Tansncedentes y triviales

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RadamĂŠs Laerte GimĂŠnez

Trascendendentes y Triviales


Trascendendentes y Triviales


Trascendendentes y Triviales © Radamés Laerte Giménez. Colección El libro hecho en casa. Serie poesía. © Para esta edición: Fundación Editorial El perro y la rana, Sistema Nacional de Imprentas. Red Nacional de Escritores de Venezuela Depósito Legal: LF-40221148001506

ISBN: 978-980-14-1876-4 Coordinador de la PLataforma del Libro y la Lectura Jairo Brijaldo Diagramación: Jesús Castillo Impresión Frank Torres

Correo electrónico: sistemadeimprentasyaracuy@gmail.com

El Sistema Nacional de Imprentas es un proyecto impulsado por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura a través de la Fundación n Editorial El perro y la rana, con el apoyo y la participación de la Red Nacional de Escritores de Venezuela. Tiene como objeto fundamental brindar una herramienta esencial en la construcción de las ideas: el libro. Este sistema se ramifica por todos los estados del país, donde funciona una pequeña imprenta que le da paso a la publicación de autores, principalmente inéditos.


TRASCENDENTES Y TRIVIALES DE RADAMÉS LAERTE GIMÉNEZ “La pieza corta en prosa habita con tanta frecuencia esa tierra de nadie que está entre la prosa y la poesía, la narrativa y la lírica, la historia y la fábula, la broma y la meditación, el fragmento y la totalidad, que una de sus características de identificación ha sido precisamente lo proteico de su forma”; Dybeck refiriéndose a los minicuentos. (Citado por Rojo, Violeta, 1996, pág.64).

Trascendentes y Triviales de Radamés Laerte Giménez es la construcción de un universo imaginario, constituido por treinta y nueve textos, especie de narrativa que se inserta en la forma expresiva llamada minicuentos. Los antecedentes más cercanos de estas creaciones pueden encontrarse en autores como Vicente Huidobro, Rubén Darío, José Antonio Ramos Sucre, Julio Cortázar, Virgilio Piñera, Jorge Luis Borges, Guillermo Cabrera Infante, Augusto Monterroso, Marco Denevi o Juan José Aurreola (Ibíd: 11). Escritores estos que no escapan a la sagacidad lectora de este autor, quien nos entrega un material proteico, fruto de su persistencia en el quehacer de la escritura. Otros cultivadores de estas breves historias, que tienen fundadas raíces en diversas orientaciones en los terrenos de la ficción, ya sea en la narrativa –novela, cuento--, el ensayo, la poesía, la dramaturgia, el guión u otros formatos del discurso literario, son: Alfredo Armas Alfonso, Armando José Sequera, Ednodio Quintero, Humberto Mata, Gabriel Jiménez Emán, Luis Brito García, entre otros (Ibíd: 23).Así que RadamésLaerte Giménez cuenta con un respaldo suficiente por la condición de este autor de ser un lector atento, incansable, amante de lo sorpresivo y de los encantamientos placenteros del hecho estético, para incursionar en este“híbrido, (…) cruce entre el relato y el poema”,denominado minicuento(Citado por


Rojo, V. pág.70). El libro Trascendentes y TrivialesdeRadamésLaerte Giménez (2009), Sistema Nacional de Imprentas / Fundación Editorial El perro y la rana, de acuerdo a la configuración desu estructura, puede adaptarse al cuadro categorial que caracteriza a una composición de tal naturaleza, de hecho, si examinamos la propuesta a la luz de dicho marco conceptual estos textos se constituirían en la unidad narrativa denominadaminicuento, sin embargo;después de haber considerado los planteamientos sustentados por la investigadora Violeta Rojo (1996). Ella, después de realizar un análisis comparativo, donde explica las semejanzas entre el cuento y el minicuento elabora una síntesis didáctica y metafórica que implica el establecimiento de un instrumento de un alto valor significativo, como aporte para el reconocimiento de un minicuento, muestra de ello nos lo revela en este fragmento: “Tenemos una pelota llamada cuento. Esa pelota narra una historia ficcional, de tal manera que es como si el autor estuviera lanzándola a un contrincante. El contrincante es el lector. La pelota es pequeña (extensión), se lanza de un impulso (unicidad de concepción), se recibe una sola vez (unicidad de recepción), el lector siente un impacto (intensidad del efecto), porque lo que atrapa es redondo, sólido, fuerte (economía, condensación, rigor)” (Rojo, 1996:34). De las características como instrumentos, que nos permiten indagar y ser aplicadas para el reconocimiento de minicuentos, sólo mencionaremos algunas de ellas, pues no es nuestra intención ni el desarrollo de todas ni realizar un estudio exhaustivo, entonces ellas son:“la brevedad, el lenguaje preciso, la anécdota comprimida, el uso de cuadros y el carácter proteico” (Ibíd: 42, 47, 49, 53,61). Los textos de esta tipología, según los parámetros conocidos, fluctúan entre una y dos páginas.En la obra Trascendentes y Trivialesorganizadaen tres partes, en su mayoría, los minicuentos que ella contiene seajustan a los rasgos caracterizadores de la brevedad. Sus textos no pasan de una

página,dispuestos por 3 y 4 párrafos.Ahora bien, según las voces experimentadas en cuanto a la extensión o longitud de un minicuento, se estableceque podría ser de: “dos cuartillas, con una extensión ideal de 350 palabras, cien o mil quinientas palabras publicable en una o dos páginas de una revista, dos páginas impresas, un espacio no mayor de veinticinco renglones, contentivo cada renglón de no más de sesenta caracteres, esto es una cuartilla o tres cuartos de cuartilla” (Ibíd: 45). Por otro lado, enlos minicuentos de Trascendentes y Triviales el lenguaje es preciso, sus historias están contadas bajo el imperio de la economía de las palabras;en consecuencia, la anécdota quedaría comprimida. Igualmente,se puede apreciar la agudeza y el humor que estilan algunas piezas, en tal sentido: “La brevedad en la literatura genera una gran precisión en el lenguaje. Al tener que utilizar un número escaso de palabras, describir situaciones rápidamente, definir personajes en pocas pero justas pinceladas, el escritor debe utilizar las palabras exactas, precisas, efectivas, que signifiquen exactamente lo que se quiere decir” (Ibíd:47). Estolo podemos estimar en el texto “Al borde”,colmado de una atmósfera extremada comocorolario de una situación de ahogo existencial que deriva en la muerte: “Al bordede la desesperación acepté el encargo de realizar un cuadro para la familia pudiente del lugar. Un retrato a cuerpo entero del patriarca tendría que reportarme las monedas para alejar el hambre y alcanzar la fama con qué multiplicar las demandas de mi arte. Una pose ostentosa, cargada de grosera vanidad, reveló sus sesenta y tantos años de usufructo y carroña. Nada hice para evitar clavarle el puntiagudo revés del pincel en medio de sus sorprendidos ojos. Obtuve así la notoriedad en las páginas rojas de los diarios y un lugar en este mínimo habitáculo como condena de por vida” (Giménez, R., 2010:11). Si lo vemos desde una relación secuencial,asumiríamos


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que: 1.-Un protagonistaabatidorealiza un cuadro 2.-Satisface su escasez para adquirir fama 3.-Hunde el pincel en el rostro del otro 4.-Llega a la cima y saldala deuda Otro de los elementosquedistinguimos en Trascendentes y Triviales es el tiempo; y esto los asociamos a aquel momento en que hablando con RadamésLaerte Giménez o él expresándose, en una actitud de admiración, como suele ocurrirle a su inquieta, entusiasta y aguerrida persona, cuando éste recordaba su grande sorpresa al sentirse correspondido por el hecho de haber saboreado un enunciado del Maestro de maestros, Simón Rodríguez, el cual, creo, se refería al tiempo como espacio. Y es este uno de los temas recurrentesque habitan su prosa. Ya en el primer textodel libro visualizamos la trascendenciade lo transitorio, en donde voces y situaciones se conjuganfundiéndose en una atmósferailusoriamente “congelada de lo perecedero”. El inexcusable tiempoes testigo y testimonio del suceder. Pesada imagen de lo cíclico de la triste condición humana. Por ejemplo,un signo como la puerta no sólo es un rectángulo por donde pasan los bienvenidos a arrinconar su último jadeo de vida, sino que esto encarna el otro plano, la dimensión del más allá que está cerca: eltránsito, espacio del ritual. Una pequeña muestra podría representar el alcance artístico que se logra, al expresar de manera impecable en estatrama un tema tan fundamental de la literatura: “A la logia de los ancianos no hace falta llegar temprano. Por la estrecha puerta van entrando de a poco, sin preocuparse por el tiempo, deslizándose cada uno a un rincón. Los ritos de recienllegada obligan a un suave movimiento de cabeza y a un leve gesto de caballerosidad. Pasa el tiempo y llegan más. La última estadística revela que aquí aumenta el número de ancianos…en verdad aumentan sin atenerse en lo absoluto al ciclo de cópulas y fallecimientos.

Todos están aquí y en los pliegues de la piel no hay ningún desgano ni ninguna prisa. Van ensalivando las horas mientrasentregan pésames a los parientes de más lamentos”. (Ibíd.: 9). Así que a partir de “A logia de los ancianos”, ese reloj sempiterno que a cada instante nos desconcierta la memoria, condena de todo lo efímero,intuimos que ya de entrada le confiere la solidez, desde ahora y en adelante, al libro Trascendentes y Triviales de RadamésLaerte Giménez; y contrastando con lo que nos dice el maestro Ernesto Sábato, podemos concluir que: “No hay otra manera de alcanzar la eternidad que ahondando en el instante, ni otra forma de llegar a la universalidad que a través de la propia circunstancia: el hoy y aquí. Y entonces ¿cómo? Hay que re-valorar el pequeño lugar y el poco tiempo en que vivimos (…) Cada hora del hombre es un lugar vivo de nuestra existencia que ocurre una sola vez, irremplazable para siempre. Me avergüenza pensar en los viejos que están solos, arrumbados rumiando el triste inventario de lo perdido” (Sábato, 2006: 18, 118, 119).


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REFERENCIAS: ROJO, Violeta (1996). Breve manual para reconocer minicuetos. Caracas-Venezuela: Equinoccio, Ediciones de la Universidad Simón Bolívar / Fondo Editorial Fundarte. GIMÉNEZ, Radamés (2010). Trascendentes y Triviales. San Felipe, Edo. Yaracuy-Venezuela: Sistema Nacional de Imprentas / Fundación Editorial El perro y la rana. SÁBATO, Ernesto (2006). La resistencia. Buenos Aires: Seixbarral (Edición especial para La Nación). Yony G. Osorio G. San Felipe, 23 de enero de 2010, estado Yaracuy, Venezuela. 2010 El demonio se agita a mi lado sin cesar Charles Baudelaire Creo que podría volverme a vivir con los animales Walt Whitman Agarra a la amargura por los cuernos y rómpele la nuca y si la muerte te señala, sigue cantando Víctor Valera Mora

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A la logia de los ancianos no hace falta llegar temprano. Por la estrecha puerta van entrando de a poco, sin preocuparse por el tiempo, deslizándose cada uno a su rincón. Los ritos de recienllegada obligan a un suave movimiento de cabeza y a un lento gesto de caballerosidad. Pasa el tiempo y llegan más. La última estadística revela que aquí aumenta el número de ancianos… en verdad aumentan sin atenerse en lo absoluto al ciclo de cópulas y fallecimientos. Todos están aquí y en los pliegues de la piel no hay ningún desgano ni ninguna prisa, van ensalibando las horas mientras entregan pésames a los parientes de más lamentos.


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Alguien abrió los ojos después de tanto negarse a despertar. Sintió un poco más de miedo, por eso dedicó más tiempo a las agujas de la cama. Unas garras oscuras escarbaban en su pecho, sabía que los escalofríos que estaba padeciendo se debían a los atentados que el mundo le lanzaba. Alguien comenzó a temer, a vivir en el miedo. Los ojos cerrados eran la seña de una determinación. Los dedos señaladores pasaron a ser las manos que le atenderían mientras durase su decisión. Prolongaría su lasitud más allá de los ciclos recurrentes, mientras los miedos tuvieran vigencia. Alguien abrió los ojos. Deslizó sus vapores entre la estupefacción, un poco más conforme con la existencia. Hoy los presentes le dirigen todas las recriminaciones.

A mil quinientas revoluciones por minuto: ¡Muévete, muévete, que el tiempo se acaba! La punta del pie derecho hunde el pedal y se empoza ahí la sangre fría. Siente que

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el tiempo es poco y lejano y que el espacio es mucho, omnipresente y vasto. A dos mil revoluciones por minuto: ¡Apartate! ¿es que andái en procesión? y la gota de sudor cuelga con toda su espesura en la esquina deforme del mentón, en la última estría de la cicatriz. Hay dos ojos desaforados en el retrovisor y el pedal ya choca contra el piso. A dos mil quinientas revoluciones por minuto: ¡Ah...! ¿Qué había que decir? El tiempo se hizo presente, y no es lo que esperaba.

Al borde de la desesperación acepté el encargo de realizar un cuadro para la familia pudiente del lugar. Un retrato a cuerpo entero del patriarca tendría que reportarme las monedas para alejar el hambre y alcanzar la fama con qué multiplicar las demandas por mi arte. Una pose ostentosa, cargada de grosera vanidad, reveló sus sesenta y tantos años de usufructo y carroña. Nada hice para evitar clavarle el puntiagudo revés del pincel en medio de sus sorprendidos ojos.


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Obtuve así la notoriedad de las páginas rojas de los diarios y un lugar en este mínimo habitáculo como condena de por vida.

Apenas decidí crecer mis huesos ingresé a pagar la condena. Para mi tránsito se decidió una fortaleza cuya mejor ingeniería se edificaba en tratos de obligada obediencia. Las mecánicas del oír y hacer demostraban en secuenciales ejemplos el éxito de la máscara repetida en inacabados rostros Alguien atrevió y osó y hubo remedio en la autoridad. Percaté que aprendí. Ya pasados muchos giros en los ciclos descubrí en esas memorias mi creación. Tomé este instrumento en mis manos y aún me trabajo.

Bueno, muy bueno. Tan bueno es como persona que está seguro no merecer la vida. Desde pequeño tomó el hábito de despedirse del mundo antes de dormir, por creer que la existencia recogerá sus haberes y de ese modo enmendar el error. Tan bueno, tan bueno, que no se le acerca lo malo. Quienes mal le desean van falleciendo. Y él, más avergonzado, se cree más desmerecedor de los dones del vivir. Hoy sus nietos y bisnietos le llevaron a apagar las ochenta y dos velitas y vuelve a esta hora de la noche a cumplir con el ritual de despedida.


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Buscamos alojo bajo la fronda de tus resplandecientes barbas, maestro regente de las sabidurías, y ofrendamos en descargo de nuestras ignorancias. Escalamos con goce el escarpado hasta la cima de tu alojo y como pago te homenajeamos con la sangre que mana de nuestros dedos. Agradecimos estamos que recibas las áridas resonancias de nuestras voces, tan viles y magulladas por toda una vida entre la mala hierba. Disponemos nuestros cuerpos como jarras vacías para que nos colmes con el néctar de tu sapiencia. Sálvanos de lo mundano y te juramos por estos ganchos clavados a nuestras espaldas la merecida y eterna lealtad.

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Con el cuerpo pegado a las costras rústicas del gran árbol fúnebre se dio cuenta que estaba en medio de la única lucha a que se había arriesgado en su vida, y que la iba a perder hiciera lo que hiciera. Intentó contemplar la fronda desde su ubicación en el tronco ancho e irregular, con las sangrantes uñas rotas encajadas en las duras grietas de la concha vegetal, y solamente vio la oscuridad de la noche y la revelación de que estaría muerto antes del amanecer. Había vivido los últimos años en la errada complacencia de que disfrutaría la dicha marital eternamente, sin pensar que los ciclos recurrentes del tiempo impondrían como siempre el inapelable final a todas las cosas. Su mujer cayó en la muerte, y esa no era la realidad que acostumbraba en su todos los días, no era el acontecer que marcaba sus despertares. Ella había muerto, y él con eso no podía vivir. Los dolores clavados como gruesas estacas en estómago, garganta y uñas y el ácido regurgitar del veneno le llevaron desesperadamente a pelear duramente por conservar la vida, pero tarde lo supo, era ya una pelea perdida. Dejó el tronco de sus suplicios y fue a echarse sobre las losas frías de la tumba, ahí donde lanzaron el cuerpo que fue suyo en la era sin tiempos finales y dejó que la luna marcara en contorno de plata la yerta imagen de la ilusión vencida.

El del cubo superior muerde cierta angustia cifrada. Hurga en la caja esplendente de donde obtiene la pieza para trucar en panela sintética. En el cubo inferior la herramienta aún en


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uso otorgó la maravilla recurrente de hacer parir la tierra y de ella obtener el diario bocado. No sucumbió, el del cubo inferior, a los devaneos de las cómodas promesas venidas de lejos, viviendo fiel a lo que sus anteriores mostraron como señal de vivir. Lejos de una angustia de reciente hechura ha aceptado impulsar el ciclo de trascendencia luego de muy breve receso. El del cubo superior ubica los espejismos, buscando nuevas estrategias para los oropeles y niega -como todos los días- la posibilidad de mañana.

El gato voló. No emitió ruido mientras cruzó el espacio aéreo desde la cocina hasta la reja. Contra la reja del fondo fue a estrellarse, combinando el leve maullido –suave, mullidocon el morado golpe en su costado marrón. ¡Fuera de aquí, gato lambusio, ladrón! En el ángulo entre pared y piso cayeron el gato y el pedazo de carne sazonado que había apretado con las agujas de sus dientes. Ella, con la lentitud a que le obligaba la sobrecarga de años, recogió la carne y la volvió a la cazuela y el gato escapó renco por entre

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la reja de sus dolores. Un pálpito de tragedia arañó el lado izquierdo de la anciana. ¡El guisado se quemó! Por primera vez esto aconteció y lo adjudicó a su ira y a su acción. Por más que buscó en todos los rincones no halló las llaves de la vitrina y en el resbalo se torció el tobillo. ¡Primera vez! Olvidó también tomarse la medicina para la tensión, para la artritis, para las várices. Confinada ahora al reposo soporta el castigo por ese instante mínimo de rabia e incontención, y el gato roza su sano costillar contra las patas de la cama, seguro de poseer más de siete oportunidades.

Ella pasea ostentosa su belleza frente a los sobrios ventanales de su hogar palaciego, para envidia de sus chancludas vecinas y martirio de nosotros los hombres. Ella, vestida en la finura de tafetanes y organdí, baila sus manos en el aire durante las ausencias de su anciano consorte mientras nosotros, viles mundanos, armamos desde la distancia historias de insatisfacciones y exacerbaciones de los deseos. Nadie ha visto el yugo que desde hace años corroe su tobillo izquierdo y que la hace intentar señales, hasta que uno de nosotros entienda. Y acuda.


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Ese gesto cargaba toda la compleja esencia de los aconteceres. De espaldas al sol, parado sobre la tierra, escudriñaba la causa de inutilidad de sus manos de endurecido adobe. Alguna vez cosechó vida de esa tierra. La tierra es ajena. En un rincón muy al norte de Inglaterra, dentro de una vieja iglesia de antigua resonancia gótica, recibí la invitación de Morrison de acompañarle al Roadhouse. Pensé –fue inevitable-, pensé en mi apreciado Jesús, con armónica en una mano y rítmico traqueteo de oscura botella en la otra. Por ahí estaba Hooker haciendo histrionismo con su coñoemadrancia: “letit roll, baby roll…” Un porro no fue suficiente, ¡claro que no! buscamos la ebriedad en sucias botellas de old whiskey, al frente y al costado de las piadosas imágenes de piedra. Era medianoche, y no me negué un largo paseo sobre las aguas del río. Sobre su sinuosidad caminé y caminé, y no conforme, retardé el alba, para escándalo de los ingleses más estirados y pajúos. Cuarteto furioso, bulladores de metales, palos y vidrios, levantamos algunos muertos de sus cajas de roca. Tal vez fue con un poquito de vudú que la conquista nos permitió en la sangre. Estas cuatro sombras se van alargando en las ancianas losas de este reino moribundo.


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Alfredo Armas Alfonzo

Esta mujer hiere la tierra buscando el sentido de lo que quiere ser. Arregla el follaje del día con la prontitud de sonámbula. Traza sobre el paño blanco la geografía del nuevo día y no hace más que guardarlo como gendarme de pies livianos. Yo le abro las ventanas a lo existente. Ella se encandila… cierra los ojos.

Dicen de ella que inspira el odio y la maldad de la humanidad, el renquito, el maestro masón, el asesino martillando el arma.

Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz. Jorge Luis Borges Adiós, vida, me despido de ti hasta la vuelta de la esquina. Gabriel Jiménez Emán

¿Hacia dónde fue Jenny con sus roncas melodías? ¿En dónde estacionó sus veleidades parisinas? ¡Cómo me lastima esta cortina fría de la tarde! ¿Qué hago con estas horas de carnes en hilachas? Con su pupila fina me ha mirado por dentro y ya tiene en las manos su cetro matriarcal. Montó cabalgata de ira por yo no alisar sus cabellos. Papá es caballo de rabia desde que le nací al mundo,


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huérfano de los afectos, íngrimo de no hablar con nadie. La casa es una puerta por donde huyen las paredes. Llevo tatuados en el cuerpo las preguntas incontestables. De los hermanos no me queda ni la soga de los juegos. La casa es el escándalo de todos los días. La casa en mi sueño es la sala grande de libros y pinturas. Me sale la figura de David por entre las penumbras. A mis pies la cabeza de Goliat. La sala de los libros y las pinturas es la cuna del sosiego. Las acechanzas y desapegos me han marchitado la pasiflora. Estos certeros hermanos ya me acorralan con sus lanzas. ¿Dónde se enhebran las palabras de Jenny? La vida toda tiene la forma de Jenny. Con su mano me lleva a la luz y yo enceguezco. El hombre de rostro vencido se acerca a la orilla azul de mi papel. ¿Verá fulgores en mis trazos? Un consejo a medio gajo quedó suspendido en el aire.

La bella Flor de Lis creyó dialogar con el bronce. Sus raicillas se elevaron lentamente para tener su tallo en alto y alcanzar la escultura muda y hierática. Creyó dialogar con el bronce y no hubo ninguna voluntad que le sacara de su desquicio. La bella flor había hecho comunidad en la húmeda vegetación que rodeaba a la pequeña torre de mármol y se había creído parte viva de la historia prócer por su cercanía con el busto esterado en menuda grama. No pudo entender, por ciega locura, que los bronces no se llevan bien con la flora por aquello de las diferencias químicas entre minerales y vegetales. La bella flor no hacía caso a las voces comunes y le dio por insistir en un monólogo que se perdió vez tras vez sobre el

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enlosado gris de la plaza abandonada, en su desvarío de pretender hablar de tú a tú con la historia.

La cruz desde el pequeño promontorio va mermando su luz. Los ecos de la vitalidad van alargando sus ondas, dejando a los presentes una tenue estela de los placeres vividos. A los pies del monumento llameante recogimos los vivos el testigo que nos devolvió los dones primigenios. El fuego del saber recorrió con sus brillos la estancia, y nadie predijo ni pretendió atestiguar la consumición ni la temblorosa agitación final. Miramos a lo alto y la cruz del solitario calvario va ganando en penumbras, y se va recogiendo palmo a palmo lo que en un momento inundaba el pecho. La vida no existe porque el alma clame por ella, la vida insiste en su eterno ciclo entrecortado y se celebra por encima de los dolores. Ya viviré este instante de dolor en el frio monumento de leños cruzados recogiendo en la palma los destellos quemantes.


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Las vetas del metal bien pulido, a una mano de distancia del rostro, no le llenaban de interés ninguno, mucho menos el olor intenso a desinfectante. Su prisa estaba en vaciarse de los contenidos y culparse implacablemente por estar allí, en esa situación. Sueña siempre, hijo, y tus sueños se tendrán que cumplir. No importe que mis sueños estén consumidos por las llagas, los tuyos se tendrán que cumplir. ¿Quieres viajar muy lejos? Sueña, hijo, que tus sueños se tendrán que cumplir. Y recorrieron, entonces, con la punta de los dedos, los territorios lejanos que marcaba la cartografía, colocando al alcance de las fantasías itinerarios alimentados por verídicas e inverosímiles aventuras. Frente al rostro, a unos cinco dedos de distancia, tenía el metal pulido de la puerta que cerraba el cubículo del sanitario aeroportuario, allí donde padecía dolores y sudores estíticos, pujando por cumplir con la entrega de la mercancía ilícita.

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La tiene a su alcance, todos los días, todo el día, siguiendo la ruta de la brisa en el jardín, en la sala, en la biblioteca… pero nunca en su alcoba. La desea desde los albores de su memoria, sin que ella hubiera nacido, y aún así la deseó como los deseos informes y atávicos. Sintió una oscura lujuria cuando la tuvo en brazos, infante aún, tomada del regazo de su hermana recién parida. Me haré cargo de la niña, Corelia, para bien suyo y tuyo. Yo la formaré para que sirva al señor, como me ha sido encomendado por el fervor de nuestra santa madre, que dios la guarde, es lo que dijo a su hermana de sangre por la última vez y nunca más.En los campos infértiles se le vio atravesar con la prisa que le imponía el desespero y el delirio extático de tenerla para sí. Ya los pechos de la niña han florecido y su silueta corta la pureza en tormentosas sinuosidades cuando la sigue con los ojos secos en el jardín, en la sala, en la biblioteca, pero nunca en su alcoba, y la desea desde los albores de su memoria, sin percatarse cómo ella goza de su anciana lujuria en la intimidad de sus pensamientos impíos.


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Adolfredo Brizuela T.

Nada, nunca, ninguno, nadie, no… En nuestro hogar de crianza latigaba el régimen de la negación. El abuelo, estrecho y largo hasta el cielo, nos hacía saber que la prohibición era mando cerrado en su predio. Nora, Noelia, Nidia, Nicasia, Neo… El abuelo, portando siempre el alado sombrero en las altas cimas de su mollera, tomaba para sí las únicas afirmaciones del lugar. Su corte de amantes portaban cada una la primera letra de la negación. Noel, Nereida, Nancy, Nicolás, Nolo… Los nietos llevamos como marca el signo de la extravagancia y vamos hoy en procesión tras el ataúd porque el abuelo –ya encogido y borroso– olvidó imponer las debidas prohibiciones a la muerte.

Negó su palabra al mundo, y fue silencio, y fue sombra. Se había encontrado repentinamente con sus afectos marchitos y por no hallar su estancia luminosa condenó su palabra a la ausencia. Mientras, un insecto reptante va bajando por los tubos del rincón oscuro, dejando una estela babosa, y la

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mudez impuesta asciende por los efluvios nauseabundos de la soledad. ¿Cuándo negó la palabra? Ah… sí, apenas con el primer traspié. Había trazado en su mente el mapa del mundo, llevando consigo el pequeño plano de su existencia. Sus afines los volvió sus opuestos. Y calló. Sigue bajando el bicho reptante y se aloja la amargura en su pecho. Su palabra está negada, y en los tubos del fondo se proyecta una sombra mínima a ras del piso, preparando el pozo de la sustancia donde ni la oscuridad, ni la amargura, ni la mudez…

No estuvo más apacible y pleno que en su mullida cama, entibiada con las esencias florecidas en el cuerpo de su mujer. No estuvo más seguro que bajo las sábanas lavadas amorosamente con fragancias del vergel, acurrucado contra las carnes tantas veces recorridas en fogosas incursiones. Y así, gozoso en el reino del extravío, sintió que volaba. Sintió que ese estado único era oportuno para emular el vuelo de las aves, que más valía ese momento para bogar sobre el aire, traspasando como saeta los espacios. El abandono extático animaba a la caída libre, a torcer con gusto las arcanas leyes de la gravedad y tomar posesión de


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los cielos. Y voló. Y en caída libre vino a aterrizar sobre las porosas costillas de su costado izquierdo, raspando su mejilla derecha sobre la menuda grama y rompiendo el silencio de la noche con un reconocible eco de saco roto. La predecible enajenación etílica lo empujó a un limbo engañoso que le llevó a aventurarse hacia el precipicio junto al pretil de sus ensueños. Despertando de a poco entre los efluvios del licor y el atontamiento del golpe, lanzó a las almas angustiadas las dos únicas interrogaciones que cargará por siempre grabadas en sus doloridos huesos: “¿Qué pasó?” “¿Dónde estoy?”

No tuve tiempo para el postergo de las pasiones ni espacio para fundar autoridad con los que revertir el débil nudo que me laceras. Despojado de mi momento y de mi lugar transcurro un ciclo definitivo, renegante de las instituidas dichas de la existencia. Siento en mis lomos el triste sayal, mientras insisto en este estrecho ventanal mirando la transeúnte felicidad ajena. Vivo llaga del mundo para tu confortable desvarío conyugal y con mi arreo de amarguras dedico una mirada de recuerdos felices a los pliegues del mantel blanquecino, a las limpias uniones de los rincones, a la sinuosa silueta de las copas, a la oblicua sombra que escapa de mis contornos… Ilusiono este íntimo territorio robado a la vasta galería de habitáculos de orden mortecino y desde aquí te ofrendo mis gruñidos de bestia acorralada. Aquí espero el momento de la liberación que ansío nunca llegue y mientras recojo despojos del presente que armo y desarmo como distraído infante,

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cubro mis ojos ante el odioso y pretensioso porvenir…

Mi arribo a la condición de hombre se dio justo cuando me fue otorgada la llave de la casa. Este pequeño dispositivo me concedía el albedrío de disponer de la apertura o clausura de la casa. Pasaba a ser una persona entre los adultos, quienes iban y venían en sus afanes. El material plateado con sus muescas irregulares me daba finalmente la condición de propietario de algo de las decisiones a que se sometía el hogar. Hoy siguen siendo un símbolo. Las busco en el fondo del bolsillo frontal del pantalón, haciéndolas sonar en el aire antes de penetrar la seguridad de la puerta, girándola para que la libere de la esclavitud momentánea del marco, haciendo que la hoja de madera se subordine a mi entrada, o salida. Concedo como un ritual de crecimiento mi llave a mis descendentes. Cedo la maravilla de disponer para sí el don de abrir y cerrar, entrar y salir, el aislamiento o la comunión... desde el rincón contrario respira con su pesadez de pendenciero el saboteador, esperando el instante para tumbar de las manos la llave que ha pasado como el fuego negado a algunos mortales.


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¿Pensará Carlos Salamanca que es en el Si continuo de Asturias donde está el misterio de su cuatervia pena? Pensó con húmeda inseguridad que su mar de amarguras residía en el MiSiDoLaSiSolMi que vibraba ronco y cíclico en las cuerdas de bronce. El tenaz punteo se ocupó de sus dolores desde la partida sin vuelta de la compañera de juegos infantes y crecidos. Un rasgueo quejumbroso e inútil le ha quedado, y un pequeño que ya se hizo adulto. Se fue con su instrumento y su única descendencia a habitar la costa de sus sueños. Canicio y desarmado fundó el breve espacio de esperanza donde duda el porvenir. Una moza del lugar se dejó llevar del brazo, pensando que la vida le ofrecía una dote de oportunidad. Allí instaló sus ilusiones virginales, entre dos Carlos, alimentando a escondidas paralelas apetencias. La moza dibujó fugitivas pisadas en la arena, llevando consigo a uno de los Salamanca. Ya en el acorde de los rasgueos las gotas rojas tintan la playa, y el viejo Carlos achaca al bueno de Isaac el renovado ciclo de sus dolores.

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Por mi antigua condición de hijo he sido condenado a la eterna vigilancia adulta. Todas mis acciones han sido escrutadas por crecidas y maduras opiniones, desde mi nacer hasta mi actual acontecer. Los eventuales errores de mi infante actuar son de inmediato corregidos a sangre y costura, sin detenerse en halagos por una que otra acción meritoria. Mi permanencia en la estrecha franja de la sensatez ha de medirse solamente en la contención de los desvíos. Por eso de manera rebelde y furtiva me dedico, hoy, a librarme del sometimiento de la ajena y colectiva voluntad. Me permito a esta hora un subversivo pensamiento, conducido por la imaginación altanera y la pasión impía. Retador estoy soñando con un desconocido país de bien respetado albedrío, donde vivo a ritmo de mis reflexivos e irracionales yerros. Palpo sin arrepentimiento los jardines de la emancipación, habitando en la placidez de mis eructos y en los groseros disparos de mis blasfemias. Los tropiezos me son condonados y descansa la vara de la corrección. En el solaz de las fantasías me encontraba cuando una gota derramada desde este mundo interior hizo mofa en los rectores. Descubierta la íntima estratagema fue tomada como el colmo de los agravantes. Cuatro gendarmes vigilan las cuatro esquinas de mi mente y ni siquiera esta pública declaratoria me es perdonada…

Posiblemente no haga uso de sus cualidades racionales cuando acomete su diaria manía roedora. La juntura entre uña y carne es el motivo de sus apetencias. Ya hace público su delirio por las extensiones duras de sus dedos,


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humedeciendo primero y procediendo luego a roer y roer las astillas de uñas con la mirada abstraída, abriendo quizás un territorio de fantasías insatisfechas en su mente. Alarmado siento que en algún momento brotará el hilillo de sangre por culpa de la impensada compulsión. Inquieto la veo con los dedos doblados hacia la boca de dientes roedores, raspando las puntas como la dura golosina con que se solazaba cuando chiquilla, cuando vivía al abrigo seguro de sus mayores. Intuyo la angustia por los amores extraviados, o tal vez el doloroso peso que implica el descubrimiento de la finitud de la existencia. El ocaso dibuja un perfil doblado hacia los recortados dedos, y todas las incidencias del mundo material y del mundo ideal dirigen sus vertientes al reducido espacio entre diente y uña. Brotará la sangre, lo sé, pero aún así seguirá su pasión roedora entre la pausada hemorragia y las ansiedades irresolutas de un vivir convulso y gris.

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que es posible. Despierto de los deseos con un ramo de cabellos rojos.

De la libertad no queda sino algún recuerdo que llega volando en un retazo de memoria. Luis Serrano

Puedo volver a ver su cabellera de luces rojas. Puedo volver a ves sus ojillos que ríen. Obediente a lo trazado en mis sueños, viene hasta mí, y vuelve a sonreír. Frente a mí ondea su cabellera colorada y tomo la pose conveniente. Me habla, se explaya, dice, conversa y se hace presente. Bastó que yo la vea y le escuche. Los pactos matrimoniales nos han separado. Sigue hablando. Sembrado en terreno de un sol exagerado, donde los insectos se posan en bandada sobre mi cabeza, uno de mis dedos libres toca el instrumento mudo para liberar el único sonido

Somos cadáveres ebrios de eternidad Dioses de falsos nombres y errantes dudas José Ochoa Díaz Jamás he dicho que he tenido razón He solicitado tan sólo lo más breve y lo más pequeño para poder estar entre vosotros Aún así ha parecido demasiado César Baptista


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¡Qué conformista! Con que le toques la cabeza y la barba, con que metas la mano por la reja y le acaricies la quijada ya se siente complacido. Padece una condena cuyo causal ningún mortal recuerda. Varias son las noches que se acuesta sin comer,y el frío piso alfombrado en mierda es su cama. Nada pide y no se queja. No sabe de suertes ni de futuro. Apenas un fulgor en dos puntos de su rostro nos abre a la odiosa idea de que es feliz, con esa felicidad absoluta que nos es tan ajena.

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¿Qué viste al acercarte al espejo de agua? El profundo turbio no existía antes de tu rostro. ¿Qué perlan tus surcos de quemados veranos? Lamentarás –lo sé-, lamentarás el perdido rostro que una vez fue en la infancia, donde ni el recuerdo aloja. Las brisas de los abuelos hacen livianas cabriolas en tus cardinales, mientras que tú, viva flor de la nostalgia, retumbas desde el suelo el canto reverdecido de los años de gloria. Apenas un acento en tu frente, con el viento de puntillas, ofreciendo el suave baile de las memorias alegres y encunada en regazo de fibras blancas. No fui testigo de la resbaladiza orilla del pozo, pero recojo del aire el último recuerdo ahogado en las aguas del ego.


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Relevo a los transeúntes del enojoso compromiso de comprender. Ha sido suficiente,es demasiado tolerar esta triste figura movida de cuadro. Acaricio mi locura como a una cola robusta y aterciopelada. Relevo al mundo de la inútil tasadura de mi demencia. Tengo ahora menos afanes por los afectos. Quise querer y ser querido y no me ha servido ni para brindarle una pirueta al ego. Los espejismos cumplen la misión de desdibujar lo que se oculta bajos las faldas de lo aparente. Un mundo nebuloso se posa sobre el mundo. Hay luchas más ambiciosas que valen hasta el leve expiro. Relevo a todos del pesado e inútil compromiso en lo que tenga que ver conmigo. Ya las discusiones dejaron los portones abiertos y escapo a las calles. Sin zapatos, percudido y con los lastres bien guardados en los bolsillos. ¡Un paso a la vez! escudriñando cada palmo como lo tiene que hacer la criatura recién venida, recién abiertos los ojos. Ya lo saben: no es para confiar en la cosa que será un hijo o un hermano… más vale guardar las mejores piedras en la cajita de la solidaridad humana. ¡Hay que pagar la cuota por pretender vivir!

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Sabe lo que va a pasar mañana, pasado, tras pasado... tiene a su alcance la certeza de lo que será, de lo inminente. Vive en el privilegio de atisbar lo vedado a los ojos colectivos, posa en cada palma al aire los huevos lustrosos del porvenir. Sabe lo que va a pasar y desconoce el presente. Desde su conversión a adivino en el enclave de mansos creyentes adquirió hábitos extraños, emitiendo ruidos que nadie reconoce y portando vestimentas remendadas a partir de las viejas cobijas. Su mujer le acompaña servilmente en los rituales y recibe los “cuantopueda” con un risible baile de genuflexión. Hoy su retoño primado carga muy adentro los primeros brotes del escondido injerto; en este momento el vecino y amigo del alma arrima otros trechos del cercado para ampliar sus predios; a esta hora el feroz avance de la tisis libra fácil guerra contra las escuálidas especies de su granja preterida y descuidada, pero el pitoniso desconoce todo esto porque su vista es de largo alcance, más allá de las vistas comunes, tan inmediatas, tan bastas, tan elementales…

Salimos a la arboleda madre, de ramas al descubierto, para tocar al hombre luz. Ya pactamos como intercambio el resto de nuestra existencia. No concedemos un pensamiento al dolor. Antes de partir consagramos esperanzas en nuestros hijos


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y nietos. El iluminado, con su privilegio de desnudez, es indiferente al agua congelada: no nos dispersa. Hoy no tocamos su cuerpo. Partimos nuestras costillas, portando creencias y costumbres, y esperamos otros cuatro mil trescientos años, cuando renazcan las ilusiones.

Saltaron por los aires unas cuantas plumas negras.¿Por qué?Por que así es el mundo. Caminé entre las sillas, por los espacios inestables y con los humos en el hueco abierto de mi cabeza. Acercó su rostro liso y enhuesado para decir con voz ronca yo te conozco. El mundo es así. Convoqué a otro antiguo discípulo y le requerí como ejemplo. Bajó uno o algunos escalones y estableció una cátedra fugaz. Un carmín oscuro y engrietado temblaba sin que emanara una voz. Una pluma negra se pegó sobre las venas sobresaltadas de mi mano derecha, la que uso para imaginar un brusco golpe contra las mandíbulas.

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Abrió un espacio entre nosotros dos y trazó su pasarela al son de la estridencia. Yo te conozco, fuiste mi maestro y me trataste bien. Se sumó una losa al fracaso.

Siempre se deslizaba cabizbajo y en paso lento por la estrecha y resonante vereda del vecindario. Sabíamos por qué su vestir y su andar eran diferentes a los nuestros, el resto de los muchachos. El pantalón –siempre el mismo pantalón- era el único bien que le quedó de su hermano el mayor, el que se alejó y nunca más dejó seña ni rastro. Ese pantalón era un saco amarrado más arriba de la panza: era un envoltorio mal atado con todas las tristezas colgando. Por obediencia debíamos huir de él, para estar a salvo de las condenas del otro mundo, del reino de lo maligno donde se ahogaban las almas miserables. El altar con velones coloridos de la abuela era el oráculo de la bondad y maldad. Desprecio y desdén le prodigaron siempre mis mayores; curiosidad y lástima sentíamos nosotros. Pero no nos acercamos. Hasta el día del fin de los sueños. Frente a frente en un descuido, en una de las callejas al regreso de un mandado. Le miré con todo el asombro y el temor de


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tenerle cerca. Nos miró con la curiosidad de quien alguna vez nos vio desde la distancia. Fue menos que un instante y se alejó en una rara altivez de pantalones enormes, zapatos sin suelas y condescendencia con el mundo. Desperté de la inocencia. Descubrí que hay algo más allá de los oscuro y lo claro, de la pobreza y la ostentación, de lo alto y lo bajo, de la oración y el delito… apagué los velones del altar y hoy perdono a la abuela.

Soñar había sido su relación más consistente con lo real. Los ojos abiertos eran señal de una breve escapada hacia los munditos donde había plenitud en las satisfacciones. Ayer estuvo de visita en las suaves playas de un paradisíaco refugio, donde solamente brillaba el sol salado y las pupilas veleidosas de la morena deseada. Ya hace tiempo visitó los perdidos tiempos de la infancia, reordenando la real ausencia de los afectos paternos. ¿Vieron su mirada perdida de hace rato? Estaba de paseo por las nebulosas de la mente, mientras el bisturí en su mano alzada no terminaba de hacer la punción final. El paciente se extravió más allá de sus somnolencias.

Tomó la precaución de ordenar todo: el café y el chocolate. Las galletas y las empanadillas. El uso del baño y la breve sesión del ventilador. Todo estaba correctamente tarifado para la ocasión y su mujer estaba al corriente de los detalles. El criado debía por obligación cumplir con cada tarea asignada. Ya se sabe: el único acontecimiento que llama gente en este pueblo es un velorio. Llegado el momento decidió mudar a cadáver. Apenas unas gotas del menjurje bastaron para frenar la vieja faena del corazón. Antes dijo a la mujer: “con las ventas del café y del chocolate le comprai los zapatos al niño. Con lo de las galletas y las empanadillas resolvei a la niña. Con el alquiler del baño pagai las cuentas. Lo que vayan dando por usar el ventilador lo usaipapagá el entierro ¿sabei? Y le decís al criado que te ayude…” y luego más nada dijo. Nadie fue al velorio. La fama de maluco y tramposo dejó los candiles solitarios y el pretendido comercio en cero. Cercana la hora del sepulcro la mujer recogió todo y salió a la calle a vociferar las ventas. Ha montado nuevo negocio y abandonado la viudez gracias al fiel criado. Al fondo del patio el cadáver insepulto se va desmoronando en su gran fetidez, que ya ni las moscas ni los gusanos…


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Traspuso la sombra en un solo vuelo para posarse en mi pecho y avisarme que ya andaba difunta. Ya lo supe… oí el rumor de la distancia y vi la traza oscura en el cielo. Desde ese momento hice uso de la vida. Finalmente fui responsable de la puerta, decidí libertad al cerrojo y me volví habitante de la calle. Cumplí con mi cuota de hombre pactando en el mercado de la carne, establecimiento de pieles que en la vigésima vuelta hizo presente la voz, llamándome desde el reino femenil. La dispersa materia se hizo cuerpo y oculta en telas obedientes a la brisa buscó espacio en la memoria de mis hembras ancestrales, donde estuvo ella, y la que fue antes de ella. Se agotó mi renuencia con lo establecido y fundé un rinconcito en la multitud. Ilusioné un acomodo en el juego de los símbolos impuestos. Y abrí los ojos. Había nada más que ver.

Tus hijos te viven la vida. La que no viviste. No muestran tus

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públicas e históricas perversiones, se comportan conforme a tu moral de hoy. Lograste montar en la fragua de la crianza los moldes para asegurar la destacable paternidad. Qué dicha las alabanzas… Qué bueno es tener hijos para entretener los oídos del vecindario, demostrar que el rejo es útil y que el reino está en el centro de tu casa. La mirada quieta de la más jovencita rememora a oscuras los placeres habituales y escondidos

Vuelven los dolores a mi garganta. Tienen que volver ¡claro! si es que esta mi garganta pobremente anillada es el redil de los padeceres. A la gente digo: “no vale, es por el cambio de clima”. A mí, detrás de la puerta, me susurro: “no, Rada ¡es por el cambio de rumbos!” Mientras vestía de tímido portaba una garganta sana e indolora. No la usaba sino para decir “no” al pan. Mientras


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el cuerpo se me negaba lampiño me busqué un lugar en la dicharachería. ¡Pobre garganta! La voz tiene que ser más gruesa que los tubúnculos cartílagos. Las palabras deben tener la moldura apropiada al concierto multitudinario. ¿Cómo no va a doler esta garganta? No estoy seguro si a Sabines le dieron su santoral de putas. Yo canonizaré a los mudos.

ÍNDICE Presentación de Yony Osorio A la logia de los ancianos Alguien abrió los ojos A mil quinientas revoluciones Al borde Apenas decidí crecer Bueno Buscamos alojo Con el cuerpo El del cubo El gato voló Ella

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En un rincón Ese gesto Esta mujer Hacia La bella flor La cruz La vetas La tiene Nada Negó su palabra No estuvo No tuve tiempo Mi arribo Pensará Por mi antigua condición Posiblemente Puedo volver Qué conformista Qué viste Relevo Sabe Salimos Saltaron Siempre Soñar Tomó Traspuso la sombra Tus hijos Vuelven los dolores

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Se terminó de imprimir en junio de 2011 en el Sistema Nacional de Imprentas San Felipe estado Yaracuy República Bolivariana de Venezuela La edición consta de 500 ejemplares


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