaba cada vez que sentía necesidad de defecar, que ya era mucho que decir. La obscuridad le impedía ver, con claridad, de donde provenía aquella fetidez. Al avanzar, a tientas, tropezaba con unos extraños bultos, el cual, no tenía ni la menor idea de que se trataba. Algunos muy viscosos, otros, más curtidos y resecos. Prefirió no determinar ni buscar alguna explicación lógica, acerca de aquellas prominencias. Podía percibir, sin embargo, el zumbido de lo que parecía ser un enjambre de moscas. De un momento a otro, su cuerpo se vio acosado por aquellos molestos bichos. Se le adherían a la piel de tal manera, que no podía, por más esfuerzos que realizaba, lograr espantarlos. Por el cansancio que sentía, no tuvo más remedio, después de volver a defecar, cosa que ya era habitual para él en esos últimos tres días, que tenderse sobre aquellas anómalas formaciones sobre el húmedo suelo. Nadie, que no haya pasado jamás por la experiencia, sabría a ciencia cierta, como era sentirse ser arropado, literalmente, por un hervidero de moscas. Sin embargo


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y a pesar de ello, cayó rendido por el sueño. A lo lejos, después de unas largas horas de sueño, se escuchó, el trinar de un pajarillo… Sintió, aquel trino, como música en sus oídos. Ya el sol asomaba sus primeros rayos, lo que le permitió ver con mayor claridad todo a su alrededor. Por fin, y a pesar de su impresionante repulsión y las molestias de las picaduras de las alimañas, a las que al final pudo observar con sus propios ojos, vislumbró algo que jamás, hubiese podido imaginar, ni tampoco hubiese deseado ver en ningún tiempo de su existencia. La impresión, ante todo aquello que estaban vislumbrando sus ya desgastados ojos, lo había hecho concluir, que ahora si lo había visto todo. -¡Oh santo Dios! -Exclamó, desde el fondo de su alma. Comenzó a gemir y a sollozar como nunca lo había hecho en su vida, mientras que, con largas zancadas, trataba a toda prisa de salir de aquel dantesco lugar. Sacudía su cuerpo frenéticamente, para desprenderse de los moscones que lo atosigaban. Pero, lo que más quería, con todas las ansias del mundo, era estar lo más lejos posible de allí. Un sin número de cuerpos pútridos, esparcidos por doquier y en condiciones impresionantes, aparentaban acosarlo. -¡Por dios!... –Exclamó desde lo más profundo de su alma-. ¿Qué demonios es esto? Un líquido viscoso, fue expelido por su boca. Sintió desvanecerse, sin embargo, su instinto lo impulsaba a salir cuanto antes de aquel lugar. Trató de resistir, aunque mientras más caminaba, más y más cuerpos fétidos encontraba a su paso. Huesos dispersos por doquier, cadáveres de niños desnudos, en diferentes estados de descomposición y amontonados unos


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sobre otros. Rostros totalmente desfigurados, ojos con rictus horrendos, parecían observarlo y hostigarlo hacia todas partes. Se encontró perdido dentro de aquel infierno de muerte, sin ningún límite, sin ninguna salida. Mientras trastrabillaba sobre las costillas y los cráneos, escuchó los inconfundibles motores diesel de algunos furgones que se acercaban en dirección hacia la fosa. A medida que se aproximaban, se sintió invadido por un temor excesivo. Trató, por más que no quería, de confundirse con los otros cuerpos, ya que no tenía oportunidad de salir de allí. Nada más de escuchar el ronquido de aquellas maquinas asesinas, ya implicaba imaginarse, lo que vendría después, lo que corroboró posteriormente. Aquellos camiones, tenían cabinas herméticamente selladas. De momento, pensó que venían a recoger los cuerpos para llevarlos a sepultar. Pero nada estaba más lejos de aquella suposición. Su horror fue mayor, cuando al detenerse aquellos vehículos, al borde de las fosas en donde se encontraba, alcanzó a divisar, que de estos, bajaban varios uniformados nazis y como si aquello fuera algo cotidiano, se asomaron a observar el dantesco cementerio, mientras reían y celebraban, como si estuvieran en un festín macabro. Se dirigieron, luego, hacia las cabinas y procedieron a abrirlas. Para evitar escuchar aquellas risas sombrías, Jacob tapó sus oídos. Mientras los soldados avanzaban, se sintió tremendamente estremecido, al escuchar el resonar aterrador de los pasos contra el suelo pedregoso; luego de abrir las puertas del compartimiento trasero,


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su impresión fue devastadora. Aquellos sujetos, fríos y taciturnos, sacaban, sin sensibilidad alguna, gran cantidad de cuerpos y los arrojaron a la fosa. No podía entender el motivo de tal atrocidad ni porque estaba ocurriendo todo aquello. Las explicaciones no cabían ante tales circunstancias. Los cadáveres fueron descargados, poco a poco, como cosas inútiles, dentro de aquella cárcava mortuoria. Y, como si aquello fuera poco, uno de los camiones, vació su luctuosa carga, sobre su endeble humanidad. Trató de esquivar la lluvia de muertos y camuflarse entre los que estaban amontonados en el foso. No tuvo otro remedio que resistir, hasta que por fin, se retiraron. Las entumidas manos y brazos y piernas, de aquellos desafortunados, acariciaban su rostro mientras trataba de salir por entre ellos. En uno de esos intentos, por emerger del mar de la muerte, pudo ver algo que lo entristeció en sobremanera. El cuerpo de Jedrek yacía, al azar, en un espacio en aquella fosa, con la mirada serena, tal vez feliz de haber descansado de tanta crueldad. Jacob no quería llorar mas, estaba cansado… totalmente reseco por dentro. Lo vio hermosamente conservado y con un gesto sonriente, lo que le hizo presumir, que no había sufrido mucho. -Moriste como un hombre, hermano, -Dijo, mientras le dirigía una tierna mirada- Moriste con honor y valentía. Nunca podré olvidarte. Se notó orgulloso a pesar de todo, aunque con una impotencia que lo consumía de ira. Como pudo, salió de aquel lugar, arrastrando, con las míseras fuerzas que le quedaban, el cuerpo inerte de su amigo. Solo entonces, después de darle una honorable


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sepultura, al estilo de la creencia judaica, rompió a llorar desconsoladamente, mientras comenzaba a caer nuevamente, una puntiaguda llovizna que lavó su cuerpo y su alma. -Lo siento amigo. -Le dijo-.Tuvimos que haber vivido en otro momento. Fuiste testarudo… te dije que no salieras.


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CAPITULO XI …Solo con las pesadillas…

Lo que quedaba de Jacob para la primavera de 1942, era literalmente, un miserable. La diarrea, la deshidratación y el desespero por llegar a…ya no tenía noción clara de un hacia donde, habían mermado considerablemente su ya precaria condición de salud. Se le advertía, a simple vista, que había recorrido kilómetros y kilómetros de distancia, sin alimentarse adecuadamente. Las fuerzas que sacaba desde lo más recóndito de su ser, soportar cada día todos aquellos avatares, se centraban en Friedrich y rompían con toda regla natural establecida. Su voluntad y su fe para poder llegar a Berlín y reencontrarse con él, eran inquebrantables. Debía llegar, de una u otra forma hasta donde se encontraba aquel chico testarudo a quien amaba tanto. No le importaban ni el hambre, ni la sed, ni tan siquiera, las punzadas que le causaban las ampollas infectadas que ya supuraban bajo la planta de sus pies, ni el dolor que le causaban los labios abiertos, resquebrajados por la deshidratación. Los padecimientos, para él, bien valían la pena soportarlos, con tal de volver a ver aquel rostro pleno de sonrisas y rebosante de inocentes ocurrencias. Quizás, en algún momento, durante su trayecto hacia la libertad, que no era precisamente la que le despojaba un régimen que literalmente abusaba de los miserables, sino más bien, hacía el encuentro de lo más hermoso que ha tenido en su vida y que lo hacía luchar desesperadamente hasta el punto de mantenerlo aun vivo, era lo que le daba ese valor interno para lograrlo y no le importaba como lo


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conseguiría… lograrlo, era su objetivo…Ver ese rostro sonriéndole con la sonrisa más dulce y diciéndole que lo amaba, mermaba cualquier vicisitud que pudiera tener en el camino. Por las noches, que se hacían extremadamente largas, gritaba y se retorcía, avasallado por las pesadillas. En ellas, se veía perdido en un abismo sin fondo, por donde caía velozmente sin llegar al fatal destino. Entonces, despertaba súbitamente con desgarradores gritos, el corazón acelerado y la boca reseca. Las pesadillas se repetían constantemente cada vez que lograba conciliar el sueño. No lo dejaban ni a sol ni a sombra; llegaba a un punto, en que ya prefería quedarse despierto, para que no lo invadieran aquellos malos sueños. Llegó a pensar que sus pesadillas, no estaban tan alejados de la realidad. Tardaba unos instantes, un tanto tediosos, para caer en cuenta de que solo era eso, surrealistas imágenes que lo acosaban constantemente mientras dormía. No era la primera vez que le ocurría. Comenzó a tenerlas aquella noche, cuando vio el rostro de Jedrek, entre los cadáveres, dentro de aquella fosa putrefacta. Desde entonces, se sentía más solo que nunca. Soñaba también con Friedrich. Lo veía altivo y arrogante, con una antipática sonrisa, ataviado con un uniforme militar, humillándolo y golpeándolo, subordinando a un satírico personaje que remedaba a un repulsivo Hitler. Se despertaba entonces, llorando y gimiendo, no tanto por el maltrato físico a que era sometido por Friedrich en aquellos sueños, mas bien, lo agobiaba el hecho de ver a su amado sirviendo de títere, entregado a ese nefasto personaje. No le hubiese importado que fuese


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otro el que lo hiciera, pero que fuera, precisamente él, su amado, quien estaba ejecutando esas acciones, terminaban derrumbándolo. Se transformó, aquel sueño, en un karma que lo perseguía constantemente. -Mi Friedrich no puede haberse entregado a este maldito. -Pensaba entonces, tratando de contradecir aquellas acosadoras visiones. No obstante, Dios no desampara al miserable ni al débil… La naturaleza le había proporcionado una serie de suministros, escasa por cierto, pero lo suficiente como para aportarle algunas pocas energías para seguir adelante… La lluvia, la hierba, el entorno… han de haber sido los únicos medios de sustento, probablemente, lo único que le había permitido mantenerse con vida. Lo atormentaban, las constantes detonaciones, que unido a las pesadillas, también lo despertaban violentamente; debía esconderse de uniformados que irrumpían por todas partes, como enjambres de hormigas en su cacería de pobres mortales y de todo aquel que no representase la dignidad, según ellos, de la raza pura. -Malditos nazis. -Solía decir, al ver aquellos camiones verdes, repletos de almas. Lloraba de impotencia, como enloquecido. Sus sentimientos, a veces reprimidos, querían aflorar por medio de gritos, pero se contenía por el temor de ser escuchado por aquellos bastardos que merodeaban por doquier, no confiaba ya en nadie. Algún rio, que se encontró a través de su camino, le había brindado, durante algunos días, un lugar seguro debido a la espesa vegetación que lo bordeaba y que lo hacía pasar inadvertido. También le proporcionaba agua para beber y asearse. Jamás había sentido tanto éxtasis al sentir el agua correr a través de su garganta.


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Trataba de identificar en qué lugar se encontraba, pero todo le parecía confuso en esas circunstancias.


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CAPITULO XII

Una arriesgada decisión… -¡No aguanto más esta incertidumbre Karl! -manifestó Friedrich. Solo bastaba con verlo en esa situación para que cualquier mortal, se percatase, del nivel de desespero y abatimiento en el que se encontraba. No podía seguir en aquella expectativa que lo estaba devorando y que era como una cruz a cuesta, sobre su espalda. No soportaba, tampoco, seguir sin hacer nada. -¡Ayúdame, amigo! -Solicitó con harto grado de desesperación- ¿Tienes alguna información que pueda sacarme de esta zozobra? Digo, como todo lo sabes. Esto se lo había referido, aludiendo al hecho de haber descubierto Von Bonzkewitzz, a través de aquel documento, la trayectoria de Himmler para llegar a Berlín y que llevó a fraguar el plan, junto a los checos, para que estos últimos, lo emboscaran. El teniente hizo una pausa para pensar. Friedrich lo observó. Parecía estar balbuceando, más bien murmurando algunas palabras, como rebuscando alguna respuesta convincente que le diera a Friedrich, una relativa tranquilidad. La pausa no duró mucho. El Teniente, estremeció el silencio y enseguida, pronunció la frase que tanto estaba esperando. -¡Vamos a buscarlos!


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Los azules ojos del joven, brillaron intensamente. Su semblante cambió radicalmente, esbozando una entusiasta sonrisa. -¡Por fin!..¿Tienes alguna información de ellos? – Preguntó. -Tal vez, pero lo que pudiera saber, temo que no pueda agradarte. Friedrich no tardó en advertir un mal presentimiento. Por su mente pasó la idea de que Jacob, su amado judío, se encontraba en una situación difícil, o en el peor de los casos…muerto. Su rostro palideció repentinamente, dejando atrás, la acentuada emoción que había exteriorizado momentos antes. Agobiado por un raudal de pensamientos reprimidos, comenzó a llorar inconsolablemente. Se vio invadido por una extraña visión que lo dejó totalmente desencajado, y lo colocó en una situación desesperada. La visión de un cadáver, allá lejos, quién sabe dónde, tendido en algún lugar solitario, sin un ápice de humanidad; todo aquello lo afectó hasta el punto de quebrarse; sentía que estaba tocando fondo. Karl se notó conmovido y comprendió el trance por el que estaba pasando su amigo, aquel sentimiento que le permitía reflejarse a sí mismo en el espejo del fatal destino. Sin embargo, trató de inmediato, de tranquilizarlo. -Creo que podríamos encontrarlos con vida en la


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frontera con Polonia…Mis informantes hicieron lo suyo. Estaba al tanto de las condiciones en que se encontraban. Los informantes se lo habían dicho. Tenía una idea de las condiciones en qué pudieran estar-. Creo que lo mejor es no decirle nada hasta no estar seguro. -Pensó secretamente. Friedrich tardó unos instantes en recomponerse y en el mejor de los casos, erradicó cualquier fatídico desenlace. - ¡Vamos ahora mismo, Karl! Consigue un salvoconducto, consigue un carro del ejercito o vamos en mi auto…no lo sé… pero vamos… vamos a buscarlos de inmediato. No dejemos que el mal destino se nos adelante. -Tranquilo amigo… Ya todo está arreglado; partiremos en dos días. Iremos a perseguir judíos en Polonia. Esperemos que hasta entonces, a ese mal destino, no le encienda su auto. Una madrugada, agotado de tanto dar vueltas en su cama, pensando en su próximo viaje hacia la frontera, habíase levantado y encendido un cigarrillo, de tantos que había encendido durante aquella larga noche. Estaban regados, aun humeantes y a medio terminar, por todos lados. No soportando más la agitación que lo embargaba, se encaminó, descalzo y en puntillas, hacia la habitación de su hermana. Llevaba puesto, una bata de baño a medio abrochar. Al entrar al aposento de, se tendió sobre la cama, sorprendiéndola con tan inesperada visita.


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-¿Qué haces aquí, hermano? –Preguntó aturdida-. ¿Te das cuenta de la hora que es? Friedrich permaneció callado un buen rato, considerando sus decisiones, reflexionando sobre una determinación que en realidad, no era difícil de concretar, de ejecutar, sin ninguna vacilación …ya estaba decido. -Me voy a la frontera; voy a buscar a Jacob. Pero si la determinación de Friedrich Falkenhorst resultó impulsivamente categórica, no menos podría decirse de la que su hermana, sin pensarlo tanto, le manifestó. -Me voy contigo ¿Cuándo partimos? _ ¿Estás loca? -Ya somos dos entonces. sonrisa cómplice.

–Ambos rieron, con una

-Siempre pensé que lo estabas. –Señaló Friedrich, mirándola con orgullo. -Yo también suelo pensarlo de vez en cuando. -¿Qué? ¿Que yo estoy loco? -¡No…que yo lo estoy! Volvieron a reír.


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-Entonces, somos dos. Estamos juntos en esto, hermano –dijo, tomándolo de las manos-. ¿Cuándo partimos? –Interrogó nuevamente. -En un par de días. Ya todo está arreglado. -¿Y…ya papá y mamá lo saben? - ¡Nooo! Aun no. Karl se encargará de notificarles como corresponde. Yo no me atrevo a decírselos. Le pedí el favor que hablara con ellos y les comentara, de una misión importante, en la que yo soy imprescindible. -¿Y qué le diremos acerca de mí? –Preguntó Annika-. Por lo menos tú puedes salir de Berlín con la excusa de que vas a alguna misión, pero yo… ¿qué podría decirles en cuanto a mi salida? ¿Me ayudarás a inventar algo? -¡No lo sé! No he pensado en ello. –Señaló él- me acabas de decir que estabas loca, inventa tus propias locuras. Creo que quieres matar a mamá y papá. Ya verás que no te dejarán ir. -A menos que me ayudes con una buena excusa. -Pensé que te sentías competente para inventar tus propias excusas… ¡me decepcionas hermanita! -¿Sabes? –Dijo ella- tienes toda la razón, además, no quisiera decepcionarte. Les diré que yo formo parte de esa importantísima misión. Que debo ir con ustedes a la frontera, a buscar a un polaco judío y a un homosexual con quienes tu y yo, pretendemos mantener una relación amorosa.


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-¿Qué buen sentido del humor tienes, hermana. –Dijo, mientras reía-. Friedrich caviló unos instantes con los dedos sobre su barbilla, maquinando alguna idea que pudiera ayudar a su hermana a ausentarse de la casa, no precisamente a la que había hecho alusión anteriormente. Luego le dijo, después de aquella maquinación - ¡Aunque no me parece tan alocada tu idea. -¿Cual? ¿La de la búsqueda de nuestros amantes judíos y maricas? -¡No, tonta! La de que vengas con nosotros. -Entonces, déjame arreglar algunas cosas. –Señaló decidida. -Está bien, pero tengo una condición. -¿Cuál? -No confíes a nadie acerca de nuestros planes, ni siquiera a papá, por lo menos hasta que Karl lo indique. -¿Por qué me dices eso? ¿Acaso no me conoces? -Precisamente, porque te conozco es porque te lo digo. -Pensé que me habías dicho que tenías todo arreglado. -Von Bonkewitzz tiene todo calculado -Recalcó el


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chico- Con él es que comenzará la operación “rescate de nuestros amantes judíos y maricas... -¡Shssss! ¡Caya tonto! - Ya todo está listo; en dos días partiremos. -¿Qué han dicho sus informantes… -Preguntó ella. -Eso no quiso decírmelo, al fin y al cabo, son sus informantes; no tiene porque mencionármelo. -Bueno, no pensemos más en eso… por ahora. -Creo que sabes más de lo que sospecho. El día siguiente, en su despacho, Friedrich organizaba algunas cosas, cuando se vio, intempestivamente, interrumpido por el Teniente. -¿Has escuchado las novedades, Falkenhorst? – Preguntó. -¿Sobre nuestro viaje? –Interrogó el joven. -¡No… sobre la contienda! -¡Ah! ¿Eso? He escuchado rumores en el pasillo, pero estoy concentrado en arreglar otras cosas que para mí son más importantes. -Creo que deberías saber lo que ocurre, amigo. Más, por ser cortés, que picado por la curiosidad, dejó de lado lo que estaba haciendo y se concentró en sus


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palabras, por si acaso, eso era tanto o más importante que organizar el viaje que lo llevaría al lugar donde se encontraba Jacob. -¡Dime Karl! ¡No me pongas en suspenso! –Señaló-. ¿De qué se trata? -Me acabo de enterar, de muy buena fuente, de algo muy bueno. - ¡Sí! ¿De qué? ¡Vamos, dime! -Los aliados están obteniendo victorias en el pacifico. - ¡Vah! Ya eso es bien sabido, además, para mí son victorias sin importancias. La semana pasada también hubo novedades y… ya ves…nada ocurrió. -¿Sin importancia Falkenhorst? ¿Sabes tú el significado que tiene haber derrotado en el Mar de Coral y en el mar de Midway, al invulnerable Adolf Hitler. ¡Esto es una substancial victoria, amigo. Déjame decirte, que lo que es bueno en sí, y créeme, esto te va a gustar, no son esas victorias, que si lo son, por supuesto, sino, que nuestro Führer estalló en ira y no hubo de otra, que hacer venir a su médico para poder descongestionarle la tráquea, pues en el momento en que fue informado de tales derrotas, estaba almorzando y se le atoró un pedazo de pollo en la garganta, esto, después de haberle propinado un buen golpe a la mesa sobre la que estaba comiendo. Dicen que el soufflé, salió volando por los aires. Apenas hubo terminado de contar aquella disparatada


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anécdota, Friedrich comenzó a reír a carcajadas, celebrando aquel divertido acontecimiento, tanto, que no pudo mantenerse firme, por lo que no tuvo de otra, que recostarse del escritorio mientras le largaba algunos manotazos; lo propio hizo Karl, al ver a su compañero en ese estado, no solo por la anécdota en sí, también, por el hecho de haber logrado sacarle una sonrisa a su amigo, cosa que a él también lo hacía sentir feliz. Ese día, ambos lloraron…de la risa. -¿En verdad ocurrió eso? Tendría que haber estado allí para creerlo. -Pues, créelo. Lo sé por muy buena fuente. El secretario de defensa prohibió que esto saliera del comedor, pero ya ves… saltó y salió como el soufflé de la garganta del Führer. -Aunque en verdad me causa mucha gracia lo ocurrido en el comedor, lo que te dije, acerca de las victorias obtenidas, en realidad no serán ni las primeras, ni las últimas, pero sigo pensando, que la guerra se acaba, hasta que se acaba, no antes. -¿Pero cómo se acaba, Falkenhorst? De victoria en victoria y si el Führer estaba rabioso con aquellas derrotas, es porque ya sabe que es vulnerable y peor aún, sabe que los aliados saben que es vulnerable y eso, lo tiene de calzoncillos escurridos, amigo. -¡Ja!..¡Permíteme dudarlo! – Objetó-. De ser así y ojala lo sea, no es para menos…yo lo estaría de estar en sus calzoncillos -resaltó mientras retomaba lo que había


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estado haciendo en su escritorio momentos antes de irrumpir el teniente- ¿Tú crees que esas victorias sean una buena señal? Permíteme dudarlo. La verdad, es que en lo particular, ya yo estoy cansado de esta maldita guerra y hasta que no acabe, no creeré que esas tales batallitas ganadas, sean el preámbulo del fin de la guerra. Quizás el verdadero final del Führer, sea acabar, con un pedazo de pollo, atorado en la garganta. Volvieron a sonreír. Para ese momento, ya los territorios de Francia, Polonia, Bélgica, países bajos, Luxemburgo, Checoslovaquia, Noruega y Dinamarca, eran dominados por los alemanes, hecho que le propinaba a Friedrich, ese aire de desesperanza acerca de si la guerra acabaría pronto o no. No obstante, que el Reino Unido mantenía una férrea resistencia, gracias a la voluntad de Churchill, quien en su idea de “luchar hasta vencer” junto a aliados como Estados Unidos, la verdadera preocupación del joven era, que gran parte de esa ayuda, era transportada a través del mar, lo que constituía para los alemanes, un tiro al piso. Las aguas del océano estaban atestadas de submarinos y barcos enemigos, propinando esto, un golpe bajo para los aliados; los ataques de las naves alemanas era avasallante y de hecho, muchos de los barcos americanos y acorazados británicos, fueron hundidos como patos, permitiendo de esa manera, el fortalecimiento de las fuerzas enemigas. Y ese hecho tenía a Friedrich, totalmente desesperanzado.


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-Prefiero no enterarme de nada. Ya tú ves, a los británicos se les ha acabado el presupuesto para la guerra. Me imagino que estas informado de la cantidad de barcos británicos y gringos que han hundido en el océano Atlántico. -Lo sé, Falkenhorst, lo sé…pero al menos tenemos un respiro. -¿Cuál? –preguntó el chico. ¿Que tenemos menos barcos porque todos han sido hundíos en el mar por nuestros enemigos? No creo que yo con eso pueda respirar ni una bocanada de aire. -Esta es otra primicia de la que tampoco debes estar al tanto: los norteamericanos no permitirán que Hitler se salga con la suya. Está presionado a pesar de todo… Ya lo verás… Ya lo verás… -Tienes tus informantes, me imagino… -Tengo mis informantes. -No sé, Karl, no sé si sea el preámbulo de una derrota para el Führer o no, pero en estos momentos, no puedo ver más allá de lo que veo: bombardeos por todos lados, no de los aliados precisamente. -Esta maldita guerra no va a durar mucho más. – Aseveró el Teniente, un tanto para esperanzar a su compañero, quien percibía que a cada paso que se daba, retrocedían dos. La mayoría de los judíos habían sido enviados a guetos o a campos de concentración y esto era de


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conocimiento de Friedrich, quien se desesperaba al imaginarse a Jacob confinado en uno de esos campos. -Friedrich es como un ave, libre. Creo que no soportaría verse atrapado por nadie. -Estos condenados están dando patadas de ahogado, Friedrich. Estoy seguro de ello. En estos momentos son aun más peligrosos. -Dios cuide de esas pobres almas. -Quiero estar tan seguro como lo estas tu, mi amigo. Espero que no nos equivoquemos en cuanto al deseo de que finalice todo esto. Que la guerra no pase a una etapa superior. -Esperemos que así sea.


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CAPITULO XIII Atrapado y sin salida Jacob despertó súbitamente. Habían vaciado, sobre su endeble humanidad, un balde de agua fría que lo paralizó de pies a cabeza. No entendía, de momento, lo que estaba ocurriendo. Tardó unos instantes para comprenderlo. Pensó, que se trataba de una de sus habituales pesadillas, luego cayó en cuenta, de que no lo era. La nefasta realidad, estaba frente a él. Estaba totalmente extenuado y considerablemente, desconcertado. Aquellos acentuados pasos, eran inconfundibles; el sonido adusto de las botas lo estremecieron excesivamente. Entreabrió los ojos y vislumbró, frente a sí, a un sujeto con uniforme que lo observaba con fríos e imperturbables ojos y una sombría y sardónica sonrisa. Aquella inconmovible mirada, penetró en lo más profundo de la suya. Tanto lo afectó aquel infausto semblante, que sintió ganas de vomitar. Pudo divisar, con desmedido espanto, la calavera con las dos tibias entrecruzadas que adornaba la gorra del sujeto. Pronto viviría en carne propia, lo que menos hubiese pensado vivir. El hecho de haber sido capturado por aquellos hombres, fieles secuaces de un régimen servil, sería determinante en su vida. Aunque no lograba coordinar sus ideas, para asimilar mejor lo que estaba ocurriendo a su alrededor y pese a su falta de energías y la realidad inminente,


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presintió, que todo había acabado para él. Ya en esos momentos, todo le daba igual. Muchas cosas vinieron a su memoria, y mientras aquel sujeto lo arrastraba con saña, quien sabe a dónde y para qué, apretó el puño de la mano derecha, donde tenía colocado el anillo que había sellado el pacto entre él y su entrañable Friedrich. Luego, para poder protegerlo, lo introdujo dentro de su boca. Pensó que allí, nadie podía encontrarlo y quitárselo. Lo mantendría allí, seguro de aquellos malditos. De momento, también recordó la imagen de aquel hombre, al que también arrastraron, días atrás, hacia las afueras de la vieja factoría y de quien luego se percataría, que se trataba de su amigo, con quien había pasado las últimas horas, en aquellas terribles circunstancias. En ese penoso momento, Friedrich, también había irrumpido en sus pensamientos… a salvarlo…a abrazarlo…a amarlo… Lo vio esbozar una hermosa sonrisa y hasta le pareció, verlo acercarse a él, con los ojos más bellos que hayan visto los suyos. Mientras era arrastrado sobre el suelo, por aquellos repulsivos nazis, iba dejando tras sí, rastros de sangre y piel, imprimiendo una infinita huella de dolor sobre la correosa superficie. Sus brazos y partes del dorso, fueron literalmente, escarbados. Volvió a perder el conocimiento. En esa ocasión, no hubo sueños, ni delirios mágicos. Solo había quedado en blanco, como suspendido en un vacio, sin caer a ninguna parte.


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-¡Levántate maldito Judío! –Escuchó confusamente, como si se tratase de algunas de sus pesadillas o un espejismo inalcanzable, una voz terrible- ¿Qué pasa perra? ¿Estás jodida?-Volvió a oír, esta vez con mayor intensidad, aquella intransigente voz-. ¿Ya la escoria de tu padre no está para defenderte? Al escuchar aquellos difusos gritos, meditó en las palabras propinadas por aquel hombre, quien aludía a cosas de su vida que parecían ser ciertas. Trató de retomar fuerzas y volteó a mirarlo con mayor detenimiento. El uniformado al verlo en tal patético esfuerzo, liberó una insolente carcajada a la vez que dijo: ¿Queé…ya no te acuerdas de mí… Goldblum?¿Aah?.. A lo menos debes recordar aquellos buenos tiempos… en Dresden… Jacob no entendía, de momento, porque aquel sujeto, hacía referencia a cosas, que en realidad, tenían que ver con su pasado, con sus recuerdos en su pueblo natal. ¿Qué relación, que no fuera de aborrecimiento, podría tener o haber tenido con alguien de esa calaña? ¿Acaso en realidad lo conocía? -¡Da gracias a Dios que fui yo quien te encontró! – Prosiguió, intransigentemente- Por lo menos yo sabré darte un buen trato; tal vez te refresque la memoria cuando te diga quién soy. El destino, había hecho esta inesperada jugada, la tenía premeditada, a juzgar por los acontecimientos, desde que Jacob era tan solo un niño. El hombre aquel, había tenido que ver con él entonces, y eso,


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el destino lo había apuntado en su diario y en ese momento, justo en ese instante, se le había ocurrido, que ya era hora de emplear las piezas, que no había movido desde entonces. -¿Dónde estoy? –Preguntó entre dientes, luchando para recobrar por completo la conciencia, cosa que en realidad, tomando en cuenta su estado físico, era un tanto dificultoso. -¡Goldblum! ¿En verdad ya no te acuerdas de mí? -Volvió a gritarle, cerrilmente, aquel inhumano, mientras con la punta del pie, propinaba un seco golpe sobre su estomago. Jacob se retorció en el piso, tratando de inhalar, desesperadamente, una bocanada de aire, con inútiles esfuerzos. ¿No recibiste la invitación a la fiesta? ¡Te recibimos con flores y con música! ¿Y tú, no lo agradeces? El acoso proseguía incesablemente, a pesar de que aquellos hombres, sabían que Jacob aun no podía entender por completo, lo que estaba ocurriendo; todos reían repugnantemente. -¿Dónde estoy? -volvió a balbucear, esta vez, entreabriendo los ojos, que se notaban literalmente, desorientados. Un tanto recuperado el aliento, no tardó en expeler, por la boca, una sustancia, con pequeños rastros sanguinolentos las cuales vertió sobre el piso, a poca distancia de los uniformados. Sin embargo, y a pesar de su estado, logró visualizar, con un poco más de claridad, que aquel sujeto vestía un negro uniforme y que además, tenía un rostro, que le parecía familiar.


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-¡Mírame Goldblum! ¿Es que tu memoria te está fallando? Uno de los subalternos, después que su superior le hiciera una seña con la cabeza, lo tomó por el cabello para obligarlo a dirigirle la mirada; el segundo de ellos, tomó otro balde de agua y se lo arrojó, con todas sus fuerzas y a más de un metro de distancia sobre su rostro, un tanto, para lavar los residuos de vomito que habían quedado sobre su cara. Aquel golpe de agua, terminó por reanimarlo completamente y pudo vislumbrar, finalmente, de quien se trataba, el inefable personaje. En Dresden, la fructífera empresa de transporte de los Goldblum, manejada en tiempos pasados por sus abuelos y posteriormente por su padre, se había expandido y les había permitido lograr, un estatus económicamente aceptable. Los camiones se vendían como pan caliente. Los financiamientos, sobre todo los del estado, se les ofrecían en bandeja de plata. Fabricaban vehículos de medianas dimensiones, de tres y media toneladas. Posteriormente, comenzaron a producir, debido a la rentabilidad que generaba la empresa, tanto para la familia como para el país, un modelo más grande de cinco toneladas de carga útil, lo que les permitió, la expansión de la fabrica a través de todo el territorio y la exportación, inclusive, hacia otros países de Europa. El Estado Alemán, ahora en manos de los nazis, no aceptaría ese estatus de superioridad del que estaban


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gozando muchos adinerados judíos de entonces, por esa razón, querían deshacerse a toda costa de la plaga, que según ellos representaban todos los empresarios que no consideraban parte de la vida de los alemanes puros y Jacob, no era la excepción, por lo que se había convertido en el chivo expiatorio ideal de aquel sujeto. -Ya se acabó tu tiempo, maldita perra Judía. -Lo humillaba, cada vez con más saña. Los insultos se hacían una y otra, vez más insolentes. -¿Acaso creíste tú y tu mal nacida familia, que iban a seguir obteniendo más beneficios que nosotros, los verdaderos alemanes, los de la raza más pura del mundo? ¿Se creían superiores a nosotros…eeh? -Escupió en el piso, de manera inmodesta, soberbia y repulsiva-. Ya se les acabó su tiempo…escorias mal nacidas. Franz Reichleitner, un sujeto funesto que estuvo a partir de septiembre de 1942, destacado como segundo comandante al frente del campo de Sobibor, estaba al servicio de las SS. Por cierto, ese mismo año, durante el mes de julio, ese campo había dejado de ser un campo de exterminio y convertido, por ordenes del propio Einrich Himmler, en campo de concentración. Sobibor se encontraba a 235 km al sureste de Varsovia, a 4.8 km del rio Bug y al sur de Wlodawa. Allí, eran cometidos los más atroces crímenes. Jacob estaba recluido en ese infausto lugar, en manos de aquellos despreciables nazis.


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-¿Ahora de que te vas a valer, hijo de perra? –Dijo el funcionario, mientras le hacía un gesto a sus subordinados para que lo abofetearan-¿Ahora eres débil, judío hijo de puta?..¿Tu padre afeminado ya no está para mimarte? – Inquirió, con la mayor animadversión-. La vida no perdona la debilidad, pero la vida soy yo y no voy perdonar tu miserable existencia. _ ¿Qué quieres de mí, maldito! –Alcanzó a decir, totalmente extenuado-. Mátame de una buena vez, si no te consideras aquí, el débil. Quiero enseñarte como debe morir un hombre. En Alemania, el régimen había promulgado algunas leyes contra los judíos, leyes que se fueron haciendo más radicales con el pasar de los días. Algunas propiciaron que se aplicara un boicot en contra de algunos profesionales judaicos, incluyendo a los comerciantes e industriales. Heinrich Himmler fue clave y pieza fundamental para que se cumplieran a cabalidad, filtrándose dentro del movimiento industrial para garantizar que no hubiesen empresarios judíos involucrados dentro del proceso productivo alemán y que aquellas empresas, cuyos dueños formaban parte de ese grupo de discriminados y que habían salido adelante, les fueran cerradas las puertas y expropiados y confiscados todos sus bienes. Entre estas, estaba incluida, la de la familia de Jacob. Con la aprobación de la Ley Profesional Civil, a partir de 1935, los judíos ya no podían formar parte del


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proceso de industrialización. Se les fue vedando de formar parte, inclusive, de cargos en el gobierno, lo que los alejó de los privilegios que les proporcionaban los cargos públicos y fueron alejados, también, de posiciones de nivel superior reservadas para los alemanes arios, por lo que se vieron forzados, a trabajar en los puestos de menor categoría, por debajo de los no judíos. A partir de 1938, los contratos del gobierno, ya no podían ser adjudicados a esas empresas, esto acarreó, que muchas familias empresarias, quedaran totalmente en la banca rota y comenzaran a huir, debido a la presión financiera de Alemania y a los que no les expropiaban, eran persuadidos de vendérselas al gobierno alemán. Y de ese resentimiento, no escapaba Franz Reichleitner, aunado al ideal racial, que había volcado sobre la familia, por ser estos judíos y ahora sobre el mismo Jacob. No dejaría pasar la oportunidad de hacer cumplir, a carta cabal, aquellas leyes. Fue, precisamente Franz Reichleitner, en aquellos años, cuando el padre de Jacob estaba metido de lleno en el desarrollo de su empresa, mucho antes de que el régimen nazi se instaurara, quien ayudaba a los Goldblum a conseguir esos financiamientos, por la influencia que tenía dentro del Estado. A cambio de esas “ayudas”, recibía su beneficio: un porcentaje de aquellos créditos que les conseguía a los empresarios. Recordando Reichleitner aquellos tiempos, cuando su


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influencia era vital para ayudar a ciertos industriales judíos, no había logrado entender como algunos de esos, a los que ahora llamaba escorias, pudientes de la época, que aun no siendo connacionales, habían logrado amasar fortunas inmensas, por lo que fue albergando dentro de sí, un gran resentimiento. Vio entonces, la oportunidad de volcar esa animadversión sobre el joven Jacob, acosándolo y torturándolo como efectivamente lo estaba haciendo, vengándose, si pudiera plantearse de esa manera, de la evolución económica que en otrora, había logrado su familia. Bajo las ordenes de Franz Reichleitner, sus sanguinarios subalternos, quienes siempre lo secundaban, especialmente Wagner y Stagls y a quienes por cierto, Einrich Himmler había recomendado para prestar sus servicios en el campo de concentración de Sobibor, por reunir las características que se exigía para formar parte del clan de la muerte y a quienes se le atribuirían, años más tarde, la responsabilidad de las torturas y asesinatos de más de dos millones de personas, sentían el mas enorme placer de volcar su ira sobre Jacob, como si él, en sí mismo, representase a todos los judíos juntos, parásitos para la Alemania de raza aria y sobre los cuales hubiesen querido borrar por completo, de la faz de la tierra. Se supo, que fueron condecorados por Himmler, con la cruz de hierro. De tanto hostigamiento y golpes y quien sabe que otras atrocidades mas, Jacob, por fin, pudo retrotraerse a sus tiempos en la fábrica de su padre, cuando aún era un niño y pudo recordar, con mayor claridad, de quien


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se trataba aquel personaje. En realidad no entendía por qué tanta represalia. Dentro de su mente, recordaba a Franz Reichleitner y el buen trato que se le había propiciado, cuando llegaba con su maletín repleto de buenas noticias y su sonrisa de oreja a oreja, estirando la mano para que el señor Goldblum se la estrechase. El y su padre, fueron en verdad muy buenos compañeros. -¡Cómo no recordarte! -Musitó, lleno de repulsión y cegado por la ira, tanto, que la impresión que le había causado el comportamiento Reichleitner, le produjo ganas de vomitar. -¡No te escucho, Goldblum! ¿Qué dijiste? -¡Lastimosamente, recuerdo quien eres! ¿Ni siquiera puedes considerar la amistad que te brindó mi padre? No todos los recuerdos son buenos, o tristes cuanto más. También hay recuerdos crueles, que no quedan en la memoria como los otros. Son recuerdos que no se estancan en el momento en que fueron vivencias y se ríen o se lloran de vez en cuando. -¡Cállate! -Le gritó nuevamente, propinándole un fuerte golpe con el fusil, que lo dejo semi inconsciente. –Jamás mantendría una amistad con ratas inmundas como ustedes, judíos de mierda. –Procedió a escupir en su rostro, con la rabia que no le cabía dentro de sí. _ ¿Qué quieres de mí? ¿Dónde estamos? –Deliraba el pobre. _ ¡Estás en Sobibor!.. ¡Tu peor pesadilla!.. No podía entender como alguien puede cambiar, tan radicalmente y volverse un monstruo. De repente, volvió a pensar en Friedrich y en la posibilidad que había de que también se hubiese transformado en


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un ser tan malvado como aquel comandante. Allí permaneció, hasta 1943, cuando tuvo lugar la huida de los prisioneros del campo de concentración.


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CAPITULO XIV Un día para soñar y otro para llorar Fue más largo el plazo para que Von Bonkewitzz y Friedrich, pudieran iniciar el viaje hasta las frontera Germano-polaca, de lo que se planificó en un principio. Ninguno de los planes que inicialmente se habían trazado, se cumplió tal y como se había previsto. Las actividades bélicas en los diferentes escenarios, restaron importancia a la petitoria de traslado que había solicitado el Teniente, prolongando así, la expectativa que causaba la demora. Aunado a eso, las investigaciones por parte de los organismos secretos, habían hecho lo suyo. Tenían que saber los motivos de los desplazamientos que realizaban, tanto civiles como militares, por cualquier punto del territorio. A esas alturas de la guerra, cualquier persona o movimiento hecho por militar o civil, era considerado sospechoso y sometido a una rigurosa investigación. Esto, le causó desilusión a Friedrich, quien tenía deseos de partir pronto y propiciar el ansiado encuentro. Estaba desesperado y ya había pasado casi un mes después del par de días en el que inicialmente partirían. Por fin, a las 3:45 de la tarde, del veintitrés de marzo de 1942, Von Bonkewitzz, le dio la buena noticia. Había llegado a la oficina con dos sobres contentivos de tan esperada autorización. -¡Ya era hora Karl! –Dijo, sin poder ocultar su emoción. -¡Es que si no muevo mis contactos, jamás hubiésemos logrado el permiso. -¿Cuando te llegó? -Ahora mismo me lo acaban de entregar…salimos


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mañana a primera hora. El rostro de Friedrich chispeó de alegría. Las huellas de palidez en su cara, sus ojeras y sus ojos desencajados, causados por el desasosiego, de un momento a otro, volvieron a recobrar el brillo de la jovialidad. La única misión de su vida, que bien valía la pena, estaba a punto de comenzar. El destino al fin, se había percatado de su existencia, ya que hacía buen rato, que no lo había considerado en sus misteriosas jugadas. Por un instante, mientras reflexionaba, pensó en ese día, en que por fin volvería a ver a Jacob. Si en algún momento, algún desesperado había recobrado la luz de la esperanza, ese era precisamente él. No encontraba manera de ocultar esa dicha, que había perdido hacía ya, un prorrogado tiempo. -Por fin dormiré tranquilo esta noche, mi amor. – Murmuró- Hoy, podré soñar contigo nuevamente… Te veré correr por el jardín de la casa de Benjamin, en Nikolaiviertel, sonriendo como un niño y te abrazaré fuerte, para sentir el calor de tu cuerpo mientras miro esos hermosos ojos que tanto penetran en los míos, haciéndome vibrar de alegría. ¡Cuánto te amo, mi hermoso judío. Luego, se encaminó hasta su casa para llevarle las buenas nuevas a su hermana y a empaquetar sus cosas. Cuando llegó a casa, Annika estaba como casi siempre, sentada en su sillón, en el jardín, dormida con un libro abierto sobre su regazo. Friedrich no quiso despertarla, aunque sintió curiosidad por lo que estaba leyendo y tomó el libro y comenzó a leer en voz baja:


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“Vivir y dejar vivir No importa cómo todo termine Estos perdidos, bajo el cielo, Yacen como amigos. Perdonan los odios No importa cuánto odiaran; Por la vida separados y por la muerte unidos”… Friedrich se tornó pensativo. Algunas lágrimas asomaron por sus parpados. Se sintió, internamente, identificado con aquellas estrofas que le recordaban tanto las circunstancias que estaban viviendo. La separación, la pérdida, no importa si es física o espiritual, la muerte… Olvidó por completo, el motivo de su presencia en el jardín. Colocó, nuevamente y con mucho cuidado para no despertarla, el libro sobre las piernas de su hermana y subió, a toda prisa, a su habitación hecho un mal de lágrimas. -“Por la vida separados….y por la muerte unidos”… -Pensé que era más fuerte de lo que creí. –Susurró-. ¿O es que tú, me has hecho más débil? Se templó el cabello, apesadumbrado. Sintió de pronto, que ya no quería seguir lejos, se sentía cansado. Era la primera vez que tenía esa sensación de apatía. Escuchó que llamaban a la puerta. -¡Abre por favor, Friedrich! Corrió a toda prisa. Nadie hubiese imaginado, un semblante tan lleno de desolación ni un corazón tan vacio, contrastante con el que había lucido en la oficina, con Karl, hace apenas unos instantes. Al abrir y ver el rostro de Annika, se lanzó en sus brazos,


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descargando sobre ella, toda aquella desesperación y todo ese tormento. -¡No puedo más! ¡No puedo más! –Exclamó, mientras el llanto mojaba los pechos de la chica- Dime… hermana, ¿es posible que una persona pueda sufrir tanto? -¿Qué ocurre? ¿No lograste que…? - ¡Sí!… Partiremos mañana. Discúlpame, no debí ponerme así, es que al leer el poema…yo… -Es solo un poema, como tantos otros. -Lo sé. Me deje llevar. Todo esto me tiene por el suelo, entiéndeme, estoy excesivamente sensible. -Pero deberías estar feliz, hermano; al fin podrás ir a su encuentro. ¡Vamos! -lo animó- arreglemos tu equipaje. -¡No!…ve a tu cuarto a arreglar el tuyo. –Sonrió- Las mujeres son más complicadas en esas cosas. Cuando a la mañana siguiente, partieron en el 328 Roadster al lugar convenido, le dijo a Annika que había tenido un hermoso sueño. Su rostro se veía sereno. -¡Ah, sií! ¿Y qué soñaste? –Preguntó ella. Friedrich se detuvo un momento, abrió la portezuela del auto y se bajó, para fumar un cigarrillo. -¿No crees que estas fumando en exceso, hermano? – Objetó la chica. -¡No!... En realidad lo hago cuando la ansiedad me mata. -Pues entre la ansiedad y el cigarrillo, van a terminar, de igual manera, matándote. -Ojala lo hicieran. Así no tendría que morir cada día con este sentimiento de vacío. -No digas tonterías y dime… ¿Qué soñaste? - Estábamos en una ladera; no sé qué lugar, no pude


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identificarlo. –Aspiró el cigarrillo, para luego dejar fluir el humo muy lentamente, luego, observó de forma inquietante, su extremo chispeante. Entonces prosiguió: -De pronto, vi a la tía Cilli, la de la película, ¿sabes?... escribiéndole una carta a Jacob. Aun recuerdo su contenido. Tuve oportunidad de leerla, y recuerdo cada línea como si la estuviera leyendo en este preciso momento: “Sin lugar especifico… 14 de Diciembre de 1940… Sr. Jacob Goldblum, quizás no me recuerde, pero alguna vez, se que estuve presente en sus pensamientos, pues sentí que se identificaba conmigo. Así observé, que se lo refería a Friedrich. La mayor sorpresa que he tenido en mi vida, es que haya sido un hombre de palabra, al seguir amando a aquel joven ario que se identificó, a su vez, con mi sobrina Rosl, y con el tiempo, pude saber el motivo. Haga que valga la pena, no permita que esta estúpida guerra, los separe y los coloque en caminos distintos, que ni ustedes mismos podrían transitar solos, a menos que mueran durante el trayecto; que nadie los obligue a casarse con personas distintas, porque como el amor que ambos se profesan, será difícil encontrar otro, por lo menos en estos tiempos, y créalo, Sr, Goldblum, un amor como el de ustedes dos, ni siquiera Rosl lo ha sentido por ningún hombre, ni por Alois, mucho menos por Ignace, porque ni siquiera ella pudo luchar por el amor de su vida. Por eso, que quedarse con la persona equivocada, la que se convirtió en su verdadera guerra. Hoy, será diferente, porque tengo la esperanza de vendrán días distintos, y la vida será mejor; lo


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prometo… La guerra siempre empieza sin tener claro un final determinado, pero, aún así, algún día ha de terminar. Así que…no dejen que la guerra los acorrale, y como ya le dije, haga que valga la pena… PD: La promesa será cumplida. En cuatro años, me dará la razón, Sr. Goldblum, y podrá darse cuenta, cuando vea las rosas, en el jardín de aquella casa, en Nicolabertier.. atte. La tía Cilli… Annika permaneció en silencio, sacó un pañuelo de su bolso y secó sus mojados parpados. -No puedo creer que puedas recordar lo que decía esa carta.-Dijo, totalmente conmovida. Es hermosa. -Si hermana, la recuerdo, como si estuviera leyéndola ahora mismo. En la estación, inquieto, esperaba el Teniente Karl Von Bonzkewitzz, con una maleta negra y un maletín del mismo color, contentivo de algunos documentos y otras cosas personales. Minutos más tardes, llegaron Friedrich y Annika; por cierto, no dejó de ser una sorpresa verla llegar junto a su hermano; si no hubiese avistado el equipaje adornado con detalles femeninos que traía consigo, solo hubiera pensado que ella lo estaba acompañando hasta la estación. Le pareció arriesgado llevarla y por más que contradijo aquella determinación, ella no cedió ni un milímetro en su decisión de partir con ellos. Abordaron el imponente tren, dotado con dos gigantes locomotoras. Este alcanzaba los 130 km por hora. Constaba de lujosos y equipados vagones, tanto para personal militar y dirigentes del nazismo, hasta se


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rumoraba, que el mismísimo Hitler, viajaba ese mismo día, de incognito, en uno de los vagones, rumor al que ninguno de los tres, había dado crédito. Habían acordado, momentos antes de salir, no mencionar, bajo ninguna circunstancias, el motivo real de aquella inusual expedición. Permanecerían rigurosamente ceñidos al motivo oficial por el cual emprenderían el viaje, tal y como estaba descrito en los documentos que les habían sido entregados como constancia de su excursión: “una misión importante en la frontera”. Y si se creaba alguna suspicacia debido a la presencia de la chica, que ella los acompañaba voluntariamente, lo cual era aceptable en aquellos tiempos de guerra, alistándose así, para “lidiar con las mujeres judías, prisioneras”. Los puestos de control alemán, estaban instalados por doquier, tenían que encarar, en cualquier momento, a los soldados y policías nazis, sobre todo cuando estuvieran próximos a llegar a su destino, en donde, por las circunstancias reinantes: (constituía una zona crítica, que separaba a Polonia de Alemania y que ahora, estaba en poder de los nazi), tenían que rendir cuentas a todo funcionario del régimen que los detuviera para interrogarlos. A Von Bonzkewitzz le preocupaba la conducta enajenada, muy notoria, por cierto, de Friedrich, quien durante todo el trayecto, permaneció callado, caviloso, dejando entrever, algún rasgo de zozobra. Debía portarse, de aquí en adelante, de la manera más altiva posible, tal y como se comportaría un funcionario militar alemán, presumido, orgulloso, con nervios de acero. Este no era el caso; él se mostraba opacado, intranquilo, alejado de toda realidad,


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contrario a aquellos cánones de comportamiento, lo que lo hacía blanco de cualquier sospecha. El tren había recorrido buena parte del trayecto. Habían tenido la suerte de que no había mucho movimiento en los puestos de control, por lo que había fluido sin novedad alguna. Pero, pasada la media noche y como había permanecido despierto, debido a su estado, Friedrich presintió que el tren se estaba deteniendo. -¡Despierten chicos! -¿Qué ocurre hermano? -Preguntó Annika, mientras se asomaban por la ventanilla -¿Qué ocurre? –Pregunto también, Von Bonzkewitzz. -Creo que es un puesto de control. -Aludió Friedrich, mientras Karl y la chica, lo miraban, recelosos y preocupados. -¡Todo va a estar bien, tranquilícense! –Dijo el Teniente. Así, como horas antes había partido, dejando atrás la estación en Berlín, el tren comenzó a disminuir su velocidad para detenerse, mucho antes de llegar a la estación próxima, donde debía hacer su última parada. Se entreabrieron las compuertas e inmediatamente después y en violento comporte, irrumpió un sin número de uniformados que comenzó a inspeccionar los vagones y a indagar a los pasajeros, quienes se vieron sorprendidos ante tal irrupción, pretendiendo, con aquella requisa, dar con algo o con alguien, lo cual, tal vez, había abordado el tren de manera irregular. Llevaban sus linternas encendidas y con ellas, alumbraban todo a su paso. Al llegar al puesto, en donde se encontraba Friedrich y sus acompañantes, se detuvieron frente a Von Bonzkewitzz y de forma


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desdeñosa lo exhortaron a que bajara del tren y los acompañara. La tensión reinó por todas partes. No comprendían lo que estaba ocurriendo, ni el motivo de aquella detención. -No tardo amigos. –Les dijo Karl- Todo está bien. Quédense en sus asientos. -Qué extraño es todo esto. – Resaltó Friedrich-. Denotaba perturbación, no se sabe si producto de las circunstancias del momento, o por la intranquilidad que ya venía haciendo estragos en él, desde hacía tiempo atrás. -¡Sí!... en realidad es extraño! –Señaló Annika, observando por la ventanilla-. Me da la impresión de que algo no está bien. –Pensó. Apegada al vidrio de la ventana, se esforzaba para observar con mayor detalle. Miró desde allí, como aquellos soldados, discutían con Von Bonzkewitzz, mientras éste, sacaba del maletín negro, una serie de documentos que luego le entregaría a uno de ellos. Estos se advertían alterados y mientras conversaban entre sí, agitaban sus manos frenéticamente, pero Karl, se mantuvo en todo momento sereno, o eso era lo que ella percibía desde aquella ventana. Otro pequeño grupo subió al tren. Annika notó a su hermano, palidecer, pues, los soldados se acercaron hasta donde se encontraban. Pero en un infinito intento por recobrar la compostura, Friedrich se adelantó y de manera decidida, extendió el despreciable saludo nazi. -Heil Hitler. -Heil Hitler. –Saludó el resto de los guardias, levantando su mano derecha. Momentos después, regresaba Von Bonzkewitzz al


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asiento, junto a ellos, como si nada hubiese pasado. -¿Qué fue eso? –Preguntó el chico, denotando un atisbo de asombro y alivio. -Créanme amigos. –Dijo el teniente-. No fue nada. Tal vez, tengamos que detenernos en Lublin, para llevar una encomienda. Se notaba preocupado. Annika lo advirtió, cuando subía nuevamente al tren. Ya no traía consigo el maletín negro con el que había descendido, en lugar de este, había regresado con una especie de portafolio, también negro, de cuero y que abrazaba celosamente. Advertía en su semblante, un rastro de desolación y ella lo percibía, lo corroboró inmediatamente después que aquellos soldados hablaron con él. Sentía cierta curiosidad por saber que había ocurrido entonces, por lo que le preguntó: -¿Nada tienen que ver con los nazis…no es verdad? -¿A qué te refieres? – Indagó Von Bonzkewitzz. -Tranquilo teniente, yo estoy al tanto de todo. –Señaló ella. -¿Friedrich te lo contó? -¡No! - señaló, mientras le guiñaba un ojo- yo saqué mis propias conclusiones. También tengo mis contactos. -¡Bueno, alguien tiene que cuidar a los perseguidos! ¿No crees? -Estoy de acuerdo, pero presiento que esta vez, no pudieron hacer nada… ¿O me equivoco? -No estás equivocada. Los planes fracasaron. Me temo que ya es muy tarde. -¡En verdad lo siento, Karl! –Dijo, desmoralizada. El teniente Von Bonzkewitzz tomó el portafolio, sacó


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unos papeles y comenzó a ojearlos. Parecían planos, doblados desordenadamente. Luego de reorganizarlos y observarlos minuciosamente, les preguntó a sus compañeros: -¿Saben de qué se trata la Solución Final? -¡No…no lo sabemos! –Respondieron, con una sombra de duda en sus miradas. -¿Qué es la solución final? –Interpeló la chica. -Primero, –les dijo Von Bonzkewitzz- debo saber que están dispuestos a ayudarme pase lo que pase... -¡Claro amigo! -Aseveró Friedrich- para eso somos un equipo… Pero me temo que no sé qué es lo que está pasando. -¡Está bien!… -Les dijo-. Ocurre que, los malditos nazis, han concebido un plan para asesinar sistemáticamente a una gran cantidad de judíos que residen en los territorios polacos ocupados. Llaman a este macabro programa “Operación Reinhard”. -¡La Solución Final! – Recalcó abrumada, Annika. – Escuché sobre ello el otro día. -¡Si, amiga! Ellos están coordinando la mayor matanza de personas de la que jamás se haya sabido. Los están deportando desde toda Europa Occidental a los campos de exterminio de Chelmo, Belzec, Sobibor, Treblinca, Auschwitz y Majdanek. Los engañan, les dicen que van a trabajar, los invitan a que lleven sus implementos de trabajo y sus objetos personales…No tienen idea de lo que les espera. Ya habían comenzado, matando a miles y miles de judíos durante la invasión a la Unión Soviética a través de los equipos móviles de matanza y unidades de tareas especiales. -¡Oh…santo dios! –Exclamó ella. ¡Esos mal nacidos quieren la aniquilación total!


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-¡Sí! – Ratificó el Teniente-. Todo se debe al asesinato de Heydrich. La orden la han extendido al resto de Europa y créanme, las formas de aniquilación son extremadamente horrendas. Los organismos gubernamentales y las SS se reunieron en Berlín; allí se acordó implementar el método, incluyendo a judíos de países no ocupados como Irlanda, Suecia, Turquía y Gran Bretaña -¿Y cuál era el objetivo de tu gente al detener el tren, Karl? –Preguntó Friedrich. ¿Tenían alguna información importante que pudiera impedir esta matanza? -Ya teníamos información. –Respondió Von Bonzkewitzz-. Queríamos imposibilitar que los nazis llegaran a Sobibor con un grupo de prisioneros a quienes iban a someter a trabajos forzados antes de asesinarlos. Nuestra misión, era interceptar a este grupo y ponerlos a salvo. Los malditos nazis sospechaban que había un plan para emboscarlos y decidieron modificar la hora del traslado. -¿Y cuando crees que se llevará a cabo, amigo? – Indagó Friedrich-. ¿Cuando los trasladarán entonces? -Me temo que ya han sido trasladados…Ya es tarde… Los malditos, debido a las sospechas, decidieron trasladarlos esta mañana. ¡Dios se apiade de sus almas! -Por eso detuvieron el tren, para informarte de lo ocurrido. – Preguntó Friedrich. -Te refieres a los uniformados que nos interceptaron? -¡Sí! –Trabajan de manera encubierta, con el régimen…pero no para ellos. Son de los nuestros y estaban totalmente consternados por el fracaso de la operación.


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-Ya entiendo. ¿Y ahora cual es el plan? ¿Qué vas a hacer, Teniente? –Preguntó el chico. -Querrás decir… ¿Qué vamos a hacer? Ya todos estamos involucrados en esto. Debemos seguir con los planes, no aquí, de eso ya estoy claro… se perdió una batalla…pero no la guerra. Por los momentos, tengo una misión importante. De Rusia me llegó información relevante. Se está planeando una fuga masiva en uno de los campos de concentración, en Sobibor. Allí han llevado a una importante cantidad de prisioneros, casi todos, prisioneros de guerra soviéticos, con una gran experiencia militar. Hemos estado comunicados con nuestros contactos, y el día se acerca. -¿Y esto es seguro? –Preguntó Friedrich-.Que posibilidad existe de que todo salga como está planeado? Sería una pena que perdiéramos esas vidas. -Todo en la vida es un riesgo y si es para salvar vidas, el riesgo lo vale aun más. Pero, tengo algo que decirte, amigo. -¿Qué sucede? ¿Malas noticias? -¡Sí! -Articuló Von Bonzkewitzz-. He estado siguiendo los rastros de algunas personas. Con estos documentos me han llegado noticias acerca de un prisionero en particular; me dicen que está sometido a los desmanes de uno de los comandantes de Sobibor. No han querido eliminarlo, no está muy claro el motivo de mantenerlo, porque me informan que está en un estado deplorable y recuerden que a los nazis, para nada les sirve un prisionero débil. -¿Que sucede con ese hombre? -Interrogó Annika-. ¿Qué tiene que ver con nosotros? Friedrich se inmutó de súbito. Presintió, de antemano, que algo tenía que ver con Jacob. El corazón comenzó


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a agitarse desmedidamente. Quería indagar, pero temía por las respuestas. Más sin embargo, de su boca salió, la tan inevitable pregunta. -¿Crees que… pueda tratarse de?... -Me temo que sí… -interrumpió Von Bonzkewitzz- No quisiera inquietarte, pero creo que Jacob y Jedrek, o por lo menos uno de los dos, fue recluido en el campo de concentración de Sobibor. -¿A Sobibor?... ¿Por qué a Sobibor?.. -¡No lo sé, Annika! Pero en cierta forma, para mi es mejor. En Sobibor están llevando a la mayoría de los prisioneros soviéticos y recuerda que yo trabajo para una organización rusa. Una brisa fría, heló el corazón del joven. No sabía a ciencia cierta, si aquella noticia lo llenaba de esperanzas o de desolación. –Uno de los dos…-Pensó- pudiera ser…uno de los dos. Por un largo instante, se mostró pensativo, ausente de toda realidad. La vida para él, al igual que la de aquel hombre, prisionero de Sobibor, estaba en un borde, a punto de caer, pero sin terminar de hacerlo. No ocurría lo evidente. El destino se empeñaba en colocarlo entre vivir y morir, sin que uno de esos dos estados de conciencia e inconsciencia, se concretara en un desenlace final.


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Capitulo XV …la huida… Entre 1941,1942 y principios de 1943, la guerra había tomado un curso irreversible. Era fácil saber cuándo había dado inicio, pero difícil predecir, cuando terminaría. La calma estaba muy lejos y el caos se percibía por todas partes. Hitler, dominado por sus ansias de adueñarse de Europa, había lanzado aquella ofensiva en Rusia. Los soviéticos demostraron una férrea resistencia, ayudados, por cierto, por la llegada del invierno ruso. A medida que las tropas enemigas trataban de recomponerse para lanzar su contraofensiva, el frente soviético respondía con mayor intensidad, logrando, inclusive, rendimientos en el bando enemigo en varios territorios y acabando con los planes alemanes de terminar la invasión, casi inmediatamente, desde que comenzó. Durante el crudo invierno, el ejército rojo contraatacó y anuló las esperanzas de Hitler de ganar la batalla de Moscú, terminando la operación el 5 de diciembre de 1941, con la retirada del ejército alemán. Con la Batalla de Kursk, comienza a verse afectado el destino de Alemania ya con mayor claridad, sobre todo en el frente del Este, despejando así, cualquier posibilidad de contraataque. Esto, entre otras causas, había provocado en el régimen, una sobredosis de resentimiento que se traducía en una desmedida y totalmente enfermiza agresividad. Esto se observaba a simple vista, inclusive, en el trato inhumano de los soldados y oficiales del régimen hacía los desdichados judíos y hacia todo aquel que los arios consideraban escoria y en el peor de los casos, “raza inmunda”.


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Las torturas se hacían más espantosas e indescriptibles. El índice de mortalidad, sobre todo en los campos de concentración, se acrecentó excedidamente, tanto así, que los cuerpos se exhibían por doquier, como algo sorprendentemente natural, apilados en las sendas mientras eran acosados por las moscas y devorados, literalmente, por las ratas y los perros o a la espera de ser incinerados o enterrados en fosas comunes. La solución final, había causado estragos en casi toda Europa. Jacob permanecía prisionero en Sobibor, en donde lo había confinado el mismo Franz Reichleitner, que por desgracia, estaba al mando en ese mismo campo. Nadie hubiese imaginado, o por lo menos, los que allí estuvieron recluidos, que aquel sujeto, de rostro afable y dado a la creencia religiosa, albergaba una enfermiza obsesión por causar terror a las personas que él consideraba “menos que nada”. Jacob no era la excepción, Reichleitner procuraba mantenerlo con vida y hacerle pagar, día a día, todas las humillaciones que según él, había pasado en Dresden por culpa de su familia. -La mejor arma es el terror-. Era su retórica-. La crueldad impone respeto. –Decía de la forma más fría, mientras presenciaba las inhumanas torturas. Jacob había sido aislado en un pabellón particular, en las condiciones más inhumanas junto con otros prisioneros: las ratas y las alimañas… Reichleitner había ordenado su “cuidado” a ciertos personeros de las SS, que estaban dispuestos a cumplir a carta cabal sus órdenes, y no es difícil imaginarse hasta donde abarcaba aquella lealtad de los soldados cuando se


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mostraban dispuestos a acatar aquellas disposiciones y hasta qué punto o hasta que limite las cumplirían. No es difícil deducir hasta donde podía llegar esa fiel sumisión y obediencia. Ellos sabían cuál era su trabajo y que métodos y medios emplearían para realizarlo. -Deben cuidármelo…para que no se muera. –Ordenó, denotando una conducta que rayaba en lo psicótico-. Solo háganle la vida imposible, que sienta miedo para que nos deteste. -Rió maliciosamente, con tanta serenidad, que infundía miedo verlo y escucharlo-. Al fin y al cabo, para que queremos su cariño –imprimía constantemente -. Me basta con el terror que pueda sentir. Aquello parecía un festín, que entre los soldados y él, estaban celebrando a costa del pobre Jacob. Reichleitner manifestaba una expresión terrorífica y nadie podía describir, el placer que sentía al hacerles daño a los judíos, en especial a Jacob. Cuando lo miraba retorcerse por el dolor, mostraba una conducta trastornada. Su comportamiento no encajaba dentro de los parámetros de lo que es normal y lo demostraba con cada atrocidad que decía y que luego llevaba a cabo. - No lo dejen morir, pero… tampoco lo dejen vivir. Como estaba aislado del resto de los prisioneros, muy cercano a las oficinas de los funcionarios, los recluidos le habían puesto a Jacob el mote de “el protegido”, debido a que se pensaba, que el trato “especial” al que que era sometido dentro del campo, era especialmente cordial y en realidad, nada estaba más alejado de toda esa figuración, sobre todo, en cuanto a lo de la protección que recibía; hasta se llegó a pensar, que era un acérrimo colaborador que actuaba de


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incógnito para mantener informado al régimen nazi de los movimientos rebeldes que ya estaban dejándose sentir dentro del campo de concentración. Sus fuerzas se habían desvanecido del mundo, no tanto en lo que respecta al plano material o físico. Su pérdida la percibía desde un punto de vista diferente: “la ausencia de un sentimiento que lo había acompañado alguna vez y que ahora, por circunstancias infortunadas que el destino había puesto ante él, percibía muy lejanas, como el más lejos de los horizontes del mundo. No sabía el tamaño de aquella lejanía. No saber nada más de Friedrich, el verdadero dueño de su vida, lo impulsaba a desear escaparse de toda existencia posible, inclusive, de la material. La percepción, que como humano pudiera tener de sí mismo, lo mantenía en el limbo. No sabía si estaba muerto o estaba vivo, solo sabía que estaba, pero no conocía en qué forma o espacio, o en que distancia se encontraba alineado. -Ya no lo tengo conmigo. –Pensaba a toda hora, descorazonado y sin esperanzas- Se ha ido de mi vida…y mi vida se ha ido con él. El anillo era tal vez, el motivo al cual se aferraba y que había impedido que su vida terminara apagándose. Se apegaba a él como el único reducto de ilusión y esperanza. -¿Esperanza? –Se preguntó, dudando de la preexistencia de ese estado de conciencia-. ¡Mi amor!… yo no creo en la esperanza… ¿Por qué no creo en ella como la gracia mas alentadora con la que puede contar el ser humano …¿Es que acaso


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estoy a espaldas de ella, o ella a espaldas de mí? Si existe lo malo, ha de existir lo bueno… Sí estoy desesperanzado… ¿no ha de existir acaso, lo que se contrapone a ese estado de conciencia? Hasta ese punto, Jacob ya estaba claro de quién era Reichleitner. Aquel sujeto afable, enclenque y creyente, que en un tiempo había trabajado para ayudar a su padre cuando el solo era un chico. El haber sido amigo de alguien que él consideraba menos, lo indignaba. Muchos años después, aquel hombre volcaba ese resentimiento oculto y lleno de prejuicios sobre su humanidad. No había olvidado el hecho, de haberse sentido menos. Jacob había ganado algunos pocos amigos dentro del campo de Sobibor. Estos sabían que la figuración por la que se había ganado aquel mote de “el protegido”, no era más que una suposición; estaban al tanto de los motivos por la cual gozaba de aquella macabra especialidad. Por cierto, tenía que mantener en secreto, aquellos lazos amistosos y guardar las apariencias, porque Reichleitner había ordenado, que estuviese incomunicado como parte de su “revancha”. Era muy poco el tiempo que tenía para lograr cruzar tres palabras con persona alguna, no porque él lo hubiese querido así, sino porque lo mantenían totalmente vigilado. Algunos de esos compañeros, con quien de alguna forma y muy de vez en cuando, podía intercambiar unas poquísimas palabras, formaban parte de una categoría de prisioneros a quienes se les debía tener cuidado, ya que existía la presunción, de que se estaba fraguando un motín dentro del campo. Pero ese misérrimo instante, en que podía sacar a flote lo


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que la lengua le invitaba a decir, debía aprovecharlo al máximo, y eso era precisamente lo que hacía, cuando se le presentaba la oportunidad de entablar comunicación con algún desgraciado. Sin embargo, el destino es un camino incierto que siempre nos lleva al lugar que menos esperamos; nos sorprende en el momento menos previsto y en las circunstancias más inverosímiles. Unas semanas después de que el Teniente Karl Von Bonzkewitzz había planeado abortar los planes de los alemanes de trasladar a aquellos prisioneros soviéticos a Sobibor y frenar el macabro plan llamado “la solución final”, Jacob ya contaba con un grupo de compañeros, de esos recién llegados, a los cuales los nazis, tenían bien vigilados y que habían hecho trabajar bajo circunstancias inhumanas, por más de dieciocho horas continuas, dentro de un galpón de fundición, que elaboraba piezas de hierro para artillería, bajo un calor infernal. Jacob, formaba parte de ese tren de trabajadores, sin embargo, no lo dejaban hacer nada, solo lo sentaban frente a una de las fundidoras, vigilado por dos guardias de seguridad, para que el calor continuo que emanaba de la maquina, lo agobiara y las chispas salpicaran en su cuerpo. Colocaban, durante este proceso, jarras con agua helada, limonada y otros refrescantes jugos, a un lado, para que la desesperación que causaba la deshidratación, lo enloqueciera, Cuando aquellos soldados consideraban que tenían que darle algo de beber, lo hacían de la manera menos humana posible.


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Con un gotero, le colocaban sobre la lengua, las gotas del preciado líquido con un agregado de sal. De esa manera, exacerbaban su estado de ánimo. El único espacio y tiempo que tenía para gozar de un momento de tranquilidad, era en los cinco minutos que le daban para ir a hacer alguna necesidad. Esos escasos minutos, los aprovechaba al máximo para desahogarse, eso, si alguien más estaba en ese momento también allí para hacerle compañía, porque estando a solas, sentía enloquecer. En una de esas oportunidades, conoció a uno de los prisioneros. Alexandro Pechersky, se llamaba. Un oficial ruso, muy amigo de Von Bonzkewitzz y a quien también apodaban “sasha”. De alguna manera, Jacob y sasha, habían entablado una amistad muy consistente. Le había tomado confianza y se lo demostró, cuando por mera coincidencia, tuvo a bien contarle de todas las penurias por las que había pasado, ignorando que su compañero, ya tenía conocimiento de una historia semejante, que al final y por designios del destino, era la historia del mismísimo “protegido”. Así fue, cuando Pechersky, comenzó a confiar en él a carta cabal. La casualidad o el destino los había puesto en el mismo camino. Ambos tenían un factor común: “Von Bonzkewitzz”, que a su vez era amigo de Friedrich, y no es necesario saber que a veces, las cifras son la demostración de los hechos: dos más dos, son cuatro. Cuando Jacob termina de contarle a sasha su odisea, éste cae en cuenta que se trataba de la misma persona de quien Von Bonzkewitzz le había referido con anterioridad. Era aquel joven judío a quien estaban tratando de encontrar y que por cosas del


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destino, conocería en aquella sucia letrina, llena de excremento y rancio de orine. Para sacha, fue una sorpresa que el destino lo haya puesto en ese camino y hecho instrumento de una buena causa, como era la de propiciar, sin saberlo entonces, un reencuentro feliz entre dos amigos que se amaban. Demás está decir, y es prudente referirlo, que esta no fue la única experiencia que había compartido Jacob con su nuevo amigo. Más adelante, vivirían una experiencia que pondría en riesgo sus propias vidas. Al llegar Pechersky al campo de concentración, fue informado de que se estaba organizando un escape de prisioneros judíos del campo de Sobibor. La percepción de sasha fue más de espanto que de entusiasmo cuando, por algún motivo, supo que el mismo Reichleitner, ya estaba al tanto de aquel plan, por lo que decidió formar parte activa en él. Sin embargo, presentía, que aun no era el momento para ejecutar el escape. Había mucha suspicacia entre los soldados nazis y los de las SS en cuanto a esa posible fuga. Así que trató de disuadir, por el momento, a los sublevados para que no llevasen a cabo el proyecto, por lo menos, no en el tiempo en que lo tenían planeado. Un día, Jacob y sacha coincidieron en las letrinas y fue allí, cuando el joven judío, pudo comunicarle algunas de sus inquietudes. -¡Sasha! – Le susurró, casi al oído-. Quiero advertirte algo muy delicado. -¿Qué es? ¡Dime! –Respondió el aludido. -Los soldados de Reichleitner me tienen constantemente vigilados. Sé que ustedes piensan


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que yo estoy de parte de ellos y que lo que quiero es sacarles información a los prisioneros para alertar a los nazis. Sasha lo miró directamente a los ojos. Trató de descubrir en aquella mirada, algún rasgo de sinceridad y que en realidad, el no formaba parte de una conspiración para delatar a los prisioneros. -Eso es lo que se dice, Jacob; pero yo no soy de ese pensar. -Me alegro. Sin embargo quiero preguntarte algo muy delicado, y espero que confíes en mí. Un grito ensordecedor cortó aquella furtiva conversación. -¡Ya pasaron los cinco minutos judíos de mierda! ¡Vuelvan al trabajo! -Luego hablamos sasha. -Indicó atropelladamente. Se apresuró en salir de la letrina y volvió a instalarse frente a aquella enorme y terrorífica maquina. Cinco días transcurrieron para que aquellos dos, volvieran a coincidir en el excusado. Quizás sasha, había comenzado a confiar en él, quizás creía que aquel, a quien llamaban el protegido, no era más que una víctima de aquella circunstancia. -¡Hey…amigo! –Saludó el chico. -¡Jacob!... Gusto al verte nuevamente. -Estas letrinas son un asco. Hay alimañas por doquier -refirió- los piojos ya hicieron su residencia sobre mi cabeza. -No puedo contradecirte amigo. –Afirmó sacha- la otra vez, casi me come el trasero una enorme rata que salió del hoyo mientras defecaba. Te digo que fue un gran susto. Pasó una semana antes de que me pudiera agachar nuevamente en la zanja.


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-Tienes razón. Seguramente moriremos de alguna infección antes de ser exterminados dentro de la cámara de gases. Ambos celebraron la ocurrencia. -¿Es verdad lo del plan? –Preguntó, sin más preámbulo-. ¿Es cierto que están planeando escapar de este infierno? Sacha se mostró desconcertado. Le alarmó el hecho de que ya la información de los planes de escape, se estaban esparciendo como pólvora. En el fondo, hubiese preferido que por el momento, Jacob no se enterara de los mismos. El estaba siendo constantemente vigilado y no era seguro referirle nada, por lo menos, hasta el último momento. Lo prefería en tanto que, si los demás prisioneros no se daban por enterado de que el protegido ya estaba al corriente de aquellos planes, se mantendrían menos recelosos y más confiados de que se cumplieran a cabalidad, con los objetivos. Quizás, una pequeña duda invadió su mente. Sin embargo, ya estaba hecho, ya el protegido estaba al tanto de todo. Sasha ya no podía hacer nada, debía mantenerlo al tanto de lo que se estaba tramando. -Sí, Jacob –dijo- lo de plan es verdad, pero es riesgoso hablar de eso ahora; las cosas están un poco confusas, hay desorganización y en algunos puntos no nos hemos podido poner de acuerdo. -Está bien –señaló- Se que es delicado hablar en este momento. Dos días después, volvieron a intercambiar palabras. -Me imagino que tú estás comandando el plan. ¿Cuándo será la huida. -Insistió. -¡Tranquilo!... Te voy a mantener al tanto, pero por


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ahora, confórmate con callar…Confía en mí. La conversación se vio nuevamente interrumpida. Un grito, en un marcado acento alemán, había estremecido el recinto. Un soldado había comenzado a sospechar que algo pasaba dentro de la letrina. Ciertas expresiones en los rostros de los chicos cada vez que salían de hacer sus necesidades, le parecieron sospechosas. Al entrar, tomaron violentamente a Jacob por el brazo y lo arrastraron hasta la celda en donde lo tenían aislado, no sin antes, propinarle sendos golpes en la cara. Lo tumbaron al suelo y uno de los soldados, le colocó el taco de la bota sobre el rostro hundiéndoselo profusamente. Las líneas inferiores del calzado, quedaron dibujadas sobre su mejilla. -¿Qué estás tramando, cerdo inmundo? –Le gritaron. Como Jacob sabía que de los golpes no pasarían, los miró de forma retadora. -¡Mátenme de una buena vez, malditos cobardes! -¡Cállate! –Volvían los golpes y culatazos con las metrallas. -¡Basta! –Intervino un tercer guardia que había escuchado el incidente desde afuera-. Llévalo a su celda, el jefe no debe saber de esto! Pechersky, quien estaba agazapado detrás de unas láminas que estaban apoyadas en la pared de la letrina, presenció lo ocurrido. Al salir, se le veía pálido, desencajado. Se detuvo un momento y reflexionó acerca de la fidelidad de Jacob hacía la causa rebelde. -Definitivamente este chico, no me puede estar mintiendo. Se marchó preocupado. Sin embargo, cierta tranquilidad lo abrumó y lo desesperó a la vez por


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ser un tanto masoquista. La fortuna de que no lo matarían, de que solo lo golpearían, nada más. De súbito, exclamó sobrecogido: -¡Qué horror! Estos malditos tienen órdenes de mantenerlo vivo. ¡Por Dios!...Mas le vendría a ese pobre diablo estar muerto… Dentro del galpón de fundición, en donde estaban dejando el alma los prisioneros, se observaba cierta tensión. Ya era evidente que los rumores de un presunto plan, era del conocimiento de muchos inclusive, de los de las SS, que habían resuelto dejar que las cosas siguieran su curso. Era la mejor manera de descubrir aquellos planes, a sus cabecillas y a sus colaboradores. Debían comportarse, como si nada estuviera pasando. Uno de los prisioneros, de apellido Antónov, que formaba parte de ese grupo sublevado, logró acercarse hasta donde estaba sasha y le dijo casi entre dientes, como para no despertar sospechas: -La cosa se está retrasando más de lo debido. Hay un grupo que está impaciente y quieren tomar cartas en el asunto. -¿Qué piensan hacer, Antónov? –Lo interpeló sasha. Se le notaba preocupado-. No es momento para improvisaciones. Todo tiene una hora y un momento amigo. Debemos esperar ese momento. El mal nacido de Reichleitner sabe lo del plan y tú sabes en que puede desembocar todo esto si se precipitan -¡Lo sé! –Respondió Antonóv mientras miraba inquieto a su alrededor. Temía que los descubrieran-. Ya los muchachos han tomado una decisión -afirmó- y yo no soy quien para contradecirlos.


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-Eres uno de sus comandantes ¿Acaso no puedes controlar a tu grupo? -¡No es mi grupo, amigo! Es el grupo de todos. -No parece que fuese así. ¿Qué es lo que pretenden? ¿Que los maten a todos? ¿Qué paguen con sus vidas por dar un paso en falso? -Que hagamos lo que tenemos que hacer…-respondió Antónov- y cuanto antes, mejor. Ya no aguantamos más estar en este infierno…Preferimos morir a continuar así -dijo, mientras lo miraba fijamente a los ojos. Este trató de sujetarlo por el brazo, mientras le requería: -¡Trata de controlar tu miedo! ¡No ves que eso es lo que quiere ese mal nacido!…que se atemoricen. Esto va a terminar muy mal…no cometan un error que después tengan que lamentar. -Trataré…pero no te prometo nada. ¡Ah! Los muchachos están protestando tu amistad con el “protegido”. No sé por qué…pero no confío en ese sujeto y espero que no le digas nada de nuestros planes. El plan había sido originalmente ideado solo para un grupo aproximado de quinientos judíos, pero Pechersky, había decidido formar parte en él, no tanto por él mismo, no tenía aspiraciones personales, pero sí para evitar que ocurriera una tragedia mayor. Con su habilidad e inteligencia, logró infiltrarse e hizo que se ampliara el proyecto y se incluyera también a los prisioneros soviéticos que habían sido deportados al campo de Sobibor. Muchos judíos dentro del grupo, se mostraron en desacuerdo, pues pensaban que los soviéticos y los judíos, no tenían intereses comunes y que además, podían echar por el suelo el plan que ya tenían


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calculado. Sin embargo Pechersky, logra conformar una alineación de resistencia, estableciendo reglas de organización. Las divisiones internas, debido a muchas diferencias personales y de liderazgo, eran inevitables. Sacha estaba al tanto y no era ajeno a esas discrepancias; en cierta forma, eran normales, tomando en cuenta el número de personas que estaban involucradas en el caso, pero también se había percatado de que era inevitable, a estas alturas, frenar la rebeldía y la insolencia de los más indisciplinados. Estaba en peligro la conclusión exitosa del plan. Tal y como lo había temido, un reducido número de prisioneros, llevó a cabo y de forma descoordinada, el plan de escape. Y como también lo había pensado, el plan desembocó en un total fracaso, provocando la captura de los que pretendieron evadirse y además, su posterior ejecución a mansalva. Pero como si esto fuera poco, también se puso en riesgo, las aspiraciones y aun la vida, del resto de los prisioneros. -¡Yo te lo advertí, Antónov! –Lo reprendió Pechersky!-. Cuántas vidas se hubiesen ahorrado, si hubieran hecho las cosas con mucho mas inteligencia. -¡Lo siento en verdad, amigo! Estaba muy presionado por el grupo. -Tuviste suerte de salir con vida. ¡Vales mucho!... ¿No te das cuenta?…Pudiste salvar tu vida, pero… no así, la de los que cayeron en esta revuelta. -¡Perdóname…hermano! Debí hacerte caso. Pechersky, meditó unos instantes. Caminó hacia el otro lado mientras suspiraba hondamente. Cruzó las manos detrás de su cabeza. Se le veía cansado.


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Después de unos instantes, se volvió y se paró frente a su compañero. -Ya lo hecho está hecho, ya es tarde para lamentarse, debemos mantenernos unidos…jamás fragmentados. Tú eres parte esencial en esta unión. Une a la gente por favor… cálmalos. –Insistió-. -Tienes razón, sasha. –dijo arrepentido-. De ahora en adelante, estaré a tu disposición. Espero que sepas perdonar el error cometido. -No te preocupes. Yo no tengo que perdonar nada. Quien tiene que hacerlo eres tú. Debes tener mucha paciencia. Los tiempos que vienen son difíciles y todo, debemos hacerlo con mucha cautela. Ya lo hecho está hecho. -Agregó-. Hay que replantear el plan. -¿Cuándo comenzamos? -No lo sé. Hay que esperar hasta que se asienten las aguas. Que los desgraciados se olviden de lo ocurrido y comenzar de nuevo. Necesitamos que replantear las estrategias. Poco a poco se fue coordinando, esta vez sin diferencias, el tan esperado plan de escape. Se había planteado una fecha tentativa: el 14 de octubre, pero se había planeado, también, tener un plan B, por si las cosas no salían bien. Pechersky comenzó a pasar información a los grupos. Giró instrucciones precisas a cada uno de los comandantes. Así pues, fue entregando, sigilosamente, un trozo de papel a los comandos, con algunos puntos claves. Sin embargo, los más importantes los había comunicado verbalmente, días previos a la concreción del plan, un poco para no dejar demasiadas evidencias. -¡Antónov y Josué! -Indicó, señalando a dos de los prisioneros- ustedes se infiltrarán en la armería.


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Sacarán todos los rifles que puedan; lo harán de noche cuando apaguen las luces. Si tienen que eliminar a los guardas, pues bien…háganlo…pero tienen que hacer un trabajo limpio. Sacarán los rifles por el túnel que se ha marcado, solo falta excavar unos centímetros de tierra, para poder estar dentro. Hagan lo que tengan que hacer. Allí, en el papel, están los planos. -Andrey y Mijaíl, tengan listas las cizallas, hay mucha alambrada que cortar; se que las almacenaron con las hachas debajo de sus literas. Espero que no haya una supervisión sorpresa. Estaríamos acabados. -Yury, Nikolay, D´mitry, Saul y Guido, estén listos para emboscar a los guardias de seguridad que están apostados cerca de las ruinas de piedra. Deben hacer que se introduzcan en la construcción que está en el noroeste del campo, tendrán que hacer esto de la manera más callada posible, los golpearán con las hachas en lo que entren al galpón hasta dejarlos muertos. No debe quedar uno vivo. Tienen que desarmarlos y quitarles los uniformes. Debemos reunir cuantos uniformes podamos. Estos nos serán de utilidad en el exterior. -Yo, por mi parte y ustedes cinco…-dijo- me ayudarán a sorprender a los del módulo de aislamiento… sacaremos al “protegido” de la celda. No podemos abandonarlo aquí. Ya saben lo que tienen que hacer. El veneno esta en las barracas. La fuga, comenzó una mañana de octubre de acuerdo al plan original. A pesar del miedo y de las expectativas, ya todo estaba decidido. La consigna era, “escapar de ese infierno…hasta la libertad”. El 14 de octubre de 1943, bajo unos cálidos rayos de sol y el inocente


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trino de las aves, ya todos estaban en sus puestos, listos para ejecutar el plan. A esas alturas, no había posibilidad alguna de echarse para atrás. A tempranas horas de la madrugada, Alexandro Pechersky (sacha) y cinco de los prisioneros, se habían colado hasta la oficina principal del edificio, en donde habitualmente, los soldados iban a charlar y a tomar café. Aprovechando que a las tres de la mañana no había nadie allí. De manera oculta, procedieron a agregar una cantidad considerable de cianuro de potasio a la jarra en donde vertían la infusión. Esta jugada era infalible, ya no había día en que no fueran casi una docena de soldados y guardias, a tomar allí, el exquisito estimulante, incluyendo los guardas de las celdas en donde se encontraba Jacob, quien no sabía, a ciencia cierta, lo que estaba por ocurrir. Escuchó voces agitadas, más bien gemidos ahogados de dolor que venían desde el exterior de su celda. El cianuro estaba destrozándoles los intestinos a aquellos hombres. Luego de un rato, no escuchó nada más. A la distancia, pudo divisar a dos sujetos tendidos en el suelo. Jamás se hubiese imaginado que estaban muertos. No sabía nada acerca del envenenamiento. La agitación de los instantes que precedieron, el silencio posterior y los hombres tendidos, lo inquietaron notablemente. Sintió el flaqueo de sus piernas, casi no podía moverse, estaba solo a su propia merced, sin nadie que lo vigilara, pero con una puerta con gruesos barrotes que lo separaban del exterior. La debilidad, debido al martirio de los meses previos, aunado a las torturas a las que había estado sometido, se manifestó


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entonces con mayor intensidad. Su cuerpo estaba completamente adolorido, excesivamente rígido, la quijada le temblaba, mientras su corazón palpitaba con fuerza. A su mente vino la imagen del oficial con la calavera y el hosco sonido de las botas. Sabía que Reichleitner, por todos los medios, trataba de mantenerlo alejado del resto. Procuraba mantenerlo con vida. De un momento a otro, aparecería en la celda, cuando se percatase de lo ocurrido. El aún estaría allí y no pasaría nada…solo los golpes y las bofetadas y los culatazos y luego, más golpes y escupitajos y maldiciones…y…él, queriendo matar a ese sujeto o morir intentandolo. Presentía que algo se estaba tramando, que lo que se estaba tramado, se estaba ejecutando. Nadie venía a buscarlo, ni sacha, ni Antónov, ni…Friedrich, solo el anillo de la rosa lo acompañaba. Sonrió entonces y se ocultó tras la pared. Venía Reichleitner, era él, ya sabía todo lo que estaba ocurriendo y no quería correr el riesgo de que su chivo expiatorio escapara de sus manos. No quería, tampoco, que resultase muerto en la revuelta final, no por amor, ni porque lo haya querido así, consideraba que si moría en la agitación, no tendría en quien volcar aquel viejo resentimiento. No podía permitirlo, su odio era más grande que cualquier cosa. Noo…no era Reichleitner. Entonces respiró profundamente aliviado al ver a sasha aparecer frente a la reja con otros cinco prisioneros. El plan ideado para liberarlo, había salido de acuerdo a lo que se fraguó. El cianuro de potasio, había cumplido su cometido.


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Ya para las 12:00 del mediodía, se giró instrucciones para que los prisioneros estuvieran prestos en el medio del campo. Inmediatamente, Pechersky y otro de los comandantes, emitieron el grito del anuncio de la rebelión. Corrieron en bandada hacia los portones y hacia las cercas de alambre de espino. Todos estaban enardecidos. Los soldados comenzaron a abrir fuego y los sublevados a responderles; era una carnicería, una cacería de zorros, de zorros humanos, un juego de tírale al blanco. El que llegase primero a las alambradas, sobreviviría. Lamentablemente, una cantidad de prisioneros, cayeron ensangrentados, los de la SS y los guardas estaban por todos lados, en las garitas, en las fortalezas, en el exterior, sobre los arboles…en todas partes. Las balas llovían por donde menos se esperaba, la confusión era avasallante. La lucha cuerpo a cuerpo, cuchillo a cuchillo, era apocalíptica, surrealista. Los prisioneros que tomaron rumbo hacia las alambradas, habían terminado cortándolas, aunque con dificultad, con las cizallas y las hachas. Jacob y sus rescatistas, venían avanzando con contratiempos, tratando de solaparse entre algunos escombros y montones de arena que había en los alrededores, evitando las balas. Ya, cuando estaban por atravesar la brecha abierta en la alambrada que estaba de lado de la puerta principal, Jacob, quien venía casi a rastras, fue alcanzado por una bala que atravesó su hombro derecho. Cayó al suelo, desvanecido. Dos de los amotinados, lo cogieron por los brazos, lo levantaron en peso y lo sacaron por la brecha de la alambrada. Su carne fue desgarrada por los espinos del cerco, pero al fin, lograron alejarse. No


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se habían percatado de la gravedad de la herida en el hombro. Casi quinientas personas pudieron evadirse en busca de la libertad, en busca de una bandera, en busca de una nueva vida. En el exterior, había otro inconveniente, el bosque que rodeaba el campo de concentración. Era muy engorroso y no muy conocido por muchos de los prisioneros; había trampas por doquier y minas terrestres, que podrían hacer explosión a cualquier pisada. Gracias a este percance, más de la mitad de los evadidos, no lo logró llegar al final; muchos fueron emboscados en el bosque, atrapados, destrozados por los perros, acribillados por las balas. Sin embargo, ellos también dieron batalla, también mataron a muchos de sus verdugos; fueron eliminados, un número considerable de alemanes y polacos.


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CAPITULO XVI Un aire…solo un pequeño respiro… Las patrullas nazis escudriñaban, arduamente, los bosques de Sobibor en busca de los evadidos que se escondían por todas partes. Efectivos policiales de las SS antisemitas de Polonia, Bielorrusia, Republicas Bálticas y Ucrania, también colaboraban en la persecución. La noticia del levantamiento, aunque un tanto rezagada, debido al saboteo de la líneas de comunicación, tanto telefónicas como telegráficas, había trascendido a otros lugares, no obstante, esto intensifico la resistencia judía y atizó, a que en otros espacios, los rebeldes se sublevaran e intentaran también, acciones fuga, poniendo en jaque a los funcionarios nazis que ya les estaba costando trabajo controlar, la rebeldía de los prisioneros debido a las presiones que venían de todos lados. Von Bonzkewitzz, quien formaba parte del movimiento de resistencia de los judíos en contra de la Alemania nazi, ya tenía también, información del éxito del plan. Había establecido, con un grupo de partisanos que conformaban parte del frente de la resistencia, en algún lugar ultra secreto, muy cercano a Sobibor, un cuartel general, en donde le llegaban todas las novedades y trazaban estrategias relevantes para llevar a cabo todas las operaciones. Habían establecido, previamente, una serie de puntos clave, por supuesto también, ultra secretos, en donde llegarían todos aquellos hombres y mujeres, en su mayoría judíos, que buscaban escapar de las persecuciones nazis. Allí estarían el menor tiempo posible, para luego ser trasladados a lugares más


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seguros y posteriormente, sacarlos del país, hacia Holanda, Suiza o América. Los fugados habían tomado camino hacia la zona boscosa que se encontraba aledaña al campo de concentración. Por todas partes, irrumpían los soldados. Las ametralladoras expelían por doquier, su escupitajo de muerte y las detonaciones de las pistolas, no cesaban. Los sabuesos, azuzados, se acercaban peligrosamente, señal inequívoca de que las patrullas estaban pisándoles los talones. Después de cada disparo, se oía un grito, detrás de cada grito, otros cien disparos y detrás de estos…mil silencios. No se sabía de qué bando era el que había caído. El recorrido transcurría intenso. A pesar de que el día había estado hermoso, un sol radiante, la brisa soplando suavemente entre los matorrales, la humedad y el calor, por la avanzada, se intensificaba y los agotaba. El bosque que rodeada el gueto de Sobibor, se había convertido en un verdadero campo de batalla entre los soldados del régimen y los evadidos, quienes se habían separado en grupos para poder disuadirlos. Algunos se dirigieron al Rio Bug, el cual hacía de frontera entre Polonia y Rusia. Allí se unieron a la guerrilla rusa, quienes entraron en la contienda, como en el caso de sasha, quien seguía comandando al grupo evadido; impartía órdenes para que los otros líderes ayudaran a los heridos. Jacob continuaba abrumado, por el intenso dolor y ya se le hacía dificultoso proseguir. Dos compañeros lo llevaban, desprolijamente, casi a rastras. Otros grupos se escondieron en los tupidos bosques de Parczew y en


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las granjas aledañas o en casa de parientes y amigos. Sin embargo, fueron constantemente acosados y literalmente cazados. Era casi imposible que sobreviviera. En los pocos momentos que permanecía lúcido, les demandaba a sus compañeros que siguieran adelante y lo dejaran allí. Presentía que su muerte era inminente, que bajo esas circunstancias, constituía un riesgo para la vida de sus compañeros, seguir cargando con él. -Ya han hecho mucho por mí.-Les dijo, totalmente debilitado. -Procura no hablar, Jacob. –Le decía Andrey, quien era uno de los que lo cargaban.- Ya estamos fuera, eso lo más importante. Antónov y sacha nos llevarán al punto. Así llamaban al sitio en donde debía encontrarse cada grupo con Von Bonzkewitzz y los otros partisanos. -¡Sasha! –Comunicó uno de los comandantes- El protegido ha perdido el conocimiento. Ya no podemos cargarlo más, está sangrando profusamente y entre el peso y la viscosidad de la sangre, cargarlo, sin que se nos deslice de las manos, es casi que imposible además, con tanta sangre, despistar a los sabuesos sería cosa inútil. -Debemos improvisar una camilla para llevarlo. – Señalo Pechersky.- Sería más fácil. –Asintió-. Busquen palos y ramas y encontremos un lugar seguro donde pernoctar. Le daremos un poco de agua, limpien bien la sangre y aplíquenle un torniquete en el hombro, para ver si deja de sangrar. No podemos dejarle a merced de esos sanguinarios. Así lo hicieron. Se resguardaron en una pequeña granja abandonada a mitad del camino. Cercano a la


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granja, pasaba un pequeño brazo del rio. Caminaron, siguiendo su curso, para que el agua del riachuelo, ocultara cualquier rastro y los perros se vieran confundidos. -¡Despierta amigo! -Le animaron-. ¡Vamos…bebe un poco de agua! -Pero Jacob, no reaccionaba. En verdad estaba muy mal herido, amén de que la herida también podría estar presentando un proceso infeccioso. -¡Tiene mucha fiebre -advirtió D´Mitry, mientras sacaba, de un bolso, un paquetico con algodón, peróxido de hidrogeno y penicilina para curarle las heridas-. Creo que ha entrado en shock. -¿Cómo ve la situación comandante? –Preguntó Antónov-. -Yo no soy hombre de adelantarme a los hechos, amigo. –Respondió él-. Por el momento, me preocupa la situación de mis hombres…mantenerlos bien seguros. Miró a su alrededor. –Me parece que aquí es un buen lugar. Si las cosas fuesen mal, ya nos hubieran encontrado, además, ya los perros no se escuchan…esa es buena señal. -Allí se mantuvieron hasta el anochecer. -¡Escuchen…escuchen! -Alertó Josué. -¿Qué? ¿Qué? ¿Qué ocurre? -Indagó Antónov, mientras los demás se mostraron sobresaltados. -¡Los perros!... ¡Vienen hacía acá! –Advirtió, colocándose la mano en la cabeza, en son de preocupación. ¡Nos han descubierto… Los malditos perros nos rastrearon! Los uniformados nazis, irrumpieron sorpresivamente. En el exterior, junto a algunos policías montados, se encontraban soldados de las SS y algunos guardias


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ucranianos. Los rebeldes, para poder salir ilesos, emprendieron una lucha encarnizada. Era cuestión de vida muerte, de dignidad, de libertad. Ya el resto estaba echado, no podían recular ni volver a ser presa de aquellos sayones del terror. Dieron una buena batalla, enfrentándose con pistolas, cuchillos y hachas, mientras los enemigos, quienes los aventajaban, empleaban las ametralladoras. Un grupo considerable, fue acribillado. Otro, casi de igual número, logró internarse, aun mas, dentro del bosque, donde podían invicivilizarse y disparar desde los espesos matorrales. Desafortunadamente ocurrió algo que no hubo manera de evitar. El destino, una vez más, demostrando su poder inusitado, inevitable e ineludible, había decidió interceder y entrar en el juego de la guerra, guiar los rumbos de la vida de aquellos hombres dentro de aquel bosque, a un fin no escogido por ellos, oponiéndose a la voluntad y a su libre albedrio, como lo ha hecho en muchas otras oportunidades y como seguramente, lo seguirá haciendo a lo largo de la existencia del hombre. En una justa, es imprescindible tener los cinco sentidos potencialmente al máximo, para no ser tomados por sorpresa a través de cualquier flanco. Los sublevados ameritaban, lanzar una ofensiva inmediata y para ello, debían mantener sus sentidos bien puestos sobre el objetivo, requerían estar activos y estar prestos para poder enfrentarse ante cualquier contraofensiva y emplear todas sus habilidades para la lucha. Sin embargo, Jacob, no reunía ninguna de esas cualidades, nada podía hacer, nada para ayudar a sus compañeros, estaba condicionado por la herida


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infringida en su hombro ya los maltratos dentro del campo de concentración. Fue dificultoso tratar de protegerlo, mientras los demás se debatían en una guerra sin cuartel. Era una sola vida, si se toma en cuenta, las otras que estaban dando la batalla por miles; era cuestión de honor que los más fuertes defendieran la causa, dieran sus vidas por esas mayorías, que no solo se encontraban luchando en ese momento, allí, en los bosque de Sobibor. En ese lugar, la vida de muchos dependía del sacrificio de uno, no se podía hacer nada mas, esa es la ley de la guerra. Dios, se encargará de los más desvalidos… La fatalidad es también una enemiga, una enemiga muy dañera, muy artera. Ella espera agazapada detrás de cualquier matorral y contra ella también hay que luchar, enfrentarla al igual que a un combatiente, cuerpo a cuerpo, cuchillo a cuchillo, bala con bala. Dentro de ella se respira, al igual que en la guerra, el olor de la muerte. Al igual que en la batalla, nos creamos la expectación de si veremos o no, el venidero amanecer. Puede que cuando amanezca, sea el silencio quien nos acoja y los rifles, aún humeantes, nos hayan dado el golpe de gracia. Jacob sabía cuál era su papel en esas circunstancias. Se había imaginado, aunque muy secretamente, otro destino para su vida, el destino hacia la fatalidad. Inevitablemente, su vida estaba marcada por esa sombra que lo llevaba al infortunio. Veía como se iba alejando de sus compañeros, en aquel camión de la muerte. -¡Malditos!...-Se decía, mientras los escrutaba con


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mirada retadora y llena de odio. Quizás antes no había odiado, no tenía esa capacidad enfermiza para albergar ese sentimiento. -¡Malditos todos…¡maldita esta guerra! Por un instante, recordó el tiempo en que caminaba sin algún rumbo, escapando de las bombas que explotaban tras de sí. Recordaba el hambre, los dolores, la sed, las náuseas… -Ojala hubiese muerto en el bosque… -pensó- o en la vieja fábrica, junto a Jedrek. Por lo menos hubiese muerto con dignidad y lleno de felicidad. Tal vez mi rostro hubiese cambiado con la muerte, tal vez, una sonrisa afloraría de mis labios, porque ya el dolor se hubiese impregnado solo de mis restos. Entonces, volvió a sentir náuseas. El movimiento involuntario que hacía para vomitar, lo debilitaba aun más. Los soldados lo golpeaban en la cara y en el estomago. -¡Maldito perro! ¡No vayas a vomitar sobre mis votas! Por un momento, reflexionó en algo que movió todas sus vísceras y que cambiaría, para siempre, su forma de enfrentar la vida. -¿Por qué estoy aquí? He sufrido tanto en esta guerra… He pasado por los avatares más inhumanos e insólitos, por los momentos más aterradores por los que ninguna otra persona ha tenido que pasar, y aun así, he podido continuar con vida. Aún estoy aquí, aún respiro…aun la vida me ha mantenido en este plano, pese a los sufrimientos. Me parece cruel que el destino, me haya colocado en este punto, para después, en un abrir y cerrar de ojos, me deje sucumbir. El destino no es tan cruel, he aguantado todo lo que ninguna persona hubiese podido aguantar ¡sí! he podido resistir


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y el destino me ha permitido seguir, el ha estado probándome todo el tiempo. Quizás ese destino, es de los destinos más bondadosos que hayan existido, es un destino aliado a mí y quizás, es el destino de Friedrich, porque…yo soy el destino de Friedrich y él es mi destino y en tanto yo este con vida, el también lo estará. No cabe duda. El destino me protege y no quiere que las cosas desemboquen en la fatalidad. Entonces, comenzó a reír como un loco, a reír, desaforadamente. Los soldados lo miraban, desconcertados. Reía y reía a carcajadas, sin que nadie supiera cual era el motivo de su risa, solo él lo sabía y no quería compartir ese secreto con nadie. Si los soldados sabían que el destino lo había mantenido con vida y que además, se reía de su propia desgracia mientras continuaba aun con vida, feliz, porque ya el sufrimiento se había ido, sin duda alguna, lo matarían. Ellos no permitirían que el sufrimiento de Jacob, se llenara de satisfacción. Mientras tanto, era mejor dejar que pensaran, que pensaran que se había vuelto loco. En el bosquecillo, todo había quedado en silencio. Un aire nuevo plenó su existencia. Un aire…un pequeño respiro.


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CAPITULO XVII No lo hubiese dejado marchar… -¿A qué hora partimos, Pechersky? -En un par de horas debemos estar en camino. -Roguemos a Dios que los nazis no descubran nuestros planes. -Así ha de ser, amigo. Tengo todo bajo control. De aquí en adelante, debo que representar el mejor papel de mi vida: “un nazi indignado por haber sido burlado por unos cuantos prisioneros, transportando, a un grupo de esas inmundas bestias judías”. -¿Y qué crees que pasará con el protegido? -Hicimos todo lo que teníamos que hacer, Antonóv. Si es en verdad “un protegido”, su Todopoderoso ya debe estar al tanto”. En el fondo, deseo que Reichleitner lo mantenga con vida. -¿A costa de lo que pueda sufrir? -Créeme -dijo sasha- si algo he aprendido en esta maldita guerra, es que después de tanto luchar y sufrir y ver tantas atrocidades, no vale la pena morir en ella; después de haber luchado tanto y salvar a muchos, la mejor recompensa, aunque parezca inverosímil, es ver a aquellos por quienes tú te esforzaste, disfrutar de una vida tranquila, junto a sus seres amados…ni un ápice más de eso, lo demás, seria añadidura. Los traumas han de quedar aquí dentro -acotó, mientras se golpeaba el lado izquierdo del pecho- pero bien merece la pena seguir viviendo y ver el fruto de lo que se ha sembrado. Eso sería la mejor danza de la victoria. -Bueno…Que todo sea así, como tú dices y bailemos esa danza victoriosos. -¿Qué más podría salir mal? Hemos pernoctado en


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un ambiente donde la muerte está siempre presente, esas ratas pretendieron hacernos sentir que era mejor morir a soportar sus aterradores torturas, hemos visto morir a miles de personas en nuestras narices, miles de niños han sido infelizmente asesinados, de las maneras más horrible que se pueda pensar, escapamos de uno de los campos más terroríficos que hayan existido jamás, lo hicimos bajo una lluvia de balas, hemos corrido sin parar durante horas y horas, huyendo de perros y con policías de exterminio sobre nuestras espaldas, con un grupo de heridos a cuestas, soportado hambre, sed y calor. Ya nada me puede causar más miedo…ni siquiera la muerte. Ni si quiera se, si ya la viví. Solo ahora, me doy cuenta de eso. De un lado de la carretera, se podían observar poblados desiertos con sus jardines pisoteados… sus huertos calcinados, alguna que otra alma, por aquí o por allá. Un sin número de cadáveres, quizás habitantes de aquellos pueblos, yacían colgados de las ramas de los árboles o amarrados en sus troncos, totalmente desnudos y con inscripciones, amarradas en sus dorsos y cuellos, describiendo lo más bajo que puede llegar el ser humano: “muerto por judío” Estaban allí, como una clara advertencia de lo que pudiera pasarles a cualquiera que se atreva a ser diferente, a ser inferior o a ser impuro… Ese era el mensaje y la muerte merece ser su fatal destino. La indignación de sasha y los demás, no podía ser más grande. Detuvieron el camión en medio de la carretera y se bajaron a vomitar las miserias de los hombres, lo ruin de los inmisericordes. -¡Maldito Hitler! ¡Maldito él y todos los de su clase!


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Cuando abandonaban el último poblado, a la distancia, Antonóv se percató de algo que llamó poderosamente su atención. Miró, con mayor detenimiento, para saber de qué se trataba. -¡Unos hombres…a lo lejos!.. –Advirtió con sobresalto.¿Quienes crees que sean? –Preguntó, sin disminuir la velocidad y apretando el volante con extremada fuerza. -¡No lo sé! No puedo distinguir desde aquí de quien se trata. -¡Pero son solo dos! Es extraño, no parece ser un puesto de control. No llevan armas. ¿Qué hacemos? ¿Retrocedemos? -¡No! ¡Ya nos vieron! Son guardias uniformados. -¿Son de las SS?.. -¡No lo sé! -Hay que detenerse sacha, tenemos que mostrar que todo está bien. Seguro querrán registrar la cabina. -No, aun no. -Señaló Pechersky…podría ser una trampa. ¿Detenemos el camión? –Reiteró Antonóv, mientras se aproximaba hacia donde se encontraban los dos uniformados. -¡Noo! Que los del vagón no saquen la cabeza por nada del mundo. Pasaremos con toda normalidad. No detendremos el camión, a menos que se nos ordene…y que dios se apiade de nosotros. -¿Tienes todos los documentos? -Todo está en regla, amigo. No deberían reconocernos, al fin y al cabo nunca nos han visto. De cualquier forma, ya sé que es lo que tengo que hacer. -¡Qué diablos hacen!... ¿Están locos? –Señaló Antonóv sobresaltado. Los dos hombres se atravesaron en


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medio de la vía mientras hacían señas para que se detuvieran. -¡Pisa el acelerador! –Gritó sasha-. ¡Acelera! -¡Nooo!..Debemos detenernos. –Le contradijo su compañero. ¡Pisa el acelerador!...-Insistió excitado, Pechersky.¡Por mil demonios! ¡Antónov! ¡Podrían dispararnos! ¡No te detengas! ¡Pisa el acelerador! -¡Es el riesgo!… ¡debemos correrlo! ¡Tenemos que frenar! -No lo sé, no me fio… ¡Un momento! ¡Desacelera!… ¡aguanta!… ¡aguanta!…es… por Dios, es Von Bonzkewitzz! ¡Detén el camión! ¡Es Von Bonzkewitzz! -¿Acelero o detengo el camión? Me estas volviendo loco, amigoo. -¡Para! ¡Es Karl! ¡Es Karl Von Bonzkewitzz! El camión se detuvo justo a un metro de aquellos dos hombres parados en el medio de la vía. -¡Karl…amigo…¿Estás loco o qué? –lo saludó con efusividad, mientras abría la puerta y sonreía con entusiasmo-. ¡Casi nos matamos por tu culpa! ¡Cuánto tiempo! ¡Al fin te veo! -¡No se cuanto tiempo ha pasado hermano!.. ¿Un año? - ¡Tal vez! –Respondió sasha. -Pero la prisión no te afectó en lo más mínimo. -¿Eso es lo que tú crees? Me hubiese gustado que no me afectara tanto. -Sé que has luchado. No es difícil darse por enterado. Has luchado mucho… -¡Como no te imaginas amigo!…Y ha valido la pena… créeme. –Acotó Pechersky, ufanándose de los logros obtenidos. La libertad, bien que vale la pena.


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-¡Libertad! – Mencionó Karl- esa no es la clase de libertad que nos merecemos. Es como si aun permanecemos esclavizados, libres…pero presos de alguna otra forma, de algún miedo, del que no podemos huir como lo hicieron ustedes de aquel campo de concentración. Sin embargo, Pechersky, amigo…eres tu el hombre de la libertad –celebró luego, con visos de inconformidad. Luego, retomó la alegría que había sentido al ver a su amigo llegar nuevamente a su vida-. Confiésamelo todo amigo mío. –Solicitó risueño-. Las noticias vuelan rápido…en casi toda Alemania se sabe lo de la revuelta. -¡Bah! No es para tanto. Cosas que cualquiera hubiese hecho por el mundo. -Todos están hablando de ti. Te has convertido en todo un héroe. Ahora muchos guetos están sublevados. Pero vamos, cuéntame… -¡Con mucho gusto! Te contaré absolutamente todo. Pero antes, debemos irnos de aquí. La policía debe estar buscándonos. De hecho, pensamos que ustedes eran nazis. Por un momento pensé que todo había sido en vano. Por cierto… ¿Qué ocurrió con los planes amigos? Nos dirigíamos hacia el punto que habíamos especificado previamente. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué no nos esperaron allá? ¿Ha sucedido algo? En ese momento, Friedrich se acercó hasta donde estaban los dos amigos, celebrando aquel grato encuentro. -¡Disculpa Sasha!…-Expresó Von Bonzkewitzz- el es Friedrich Falkenhorst. -Es un placer conocerte, amigo. Ya me han hablado de tus hazañas. Sacha rió ante tal adulación. No estaba acostumbrado a los elogios, sin embargo, tratándose de buenos


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amigos, trató de conllevarlos. -¿Y ella?…-Indagó. Von Bonzkewitzz, miró a cierta distancia e hizo una seña-. Annika, ven! ¡No hay peligro!.. -Ella es Annika, la hermana de Friedrich. -Es un placer. Mientras terminaban con la salutación, Friedrich se acercó al camión e intentó echar un vistazo al interior del furgón, como queriendo vislumbrar algo o a alguien, que le diera una mínima esperanza y le devolviera la vida que sentía haber perdido hace mucho…algo que calmara, aquellas ansias que venía sintiendo desde hace algún largo tiempo. Pero allí, no estaba aquel aliciente…Su deseo más recóndito, no estaba en el interior de aquel vagón repleto de almas desconocidas. Sin embargo, sentía compasión por ellos y estaría dispuesto a ayudarlos de ser necesario. Pechersky, lo sabía, Von Bonzkewitzz, lo aseguraba, Annika, lo callaba. Ver a su hermano en ese estado, le causaba desolación. Sasha no tuvo otro remedio que darle la mala noticia, con la firmeza que lo caracterizaba. -¡No viene con nosotros! Me temo que lo capturaron. Friedrich, lo miró, compungido-.Solo atinó a decir: -¿Lograste verlo? -Muchas veces. -¿Pudiste hablar con él? ¿Se encuentra bien…no es cierto? Miraba el rostro de sasha y del Teniente, ávido de una respuesta que aliviara todos sus temores y toda su tristeza, que disipara todas sus dudas y toda su incertidumbre. Annika asentó la mano sobre su


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hombro, tratando de reconfortarlo, pero fue inútil. Sus lágrimas comenzaron a fluir y el silencio de respuestas, se quedó en el aire. Los gestos y las miradas, siempre son aliados, pero el silencio, junto a esas dos, puede acabar con la esperanza. Desde el camión, Antónov lanzó un llamado, apremiándolos a que subieran e incitándolos a marcharse lo más pronto posible de aquél lugar. En cualquier momento, podían irrumpir los nazis y todo habría sido en vano. -¡Hey!... ¡Allá afuera!... No tenemos mucho tiempo!... ¡Partamos ya de aquí! Inmediatamente, todos se acomodaron entre la cabina y el vagón, y partieron, con rumbo solo conocido por Von Bonzkewitzz. -¿A dónde iremos, amigo? –Preguntó Antónov. -¡Al punto!. –Respondió sasha de manera terminante, creyendo estar seguro de que efectivamente, se dirigirían al lugar, que originalmente habían acordado. -El punto no es seguro. –Advirtió Von Bonzkewitzz-. Debemos ir a otro lado. Tengo otro lugar, otro punto -¿Otro lugar? ¿Dónde?...-Interpeló Friedrich, desconcertado, receloso de que sus pasos se alejaran cada vez más de Jacob, que ese nuevo punto, a donde irían a salvaguardarse, los distanciase aun más. -¡Si amigo! –Dijo Karl-. Es necesario. No podemos ir al lugar que habíamos acordado primeramente. Debemos escondernos en otro sitio, donde tendremos mayor seguridad. -¡Dinos…pues… ¿A dónde iremos? -Nos internaremos por el bosque. Las rutas abiertas están siendo vigiladas por los nazis. Están colocando puntos de control en todos los caminos. Hay una


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ruta, adentrándonos por este lugar. Tendremos que ubicar el viejo camino, que debe estar oculto bajo la maleza y los arbustos. Es seguro… hace año y medio, lo usamos para salvar a aquellos comunistas rusos… ¿Recuerdas? No creo que los soldados den con esa ruta, pero debemos ser cautelosos, andan buscando a uno de esos comunistas, una tal sasha. Según ellos, fue una de las cabecillas que comandó la fuga de Sobibor. Pechersky lo miró, confuso, y rió pícaramente. -¿Qué es tan gracioso? –Interpeló Karl, con un dejo de extrañeza-. Esa tal sasha ha de ser muy valiente…y… hermosa. Tanto sacha, como Antonóv, celebraron la ocurrencia de su compañero, haciendo burla de lo que estaba diciendo su amigo, ingenuamente. -Sí…es muy valiente y hermosa, además. Y debes besarla en cuanto la veas. Me ha preguntado mucho acerca de ti. -Ten por seguro que así lo hare amigo. Le estamparé un gran beso en los labios y tal vez… pueda que hasta le pida matrimonio. - Aceptará gustoso, Karl. A ella le gustan los uniformados. -¡Por qué lo dices? ¿Acaso la has conocido personalmente? Antonóv reventó en risas mientras Pechersky le hacía guiños. - ¡Sasha…soy yo… amigo… Sasha soy yo!… Se miraron, como se miran dos buenos amigos, mientras Karl sonreía alegremente. Luego de una pausa, le dijo:


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-Lo sé, sasha…lo sé… Solo te estaba siguiendo la corriente. Ya sabía que eras tú… son buenos nuestros informantes! -Realmente son buenos. Pero… ¿cómo saldremos de esta? ¿A dónde iremos entonces? -Tengo un amigo… En una granja. -¿Es seguro? -Ha ayudado a trescientos judíos…y todos están a salvo. -No esperaba menos de ti, Karl. -Ni yo de ti…Pero, no soy yo solo. Me han ayudado muchos. Los contactos son cada vez más numerosos, incluso, hay muchos nazis que han estado dispuestos a ayudarnos. La granja a donde vamos es de uno de ellos, un oficial, alemán…de muy buen corazón, no está de acuerdo con lo que está ocurriendo. -¿Y trabaja para el gobierno? ¡Sí! Pero está con nosotros! No te preocupes, es de confianza. ¿Recuerdas los documentos del traslado? -¡Sí! los recuerdo! -Fue él quien pudo tramitarlos, o más bien… forjarlos. -¡Si…me imaginé. -Así es… al igual que nos ayudó con muchos otros documentos. -Yo sospeché desde un principio que esos papeles eran falsos. –Señaló Friedrich, quien estaba escuchando la conversación. -¡Los documentos!… ¿son falsos? – Interpeló Annika –. ¡Lo imaginé! -Así es, preciosa. Pero no debes sorprenderte. Recuerda que de un espía ruso se puede esperar cualquier cosa. -Afirmó Karl-. ¿No te había dicho que mis contactos eran muy eficientes?


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-¡Vaya! Sí que lo son. Friedrich no quiso decir nada. Prefirió, deliberadamente, sostener una discreta connivencia. Sabía de la incondicionalidad de Karl. Creyó, en ese momento, que aquella vedada complicidad, no era más que la demostración de la lealtad de su mejor amigo, quien estaba dispuesto a ayudarlo aun a costa de que los descubrieran y pusieran en riesgo sus vidas. Podía confiar, ciegamente en él. Desde un principio, él le había brindado su confianza, había abierto su corazón y le contó su lamentable historia, ahora, estaba allí nuevamente para ayudarlo. De pronto, se tornó callado, guardaba en su corazón aquellas buenas acciones. En una ráfaga de pensamientos, tratando de buscar respuestas a muchas preguntas, a muchas ausencias, a la incertidumbre de no saber en donde se encontraba Jacob, rompió el silencio y se dirigió, al fin, hacia donde estaba Pechersky, para aclarar aquellas dudas. -¿Sasha? -Dijo, un tanto desalentado -. Sé…por lo que he escuchado, que han perdido todo rastro de Jacob… que ha sido capturado nuevamente por los Nazis. Sin embargo, quiero pensar en la posibilidad de que está aun con vida y he decidido hacer hasta lo imposible para dar con su paradero y rescatarlo. Luego, bajó la mirada. Tal vez se sentía apenado. Aquel hombre podría prejuzgarlo y en cierta forma, poner en tela de juicio, su hombría, los comunistas suelen ser muy ortodoxos. Tenía miedo de que los prejuicios vinieran a acosarlo nuevamente. -Todos estamos dispuestos, amigo Friedrich. –Le dijo Pechersky-. Ten por seguro de que lo rescataremos


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con vida y se porque te digo esto, no debes sentirte avergonzado. Todos debemos luchar por lo que creemos, por aquellos a quienes amamos, es lo menos que podemos hacer y aunque no fuese así, debemos apegarnos a la humanidad que hay dentro de cada uno de nosotros, al deseo de ayudar a otra persona que sufre por culpa de una guerra, o ante cualquier calamidad, o hasta por los falsos escrúpulos. No bajes la mirada. ¡Créeme! -dijo en tono efusivo, tratando de subirle la moral-. Yo no soy quien para prejuzgarte, soy un ser humano, igual que los demás, y tú eres una persona increíble…Lo menos que debemos hacer, es apoyarnos, para que se acabe todo este sufrimiento. ¿No crees? Olvida lo demás. -¡Gracias…Sasha! Me has demostrado que eres una persona maravillosa…una persona en quien puedo confiar. Pero ahora, quiero pedirte un favor, más bien suplicarte. -¡Sí!… ¡dime! Sabes que puedes contar conmigo. -Pero no quisiera que digas a nadie lo que quiero pedirte. Por lo menos hasta que se haya hecho. -Háblame…no te entiendo. ¿Qué es lo que quieres hacer? -Yo… -alcanzó a decir. Su voz titubeó, pero sin embargo, soltó lo que tenia dentro: -¡Quiero regresar a buscarlo! Mientras decía aquellas palabras, sus ojos, suplicantes, se clavaron en los de sasha. Sentía la necesidad y el apremio de salir corriendo al encuentro de su amado Jacob. Es que, lo que se ama, se busca en donde quiera que se pierda, a pesar de todo, a pesar del miedo. Si se encuentra, algún día, después de tantos avatares, es gracias a la voluntad y al valor y a la lucha


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por encontrar lo que se quiere y se había perdido, sin importar los obstáculos por los que se haya tenido que pasar. -Váyanse ustedes. -Dijo resueltamente-. Yo quiero ir a buscarlo. ¡Déjenme aquí…Por favor! -Suplicó. Sasha, colocó la mano en su hombro, mientras trataba de persuadirlo de tan alocada idea. Sentía compasión por él. No encontraba la manera de negarse sin herirlo; pero tenía que hacerlo, debía protegerlo y no dejarlo ir hasta aquel lugar de muerte. En el fondo, pensaba que si Jacob moría, era el precio que debía pagar por su sacrificio, igual que miles de personas que dejaron sus vidas para salvar a cientos de almas. Jacob, era uno más de ellos y si sus circunstancias eran las más terribles, si su destino era morir en aquella guerra, dentro de aquel espantoso campo, debía aceptar los designios de ese destino. -¡No amigo! ¡No puedo dejarte ir!... ¡Sería peligroso!... Debemos tener paciencia y aguardar… Tú sabes que nos buscan por todas partes y no podemos poner la vida de los demás, ni la tuya misma, en riesgo, eso sería injusto…entiéndelo. Debes tener paciencia…Tal vez, Jacob logre salir con bien de todo esto. Recuerda que Reichleitner lo había mantenido con vida, por alguna extraña razón, lo quería mantener vivo; sea como sea, Jacob ha permanecido vivo…quien dice que ahora no sea igual, que logre salir con vida de todo esto. Friedrich, se vio confundido. Pensó en las palabras que le acababa de decir su compañero: “A Jacob no lo habían matado, aunque pudieron haberlo hecho… no lo hicieron” -¿Por qué? -Se preguntaba una y otra


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vez. -¿Cómo es eso que no lo quiere ver muerto? Entonces… ¿a qué se debe el motivo de su captura? Las cosas no se vislumbraban optimistas; no sabía a dónde lo habían llevado y por más que Pechersky quisiera devolverse en ese momento para buscarlo, no sería posible, porque ya todas las vías de acceso hacia los guetos, las carreteras y las zonas fronterizas, estaban tomadas por los nazis. La única manera de hacerlo era moviéndose a pie, por el bosque… En esas circunstancias, se habían incrementado las detenciones y los traslados masivos a los campos de concentración. Cometer un error, podría costarle la vida a él, a los demás y al mismo Jacob. En un momento de soledad, después de haberle negado sacha, la posibilidad de que fuera en búsqueda de su Jacob, se quedó solo en sus pensamientos. -¡Nooo! ¡No puedo pensar más en lo peor! ¡Resiste Jacob…resiste! ¡No me vayas a dejar ahora! ¡Te necesito! ¡Resiste…por favor! Hicieron una parada en un punto de la vieja carretera, donde pensaban que no había ningún peligro, para abastecer el camión y descansar un poco. Todo en ese lugar estaba muy tranquilo, muchos árboles y pajarillos cantando por doquier. Era un panorama diferente, por donde no se hubiese pensado que las desgracias llegarían… -La guerra parece no haber pasado nunca por estos parajes.–Observó Karl, mirando a su alrededor-. ¡Hay tanta tranquilidad!.. Estoy convencido de que aquí estaremos a salvo. Antonóv –ordenó, un tanto relajado- dile a los demás que coman, que se bajen un momento y estiren las piernas, falta mucho camino que recorrer aun. Deben apertrecharse antes de seguir


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adelante. Aquí no corremos peligro. –Remarcó. Un grupo numeroso de personas, comenzó bajar del furgón. Estaban extenuados, con las carnes pegadas a los huesos y los rostros desencajados. Otros lloraban, preguntando por sus seres queridos. Nada volvería a ser igual para aquellas almas. La guerra, a pesar de que habían sido rescatados, les había arrebatado toda esperanza, toda expectativa, todos sus sentimientos. Sus corazones estaban rotos y sus miradas llenas del horror de la guerra. No sabían si era preferible haberse quedado allá, en aquel campo y morir de un solo tirón, de una sola vez y no vivir en aquella falsa libertad, muriendo indefinidamente, queriendo vivir sobre los rastros de la muerte. Aquello no era vida y en el mejor de los casos, aquello se transformaría en una vida miserable. La mente no olvida…aunque el espíritu sea fuerte…la mente nunca olvida. -¡Amigos!... –Gritó súbitamente Antonóv-. ¡No está!... ¡Se ha ido! ¡Friedrich se ha ido! ¡No está por ningún lado! -¿Qué quieres decir? –Preguntó Annika en tono capcioso. De alguna manera, ella sospechaba que eso ocurriría-. ¿Cómo es eso que mi hermano se ha ido? ¿A dónde pudo haberse marchado? -¡Friedrich se ha ido! ¡Se fue a Sobibor! Dejó esta carta. -Santo Dios!...¡No puede ser!... Lamentó exaltado Von Bonzkewitzz-. Debí imaginármelo. ¿Pero cómo fue capaz de arriesgar su vida? -El pobre está desesperado! –Afirmó Annika-. Su aparente sorpresa solapaba, de alguna manera,


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las acciones de Friedrich. Ella, a pesar de todo, debía apoyarlo. Estaba consciente de que él, había hecho lo correcto; debía ir a buscar al amor de su vida, rescatarlo, salvarlo de todas las formas posibles. Quería ver a su hermano feliz. -¿Tu lo sabías? -Le preguntó Karl, convencido de ello-. Algo debe haberte dicho…no lo sé, eres su hermana. Debió decirte que…-hizo una breve pausa para luego continuar-…debiste advertir que esa locura estaba pasando por su cabeza. -¡Nooo! ¡No sabía nada…créeme! ¡No lo hubiese dejado marchar! -No sé si logre evadir a los guardias. Están por todos lados. Pero debemos seguir. Ya no podemos hacer nada. No podemos ir a buscarlo. Solo confiaré en que estará bien.


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CAPITULO XVIII Como lo siento…amor mio… Dentro del gueto, ya no se escuchaban los constantes gritos de los nazis, atropellando…maltratando… vejando, como era de costumbre. El bullicio y los lamentos de los prisioneros, dentro de las celdas de tortura, había cesado notablemente y habían dejado un eco de silencio… de libertad y de muerte. Las maquinas de coser, en los talleres de costura, habían detenido sus pedales, callando el constante tric trac al incrustarse la aguja, en las profundidades de la tela. Los cepillos de carpintería ya no se oían mientras raspaban con ansia, los tablones de madera, en su afán de darle alguna forma útil. Solo se observaban uniformados corriendo de aquí para allá, dirigiéndose… quien sabe a dónde. Solo, en aquel funesto lugar, donde posiblemente se había consumado un holocausto, ubicado en una celda inmunda, yacía el cuerpo irreconocible de Jacob. La venganza, una vez más, recayó en aquel desafortunado joven, de hermosos ojos negros y largas pestañas. Su espalda, se mostraba en carne viva, exhibiendo, las cruzadas marcas de los azotes, y su cuerpo lucía, lleno de moretones producto de las golpizas. Su herida de bala, sangraba profusamente, pero nadie venía a salvarlo. Sin embargo y a pesar de tantas lesiones, ya no sentía dolor, solo pensaba y pensaba recordando aquellos días en casa de aquel viejo amigo, en Nikolaiviertel, donde fue verdaderamente feliz. Esos hermosos recuerdos, venían muy claramente a su mente, a su vida, como si los estuviera viviendo en ese preciso instante. Sonreía mientras recordaba.


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Los bellos recuerdos mitigan el dolor, tanto físico como los del alma. No hay mejor aliciente que recordar las cosas bellas de la vida, recordar lo que se amó, o lo que se ama. Estos, los recuerdos, vienen precisos, como curanderos de almas vanas a atenuar el dolor de las heridas con el ungüento de la esperanza: -¡Que hermoso estas mi amor! -Susurró Friedrich, no quiso despertarlo. Colocó una rosa amarilla que había cortado en el jardín de la casa, sobre su almohada. Con sus dedos, recorría delicadamente, el contorno de sus labios mientras lo miraba con dulzura. Jacob se estremecía, impulsado por el cosquilleo que sentía cuando Friedrich los acariciaba. Este, sonreía de gusto al verlo retorcer su boca. Se despertó con la sorpresa de tener muy cerca a su chico nazi, la rosa puesta en la almohada y un rico desayuno que le había preparado. -¡Estas hermoso Jacob! –Dijo, mientras miraba profundamente sus ojos. -¡Tu lo estas más que yo. –Le susurró el joven- Yo apenas me acabo de despertar. -¡No importa… Para mí, tú siempre estarás radiante. Aquellas miradas, tan intensas, como si lo que se mira es lo más hermoso que se tiene, no se distanciaban la una de la otra, no dejaban de cruzarse y los guiños de ojos y las sonrisas picaras, se percibían a toda hora del día. -¡Vamos a dar un paseo! –Sugirió, entusiasmado-. ¿Quieres montar a caballo? -Por supuesto. –Asintió Friedrich-. Pero, solo hay un caballo… -¡No importa! ¿Quién te dijo que necesitábamos otro caballo? Ambos rieron de manera cómplice. Jacob acariciaba,


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con la punta de sus dedos, las sonrojadas mejillas de su amado, mientras lo llenaba de tiernos besos. -¿Estás conmigo…amor? -Si…lo estoy. De pronto, aquel delirio, se veía interrumpido. Regresaba a su terrible realidad. Susurraba, inmerso en aquella soledad; los recuerdos iban y venían, pero también volvieron los gritos. -¿Creíste que te ibas a escapar maldito judío? ¿Te gustaron los latigazos? ¿Ahora mismo te vamos a dar algo que te gusta… perra… para que disfrutes mejor tus latigazos. ¡Despierta maldito judío! Tomaron un balde de agua con sal y vinagre y se lo vaciaron en su espalda desnuda, cubierta de escoriaciones y llagas. -¡Grita…perra! ¡Quiero escucharte gritar! ¡Es que el dolor es maravilloso, esa cara de miedo, ese terror en tus ojos… Pero Jacob, no gritaba. Tal vez, lo hacía por dentro, pero no por el dolor o el miedo, ¡Noo!... Sus gritos silenciosos, se debían a la ausencia, a aquella ausencia prolongada, la sonrisa del pasado que se había perdido en aquella inmunda guerra, el no saber nada de aquellos ojos de cielo que miraban entonces, los de él. Entonces… volvieron los delirios. -¡Eres hermoso!… ¿Sabes?... –Susurró en sus oídos mientras lo abrazaba, rodeando su cintura, sobre el lomo del caballo. -¡Qué hermosa está la tarde…mi amor! -¡Está preciosa! -Solo puedo compararla contigo, con tus ojos…tan azules como el cielo.


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-Lamento mucho que tengamos que vernos a escondidas. -¡Pero no importa!... ¡Te amo!.. Las distancias no dejarán que yo deje de sentir esto por ti. -¿Cómo lo sabes? -Me lo ha dicho tu mirada…tu boca…tus besos… Sentirte tan cerca de mí…eso me dice lo tanto que me amas. -¡Tengo miedo de que esta guerra nos separe…de que los prejuicios nos aparte. -No digas eso… Iremos hasta el fin del mundo, solos tú y yo… Iremos al fin del mundo a buscar imparcialidades. Defenderemos este amor hasta el final. Así tengamos que vernos a escondidas, venceremos esos prejuicios. -¡Que hermosos momentos en Nikolaiviertel! –Pensó entonces, mientras yacía sobre el suelo. Aquel suelo frio y duro se sentía suave cuando soñaba cosas bellas. Su cuerpo, adolorido por los golpes, se sacudía involuntariamente bajo los espasmos constantes, pero no sentía, en su mente, aquel dolor que seguramente se había adueñado de él. Decidió, dentro de aquella celda obscura…fría…sola de almas, que aquellos momentos en Nikolaiviertel, nunca los olvidaría y que si tenía que morir en esos instantes, lo haría, llevándose consigo las rosas amarillas y la sonrisa de Friedrich… -¡Ya viene el caballo…amor! ¡Galopemos hasta el fin del mundo, a buscar imparcialidades. Unos gritos, sacudieron la celda donde estaba aislado. -¡Despierta maricón! ¡Aquí no hay ningún caballo, judío de la mierda! ¿Tuviste un bonito sueño?..¿Eeh?... ¿No sabías que hablas dormido? Jacob no comprendió lo que le decía el uniformado.


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Aquellos hombres lo maltrataban, lo acusaban de algo del cual él no tenía conocimiento. Solo después de unos cuantos golpes y gritos, se dio cuenta de que lo habían escuchado hablar mientras dormía. Nuevamente, vinieron aquellos recuerdos. Una vez, Friedrich le comentó que hablaba en sueños. -¡Amor!... ¿Cómo has dormido? -Maravillosamente! –Respondió sonriente. -Tuviste un sueño la noche anterior… ¿Lo sabías? - ¿Por qué lo dices? -Te escuché hablar mientras dormías. -¿Me estás tomando el pelo! Yo nunca he hablado dormido. Por lo menos, no he sabido que lo haya hecho. -¿Nadie te lo ha dicho? -¡Nooo, nadie!.. ¿Estás seguro? -¿A dónde quieres llegar? Dime. ¿Que dije mientras dormía? ¡No lo sé! ¡Balbuceabas! No logré entender ni una sola palabra… -¿Sabes? A mi madre le gustaba cantarme mientras yo dormía. Me decía que cuando me cantaba, comenzaba a hablar dormido. Le preguntaba entonces: ¿madre, que dije mientras dormía? Ella nunca me respondió, solo sonreía, me colocaba un dedo en mis labios y me besaba en la frente… Allí estaba, tirado en el piso, con aquellos hombres uniformados, mirándolo con desprecio y torturándolo con palabras cerriles, impertinentes. Al fin, pudo darse cuenta de lo que trataban de decir, de insinuar, habían escuchado su conversación mientras soñaba dormido,


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ya todo se sabía y de ahí en adelante, las cosas ya no serían mejor. -¿Eres una marica? ¡Vamos…dilo…¿Eres una maldita marica? Jacob no decía nada. Solo trataba de no mirar a esos bastardos. Mantenía sus ojos cerrados, acurrucado sobre el piso. -¿Sabes que se le hace a los maricones como tú? Sería mejor que no lo supieras. Los soldados echaron a reír y a burlarse desmedidamente. -Espera a que el jefe lo sepa… Si fuera por mí, ya estarías muerto…maricón. -¡Vamos a meterle el fusil por el culo, jefe! –Sugirió uno de los que allí se encontraban-¡Nooo! Tal vez el jefe prefiera hacerle algo más doloroso. Quizás una cuerda para templar sus bolas. Eso es lo que se merece, por marica. Eso es lo que se le hace a los que son como tú. Lo escupieron y luego se fueron…dejándolo indefenso. Era mejor así, que se fueran, que lo dejaran solo, moribundo…así podía soñar, así podía recordar tantas cosas. Sacó el anillo de su boca. Se lo había guardado ahí para que no se lo quitaran aquellos malditos. No permitiría que se lo arrebatasen por nada del mundo. Ese anillo, era lo único que le quedaba de aquel amor, era el pacto que había hecho con su Friedrich, allá, en el café Romanisches. -Aunque yo esté muerto…se que vendrás a buscarme. Lo presiento, se que vendrás…amor mío, se que vendrás… La neblina arropaba los espesos bosques de Sobibor. La caminata era una pesadilla. Friedrich no sabía a


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ciencia cierta, a donde se dirigiría. No sabía dónde encontrar a Jacob. Solo seguía por instinto, un precario camino escondido entre los matorrales y seguía una humareda que se veía a lo lejos. A lo lejos, también se escuchaban disparos y gritos que cesaban repentinamente, para luego comenzar de nuevo. Trataba de ocultarse mientras avanzaba. Podía observar las troneras en la tierra, debido a las explosiones de las minas. Presintió, que si no lo mataban los uniformados nazis, lo harían las minas terrestres que permanecían enterradas por doquier. -¡No puedo morir aquí! ¡No! ¡Nooo! –Susurró- Debo seguir adelante, debo encontrarte amor, aguanta un poco más, aguanta… ya estoy cerca, ya falta poco, resiste… En su desesperado intento, cayó dentro de un gran hoyo, que estaba cubierto por ramas recién cortadas. -¡Por Dios! ¿Qué es esto? –Preguntóse horrorizado¡Son cuerpos! ¡Estos desgraciados lo han hecho, esto es un exterminio. Mientras trataba de salir, pensaba en muchas cosas. -¿Por cuantos horrores habrás pasado?.. No quería imaginarse que el cuerpo de su Jacob, pudiera estar entre aquellos, o tal vez en otro sitio, confundido con las carnes y los huesos. -¡Qué horror! ¡Noo…Jacob no puede estar entre estos desgraciados! El sabe que tiene que esperarme, que estoy buscando como llegar a él, que lo salvaré a toda costa de esos bastardos. A pesar de todo, una quietud se percibía en los alrededores. Ya habían cesado las balas y los gritos. Ya la noche estaba cercando el bosque. Se comenzó


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a vislumbrar, por entre la cortina de humo que se había obscurecido, un fulgor muy vivo, ocre, naranja y amarillo, que resplandecía a lo lejos, como un volcán en erupción. -Seguiré la ruta del resplandor –dijo- ha de ser alguna chimenea o una fábrica de fundición. En la celda, también había cesado el bullicio. Los soldados tenían mucho rato de haberse marchado. No había guardias, ni prisioneros. ¡Nada! ¡No se escuchaba…nada! -¡Santo Dios! –Exclamó, mientras seguía acurrucado sobre el piso, tembloroso…jadeante. El dolor había vuelto…los sueños se habían esfumado.- ¡No resisto más! Tengo que levantarme y tratar de salir de aquí. ¡Ayúdame Dios! ¡No me dejes morir aquí! Extrajo, nuevamente, el anillo de su boca y lo detalló amorosamente. -Si voy a morir, debo hacerlo contigo…mi cielo. Esta sortija me lleva hasta ti…y debo tenerla junto a mí. Quisiera que estuvieras a mi lado -dijo, así moriría feliz. Comenzó a delirar nuevamente. Los temblores sacudían todo su cuerpo, toda su alma. La fiebre lo quemaba, sus dolores lo torturaban…Luego, quedose inerte, con el anillo apretado dentro del puño de su mano. Nada volvió a oírse y su rostro se fue apagando lentamente, al igual que sus ojos. La intensidad de aquel resplandor había disminuido pese a la proximidad. El olor a humo invadía el ambiente. Sin embargo, la obscuridad reinaba en el lugar, no había luces encendidas, ni antorchas. Friedrich pensó, que habían desalojado por completo el campo. Sin embargo, después de unos instantes,


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diviso a dos sujetos deambulando por el patio con una linterna. -¿Qué hago? -Se preguntó-. ¿Cómo podría entrar con esos hombres deambulando? Pero a veces, las penurias de la vida nos conllevan a que a veces olvidemos algunos detalles que podrían llevarnos a una posible solución. Nos olvidamos del rol que jugamos en la vida y que de vez en cuando, tenemos funciones importantes que elevan nuestro rango de influencia, pero no echamos mano de ello para apalancarnos en lo que deseamos. Aunque, no es porque queramos que suceda de esa manera, sino más bien, las mismas adversidades nos conllevan a olvidarnos de que esas influencias pueden utilizarse para el beneficio de otro. Este era el caso de Friedrich. No se había percatado, que de alguna manera, podía hacerlo. -¡El uniforme! ¡Claro! ¡Qué tonto he sido! ¡Puedo entrar con el uniforme! Tengo puesto el uniforme. Y pensar que te dije, que nunca me pondría un uniforme. Se compuso en tanto pudo. Arregló su cabello, con un pequeño peine de pasta. Se limpió el sudor de la cara con el pañuelillo blanco que cargaba dentro de la chaqueta y emprendió, decidido, el camino hasta la puerta principal del campo de concentración. Allí se detuvo, observando con curiosidad, el estado en que habían quedado las cercas de la alambrada de espino y la puerta principal. Todo estaba en el suelo y no había en ese momento, nadie que se hiciera cargo de acomodar lo que estaba desecho, tampoco guardias en las garitas, ni en la puerta, ni a lo largo de los rieles del tren en donde llegaban los prisioneros.


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Pensó, en los terribles momentos por los que debieron haber pasado aquellas personas, tratando de escapar de la fatalidad, cortando los alambres mientras eran masacrados. Ellos sabían que iban a morir, pero sin embargo, hicieron todo lo posible por salvar a muchos y con eso, salvaron sus almas, gozaron de una absolución. Luego, volvió a recomponerse. -¿Podré entrar sin problemas? -Se preguntó-. ¡Oh por Dios!... ¿Que habrá ocurrido aquí?…no quisiera ni pensarlo. Su mirada absorta, su gesto pusilánime y su turbada curiosidad, lo impulsaban a seguir adelante, aunque con el temor de encontrarse con lo que no quería encontrarse. Conforme iba avanzando, un olor sofocante a carne calcinada, invadió el entorno, mientras la humareda se avivaba con una leve brisa que movió los arboles del bosque. Alargó la mirada hasta los edificios aledaños, a los que se figuró al verlos, que eran las barracas donde dormían los prisioneros. Sin embargo, por ser la parte más cercana a la entrada y a las vías de acceso del tren y por tanto, un área de dominio y control, debían ser las viviendas del personal alemán y soviético que fueron, en un tiempo, además, habían separadas por una alambrada de espino, algunas viviendas, estas sí, para albergar a algunos prisioneros judíos y los talleres en los que trabajaban. Más allá, también separado por una alambrada de casi tres metros de alto, se veían otras edificaciones y hacía el noroeste, algunas otras construcciones, de las cuales no tenía idea para que eran empleadas. -Creo que he calculado mal. –Pensó-. Por lógica,


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debe ser el área administrativa. ¡No van a mostrar las aberraciones que se cometen aquí en primer plano. Estas deben estar más apartadas. El buen estratega, debe ser audaz, hábil para conseguir una respuesta que cubra todas sus necesidades y que lo conlleve al éxito. Pero además debe ser arriesgado, intuitivo y creativo; debe tener buenos razonamientos para generar una respuesta positiva, también necesita ser convincente por naturaleza y confiar en su experiencia. Aunque Friedrich, no meditaba en estas cosas, su propia naturaleza, le permitía gozar de esas virtudes. No en vano, descendía de una familia que ha vivido a lo largo de su historia, sumida en el ámbito militar, preparados para la guerra, para trazar estrategias. Sin embargo, mucho había aprendido al trabajar al lado del Teniente Von Bonzkewitzz. Toda esta experiencia, la estaba comenzando a poner en práctica, analizando y sacando deducciones para llegar a su objetivo, empleando todas esas habilidades, que por naturaleza propia y por instinto, había adquirido a lo largo de su corta vida y, que además, lo motivaba, para conseguir a la persona que amaba. Miró en todas direcciones. Iba de un lado a otro, recorriendo todas las barracas. Se detuvo en un pasillo que le causó cierta impresión. No le dio muy buena espina y optó por retirarse de ese punto. -¿Dónde podría encontrarte, mi amor? –Se preguntó-. ¿Dónde?... Recuerdo que sasha comentó que lo querían mantener con vida por algún motivo. ¡No querían matarlo! ¡Eso es!... Deben haberlo mantenido separado del resto, muy cerca de la persona que de


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alguna manera lo estaba protegiendo. ¡Debo buscar primero en estos edificios, donde posiblemente se alberga el personal y algunas personas claves para el régimen. Mientras ingresaba, una voz que provenía de un lugar no identificado, le ordenó que se detuviera. -¡Alto! ¿Quién es usted?... Friedrich se volvió bruscamente hacia donde provenía la voz. -¡Soy Friedrich Falkenhorst! Fui enviado desde Berlín junto a una comisión para investigar una posible evasión en este campo. -¿Quién lo envió? ¿Dónde están las credenciales y los documentos de traslado? -Hubo un enfrentamiento cuando veníamos hacia acá…judíos soviéticos… creo. Nos interceptaron; me imagino que eran algunos de los evadidos del campo. -¿Y por que llego solo hasta aquí? ¿Dónde están sus compañeros? -¡No lo sé! En el momento de la refriega, hubo un intercambio de disparos, eran casi quince evadidos que venían dentro de un furgón, nosotros éramos cuatro los comisionados, eliminaron a dos de nosotros y otro cayó herido. -¡Y dónde está? -Lo puse a salvo, en una construcción, no muy lejos de aquí. Quise venir por ayuda a este campo, que era lo más cercano. Caminé un largo trecho hasta aquí. -¡No es verdad eso que me dice! No tengo conocimiento alguno del traslado de su comisión. ¿De dónde me dijo que venían? -De Berlín. -¿Y cuanto tiempo se tardó para recorrer una distancia


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desde Berlín hasta Polonia en carretera? -Muchas horas Señor. -¿Mas de un día? -¡Quizás…dos! -¿Cómo entonces presume usted que si salieron hace dos días, haya llegado justo a pocas horas de ocurrida la evasión. La fuga ocurrió hace apenas unas catorce horas y usted ya tenía conocimiento, hace cuarenta, de que aquí había una evasión cuando en realidad no había ocurrido aun. -¡Créame Señor… yo estoy tan confundido como usted. En realidad eso fue lo que nos encomendaron. Nos manifestaron que la Gestapo ya sabía que se produciría una revuelta y debieron tomar previsiones. -¿Y solo enviaron a cuatro? -Sí, señor…a cuatro…solo de nuestro organismo. Han de haber enviado otras comisiones desde otros organismos. -¿Dónde están sus documentos. -Los tengo aquí…conmigo. -¡Enséñemelos! -No puedo verlo Señor… Donde se encuentra para mostrárselos. -Colóquelos en el suelo y dese vuelta. -¡Entendido Señor. -¿Lleva armas? -¡No!. -Respondió Friedrich-. ¿Quiere registrarme? -Por el momento haga lo que le dije…Deje los documentos en el piso, vuélvase y mantenga las manos sobre su cabeza. Las botas del desconocido, comenzaron a escucharse al golpear sobre el piso de manera hosca. Se acercó,


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apuntando con un rifle, mientras alumbraba con una linterna. Su cara no se le veía debido a la obscuridad; la linterna solo alumbraba a donde se quería alumbrar. Recogió los documentos de Friedrich y los alumbró con la linterna. Hubo una pausa de silencio. Luego… -¿Sabe quién soy? –Preguntó el sujeto, en tono rígido. -¡No señor! -¡Yo si se quién es usted!… ¿Me ha visto alguna vez en la oficina de mi padre… señor?... Trabajo bajo las órdenes del teniente Von Bonzkewitzz. -¿Es usted el hijo del Teniente General, Nikolaus Falkenhorst? -Así es señor. ¿De dónde usted conoce a mi padre. -Aquí las preguntas las hago yo. Manténgase así hasta que yo le avise. En ese momento, el sujeto misterioso, giró algunas órdenes y tres soldados salieron con sus respectivas linternas hasta donde se encontraba Friedrich. -¡No se mueva! ¡Quédese quieto! Lo registraron de pie a cabeza. No portaba armamento y estaba lleno de raspones y magulladuras. Esto ayudó mucho a hacer creíble la cuartada de la supuesta emboscada. Lo tomaron por el brazo y se lo llevaron hasta uno de los edificios, el que momentos antes, había confundido con las oficinas administrativas. -Seguramente querrán informarse por telégrafo si es verdad lo que he dicho aquí.-Pensó-. ¡Pero un momento!... Me parece que no hay electricidad, ni líneas telefónicas. ¿Cómo podrían comunicarse con el exterior? Lo trasladaron a una de las oficinas, pero una vez


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allí, notó agitación y escucho voces alteradas, que provenían del exterior. -¡Algo está ocurriendo! ¿Se habrán creído lo que les dije? ¿Lo habrán descubierto todo? La compostura que había mantenido hasta entonces, fue desvaneciéndose, se le estaba yendo al diablo. Sus manos se helaron y su corazón mostró, aquella reiterada arritmia. Se mostraba inquieto, sin poder hacer nada, hasta no estar seguro de que no hubiera nadie. -¿Habrán dejado la puerta sin seguro? –Articuló, con cierta duda-. ¿Será una trampa? ¡Debo acercarme a la puerta! ¡Debo saber si está abierta! ¿Qué te pasa Friedrich? …¿Ahora vas a recular?... ¿Ahora te vas a acobardar? ¡No! ¡Nooo! ¡Tengo que salir de aquí! Se acercó hasta la puerta, con mucho cuidado, bajó el picaporte y… tan fácil como lanzarse al agua, la puerta se abrió y en un santiamén, ya estaba del otro lado, rumbo a las celdas de aislamiento. Existen momentos en la vida, en que los sentidos nos hacen una jugada misteriosa, que ni nosotros mismos podemos comprender. En esos momentos imaginamos o percibimos cierta energía externa que nos hace presentir de que algo ha de ocurrir, o que algún hecho desconocido para nosotros, porque no existe evidencia de que realmente pudiera ocurrir, ocurra realmente, tal y como habíamos anticipado o predicho. Tampoco es desconocido para nosotros, que en algún momento de nuestras vidas, pensemos en alguien que teníamos mucho tiempo sin ver, y precisamente, en ese momento, en que la pensamos, la vemos o, en


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ese mismo caso, pensar o presentir que veremos ese preciso día, a esa persona el cual no habíamos visto en años, y en ese mismo instante, como salida de la nada, aparece frente a uno, como que si de alguna manera, nos haya mandado por algún medio, ilógico por demás, la orden de que pensáramos en ella ese día, esa hora, ese instante, ya que allí estaría para sorprendernos.. Esa sensación de que algo está presente en el entorno, pero que, por ley natural, no es posible que este allí, porque la lógica lo dice así, o matemáticamente está demostrado que es así, o no lo es, y sin embargo, a pesar de ello, la cosa en cuestión, se hace realidad. En aquella fría habitación, Jacob yacía vulnerable en el frío suelo, sin nuevos sueños hermosos, acurrucado e indefenso y…no se sabe si con vida aún. Sus signos vitales eran imperceptibles. Estaba de medio lado, encogido, en posición fetal. Su brazo derecho yacía totalmente extendido sobre el suelo, mientras que el izquierdo, lo soportaba verticalmente, la pared aledaña a la puerta de la celda, de manera que quedaba totalmente elevado, sin caer por la misma gravedad. Su mano apuñada, sostenía algo, que no quiso soltar mientras quedaba inconsciente. No se escuchaba, absolutamente nada. Quizás, a lo lejos, el ladrido de los sabuesos. Tal vez la agitación que se había presentado con anterioridad, era un preludio para una persecución de rebeldes judíos, fugados de aquel campo, y que todavía deambulaban por aquellos bosques aledaños al gueto. Friedrich encontró una linternilla tirada por ahí, que por suerte, aun encendía. Con ella pudo alumbrarse precariamente. Sin embargo, pudo recorrer casi todos los cubículos


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de aquella construcción. Habían dejado abandonada los soldados alemanes, una ametralladora en una de las camas, en el interior de uno de los dormitorios. La miró con ganas de tomarla y llevársela, sin embargo, decidió dejarla en su lugar. -Aquí no estás mi amor… - Cuchicheó, para luego dejar fluir la impotencia que sentía-. ¡Maldita sea! ¡No estás!... Se le vinieron a la mente, aquellos terribles momentos, dentro de aquel hoyo lleno de cadáveres podridos. Sentía la viscosidad de las carnes en estado de descomposición, el hedor que inundaba el lugar, el zumbar de las moscas….miles de moscas, de todos los tamaños y colores. -¡Dios!... ¡Dios! ¡Qué estúpido he sido! ¡No te busque ahí…Jacob! ¡No te busque ahí…entre esos cuerpos! Enmudeció unos instantes…Su semblante lleno de horror, denotaba su falta de fe…momentánea, pero falta de fe, al fin y al cabo. -¿Que estoy pensando? -Exclamó-. ¡Por mil demonios! ¿Cómo ibas a estar ahí! ¡Tú no puedes estar ahí! Se escucharon voces. Friedrich ya se encontraba fuera del edificio. No pudo dar de ninguna forma con Jacob. Se había convencido de que en ese lugar, no estaba. Temeroso de que lo descubrieran los hombres que entraban nuevamente a la edificación, logró esconderse detrás de un sembrado de pequeños pinos, en la parte trasera de aquella construcción. De ese lado del edificio, había unos ventanales, por lo que se podía ver a trasluz, efecto de las linternas encendidas, la silueta de tres hombres. Llegó a la conclusión de que podía tratarse de aquellos que


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lo llevaron al interior del complejo administrativo. También podían escucharse, las voces de aquellos misteriosos hombres. Los entendía claramente. -¿Cuántos malditos? –Decían. - ¡Cuatro! -¿Y los demás? -¡Unos muertos!,..Los demás lograron escapar. -No llegarán muy lejos. -De eso estoy seguro. –Señaló otro más de ellos. ¿Y la orden? -Tenemos que acatarla. Por fin van a cerrar este maldito lugar. Eso dijo el jefe. Son órdenes de arriba. -¿Del Führer? -¡No lo sé!… El jefe ordenó que liquidáramos a esos cuatro y nos largáramos de aquí. Friedrich respiraba con dificultad. Su adrenalina se había disparado a niveles infinitos. El corazón cada vez palpitaba más fuerte, aunque de forma esporádica. Se detenía por medio segundo, para volver a acelerarse. Sus piernas temblaban. Luego, pensó: -¡El arma!... Necesito el arma. Debo entrar a buscarla. En lo que salgan los hombres… Debo salvar a esos pobres judíos. Esperó unos cuantos minutos. Vio salir a uno de los soldados, quien se detuvo para encender un cigarrillo. Más atrás, venían los otros dos. No pudo ver sus semblantes con claridad sin embargo, le dio la impresión de que aquella contextura le era familiar. No le hizo mucho caso al asunto, se acercó a uno de los ventanales, notó que podía abrirlo desde afuera, lo cual hizo y en menos de lo que pensó, ya estaba dentro del recinto. En una de las celdas, que por cierto, no había sido


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revisada por él anteriormente debido a que su entrada estaba oculta detrás de una especie de persiana que disimulaba y daba la impresión de que allí no pudiera existir algo parecido a una puerta de entrada a algún lugar, yacía aun, el cuerpo Jacob Goldblum. Su brazo izquierdo, aun elevado, refrenado por la pared, se notaba fláccido. El puño de la mano en el cual tenía apretado el anillo, se percibía más desatado, casi, podía verse a través de éste, un objeto brillante y a medida que transcurrían los minutos, la mano se fue aflojado de tal manera, que quedó completamente abierta, dejando caer la sortija en el piso. Esta, rodó hacia el lado de la puerta, serpenteándose caprichosamente. Del otro lado, se encontraba Friedrich. Todo había quedado nuevamente en silencio, sin nada que perturbara aquella lúgubre quietud, sin un sonido que despertara al más mínimo sueño o la mas mísera esperanza; excepto, por aquel exasperado susurro, que corre como una corriente de agua…o el viento, el desesperado tintinear del bendito metal rodando por los suelos, flotando por las nubes, quebrando las distancias, fraccionando el silencio, Por su mente, vino aquel recuerdo en el Romanisches, cuando, dentro de aquel hermoso huevo de Fabergé, Jacob le obsequiaba un símbolo maravilloso, el símbolo del pacto del amor para siempre, a pesar de las distancias, a pesar del tiempo, a pesar de las guerras y las metrallas…a pesar del judío, y a pesar del ario, a pesar del uno, y a pesar del otro. Su vida había vuelto a esos días, agitados de las calles de Berlín, en la esquina del este de Auguste-VictoriaPlatz, donde se encontraba aquel café. Recordaba


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cuando, le pidió que cerrara los ojos y le dio el anillo y cuando él se lo devolvió para que lo llevara consigo: “-¡Es de los dos! Quiero que hoy lo tengas tu… mañana me lo das a mi nuevamente, y luego pasado mañana te lo vuelvo a dar yo a tí, y así…luego… me lo devuelves otra vez... Quiero que lo hagamos así para toda la vida… hasta que envejezcamos. Un solo anillo para los dos. Muy cerca de donde se encontraba, se escucharon las ametralladoras, y algunos gritos, después de las detonaciones. Friedrich recobró la cordura, dejó los recuerdos de lado e instintivamente, fue a la habitación en donde se encontraba el arma que había visto sobre la cama. La tomó y a hurtadillas, se encaminó hacia donde había escuchado el tintinear que tanto lo turbó. Vio las persianas, las recogió y allí estaba la puerta de hierro, que lo separaba de su vida. -¡Está cerrada…maldita puerta! Trató de derribarla con unas pesadas mancuernas que se encontraban en el salón anterior al cuarto, pero era más el ruido que causaba el golpetear sobre la puerta de hierro, que el resultado que esperaba. -¡Ya sé! ¡La ametralladora! Solo tenía que esperar las detonaciones de las armas en el exterior, para disparar la ametralladora y disimular el ruido, al descargarla sobre la cerradura. Logró inmediatamente, que EL cerrojo colapsara por los impactos de las balas. -¡Por fin! -Exclamó satisfecho-. ¡Ya estoy aquí…ya estoy junto a tí. Le propinó un punta pie a la puerta, esta cedió violentamente, abriéndose de par en par. Allí, yacía indefenso. Friedrich se arrojó sobre su humanidad.


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Estaban juntos, ya nada ni nadie podría separarlos, nada podrá ya, arrancarlo de su lado…Besaba, sin cesar, sus labios y sus ojos. La cara ensangrentada de Jacob, pintó de rojo los labios del otro joven. -¡Oh…por Dios! ¡Ya estoy aquí! ¡Jacob! –Dijo angustioso, al no verlo respirar. Sus No parecía él, el semblante de la tortura y de los golpes, habían desfigurado su cara-. ¡Respira mi amor! ¡Vamos respira! ¡No te mueras! ¡Ya estoy aquí…contigo! Rogaba por una luz, por un respiro, un respiro que le devolviera la vida, no solo a su amado, sino la suya propia. No podía aceptar que Jacob muriera, aunque no sabía a ciencia cierta, si lo estaba, si estaba muerto en ese instante. Comenzó a darle golpes en el pecho, a suministrarle aire boca a boca, De repente, una minúscula señal, un latido…en su cuello. -¡Vamos! ¡Vamos! ¡Abre los ojos! ¡Despierta por favor!… ¡abre tus hermosos ojos! ¡No me dejes… Recuerda que lo prometimos…¡Despierta!.. ¡Maldita sea… abre los ojos! -y repentinamente, asestó con todas sus fuerzas, un golpe justo y certero, en el centro del pecho del joven moribundo. La fuerza del amor es impresionante. Puede hacer cosas que ni uno mismo pudiera imaginarse. Puede suscitar risas, lagrimas, causar alegrías o sufrimientos, odios y pasiones…Pero también, puede matar o hacerte regresar de la muerte. En este caso, la debilidad, las heridas, la deshidratación y los golpes que le propinaron los nazis, no terminaron acabando con Jacob, por lo menos, con su alma ni con su espíritu. Había estado muerto, por un instante, por un soplo del destino. Pero el golpe eficaz sobre su pecho,


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pudo hacer latir, muy precariamente, su corazón. Aun se aferraba a la vida, respiraba, aguardando a que Friedrich llegara a reanimarlo, a darle de esa fuerza que el amor, solo puede otorgar. Allí estaba, tendido junto a su chico nazi, junto a su Friedrich amado. Por fin pudo ver sus ojos azules. Friedrich acariciaba sus mejillas mientras le sonreía y le decía tiernas cosas, como si nada hubiese pasado, como si no estuviera al tanto de que en cualquier momento podían irrumpir en la habitación aquellos hombres armados. No cabía en sí de la alegría y la felicidad. Jacob, pudo sonreírle también, una pequeña sonrisa, nada más, las fuerzas no le daban, una sonrisa muy queda. No podía gesticular palabra. Toda palabra, la pronunciaban sus ojos, cada mirada era una caricia, y cada caricia…un beso, una sonrisa, una presencia. Ya todo había terminado, ya estarían juntos para siempre…viviendo el sueño que siempre anhelaron… -¡No se mueva! –Se oyó una voz, justo muy cerca de donde se encontraban. ¡Quédese como está! Las más miserables sombras, aquellas fantasmales presencias venidas desde quien sabe que infiernos, habían irrumpido en la celda donde se yacían abrazados. Los habían sorprendido y ya no tendrían escapatoria. No sabía a ciencia cierta cuantos eran o si en realidad, estaban armados. Quizás, si lo estaban y el arma que él había sustraído de aquella habitación, la tenía a unos centímetros de su cuerpo. Era su única posibilidad de vida, de libertad y de una nueva esperanza. -Solo si estiro la mano, y me doy vuelta… -Pensó aterrorizado, pero con el pensamiento frío- los acabaría


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a todos de una sola vez. El arma es potente, efectiva, con ella podría aniquilar a un ejército entero, si mi mano fuera diestra. No sé si lo sea. Solo debo estirar la mano, acomodar mi dedo y apretar el gatillo… Todos esos pensamientos pasaron por su mente en fracciones de segundos, no había espacio para respirar, ni para otra cosa más que temblar, sus manos temblaban, su vida temblaba. -¡Tengo miedo…pero debo hacerlo!, ¡tengo que agarrar la ametralladora! ¡Ya no hay vuelta atrás! … Sé que nos matarán de igual forma y no pienso dejar que nos maten sin intentar primero matarlos a ellos. Y tan igual que cuando el rayo parte al cielo en dos partes y revienta el árbol al mismo tiempo y nadie se da cuenta sino cuando ya está consumiéndose por el fuego, Friedrich había tomado el arma y la vació, con furia desmedida, sobre los tres uniformados que estaban a espaldas suyas. A estos, no les dio tiempo para pensar absolutamente en nada. Cayeron masacrados sobre el suelo, mientras una corriente de sangre discurría por la comisura de sus labios, tiñendo todo de fatalidad y de fortuna, impregnando todo de muerte y de vida. Allí estaban aquellos tres miserables, acurrucados en los brazos de la muerte que se los llevaba con gusto… y estos dos chicos… vivos y libres, para reír, para correr, para buscar una forma de absolver las almas de aquellos desdichados. Tal vez, aquel Dios a quien tanto clamaba Jacob y todos los Jacob del mundo, les daría esa absolución, si es que acaso se las merecen aquellos gusanos de la guerra. Se escucharon nuevas voces que provenían desde el


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exterior, pero esta vez, pronunciaban su nombre. -¡Friedrich! ¿Estás ahí? ¡Friedrich! Le pareció reconocer aquella voz. Pero también había otra voz que lo llamaba. -Falkenhorst -decía- soy el teniente Von Bonzkewitzz. Habían venido… Habían llegado a rescatarlos, el Teniente Karl y su hermana Annika. Estaban allí, para librarlos de aquel infierno. Los encontraron abrazados, con las mejillas teñidas de rojo y mojadas por las lágrimas. La pesadilla, había terminado…


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CAPITULO XIX Yo he regresado contigo… A finales de octubre y durante todo el mes de noviembre de 1943, el dinamismo de la guerra, había adquirido visos de recrudecimiento, más que de remisión. Esto por un lado, porque los alemanes parecían estar siendo vencidos por algún bloque aliado en la Europa oriental: la pérdida de Stalingrado y la derrota en la batalla de Kursk, era muestra de ello. Se vislumbraba, un marcado signo de inflexión en los combatientes alemanes que se percibían desmoralizados. Por otro lado, los italianos entraron en el juego, uniéndose a los aliados para intentar dar el jaque mate a los ejércitos del Führer. Precisamente para esos días, trajinaban a Jacob a medio morir, a un lugar donde pudiera brindársele una menudencia de humanidad, de manera, que si iba a sobrevivir o a morir, pudiera hacerlo de una forma digna. Tanto a la vida, como a la muerte, merece mostrársele la mejor de las caras en los momentos más cruciales. Las esperanzas eran mínimas, en realidad, sus traumatismos, eran generalizados, de extrema gravedad y no se observaban visos ni señales de que pudiera sobrevivir el trayecto. Trasladarlo, de manera subrepticia, incurría poner en riesgo las vidas de Annika, de Karl y de Friedrich; lo menos que pudiese ocurrirles, si los descubrían protegiendo a un judío homosexual y desertor, era ser sentenciados por alta traición y ser fusilados al instante y eso constituía, lo menos que podía sobrevenirles si se toman en cuenta, las atrocidades por las que tendrían que pasar si fueren sometidos a la tortura, para lograr


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sacarles información de extrema relevancia. El traslado en sí, a través de las vías de acceso a cualquier lugar, pecaba de ser en extremo, arriesgado, ya que todos los caminos, las vías y los poblados, que revestían importancia estratégica, estaban completamente tomados por las fuerzas nazis y la perspectiva que mostraban los aliados hacía esa zona del país no era, precisamente, quedarse replegados. Esto constituía, quedar expuesto a que, en cada esquina los interceptasen y descubrieran en que en que líos estaban metidos. Por un lado, los nazis pudieran catalogarlos como traicioneros a la patria, y por el otro, los aliados podrían acusarlos de nazis asesinos y capturarlos como prisioneros de guerra. Llevarlo a un hospital público, en donde habitualmente llevaban a los heridos de guerra civiles, era impensable por razones obvias. Sin embargo, había que atenderlo lo antes posible y por ello, movilizarse rápidamente en las horas subsiguientes, era crucial. Afortunadamente, el nombre de Karl Von Bonzkewitzz y de Friedrich Falkenhorst, no representaba muy poca cosa. Dos funcionarios, trabajando directamente para el tercer Reich, en una de las oficinas administrativas del Führer, manejando relevante información secreta, era suficiente licencia como para transitar libre, por cualquier punto del país sin despertar la mas inapreciables sospechas, o por lo menos, confiaban en que fuera de esa manera. Sin embargo, procuraban las rutas menos accesibles de nada o poca vigilancia y aquellas que representasen, muy poca relevancia militar. Nadie pudiera imaginarse, como hicieron para sortear tantos inconvenientes hasta poder llegar a Bamberg,


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una pequeña ciudad con marcado tinte Medieval, en la Baviera, a 50 km al norte de Núremberg, y que por cierto, estaba a suficiente distancia de la zona fronteriza entre Alemania y Polonia, lugar desde donde partieron huyendo de los campos de Sobibor. Habían logrado estabilizarlo a lo largo del camino. Algo de experiencia en primeros auxilios y algún precario botiquín, había marcado la diferencia entre la vida y la muerte. Sin embargo, las posibilidades de que muriera mientras lo trasladaban, seguían latentes. Lograron recluirlo en un lugar clandestino, en el interior de una pequeña iglesia católica y romana que había sido dotada con medicinas e insumos por un grupo de colaboradores y profesionales nazis que no estaban de acuerdo con el régimen y que le brindaban atención de primera mano, a todo aquel que estaba siendo perseguido. Llegó inconsciente al improvisado hospital. Gracias a uno de esos colaboradores, de nombre Johann Meller, quien a su vez era profesional de la medicina, lograron que sobreviviera los dos primeros días de reclusión. En ese lugar, cualquier afectado, podía encontrar refugio como paciente o como perseguido. Los colaboradores además de prestar sus servicios médicos, también podían tramitar documentación falsa y así, podían darles cabida a los perseguidos sin despertar suspicacia y trasladarlos a otros lugares si fuese necesario, con por lo menos, un mínimo de seguridad. Después de transcurridos cinco días y aunque le habían administrado algunas dosis de penicilina para la infección y algunos otros medicamentos para la


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diarrea y las hemorragias, aun continuaba en estado crítico. Su vida pendía de un hilo y no se sabía a ciencia cierta, cuánto más podría sobrevivir, si acaso ese era su providencia. Las horas subsiguientes, serían decisivas. Friedrich no se había separado ni un instante de su lado. Estaba hecho astillas. Velaba de noche el sueño de su amado judío y le susurraba al oído palabras que significaban mucho para los dos, tratando de esa forma, de estimularlo, mientras que con sus manos, acariciaba su cabello. -Está hermoso. –Le decía a su hermana-. Ojala pudiera abrir los ojos y ver que estoy aquí. -Tranquilízate Friedrich. Ya verás que todo saldrá bien. El doctor Meller está atendiéndolo muy bien. Te aseguro que está en buenas manos. -Eso espero hermana. Es que quisiera verlo sonreír. Sus risas, son como besos para mí. Sus ojos están cerrados constantemente y eso, créeme, me está quitando la vida. -Ven…vamos a caminar un rato. No has comido nada. -Es que en realidad no me ha dado hambre –le dijo él- además, como que si aquí hubiera mucho lugar para caminar. Esa ingenua aseveración, dibujó una pequeña sonrisa en ambos y logró aflojar, aunque fuese por unos segundos, la tensa e infortunada situación por la que estaban pasando. Sentía, que no era merecedor de tantas desgracias. Al rescatarlo, creía que todo lo malo pasaría, había soñado con eso. Pero su sueño, se había tornado en una extraña pesadilla de la que quería despertar cuanto antes. -Pues sí hermano, pero sabes que de un momento


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a otro, Jacob podría despertar. ¿Y no querrás que te encuentre débil y acabado. Debes estar fuerte para él. -Tienes razón. En un momento comeré algo. Cuando despierte, yo despertaré con él… -Mira, te traje un libro para que leas mientras estas aquí. -¡Gracias! Te lo agradezco mucho. Pero créeme, en estas circunstancias, ni leer me apetece. Las horas pasaban. El seguía respirando con alguna dificultad. Jacob no lograba salir del laberinto en donde estaba atrapado. Friedrich lo observaba constantemente y no procuraba descanso alguno. -Despierta mi amor. –Susurró en sus oídos, con un hado de tristeza en aquel susurro -. No dejes que se me vaya la vida, observando cómo se va la tuya. Ilumina el día con tu mirada. Recordó algo que lo hizo sobresaltar. Tanteó el bolsillo de su chaqueta y sacó el anillo que había guardado celosamente el día que lo encontró casi sin vida en aquel cuartucho. Había prometido traérselo y colocárselo en el dedo. Pensó que lo había perdido entre tantos avatares. -Aquí está mi amor, como te lo prometí. Me lo diste en aquel cuarto y hoy, te lo regreso nuevamente. Estoy seguro que tarde o temprano regresarás a mí y me lo devolverás. Es nuestro pacto. ¿Recuerdas? Friedrich le tomó las manos, las apretó fuertemente mientras daba un par de besos sobre sus enclaustrados ojos. -Parece que duerme profundamente –le dijo a Annika-. Por cierto ¿Dónde está Karl? -preguntó, mientras veía a su alrededor.


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-Me dijo que regresaría a Berlín. Que pronto se verían en donde tú sabes. -Que arriesgado es. -Si…es mi héroe. -Te vi muy apegada a él. –Afirmó el chico. -Es encantador. No ha dejado de estar pendiente de mí y de tus cosas. Ha mantenido a papá y a mamá en calma. Imagínate si supieran en que andamos. -Ellos creen que estoy en Polonia. Pobre papá –dijo compungido-. No quisiera imaginarme si se entera de los líos en que estoy metido. -Estamos metidos. –Corrigió ella. -¿Y como está mamá? ¿Aun está achacosa? -Tendremos un poco de tiempo para estar quietos. No regresarán hasta la semana que viene, de Austria. Ambos, regresaron al lado de Jacob. -Por Dios, debo estar echa un asco –señaló la chica-. Debo asearme un poco. Una dama siempre tiene que estar aseada, relajada y bien vestida. –Dijo, para justificarse ante su hermano. -Ve tranquila hermanita. Te prometo que comeré algo. Al salir del lugar, Friedrich observó el libro que ella le había traído. Lo había dejado en un extremo de la cama donde estaba tendido Jacob. Lo tomó por curiosidad y mientras lo sostenía en sus manos, cerró los ojos y rezó una pequeña oración, más bien, traducida en una sola frase: -Dios, hazme saber que todo estará bien. Al tomarlo en sus manos, pudo leer la frase, que a manera de titulo, ostentaba la portada del libro: “lo que el viento se llevó” de Margaret Mitchell. Eligió, de manera aleatoria, una de las páginas, la cual repasó en voz baja y de manera muy pausada:


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-“No, no creas que te voy a besar. Aunque necesitas desesperadamente que te besen. Eso es lo que te pasa. Tendrían que besarte a menudo, y alguien que sepa hacerlo.” El fragmento, había arrancado de sus labios, una pequeña sonrisa. Pensó al terminar de leerla: -Necesitas desesperadamente que te besen… Una vez terminado de leer aquel fragmento, se percató, de soslayo, que Jacob había movido uno de los dedos de la mano derecha, justo en donde le había colocado el anillo, o eso le pareció. No hizo nada, no obstante que tal reacción había sido inhabitual desde que lo había rescatado en Sobibor y aunque la había estado esperando con ansias, tomando en cuenta el crítico estado en que se encontraba, lo había tomado por sorpresa. Quedó absorto tan solo unos segundos, pero continuó con la lectura, como si nada hubiese pasado. “Voy a sobrevivir a esto, y cuando todo termine no volveré a pasar hambre otra vez. Ni yo ni ninguno de los míos, aunque tenga que robar o matar. Dios sea testigo de que nunca mas voy a pasar hambre” Volvió a sonreír. Parecía que aquellas frases, escritas en aquellas páginas, estaban hechas intencionalmente para él. De alguna manera, esas frases, lo llenaban de esperanzas. Pero mientras leía, atisbaba por el rabillo del ojo, para asegurarse si en algún momento, mientras repasaba el segmento, Jacob pudiera manifestar algún otro movimiento, tal y como lo había hecho cuando leía el primero. Sin embargo, el joven aquejado, no mostró


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ningún signo de oscilación. Decepcionado, Friedrich lanzó el libro al piso y se tendió a llorar, justo al lado de Jacob. -¡Dios! – Gritaba, desesperado: ¿Acaso no tengo derecho a que lo que me pase a mí, no debe pasarle también a él, o lo que le está ocurriendo a él, a que me pase a mí? ¿Es esto, lo que no tendríamos nunca, lo único que tenemos? ¿Y la esperanza? ¿Dónde queda la esperanza? Aquella que tanto yo le prediqué a Jacob y a mí mismo, mientras estaba lejos de mí, sufriendo quien sabe cuánta atrocidad. Ante el hecho incontrovertible, de haber tocado fondo, Friedrich no hacía más que llorar y blasfemar. Su insolencia e irrespeto ante el Dios en que se basaba la fe de Jacob, los reproches directos ante la omnipotencia del ser Supremo, en quien, tan solo un tiempo atrás, había jurado devoción, cuando se despedía de su amado en el Romanisches, no hacían más, que hundirlo en el lodazal de la desesperanza. Quizás, aquellas blasfemias, provenían desde su corazón, tal vez lo hacía por la impotencia que sentía al no poder hacer nada para restablecerle la salud, aunque esto no justifique la blasfemia, o tal vez, era un ruego final, para llamar la atención de aquel ser divino, a quien tanto había rogado durante los últimos meses, así como lo hace un niño, cuando no le son satisfechos sus caprichos. Quizás Dios, ahora sí se manifieste; los milagros ocurren, siempre existe un reducto misterioso que trae consigo algo portentoso y placentero, aunque nunca deje de ser un misterio y no siempre traiga tal portentocidad de manera íntegra, sino, por porciones.


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Ese es un misterio de la vida, lo que trae, es lo que trae, y así lo debemos aceptar, ahora y para siempre… Mientras lloraba, ya casi en silencio, mucho después de diez minutos de la última blasfemia, presintió algo leve, un pequeño movimiento y un quejido y un pequeño susurro pero susurro al fin. Jacob comenzaba a recobrar el conocimiento. Jamás podrá describirse, la forma en que se incorporó Friedrich de la cama de Jacob cuando este gesticuló aquel movimiento de cabeza. Quizás, la velocidad de una flecha, se quedaría corta con respecto a la velocidad con que se proyectó el joven ario desde aquella cama. Si anteriormente, no había manifestado ninguna otra reacción más que quedarse quieto y leer y observar de soslayo, en esta ocasión, su reacción no fue otra que liberar toda la energía que había tenido acumulada durante tanto tiempo. Su Jacob estaba recobrando el sentido. Quedóse observándolo unos segundos, hasta que por fin, pudo constatar, que no estaba equivocado. Él, estaba moviéndose y quejándose y, además, después de haberlo visto accionar aquel leve movimiento de rotación a través de los músculos de su cuello, haber saltado de la cama y haber pensado un tantillo, en quien sabe qué cosa, durante aquellos minúsculos segundos, terminó por abrir los ojos y quedó absorto ante el escenario abstracto en donde se encontró en aquellos momentos, cruciales para su vida. -¡Jacob! –Atinó a decir el otro chico, esperando, muy ansiosamente, que aquel le respondiera como se lo merecía, desde que había caído en aquel trance. -¿Qué pasó? –Preguntó el joven convaleciente,


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totalmente confundido, mientras toqueteaba, con gestos de dolor, los vendajes que rodeaban su cabeza y su hombro herido por la inoportuna bala, cuando escapaba del campo de Sobibor. -Aquí estoy mi amor. –Dijo Friedrich mientras se acercaba e intentaba retirarle las manos de las heridas para que no se lastimara-. Tranquilo Jacob, aquí estoy. –Susurró. -¿Qué me ha pasado? ¿Dónde está mi madre y mi padre y mi abuela? Miró, totalmente perturbado, a Friedrich, quien a su vez, se percató, de que aquella mirada, no era la hermosa y brillante mirada a la que estaba acostumbrado, más bien, aquella era una mirada sombría…lejana…sin brillo… con marcados indicios de olvido, de no poder reconocer a quien más se ama. Eso causó un profundo impacto en él, quien prefirió, antes de pensar en lo que no quería pensar, ir en busca del doctor Meller, quien se encontraba en otro lugar del edificio eclesiástico, atendiendo unos asuntos en la oficina parroquial, justo en la parte superior del anexo clandestino donde se encontraban. En esos días, los soviéticos habían logrado derrotar a los invasores alemanes en Stalingrado. A pesar de haber perdido el territorio industrial, gracias a los alemanes, estos estaban siendo ya desalojados de aquellos poblados que habían establecido en los territorios invadidos dentro de algunas ciudades de Checoslovaquia y Polonia. Stalin, había propuesto trazar una nueva frontera accidental polaca en las orillas del Oder y el Neisse, propuesta que no fue aceptada por los otros aliados por el temor a que los soviéticos expandieran su influencia hacia Europa


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Central. Sin embargo, la propuesta fue establecida de facto. Durante el mes de noviembre se vio sacudida por los bombardeos, casi toda la capital alemana. Los aliados habían tomado, con mayor fuerza, la iniciativa de lanzar una ofensiva fulminante sobre aquellos territorios. Los bombarderos se extendieron por todas partes, cuando Italia proporcionó emplear sus aeródromos, para permitir, por la cercanía con la urbe alemana, intensificar los ataques. Un viernes, coincidiendo con el recrudecimiento de los bombardeos sobre Berlín, Friedrich recibe la noticia de que la confusión mental de Jacob, se trataba de una amnesia temporal, debido a las lesiones y traumatismos que le causaron los golpes sobre su cabeza y el trauma emocional por el que había pasado. Solo se limitaba a preguntar por sus padres, pero a medida que pasaban los días, el joven judío, no podía recordar otros nombres, por lo menos el de la persona que tanto había compartido con él, buena parte de sus vidas. -Mi amor. –Dijo un día Jacob, cuando por curiosidad, se quitó el anillo y lo observó, en presencia de Friedrich, pero no dijo nada más. Solo se quedó absorto, observándolo de forma extraña. Friedrich, recordando la posible causa que permitió que tuviera algún síntoma de movilidad cuando aún estaba inconsciente, buscó el libro, y todas las tardes, le leía. Entonces, se quedaba quieto, escuchando, en un sublime éxtasis, aquellas hermosas frases. Parecía estar involucrado dentro de la trama de aquella obra: “Fuera, los rayos del sol poniente dibujaban


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en el patio surcos oblicuos bañando de luz los árboles, que resaltaban cual sólidas masas de blancos capullos sobre el fondo de verde césped. Los caballos de los gemelos estaban amarrados en la carretera; eran animales grandes, jaros como el cabello de sus dueños, y entre sus patas, se debatía la nerviosa trailla de enjutos perros de caza que acompañaban a Stuart y a Brent adondequiera que fuesen. Un poco más lejos, como corresponde a un aristócrata, un perro de lujo, de pelaje moteado, esperaba pacientemente tumbado con el hocico entre las patas a que los muchachos volvieran a casa a cenar. Mientras leía, de hito en hito, el chico ario lo observaba para vigilar alguna posible reacción positiva. De alguna manera, lo conseguía, pero no era lo suficiente como para aclarar la mente de Jacob ni para que lo recordara. De pronto, al leer la parte que se refería a “los rayos del sol poniente dibujaban en el patio surcos oblicuos bañados de luz de los arboles”, se le vino a Friedrich, la imagen de la casa de Benjamin, en Nikolaiviertel. -¿Por qué no lo había pensado? -susurró-. Debo hablar con Karl. Es la única persona que puede ayudarme. Sin embargo, con el recrudecimiento de la contraofensiva aliada y los consiguientes bombardeos, no sabía a ciencia cierta, si podría contactarse nuevamente con Von Bonzkewitzz. Se vislumbraba que en esa zona, los bombardeos no harían mella. Según los improvisados estrategas, el área no constituía zona de vital importancia para ninguno de los bandos. Aquello le dio la posibilidad


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a Friedrich de tratar de comunicarse con el exterior a través del doctor Meller, pensando que con las novedades, no se le dificultaría realizar lo que estaba maquinando. -Es imposible Friedrich –dijo el doctor- en estos momentos trasladar a Jacob a Nikolaiviertel, sería una sentencia de muerte para todos. -Doctor -refirió el chico- con los falsos documentos y mi posición en el gobierno, podríamos tener una oportunidad. -Oyeme hijo, nada ganarías con volver a Berlín, la ciudad en estos momentos, está siendo asediada por los bombardeos aliados. Piensa en Jacob – señaló- someterlo a él y a ustedes mismos a ese aventurado traslado, es un riesgo que podría salir caro, no ayudaría en nada, al contrario, creo que empeoraría la situación. Aunque, se que tienes razón acerca de que en un lugar tranquilo, en contacto con la naturaleza, podría recuperarse, es mejor actuar con cautela. Pero existen alternativas aquí, en Bamberg. Lugares hermosos y tranquilos, y eso, no refiriéndote que somos una de las ciudades privilegiadas, no hemos sido afectados de manera directa por la guerra. -Tiene usted razón, doctor Meller. -Señaló Friedrich-. No por mí. Pienso que primero está la seguridad de Jacob. -Me alegro que lo entiendas. Nikolaiviertel en estos momentos, quizás este en ruinas, no lo sé. Pero es mejor no correr riesgos. De cualquier forma, yo tengo una propiedad a poca distancia de aquí, a orillas del Regnitz.


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-Entonces le pido doctor Meller, que haga los arreglos para llevarlo hasta allá. Creo que el contacto con la naturaleza y mis cuidados, por supuesto, ayudarán a que recupere la memoria. A los pocos días, ya estaban instalados en la propiedad del doctor, en un poblado muy tranquilo. Era una casita muy colorida, con un hermoso balcón y entramado de madera, que la hacía lucir, al igual que las otras, encantadora. Jacob había llegado a la casa de Bamberg con la memoria empañada. Miraba a Friedrich como si se tratara de un extraño, aunque permitía los cuidados que este le brindaba: tomaba las medicinas, aceptaba comer de su mano y esto último, lo hacía de una manera muy especial. Friedrich colocaba, todos los días del mundo, un ramo de rosas sobre una mesilla que estaba en el jardín de la casa y allí, compartían mientras él le hablaba constantemente, de cosas que lo hacían sonreír. Le leía el libro y le contaba lo maravilloso que es la vida, a pesar de las circunstancias. -Qué bueno sería que pudiera recordarte –le dijo un día, mientras almorzaba, con cierto desconciertopero lo siento mucho, no tengo ni la menor idea de quién eres. Las cosas dentro de mi cabeza son como un torbellino que todo lo desordena. -No debes preocuparte por eso. Ahora no debes esforzarte por recordar. Es mejor que vivas lo que te toca vivir. Poco a poco, te llenarás de recuerdos nuevos. -A veces pienso -dijo- y siento que uno de alguna manera, ha vivido en otro espacio, en otro momento de la existencia, pero en un momento determinado


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de la vida, pasas de ese lugar a otro, desconocido para nosotros, con gentes extrañas, paisajes extraños, en fin, con la mente en blanco; y quizás es como tú dices, Friedrich, nos vamos llenando de recuerdos nuevos. -En realidad es así –aseguró el otro chico mientras le llevaba la cuchara a la boca con la porción de comida. Jacob no podía mover sus brazos, aun estaban adoloridos por las heridas-. Debes confiar en esas caras nuevas, esas que conseguiste cuando viniste a este nuevo mundo, a esta nueva realidad. Muchos no quieren hacerte daño aquí, yo menos que nadie; en cambio, la otra vida, la que dejaste atrás y que no recuerdas, te colocó en una situación muy difícil y te expulsó y te trajo a esta otra nueva existencia y aquí estaba yo, esperándote para recibirte. -Te lo agradezco mucho…digo, que me hayas cuidado, -señaló Jacob, aun sin sonreír. Su confusión por la situación en que se encontraba, no le permitía tener sensaciones o emociones; solo estaba allí, ocupando un espacio en un determinado lugar, sintiendo tan solo las necesidades básicas-. Aunque me ha costado confiar en todos…en ti, sobretodo… me he dado cuenta que eres una buena persona y que no me harías daño, al contrario, creo que me hubiese perdido doblemente, sino hubieses estado conmigo. -Me alegra mucho que ya estés confiando en mí. Tampoco quiero imaginarme que me hubiese pasado a mí si no te fuese encontrado. Pero, con respecto a la confianza, créeme, nunca te haría daño. Pero hay


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algo que dentro de lo malo, es bueno. -¿Qué será? –Preguntó Jacob. -A lo menos, recuerdas a tus padres y a tu abuela. Eso es algo bueno. Es una lucecita que está alumbrando el camino. Tus recuerdos deben estar al final, donde esta esa pequeña luz. Solo debes intentar llegar a ella. -Tal vez, pero…no tengo idea de cómo hacerlo. En cuanto a mis padres, no sé en donde encontrarlos. Puedo recordar sus caras y sus afectos, pero en un lugar lejano, muy diferente a este. Yo no recuerdo como llegar a ese lugar. Solo recuerdo un jardín y a mi madre y a mi abuela, cultivando las rosas, y a mi padre, sonriendo junto a mí, en una esquina cerca de mi casa. Me llevaba de la mano entonces. Es lo único que recuerdo. Jacob entristeció enormemente. Sus ojos se cerraron mientras brotaban lágrimas del pasado. Friedrich, trató de contener las suyas. Lo tomó de la mano y lo hizo caminar hasta el balconcillo de la casa, en donde había muchas flores y se veía el trayecto del rio, brillando y buscando su camino, tal y como estaba él, intentando buscar el suyo. -¿Sabes que quisiera? –Requirió. Su mirada se extasiaba mirando el curso del rio. -¿Qué, dime? Lo que tú me pidas, chico judío. Jacob lo miró, con una mirada profunda, como si aquellas últimas dos palabras, tuvieran un fundamental significado. Quedose así unos instantes, muy breves. Luego prosiguió. -Quiero caminar por la orilla de aquel rio y sentarme a contemplarlo. -Sería maravilloso. –Señaló Friedrich-. ¿Me llevo el


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libro? –Preguntó. -Por supuesto. Quiero saber qué pasó con Rhett Butler. ¿A dónde tendrá pensado ir? Me causa gracia la forma en que se burla de su familia. -Ya lo sabrás, amor. –Señaló Friedrich de manera inconsciente. No midió las consecuencias de haber dicho aquella palabra. Tal vez sintió necesidad de llamarlo así; aun lo amaba, más que nunca, incluso y no quería perder las cosas bellas que habían vivido. -¿Amor? –Preguntó Jacob sorprendido -¿Por qué me dices amor? Sin embargo, inmediatamente, perdió el interés por lo ocurrido-. Vamos de inmediato, me hace falta tomar un poco de aire. Caminaron un trecho largo por una vereda que llevaba directamente al pequeño muelle que estaba en uno de los tramos. Friedrich lo observaba incesablemente. Deseaba poder abrazarlo y decirle cuanto lo amaba. En esos momentos, sentía en Jacob, una inusual admiración. No entendía, o no concebía, lo afortunado que fue, haber conocido a ese chico, tan perfecto, tan hermoso, tan maravilloso. Sentía que no merecía tanta benevolencia de aquel Dios en quien creía su amado. A pesar de no tenerlo en mente y alma, en tanto estuviera amnésico, era feliz. A lo menos, lo tenía consigo, aunque no lo reconociese como antes, se conformaba con ver aquellos ojos negros que brillaban como las estrellas. -Sentémonos allí, en ese tronco. Te daré postre y luego te leeré un poco. -¡Ah! ¡Se le aprecia! Mientras saboreaba el pastel de arándanos que


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había preparado Lucia, una amiga italiana que residía en la casa de junto, Friedrich comenzó a leerle un fragmento, aquel al que hacía referencia Jacob, sobre el destino de Rhett Butler: “-¿A dónde piensas ir? Los ojos de Rhett brillaron al contestar: -Tal vez a Inglaterra, o a París. Tal vez a Charleston, a intentar hacer las paces con mi gente. -Pero si los odias. Te he oído muy a menudo reírte de ellos. -Me sigo riendo –dijo él, encogiéndose de hombros-. Pero ya he llegado al final de mi vida aventurera. Tengo cuarenta y cinco años, la edad en que un hombre empieza a conceder algún valor a las cosas que en la juventud trató tan a la ligera. La unión de la familia, el honor, la tranquilidad, tienen raíces demasiado hondas.” De momento, los ojos de Jacob se iluminaron. Dejó de un lado, el trozo de pastel que estaba engullendo, le pareció interesante aquel fragmento, sobre todo, la última frase: “la unión de la familia, el honor, la tranquilidad, tienen raíces demasiado hondas”. Pensó en aquella frase, y se sintió así, como Rhett Buttler. Se imaginó que el personaje, al igual que él, sentía dentro de sí, que algo faltaba en su vida, algo muy diferente a lo que había tenido y vivido hasta ahora en esa vida libertina. Sin embargo, llegaba a la conclusión, de que aquello que estaba sintiendo él mismo y que contrastaba con lo que sentía Rhett, era tal vez, la ausencia de sus padres, de su abuela. Se quedó meditabundo, con la mirada hacía un lugar desconocido, un punto indeterminado en el


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infinito. Algo no estaba bien. Percibió, en ese preciso instante, que algo o alguien más, estaba faltando en su vida, no eran precisamente sus padres, o su abuela. Esa sensación de nostalgia y de zozobra que lo invadía por dentro, era la ausencia de alguien el cual no atinaba a reconocer o a recordar. Percibió, una sensación de apego, de afecto, de… ¿amor? Friedrich lo observaba. Sabía que algo, muy dentro de él, estaba ocurriendo al advertirlo de esa manera. Nunca antes, por lo menos desde que perdió la memoria, lo había visto en aquella actitud. Lo percibió ansioso, como queriendo encontrar alguna respuesta que lo restituyera a su estado habitual. Pero él, no forzaría las cosas. Debía dejar que los recuerdos vengan por si solos. No lo presionaría con los momentos que vivieron en el pasado. Entonces, prosiguió con el último fragmento de ese día: -“¡Oh, no me estoy retractando, no me arrepiento de ninguno de mis actos! Me he dado la gran vida. Una vida tan excelente, que ahora empieza a perder sabor y necesito algo distinto. No, nunca he pensado en cambiar más que las manchas de la piel, pero quiero conseguir la apariencia exterior de la respetabilidad. La respetabilidad ajena, querida mía. La tranquila dignidad que puede tener la vida, vivida entre gentes distinguidas. Cuando viví esa vida, no aprecié su sereno encanto.” Algo maravilloso pasó entonces. Friedrich contempló a Jacob sonreír. Su semblante apagado y ausente, se había iluminado con la más hermosa de las sonrisas, algo que para él, era lo más bello que habían visto sus ojos después de haberlo conocido en las afueras


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del Olimpia Stadion. Luego, regresaron a casa, felices por el día hermoso que habían pasado. El seis de abril del 44, los chicos estaban sentados en la terraza de la casa, saboreando una cerveza y hablando tonterías de chicos. Jacob se había recuperado notablemente de las heridas y había recuperado, también, su peso habitual. Ya su ánimo y su semblante, habían tomado el vigor y la belleza de la juventud. Sonreía más a menudo y de vez en cuando, le gastaba una que otra broma a su compañero. Tal vez, aquellos viejos momentos en Berlín, cuando salían a divertirse y jugarse bromas, los tenía archivados en su subconsciente Entonces, le gustaba verlo enojado, cuando le jugaba sus trastadas. Nadie imaginaría, la felicidad que sentía Friedrich al verlo tan animado. Aun lo consentía, le seguía llevando la cuchara a la boca para darle sus bocados de tartas y pasteles, le ayudaba a lavar la ropa y a arreglársela en un pequeño armario de madera que había en una pequeña salita, le daba masajes en los pies, para mantenérselos calientes. Eran felices entonces, y aunque Jacob no manifestaba sentimiento alguno hacia Friedrich, esto en lo que se refiere a amor de pareja, le encantaba que lo mimaran. -Que hermosa está la tarde, chico judío. -Dijo a propósito, intentando accionar, alguna reacción en él. Jamás había aludido nada sobre la guerra. Friedrich prefería mantenerlo alejado de esa realidad. Trataba más bien de hacerle pasar los mejores momentos. -¿Cómo me dijiste? –Le preguntó en tono picaresco-. Eso me parece haberlo escuchado antes, en algún


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lugar. Ya me lo has dicho un par de veces desde que estamos aquí. -Perdona. ¿Te molesta? -¡No, en lo absoluto! Creo que soy judío. Mis padres lo eran, o eso recuerdo. -Tal vez… Tú los conoces mejor que yo. -Te aseguro que mucho mejor que tú. –Recalcó Jacob-. ¿Quién es sacha? –Preguntó de golpe? Friedrich palideció de súbito. Aquel efímero recuerdo que había evocado de la nada el jovencito, lo había dejado perplejo. Quería que recordara, pero no las cosas más tristes y fatídicas. Trató de cambiarle la conversación. -Creo que es un campesino que vive del otro lado del rio… ¿recuerdas?, aquel que nos prestó su bote para ir de pesca. -¡Ah sií! Lo recuerdo. Pero… ¿sasha era su nombre? -No…en realidad así le dicen. Su nombre es… -Hizo una pausa, porque no encontró, de momento, que nombre podría inventarle. Luego, le dijo: -Karl…Karl se llama el campesino…si…si…Karl. Respiró profundamente, mientras denotaba nerviosismo por el incidente. Pero así como ocurrió, se olvidó de inmediato. -Vamos a cortar unas flores. -¿Quieres cortar flores? ¿Acaso no te toca la siesta? -No quiero dormir ahora. Necesito aire fresco y… cortar flores. -Eres un testarudo… Jacob, al escuchar aquel calificativo, quedóse en silencio. Comenzó a quejarse y a colocar sus manos en la cabeza. Apretó sus ojos fuertemente, afectado,


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en sobremanera, por aquel dolor. -¿Qué te ocurre Jacob? –Preguntó Friedrich desesperado mientras trataba de controlarlo-. Dime por Dios… ¿Qué te ocurre? -No te preocupes mi amor…Ya se me está calmando. Friedrich lo miró incrédulo. Sintió palidecer de manera precipitada y se aproximó a él para mirarlo con mayor detenimiento. No podía creer lo que había escuchado de aquellos labios. -¿Qué dijiste? No te escuché. –Interpeló vehementemente al joven. Deseaba oír lo que creyó haber escuchado momentos antes. -Que no te preocupes. –Respondió entonces, de la manera más inocente que pudiera existir. -¡Nooo! ¡Después de eso! ¿Cómo me dijiste? – Insistió Friedrich. -No te preocupes…mi amor, es lo que dije. ¿Por qué me lo preguntas con tanta efusividad? ¿Acaso no estamos acostumbrados a tratarnos de esa manera? ¿Es que ya no quieres que te alague como lo hemos hecho siempre? Friedrich quedó totalmente absorto ante las circunstancias, se aisló por un buen rato de toda realidad. No tenía la menor idea, a pesar que tanto lo había deseado y esperado, de cómo asimilar aquel acontecimiento tan importante en su vida. La vuelta a la realidad de su amado judío, lo había tomado por sorpresa. Se tambaleó al sentir el flaqueo de sus piernas, pero trató de mantener la calma. -Yo…yo…no sé qué decir. ¡lo siento Jacob! -atinó a pronunciar-. Es que yo no me esperaba hoy que… o si, si, por supuesto, siempre lo había esperado. -¿Qué te ocurre chico tonto? –Interrumpió el joven


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de ojos negros y largas pestañas- ¿Acaso no te sientes bien? De repente palideciste y eso me asustó mucho, mi amor. -¿Sabes quién soy? ¿Me recuerdas? Sus lágrimas comenzaron a fluir y sus manos temblaban y sudaban, como aquel día en el café Romanisches, mientras esperaba a Jacob, sentado en aquella mesilla con el strudel de manzanas y el café que no le agradó, en lo absoluto. Era la misma cara, la misma mirada de emoción al verlo llegar nuevamente, en ese instante. No sabía qué hacer, ni que pensar, ni que decir, si abrazarlo y besarlo, si esperar a que fuese él quien lo buscase y lo abrazase. Al final, ambos corrieron a encontrarse frente a frente. Acariciaron sus cabellos y sus mejillas libremente, sin prejuicios ni miradas tontas que los hiciesen sentir incómodos. Friedrich besó los tan ansiados ojos negros de su amor, éste, le secaba las lagrimas. Se miraban como si nunca antes habían visto algo tan maravilloso. -No llores mi amor…Ya he regresado, ya estoy aquí y nunca más me iré de tu lado, si tú así lo deseas. -¡Si…has regresado! Yo he regresado contigo. Allí, en Bamberg, estuvieron hasta finales de Diciembre de 1946. Ya la pesadilla de la guerra había terminado. Viajaron posteriormente a Suiza, junto a Annika y Karl, donde estuvieron hasta enero de 1948, cuando decidieron radicarse en París.


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CAPITULO XX París, septiembre de 1948. -¿Qué haces? Preguntó Friedrich, mientras lo avistaba, fascinado, desde el jardín a través de la ventana. Hacía rato que lo estaba observando. No podía ser de otra forma. -Escribo una carta para mi padre –respondió con suave voz- debe estar muy preocupado por mí. –Suspiró hondamente, mientras Friedrich lo sorprendía por la espalda con un beso en la mejilla y una hermosa rosa roja que había recién cortado. -¿No habían amarillas? –Preguntó el Jacob, con una sonrisa esplendida, quizás la más hermosa y feliz que haya mostrado en su vida- ¡siempre me traes amarillas! -indicó, mientras lo miraba de soslayo. -¡Hoy quise traerte rojas! -Le susurró al oído- ¡estaban tan hermosas!… no resistí la tentación y corté una para ti, que también estas hermoso…por cierto. -¿Sabes Friedrich? –Preguntó-. Me parece mentira que estemos juntos, después de tanto tiempo y tantas distancias ¡Y en París! Como lo soñamos. – ¡Shhh! ¡Caya! Quiero que olvidemos las cosas malas. Hoy es tiempo para vivir y amarnos. -Me has hecho el hombre más feliz del mundo y esto, te lo estaré agradecido toda la vida. Te aseguro que no dejaré de hacerte feliz ni un instante. Ya no quiero estar separado de ti nunca más. Estuve recordando el pasado, durante la guerra y… créeme, vivir sin ti, fue lo más terrible por lo que pude haber pasado. Ya eso se acabó. -¡Sí, lo sé!…Las distancias se terminaron, nuestro anillo nos reencontró…y ahora, tenemos todo el tiempo del mundo para disfrutar de nuestra felicidad.


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-¡El anillo!.. -Suspiró Jacob, mientras lo detallaba con amor; lo tenía puesto en el anular de su mano. Lo sacó luego de su dedo, le dio un beso tierno en tanto cerraba sus ojos y tomando las manos de Friedrich, se lo colocó mientras le decía: -Es tiempo de que tú lo lleves… Una pequeña lágrima, cayó en la mano de Jacob. Este pasó sus labios para sorberla con delicadeza. -Si no fuese sido por este anillo, mi cielo, quizás no te fuera encontrado. Él fue quien me llevó a ti. ¿Recuerdas lo que dijiste en el Romanisches?: “El anillo me llevará a ti”. -Y te trajo a mí, como lo prometimos. Friedrich guardó silencio mientras meditaba y reflexionaba todo aquello por lo que habían pasado. Luego, observando la carta que Jacob escribía, le dijo: -Qué le has escrito a tu padre? ¿Le has hablado de mí, de nosotros? -¡Muchísimo! –Afirmó el joven judío- La carta solo habla de ti. -¡No te creo! Ambos sonrieron, luego Friedrich lo besó en la frente ¿Sabes? Existe algo en ti que admiro en sobremanera y…créeme, verdaderamente me conmueve. Es saber que arriesgaste tu vida solo para salvarme, buscarme durante tanto tiempo hasta encontrarme. Quizás yo no lo hubiese hecho mejor, por lo menos con tanta voluntad. -Se que si lo hubieras hecho, mi amor. Te conozco demasiado como para saber que lo hubieses hecho. No solo por mí, sino por cualquiera. No es poca cosa que hayas ayudado a treinta judíos a salir de Alemania.


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Eso quizás, no lo hubiese hecho yo. Algún día la vida te lo premiará. -¿Qué estás diciendo? ¿Acaso crees que no me ha premiado ya? Desde que te conocí, desde ese mismo día, la vida me cambió para siempre. Soy el chico judío más afortunado. -¿Jacob? -Dime…amor mío. –Respondió, mientras sostenía en su mano, la plumilla con que estaba escribiendo la carta. Miró a Friedrich como si no hubiese visto algo más hermoso en toda su vida. -Creo que te fuera ido a buscar hasta el fin del mundo si hubiese sido necesario, y siempre lo haría. Pero… ya no quiero hablar de distancias ni de separaciones… Más bien, háblame de esa carta… ¿Qué le escribes a papá? -¡Muchas cosas! Hablo de él, de mi madre, de mí…de esas cosas que pasaron y que es necesario hablarlas para finiquitar esa etapa de la vida…por supuesto, hablo de ti y de lo que significas para mí. Las mejillas de Friedrich se sonrojaron. Quizás, la emoción de tenerlo nuevamente, le jugó una trastada. Quiso controlar la situación y preguntó: - ¿Y crees que se encuentre bien? ¿Aun está en América? -No lo sé –suspiró- me siento culpable por que no le he escrito desde hace años…Ni siquiera sé si está con vida. No sé nada de él desde que recibí una última hace casi ocho años. -Estuviste recuperándote durante mucho tiempo – trató de reconfortarlo Friedrich-. Tus traumas físicos y psíquicos nos dieron mucho trabajo. Luego nos fuimos a Bamberg, para terminar tu recuperación. Pero


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entiendo, ya es hora que sepa de ti, de que ambos se comuniquen, que sepa que estás bien. -Solo yo espero que él lo esté. -No estés triste. No le cuentes cosas que lo atormenten, además, tiene que conocer a su yerno –Dijo, con picardía-. -Le contaré lo maravilloso que eres, el amor que nos tenemos. ¡Debe saber que me salvaste la vida… de mil maneras… me salvaste!... Se miraron apasionadamente. Si las mirabas fuesen palabras de amor para expresar lo que verdaderamente se siente, no haría falta pronunciar nada, esas miradas gritaban el amor que se sentían. Pero ese era su mundo y a nadie debía importarle, solo a ellos. No había espacio para nadie más. En realidad, no hacían falta palabras para saber cuánto se amaban. -¿Y cuando piensas enviársela? –Preguntó Friedrich. -La semana que viene. Que bueno que pudiste recuperar las cartas que te escribí aquellos días. -Pensé que no lo haría –dijo Friedrich- pero ya ves. Gracias a Annika que pudo enviármelas antes de salir de Alemania, es que puedo disfrutarlas de vez en cuando. Por cierto, ¿Cuándo regresarás a la universidad? Quiero que retomes tu carrera. -También estoy en eso, solo tenemos que ver los prospectos y establecernos en el lugar más cercano a la facultad. -Bueno, recuerda que el señor Giuseppe nos ofreció la casa, no quería dejarla en manos extrañas, en realidad nos ha tomado aprecio. A mí me gusta este lugar… estamos en París y seguramente encontraremos aquí una buena universidad. ¿Por qué no la compramos y


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nos quedamos viviendo en ella…para siempre. -¿Te gustaría? -¡No tienes idea! -Pensé que querías regresar a Berlín. -¡No Jacob! Después que mamá y papá murieron y Annika se fue a Suiza, no he querido remover esos recuerdos. ¡Por cierto, ella te manda saludos y espera que vayamos pronto a visitarla. Esta muy feliz con Karl, esperando su segundo hijo. -¿En verdad? ¡Qué emoción! Espero que esta vez sea una niña…una mujercita. -¡Sí! Llegará para finales de mayo, en la primavera. Acabo de recoger una carta suya. ¡Cuánto me alegro. Ustedes llegaron a mi vida y desde entonces, se quedaron para siempre en mi corazón. Los chicos charlaban de sus cosas y lo hacían de la manera más cálida y tierna. Jamás hubiesen querido que fuera de otra forma. A pesar de las perdidas, de las tragedias y las circunstancias pasadas, hoy todo estaba bien. Había mucha felicidad en derredor y querían aprovecharla al máximo. -Quiero ver que dice la carta de tu papá. Quiso arrebatársela de sus manos. Jacob luchó para que esto no ocurriese. Parecían dos chiquillos traviesos, jugando y riendo y persiguiéndose de un lado a otro de la casa. La escondió dentro de la gaveta del escritorio para que no pudiera verla. -No amor…aun no está terminada. Esta vez no quiero que hagas trampa. -Anda deja que la pueda ver… –insistió. -¡Noo! Espera a que la termine. Los niños buenos, deben portarse bien. -No soy un niño.


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-Si lo eres. -No lo soy. -Te prometo que te la enseño luego. Jacob, siguió escribiendo. Sus ojos estaban radiantes. Por fin, había encontrado la felicidad. Mientras tanto, Friedrich lo observaba con devoción, compartían las hermosas palabras que plasmaba el joven judío, en aquella carta: Berlín, 1948. Amado padre: No sabes cuánto me he alegrado saber de ti… Aunque, me duele en el alma, que no esté mamá. En estos días tranquilos, han llegado cartas con fechas recientes a tu partida con mamá hacia América, en los mismos días que estuve en casa de mi abuela. Sin embargo, la última tiene fecha de hace tan solo dos años: 15 de abril de 1946. No me explico, como pudo alguien resguardarlas, para después hacerlas llegar a mis manos. Pero de cualquier forma, a pesar de todo, me siento feliz al leerlas. No puedo negarte, papá, que lo que viví durante aquella guerra, fue una experiencia que jamás podré sacar de mi memoria. Aunque me he reconfortado estos últimos dos años, ¿sabes con quien?… Friedrich, ha sido mi gran fortaleza durante aquella guerra, lo cual fue una experiencia que no olvidaré… mientras este con vida. Había días enteros, en que mis ojos no paraban de llorar, mis lágrimas eran incontenibles, sobre todo, cuando me enteré de la forma en que fueron exterminados todos mis amigos y muchos seres humanos que no merecían morir así, tan solo por ser diferentes…


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Esas imágenes, aunque ya haya pasado toda aquella atrocidad, siguen atormentando mis recuerdos, de igual manera que cuando comencé a darme cuenta, por primera vez, de la forma en que eran cometidos aquellos atroces exterminios. Papá, perdona si te atormento con los detalles de lo que viví durante mi espantosa experiencia, pero quiero que sepas, por lo que pasé en esos días, necesito cerrar ese capítulo a través de estas líneas… no creas que te reprocho que me hayas dejado en casa de mi abuela…en el fondo, sabía que debías huir con mamá…sabía que debían salvar sus vidas, porque era la mujer a quien amabas y también sabía de la intención que tenías de enviar por mí y por mi abuela…entonces pensabas, que las cosas no empeorarían. ¿Sabes? Papá… hay algo que quisiera borrar para siempre de mi memoria… Por las noches, tengo aquellas horribles pesadillas sobre esos sucesos que marcaron mi vida… Sueño, casi todas las noches, haber caminado por las fosas de la muerte… repleta de cadáveres… cientos de niños, mujeres, ancianos… todo aquello, lo tengo clavado en el más recóndito rincón de mi alma, aquellas inermes miradas que me persiguen a donde quiera que voy… y en el fondo, a pesar del trauma que tuve que pasar y que aún me espanta en sobremanera, doy gracias a Dios, que tu y mamá, se hayan ido de Alemania, a otro lugar más seguro. Jamás hubiera soportado saber que ustedes habrían podido pasar por eso… estar allí, tirados como muñecos muertos en aquellos campos fétidos.


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Recuerdo… papá, aquellos camiones verdes, después me enteré que eran llamados Gaswagen… camiones hechos por aquellas fábricas, en donde también elaboraban, los que utilizábamos en nuestra empresa de transporte, en Dresde. ¿Recuerdas? Aquel terrorífico camión verde que asfixiaba rápidamente a tantas personas. Supe también, que tu amigo Himmler… ¿lo recuerdas? fue el que ideó ese macabro método de matanza a judíos, y a toda clase de persona que no era útil para los alemanes. Ese oscuro personaje, visitó, en diferentes oportunidades nuestra empresa, ofreciendo las últimas tecnologías en trasportes de carga, para salir adelante con nuestro negocio. Con él, nuestra flota fue creciendo y lamento mucho, que hayamos tenido que ver con ese siniestro personaje. Hoy, doy gracias a Dios, de que todo haya pasado, estoy tranquilo, a pesar de todo, con mi amado Friedrich… Quizás deba pedirte perdón por ser como soy, pero se, que tu a eso no le das importancia; lo he sabido porque Gertrudis, una amiga tuya que vimo a París, a ver a su hijo, me lo comentó un día. Por cierto… ya Gertrudis ha encontrado a Bernard, los rusos le proporcionaron la información acerca de su paradero; él está bien… con algunos traumas, pero está bien. Pronto regresarán a América. Papá... pronto iré a tu lado, con mi amado… podré abrazarte nuevamente y sentir el olor a tabaco que siempre tenías impregnado sobre tu camisa. Friedrich desea conocerte y abrazarte también... Espero le permitas que te llame papá, el lo ansia de esa forma.


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Quiero verte lo más pronto posible. Por los momentos, estoy arreglando las cosas legales para poder tener entrada en Estados Unidos. Por ahora, quiero despedirme. Pero quiero que sepas, que te amo y que jamás volveré a contarte las cosas que viví en aquellos años nefastos… no te atormentaré mas y trataré de olvidar ese episodio de nuestras vidas. Te prometo que hoy será la última vez que lo haga. Hasta pronto padre. Te ama… Tu hijo… Jacob… …y fue así, como sucedieron las cosas. No podían haber sido diferentes. Yo, Jacob Goldblum Wolowitz, fui testigo de todo lo que se ha escrito en estas páginas, porque lo viví en carne propia. Nunca logré ver a mi padre, el falleció en un accidente automovilístico en New York en 1949, pero murió feliz; era aficionado a los autos deportivos, y aunque no tenía edad para conducir un Ferrari, un amigo suyo le permitió conducir el suyo. Friedrich y yo, pudimos vencer todos los escrúpulos. Nuestros sentimientos particulares, no se dejaron influenciar por los prejuicios mal intencionados. Impusimos nuestras propias reglas. Aun continuamos en Francia. Sigue siendo un testarudo, pero aun así, junto a él, he sido la persona más feliz del mundo. Ahora tengo sesenta y un años y él, cincuenta y ocho y todos los días de la vida, al despertarme, encuentro


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una rosa sobre mi almohada. Por las noches, leemos aquellas cartas que tanto nos reconfortaron, nunca dormiríamos si no fuera de esa manera. Jamás podría despertar mejor, sin esos detalles que lo hacen a él, tan especial.

FIN


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DEDICADO A TODAS AQUELLAS PERSONAS QUE HAN AMADO Y HAN LUCHADO POR CONSEGUIR SU LUGAR EN LA SOCIEDAD A

COSTA DE LO QUE SEA, PARA NO SEGUIR SIENDO PREJUZGADOS POR EL RESTO DEL MUNDO SOLO POR EL HECHO DE SER DIFERENTES. ELLOS LUCHAN POR SALIR ADELANTE Y ENCONTRAR EL AMOR DE SU VIDA Y LO DEFIENDEN COMO DEFENDERIAN SU VIDA PROPIA… Maracay 30 DE JULIO 2018


LAS CRONICAS DE GRANDSORWISH EL COMIENZO Hubo un tiempo, cuando no existía el tiempo, ni la distancia, ni el espacio, solo la nada, una vasta fosa llena de desolación y tinieblas, morada de dos seres inmortales y poderosos, con tal poder, que nadie podía imponerse sobre ellos. Solo los dos podían ser, solo ellos podían estar, solo ellos dos podían existir y ser tan iguales en sus pensamientos y en sus obras. Un día, después de pensar y pensar y pensar, se decidieron realizar la mas basta, fabulosa y hermosa de sus creaciones. Aunque sabían lo que querían crear, no podían ponerse de acuerdo, porque cada uno de ellos tenía su propia idea, cada cual sabia como querría que fuese su obra; a ambos los impulsaba el deseo de llenar el desierto, solitario y obscuro vacio que los rodeaba. Eran dos dioses omnipotentes, hermanos, muy unidos por el amor que caracterizaba a los verdaderos seres inmortales que querían llenar de color y vida todo ese gran infinito en donde moraban. Discutían y debatían, sin vanas controversias, sobre el mundo que cada quien deseaba originar. Uno de ellos, El-Elyón, deseaba erigir un mundo real, con seres semejantes a él, pero diferentes entre sí. Vivirían en un paraíso lleno de hermosos paisajes y en donde pudieran tener todo lo que desearan, en donde no experimentaran la maldad, la codicia, la lujuria y la envidia y para que fuesen probados, se les impondrían condiciones, para que no se sintieran tentados a contradecir lo que su Dios les instruyera, evitando de tal forma, llegar a ser todo poderosos como su progenitor, superando así,


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el poder que caracterizaba al inmortal que los creó. A estos seres físicos, hechos a imagen y semejanza, ElElyón los llamaría: el-hombre, el-humano. Por otro lado, Triitas, el menor de los Dioses, quería un mundo más esencial, fantástico, mágico y lleno de seres encantadores y que aprendieran a usar ese encanto para vivir felices en ese mundo también lleno de hermosas y maravillosas criaturas, que simplemente se protegieran entre sí, sin condiciones, libres, para que no se sintieran tentados a enfrentarse ante su mentor, ni codiciar su poder, por el resentimiento que acarrearía tales imposiciones. A estos seres, no les tenía un nombre específico, pues, solo esperaba llenar el espacio, el vacio; se imaginaba que esta confección le proporcionaría, por si sola, la idea de cómo los llamaría. Eran dos, los dioses que vivían en aquella extensión impenetrable. No rivalizaban entre sí por lo que quería cada quien. Solo que no se ponían de acuerdo y por eso no se concretaba el deseo de ambos. Un día, tuvieron un extraño sueño. En este, se les revelaba, que aun sin tener necesidad de enfrentarse uno al otro, podían crear su propio mundo, en un lapso de tiempo determinado y en distintos espacios, en diferentes dimensiones, sin que uno de esos mundos supiera de la existencia del otro, a menos que fuera necesario. Los dos inmortales se sentaron juntos, frente a frente y hablaron de sus respectivas visiones y estuvieron de acuerdo pese a la tristeza que sintieron al saber que se separarían. Cuando llegó el momento de hacer lo que tanto habían deseado, el génesis de sus respectivos mundos, ambos se abrazaron y se desearon lo mejor, manifestando que si algún día uno necesitaba del


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otro, buscarían la manera de encontrarse. No se sabe si esto ocurrió; nunca se supo si volvieron a verse. Los dioses también tienen sus secretos. En el mismo instante de esta creación, hubo una gran explosión en aquel obscuro hueco y todo se iluminó y los Dioses fueron separados en dimensiones diferentes, cayendo cada uno, en una extensión de espacios opuestos, lleno de infinitas tonalidades, revueltas y desordenadas. El-Elyón seleccionó, para comenzar a organizarlas, un color muy luminoso y cómo su resplandor era muy incandescente, tanto, que cegaba sus ojos, lo acomodó al lado de lo que quedaba de obscuridad, para que tal luminosidad se aplacara un poco. Así le dió armonía a su creación y nombró día a la parte resplandeciente y a la parte obscura la llamó, noche. Asimismo continuó por varios días, dibujando e inventando su propio mundo. Por otro lado, Triitas, tomó un color al que llamó “dauratus”, por su formidable pero sosegado brillo y lo esparció por todos lados, dándole esplendor a su respectivo espacio. Creó su mundo en doce días y para recordar el tiempo en que lo hizo, dibujó doce enormes montañas, que eran iluminadas por un gran sol dorado, que cubría con sus rayos todo aquello que había confeccionado. Advirtió, que en esas montañas faltaban seres vivientes y cosas sorprendentes. Entonces le agrego arboles, ríos y animales. Pero quería que estos bosques fueran vigilados por hermosas y mágicas criaturas, a las que llamó ninfas y hadas. En el ultimo día, quiso crear un linaje especial, que pudiera entenderse con él e introduciendo sus manos


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en unas de sus creaciones, a la que había llamado mar azul, extrajo dentro de sus palmas, una pequeña cantidad de agua, el cual esparció sobre la arena y moldeó unas hermosas criaturas que caminaban erguidas sobre grandes pies y a las que llamó: ázulis, porque las extrajo del azul del mar y les dio potestad para que dominaran sobre los demás y entregándoles un gran libro, con las páginas en blanco les dijo: -“¡Escriban, ázulis!, ¡Escriban que yo, el Gran Triitas, alumbré el mundo en que vivirán, pónganles nombre a toda criatura viviente y no viviente que sobre estas tierras se encuentren y vivan felices por siempre!”. Y Triitas, como había tenido mucho trabajo, se sintió cansado y decidió poner a cargo de su divina creación, a un ser hermoso, dotado de mucho poder y gran magia, para enseñar a los ázulis a vivir con esa gracia encantadora y la desarrollaran para hacer el bien. Habiendo hecho esto, se fue a descansar. El tiempo paso y Arión, el ser que había puesto a cargo, se llenó de recelo, codicia y envidia y decidió revelarse ante Triitas, quien lo reprendió y lo envió a lo mas profundo de la tierra, lo encadenó por dos mil años. Allí, en su presidio y poco a poco, se fue acrecentando su ira. Con la esperanza de volver después de esa condena, juró destruir todo lo que Triitas había creado. El odio lo transformó en un ser terrible, de aspecto terrorífico y se hizo llamar “Licantrus”. Durante todo ese tiempo, los ázulis vivieron en armonía y sin problemas, fundaron un Reino y lo dividieron en comarcas, donde se multiplicaron y desarrollaron. Triitas, llamado posteriormente por los ázulis “El Hada del Misterio Blanco”, finalmente pudo realizar aquel sueño, lleno de hermosas historias y mágicas


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aventuras. Todo lo que se había propuesto lo había hecho. Su mundo era dorado, era hermoso, como el más hermoso de los seres que pudieran existir jamás. A lo largo de los tiempos, fue agregando a su creación más y más criaturas mágicas, sublimes y fantásticas y se regocijaba en hacerlo. De vez en cuando, bajaba de su morada que ya no estaba vacía y compartía con los ázulis, las hadas y las ninfas de los bosques, la alegría de haberlos hecho tan hermosos. Cada cierto tiempo, calculando que ya tenían alguna historia que contar, Triitas les solicitaba a los que había puesto como gobernantes de aquel mundo, que les leyeran aquel libro, el cual lo ázulis llamaban: “El Gran Libro de la Magia y de las Profecías”, porque en sus páginas, escritas con sabiduría e inspiradas por su divinidad, se describía el pasado, el presente y el futuro del mundo, así como las enseñanzas de la magia, de los conjuros y de los hechizos, los cuales debían dominar a la perfección para poder defender, en un momento dado, aquellos dorados montes. Por mucho, mucho, mucho tiempo, vivieron felices, gobernados por un sabio Rey, que junto a los guardianes del Gran Libro, estaban llenos de sabiduría e investidos de gran poder, para resolver con sus artes, cualquier circunstancia que pudiera poner en peligro el mundo en que vivían. Nunca se había visto un mundo tan maravilloso. Parecía irreal. Nadie se imaginó, ni tampoco hubieran querido hacerlo, salir de los límites de ese fantástico lugar. Hoy, ha pasado el tiempo y muchos de los que una vez


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lucharon por su estirpe, ya se habían ido; los que aun quedaban, ancianos y llenos de gloria, se sentaban, junto a los niños a dar testimonio de sus hazañas, esperanzados en que ese legado no se perdería y el futuro no fuese incierto, ilusionados y confiados en que esos jóvenes seguirían contando estas memorias a través de los tiempos, como lo hicieron algunos de sus antepasados. Esta es la historia que describe aquel Reino mágico, dentro de las montañas doradas de Grandsorwish y del cual, yo forme parte.


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LAS CRONICAS DE GRANDSORWISH CAPITULO I LAS MONTAÑAS DORADAS -Me parece que el tiempo no ha pasado en Grandsorwish, mi querido amigo. -Le dijo el viejo Tirilo a Arquelaes. -Regresar después de tantos años y ver que este lugar se mantuvo en pie, después de todo aquello, me causa mucha emoción y mi corazón palpita, con frenesí dentro de mi pecho, queriendo salirse de su lugar y recorrer, nuevamente, los viejos recovecos. -Hizo una pausa mientras repasaba, con su vista, el lejano horizonte y las bastas montañas. Luego, agregó: -Con mi edad, mis ojos están ya resecos, pero, a pesar de ello, no puedo evitar llorar al encontrarme de nuevo con los míos…con mi casa. Arquelaes, dejó estampar una tierna sonrisa desde sus ya arrugados labios y posó su temblorosa mano sobre el hombro de Tirilo, mientras le decía, emocionado de volver a verlo: -¡Para mi nada ha cambiado, mi viejo amigo! ¡Mis recuerdos siguen tan frescos como entonces! Desde que pasó todo aquello, decidí quedarme en Grandsorwish. ¡Jamás volví a salir de estos predios! ¡No quise dejar mis sembradíos de rábanos, ¡Ah! ¡Hermosos rábanos! ¡Y los esponjosos brócoles! Después de aquella batalla, me dediqué a la tierra, pero mi memoria viaja y los recuerdos vienen de vez en cuando. -¿Y todavía, después de tantos años, tienes recuerdos? Bromeó, Tirilo, con un tono dulce, como sacado de la miel de aquellas abejeras que encontraban en los


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campos de Grandsorwish. Sonreía… como un chaval. -¡Ah! ¡Sí! Suspiró hondamente el viejo Arquelaes. -¡Cómo olvidar aquellos años, cuando aún éramos unos niños inexpertos en las batallas! Krisklinit nos lanzó al campo para que nos curtiéramos en las contiendas, aun sin la experiencia necesaria. Los dos ancianos se sentaron en la plaza, a mirar desde allí, el esplendor de las montañas. Tirilo, que ya casi no podía caminar, suspirando le dijo: -A diferencia de ti, mi entrañable amigo, ya este pobre viejo no tiene casi memoria. Solo mirando esas montañas, he podido recordar a algunos de nuestros amigos: Irk, Troito, Horsus, Kaia, Nérfis, pero a tantos otros no puedo recordarlos. El longevo Arquelaes, miraba fijamente a su entrañable compañero, tratando de acercarse un poco más a él, pues no escuchaba con claridad, sus palabras, su oído se hacía, con la edad, más endeble-. Todos pusieron en riesgo sus vidas por mantener la paz en estos valles. -Dijo- ¡Ah!.. Muchos se fueron entonces; se hicieron héroes y alcanzaron la gloria, y ahora sus espíritus, vagan dichosos por estos montes. -Ahora que estas a mi lado -señaló Tirilo con quebrada voz- hablándome de esa manera y viendo a Grandsorwish como lo dejé, hace ya tantos años, algunos recuerdos retornan a mi memoria. Los dos ancianos soltaron sendas carcajadas mientras iban recordando las hazañas vividas años atras, en Grandsorwish. -¡Y lo conseguimos! Dijo Arquelaes con tierna emoción. Ya ni la edad le permitía el lujo de emocionarse como Dios manda-. ¡A duras penas, pero lo conseguimos! Mucho aprendimos en esas contiendas. Y ahora, lo


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que nos queda es terminar nuestros últimos años disfrutando en vida, de la apacible gloria. -¡Ironías de esta vida! -Señaló Tirilo. -Los héroes obtienen la gloria solo después que perecen en las batallas, luchando por sus pueblos, pero nosotros, aun en este plano, podemos ver esa gloria personalmente, no obstante nuestra vejez. Nuestros espíritus no han saboreado la inmortalidad, pero nuestros cuerpos, vagan como sombras por estos valles, de la manos del espíritu de nuestros compañeros. Los dos viejos volvieron a sonreír, mientras veían pasar a un grupo de niños corriendo frente ellos. -¡Ahora! -dijo Tirilo con el ánimo esperanzado, señalándolos mientras pasaban- ¡Eh allí el futuro de Grandsorwish! El legado que les dejamos a todos estos vástagos, ya está rindiendo sus frutos. -¡Sí, mi amigo! Y eso me enorgullece mucho. –Apuntó, sonriente. -¿Tú crees que fue la magia? -¡La magia!.. –Dijo, imprimiendo en esas palabras, un aire de misticismo-. Luego, señaló: -El manuscrito profético lo dice en sus páginas: “Aun en nuestros tiempos, inclusive en los postreros años, la magia siempre estará presente”. Pero algún día, y esto lo digo yo, con mis propias palabras, esperando no ser juzgado por el Dios, por lo que digo… si la magia se termina, ya habremos delegado a todas estos serpollos, lo que nosotros aprendimos. -¿Y qué crees que fue de aquel chico? -Interrogó Tirilo. -¡Ah! ¿Te refieres a aquel pequeño? -¡Sí! ¡A ese niño… al vástago humano! -Ah de ser todo un hombre, un gran hombre…con el


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alma indómita. -Respondió Arquelaes-. Una cosa es segura Tirilo –dijo- mira esas caras, mira esos espíritus, mira a esos potrillos, impetuosos y rebosantes de alegría; en todos ellos está el alma de aquel jovencito, todos ellos llevan el alma del pequeño Ashram. -¿Crees que nos recuerde? -¡Sin duda alguna! De pronto, un grupo de traviesos, de los que correteaban por el lugar, se acercaron, briosos, hasta donde se encontraban los dos ancianos conversando. -¡Abuelo! ¡Abuelo! - Gritó uno de ellos, mientras se acercaban precipitadamente, excitados-.Cuéntanos la historia de aquel pequeño, el que salvó al Reino. Tienes tiempo que no lo haces. -Bélgrat – contestó el anciano- ya estoy muy viejo y cansado para estar contando historias. Mi espíritu ya esta añejo, al igual que mi memoria. – -¡Anda abuelo, Estoy seguro que podrás recordarlo. El anciano, quedó absortó en sus recuerdos, como viajando dentro de sí, tratando de evocar los viejos tiempos vividos en su adorado Grandsorwish. -¡Qué amigo! ¿Ya lo olvidaste? – Inquirió Tirilo- no me hagas quedar mal viejo loco, mira que las cosas buenas de la vida, no deben olvidarse. -¡Cómo podría olvidarlo! Suspiró, con su mirada perdida hacia el horizonte, como tratando de escudriñar sus más lejanos recuerdos-. Aunque quisiera borrarlo de mi memoria, no podría, lo recuerdo tan claramente como si fuera sido ayer. Sentando a su nieto sobre sus piernas, comenzó a soltar las palabras, más bien, a desenterrar los recuerdos, y cerró sus ojos, perdiéndose en esas memorias. -Todo comenzó en las montañas doradas de la región


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de Grandsorwish, cuyo resplandor, abarca más allá de estos bastos y azules valles, a unos cuantos kilómetros de Loreinhood. Las montañas estaban habitadas por mágicas criaturas. Ninguna criatura, que no fuera mágica, se había adentrado en aquellos bosques dorados, porque el resplandor de sus montes, hubiera cegado el ojo del invasor; si alguno hubiese puesto pie por estos senderos, de seguro, no hubiera vivido para contarlo. -Los seres vivientes que habitaban estos mágicos montes, tenían sus ojos cubiertos con el polvillo del gran aliento dorado que fluía del resuello de los vientos, y los hacía resistentes al brillo dorado de los bosques de Grandsorwish. Y así, con marcada dulzura y tratando de rebuscar sus más remotas vivencias, Arquelaes siguió narrándoles, como si estuviera en ese mismo instante, viviéndolas. En esos bosques, se encontraba el Reino azul, dividido en pequeñas comarcas, en donde vivían felices los ázuliz. Eran criaturas grandiosas, parecidos a los humanos, pero con más humanidad, de baja estatura y tenían los pies grandes y cubiertos de pelo. Eran frágiles, graciosos y discretos, muy hermosos por cierto, con ojos rasgados y orejas puntiagudas. Vivian en modestas comarcas, en pequeñas casas circulares, semi excavadas, hechas con madera, césped y barro; se encontraban aledañas al castillo, en el lado mágico de los valles poblados de abedules y sauces. Los ázulis cuidaban de estos árboles con mucho celo, pues sin sus bosques, no hubiesen podido sobrevivir. Casi nunca se alejaban de sus predios. De vez en cuando, para cumplir con alguna misión que


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ameritaba salir de Grandsorwish, traspasaban sus fronteras mágicas, hacia otras regiones muy lejanas y extrañas, en algunos casos, lo habían hecho hace muchos decenios, hacia el reino de los hombres, transformándose en humanos comunes, y lo hicieron, porque el manuscrito sorprendente tenia impreso en sus páginas, el porqué debían realizar esas arriesgadas travesías, y también les señalaba, la manera de cómo salir del Reino hacia aquel extraño mundo y como regresar nuevamente a sus tierras. Aunque no les agradaba mucho tener que arriesgarse en aquellas expediciones a aquel mundo hostil, donde sus habitantes eran criaturas impuras, sin alma y llenos de malicia, el manuscrito sorprendente les anunciaba, que debían hacer un último viaje hasta allá y mientras más pronto lo hicieran, mejor, porque estaba anunciada, una gran destrucción y la desaparición del Reino azul, el fin de las montañas doradas y de toda criatura que en ellas viviere. En el reino de los humanos, estaría, según el manuscrito sorprendente, el que salvaría de tal devastación, a todas esas montañas y las comarcas pertenecientes al Reino. En otras épocas, decenios atrás, ya no ocurre así, por mandato expreso del Rey, quien había prohibido hacerlo, ciertos ázulis, sobre todo los más jóvenes, influenciados y engañados por un malvado ser, quien les aseguraba que allí encontrarían valiosos tesoros y maravillosas aventuras, violaban las reglas y se escapaban fuera de los linderos del Reino, al mundo de estos humanos. Los ázuliz, podían estar fuera, solo a ciertas horas del día, ya que después de caer el sol, el brillo de las montañas se opacaba, y al no poder regresar aquellas criaturas a tiempo a sus mágicas


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tierras, quedaban atrapados en aquel mundo, transformados en humanos comunes y mundanos, hasta que aquel maléfico ser, que los había seducido para que fueran a esas bajas tierras, decidiera ir a buscarlos, para así adueñarse de sus almas. Cuando alguien traspasaba los límites del Reino azul, sus seres amados nunca volvían a encontrarlos, estaría perdido para siempre dentro de un mundo espantoso e indeseable.. También existían en Grandsordwish, las hadas necrófagas, quienes en un tiempo, muy distante por cierto, fueron llamadas hadas lúzelas, y formaban parte de la comunidad ázuli y eran protectoras de sus bosques, de sus montañas y de sus ríos. Garnokleo, quien era líder de esas hadas, escribano y guardián muy importante, de las reliquias del Rey, no se encontraba conforme con ese puesto. Era un ser cegado por la codicia y albergaba dentro de sí, el deseo de poseer el trono, y por eso, a pesar de que en el pasado fue un alma de buen corazón y pertenecía a la comunidad, ostentando tan alta jerarquía, ya venía planificando, subrepticiamente, la forma de adueñarse del cetro real. Convivir con los ázulis y formar parte importante de los guardianes del manuscrito sorprendente, no era precisamente lo que él tenía en mente; más bien ambicionaba ser superior a todos y destronar a Krisklinit, así, que con el tiempo, fue alimentando esas ansias de poder, tanto, que más adelante, comenzó con su conspiración y empezó tramar su estrategia para lograr su maléfico plan. Por medio de actos indignos e intrigas, urdió la manera de conseguir


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algunos cómplices, que también eran fieles al Rey, para que lo traicionaran. Se convirtió con los años y cegado por la avidez, en un ser impuro y malvado, arrastrando consigo a muchos de los que profesaban lealtad a su majestad, el Rey Krisklinit. Cuando fue descubierta tal conspiración, fueron expulsados del reino, atizando así, su resentimiento. Pero aun, en ese destierro, continuaron con la tarea de seducir a los jóvenes ázulis, para que salieran de los límites de Grandsorwish, cosa que estaba prohibido, generándoles falsas expectativas, a sabiendas del peligro que eso representaba. Garnokleo había encontrado, la manera de adueñarse de esas almas extraviadas, con el poder que había adquirido cuando fue encargado por El Dios Triitas, de ser escribano de las páginas del manuscrito sorprendente, por lo que se instruyó y se hizo experto en las artes de la hechicería, de la adivinación y el conjuro y de todos los secretos que se encontraban en el manuscrito, incluyendo, la manera de como posesionarse de las almas puras, para así absolverlas y convertirlas en parte de sus hordas del mal. Con ellas podía crear, a través de artilugios, nuevos seres que le sirvieran, con la finalidad de incrementar la población de legiones del mal y la conformación de ejércitos más fuertes y eso era precisamente lo que necesitaba, que sus huestes prosperaran para poder obtener el trono y cumplir con su cometido. Los ázulis comunes, no tenían acceso al manuscrito original, les estaba vedado por mandato divino, por lo tanto, no tenían el conocimiento sagrado el cual ostentaba el poseedor del privilegio de haber escrito, por mandato del Dios Triitas, sus proféticas páginas.


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Aquel privilegiado, que además formaba parte del resguardo del manuscrito sorprendente, tenía también, el don de las artes mágicas inmaculadas, si es que acaso, era bien utilizado; no así, si al emplearse con malos juicios, ya que le daba a aquel que lo poseyera, el poder de la hechicería y la magia negra, esto era el máximo poder para dañar a las almas puras, lo que significaba, que el manuscrito sorprendente, debía estar en constante vigilancia y a buen resguardo. Muchos se verían tentados a robarlo para dominar con sus artes oscuras, a cualquier alma mortal que se opusiera a sus malvados planes. Desde tiempos antiguos, el manuscrito sorprendente, ha estado resguardado por protectores consagrados desde muy jóvenes a esta misión, ellos son conocedores de los secretos ocultos dentro de sus páginas y guardianes elegidos por Triitas, donde Garnokleo, fue parte esencial en tal misión, ya que, en aquellos tiempos, él era el encargado de escribir en sus páginas, todo lo que le era revelado por la deidad. Por lo tanto, la comunidad común, al no tener acceso directo a estos conocimientos sagrados, era vulnerable, en cierta forma, ya que, después de la traición de Garnokleo, el conocimiento de la magia, quedó en manos de un reducido número dentro de la comunidad, es decir, al Rey Krisklinit y a sus magos hechiceros, quienes eran los únicos que interpretaban y tenían la sabiduría para entender lo que estaba escrito en el manuscrito. En cambio, gracias a Garnokleo, todos los que se aliaron a él, desde la más baja jerarquía, hasta su máximo líder, dominaban y practicaban el arte de la


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magia, la transfiguración y otros dones, que con el tiempo, fueron transformando desarrollando para hacer el mal, se hicieron expertos en el arte del engaño y el arte de la licantropía. Así que, los ázulis, tenían que estar atentos y en guardia ante cualquier argucia de esas hadas impuras. El libro era muy codiciado por las hadas necrófagas, sobre todo por Garnokleo, quien procuraba por todos los medios, apoderarse nuevamente de él, porque sabía del gran poder que obtendría al tenerlo en sus manos una vez más; recuperarlo, significaría ostentar la máxima sabiduría de la gran magia sagrada y del conocimiento del bien y del mal, el cual había perfeccionado aun mas, después de su expulsión, además de que le brindaría la posibilidad de ser el primero en encontrar al joven humano, que vendría a salvar a los ázulis de la gran destrucción. Poseer ese manuscrito, frenaría, según él, el avance de sus enemigos y tendría la posibilidad de hacer que el vástago humano, le sirviera incondicionalmente. Para las hadas necrófagas, encontrar al elegido y mantenerlo a su disposición y en contra de los ázulis, era lo que más anhelaban desde hacía ya muchos años negros. Garnokleo, era un ser tan poderoso, que aparte de poseer tan grandes dones, también dirigía y adiestraba a las cortes triales, conformadas por los necrófagos más dotados de fuerza, malicia e inteligencia. Estas cortes eran despiadadas, crueles y sanguinarias. Peleaban con saña y estaban instruidas para la lucha a muerte. Estaban divididas en tres clases: la primera, las que absorbían las almas puras y las inoculaban dentro de sus entrañas para reproducirse. Esto lo


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hacían a través de sus abultados vientres, que por medio de extrañas aberturas, subsionaban el liquido vital de sus víctimas y las inoculaban al seno impuro que era seleccionado, para ser engendrado; la segunda, eran las que tenían el dominio de las armas y eran diestros en la guerra y expertos en el vuelo; y la tercera, aquellas que dominaban a la perfección, el arte de la magia negra y el engaño y se transfiguraban para espiar a los ázulis. Cada comunidad, tenía su propio espacio geográfico para vivir. Los ázulis dominaban la parte exterior de la tierra, las montañas, las aves, los árboles, los ríos y los valles. Podían ver a plenitud el cielo azul y el hermoso entorno de las montañas doradas; en cambio, las necrófagas, vivían en la obscuridad total, en cuevas y huecos debajo de las piedras, lo que no era de su agrado, porque a pesar de su poder, vivían como las serpientes, arrastrándose y ocultándose en la lobreguez subterránea. Pero, pese a eso, eran criaturas de armas tomar, ya que un gran número de estos necrófagos estaba infiltrado como espías, husmeando dentro del reino y sus alrededores, observando y acechando subrepticiamente, transfiguradas en forma de cualquier criatura viviente, el más mínimo movimiento de los ázulis. Las hadas necrófagas evitaban transitar por los llamados caminos de Orfeo. Estos senderos mágicos, llenos de hermosas melodías de hadas invisibles y buenas, eran agradables a los oídos de los ázulis e insoportables para las necrófagas, quienes la llamaban, la zona de la perdición, porque entrar a esos tramos mágicos, significaba, literalmente,


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el fin para estos inicuos seres. Muchos espacios en Grandsorwish estaban surcados con estos hermosos caminos. Esto significaba, una ventaja para ellos, ya que los utilizaban a diario para sentirse resguardados y protegidos de cualquier emboscada de las hadas necrófagas. Cada cierto tiempo, Krisklinit, convocaba a un consejo para discutir asuntos de la vida diaria del reino, pero en esta ocasión, era una junta extraordinaria, ya que se trataba de los acontecimientos que estaban por venir y que estaban poniendo en peligro la supervivencia de Grandsorwish. El rey se dirigió a ellos, sumamente preocupado, con estas palabras: -¡En esta oportunidad! ¡Valientes guerreros! Los he reunido por un motivo muy importante. El futuro de Grandsorwish está en riesgo y por ende la desaparición de la vida dentro de estas tierras. –Señaló sumamente preocupado-.Como ustedes saben, el Manuscrito Sorprendente, advierte del advenimiento de Licantrus, la gran bestia, que ha cumplido su condena de dos mil años en el foso de la muerte. Vendrá lleno de odio, dispuesto a causar destrucción y muerte y ha conseguido que las hadas necrófagas, se comprometan con él, a cambio de darle el trono del Reino azul a Garnokleo, quien está sediento de poder. -Continuó hablándoles, mientras los guerreros escuchaban espantados. -No obstante, pese a ese infernal augurio, el manuscrito sorprendente, advierte que vendrá un elegido, un vástago humano que luchará contra el mal y la destrucción de las montañas doradas y que este elegido, se encuentra en el mundo de los humanos. El vástago debe ser tomado de su lugar y traerlo a estas


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tierras, por medio de la magia. Este niño, deberá ser requerido para llevar a cabo esta misión, todo esto, antes que Garnokleo logre apoderarse nuevamente del manuscrito y por ende adelantarse en la búsqueda del niño. ¡Saben las consecuencias que esto acarrearía! -¡Ahora! –Denotó- Lo primero que nos advierte el Dios Triitas, que no es otro que aquel al que llaman, el Hada del Misterio Blanco, es que encontremos la perla rosada, el cual nos revelará las señales que nos conducirá a ese niño humano; es por eso que los he convocado con tanta premura, para emprender, cuanto antes, el viaje hacia lago de Migrath, que es el lugar en donde se encuentra dicha perla. Habiendo dicho esto, todos comenzaron a murmurar. Algunos levantaron su voz, sobre todo, los más viejos. -¡Krisklinit! -Dijo Fretos, un viejo muy sabio y muy respetado dentro de la comunidad ázuli- Sabes muy bien que respeto y acato todas tus decisiones. Pero es mi deber, en este caso, advertirte que tenemos muchos años que no vamos a la contienda, pues los últimos tiempos han sido épocas de paz. Los más jóvenes de nuestros soldados, aunque adiestrados para la lucha, no han ido aun a la batalla. Adentrarlos de forma repentina a un enfrentamiento con semejante enemigo, sería un suicidio, tomando en cuenta que las hadas necrófagas, tienen una gran legión de guerreros, diestros en todas las artimañas que nos podamos imaginar, están tremendamente encaminados e instruidos para aniquilarnos. De súbito, hubo un gran alboroto entre los presentes. -¡Silencio por favor! -Ordenó Krisklinit-. ¡Fretos! ¡Oh! mi respetable y noble amigo! -Dijo al anciano-. No


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es que quiera contrariarte. Lo sé y tienes toda la razón. Afortunadamente, estos últimos años blancos (entiéndase que en esta comunidad, cada año corresponde a medio siglo humano, y para los azulis se llaman años blancos, cuando se trata de paz y cosas buenas, y años negros, cuando se trata de maldad), han sido pacíficos. Pero, no es momento para temer. Si estos niños no han estado en la guerra, pues, tendrán que aprender en ella. Los más viejos adiestrarán a los más jóvenes y los jóvenes, aprenderán de los veteranos y se curtirán en el campo. No obstante, -Agregó- sé, que hay jóvenes guerreros entre ustedes, que han peleado en otras circunstancias, tal vez no tan funestas y han defendido el Reino con valor. Todos escuchaban con respeto. -Estos, deberán instruir a los que no han luchado aun. –Prosiguió-. Ahí tenemos a Horsus, a Irk, Arquelaes, Kaia, Troito, Tirilo y muchos otros, que ya han obtenido experiencia en varias batallas. -¡Es verdad! -Levantó la voz, sorpresivamente, un hermoso y fornido guerrero, con mirada de fuego. Era Horsus, quien de manera imponente, y con impresionante palabra, como el trueno que hace vibrar los cimientos del valle, expuso-. ¡En esta batalla, debemos pelear todos! No se trata de una cruzada cualquiera, no se trata de lanzar al aire cinco flechas y regresar a casa, satisfechos. –Continuó-. Se trata de luchar para sobrevivir y para esto, no se requiere experiencia, sólo instinto y valor, aquello que brota del corazón y de nuestro más recóndito ser, para no fenecer. Nuestras familias, nuestros niños y el futuro de nuestro Reino, están en peligro y todos, con coraje, debemos garantizarles la supervivencia.


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Los guerreros se sintieron animados y, a viva voz, aclamaron las palabras de Horsus. -¡Estoy de acuerdo contigo, guerrero! -Prorrumpió Krisklinit-. Esta lucha, como les dijo el valiente Horsus, es por la supervivencia de Grandsorwish y el que no se sienta preparado para enfrentarla, que hable ahora y se retire de las filas. Nadie lo juzgará por esto. Esta vez, reinó un silencio expectante. Luego de una minúscula pausa, Krisklinit siguió hablando. -Ahora todos, extiendan sus arcos y flechas hacia el cielo y todas las armas disponibles para que sean investidas, junto con ustedes, de fortaleza, del valor y de la sabiduría del gran Triitas, el hada del misterio blanco. En ese mismo instante, todos los guerreros cerraron sus ojos y extendieron sus armas, tal como se los ordenó el Rey, en perfecto orden y coordinación. Por un momento, todo permaneció en absoluta quietud, la expectación flotaba en el aire calmo, pero entonces, como de la nada, comenzó a soplar una densa brisa que los envolvió por completo en un torbellino que estremeció la tierra y sus cuerpos se transfiguraron y se volvieron más brillantes que la luz del sol. Deslumbrantes rayos se fundieron con el hierro de las puntiagudas armas y fueron conferidas con el poder del cielo, y los guerreros con el valor y la inteligencia, para cumplir con la misión encomendada. Luego, de la misma manera como vino, la brisa se fue y todo volvió a estar calmo. Cuando Krisklinit terminó de hablar, los demás gritaron eufóricos y con gran excitación, ya que estaban dispuestos a dar sus vidas por sus montañas doradas.


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CAPITULO II Las montañas doradas son un vasto territorio ubicado en una zona aledaña a Loreinhhod, en la región de Midian, en donde algunas pequeñas tribus, con las que los ázulis habían tenido contienda por los territorios, al comienzo del decimo tercer año de la purpura luna, se habían radicado definitivamente, después del armisticio de paz y habían acordado con el Rey Krisklinit, formar parte del Reino de Grandsorwish, para poder luchar juntos en lo que ya se sabía que ocurriría, y que estaba profetizado en el manuscrito sorprendente. En su momento, durante aquellas contiendas legendarias, en los tiempos de sublevación de las hadas necrófagas, en el año nefasto, para ser preciso, se manifestó el poder de transfiguración de aquellas impuras criaturas. En uno de esos días, cuando el manuscrito sorprendente fue sustraído por Garnokleo, este malvado ser, utilizando el hechizo del maximus profeticus, provocó, con el mismo poder del día de la purpura luna, que se conjugaran las fuerzas del bien y del mal, esto, para que la magia les fuera traspasada, a través de ese conjuro de transfiguración y quedaran investidas, las necrófagas, con ese extraordinario poder. Una de las necrófagas, quien había sido encomendada por el mismo Garnokleo y que se llamaba Glimdem, acechaba por los alrededores, cumpliendo con su labor de espionaje. Permanecía posado, en forma de libélula, sobre un arbusto de sauce, a unos pocos metros de donde los guerreros ázulis estaban reunidos. Irk, se percató de esa maligna presencia y sin mediar palabra preparó su arco y su flecha y dio certero disparo


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desde donde se encontraba, hasta alcanzar a Pupa, atravesándolo por el corazón. Una vez caído al suelo, volvió a tomar su fisionomía original. Todos aclamaron al guerrero Irk, quien era uno de los varones más valientes del reino. Era un joven muy hermoso, de cuerpo fornido. Humilde y amable la mayoría de las veces. Siempre estaba dispuesto para la batalla y era considerado como un héroe entre los ázulis. De vez en cuando, se escapaba de paseo con Ashley, la nieta del Rey, de quien estaba muy enamorado, pero aun no le había manifestado su interés hacia ella. En los valles de Grandsorwish, circunvalando los valles dorados, mecido por la suave brisa de las montañas, existe un hermoso lago. El lago de Migrath, lleno de magia y encantos, esconde las más misteriosas criaturas en sus profundidades. Muchos lo llamaban, el lago de los encantamientos, y su nombre, hacia honor a su fama. Sus arenas están alfombradas con centenares de hermosísimas perlas de todos los tamaños, formas y colores. Esta concentración de perlas, constituye un espectáculo maravilloso y además era un lugar lleno de energías ocultas, ideal para la práctica de los ritos las y artes mágicas. En realidad, es mágico ese lugar. Sus aguas constituían la morada de los tritones, hermosos seres con cola de sirenas, que nadan hábilmente sobre la superficie del agua, especialmente durante la puesta de sol, cuando se tienden a retozar sobre las rocas que se encuentran en las orillas del lago, esto, a riesgo de ser devorados por algunas otras criaturas, que apetecen su tierna carne. Tienen poder para encantar y seducir con su extraño canto,


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a todo aquel que se acerque a sus orillas; También, están las sirenas medusas, gráciles pero muy traicioneras. Habitan en las fosas y cuevas, debajo de las aguas mágicas del lago. Estas tienen sobre sus cabezas, zigzagueantes serpientes, que según cuentan, todo aquel que caiga seducido bajo el influjo de su mirada, queda convertido en piedra. Según los más sabios, lo único que podía revertir este encantamiento, consistía en cortar la cabeza de cada una de las víboras y enterrarlas en el fondo del lago, por supuesto, con los debidos procedimientos mágicos y el exorcizo, acompañado con sus respectivos conjuros. Es el lago de Migrath, morada de una deidad escalofriante y maligna. Esta deidad, representa a un antiguo Oráculo representado por una misteriosa mujer, llamada Pitia. Era una especie de pitonisa, que al ser invocada, podía orientar a todo el que necesitaba de sus insidiosos consejos. También podía adivinar y predecir el futuro. Al ser invocada, emergía en una espesa bruma que se elevaba hasta tocar las nubes del cielo. Para recibir los consejos de Pitia, y gozar de sus dones premonitorios, se le debía pagar un precio, el cual ella misma determinaba. Pitia ayudaba por interés a todo aquel que requería de su sabiduría, fuera para mal o para bien, fuera requerida por un alma pura o una impura, esto no le interesaba en realidad; lo importante de todo, era que se le saldara lo que ella pedía a cambio. Muchos le temían, no todos, otros desconfiaban de ella, porque era muy traicionera, sobre todo, cuando no le agradaba alguien o no le cumplían con su pago, por eso, no era muy frecuente, que alguien


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que estuviera en su sano juicio, la invocara, a no ser que fuese algo de vida o muerte. De vez en cuando, algún incauto, acudía a ella para consultarle acerca de su futuro o para saber si saldría con bien de alguna contienda, pero sobre todo, para saber si serian bien correspondidos en un asunto amoroso. La luna azul es hermosa, mágica, fascinante. Aparece en el firmamento, sobre las montañas doradas, cubriendo de un tono azulino el Reino mágico de Grandsorwish. Su brillo permite que los bulbos tiernos de las rosas, retoñen y florezcan, extendiéndose por todas partes. Todo se llena de magia. Los seres vivientes, que habían cerrado sus corazones al amor, abren nuevamente sus almas. Los animales, las plantas y los ríos se desbordan de vida. Es como una primavera mágica. Los ázulis que nacen ese día son los seres más hermosos que existen y tienen dones especiales, nacen con ojos celestes y cabellos dorados. Son tan poderosos, que las necrófagas temen de ellos. Cuentan que un día como ese, nació un ázuli, con tantos poderes que derrotó a veinte mil almas con una flecha. Los hizo avanzar hasta lo que es hoy el lago de Migrath. En ese tiempo no existía ese lago. Mercirus, se llamaba, el de los ojos celestes y dorados cabellos, quien había nacido el día de la luna azul, derrotó con una sola flecha y en una sola noche, a veinte mil necrófagas, transfiguradas (eran como escorpiones, cuyo veneno mortal, acababa con todo lo que se atravesaba frente a ellos), fueron arrastrados hasta el valle de Ortoc, en donde hoy existe el lago. Sus aguijones fueron enterrados en las paredes de las montañas


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circundantes y de las rocas comenzó a fluir mucha agua y esto llenó por completo el valle y formó el lago de Migrath. Mercirus, con su gran poder mágico, había derrotado a estas criaturas y gracias a él, según cuenta la historia que está escrita en el manuscrito sorprendente, estos necrófagos, se ocultaron bajo las rocas, huyendo de tan poderoso guerrero. Allí viven hasta el día de hoy. Mercirus fue nombrado el héroe de los ejércitos ázulis. Pero esa es otra historia que les contaré más adelante. Un día, el esbelto Irk, se propuso declararle su amor a la princesa Ashley y la invitó a pasear, como lo hacía de cuando en vez, por el camino de los enamorados. Ese día, quería darle un presente que sellara para siempre, tal acontecimiento, pero no tenía, ni la más remota idea, de que podría ofrendarle. Fue hasta la habitación de su madre, Xammar, para pedirle consejo. Ella, como toda madre amorosa e intuitiva, a sabiendas de los pasos de su hijo, antes que el comenzara a hablar, le dijo: -¡Hijo mío! Sé, por mis instintos de madre, que estás enamorado de Ashley y que hoy, pretendes declararle tu amor. Recuerda que ella es la hija del príncipe Dork y nieta del Rey Krisklinit, futura heredera del trono del Reino azul y que tú eres un guerrero. Solo yo se, que esta relación, la vería con buenos ojos el príncipe, no obstante, ante cualquier obstáculo que se interponga ante ustedes, yo te apoyo, porque me deleitaría en gusto, que Ashley fuera tu compañera. Ella es muy humilde, inteligente y hermosa. Mi bendición te doy si te unes a ella. Todo esto se lo dijo a su hijo para animarlo a que diera tal paso sin prejuicios, porque ya el príncipe Dork, con


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anterioridad, le había hecho saber, acerca del deseo que tenia de que fuera Irk, quien desposara a su hija Ashley. Xammar, en pleno conocimiento de que su hijo quería obsequiarle algo a la princesa y ya habiéndolo premeditado, se dirigió, con cierto misterio, a un extremo de la habitación, tocó con su mano una de las paredes, en un espacio donde no habían ni cerradura, ni puerta, solo la moldura que adornaba la pared. De repente, comenzaron a salpicar chispas de colores, que inundaron el cuarto. Luego, procedió a introducir, de manera asombrosa, la mano hacia el interior de la pared. Hurgó, al menos un instante, como queriendo dar tino con lo que estaba buscando. Al sacar la mano, traía entre ella, un estuche plateado, color ámbar. Se dirigió hasta donde estaba parado atónito, su hijo y le dijo, con los ojos chispeantes de alegría: -¡Llévale este obsequio a tu enamorada! Irk, no salía de su fascinación ante lo que ocurría y con voz entrecortada, le dijo a Xammar: -¡Qué hermoso estuche, madre! ¿Qué contiene dentro? -¡Ábrelo! -Le indicó ella. Al separar la hermosa tapa, adosada con minúsculas articulaciones de oro, la habitación se llenó de brillo y se iluminó bellamente. Entonces Irk exclamó: -¡Qué hermoso en realidad! ¡Es el anillo de mi abuela! -¡Sí! -Le dijo ella-. Es la joya más preciada de mi vida. Después de ti, por supuesto. Hijo, este anillo ha pasado de generación en generación en nuestra familia. Tu abuela me lo obsequió a mí y ahora yo te lo doy a ti. -Pero… madre!, si, si ¡es tuyo. ¿Porque me lo das? ¡No


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puedo aceptarlo! -¡Tómalo! Quiero que se lo obsequies a Ashley, como muestra de tu amor por ella. -¡Madre, yo! -No me digas más. -Lo interrumpió Xammar. -¡Es realmente hermoso! ¿Tú crees que ella lo acepte? ¿Crees que me aceptará a mí? -Interrogó ansioso el joven. -Eso lo tienes que comprobar por ti mismo hijo mío. Recuerda que vienen momentos difíciles y tú vas a la batalla. -Dijo, tomándolo por la mano, mientras se dirigían al ventanal, en el otro extremo de la habitación-. Más, será el tiempo que estarás en el campo que con ella, por lo menos hasta que pase todo esto. -Tienes razón. Pero, con respecto al anillo, una vez me dijiste que guardaba un secreto… nunca me lo revelaste. -Es cierto. -Sonrió con gracia-. Este anillo tiene los poderes de los siete vientos. -¿De los siete vientos? ¿Cómo es eso? ¿Acaso juegas conmigo, madre? -Es muy serio lo que voy a revelarte, hijo mío. -Señaló ella-. El anillo es muy poderoso, aquel que lo posea, debe usarlo con sabiduría. Quien conozca su secreto, podrá invocar para mal o para bien el poder de los vientos de todos los extremos de la tierra. Irk observaba con mucha curiosidad la hermosa joya. El anillo tenía grabado siete remolinos que giraban alrededor de un extraño cielo, muy diferente al que había visto hasta hoy. Tenía una hermosa gema de color violácea en forma de mariposa que parecía agitar sus alas gracias a los mil destellos que refulgían


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de la piedra. Alrededor de la gema, incrustados en el metal, bellos diamantes azules que destellaban como si fueran luces venidas de las estrellas. -Madre, ¿Cómo es eso de los siete vientos? -Oye lo que voy a decirte, amado hijo. Lo que pongo en tus manos es muy poderoso. –Señaló-. Los siete vientos no provienen del exterior del universo, sino, más bien del interior, de la esencia de quien lleve puesto el anillo. Cada quien constituye un universo único y tenemos poderes que desconocemos; los siete vientos son uno de ellos, solo hace falta buscar la vía para impulsarlos y el anillo constituye una de esas vías. -No logro entenderte, madre! -Señaló Irk-.Para mí es muy confuso! --En estos momentos, no es necesario que lo entiendas. -Respondió ella. -¿Y qué significa cada uno de estos vientos? ¿Acaso Ashley y yo estamos signados por el anillo? -Interrogó su hijo. Xammar le respondió con extrañeza: -¿Por qué lo preguntas? -No lo sé. -Respondió inseguro-. Es que como me lo entregas a mí para obsequiárselo a Ashley, de momento pensé que teníamos algo que ver en esto que me dices. -Tienen mucho que ver, te aseguro! Pero no es el momento aun, de explicártelo. Solo quisiera decirte lo que significa cada uno de estos remolinos, le dijo, señalándole las marcas grabadas en el anillo. ____ El primer viento, le indicó. ____Debe provenir de la mente y los pensamientos mas ocultos de la persona


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que lo esté usando; es muy poderoso, pues con él, se pueden pensar cosas inimaginables las cuales se harán realidad si lo deseas con el alma. Si se usa para el bien, conseguirás las cosas más maravillosas que pueda concebir pensamiento alguno, pero si es usado para el mal, todo lo que se piense, será para destruir o hacer el más grande daño jamás pensado y se propagará hasta los confines del mundo. El segundo, proviene de los seis sentidos que poseemos. ____ ¿Seis sentidos? Interpeló Irk, aun más confundido. ____ Así es; luego, el tercer viento proviene del espíritu que sostiene el cuerpo físico. Debes recordar, hijo mío, que el espíritu es más fuerte que el cuerpo. Con el puedes derrumbar las murallas de tus adversarios. ____ ¡Madre! ____ ¡Caya hijo! Debes recordar bien lo que te digo. Prosiguió. ____El cuarto, es el viento del alma y dependiendo de cómo sea el alma de quien posea el anillo, así serán utilizados sus poderes. Si quien usa el anillo tiene el alma contaminada por la maldad, entonces el viento que generará traerá lo malo; el quinto viento es la inteligencia. Habrá que usar con sabiduría este poder; solo el que posea inteligencia, sabrá qué hacer con todo lo demás; el sexto viento es muy poderoso, porque este proviene del mas allá no sabemos con qué nos podemos encontrar o con quien, puede transportarte a cualquier mundo mas allá del mundo, es fácil poder entrar, pero difícil es salir. Hubo una breve pausa, en donde madre e hijo se compenetraron en un efímero silencio que se esparció por todo el recinto. Luego de esos instantes que parecieron eternos, Xammar volvió a plenar el aposento con sus palabras:


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____ ¡El último, no por eso el menos importante! Dijo, en tono reflexivo. El séptimo viento, el más significativo de todos y aun más poderoso, el poder del corazón. Manifestó, colocando sus manos en el pecho de Irk, quien permanecía subyugado ante las palabras de su madre. ____ ¡Quien tenga el anillo, podrá dominar el corazón de otro mortal. Este poder no tiene nada que ver con sentimientos malos o buenos, pues, hasta un ser con intenciones buenas, puede equivocarse y causar destrucción a los suyos y a él mismo, sin darse cuenta de ello ya que el corazón hace cosas que la razón no entiende. Concluyó diciéndole: ____ ¡Hijo mío, mi amado Irk! ¡No debes decirle de los poderes a tu amada hasta tanto no estén unidos y puedan comprenderlo mejor! ¡El anillo deberá usarse con sabiduría. Le recalcó. ____ ¡Recuerda, todo tiene su momento! Es muy importante que lo tengas presente. ¡Ahora ve, corre, anda a encontrarte con tu amada y recuerda, se prudente; nadie debe saber lo que llevas contigo! Irk tomó el estuche y emocionado, salió a encontrarse con su amada princesa, quien lo esperaba en el camino de Orfeo, ilusionada. No había llegado aún a su destino, cuando presintió que algo lo observaba furtivamente desde los árboles. Sospechó de tal presencia al percatarse, que a lo largo de la senda por donde transitaba y a pesar de que la mayoría de árboles permanecían inertes, pues no había un pequeño hálito de brisa, uno en particular agitaba sus ramas, como si el viento las sacudiera frenéticamente. Apresuró el paso y se escondió detrás


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de una saliente de roca que estaba un trecho más adelante. Estuvo, un tiempo prudente, agazapado en ese lugar, pero fatigado por la espera y convencido de que todo era producto de su imaginación, decidió que lo mejor era continuar andando. No había avanzado unos cortos metros, cuando escuchó el crepitar de las hojas secas cuando son pisoteadas. Miró a su alrededor y dijo: ____ ¡Esto no está bien! Aceleró el paso, pero al instante, presintió un extraño sonido que le erizó el cuerpo. Parecía la risa de un niño, que provenía de un lugar específico dentro de la espesura de los árboles. Entonces se detuvo y buscó, con afanosa curiosidad, de dónde provenía aquella misteriosa risa. Súbitamente, vio una ininteligible silueta. ____ ¿Qué demonios es eso? Se preguntó desconcertado. ¡Parece un niño! Dijo. ¿Pero que puede estar haciendo un niño por estos parajes tan desguarnecidos? Se acercó cautelosamente, para distinguir mejor. Echó un disimulado vistazo detrás de sí, pero cuando volvió nuevamente la vista hacia adelante, el espectro ya no estaba, había desaparecido. Su mirada pusilánime fisgoneaba por todas partes, sin atinar ver nuevamente, aquella incomprensible visión. ____ ¡Estoy alucinando! Pensó en voz alta, sobrecogido.____ ¿Un niño por estos senderos? ¿Dónde se habrá metido? Preguntóse, aun con la incógnita de si en realidad había visto lo que creyó ver. De pronto, presintió algo tras su espalda. ____ ¿Qué hago? Dijo. ____ ¡Si me doy vuelta, desaparecerá!


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Decidió mirar de soslayo, tratando de indagar y asegurarse si en realidad había alguien tras él y ciertamente, lo había, ahí estaba, reposado y sonriente como cual más, en medio del camino. Irk dio media vuelta hasta quedar frente a él, se plantó, petrificado, cruzando su mirada con aquel extraño, preguntó, no sin dejar de sentir temor ante las respuestas: ____ ¿Quién eres? ¿De dónde vienes? La imberbe figurilla, tenía el aspecto de un niño muy pequeño, pero con rasgos característicos peculiares, ojos negros, exageradamente grandes y prominentes, un largo cuello, orejas redondeadas y su piel tenía un tono rosáceo, usaba gorro muy alto de color rojo; perspicaz, se notaba, su tierna y picara sonrisa lo hacía lucir encantador. La criatura le respondió en tono juguetón, podría decirse, que con una disimulada malicia y sin dejar de sonreír, le dijo: ____ ¡Malo, malo, malo! ¡El joven guerrero no sabe quien soy! ¡Si no dices mi nombre de aquí no me voy! ____ ¡No! ¡Tú dime! No me gustan las adivinanzas. Se le acercó sigilosamente, sin quitarle la mirada de encima y mientras más se aproximaba, más se desconcertaba por su aspecto. ____ ¿Eres un duende? Le preguntó. ____ ¡Frio, frio! ¡Yo me rio! Le respondió sarcásticamente la criatura. ____ Ah! ¿Ahora te burlas de mí? Volvió a preguntarle. ____ ¿De dónde eres? Insistió. ____ ¡Jamás había visto una criatura como tú por estos bosques! La figurita le respondió: ____ ¡Malo, malo, malo! ¡Muy malo! ¿No me ves? ¡Soy un enano! ____ ¡No deberías confiar en nadie!


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____ ¿Ni siquiera en ti? Le preguntó Irk. ____ ¡Ni siquiera en mí! Le aconsejó satíricamente. ____ ¡Quiero advertirte algo! Le dijo. ____ ¿Qué será? ____ ¿Sabías que desde hace rato te vienen siguiendo y tu por confiado te estás distrayendo? ____ ¡Ah sí! Y según tú. ¿Quién me viene siguiendo? Volvió a interrogar, mirando por todas partes. ¡Y ya detén la ironía, por favor! Le exhortó. ¡Te dije que no me gustan las adivinanzas, mucho menos en versos! ____ ¡Aquí nadie nos ve, joven guerrero! ¡Pero si salimos al claro del bosque verás quien te está siguiendo! La manera en que le estaba diciendo las cosas, ya había despertado, desde hace rato, suspicacia en Irk, no obstante, continuó siguiéndole la corriente, para ver hasta donde llegaba la situación. Miró hacia el claro, a donde el duende le había sugerido que se dirigieran. El chiquillo le dijo: ____ ¡Anda, vamos! ¡Solo te verán a ti, yo soy visible solo para aquellos a quien yo quiero que me vean! ____ ¡Muy conveniente, duendecito! Dijo entre dientes y en tono muy quedo. ¿Y debo deducir que quieres, que precisamente sea yo quien te vea? ¡Ha de ser muy importante para ti, tener el privilegio de hacerte visible solo ante mis ojos! Continuó, tratando de seguirle el juego. ____ ¡Lo es, lo es! ¡Como ves! ¡Tu madre me envió a protegerte, pues te han estado espiando desde que entraste por estos caminos! ¡Es por eso que no debo apartar mi mirada de ti! ____ ¡Vaya! ¡Vaya! ¡Vaya! Y, a ver, pequeño duendecito


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¿Quién se supone que viene siguiéndome? Trató de persuadirlo, con una sonrisa tierna en sus labios ya que la criatura se mostraba evasiva. ____ ¡Sirupus! ¡Sirupus! ¡Y más sirupus! ¡Por la izquierda! ¡Por la derecha! ¡A tus espaldas, por todos lados, mí confiado guerrero! Le contestó. ¡Ah, y no soy un duende! ____ ¡Nadie te ha dicho que lo seas! ____ ¡Mis oídos lo escucharon de tus labios! ¡Pero te digo, no soy duende! ____ ¿Entonces que eres? ¿Y dónde se supone que están aquellos que me siguen? ¡No veo a nadie más que a ti! ____ ¡Caliente, caliente y muy perspicaz! Lo enalteció socarronamente. ____ ¡Solo yo estoy aquí, además de ti! ¡Te diré mi nombre, pues, guerrero valiente! ____ ¡Vaya! ¡Ya era hora! Señaló Irk, en tono receloso, acariciándose la barbilla.____ ¿Cómo te nombran? ____ ¡Jandú! Dijo. ____ ¡Mi nombre es Jandú, del Reino de la invisibilidad! ¡Ah! ¡Y no soy un duende! ____ ¡Qué nombre tan grande, para una criatura tan pequeña! Le respondió Irk, con cierta ironía. ____ ¿Cómo se yo que me estás hablando con la verdad? ¿Cómo se que tú no eres uno de ellos? ____ ¿Uno de quienes? ____ ¡Uno de los que me siguen! ¡Podría no estar muy equivocado! ¿O sí? ¡Mi madre no me advirtió que enviaría un ángel guardián para que me protegiera! ____ ¡Tú eres un guerrero muy listo y además debes tener conocimiento de lo que te estoy diciendo! ¿No es así? ¡ Por otra parte! ¿Cómo puedes estar tan confiado, llevando tan valiosa joya? ¡Podría un cuervo


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sentirse atraído por su brillo y arrebatártela! Le dijo, mientras lo observaba fijamente a los ojos y movía la cabeza de un extremo a otro, como lo hacen las serpientes cuando están a punto de darle el zarpazo a su presa. Irk, ya al tanto de todo, terminó por reaccionar y sin pensarlo dos veces, clavó su daga dorada en el corazón del duende quien aún moribundo, volvió a recobrar su aspecto original. ____ ¡Malditas necrófagas! ¡Eso te pasa por andar espiándome! ¡Desde el principio pensé que era una trampa! Dijo con voz exaltada. En ese mismo instante, corrió a toda prisa, sin mirar hacia atrás, para encontrarse con Ashley. Ella estaba esperándolo, impaciente. Al verla tan bella, sentada en un tronco caído, al lado de un arbusto de rosas hermosamente floreado, sintió deseos de besarla pero prefirió contenerse. Se quedó frente a ella, detallándola, admirado, y le truncó las palabras, colocándole los dedos en sus delineados labios. Ella quedó sorprendida por tal comportamiento. ____ ¡Ashley! Le dijo jadeante. ____ ¡Tengo algo muy importante que decirte y no sé como lo vayas a tomar! Los ojos de la princesa se encendieron y brillaron como nunca. Las estrellas en su plenitud, podían verse reflejadas en ellos. En el fondo, ella se imaginaba lo que el guerrero iba a decirle y siguiendo el juego de cortarle las palabras al otro, le dijo: ____ ¡Yo también te amo! Irk empalideció de súbito, se sintió intimidado y sorprendido por la declaración que le había hecho Ashley. No era precisamente lo que tenía en mente. Con palabras entre cortadas le dijo:


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SENTIMIENTOS PECULIARES

____ ¡Yo tenía que habértelo dicho antes! ____ ¡No quería correr el riesgo! ____ ¡Qué impetuosa eres, princesa! Sonrió. ____Tú sabes muy bien que lo soy. Le dijo ella. ____ ¿Acaso no recuerdas el incidente en el jardín de mi casa, junto a la fuente? ____ ¡Cómo olvidarlo! ¡Lucias tan hermosa! ¡Estabas muy enojada conmigo! ____ ¡Arruinaste mi vestido! ¿Cómo querías que me pusiera? ____ Nunca deje de darte la razón. Le dijo Irk. ____ La culpa fue mía por haberte sorprendido de esa manera. El se quedó mirando profundamente sus brillantes ojos, impresionado por su hermosura. Sin decir más palabras, introdujo su mano en la bolsa del pantaloncillo y sacó la pequeña ostra marina que contenía el anillo. Separó cuidadosamente la tapa y la hermosa joya, quedó expuesta con todo su esplendor, ante la mirada estupefacta de Ashley. Brilló como antes lo había hecho en la habitación de Xammar. Irk lo colocó en su dedo y luego, en un repentino asalto de amor, fundió sus labios a los de ella, en un interminable beso. Desde lo alto, una luz hermosa atravesó sus almas. Era el cordón mágico que enlazaba sus corazones. ____ ¡Creí que nunca se atrevería a decírmelo! Pensó ella, embriagada de amor.


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Me desperté, sobresaltado al escuchar las voces de los periodistas que, en estado de turbación y desconcierto, emitían un boletín de última hora en el noticiero de las 9:30 am. Había dejado encendida la tele la noche anterior; y muchas veces sucede así. Resulta que termino vencido por el sueño y se me olvida, desconectar el aparato. Ese día, no fue la excepción. No tenía que hacer nada, y no me preocupé por activar la alarma del reloj despertador a las 6:00 am, por lo que dormí, hasta que escuché aquellas voces alteradas. Por diversas razones, acostumbro a ver la televisión hasta después de las 12:30 am, a pesar de que mi neurólogo, me había prescrito, que debía procurar dormir la noche completa, esto es de 9:30 pm, a 5:30 am, por razones que explicaré más adelante; Era el día martes del mes nueve, cuando desperté sobresaltado por los gritos de las personas y la agitación de los reporteros. Escuché, a la distancia, algunas sirenas, presumo yo, por razón de los acontecimientos, que hasta ese momento, no le había encontrado explicación, o por lo menos, no sabía, de la gravedad del asunto. Solo sabía, que algo estaba ocurriendo, ¿qué?..no lo supe, hasta que, con curiosidad, me senté frente al televisor y mostré, de la manera más serena, sumo interés por enterarme, con lujo de detalles, de todo aquello que causó, que yo me despertara en tal estado de sobresalto. No había caído la primera torre. Ardía en llamas, según la información del reportero Guy Serrano, de la Cadena Estatal, no había reaccionado, ante la magnitud de los sucesos; solo seguía las informaciones e iba armando,


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reporte a reporte, el verdadero rostro de la verdad. Confieso que sentí miedo de seguir escuchando las informaciones. Un periodista no debe tener esos vacios, pero yo, después de haber ejercido mi profesión durante veinticinco años, los tenía y por esa razón, me había retirado a tiempo del periodismo. En años anteriores, las noticias pasaban sobre mí, y yo no reaccionaba a tiempo. Era algo psicológico, alguna especie de shock emocional, que debía estar afectando mi carrera dentro del campo del periodismo. Por eso me despidieron del canal en el que trabajaba como reportero.


Versiรณn digital octubre 2018 Sistema de Editoriales Regionales Yaracuy - Venezuela


Colección el Libro Hecho en Casa Serie cuento

SENTIMIENTOS PECULIARES Esta vez el autor trae una extraordinaria historia, basada en un escenario bastante oscuro para imaginar, incentidumbres que conlleva a lector navegar por la imaginación, la realidad y el pasado.

Sistema de Editoriales Regionales

CESAR RUIZ

Yaracuy

César Oswaldo Ruíz Reyes, nacido en valencia, Edo Carabobo el 6 de abril de 1966. Se trasladó a la edad de dos años a Maracay donde realizó sus estudios primarios en el Grupo Escolar Republica de México de esa ciudad y la secundaria en el C.D. Oswaldo Torres Viñas. Graduado de bachiller, culminó estudios superiores en la Universidad Bolivariana de Venezuela en donde obtuvo el título de abogado. Actualmente desarrolla su carrera profesional entre tribunales y es propietario de un pequeño restaurant de sopas en la Ciudad de Maracay. PROFESIONAL ENTRE TRIBUNALES Y ES PROPIETARIO DE UN PEQUEÑO RESTAURANT DE SOPAS EN LA CIDAD DE MARACAY. Ministerio del Poder Popular para la Cultura


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