Un cuento antes de dormir

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Jesús Leonardo Castillo

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El Sistema de Imprentas Regionales es un proyecto impulsado por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura a través de la Fundación Editorial El perro y la rana, con el apoyo y la participación de la Red Nacional de Escritores de Venezuela. Tiene como objeto fundamental brindar una herramienta esencial en la construcción de las ideas: el libro. Este sistema se ramifica por todos los estados del país, donde funciona una pequeña imprenta que le da paso a la publicación de autores.


Un cuento antes de dormir © Jesus Leonardo Castillo El libro hecho en casa. Serie narrativa © Para esta edición: Fundación Editorial El perro y la rana Sistema Editoriales Regionales Red Nacional de Escritores de Venezuela Gabinete Cultural del estado Yaracuy Depósito Legal: DC2021000187 ISBN: 978-980-14-4753-5 Plataforma del Libro y la Lectura: Jairo Brijaldo Diagramación Jesús Castillo Consejo Editorial: Asociación de Escritores de Yaritagua Mariela Lugo, Rosa Roa Aurístela Herrera Orlando Mendoza Luisana Zavarse Moraima Almeida, Belkis de Moyetones José Ángel Canadell Rosner Carballo Blanco Diosa George Jesús A. Castillo O.



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Un cuento antes de dormir Jesús Leonardo Castillo



JLC08122019 28042020 Un Cuento Antes de Dormir “Todos los hechos y personajes del presente relato son ficción. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”

A NANI



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1 Saliendo de Pesca El hombre se afanaba en poner la mesa. Se desenvolvía con la soltura de la costumbre. El aire estaba lleno del olor del ajiaco y la fritanga. Ya sobre la mesa reposaba el arroz y los frijoles, además de los plátanos asados. La baja atura de la estufa le permitía cocinar con comodidad, a pesar de la silla de ruedas. Tocaron a la puerta, sacándole una sonrisa. -¡Adelante doña Chela! –Gritó, mientras abría la puerta tirando de un cordón- ¡Estoy en la cocina! Doña Chela era una mujer en los setenta y tantos, con un largo cabello trenzado en una gruesa cola de caballo, que le permitía lucir unos pequeños sarcillos de oro en forma de abanico. Usaba una bata floreada que no contrastaba con la chamarra de jean con la que se abrigaba. A pesar de mantenerse erguida, se apoyaba en un bastón. Levaba de la mano a una niña de unos cuatro años, en uniforme de colegio, que nada más al verlo, corrió hacia él, saltando sobre sus piernas. -¡Papi! -¿Y cómo está la niña más inteligente y más bonita del mundo? -¡Del mundo no papi! -¡Es verdad! –Sonrió- ¡Del mundo no, sino del universo! -¡Vas a malcriar a esa niña más de lo que ya la tienes! -No le digo que no doña Chela… -La besó con fuerza en la mejilla- ¿Pero quién no se va a volver loco por una belleza así? -¡Papi! –Protestó- ¿No ves que tengo hambre? -Bien… Vaya a asearse para que nos sentemos a comer. La niña corrió hacia el interior de la humilde vivienda, mientras ambos la miraban sonriendo. Luego de una pequeña pausa incómoda, la anciana se animó a preguntar: -¿Está durmiendo? -Ya Alicia debe estar despierta doña Chela. Llegó temprano en la mañana. -¿No crees que debería hacer otra cosa? -No sigamos con lo mismo doña Chela –Dijo en tono de disculpaUsted sabe cómo está todo y como estoy yo. -Bueno mijo… Sabes que no lo digo por mal. Es que ustedes me preocupan. Todos… Bueno, me tengo que ir. Tengo cosas que hacer…


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-Nos vemos doña Chela. Tengo que servir el almuerzo. La niña se quitó los zapatos y los puso junto a la cama, tratando de no hacer ruido, Subió de a poco y se acostó junto a la mujer que fingía dormir. Aguantando las ganas de reír, apretó su nariz con la punta de sus dedos, para que no pudiese respirar. Esta abrió la boca y fingió un ronquido. La niña esperó. De improviso, esta saltó sobre ella, haciéndole cosquillas. -¡Ya mami! ¡Me rindo! Ambas rieron juntas y la madre la llenó de besos. Ella le correspondió. La madre la abrazó y se le quedó mirando con ternura, mientras jugaba con su cabello. -¿Vamos a almorzar? -Si… Tengo que asearme. ¿Ya te lavaste? –Esta negó con la cabeza- Bien. Vamos juntas. Papá ya debe tener la mesa puesta. Después de la comida, la siesta y a hacer la tarea. -Si mami. Todos comieron en silencio. Cuando la niña terminó fue a asearse, como todos las tardes, para ver televisión. -¡Recuerda que a las cuatro tienes que ponerte a hacer la tarea! -¡Si papi! Ahora quedaban allí, compartiendo el silencio, junto con el café. El, con la mirada perdida en los diseños geométricos del mantel y ella mirando el fondo de la taza, buscando respuestas perdidas. Al fin se atrevió a hablar: -Allí está el dinero para que le compres las medicinas a la niña y para que compres las cremas que necesitas. -¿Te fue bien? -Me fue… ¿Qué te puedo decir? Como siempre… Por favor no empieces con lo mismo. Era más que una súplica que un reproche. Las primeras peleas habían quedado atrás, cuando la impotencia era abrumadora y ella tenía que cargar con él y una niña de un año. -No es eso. Solo quería saber si ibas a salir. -No que yo sepa. No hay más clientes por ahora. Llama a la droguería. Pide las cremas. -¿Vas a ayudarme? Ella apoyó su mano en la suya y le sonrió. En la mirada de él había pena y una muda súplica.


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Las manos se deslizaban con suavidad por la espalda, especialmente por las profundas cicatrices. Ella lo había ayudado a bañarse y ahora le untaba la crema para prevenir las úlceras en los hombros, espalda y nuca, además de masajear los adoloridos músculos, especialmente los que sufrían de atrofia. Lo ayudó a vestirse, a pesar de que este y podía hacerlo por sí mismo, dejándolo que se acomodara en su cama clínica. Le había pedido más de una vez que ocupase la cama matrimonial en su habitación, pero este se había negado. Ya hacía siete años del atentado, cuando un coche bomba había estallado junto a la patrulla de policía que este conducía. De eso llevó la mejor parte de una guerra que ocurría en la capital en una guerra no oficial y no declarada. Solo obtuvo una condecoración, una placa de reconocimiento, una magra pensión y promesas de ayuda que nunca pasaron de la foto en las páginas de la prensa y la imagen ante las cámaras de televisión, acompañados del político de turno. Todo lo que le quedó fue una silla de ruedas, regalo de sus antiguos compañeros y una amargura que se había convertido en resignación. En las paredes de la sala aún estaban las fotos de él de uniforme, medallas, la placa de reconocimiento. A la final, solo era una víctima más de un combate silencioso, reconocidas como tales, pero enfrentados a una burocracia inmovilizadora. -Raúl… -Este estaba sumido en sus pensamientos- ¡Raúl! -Disculpa, ¿Qué decías? -Que si con lo que tienes es suficiente para los gastos o necesitas más… -¿Tan bien te fue? -No me preguntes en ese tono –Dijo dolida- Cuando eras policía, yo estaba conforme con lo que ganabas… Nunca te reproché nada. ¿Hasta cuándo vas a seguir?... No fue ni es tu culpa. ¿Recuerdas tu recuperación?... ¿Recuerdas cuando Natalia se enfermó? ¿Quién dio las medicinas? ¿Quién ayudó?... Ni tu familia. ni la mía… No les hemos visto la cara. Guardaron silencio. Raúl rodó hasta la ventana. Desde allí podía ver los techos de las casas vecinas. Afortunadamente, estaban cerca de la avenida. Eran considerados como los “acomodados” del sector. Solo su condición de discapacitado y el buen don


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de gentes les permitía ser queridos en el sector: Había creado un equipo infantil de fútbol y conseguía, dentro de lo posible, ayudas para los enfermos. Pero eso fue en otra vida. Ahora mantenía la casa limpia, cocinaba y trataba de llevar la vida como podía, especialmente por su hija. -Disculpa mujer… A veces… No me hagas caso. En ese momento sonó el celular… En el otro extremo de la ciudad, esa mañana, en el pent house de un lujoso edificio, un hombre joven roncaba a pierna suelta. El aroma del café llenó todos sus sentidos, obligándolo a abrir los ojos. Mientras sonreía, se estiró a satisfacción, sujetándose el miembro erecto, orgulloso. -Bueno días –Dijo satisfecho- ¿No hay un mañanero para mí? -No papito –Dijo melosa- El trato terminaba cuando te quedaras dormido. Y ya es otro día. En ese baño hay enjuague bucal –Le extendió el vaso con el aromático café- O puedes comenzar la mañana con esto. Luego te vistes y te vas. Este tomó el vaso y bebió un sorbo. Lo dejó en la mesita de noche y extendió el brazo acariciándole el trasero, mientras movía rítmicamente su pene. -No me dejes así… La mano del hombre se paseó por sus duras nalgas, buscando su sexo. Soltó su miembro erecto para separar sus piernas para recrearse en el pirineo y la entrada de su vagina. Ella lo dejó hacer. -Quédate tranquilo y báñate. Lo que tienes son ganas de orinar… -No seas así… Mónica, por favor… Separó las piernas para mostrarle toda su erección. Sorpresivamente, ella lo agarró por la base, apretándolo con fuerza. Este gimió sin poder moverse, paseando entre el dolor y el placer. Comenzó a moverlo con suavidad sin reducir la presión, haciéndolo jadear. -¡Así! –Siseó entre dientes, sin atreverse a mover un músculo¡No pares! ¡No seas así! Sin parar, buscó sus testículos, apretándolos con habilidad, dándole pequeñas bofetadas, al igual que a la punta, sintiendo sus latidos. Según su experiencia, faltaba poco.


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-Yo soy así –Dijo complacida- Así… Sacó los dedos del hombre de entre sus piernas. Los lamió. Se sentó sobre su cara, pasando su sexo contra su boca, moviendo sinuosamente sus caderas, obligándolo a abrirla, mientras de cuando en cuando acariciaba con cierta presión sus testículos, para pasar a apretar con fuerza el balano, con cortos movimientos ascendentes. Cuando lo sintió listo, lo soltó, para apoyar sus manos en el pecho de aquel hombre que jadeaba como loco y aumentar el movimiento de sus caderas, buscando su orgasmo. Todos los músculos de cuerpo del hombre parecían a punto de estallar, a pesar de que ya ella había cesado sus caricias, concentrada en su placer. La sujetó con fuerza por las piernas, arqueando el cuerpo, mientras eyaculaba como si no hubiese tenido sexo toda la noche. Ella lo alcanzó unos momentos después. Al rato este terminaba su café, ya vestido, mientras revisaba su celular. Ella secaba su cabello, mientras se ajustaba una felpuda bata de baño. El hombre apreció la vista de la ciudad, tan ajena a aquel cuarto y a aquel momento. Volvió a mirar su celular y habló, sin alzar la vista. -Mónica… -¿Sí? -¿No has pensado en una vida diferente? -¿Diferente cómo? –Preguntó mecánicamente, mientras se secaba el cabello, mirándose al espejo- No entiendo… -Distinta… Otra vida…. Conmigo. Algo más permanente, no sé… -¿Cómo qué? –Le reprochó- ¿Cómo una esposita? ¿Esperando en casita a que llegues de tus viajes de negocios? ¿Para yo terminar solita, mientras tú terminas buscándote una… como yo?... No gracias. -¡Claro! –Respondió dolido- ¡Como esta es la vida que prefieres! -¡La vida que me da la gana! –Lo señalo con el cepillo, como si fuese un arma- ¡Anda, dilo! –Le retó- ¡Una vida como qué…! -Como una puta… -Masculló, para arrepentirse de inmediatoYo… -Sí… Tú lo has dicho. Como una puta –Le extendió la manoYa anoche habías pagado el servicio. Lo de hoy fue otro… Ya conoces la tarifa.


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-Mónica, yo… Perdona. -No hay nada que perdonar. Eres un cliente y yo presto un servicio. Ahora, paga. Y por favor, vete, que quiero descansar… Resignado, sacó unos dólares del saco, dejándolos sobre la mesa. La miró apenado. -De verdad lo siento. También eres mi amiga. No debí hablarte así. -Olvídalo… Por favor, vete. La próxima vez, si la hay, nos vemos en un hotel. Se volteó y continuó con su cabello. Escuchó la puerta cerrarse. El apartamento quedó en silencio. Reflexionó. Estaba clara con respecto a lo sucedido. Era la vida que había escogido. No era su culpa. Era de él por haberse confundido. Pero era la dueña de su vida y no iba a pedir perdón por eso. Si él creía erróneamente que un buen sexo y una amistad eran sinónimo de una relación estable, estaba muy equivocado. Ahora iba a descansar y a esperar el próximo cliente. Este, aparte de cliente, le había cobrado cierto afecto y le contaba sus cosas. A veces fungía más de terapeuta que de meretriz. Era un ejecutivo exitoso, con una familia muy conservadora. Recordó la vez que este la había llevado a una fiesta familiar solo como amiga, presentándosela a sus padres, unos ricos comerciantes de origen siciliano. Les dijo que era una gerente de un negocio de lencería de lujo de la ciudad. Creyendo que no los entenderían, le recomendaron que se alejara de ella, porque “aunque era muy bella, nunca pasaría de ser más que una empleada de cierto nivel”. Él no le dijo nada y ella nunca le comentó que sabía italiano. Por eso se había alejado del lado afectivo de cualquier relación que pudiese parecer permanente. Desde que se había iniciado como dama de compañía, guiada por la madre de una amiga a la que había descubierto por accidente. Esta no le mostró vergüenza alguna, al contrario, le explicó que como trabajaba de forma independiente, no corría con muchos de los peligros de otras profesionales del sexo. Irónicamente, había comenzado en este oficio ya casada y con una hija pequeña, porque su esposo la había abandonado por una jovencita, porque entre otras cosas “no era buena en la cama”. Como era de una familia acomodada avenida a menos,


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no le faltaba cultura ni modales, además de ser muy atractiva. Tenía ya cuarenta años, pero, según le confesó, era muy cotizada. Ahora su hija estaba a punto de salir de la universidad. Solo le suplicó que le guardara le secreto. Mónica le dijo que no se preocupara. La familia de Mónica sufrió un embargo, por malos negocios de su padre, que aún pretendía vivir como cuando era rico. Murió de un infarto. Aún les quedó algo de dinero, pero la madre le dijo que no podían llevar ese estilo de vida y que tendría que dejar la universidad. Buscó a la madre de su amiga en busca de consejo con una idea. Al principio ella se negó. Pero Mónica la convenció. -“Debes ser siempre muy, pero que muy discreta. Los hombres en las conversaciones de cama suelen ser muy vulnerables. Debes hacerles sentir que te pueden contar todo, que vale la pena hablar contigo” –Comenzó diciéndole- “No hagas muchas preguntas, condúcete con modales, como una mujer de mundo. Si te portas así siendo tan joven, causarás buena impresión. Escúchalos. Hazles sentir que son la cosa más interesante del mundo” –Ella le prestó toda la atención- “Maquíllate con elegancia. Mantén una distancia equilibrada: Ni tan cercana que se te sientan melosa ni tan lejos que te hagas sentir inaccesible” -¿Y de que debo conversar? -Debes conocer de fútbol, de la bolsa de valores, pero hazte la tonta cuando te convenga. La intuición debe ser tu mejor aliado” ´-¿Qué no debo hacer con el trabajo? -“No digas que vienes de otro servicio ni que tienes muchos clientes. Nunca uses vaselina. Usa glicerina. Y respecto a la ropa, viste siempre con clase. Si el cliente no te lo solicita, no uses jeans, o cualquier ropa especial” No todas las experiencias eran tan gratas. Algunos clientes, los más ricos la trataban casi como si ella tuviese que agradecer el privilegio de estar ante su presencia. Como a una deidad. También los había con manías y fantasías particulares. Si les parecían extraños o riesgosos, no los aceptaba más. Tenía excelentes relaciones con algunos abogados, que les prestaban protección en algunos casos. El ser independiente tenía sus ventajas. Decidió irse a dormir.


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El teléfono celular mostró un mensaje. Era de uno de sus proveedores de clientes ocasionales. Esas oportunidades de una sola vez: Turistas, empresarios de ocasión gente sin muchas relaciones en el país o que no les convenía que se supiese si algo les pasaba. Lo llamaban una “pesca”. Hizo una llamada. -¿Alicia? Mónica. Hay pesca. Dos tipos. Un buen hotel, algo fácil… -Sonrió- Ya verás…


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2 “La gente tiene que saber cuándo algo no es suyo” Gaspar Valdivieso estaba totalmente imbuido en su trabajo. Miró por un momento la hora en su rolex. Once y media. A esa hora, rutinariamente, detenía toda actividad. Abrió su minibar y se sirvió un agua quina con limón, bien fría, como le gustaba. Sonó su celular. Miró el número. -Dime Florencio. -Jefe. Confirmadas sus sospechas… El pichón le está soplando el bistec. -Sin ordinarieces Florencio. Sabes que no me gustan. -Perdón jefe –Dijo avergonzado- El nuevo anda en plan de galán con Olga. Y ella le corresponde. Ya le envío el video. Me lo pasó uno de mis contactos. Es de ayer en la tarde. Escuchó la señal de llegada y revisó: Estaban los dos, muy íntimos. Reconoció el lugar, un puesto de perros calientes a unas cuadras del ministerio. No había audio. Pero eran evidentes las señales: Los cuerpos muy cerca, él pasándole la comida y haciéndole comentarios al oído, al parecer muy ingeniosos, pues ella estallaba en carcajadas. Nunca la había visto reír así, y menos con él, ni en las cenas, los almuerzos, el reciente viaje de “trabajo” a Punta Cana. Le molestaba imaginarse que ese mocoso se estuviese acostando con ella. Pero se dijo a sí mismo que un hombre como él no estaba en el lugar donde estaba, de no ser porque siempre calculaba sus acciones. Pensó un buen rato una serie de opciones hasta que llamó a Florencio, su mano derecha. -Diga jefe… -Tráeme el expediente del muchacho ese. Y dile a la jefe de recursos humanos que ni una palabra. Que ella lo busque personalmente y coloque en tus manos. -En seguida jefe. Miró su reloj. Era ya medio día. La gran mayoría del personal estaría almorzando fuera de las oficinas o en el comedor. Y Olga, según lo acostumbrado, vendría a buscarlo para ir a almorzar. Se quitó el saco y se aflojó la corbata. Mecánicamente, se despojó de las yuntas de platino y las colocó sobre el escritorio, arremangándose las mangas. Se sirvió otra agua quina como le


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gustaba y se sentó a saborearla. Ella entró a la oficina. Quizá para sus estándares no era la más hermosa ni la más disponible. Había varias dispuestas a estar con él y a servirle de cualquier forma, pero no eran tan eficientes ni tan inteligentes. Y era como le gustaban: Atractiva, morena, de amplias caderas. Tuvo los senos pequeños hasta que él pagó su operación. Ahora se veía espectacular, un bello rostro y unos labios provocativos. Tenía otras cualidades: Discretísima, sabía darse su lugar. Mantenía las distancias en público. Su esposa, que era bastante desconfiada, le creía más a ella que a él mismo. Siempre quería saber dónde estaba. Ella le había hecho creer que era su “cómplice” y así la mantenía tranquila. -Señor Gaspar –Dijo extrañada- Pensé que ya salíamos a almorzar. -¡Pero si vamos a salir! –Dijo alegremente- Es solo que quería conversar algo… -Usted dirá. -Tú –Le corrigió- Estamos en confianza. No hay que guardar las apariencias –Dijo cordial- Ven, acércate. Dame un beso. Ella se acercó, quedando el grueso escritorio de roble entre los dos. Ella hizo un mohín con los labios, colocándolos de piquito. -No –La detuvo- La pintura de labios- Recuerda. Ella abrió la boca y sacó la lengua, jugando con la suya y sus labios, dejando que este la succionara. Se separaron y le sonrió. -Buena chica… Acércate. Quédate ahí. Quiero que veas algo… Se quedó a un costado del escritorio. Lo conocía bien, sabía que se traía algo entre manos, pero no sabía qué. -¿Cómo te sientes? ¿Todo bien? -Sí, bien –Contestó desconcertada- ¿Por qué? -Por saber… ¿Bien con tus gastos? ¿No necesitas medicinas para tú mamá? ¿Necesitas algunos dólares? -Bueno –Sonrió apenada- No te voy a negar que eso nunca está de más… Pero sé cómo te portas cuando sientes que abusan de ti. -Menos mal que me conoces… Por cierto, quédate justo allí, que quiero mostrarte algo… Puso a correr el video. Ella lo miró, sin saber que decir. Sentía una debilidad en las piernas, un nudo en el estómago.


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Gaspar Valdivieso se puso de pie. Paso a paso se colocó justo detrás de ella. La tomó sorpresivamente por la cintura. Ella podía oler el aroma de su perfume, el roce de sus labios en su nuca. Su respiración. Se sentía indefensa. -¿Qué vas a decirme, Olga? -…Es solo un amigo, un compañero de trabajo, nada más. -Te conozco –Apretó con un poco más de fuerza la cintura, asustándola- Tú no andas de “risitas” con todo el mundo… ¿Ese mocoso te va dar lo que yo te doy? –Apretó su seno sobre la blusa- O lo que te he dado… -Yo no te he faltado… Te dije que es solo un amigo… -No me pretendas verme la cara Olga… -Se pegó más a su trasero- No te lo acepto- Metió las manos debajo de la falda, apretando sus piernas, para ascender suavemente, acariciándolas- La gente debe saber ubicarse… -Gaspar… -Susurró- Me asustas… -No tengas miedo… ¿Alguna vez te he tratado mal? –Acercó su boca a su oído- ¿No? -No… Nunca. -Exacto. Puso una de sus manos en la nuca, apretando el moño con fuerza, forzándola a doblar la cintura, pegando el rostro a la barnizada superficie del escritorio. Algunos papeles cayeron al piso y la grabación del video volvió a activarse. Ella veía con más claridad las imágenes de ella y aquel joven. -Yo sé cuándo me mienten… ¿Qué te pasa? ¿Te produce mariposas en el estómago? ¡Mira cómo te derrites a hablarle! –Hizo un poco más de presión- ¡Mira! -Te dije que es solo un amigo… -Un amigo…-Sintió como le arremangaba la falda, al tiempo que le separaba más las piernas, empujándole los talones con facilidad por llevar zapatos de tacón- La gente tiene que saber cuándo algo no es suyo… Y si no, hay que hacérselo saber… Olga escuchó el inconfundible sonido del pantalón al caer. Intuyó lo que venía cuando este le apartó la minúscula tanga. Sintió como la penetraba de un golpe. Jadeo al sentir sus movimientos. Sabía que lo que estaba pasando estaba mal, pero también sabía que él la conocía bien y que a ella le gustaba el sexo duro. Gimió


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de placer a su pesar, ante la embestida y concentró su mirada en el video. En su rostro cuando él le hablaba, como la hacía reír y la llenaba con cosas simples, como no lo había hecho nadie. No habían tenido sexo. Ahora lo lamentaba, porque sabía que a partir de ese momento tendría que alejarse. Gaspar seguía moviéndose, con los pantalones en los tobillos, en camisa y corbata cuando la puerta se abrió. Era Florencio, con el expediente en la mano. Su cara reflejó sorpresa y se quedó allí parado, sin saber qué hacer, mirando a Olga que cruzó miradas con él, mientras recibía los embates una y otra vez, hasta que su jefe le hizo un gesto con la cabeza y este cerró la puerta, quedándose allí vigilante, para que nadie lo interrumpiera. Cuando terminó, Gaspar se subió lo pantalones y arregló sus ropas. Con las piernas temblorosas, Olga se recompuso. -Aséate en el baño, para que vayamos a almorzar… -Si papito. -Así me gusta –Le acarició el rostro- Buena chica. Sacó de su saco trescientos dólares en billetes de a cien, dejándoselos en el escritorio. -¿Y eso? -Por si tienes una emergencia mi amor… Uno nunca sabe. Es mejor estar prevenido. Y sabes cómo está el costo de la vida… Ella tomó el dinero y caminó como pudo, encerrándose en el baño. Gaspar abrió la puerta y le quitó el expediente aun apenado Florencio. -¡Perdón jefe! -No pasa nada… Vete tranquilo a comer –Le introdujo cincuenta dólares en el bolsillo del saco- Te los ganaste. -¡Gracias jefe! -¡Olga, apúrate que tengo hambre!


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3 Uno no sabe que angelitos lo están cuidando El grupo de seguridad se bajó rápidamente de los vehículos. Varios personeros iban a un almuerzo de trabajo en un lujoso restaurant de la capital. Los escoltas se ubicaron en sitios estratégicos, conocedores de su oficio. Diego Madero era uno de los más nuevos, por lo que se le asignó el área de estacionamiento donde quedaban agrupados los vehículos del ministerio. Por el audífono oculto detrás de su oreja escuchó al líder del grupo. -Diego –Le informó- Quédate con los carros. Falta el de la asistente del viceministro. No es uno del ministerio, sino su vehículo personal. Es un corolla del año color azul pálido. -Entendido. Miró su reflejo en vidrio de una camioneta: Corte de cabello impecable, con la raya de lado, el traje a la medida que le quedaba perfecto (aunque era usado, regalo de un amigo rico), zapatos negros impolutos. Todo un maniquí. Esperaba para ver a Olga. Tenía varios días sin verla. Ya no merendaban juntos cuando le tocaba servicio en el ministerio. Lo atribuyó a esas dietas que hacen las mujeres cuando en realidad no les hace falta. El vehículo entró dando una amplia curva en el estacionamiento. “A esta mujer no le falta pericia al volante” – Pensó Diego- “¿Será así para todo?” Le abrió la puerta del vehículo. Ella bajó rápidamente, amparada en sus lentes de sol, musitando un breve “gracias”. -Buenas tardes, señorita. –Sonrió cordial- ¿Cómo está usted? -Bien, gracias -Olga… -Le llamó al verla alejarse. -¿Sí?... Dígame, que tengo prisa. Mi jefe me está esperando. -No te he visto más… -Usted sabe que tengo demasiado trabajo –Dijo secamente- Lo que me vaya a decir, que sea breve. -¿Fue algo que hice? -No es eso. El viceministro me está esperando. Si me disculpa… -Disculpe, señorita –Dijo evidentemente dolido- No le quitaré más tiempo.


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Ella se acercó a él, quitándose las gafas de sol. Había vergüenza en su mirada. Su actitud cambió por completo. -No lo tomes a mal, Diego. Eres un tipo espectacular. Pero no soy mujer para ti. Tú mereces otra clase de mujer… No eres tú… Perdona. Y se fue, marchando a toda prisa. El único ruido que él oía era el de los tacones golpeando el asfalto, mientras movía aquel trasero soberbio. El evento finalizó en horas de la tarde. Diego tomaba un café con Don Cornelio, el jefe de escoltas. Era un hombre en sus sesentas, militar de toda la vida, que esperaba ya la jubilación. Este había notado el cambio de actitud en el muchacho y decidió invitarlo a tomar un café, porque como decía, “cuando se trabaja con gente armada, es bueno saber que traen en la cabeza”. -… Y eso fue lo que pasó Don Cornelio. -Hay muchas cosas que no entiendes muchacho. Eres nuevo en el ministerio y hay cosas que no sabes y que nadie te va a contar. -¿Y qué tiene que ver eso con Olga? -Dicen que ella es algo más que la asistente del viceministro. A lo mejor es mentira. Déjalo pasar. Sé lo que te digo. -Pero es que ella me estaba correspondiendo… -Hay cosas más poderosas que la atracción afectiva: El dinero, el riesgo, el poder. Deja las cosas así –Señaló a una mesa cercana con disimulo- Por cierto, ¿No has visto que nos están siguiendo? Diego miró al hombre que fingía leer la prensa en una mesa contigua. Se puso de pie y avanzó hacia él, con paso resuelto. Se detuvo frente a este. Alzó la mirada indiferente -¿Sí? -¿Nos conocemos? -No que yo sepa. -Bueno, entérese que soy funcionario del ministerio del interior. El hombre se puso de pie. Sacó su cartera y extrajo un grueso fajo de billetes. Revisó y sacó un par, tirándolo en la mesa, pagando el importe del café que nunca se bebió. Vio a Diego con una mirada indiferente y una semi sonrisa. -Lo felicito por eso. Permiso.


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Regresó a su mesa a terminar el café. El anciano lo miró sorprendido. Este pareció no comprender. -¿Qué? -¿No sabes quién es ese tipo? -Lo había visto varias veces esta semana. Esta mañana lo vi en el estacionamiento del restaurant. -Ese tipo es la mano derecha del viceministro. Un tal Florencio. Un tipo de cuidado. -Bueno –Dijo satisfecho- Ahora sabe que yo sé que existe. -El problema es que él sabe que tú ya sabes. Ese es el problema. Ve con cuidado. Y con respecto a Olguita, déjalo así… Uno no sabe que angelitos lo están cuidando cuando pasan esas cosas.


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4 Cuando pescas sardinas y te consigues un tiburón Ya Alicia estaba lista. Contrario a la profesión, su traje era más el de una ejecutiva, con saco y todo, pero con ciertas sutilezas: La falda un poco más corta (pero no demasiada). La camisa ajustada para resaltar el busto, disimulado por el saco que cerrado no dejaba nada a la vista. Ahora esperaba a Mónica, que iba a pasar a recogerla en taxi. Raúl se mostró inquieto, mientras miraba por la ventana. -¿Por qué no te quedas mejor? -Raúl, no empieces otra vez… Ya hemos tenido esta conversación. Además, Mónica está por llegar. -No es eso. Solo tengo un mal presentimiento. Quédate por favor. Solo esta vez… En ese momento sonó el celular. Alicia miro el número, Se ajustó el saco y dio un beso a la niña en la frente y un beso a su esposo en los labios. -Cualquier cosa, cuidas a la niña –Le agarró el rostro con ternuraAhora ya sabes lo que sentía cuando te ibas de guardia. Bajaba por las escaleras del barrio que daban salida a la avenida. Ya veía el rostro de su amiga sentada en la parte posterior de vehículo. -Adiós Alicita… El hombre vestía jeans gastados y un suéter gris manga larga. En su pecho colgaban varias cadenas de oro. Su ensortijado cabello le llegaba a los hombros. Se quitó sus gafas de sol de piloto de imitación. -Adiós Ramiro –Dijo secamente. -¿Vas a trabajar? -Ese no es tú problema, Ramiro. -Pero venga Alicita –Dijo tratando de ser conciliador- No se ponga así mi mona. -¡No soy ninguna mona suya! –Contestó agresiva- ¡Ya le he dicho más de una vez que deje de molestarme! -Yo solo quiero que se venga a trabajar conmigo, a que esté segura. Trabajando conmigo seguro que no le va a faltar nada… Hasta podría solo estar conmigo y yo le bajaría el mundo.


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-Ya le he dicho más de una vez que me deje en paz… Soy una mujer casada. -Con un tipo que no puede ser un hombre. -¡No se atreva a hablar así de mí Raúl! –Le señaló, amenazándolo con el dedo- ¡Es más hombre de lo que será usted en toda su vida! Este avanzó un paso, amenazante. Pero ella no se movió, mirándolo con la barbilla en alto, retadora. -¿Pasa algo, Alicia? Frente a ellos estaba una mujer vistiendo un trae ejecutivo y un portafolios caro. Miró al hombre como si fuese algo inferior. -¿Y esta quién es? –Preguntó desconcertado. -Soy su abogada. ¿Hay algún problema? -¿Abogada? -Dijo con burla- ¿Y desde cuando una callejera tiene abogada? -¿Tiene usted como comprobar que mi cliente se dedica a esos menesteres?... Tal vez quiera acompañarnos a una comisaría. Sería interesante que un hombre con antecedentes comprobados por proxenetismo esté tratando de coaccionarla para ejercer la prostitución. ¿Conoce la condena por semejante delito? ¡Y no se le ocurra amenazarme! -¡Nada más lejos de la verdad, doctora! –Respondió con una enorme sonrisa- ¿Cómo se le ocurre? –Puso su mano en el hombro de la mujer, que se zafó con asco- Si aquí Alicita y yo solo estamos conversando, je, je... -Espero no tener que saber que usted la vuelve a molestar – Amenazó. -¡No faltaba más! –Miró su brillante reloj mont blanc de imitación¡Mira la hora! ¡Y yo aquí, chachareando como las viejas! – Comenzó a alejarse- ¡Que tengan buen día! -¿Así que eres mi abogada? -Y te lo quité de encima –Le mostró el traje- ¿Viste que el hábito hace al monje? Ahora ambas mujeres iban en el vehículo rumbo al hotel, retocándose el maquillaje. Mónica le contaba de su ultimo cliente. -… Y luego de que no acepté su idea, se le ocurrió ofenderme llamándome puta. ¿Qué tal? ¡No faltaba más! -¿Pero no me contaste que eran amigos?


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-Sí…Sé que no me ofendió a propósito… Solo que yo no quería tener otro tipo de relación. Ya estamos llegando. El hotel era uno de los más lujosos de la capital. Su aspecto respetable les abrió las puertas. Un botones abordó a la recepcionista. -No se preocupe Amelia –Le interrumpió- A las doctoras ya las están esperando. En la veinticinco. Ya en el ascensor comenzaron a cambiarse: Se subieron la falda hasta casi al borde de las nalgas. Mónica abrió el maletín y sacó medias de malla. Le pasó un par a Alicia, que comenzó a colocárselas. Allí metieron los sacos. Se abrieron las camisas, dejando ver sus voluptuosos senos. -Háblame de los clientes, Héctor. -¡Ay niña! ¡Tienen cinco días aquí! –Manoteó al aire como si espantase una mosca- Los primeros días, muy serios. Pero parece que les fue muy bien en su negocio. Están gastando como locos ¡En efectivo! –Lanzó un suspiro- ¡Y las propinas! ¡En dólares cariño!... –Sonrió orgulloso- Los contacté y me pidieron este servicio. -¿Cuándo se van? -Tienen que salir mañana a primera hora ¡sin falta! Se detuvieron frente a la puerta. El botones tocó. Abrió un hombre alto, con la camisa abierta. Sostenía en su mano un vaso de whisky. El botones habló muy serio: -Señores, las señoritas quieren atenderlos como se merecen. -¡Pasen por favor! –Extendió el brazo- Están en su casa. Había varias botellas de licor, pasabocas y comida servida. El hombre le extendió un billete de cien dólares. Este hizo una reverencia y se retiró. Mónica avanzó, seguida de Alicia. Apareció el otro hombre. Era muy alto, con un poco de vientre. Estaba sin camisa. Su sonrisa era poco amistosa, como si no estuviese acostumbrado a hacerlo. Estaba bebiéndose un trago. Agarró a Alicia por una mano y le dio una fuerte nalgada. Ella lanzó un gritito. -No señor –Le señaló Mónica como si le hablase a un niñoTiene que dejar que nos acomodemos antes de eso –Este puso mala cara, pero ella no le dio tiempo de reaccionar. Se acercó a


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hablare más íntimamente- Si se espera ella… -¿Ella qué? –Se acercó a su oído y comenzó a explicar. La cara de este pasó de la molestia a la complacencia- ¿En serio? -Claro… Y te puedes sentar sobre ella para eso. -¡Pero no seamos malos anfitriones! –Dijo el otro- ¡Bebamos y comamos algo! ¡Vamos a bailar! -Pero primero mi hermanita y yo vamos a terminar de arreglarnos. ¿Dónde está el baño? En el baño se despojaron de las faldas y se prepararon para usar sus implementos de pesca: De un frasco sacaron un polvo. Alicia miró a Mónica. -¿Y esta vez a quien le toca? -¡A ti! –La señaló- Yo lo hice la otra vez. -Bien –Dijo de mala gana. Ambas salieron en ropa interior. Mónica usaba unos guantes de encaje. Durante un rato se dedicaron a bailar. Ellos aprovecharon para manosear sus senos y sus nalgas. Las mujeres, acostumbradas a esos menesteres, solo se los sacaban de encima muy sutilmente. Uno de ellos había colocado varías líneas de cocaína sobre una mesa de vidrio. Aspiró tres líneas, seguidas de un trago largo de licor. Mónica exclamó emocionada: -¡Ay! ¡Polvo! Se inclinó dejando una vista de su espectacular trasero. Claramente se pudo oír el sonido al esnifar la droga. Alicia estaba sorprendida. Se enderezó limpiándose la nariz. El otro hombre sacó más cocaína e hizo otras líneas más. Aspiró dos e invitó a Alicia, quien negó con la cabeza. Este se encogió de hombros y tomó dos líneas más, bajándola con un trago largo. Ninguno se dio cuenta de que ella había fingido con mucha habilidad. -¿Quién quiere jugar? -¡Sí! -La secundó Alicia- ¿Quién quiere jugar? -¡El que quiera jugar que se quite los pantalones! -¡Pantalones fuera! –Estos obedecieron de inmediato. –Tú- Señalo a uno de los hombres- Ven acá -Abrazó a Alicia, girándola para mostrarle el trasero, halándole la tanga para que se perdiera entre sus nalgas- ¿Te gustan? Deja que te muestre las tetas.


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La volteó para mostrarle los senos, despojándola de los sostenes. Con cuidado los agarró por debajo, bamboleándolos frente a él. -Ven, vamos, anímate. Dales una probadita. Este tardó unos segundos en decidirse. Se arrojó sobre ellos como si la vida le fuera en ello. Aspiró su perfume con fuerza, lamió el canalillo entre sus senos y los apretó con ambas manos. Alicia lo empujó y este cayó sobre el sofá, sentado, con una sonrisa idiota en la cara. El otro hombre miraba fascinado como las mujeres se abrazaban. -Ven acá –Dijo Mónica invitadora- Dime que tal las sientesLuego, yo me las voy a comer. -¿Y va a hacer lo que me dijiste? -¡Claro! -¿Qué le dijiste? –Murmuró. -No quieres saberlo –Respondió en voz baja- ¡Anda, ven! Tomó un seno y engulló un pezón. Mónica sujetó su cabeza y la restregó contra los senos. -¡Vamos! –Ordenó- ¡Come! El ruido sordo de un cuerpo al caer los interrumpió. Se voltearon. Aquel hombre estaba tirado allí, con un leve temblor en las piernas y un poco de espuma en la comisura de los labios. El otro las empujó y se arrojó sobre este. Lo revisó y se puso de pie. De un mueble sacó una pistola beretta nueve milímetros. Esta tenía puesto un silenciador. Les apuntó. -¿Qué le hicieron? –Ellas miraban aterrorizadas sin saber que decir- ¡Hablen! Comenzó a tambalearse, sin dejar de apuntar. Su mirada era vidriosa. No podía enfocar bien. Trataba de halar de gatillo. Pero no podía. Le faltaban las fuerzas. Pero se esforzaba… Un disparo golpeó un retrato. Otro un jarrón. Las tuvo justo en la mira, pues no se habían movido, paralizadas por el miedo. Hasta que cayó en el suelo, inconsciente. Se quedaron allí, congeladas de la impresión. Alicia fue la que salió del sopor. Se mordió los labios. -Mónica… -Esta seguía sin reaccionar- Mónica –La agarró por un brazo- ¡Mónica! Esta la miró. Comenzó a llorar, abrazándola histérica. Esta le propinó una bofetada. Se le quedó mirando, asombrada.


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-¡Tenemos que irnos! ¡Mueve ese culo! Reaccionó. Corrieron al baño y comenzaron a vestirse. Esta vez Alicia tomó el mando de la situación. -Toma ese trapo y limpia todo: Lavabo, retrete, puerta, picaporte. No toques nada que hayas limpiado ya. Limpia la papelera. Recoge todo lo que hayas tirado ahí. -¿Todo? –Tenía cara de asco- ¿Qué quieres decir con todo? -Por favor, seas tonta. Saca la bolsa de la papelera. Una vez vestidas, salieron a la sala. Los dos hombres continuaban en el piso. Mónica se les acercó para tocarlo. -¡Deja eso! –La regañó- ¡No tenemos tiempo! ¡A lo que vinimos! Revisaron sus ropas. Recogieron las carteras, las prendas y el dinero que cargaban entre sus ropas. Todo lo metieron en el maletín. Alicia revisó el closet. Nada. Debajo de la cama había un bolso. Sin pensarlo dos veces, se lo terció al hombro. Ahora ambas estaban en la sala. -¿Qué hacemos? -Le dejamos su parte donde acordamos y nos vamos por donde no nos vean salir. Revisó el dinero de la cartera y el que habían sacado de los bolsillos. Contó unos quinientos dólares y los escondió detrás de un extintor de incendios al pie de las escaleras. Llegaron al área de servicio. Una camioneta estaba bajando la lencería, salieron por un costado sin ser vistas. Solo seis cuadras después fue que tomaron un taxi, perdiéndose en la ciudad, para deshacerse del botín, como en otras pescas, sin saber el monstruo que habían desatado. Pasó un rato mientras la seguridad del hotel encontrara el piso y la habitación correcta. Encontraron la puerta cerrada. Pero los dos hombres seguían allí. Uno se encontraba inconsciente y el otro ya no respiraba. Llamaron más a la policía por el hecho de que uno de ellos estaba armado, ya que estaban acostumbrados a lidiar con esos menesteres. Cuando este volvió en sí estaba esposado a una cama en una clínica, con un policía en la entrada de la habitación. Se le presentó a un abogado de oficio. Solo le dijo estas palabras: -Si quiere ganar un montón de dinero, solo marque al número que le voy a dar y responda sus preguntas. No se ocupe de mí. Otros lo harán…


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5 De la sartén al fuego Había pasado un día desde que Alicia y Mónica habían salido del hotel. Ya era de noche y conforme a la costumbre, habían esperado un día, por si acaso. No había nada en las noticias. Durmieron toda la mañana. Alicia llamó a su esposo para decirle que todo estaba bien y que al día siguiente saldría para la casa. Estaban cenando. Ya Mónica había contado el efectivo recogido entre aquellos hombres. -Bueno, tenemos para ambas la nada despreciable suma de dos mil dólares –Le extendió- Aquí tienes la mitad. Sin contar la venta de estos relojes, cadenas y anillos. -Revisaste el bolso. -¡Dios! ¡Lo había olvidado por completo! –Sonrió- Es que nunca hacemos pescas tan grandes. Regresó con el bolso. Lo puso entre sus piernas y lo abrió. Cuando miró su interior, se puso pálida, cerrándolo de inmediato. -¡Ay diosito! ¡Ay diosito! ¡Ay diosito! –Decía una y otra vez. -¿Qué pasa Mónica? ¡Me estás asustando! ¡Parece que viste a un muerto! -La que se va a morir soy yo… -Le arrojó el bolso como si quemara- ¡Mira! Los ojos casi se le salieron de las órbitas. Volteó el bolso, vaciando su contenido sobre la mesa: Eran fajos de billetes de cien dólares. -¡No lo puedo creer! –Dijo en baja voz- ¿Cuánto es eso? -¡Miles! –Respondió igual- ¡Contemos! Un rato después, perfectamente apilados quedaron los billetes sobre la mesa. Se quedaron allí en silencio. Sin saber qué hacer. -Esto es muy raro –Dijo Alicia. -¿Qué? -Todo ese dinero y nadie ha dicho nada. -Como todos los clientes que han caído. No se atreven a denunciar… -¿Pero por doscientos cincuenta mil? ¡Tú crees que la gente se va a quedar con eso, así como si nada! -¡Calma Alicia, cálmate! –Hizo una pausa- No hay muchas pistas sobre nosotras… Héctor sabe muy poco de mí. Nadie nunca ha


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hecho denuncias. -Bueno… Hay que esperar… Ese dinero hay que esconderlo. -¿Por qué? -Con una suma tan grande será muy fácil llamar la atención. Recuerda que mi esposo fue policía. -Está bien… Vamos a guardarlo. Mónica tomó el bolso. Se extrañó al sentirle el peso, pues parecía vacío. Lo volteó y lo revisó. Tenía un bolsillo oculto en su interior: Había un grueso sobre de cuero con sello impermeable. -¿Será más dinero? -No creo. ¿Para qué esconderlo? Era un dossier: Un archivo completo de fotografías y documentos. Algunos eran políticos reconocidos, en entrevistas en lugares solitarios con personas de peligroso aspecto. Otros les eran totalmente desconocidos. Otras fotografías eran sumamente gráficas: Cadáveres en sitios solitarios, personas en orgías en lujosas habitaciones con hombres, mujeres, algunos muy jóvenes, algunas niñas y niños incluso. Había documentos donde se nombraban políticos, artistas -Estas son pruebas para chantajear a alguien. -¿A quién? -No sé. A mucha gente, supongo. Algunos me parecen conocidos. Otros, ni idea. -¿Los destruimos? –Preguntó Alicia temerosa. -¡Estás loca! Esto es más peligroso que el dinero… Es la razón por la que no hacen escándalo… Podría salvarnos la vida. -O podrían matarnos por ellos… -Vamos a guardarlo con el dinero… Después veremos En otro lugar, un ensombrecido Gaspar Valdivieso recibía de primera mano la información que le daba su subordinado de confianza. -…Y bueno, como usted sabrá, el hombre me dijo que por nada le diese esta información por teléfono, celular o por escrito –Se pasó la mano por la cabeza- Esto está como peludo jefe. -Ciertamente… ¿Quién envió a ese par para buscar eso? -Según me dijo el hombre, eran confiables –Se encogió de hombros- Yo no los conozco… Pero el hombre dice que solo


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confía en usted para resolver ese asunto con la mayor discreción. El dinero dice él que aunque es un golpe, tampoco es que lo va a dejar en la indigencia… Tiene otras entradas que ya las quisiera yo. -Los vamos a recuperar. -¿Usted cree? -Tenemos contactos en el otro gobierno que nos permiten enviar personal en “comisiones especiales”… No sería primera vez. -¿Y a quién enviamos? En ese momento tocaron la puerta y guardaron silencio. Era Olga, con unos documentos. Se los extendió y este procedió a firmarlos. -Gracias cariño… Por favor, déjanos solos –Aunque era innecesario dar esa orden, Gaspar esperó- Cuéntame una cosa Florencio… ¿Qué ha pasado con Olga y el muchachito aquel? -Bueno jefe –Se puso reflexivo- ¿Se acuerda de la reunión aquella que tuvimos en el restaurant? -¿La de la semana pasada? -¡Esa!... Resulta que el muchacho la abordó… -¿Sí? ¿Y qué hizo ella? Florencio se tomó un momento para contestar. No quería decirle que ella había conversado con aquel joven. Sabía que tarde o temprano su jefe se cansaría de ella y quería estar cerca. Aún recordaba como cruzó miradas con él, mientras era tomada con violencia sobre el escritorio. Había pensado mucho en esas piernas y en ese trasero desnudo. -Lo ignoró jefe. Creo que se lo sacudió, porque se molestó. No lo he vuelto a ver, pero no se preocupe… Sabe que me mantengo pendiente hasta que usted diga lo contrario. -Bueno, tampoco es que vamos a estar perdiendo el tiempo en eso… -¿Y usted que sugiere jefe? Este se puso de pie y se sirvió un vaso de agua quina con limón. Dio un sorbo y pensó complacido, mirando el techo. -¿Qué te parece si este muchachito se va de comisión para allá? -Coño, se lo comerían vivo… Quizá haya recibido algo de entrenamiento básico, pero no tiene capacidad. Le falta mucho para ser agente de campo.


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-Es el candidato perfecto, según lo veo yo. -Y si usted lo dice, no puede estar mal… Pero y si no lo resuelve, ¿qué va a pasar? -Cuento con eso –Sonrió- Enviaré a alguien más. -¿No se refiere a…? -Sí. Ese mismo. -Pero jefe, sus métodos dejan mucha mierda en el camino, y perdone la ordinariez. -Bueno… Este es un caso bastante delicado. -Va a ser muy caro su pase de entrada, por decirlo de alguna forma. Pero es más cara su Salida. Pero esos documentos lo valen –Sonrió satisfecho- Para mí. -Se imagina en un cargo de jefe en un ministerio, por lo que veo. -Tienes la vista corta, Florencio… Con esos documentos, podría terminar en la vicepresidencia, en más de un gobierno. Sería el verdadero poder detrás de las sombras… -Por eso usted es el jefe –Sonrió. -¿Llamo al muchacho para que venga? -¡No!... No quiero que ellos se encuentren… Ya te diré. -Así será Jefe… Así será –El celular de Florencio sonó. Este, al reconocer el número, lo atendió de inmediato- Disculpe un momento jefe… La cara de Florencio era de circunstancias. No era muy amigo de dar malas nuevas. Aunque no eran su problema, hábilmente se mostraba solidario con su superior. -¿Qué pasa? -Es el periodista, jefe. -¿Otra vez? ¿Y ahora? -Pues ya tiene la información del caso y la filtró. Parcialmente. -¿Hasta dónde? -No sabe o pretende no saber lo de los documentos. -¡Ese Manuel Gallego! –Dijo en uno de esos raros ataques de ira- ¡Si no fuera porque su familia está podrida en dinero, hace tiempo que le hubiese ocurrido algo! ¡Hay que moverse rápido! Manuel Gallego era el periodista del momento. Rico de cuna, exitoso, carismático, se había transformado en una referencia en el mundo mediático. Nunca lo explicaba, pero sentía un enorme placer exponiendo a los que se creían “intocables”. Contaba


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con una cadena de informantes bien pagados, además de los ocasionales. Jamás publicaba lo que no pudiese comprobar, lo que lo transformaba en un adversario terrible. Ahora había recibido de un colega más allá de la frontera de un caso extraño. Luego de averiguar, decidió publicarlo en el diario de su familia, el de mayor circulación nacional, con el nombre de “El Hermes” donde fungía de editor. Sus enemigos no perdían la oportunidad de restregarle que su fama se debía al periódico familiar. Siempre que tenía la oportunidad, se lo cobraba con creces. Ahora había comenzado. -¿Ha hablado con él? -Sí Florencio. Una vez… Era una fría noche de diciembre. El lugar era un lujoso restaurant del centro de la ciudad. Estaba en una reunión del trabajo con otros colegas del ministerio. Lo vio en una alejada mesa. Manuel Gallego se encontraba solo leyendo un portafolio. Tenía ganas de conocer al personaje. Tenía malas referencias sobre su conducta y había recibido instrucciones para “persuadirlo” sobre ciertos temas que estaba investigando en ese tiempo. Era el momento perfecto. Ambos a solas, sin nada preparado que pudiese dar oportunidad a pruebas comprometedoras. -¿Señor Gallego? –Le extendió la mano- Disculpe que lo moleste. Soy… -Sé quién es –Le correspondió- ¿Qué puedo hacer por usted, señor Valdivieso? Creo que usted trabaja en el ministerio de relaciones interiores. -Sí… ¿Está ocupado?... Yo quisiera consultarle algo. -Espero a alguien –Miró su reloj- Aún tenemos tiempo. Siéntese. ¿Una copa? –Le hizo una seña al mesonero- Hable con el metre. Tráiganos el mejor tinto de su elección. Dígame. Le escucho. ¿Va a querer una copa? -No, gracias. Empezar este tipo de conversaciones sin que suene a mal entendido no es nada fácil. -Me parece que va muy bien. Supongo que viene a advertirme sobre el soborno a los jueces. El caso que estoy denunciando por mi periódico. -¿Cómo lo supone? -Su trabajo, el que me aborde y el que hasta su llegada, nadie lo había hecho.


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-Cierto –Sonrió- A veces mi trabajo es ingrato. -Porque usted quiere jugar el juego. -¿Qué juego? -¡El juego!... Usted sabe. El que todos juegan. Imagino que usted también quiere su cuota de poder. -Todo lo que quiero es hacer mi trabajo. -No –Dijo después de analizarlo un momento- Usted no es un abnegado empleado público –Sonrió- Si lo fuese, no estaría frente a mí –Su tono se volvió seco- ¿Qué quiere? -No es lo que yo quiero… Es lo que quieren ciertos interesados –Alzó las manos como excusándose- Estas no son mis palabras ni es mi pensar. De hecho, yo no estoy aquí, si le parece. -Bueno, supongamos que no está. ¿Ese es su juego? -Todo lo que tengo que decirle es que está molestando a gente muy peligrosa. Pueden tomar acciones. -No hay problema. Dígales a sus amigos que tengo a mi disposición gente más peligrosa que prefieren que yo siga vivo y que tomaran medidas sanguinarias en caso de que algo me sucediese. -¿Por qué lo harían? -Para que mucha información que tengo no salga. Soy como el terrorista con la bomba. Si algo me pasa, esta explota. -Entiendo. Su muerte no garantiza la tranquilidad de los involucrados. -Exacto. Solo que si algo me pasa, lo que sucederá será mayor que lo que yo destape vivo. Siempre me guardo algo. Ese es mi seguro. -Bueno –Se puso de pie- Tendré que llevar el mensaje. Creo que usted no es más que un rico con un poder mayor que usted mismo. Es como un niño que juega con la escopeta de papá. Tenga cuidado. -Igual usted. Pero quédese tranquilo. Lo enviaron como ofrenda de sacrificio –Se encogió de hombros- Pero no me interesa. No está en mi radar, aún. -Buenas noches. -Propio… Ahora él sí jugaba el juego y aquel hombre estaba en el camino. Por lo que sabía, era mejor ignorarlo y no entrar en su radar. A


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la final, solo estaba tratando de sacar una oportunidad de todo aquello. Raúl ya había enviado a su niña a clases con doña Chela. Ahora preparaba el almuerzo para cuando llegara su mujer, mientras el noticiero de la televisión ocupaba todo el silencio. Una noticia lo hizo girar la silla y subir el volumen. -“El día de ayer, según una información sobre denuncias de corrupción del diario El Internacional , en el lujoso hotel de la ciudad, El Capítol, hubo un caso que pudiese tomarse como una víctima de una estafa, que salió mal de no ser por el protagonista –Mostraron la fotografía de un pasaporte- La imagen que ven a continuación es la foto de un hombre que falleció luego que dos damas de compañía le acompañasen un una ingesta de alcohol y drogas que terminó en una muerte por sobre dosis. Las mismas huyeron del sitio con prendas y una fuerte suma de dólares no determinada que este ciudadano, funcionario de un gobierno extranjero trasladaba, producto de negociaciones de ese gobierno con el crimen organizado. Se desconoce cómo iba a salir del país con el dinero. En esta imagen tomada de una cámara de seguridad del hotel se puede observar a las damas en cuestión en los momentos que ingresaban al hotel. No se tiene más información”. En china continúan las medidas de control por el… A pesar de los peinados y los grandes lentes de sol, Raúl reconoció de inmediato a su mujer y a su amiga. Buscó de inmediato su celular y marcó su número. -Alicia. ¿Viste las noticias? –Trató de mantener la calma- Quiero que me cuentes con detalle lo del último trabajo. No omitas nada. Es sumamente importante que me cuentes todo. Después te explico. En el mismo barrio, en el bar y club “El Picolo”, Ramiro Polanco, dueño del bar y proxeneta local veía las noticias. Saboreó el trago de cerveza como antesala a la venganza. -¿Con que “abogada”, no? Luego de que Alicia le contase todo, Raúl se decidió a actuar. Era evidente que gente muy poderosa estaba involucrada. Solo significaba una cosa: La vida de todos ellos no valía nada. Alguien vendría a atar los cabos sueltos. Solo era cuestión


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de tiempo para que los ubicasen: Alguna víctima de un golpe anterior, alguien que las reconociera. Pensó en la niña. No le iban a tener consideración. Marcó el número de doña Chela. Esta llegó al rato. Por su cara supo que ya sabía. -¿Qué vas a hacer muchacho? ¡Ahorita a Alicia la debe estar buscando la policía por el muerto y la plata! -¡No hay ninguna plata doña Chela! -Mintió- Es un truco para que aparezcan rápido. Buscó un paquete escondido debajo del fregadero, extendiéndoselo a la anciana. -¿Y eso? -Necesito que se lleve a mi princesa. Aquí todos corremos peligro. -¿Y dónde voy a esconder a la niña? ¡Aquí todo el mundo se conoce! -¡Piense doña Chela! –La obligó a sujetar el paquete- Es todo lo que tengo. Agarre aquí las llaves de la casa. Después yo la llamo para que me diga cómo está la niña… No confío en más nadie que usted. La anciana lo meditó un momento. Tomó una decisión. Le tenía demasiado cariño a la niña. Era como una nieta. -Voy a recoger su ropa luego que te vayas. Me iré a la provincia, donde mi hermana. Como siempre lo hago, nadie se extrañará. Al rato tenía a la niña lista, ya para salir. Esta miraba curiosa a su padre. -Princesa: Doña Chela se va de viaje y me pidió que la acompañaras. Yo le dije que sí, porque tengo que hacer un viaje con tu mami. En lo que regresemos, te voy a buscar. Al principio la niña lo arropó con sus preguntas. Tuvo que valerse de todo su poder de persuasión para que se fuese tranquila, pero preguntando mucho por su madre. La anciana había salido a tiempo. Minutos después la puerta de la casa fue golpeada con fuerza. Raúl la abrió usando para ello un cordón que tenía instalado en la cocina, quedando resguardado por la mesa de cemento. Era Ramiro, acompañado de dos de sus compinches. Entraron de lo más campantes. Ramiro miró la casa con desagrado. -¡Buenas, buenas!


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-¿Qué es lo que buscas Ramiro? -Estoy buscando a Alicia y a la perra de su amiga, la “dizque” abogada. -Mi mujer no tiene nada que hablar contigo. -¿Mujer? –Se burló- Para tener una mujer hay que cogérsela. Dime dónde está. -No es tú problema. -¡Pues resulta que sí lo es, porque si ella trabajara para mí, ese dinero fuera mío! ¡Ese dinero es mío! -¡Sal de mi casa, loco de mierda! –Le amenazó- ¡Mira que no respondo! -¿Qué me vas a hacer, invalido del carajo? –Lo miró con odio- Si tú no existieras, Alicita fuera mía. -¡Pues no hay de otra! ¡Te aguantas! Ramiro le hizo un gesto a uno de sus hombres. Este avanzó confiado al tiempo que sacaba una pistola. Raúl no mostró temor. Ya hacía rato que sostenía un revólver de alta potencia. Disparó, acertando en el hombro, arrojándolo hacía atrás. Siguió disparando. Estos respondieron a la carrera, sin apuntar, bajando la cabeza. Uno de los disparos golpeó la cocina y otro entró en un estante. -¡Hijo é putas! –Les gritó- Me jodieron la licuadora! –Les hizo dos disparos más. Avanzó con la silla de ruedas hasta la entrada de la casa. Los vio bajar por las escaleras. Ramiro se volteó a mirar y este le apuntó con su arma. Era una distancia muy larga. El hombre se alejó y este cerró la puerta. Raúl supo que tenía que irse. Pero iba a tomar unas precauciones. Marcó un número en su celular. -¿Parcero? Sí, soy yo… Necesito cobrarte un favor… De eso, te hablo después. Luego de una larga llamada, volvió a llamar a Alicia. Ella le dijo que ya estaba al tanto con lo que decía la prensa. -Debes salir de allí. La policía aún no ha comenzado a buscarlas. Desaparezcan. Mantén el celular apagado y sin la batería. Enciende el celular todas las noches a las doce por cinco minutos. Si no te llamo, desarma todo. -¿Qué vas a hacer? -Irme de aquí. No te preocupes por la casa. Te amo mi amor.


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-Y yo a ti cariño. -¿Puedo llamar a la niña? -No. No puedes arriesgarte a que la encuentren. Y el bulto, dile a Mónica que lo esconda. No anden con él por ahí. Adiós. Alicia se quedó mirando el celular. Tenía los ojos húmedos de llanto. Desarmó el aparato y lo guardó. Mónica le imitó. Durante mucho rato su celular estuvo sonando con números que ella no conocía. -¿Qué te dijo? -Recoge ropa y el efectivo que tengas. Tenemos que salir de aquí. Raúl me dijo que aún no nos han identificado, pero que puede llegar a pasar. -¿Tan mal estamos? -¡Ni siquiera sé si estamos! Lo que sí sé es que sin querer matamos a un hombre. ¿O no te has dado cuenta? Y ni siquiera sé por qué no mencionan al otro. -No pensemos… Vámonos, esperemos. Cuando todo se calme, nos iremos. -Yo no me voy a ningún lado. ¡Yo tengo mi casa, mi marido y mi hija! -¡No seas boba! –Le mostró el bolso- ¡Tenemos este dinero! ¡Con esto podrás irte a donde quieras con tu familia! -¡Yo tengo mi casa! -Podrás tener casa donde quieras y como quieras. Alicia lo pensó un momento. Ya Raúl le había contado como estaban las cosas por su barrio. Pensó en su hija. Era cierto. Ya no tenían casa. -Está bien. Ahora, recojamos lo que podamos y salgamos de aquí… Pero… ¿A dónde? -Sé a dónde. Pero será en mi carro. -Bien. Nos vestimos con ropa deportiva, nos recogemos el cabello, sin maquillaje. -Bueno, tampoco así… Tal vez un poquito… -Hacemos un mercado como para un mes y nos escondemos. -¿por qué tanto? -No podemos exhibirnos en la calle. Raúl me lo dijo. Ahora, vámonos.


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6 Moviendo peones Era medio día. El restaurant “La paella de oro” estaba a reventar. En un privado, Gaspar Valdivieso, secundado por su mano derecha, sostenían una entrevista con Diego Madero, que no sabía por qué, pero no se sentía nada cómodo con la situación. Había asistido a la cita y su jefe (“El jefe máximo, como le dijo Florencio Nunez”) lo había recibido con cordialidad. Le interrogó sobre la familia, amigos y conocidos. Florencio sonreía en silencio socarronamente, pues sabía que su jefe ya conocía las respuestas. Madero era prudente al responder. El asistente de su jefe no le inspiraba ninguna confianza. -Dígame Madero, ¿aspira a responsabilidades más importantes? -Como cualquiera que hace esta carrera, señor viceministro. -Dime Gaspar. Con confianza. -Bien… En ese momento llegó la comida. Madero aguardó encerrado en su desconfianza, mientras el mesonero servía. Cuando se retiró, Gaspar continuó conversando. -¡Este es mi sitio favorito! –Mostró el ambiente con la mano- Si alguien quiere ubicarme, solo tiene que venir un viernes o un martes aquí. ¡Comamos! –Sonrió- Hablaremos después. ¿Qué quieres para beber? -Cerveza está bien… -Cerveza será… Florencio, busca unas cervezas… ¿Algún problema? ¿Por qué la cara larga? –Este se puso de pie muy a su pesar, pues tenía hambre- ¡Vamos! -En seguida, jefe… -Aprovechemos este momento de confianza. ¿Te gustaría un buen cargo? ¿Qué tal el mío?... ¿O mis cosas? –Este se mostró desconcertado, sin saber qué decir, ante aquella mirada hostil y aquel tono amenazante. Hubo un silencio tenso entre los dos, que el rompió con una carcajada- ¡Pero quita esa cara! ¡Solo estoy bromeando! –Sonrió- ¡Estos jóvenes de ahora!... Quiero pedirte un gran favor que es al mismo tiempo una gran oportunidad para tu carrera: Serás agente de campo. ¿Qué te parece? -No sé qué decir… -¡Vamos! –Agarró un camarón con su tenedor y lo engulló de un


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golpe- Come. Me gusta comer y conversar. ¡Buen provecho! -Pero y su… -No te preocupes por él… Solo quería tener esta conversación en privado contigo –Señaló como si lo tuviese al frente- Hay cosas que no puedes confiarle a todo el mundo... Hay una asignación. Es simple. Buscas a dos personas. Dos damas. No es riesgoso. Solo un par de personas que encontraron unos documentos de los que no entienden nada ni sabrán qué hacer con ellos. Te haremos cruzar la frontera. Debes entender que es una misión no oficial. Ni pasaporte ni credenciales. Para variar, serás tú el ilegal. -¿Y cómo me voy a desplazar? -No te preocupes por eso. Habrán contactos que te facilitarán recursos: Documentos, credenciales, esas cosas. El joven no respondió de inmediato. Siguió comiendo. Gaspar dejó tranquilamente que lo asimilara. No era un tonto, después de todo. -¿Por qué yo? -¿Por qué no? -Hay agentes de campo más experimentados que pueden hacer este trabajo. -Pero todos son conocidos por intercambios con el anterior gobierno de ese país. No somos precisamente los mejores amigos del mundo. No puede ir un rostro conocido. -Pero sí alguien prescindible. -¡No te subestimes! –Le regañó- Leí tu expediente. Tienes el entrenamiento básico anti insurgencia. Tus notas son excelentes. -Pero nada suple el mundo real. -Ahí lo tienes –Le señaló con el tenedor- La gran oportunidad. Cuando regreses, tú y yo nos sentaremos a discutir tú futuro. ¿Qué te parece? ¿Quién sabe? ¡Quizá hasta pagues la comida! –Se acercó en tono de confidencia- Hay algo que no te he dicho… Con esos documentos hay una fuerte suma de dinero –Se encogió de hombros- No es mío ni del ministerio. Lo que suceda con ese dinero no es de mi incumbencia. -Tampoco de la mía. No soy de esa clase de personas. -Y es por eso que te escogí muchacho. Ética. Principios. ¿Qué


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dices? –Le extendió la mano- ¿Vas a dejar pasar esta gran oportunidad? Madero se tomó unos momentos. Escuchaba esa voz en su cabeza que le decía que corriera. Pero se consideraba un hombre de hechos, no de presentimientos. Apretó la mano del vice ministro con firmeza. -Acepto señor. -¡Así me gusta! –Sonrió- Ahora terminemos la comida y te explicaré todo lo que sé del caso y cómo vas a proceder… Cuando Florencio apareció, se veía muy satisfecho, mientras terminaba su botella de cerveza. Se sentó frente a su jefe, que bebía su café sin azúcar. -¡Ese pulpo frito estaba sin igual! –Bebió un sorbo largo e hizo señas para que le trajesen otra- ¿Está listo? -Un poco desconfiado, como era de esperarse. Ingenuo, pero tampoco es que es un completo idiota. -Bueno –Dijo de buen humor-Un medio idiota nos sirve. ¿Lo va a dejar tirado en la frontera? -¿Para qué? ¿Para que regrese por no poder ni siquiera iniciar la misión? –Se inclinó en gesto didáctico- Le voy a facilitar todos los recursos para que llegue a su destino… Lo que ocurra a partir de allí, es cosa de él. Si tiene éxito, bien por él. ¿Ya comió nuestro invitado? -Sí… Ya se lo haré traer –Le hizo una seña a un mesero- Estuvo al tanto de ustedes. Era un hombre en sus cuarenta y tantos. Corpulento, pero sin llegar a la exageración. Sostenía una cerveza en la mano y en la otra una vieja chamarra de cuero. Sus brazos estaban lleno de tatuajes tribales. Solo usaba un reloj de tipo militar en la muñeca izquierda y una pulsera de muchas cuerdas de color verde oliva con una brújula. Se dejó caer en la silla casi sin hacer ruido. Usaba el cabello con uno de esos curiosos moños en el centro de la cabeza. Estaba barbado. Su actitud parecía relajada. Pero Gaspar no se dejaba engañar. Sabía de la mala fama de aquel hombre. -Hola Santos. -Hola jefe. Imagino que esta comida no es gratis. -¡Por supuesto! Quiero preguntarte algo. ¿Qué te pareció el


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joven que conversaba conmigo? -Un lindo pedazo de carne en una cárcel. Es joven, fuerte. Pero competente, no lo creo. ¿Va dónde yo voy? -¿Te importa? -En absoluto, Solo que no quiero estorbos ni interferencias. Me ponen de mal humor. -Te daré la misma información que le di, además de un incentivo. Con los documentos hay un cuarto de millón de dólares. -¿Y si para el momento que consiga los documentos ya no están?... Puede pasar. -Esos documentos son de mi interés. Solo a mí me sirven. Suficiente para pagarte esa suma… Cuando estén en mis manos. -Por supuesto. -Por supuesto. -¿No vas a preguntar por tu competencia? -No es mi costumbre hacer preguntas que no sean del caso. Solo que espero que no me estorbe. ¿Cuando salgo? -Dentro de una semana. No es por darle ventaja. Es para mí ventaja. Hay una serie de personas con las que quiero conversar antes de tu partida. Es exclusivamente para mi provecho… Después. Serás… ¿Cómo dice la expresión? ¿La que dicen que usas? -… ¿Cómo un carnicero en un matadero? –Se encogió de hombros- Nunca dije eso. Nos vemos, jefe… El camión se detuvo un momento en medio de la nada, entre arena, cardonales y plantas xerófilas. Era una ruta tradicional de gente que hacía pequeñas operaciones de contrabando a través de la frontera para sostener a sus familias desde hacía años. Diego Madero se colocó sus gafas de sol y se caló su gorra. Saltando del camión, se ajustó su morral y miró aquel paisaje, mientras se secaba el sudor con un pañuelo colorido que parecía un mantel. En ese momento tenía algo de dinero, no tenía pasaporte ni identificación. Solo su entrenamiento y el peso de la incertidumbre. Por las indicaciones recibidas ante de su partida por alguien que se identificó como “un amigo de Florencio”, entregándole un sobre con dinero y algunas instrucciones. Sabía a dónde tenía que ir, a través del fuerte sol,


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la brisa cálida y las pocas personas que iniciaban su marcha, con pesados bultos sobre sus cabezas, algunos van descalzos, aparentemente inmunes a rocas, chamizas y espinas. Un camión con lona pasó a su lado con un nuevo mercado: Inmigrantes ilegales. La ruta se había invertido. Hacia unos años apenas, era en sentido contrario. El golpe de la economía había invertido el juego. Una camioneta pick up algo destartalada había bajado la marcha a su lado. Los hombres usaban guayaberas y sombreros de paja de ala corta, para protegerse del sol. Su curtida piel era morena. Su negrísimo y lacio cabello se adivina debajo de ellos. -¿Cómo va, paisano? ¿Va hasta el terminal? -Sí patrón… -Sonrió, amistoso- ¿Me queda muy lejos? -¡Son unas cuantas horas de camino! –Se mostró su blanca dentadura en una sonrisa cordial- ¡Súbase! A pesar de los tumbos de la camioneta por su mala amortiguación y que si Diego no estuviese bien agarrado, saldría volando por los aires, era mil veces preferible que ese sol inclemente, árboles seco, arenales y nubes de polvo. Al llegar, logró localizar el mercado. Asombrado, pudo escuchar al almuédano haciendo el llamado a los fieles a la oración. Jamás se imaginó que habría una mezquita en esos lugares tan perdidos. Por un momento se imaginó en Irak o en algún país del lejano oriente. En el mercado se vendían toda clase de productos. Lo que menos le gustó fue la carne que vendían los migrantes, supuestamente “fresca” sobre mesas de madera, a merced del calor y las moscas. Solo se alimentó de refresco embotellado, agua y galletas, mientras buscaba el transporte para adentrarse más en el país. Tres días después había llegado a la última escala antes de llegar a su destino. Era un lugar diferente al dejado atrás en la frontera: Las frutas y verduras estaban por doquier, brillantes y frescas. Los puestos de comida hacían agua la boca. La especialidad era el pescado. Comió con gusto y buscó una posada dónde descansar. No tomaba riesgos innecesarios. Compraba comida y se encerraba en la habitación. No salía sino hasta el día siguiente. Así llegó a su destino.


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7 A buscar, que el tiempo se acaba La panadería “El Rincón de Napoli” estaba ubicada en la zona vieja de la ciudad. Era un lugar de aspecto modesto, limpio y muy iluminado. No solo era panadería, sino fuente de soda. Allí fue a parar Diego Madero. Se acercó a la cajera y preguntó por la persona con la que debía encontrarse. Solo recibió por respuesta: -Espere justo esa mesa –Señaló- Es donde tiene que esperar… Recordando su entrenamiento, revisó disimuladamente el local: Clientes en los mostradores, algunas personas tomando café en las mesas, señores de la tercera edad leyendo la prensa, con el café servido. Había alguien cerca de su mesa, pero no podía distinguirlo ni verle el rostro, pues estaba sentado de espaldas. Llevaba puesta una franela con capucha, por lo que no podía ver su cara. Desde su asiento podía ver al hombre que suponía tenía que atenderlo. En ese momento conversaba con alguien. Por la postura de sus hombros y su voz, entendió que era alguien en dificultades. -¿Quiere un tintico? –Era la cajera, que se había movido de su lugar. -¿Perdón? -Un tintico, un café. -Sí, gracias… Mientras bebía su café, podía escuchar la conversación, dada la cercanía. Evidentemente, aquel hombre se sentía muy seguro para hablar libremente delante de un extraño. Tenía que saludarlo con una frase prefijada. Así lo reconocería. -Bueno, Pepe… Tienes que admitir que te he tenido paciencia. No puedes decir que no a eso. Madero aprovechó para estudiar a aquel hombre: Alto, barbado, el rostro un poco mofletudo, como el de alguien que ha perdido peso. Su única prenda, su anillo de casado, lo que revelaba al hombre de familia. Sus ojos muy negros, con cejas pobladas y una nariz aguileña que revelaba algún ancestro semítico. Inspiraba respeto. Sus manos reposaban en la mesa. Eran manos fuertes, acostumbradas al trabajo. Sus cicatrizados nudillos revelaban que alguna vez fue algo más que un comerciante.


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-No, Sandro. Mal haría yo en negarlo, pero tienes que comprender mi problema. -¡Claro que comprendo tu problema! –Apuntó con su dedo a la mesa, como para enfatizar algo- Pero es algo que tú tienes que resolver. No yo. Necesito mi dinero. ¿Pagaste la deuda? –Este asintió- ¡Bien!... Tampoco me sentiría bien si le pasase algo a los tuyos. Este bajó la cabeza y murmuró algo inteligible. Sandro Benavidez ladeó la cabeza para tratar de mirar su rostro. Se mostró contrariado y apretó el puño, golpeando levemente la mesa. Pero ese leve golpe fue suficiente como para sobresaltar a su interlocutor. -Ya veo… Volviste -Este asintió avergonzado- Por eso no me has pagado. -¡Pero no les debo! ¡Gane apenas lo suficiente para pagar y me retiré! -Me debes a mí… Me debes… -Hizo una pausa- Pepe. Eres mi amigo. Somos colegas. Ambos somos panaderos. No me gustaría quitarte tu negocio. -¿Serías capaz? -No. Pero tampoco soy capaz de perder dinero. Por eso, ve a trabajar. Paga la cuota acostumbrada y cancela la deuda… -Gracias Sandro. -Pepe… -¿Sí? -Una cosa más… Si te atrasas, sí continúas apostando, pagaré tu deuda –Este lo miró desconcertado- Me quedaré con tu negocio. Tal vez ponga a tu hija menor a trabajar con unos conocidos míos, hasta que yo considere que ya no me debes. Ella velará con su trabajo por el bienestar del resto de tú familia. Tú estarías inválido, por el accidente, cuando la amasadora te rompa los dedos… ¡Vete! Madero notó que, por unos momentos el hombre había mirado detrás de él. Así que supuso que alguien lo vigilaba mientras él vigilaba. Se puso de pie y caminó con calma hasta su mesa. -Buenas… -Buenas… -¿Los sándwiches son la especialidad de la casa?


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-¡Muchacho, son los mejores! –Sonrió- Ven, siéntate y te lo cuento. -Dígame. -La especialidad de la casa es el sándwich de carne –Alzó las manos como si recitara poesía- Una carne tan suave que se deshace en tú boca –Lo detuvo con un gesto, aunque él no iba a decir nada- ¡Pero eso no es todo! –Comenzó a enumerar con los dedos- Tiene un ligero toque de salsa pesto, queso mozzarella, gruesas rodajas de tomates asados a la plancha, mucha cebolla caramelizada, no quemada, en un pan suave tostado con mantequilla de ajo, solo por dentro, conservando su exterior suave. ¿Qué tal? –Este asintió- Viene acompañado con papas rústicas picantes… Y un fresco. Yo recomiendo algo con limón, pero los clientes lo prefieren oscuro –Se encogió de hombros- Nadie es perfecto. -Increíble… -Bien –Suspiró- Supongo que quieres tus papeles y los datos… Tienes que ser cuidadoso. Esto es ya un secreto a voces… Todo el mundo comenta. Pero nadie ha encontrado lo que buscas –Se encogió de hombros- O no lo han buscado. -¿Qué dice la policía? -Mis amigos en el cuerpo dicen que el hombre murió por una intoxicación: Mucho licor, coca, mucho más licor, mas coca. Lo de la droga que le suministraron las mujeres no tuvo mucho que ver… Solo fue mala suerte. Y no estaba solo. -¿Quién más? -Otro hombre. Solo había bebido y tenía poca coca en el sistema. Está detenido en una clínica. ¿Quieres sus datos? – Negó con la cabeza- ¡Bien! –Le extendió un sobre- Aquí están los poquísimos datos que dio el botones del hotel. Me dijeron que era medio raro, pero no las vendió. Está, como dicen aquí, metido en la guandoca. Como no hay pruebas en realidad, es posible que salga como si nada. -¿Y cómo obtuvieron esto? -Denuncias anónimas de víctimas que se negaron a pasar de allí. La policía no les dio importancia, pero creo que tú sí. -¿Y cómo consiguió eso usted? -Mi gran negocio es la información, entre otros. ¿Ves este


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negocio? ¿Este barrio? Cuando vi mi oportunidad, la tomé. Me impuse sobre otros de la mejor manera posible. Use la violencia cuando tenía que hacerlo. Todo por mi beneficio, pero también el de los demás… Esto era un lugar donde se robaban hasta las bolsas de comida en la calle. Aquí no se hace ningún negocio, legal o ilegal que no sea autorizado por mí. Si se hace, deben pagar. Los que se hacen llamar jefes, tienen que negociar conmigo si sus negocios tienen que pasar por aquí. A veces funjo de una especie de embajador. Un negociador, si se quiere… Ahora, a lo que nos toca. Golpeó la mesa e hizo señas detrás de Diego Madero. Este se volteó y miró a quién se dirigía. Era el sujeto que hacía un momento estaba sentado a sus espaldas. No era muy alto. Era delgado, pero se veía la fortaleza de sus movimientos. Su cabello era una maraña de rulos rojizos. Se quitó la capucha y Madero pudo detallar dos cosas: Sus ojos eran de un inquietante color amarillo limón. Lo otro era una enorme cicatriz que nacía de su oído izquierdo y finalizaba en el centro de su garganta. La fiereza de su mirada era inquietante. Cruzaron miradas. Este alzó la vista y se pasó la punta del dedo índice debajo de su barbilla y lo señaló. Luego cerró su puño y golpeó la zona de su pulgar con la palma de su mano contraria. -¡Gato, no seas grosero con nuestro invitado! –Dijo de buen humor. -¿Qué dijo? -Que si lo sigue mirando así, se lo va a coger… ¡Gato, llévalo atrás! -¿A dónde? –Preguntó Madero. -A preparar sus documentos… Sígalo. Con confianza. En la parte posterior del negocio todo era gran actividad: Gente amasando, otros descargando harina de un camión. En otro cargaban el pan recién hecho. Pasó entre máquinas de amasado y hornos funcionando a toda capacidad. El guía lo detuvo un momento y le dio una palmada en la espalda a uno de los horneros. Le señaló a Madero y le hizo el gesto de tomar una foto. Este lo miró y solo le dijo: -Vente… Al fondo había una habitación disimulada por una publicidad de


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una compañía de harina de trigo. Era una habitación pintada de blanco. Un estante con cámaras profesionales, impresoras. Le hizo señas para que usara un banco para sentarse entre dos paraguas plateados -Enderézate… Le parecía surrealista ver a un fotógrafo sucio, lleno de harina, usando un arrugado delantal, una gorra que alguna vez fue blanca y un cigarro en la boca. Tomó dos fotos. -Listo –Le dijo- Espere afuera. Volvieron a guiarlo al exterior. Allí encontró a aquel hombre conversando con un uniformado. Por el aspecto, era un hombre de autoridad. Iba de salida. Se midieron con la mirada y se saludaron con un simple movimiento de cabeza. -El coronel es un buen amigo mío. Vino a buscar la carga de pan para los comedores, entre otras cosas. Hay una información. Hubiese sido útil ayer. Hoy, no sé. -Dígame. -Hay un amigo del coronel. Un compañero. Vive en un barrio cerca de aquí. Esta lisiado por una explosión de un coche bomba. Parece ser que su esposa es una de las mujeres del caso en cuestión. -¿O sea que puede darme una dirección? -Una que es inútil… Ambos desaparecieron del lugar. Pero puedes comenzar por allí. ¿Puedo hacerle una pregunta? -No. -La haré igual –Sonrió- Esto no es solo por el dinero, que quizá sea una buena suma. ¿Cierto? -No es algo que le incumba, y disculpe la grosería. -No te preocupes muchacho. Es parte de tu trabajo. ¿Vas a necesitar armamento? -Creo que es un peligro si las autoridades me detienen en algún momento. No. Alguien colocó entre ellos un plato. Era un sándwich, acompañado por papas rústicas. Diego Madero lo miró sin entender. Don Sandro le alentó a que comiese. Fue allí que se dio cuenta de que tenía mucha hambre. -Es suyo –Sonrió- ¡Buen provecho! ¿Algo para beber? -Un refresco de limón estaría bien.


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-No te preocupes –Sonrió complacido- Está en el presupuesto. ¿Qué le parece? -Es increíble Don Sandro. Muy bueno en verdad. Apareció el hornero con una bolsa de papel. La dejó en la mesa y se retiró. Madero la abrió y observó su contenido: Una identificación y unas credenciales de funcionario. -Son muy buenas. Pero trate de no llamar la atención. Podrían no pasar de una revisión profunda. Pero sirven para abrir puertas. Nadie le niega la colaboración a un funcionario. -Bueno –Se puso de pie- Tengo que irme. En verdad muy buena comida. -Aquí estoy para lo que necesite… -Le tendió la mano y este le correspondió- Sandro Benavides, para servirle. Lo vio salir, sonriente. Cuando ya no lo tuvo cerca, le hizo señas al joven que le acompañaba. -Gato –Le extendió un fajo de billetes- Síguelo. Lo que sea que busque, puede servirnos. Este salió de inmediato por donde se había ido Madero. La ventaja de Gato era que conocía el terreno. Había pasado su infancia en cada callejón, cada vereda, cada calle. Conocía las leyes no escritas de vivir en la calle. Lo ubicó en una avenida paralela a un boulevard, entre muchos vendedores informales, merchantes ofreciendo su mercadería, pequeños raterillos a la caza de incautos, falsos vendedores de oportunidad, ofreciendo gruesas cadenas de oro, por sumas aparentemente irrisorias a víctimas potenciales, que terminaban amargadas cuando descubrían que eran piezas de bronce con baño de oro. También abundaban las personas de hábiles manos, a la caza de quién se descuidase para vaciarle los bolsillos. Un grupo de jóvenes fumaba en una esquina. Se dedicaban a mirar víctimas potenciales. Uno de ellos golpeó disimuladamente al que tenía al lado, señalándole a Gato, quien pasó muy cerca. De inmediato se dispersaron, perdiéndose entre la multitud. Igual pasó con cada persona de mal haber que estuviese por allí. Los policías parados en una esquina no habían sido más efectivos. Lo siguió durante dos días, ubicándolo en una pensión del centro. Fue al mercado. Tenía una idea en mente. Los encontró agrupados en un rincón, repartiéndose un botín:


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Un bolso robado a una señora junto con sus víveres. Cuando alzaron la vista ya estaba sobre ellos. Arrancaron a correr nada más al verlo. Dejo ir a dos. Un tercero trató de empujarlo y lo esquivó fácilmente, el otro le lanzo un golpe. Sin perder la calma lo dejó pasar, empujando el brazo. Este giró sobre sí mismo, golpeando al que se había puesto de pie. Gato lo tomó por la parte trasera del pantalón, casi levantándolo. Pateó al otro en la cabeza, desmayándolo. El muchacho trató de zafarse, pero este lo zarandeó, mientras emitía un sonido sordo como risa. Lo arrojó a un rincón, afincando su pie sobre el muslo para que no pudiera moverse. Este se le quedó mirando, Llevó su mano atrás con lentitud. La mirada era de resignación. Era un celular. Envió un mensaje, ante la desconcertada mirada del ratero, que a lo mucho tendría trece años. Gato esperó. El celular repicó. Gato le pasó el celular al muchacho. Este atendió desconcertado. -… ¿Diga? -¿Cómo te llamas? -… Jairo… -Quiero que me escuches con cuidado, porque no lo voy a repetir… Si sabes quién es la persona que tienes al frente, sabes quién te habla… ¿Verdad? -Sí, Don Sandro… oiga, lo que pasa es que uno tiene que comer… -Pero ya ustedes fueron advertidos… Los comerciantes del mercado me pagan protección contra los ladrones. Si roban a los clientes, estos no compran. Les daré una oportunidad a tus amigos… Salgan del mercado, por las buenas. -Sí señor. -Ahora. Te tengo un encargo. Si lo haces bien, no solo te pagaré bien, sino que te daré trabajo. Hay una persona que tienes que vigilar. Gato te dejará el celular y un dinero para tus gastos como adelanto. -¡Gracias Don Sandro! -Si me fallas, Gato te colgará de un poste. No sería primera vez… -No se preocupe patrón. Lo llevó hasta una esquina, cerca de la pensión. Allí esperaron cerca de una hora. Gato lo vio salir. Su acompañante no, porque estaba concentrado en comerse un pedazo de pan. Este lo


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regañó propinándole un manotazo en la nuca y señalándole a Madero. -Entendido parce. Antes de irse Gato escribió una frase en su celular, mostrándosela, para dejar todo claro: -“Yo veré, ¿oyó?... Yo veré” Este, simplemente, asintió, nervioso, recibiendo el aparato. Gato se perdió entre la gente, desapareciendo entre las veredas y callejuelas. Su elemento, donde le gustaba estar.


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8 “Busco algo que se me ha perdido” Santos entró a la panadería. Eran las doce. Había llegado dos días antes por avión a la capital, y luego de un largo viaje por carretera, había llegado. Caminó directamente hasta donde se encontraba Sandro Benavides, quién supo que algo malo pasaba al ver la tensión de Gato: Este observaba a todo el que entraba, aprovechándose de los espejos del local. Lo que lo hizo no actuar de inmediato fue que aquel hombre que no conocía. Este entraba con paso firme, seguro de sí mismo. Su actitud demostraba que era un hombre de cuidado. Llevaba la chamarra de cuero en la mano. Bajo su franela de algodón no llevaba armas. Pero lo consideraba alguien de quién cuidarse. Ramiro levantó la mano levemente, indicándole a Gato que se quedara en su puesto. -¿Señor Benavides? -Buenas… -Buenas… Imagino que usted es el dueño. -Así es… Tenemos una gran variedad de pan… Especialmente sándwich. -Hablando de eso… ¿Ha venido alguien buscando información?... Es sobre ciertas damas. -No suelo revelar la información sobre mis clientes… Y no lo haré ahora. No me gusta hablar con la gente que no me agrada. Usted no me agrada. -Ya veo cómo es usted –Miró a su alrededor- Un pequeño rey en un mundo pequeño, que cree que no hay más allá –Señaló en todas direcciones- Todos en este lugar creen que es el rey, el don –Lo miró con desdén- No es más que un simple peón en este juego. -Es un muchacho soberbio –Dijo sin perder la sonrisa- No es más que un mandadero. -Y uno muy caro –Avanzó hacia él- Supongo que si usted desaparece, solo aparecería otro reyezuelo. En ese momento, de un salto, Gato se interpuso. Había un brillo asesino en su mirada. Santos apretó la chamarra con fuerza, mientras miraba a aquel joven más bajo de estatura, pero consideró prudente no subestimarlo.


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-Gato –Dijo Sandro Benavides- Siéntate. Se midieron por unos momentos. El silencio fue roto por el inconfundible sonido de una escopeta calibre doce al colocar un cartucho en la recámara. Santos volteó. No veía nadie armado. Pero estaba seguro de que le apuntaban. -Dejemos algo claro: No soy más de lo que soy ni menos de lo que soy. Y no crea que por ser un anciano, no estoy en capacidad de defenderme. No sabe cómo llegué aquí. -Sí… -Lo midió con la mirada- Creo que lo subestimé. Eso creo. ¡Pero no se preocupe!... Le aseguro que conseguiré la información en otro lado –Sonrió amistoso- Tampoco hay que tomárselo tan a pecho, ¿verdad?... En cuanto a ti –Le habló a gato- Sé que puedes leer mis labios, sordo –Sonrió- “M A M A M E L O” –Movió los labios- ¿Qué tal? Gato mostró los dientes, como si fuese a atacar. Aunque su cuerpo no mostraba reacción, estaba listo. -¡Gato! –Golpeó la mesa varias veces para llamar la atención¡Siéntate! Este ocupó tranquilamente su lugar. Pero no dejaba de mirar su rostro por los espejos. Veía sus labios, su rostro, su lenguaje corporal. Santos no se engañaba. Había escuchado el ruido de la escopeta. Sabía que un movimiento incorrecto sería su muerte a manos de un tirador invisible o de aquel joven con la muerte pintada en su rostro. Buscó la salida, antes de decirle a aquel muchacho: -Lindo gatito. Todo esto. Todo. Es transitorio. En algún momento, usted se irá. Alguien ocupará su puesto. No es don Vito, ¿verdad? -Me leí el padrino cientos de veces –Sonrió- No se preocupe. No le haré ofertas que pueda rechazar. -Entiendo… Yo tampoco. -Si le digo a Gato, lo desollará antes de que se entere. No regrese por favor. Hizo un gesto y le fue servido un café. Lo bebió, mientras miraba a la nada. Su cerebro estaba en ebullición. -Gato –Golpeó la mesa y este alzó la mirada- Ven. Este se puso de pie y se paró respetuosamente frente a su jefe. Hizo el gesto de un aplauso leve y separó las palmas como si abriera un libro.


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-No sé cómo arrancó todo –Se rascó la barbilla- Pero hay algo más grande que el dinero. Gato movió los puños en una especie de boxeo suave y luego señaló todo a su alrededor. -No. No es nuestro problema. Pero nadie me amenaza, así porque sí. Lo que vino a buscar nuestro amigo, es importante –Gato hizo como si contara dinero- No. No creo que sea dinero, como dicen las noticias. Es poder. No pueden ser drogas –El muchacho se señaló la nariz- No. No creo que sea cocaína. Tendría que ser una cantidad muy importante. Improbable para que se pudiera cargar y mucho menos esconder… Mis contactos de hampa no saben de ningún alijo perdido. Solo pueden ser diamantes, esmeraldas, es o algo más poderoso –Este hizo como si hojease un libro- ¿Ves que si prestas atención? ¡Ese es mi muchacho! –Gato sonrió complacido- Es algún tipo de documento. Varios documentos –Sonrió agradado- Nadie envía a un asesino por algo tan reemplazable como el dinero, salvo que sea una suma astronómica… ¿Todavía Jairo sigue el rastro? –Este asintió¡Bien! Ve a buscarlo, mándalo para acá y quédate detrás de esto –Este se encogió de hombros y puso cara de impotencia- ¡No sé qué vas a buscar!... Encuentra una pista y síguela. Lo que encuentres, cuídalo, tráelo y protégelo… Especialmente de ese tipo –Lo señaló, regañándolo- Y no te vayas desarmado. Deja de creer que puedes resolver todo con tu fuerza –Este asintióPero, si tienes oportunidad de retorcerle el pescuezo a ese tipo, no dudes. Ese tipo no lo hará. Vete. Diego Madero había salido de la pensión. Tenía días haciendo preguntas por los barrios cercanos con la información que le había dado Sandro Benavides. Tal vez fuese cierto que habían abandonado su hogar, pero alguien tenía que saber algo. Dos hombres lo interceptaron en una vereda. Eran de aspecto rudo. Hombres de calle. Les mostró las credenciales. -Buenas tardes. -Buenas tardes oficial –Saludó el que parecía ser el líder- ¿En qué le podemos servir, oficial? -Solo quiero hacerles unas preguntas sobre unas personas… Luego de la conversación, uno de ellos hizo una llamada por


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celular a su jefe, informándole de aquello. -Así es don Ramiro… No creo que sea policía. -Y si lo es, no creo que importe, ¿verdad? -No señor… No lo creo. Madero caminaba entre veredas angostas hasta que salió a la calle. Se detuvo en una esquina. No sabía por qué, pero estaba seguro de que estaba muy cerca de lo que buscaba. Si hubiese mirado hacia arriba, habría mirado a Gato saltando entre las platabandas de las casas, con la habilidad propia de su apodo. Caminó por una acera, un poco deslumbrado por el sol. Por eso no pudo ver la pieza de pino con que lo golpearon un poco más arriba de la ceja. Si no hubiese tenido buenos reflejos, habría sido directo al cráneo. Manoteó al aire, tratando inútilmente de defenderse, con la mitad del rostro bañado en sangre. -¡Revísalo a ver si tiene dinero! ¡Quítale todo! A pesar de estar casi inconsciente, no se dejaba. Manoteaba y pateaba, no como su cerebro le hacía creer, pero se defendía, aunque estaba casi fuera de combate. Desde arriba, Gato hizo un gesto de fastidio. ¿Cómo alguien podía ser tan idiota? Como ambos hombres estaban inclinados sobre madero, fue fácil derribarlos. Uno de ellos se levantó, tomando el pedazo de madera y trató de romperle la cabeza. Este solo lo dejó pasar y lo empujó justo entre sus piernas, machacándole los testículos. Cayó como un fardo. La cuchillada pasó muy cerca del rostro de Gato. No se inmutó. Lo tomó por la muñeca y se la dobló. La hoja quedó en el aire. Gato la atrapó al vuelo, clavándosela en el hombro, retorciéndosela. Cayó de rodillas, gritando. Gato retrocedió y le dio espacio, estudiando sus movimientos, mientras esperaba, con la cabeza ladeada, sin quitarles la vista de encima. Como pudo, uno de ellos se apoyó en la pieza de pino penosamente y levantó al otro con el cuchillo clavado aún. Se internaron como pudieron entre las veredas, alejándose. Los noventa kilos del herido no le impidieron levantarlo y llevarlo en hombros. Sabía a dónde ir. Era una casa en construcción. Lo metió en el garaje y cerró la puerta. Fue hasta la casa del dueño. Este era un viejo conocido. Hablaron con señas. Este recibió


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unos billetes y se marchó. Gato se inclinó sobre Madero. Seguía inconsciente. Le apretó el rostro por las mejillas y ladeo su cara, para revisarle la cabeza. Aparte de la herida de la frente, no tenía la cabeza rota. Madero movió los brazos. Recibió unas pequeñas bofetadas y se cubrió. Gato asintió, satisfecho. Lo dejó sobre una colchoneta y salió. Regresó una hora después, con algo de comer. Para su sorpresa, Diego Madero no estaba. Había desaparecido. ¿Dónde demonios se había metido? Madero caminaba sin rumbo. Todo le daba vueltas. Los rostros se veían irreales. La gente se alejaba al verlo andar a trompicones. Escuchaba las bocinas de los vehículos, los gritos de la calle los ladridos de un perro en algún lado. Todo era borroso, cegador. No tenía noción del tiempo. Los ruidos le llegaban lejanos. Se perdió en la cuidad.


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9 Es hora de moverse -¿Cuánto tiempo vamos a seguir aquí? –Se quejaba Mónica, mientras leía por décima vez la misma revista- ¡No han dicho más nada en las noticias! -¿Todavía tenemos comida en la nevera? -Preguntó Alicia, mientras miraba por una pequeña ventana el único pedazo de cielo que se podía permitir- ¿Nos falta algo? -No, creo… -Entonces debemos esperar. Así me dijo Raúl. -¿Cuántas veces han hablado? -Dos nada más. -¡Han pasado muchos días entre esas dos llamadas! –Se quejóRaúl tuvo que esconderse, perderse en la ciudad. -Como nosotras… Creo que si no tenemos necesidad de llamar la atención, no debemos hacerlo. ¿Recuerdas al hombre? ¡Estuvo a punto de matarnos! ¿No crees que pueda estar buscándonos? -¡No lo sé! –Se mostró irritada- ¡No sé de hombres con pistolas con silenciador, ni de investigaciones por homicidio! –Se señalóNosotras no lo matamos. No era primera vez que usábamos esa dosis. -No. Pero murió. Y si creen que es mejor culparnos, lo harán. -Pero, ¡¿Por qué?! –Se quejó- No somos más que unas simples damas de compañía que se equivocaron. -Somos algo peor que eso: Somos unas pobres putas que se robaron una fortuna y unos documentos que no debimos ver. -¿Y si dejamos los documentos en algún lado? -No. Igual nos cazarían. -¿Cómo lo sabes? -¡Porque los leímos!... Raúl. -¡Ya basta con lo que Raúl te dijo! Hubo un silencio entre las dos. Alicia dejo de mirar por la ventana. Mónica tiró la revista y se levantó del mueble. El lugar era una mercería de una tía de Mónica muerta hacía años. Además del local, contaba con una habitación, un baño y una pequeña cocina. Se entraba por una puerta trasera. No podían ver la calle. Apenas contaban con una pequeña ventana que solo permitía mirar hacia arriba. Alicia pasó de la parte posterior al frente del


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local. La capa de polvo que cubría dejaba ver el tiempo que tenía el negocio en soledad. Como su tía no tuvo a quién dejarle la tienda, se la había dejado a su hermana. Cuando se sintió muy mayor para seguir trabajando y ya viuda, se la dejó a Mónica, a sabiendas que esta quizá la vendería. Pero esta no lo hizo, por un conflicto sentimental. -Nunca mamá tuvo que comprarme un peluche: Un oso, una jirafa, un león. Mi tía era una experta haciéndolos… Aquí los vendía –Señaló un rincón- Solía haber una silla allí. Me sentaba fascinada horas, viéndola coser –Sonrió- A veces me dejaba pegarle los ojos. ¡Quedaban horribles!... “Mejor no estudies medicina”, me decía… Las manualidades no eran lo mío… Sacó un frasco de vidrio lleno de botones de varios colores. Los dejó caer en cascada, produciendo un tintineo al caer sobre el vidrio del mostrador, con la mirada soñadora, como cuando tenía siete años. Puso el frasco a un lado y caminó hasta un estante donde reposaban grandes retazos de material para hacer los animales de felpa. El estante era un cajón. Se quedó allí, mirando. -Lo siento Mónica. -No… Yo lo siento. No debí gritarte. Si no fuera por tu esposo, estaríamos presas o muertas. Esperaremos. ¿Te parece? -Está bien –Cambió de actitud- Hablemos de otra cosa: ¿Cuál fue el cliente que más te impresionó? -Había un jovencito –Sonrió- Un ruso. Su padre era un empresario. Quería que su hijo de dieciocho años se estrenara como hombre –Sonrió- Era un niño muy lindo… Unos ojos azules impresionantes. Era delgado, muy blanco. Me miraba en ropa interior, asustado. -¿Y qué paso? -Había allí una traductora. El muchacho no hablaba español ni inglés. Solo ruso. -¿Y ella que hacía? -Estaba sentada con su traje de ejecutiva. Allí, solo sentada. Yo no me vestía como una callejera, sino como una mujer de negocios. El muchacho le dijo algo. -Dice que le muestres tus senos. -Me quité el saco y la camisa. Me quedé en sostenes. Me las


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sujeté apretándomelas suavemente… Le dije: Si se quita el bóxer, me quito los sostenes. -¿Y qué pasó? -Veía ese temor de muchacho virgen en la cara. Ya por experiencia sabía que, o se iban antes de comenzar por la emoción o simplemente no funcionaban. Claro, en esos casos siempre le decimos a su padre que el muchacho se portó como un semental. Y estos le hacen a una un regalo adicional. Los muchachos piden lo que tú quieras a la habitación: Vino, bombones, comida. -… Y aprovechas para darles verdaderos consejos a los muchachos de cómo tratar a las mujeres. Es una verdadera labor terapéutica –Ambas se echaron a reír- ¿Y cómo te fue con el David? -¿Cuál David? -El de Miguel Angel. Como la escultura. -Cierto. Bueno, él no se podía ir, como los demás, con la asistente de su jefe mirando. Se quitó el bóxer –Le hizo el gestoEra de buen tamaño, pero algo caído por los nervios. Hasta que –Hizo un gesto teatral- Estas niñas salieron a relucir. Y el Miguel Angel se transformó en un gran obelisco así –Hizo el gesto- No me pude resistir. Yo tenía diez años más que él. Era un bebé… Lo tomé con ambas manos y comencé a moverlo. De blanco y rosado, se transformó en rojo. Yo me decía: “Si explota de una vez, terminé”… Le pregunté: “¿Te lo afeitaste tú mismo? -“No” –Contestó la asistente- “Yo lo hice. Por completo” -¿Y terminó? -¡Para nada! –Hizo un gesto apenada-Yo me “emocioné” un poco y decidí divertirme… Al rato, yo lo cabalgaba con gusto… No es como acostarme con un adulto, un tipo corrido. Era hacerlo al gusto de una. -¿Y la asistente? -Cuando me acomodaba para un “sesenta y nueve” levanté la cara. Esta tenía la falda arremangada hasta los muslos, mientras se masturbaba, sin quitarme los ojos de encima, con la blusa desatada y los senos al aire. Me parecía una película porno. La muchacha me miraba hacerle sexo oral. El muchacho no era muy bueno en lo suyo, pero no me importaba. Yo me apliqué


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en lo mío. -¿Sin condón? -Los primerizos son muy sanos. Este olía lindo. -¿Cómo es eso? -¡No sé! –Sonrió- Imaginó que a cómo huele la virginidad. Pero eso no fue todo. -¿Hubo más? -Ella habló con él, que le contestaba entre jadeos. Ella me habló: “Debes enseñarle a hacerlo bien. Si no, pasará vergüenzas” -“Yo no puedo explicarle bien cómo hacerlo. No me entendería” –Le dije- “Yo se lo explicaré” –Me dijo- “Ponte abajo y yo le diré que se ponga arriba” -¿Y qué paso? –Alicia estaba expectante- ¡No me dejes con la curiosidad! -Bueno… -Mostró un poco de vergüenza- Ella se colocó a su lado y creo que le explicó cómo hacerlo… No soy lesbiana y era la primera vez que aceptaba que una mujer me tocara… Pero te voy a decir: Era una de las mejores sesiones de sexo oral que me han hecho. Y él fue un buen alumno. Estuve teniendo sexo con él durante unas dos horas. Pensé que no se iba a cansar. -¿Y cómo lo cansaste? -Sexo anal. No aguantó. Era demasiado para una primera impresión. Terminó a chorros. Dos veces… Y yo desarrollé una nueva clientela: Parejas. Con lo que gané compré el apartamento donde vivo, digo, donde vivía. -Pero cuando salgamos de aquí, todo será mejor que antes. -Dios quiera amiga. Dios quiera. Diego Madero abrió los ojos lentamente. ¿Habría soñado lo último que oyó?... Una voz le hablaba, pero no la entendía. Luego caía por un declive. Sintió dolor. Alguien lo pateaba. Después, unos gritos, ladridos y luego, silencio. Los ruidos de la calle se hicieron lejanos. Hacía frío. Una manta lo cubrió. Estaba cerca de un fuego. Sintió un olfateo. Narices amigables lo tocaban. Había un olor agradable. ¿Oía un río?... Trató de moverse. Tenía un fuerte dolor de cabeza, además del tórax. Una costilla quizá. -Quédate tranquilo. Te dieron una paliza. Si no aparezco con mis perros, te matan… Por lo menos te dejaron los zapatos. Pero se


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llevaron tu cartera. Los vi cuando llegué. Se enderezó como pudo. Abrió los ojos asustado. Tenía casi encima el pitbull más grande que había visto en su vida. El hecho de que moviese la cola y que parecía sonreír no le disipó el temor. -Quieto perrito… Quieto. -No te preocupes… Ruco es muy obediente. Le agradas. Allí están Bomba –Señaló a un pequeño dóberman pincher- Y esa es Lola –Era una perrita mestiza de raza indeterminada- Tienen poco tiempo conmigo, pero a diferencia de las personas, los perros son muy agradecidos. Miró el techo: Dos enormes vigas de concreto sostenían una estructura. De cuando en cuando se escuchaba algo pesado pasar. Estaba acostado sobre frío cemento, cubierto con una manta. -¿Dónde estoy? -Bajo un puente. Estamos debajo de la avenida, cerca de los negocios de los comerciantes, que son generosos con estos muchachos. A cambio, yo mantengo esta área libre de borrachos y ladrones. Debes tener hambre. Has dormido como diez horas. ¿Cómo te hiciste esa herida en la cabeza? El hombre se deslizó sobre el suelo, impulsándose con las manos enguantadas. Sus piernas descansaban sobre una tabla acolchada con ruedas. Le extendía algo. Era un plato y una cuchara. Tenía frijoles y pedazos de carne. El perro se acercó bajando la cabeza y moviendo la cola. Se quedó congelado. -Tranquilo perrito… -Ruco –Advirtió- Ya tú comiste. ¡Siéntate! –Le regañó. El animal se echó cerca del fuego, remolón- No le hagas caso. Es un aprovechado. ¿Qué recuerdas? -Alguien me golpeó con un pedazo de madera. Creo que querían robarme. Pero alguien me salvó o creyeron que me habían matado… Caminé. No recuerdo más nada. -Estabas contuso y alguien quiso aprovechar la ocasión para robarte. No eran de por aquí y se encontraron contigo. Te robaban cuando llegué –Se metió la mano en su ropa interiorTranquilo. No tuvieron tiempo de sacarte tu estuche… Revísalo. No te falta nada.


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Consideró que era una ofensa hacerlo. De haberlo querido robar, ya lo habría hecho. Se encogió de hombros y comenzó a comer. Una hora después lo vio alejarse y sacar un celular de sus ropas y armarlo. Hizo una llamada. Se limitó a escuchar en silencio. -… “Sí. Quédate tranquila. Espera. No te muevas” –Murmuró- “Si no dicen nada, es riesgoso” –Miró levemente a Madero- “No te preocupes por ella. Mientras no la contactes, no corre riesgos. Adiós” Apagó y desarmó el aparato, guardándolo, bajo la mirada de su invitado. Deslizo su tabla hasta un rincón y se dejó caer sobre cartones. Se arropó con otra manta. -Gracias. Por salvarme y por la comida. -¿No eres de por aquí, verdad? -No. Ni tú. -¿A qué te refieres? -Ni te portas ni actúas como mendigo. -Y aquí estoy. Sabes, no te haré preguntas sobre porqué estas aquí. Te agradezco no me hagas preguntas. Porque tampoco te portas como a una persona que asaltaron. No hablas de irte ni de llamar a nadie. Me viste un celular y no me pediste una llamada. Pero no te haré preguntas. Duerme. No te preocupes. Bomba es una excelente alarma. -¿Y Ruco? -¿Ese? –Se burló- Solo se despierta cuando huele el desayuno. Lola se asusta y se esconde… Hasta mañana.


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10 “Yo espero que salgan a respirar” Al coronel Pablo Mijares le hacía muy poca gracia la cosa. Se vio obligado a recibir a un tal “delegado” por órdenes del ministerio. Se le “pedía” toda la colaboración posible en el caso del detenido y la investigación de las dos mujeres, que hasta el momento había caído en punto muerto. El detenido recluido en la clínica se negaba a hablar. El botones solo se mantuvo que solo cumplió órdenes de unos clientes y no había nada que demostrase lo contrario. Además contaba con un buen abogado. Ahora le llegaba este tipo, apoyado en grandes influencias, dispuesto a tomar el caso. El primer sitio a visitar fue la clínica donde seguía el detenido por influencia de sus abogados. Pidió que los dejaran a solas. Guardó silencio frente a aquel hombre sujeto a la camilla con esposas. -Supongo que viene a ayudarme. -Si por mí fuera, te degollaría aquí mismo. Pero para tu suerte, eres más problemático muerto que vivo. ¿Sabes cuántos problemas causaron su “fiestecita” privada?... No hablemos del dinero, que no era suyo. Hablemos de los documentos… ¿Los revisaron? -No eran de nuestro interés. Solo teníamos que entregarlo. -Tan inteligente como que ambos portaban armas con silenciador. -¿Cómo voy a salir del problema? –Preguntó molesto- De eso depende mi silencio. -Por eso no te preocupes. Te llevarán ante el fiscal por el arma. Negarás lo del dinero. Asumirás tu culpa y listo. Luego en la cárcel, te irán a recoger. -Les doy veinticuatro horas para mi salida luego de mi ingreso. Después de eso, no respondo. -Puedes contar conmigo cuando te digo que no pasarás más de ese tiempo tras las rejas. Tengo personas capaces que se encargarán de eso. Pero si hablas, te quedaras durante el término que te lleve tu sentencia. -Está bien –Reflexionó- Pero no quiero estar con presos comunes. -Muy justo. Creo que tu silencio lo merece. Hay un área especial. Solo estarás una hora en el área común. Te prometo que un día


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después te irás en avión a casa. Aquel hombre solo pasó una hora en el área común. Fue trasladado con la mayor consideración al pabellón de mínima seguridad, a donde no llegó. Fue degollado en el camino, un pasillo largo sin cámaras de seguridad. Las autoridades alegaron que se había fugado, pero su desconocimiento de la prisión lo hizo terminar en el pabellón de máxima seguridad. Para matarlo usaron una pieza de plexiglás afilada. Encontraron la mitad dentro de la garganta. Se hacía evidente que no debía sobrevivir bajo ninguna circunstancia. Santos recibió al día siguiente por celular la información de que de la morgue salía en un cajón en un vuelo a su país. -Promesa cumplida –Sonrió- Sigamos con lo que nos interesa. Caballeros… El personal allí reunido no estaba a gusto con aquel hombre en sus oficinas. Allí usaba un uniforme de combate sin identificaciones y ocultaba su peinado con un sombrero de camuflaje táctico. -Quiero agradecerles su colaboración. Espero que puedan aprender de la experiencia como yo lo espero. Todo el trabajo deberán hacerlo ustedes. Yo solo puedo recibir información – Sonrió disculpándose- Estoy de manos atadas. ¿Tenemos alguna información? -Algo –Dijo el que estaba al mando, un coronel- Llamadas anónimas de personas que aparentemente fueron víctimas de estas mujeres. Dejaron números de contacto que nadie atiende o lo hacían a través de empleados de hotel que dicen no recordar nada. No tenemos sus nombres. Seudónimos quizá. -Bien… Si logro algo, les informaré. Pero necesito toda la información, para poder pensar... -Le facilitaré lo que tengo disponible, que no es mucho. -No me llevaré nada –Señaló- Usaré esa oficina. Que me traigan algo de almuerzo. Como bastante. -Escuche una cosa amigo –Dijo el coronel- Tengo órdenes de prestarle la colaboración, pero no de soportarte. -Escuche una cosa, coronel: No tiene por qué hacerlo. Pero soy lo que tiene para resolver esto. ¿Quiere información útil?... Pues deme lo que pido y deshágase de mí. No me quiere aquí husmeando en sus asuntos y si me quedo más de lo necesario,


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me voy a poner creativo. -¿Alguien lo envió para joderme la vida? -No, Pero podría. Si me aburro –Sonrió- Algo con pollo me vendría bien. Con un jugo de frutas… Esa tarde, ya sin uniforme, Santos llegó a la dirección de Héctor Andrade, el botones del hotel. Era un pequeño apartamento en una zona clase media del este de la ciudad. Al abrir la puerta mostró interés por aquel hombre con chamarra de motociclista y el cabello suelto casi hasta los hombros. -¿Diga? -Señor Andrade –Le mostró una credencial- Soy del comité investigador del caso del fallecido en su trabajo. No se preocupe –Sonrió pretendiendo ser amistoso- Unas pocas preguntas, nada más. -Ya dije lo que tenía que decir –Se mostró seco- Nada más. -Si me permite un momento… -Santos trató de mostrarse encantador- Le aseguro que hay cosas que yo tengo que decirle que le interesa… La pequeña sala estaba decorada con buen gusto, aunque algo exótica: Marilyn Monroe en blanco y negro sostenía su falda de pie bajo la rejilla, levantada por el aire de la calefacción. En un rincón Charlot estaba sentado en una acera, acompañado de un niño y un perro. El cartel de lo que el viento se llevó. Había plantas decorativas y un canario cantaba desde su jaula de construcción clásica. Pequeños muebles acolchados completaban la decoración. Todo el piso refulgía de brillo y limpieza. -Veo que le gusta el cine clásico –Todo es muy lindo- ¡Me gusta! -¿Verdad? –Mostró curiosidad- ¡No parece un amante de cine romántico! -¡Y no lo soy, lo reconozco!... Prefiero el cine negro. Ambos se echaron a reír, cómplices de algo de lo que no hablaban. Héctor se estiró complacido como un gato perezoso, poniéndose de pie. -¿Quieres una manzanilla? -¡Eso no es un té, es una infusión!... ¿No tienes té? -¡Por supuesto! –Dio una especie de saltito!- ¡Ya vengo tesoro! -Te espero… Tesorito. La hermosa bandeja de porcelana no solo traía una jarra, sino


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también pequeñas galletas de mantequilla. Santos las saboreó complacido, mientras las sostenía entre el índice y el pulgar. -¡Son fabulosas! –Lo señaló acusador- Por culpa de gente como tú, es que yo debo hacer más ejercicio –Se palpó el abdomen- ¡Y mira que me cuesta! –Hizo una pausa- Ahora, vamos a ponernos un poquitico serios –Tomó un aire más íntimo- La policía sabe que trabajabas con esas mujeres… Ellos a mí, en lo particular, no me importan… -Le puso un dedo en el pecho- Esto será como un secreto de confesión. Sé que te pagaron, más de una vez – Señaló a su alrededor- Vivir aquí, alejado de la gentuza que no te respeta, no es barato –Se encogió de hombros- No importa… En serio, ¿cuánto te pagaron esta vez? -… Quinientos –Titubeó- Me pagaron quinientos. -¡Desgraciadas! –Lo señaló- ¿Eso te dieron? –Este asintió¿Quieres saber realmente cuánto se llevaron?... Te lo diré si me dices algo que realmente sea de utilidad –Lo silenció con un gesto- Es más, te daré un pequeño detalle solo si me dices algo que sea útil. -… Una vez las escuché hablando, mientras esperábamos un cliente. Hablaban mal de un tipo, un proxeneta que es vecino de una de ellas. Su nombre es Alicia… O puede ser Alicia. Tengo muy buena memoria –Dijo con coquetería. El tipo se llama… Ramiro. -¿Puedes darme la dirección de la amiga? -Este sacó una libreta y anotó la dirección. -Es solo el barrio y el nombre del negocio… -Sonrió- A veces las amigas nos ponemos conversadoras… Santos tomó el papel y lo guardó, aprovechando para sacar un pequeño fajo de billetes. Lo puso en la mesa. -No son los doscientos cincuenta mil que se robaron, pero es algo. -¡No te creo! –Este asintió- ¡Ay, me quiero morir! -Pero fuiste bueno conmigo y me colaboraste… Por eso yo colaboré contigo. -Gracias corazón… Se puso de pie. Se acomodó la chamarra. Siempre sentía satisfacción. Sabía que había resultado un excelente alumno en su entrenamiento de inteligencia: Crea confianza, establece un


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nexo. Solo los más inteligentes hacían eso con sutileza. No seas evidente, deja que el otro se haga sus propias ideas. -Una pregunta –Dijo Héctor, sujetándolo suavemente por la rodilla, ya que seguía sentado- ¿Qué hubiese pasado si me hubiese negado a darte información? -No quieres saberlo –Sonrió coqueto- En verdad no. -Dime… No seas así… Santos se agachó hasta quedar a nivel de Héctor. Le habló con calma, como si hiciese una confidencia. -Habría sacado mi cuchillo de desollar y te habría abierto el vientre de lado a lado. Sin tocar órganos vitales. Te obligaría a sostener tus intestinos, llenando ese hermoso mueble de mucha, muchísima sangre. Si te pusieras escandaloso, te abriría las mejillas por completo para que no pudieses articular sonido. Y luego, porque sí, decapitaría a la linda ave que canta en esa pequeña jaula –Sonrió- Pero no tuvimos que hacer eso, ¿verdad? -¿Quién eres tú? –Preguntó, sintiendo que su sangre se congelaba en sus venas. -Debo ser tu ángel de la guardia, porque gracias a mí, sigues vivo y podrás seguir con tu vida, tesoro. Por favor, pierde la memoria, porque si no, veras que mis películas favoritas son las de terror. Nos vemos. O mejor que no… Adiosito… Una vez en el barrio, comenzó a hacer preguntas. El tipo que buscaba no era muy popular. Según las señas, tenía un billar cerca de una cancha deportiva. Según una señora “que no le gustaba meterse en la vida de nadie”, el lugar era una fachada para reclutar y trasladar mujeres como trabajadoras sexuales. El lugar estaba casi vacío a esa hora. Era de noche cuando había actividad, sobre todo los fines de semana. Una mujer con un vestido súper ajustado de color naranja lo miró con interés. Cuatro hombres jugaban dominó y un empleado limpiaba un área dispuesta para jugar tejo. Uno de ellos al verlo se puso de pie, mientras bromeaba con sus compañeros. -No me vean las piedras –Los señaló mientras reía- Yo veré… -Luego se dirigió a Santos- Si viene por las monas, apenas llegó la primera. Espere, que abrimos en una hora. Si gusta de una cerveza.


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-Quisiera hablar con Ramiro. -¿Y qué quiere hablar con mi hermano? -Es que estoy buscando a una amiga de él. Creo que se llama Alicia. -¿Y para qué quiere usted a Alicita? –Preguntó con desconfianza. -Es personal. Pero su hermano puede ganarse un buen dinero. Solo por la información. -¡Muchachos! –Dijo en voz alta- Aquí el señor nos está haciendo perder el tiempo en vez de montarse encima de una de nuestras niñas y pagar –Le preguntó- ¿Usted es policía? -No… -Sonrió- Creo que vendré más tarde, cuando su hermano esté. ¿Le parece bien? -Creo que no va a poderse ir –Dijo en tono amenazante- ¿Verdad muchachos? Santos sintió el cañón de una pistola en la cabeza. Sonrió. Tenía a dos al frente. El de la pistola a su derecha. La joven y el empleado de la limpieza se escondieron detrás de la barra. -Tranquilos, que el innombrable es malo y hace pecar –Santos pretendía ser amistoso- Que no se te ponga la mano pesada… Este afincó el cañón con más fuerza, obligándolo a ladearse, hasta que quedó frente a él. -¿Qué carajo es lo que quieres? -Solo quiero hacer unas preguntas, nada más. -Las preguntas las hacemos nosotros –Dijo al tiempo que le propinaba una patada en el estómago, derrumbándolo- ¡Párate! Santos se enderezó como pudo. Estiró el cuerpo. La pistola se apoyó en su pecho. Un golpe con el arma en el cuello lo hizo doblarse del dolor. Con gestos le hicieron enderezarse de nuevo. -Más les vale que me dejen ir… -¿Y qué va a pasar si no te dejamos ir? –Le apuntó a la cara. -No lo mates, tiene que aclararnos que quiere con la Alicia. Porque si estás buscando la plata de la Alicia, esa plata es de mi hermano. -Si no me dejas ir –Le habló directamente a este- Me cogeré tu casa, quemaré a tu perro y dejaré ir a tu mamá –Recibió otro golpe con el cañón del arma- ¡Perdón, perdón! –Alzó las manos¡Me equivoque! ¡Me equivoque! -¿Ah, sí?


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-Sí… Quise decir que me cogeré a tu mamá, quemaré tu casa y dejaré ir a tu perro. -Levanta la cara, para matarte como a un hombre. Santos levantó el rostro. Tenía el arma a unos diez centímetros de su rostro. Con un movimiento de juego de manos lo despojó del arma y le disparó en la cara, justo debajo del ojo izquierdo. Siguió con el que tenía a la derecha, con dos disparos, uno en el pecho y uno en la frente. El de la izquierda arrancó a correr. Le disparó justo en la nuca. Cayó como un fardo. Al hermano de Ramiro le disparó en la rodilla. Cayó gritando como un desesperado. Avanzó con el arma al frente, listo para disparar. Llegó hasta la barra. La mujer lanzó un grito al verlo. Solo un grito. La silenció de un disparo. -¡NO, NO DISPARE! –Gritó el de la limpieza- ¡YO NO HICE NADA! -Y yo tampoco –Dijo Santos antes de disparar… Avanzó hasta la entrada, sin dejar de apuntar. Miró a los alrededores y cerró la puerta. Regresó hasta donde había quedado el hermano de Ramiro, que ahora se quejaba levemente. Se agachó. Este abrió los ojos asustado, como si estuviera mirando a la muerte. Sacó un cuchillo plegable táctico con su hoja de color negro y unas muescas que evidentemente estaban diseñadas para hacer daño. -Debiste responder mis preguntas por las buenas… Ya no voy a ser amable. Tengo poco tiempo antes de que llegue la policía o amigos tuyos… Y no me gustan los testigos. Por la tal Alicia y su amiga, no te preocupes… Yo solo espero que salgan a respirar. Así que –Cambió la forma de empuñar el acero- Comienza el interrogatorio… A Ramiro le costó mucho entrar al local, pues la puerta estaba trabada. No podía creer lo que veía. Le impresionó especialmente el cadáver con el tiro en la nuca, así como el del muchacho del aseo. Vio dos gruesas líneas de sangre. Un cuerpo había sido arrastrado. Lo encontró en el fondo del baño. Se había sujetado el bajo vientre para retener sus intestinos. El color de su piel era pálida, un color terroso, como cera. Se había desangrado por completo. Su rostro reflejaba dolor y abandono, con la mirada vacía, en una búsqueda que jamás llegaría.


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Sujetó el rostro con cuidado, como si temiese despertarlo. Le arregló su cabello. Lo habían colocado del lado de la ducha, a fin de que la sangre se queda se allí. Tenía sendos agujeros en sus piernas. Aunque se podía ver el hueso, no habían cortado las venas. Le hizo un gesto a uno de sus hombres: -Encárgate de mi hermano… Voy a ver algo. Detrás de la barra había una pequeña oficina. Sobre el escritorio reposaban álbumes de fotos de muchas mujeres, todas en diferentes poses, tratando de mostrar lo mejor de sus atributos. Los arrojó al piso. Se sentó y revisó la computadora, poniéndola en funcionamiento. Era la grabación de lo sucedido. El rostro de Santos se podía ver con claridad. No lo conocía. Pero sabía quién podía decirle algo. Sacó su celular y marcó un número. -Necesito hablar con usted. Sé que hemos tenido nuestras diferencias, pero es importante. Ahora se encontraba en la panadería “El Rincón de Napoli” con Sandro Benavidez, sentado frente a él. Parecía que había envejecido diez años. -Bueno, don Sandro… Ahora no sé qué decirle a la cucha… ¿Cómo le explico a la vieja que su hijo menor murió en el negocio de la familia, que supuestamente era el lugar más seguro del mundo? -Es algo lamentable muchacho… ¿Qué puedo hacer por ti? -Quiero –Le mostró la imagen en su celular- Saber quién es este hijo é puta. ¿Dónde y cómo lo encuentro?... -Sé que quieres vengar a tu hermano, pero este no es cualquier tipo. Es un asesino natural. Y no es el único que está en esto. -¿Hay alguien más? -Sí, pero no me parece que tenga nada que ver con este tipo. Se llama o se hace llamar Santos. Según mis informantes, viene con todos los permisos para estar aquí. Recibió toda la información sobre el caso donde estuvieron involucradas las mujeres que está buscando. Les dio esa información y ellos le dieron el poco historial que hay sobre ellas, pues no tienen ni antecedentes. Una de ellas es la esposa de un policía. -Alicita. Es Alicita…. Esa mujer es ahora mía. Y si consigo ese dinero, también. -Le digo una cosa y le aconsejo otra: No creo que esto sea por


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el dinero. Le recomiendo que se mantenga fuera de esto. Ese tipo es de cuidado. -¡Me importa un culo! –Escupió al hablar- ¡Quiero ese hijo é puta muerto! –Trató de controlarse- ¡Pero primero le voy a sacar los ojos y luego, le voy a abrir la garganta y le voy a sacar la lengua por allí! Sandro Benavidez suspiró. No estaba de acuerdo con lo que pasaba. Pero entendía el dolor de aquel hombre. No eran amigos. Sabía que aquel hombre respondía con la violencia y que saciaría su dolor solo con violencia. -Está bien… No sé dónde está ahora, pero sí dónde va a estar, o podría llegar a estar… Una vez se hubo marchado, este golpeó la mesa Gato se acercó. No levantaba la mirada. Estaba avergonzado con su jefe. -Entonces… ¿No sabes dónde está el muchacho? –Este siguió con la mirada gacha, tocando la punta de sus dedos índice, para luego encogerse de hombros- No es suficiente que me digas que no tienes idea… Ve a buscarlo. No puede estar muy lejos de dónde lo dejaste. De allí, ve a donde yo te indique por el celular –Sonrió- Mantén los oídos abiertos. No vayas desarmado –Le advirtió- Ese hombre es brutal, no tiene conciencia ni moral… Matará a esas mujeres solo porque sí. Santos había llegado al conjunto residencial donde vivía Miranda. Usó sus credenciales falsas para ingresar al apartamento. Tuvo que usar todo su poder de persuasión para convencer al portero, un policía jubilado, para que lo dejara entrar. -Cuando salga puede revisarme, para que se asegure de que no llevo nada –Le dijo. Convencido, este llamó al conserje para que le abriese la puerta. Con este fue menos amable para que lo dejase solo. Admiró el buen gusto de la joven. Fue directo a la habitación. Si había algo que pudiese darle una pista, sería allí. Una cama súper amplía, con sábanas de algodón egipcio y grandes almohadas. Una foto tomada en alguna playa con ella en un diminuto biquini. -“Si sale viva de esto, que lo dudo, creo que la voy a contratar” -Dijo para sí. El closet era uno como para dos personas, lleno de toda


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clase de ropa. La apartó. Al fondo había una caja con juguetes sexuales de todo tipo. La dejó a un lado. Pensó por un momento. La idea era no dejar un desastre que llamara la atención. Revisó en lo más alto. Encontró unos álbumes de fotografías. Comenzó a hojearla. Las primeras fotos eran las familiares. Acabó con uno y pasó al otro. En un momento se detuvo. Regresó al otro. Volvió a revisar. Era una foto de un local. Una mercería de nombre “La Francia”. En ella aparecía una jovencísima Mónica, abrazada a un enorme oso de peluche. Atrás tenía una nota: “En el negocio de la tía” Sonrió. El local en sí, no era ubicable, salvo por el letrero de la urbanización con los nombres de las calles. Tal vez no sea nada. Pero si es –Pensó- Quien sabe. Escuchó un ruido en la puerta al tratar de abrirla. Se puso de pie con cuidado. Su fin era no hacer ruido. Escuchó que hablaban en baja voz. Se quitó la pulsera de nailon de paracaidista, desenredándola. Sujetó sus extremos y se colocó detrás de la puerta. Lo primero que vio fue el cañón de un arma. Esperó. Cuando este entró, enredó la tira de nailon en la mano y el arma, pasó por un lado y enredó ambas alrededor de su cuello, apretando con todas sus fuerzas. Apenas salía un silbido. Usó tanta fuerza que las piernas de aquel hombre no le respondían ni podía defenderse. Ya el color de su piel era el tono azuloso del cianótico. Santos sabía que en treinta segundos este perdería el conocimiento y el control de su esfínter. El olor le avisó… Un minuto después, había muerto. Lo revisó rápidamente. Además del arma, cargaba un cuchillo de caza. Lo sacó de su funda y palpó su filo. Se asomó con cuidado. Aquel hombre revisaba las gavetas de un mueble de la sala. Cuando lo vio, ya lo tenía encima, agarrándolo por el brazo izquierdo. Este trató de disparar, pero no pudo, pues Santos había sujetado el arma por el tambor. Estaba tan pendiente de que no le quitaran el arma que no vio la hoja del acero entrando justo entre las costillas a un costado, atravesando el corazón y el pulmón. Lo llevó con cuidado al piso y le propinó un golpe con el puño justo en la garganta, destrozando el hueso hioides. Quedó allí, produciendo un ruido sordo, tratando de buscar aire. Apareció un tercero, que se inclinó para ayudarlo. No supo que


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pasó hasta que sintió un arma apuntando su espalda. -No te muevas… -Amenazó- Si lo haces, te dispararé en la columna y, si tienes suerte, quedarás paralítico de la cintura para abajo. ¡Camina! -¿A dónde? -¡Al baño! –Se burló- ¿A dónde más? Este lugar debe tener un baño. ¡Muévete! -¡Pero él se está muriendo! -Ya está muerto… Solo le quedan pocos segundos. Está respirando por reflejo. Míralo bien -Esperó hasta que el sonido se fue haciendo cada vez más rápido, hasta que se interrumpió por completo. Solo bastaron unos segundos. Lo golpeó con el arma en las costillas y le hizo señas para que avanzara- ¿Viste? El baño era un lugar limpio, séptico, arreglado con sobriedad, en blanco, azul y un verde aguamarina. Santos había atado al sujeto y lo había envuelto con la cortina plástica del baño, colocándolo en la bañera. Ofrecía una imagen un tanto ridícula. Santos lo miraba divertido, mientras bebía una taza de café. -Bien venido… Tenían café –Bebió un sorbo- ¿Qué te puedo decir? –Lo señaló con el dedo- Ahora no digas nada y escucha: Voy a hacerte unas preguntas. Si te niegas a responder, o veo que me mientes (y sé cuándo lo hacen), te haré mucho daño con esto que siempre llevo conmigo –Le mostró su cuchillo- Te abriré con esto. Tu envoltura es para que yo, el torturador, te haga daño a ti, el torturado, sin llenarme de sangre, la acción a realizar. Si respondes como corresponde, te dejo ir… -¿Cómo sé que no me vas a engañar? -No lo sabes… -Se encogió de hombros- Pero tus amigos venían a matarme… ¿Cierto? -…Sí. -¿Y cómo me encontraron? -Esperamos. Nos dijeron que ibas a venir aquí. Te vimos entrar. -¿Y qué quieren conmigo? –Le apuntó con el cuchillo- ¿Quién los envió? -Mataste al hermano de un tipo que nos contrató. Un tal Ramiro Polanco. -¿quién es ese? No me suena. -Es el dueño de un bar y club social llamado “El Picolo”.


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-¡Ah, ese…! –Se encogió de hombros- Trato de matarme en primer lugar. Segundo, se puso rebelde y se negó a contestar mis simples preguntas. Tengo que reconocer que era un tipo duro… Aguantó bastante –Sonrió admirado- Aún vivía cuando me marché. -Bueno, le puso precio a tu cabeza. -Que haga como los demás, que tome un número y espere su turno… Lamento lo de su hermano, pero así es esto. -¿Y cómo supo él que yo llegaría aquí? -No lo sé –Santos se le quedó mirando, dudoso- Es en serio. Vi las fotos del hermano de Ramiro… No quiero terminar así. -No se… -Lo miró como analizando- Siento que no me has contado nada –Puso la punta del arma sobre el muslo- ¿No me ocultas nada más, verdad? -Solo nos contrataron para hacer un trabajo… No es personal. -Bueno, te daré un mensaje para que le des al “señor” Ramiro Polanco: No es personal. Lo mejor es que me deje tranquilo. Si insiste, regresaré a su negocio y lo dejaré todo en cenizas. ¿Entiendes? –Este asintió- ¡Bien!... Te dejaré ir. Necesito que le des este mensaje. Por eso es que no te mueres. Saldré primero, mientras te sueltas como puedas y luego te vas tú. -Está bien… -No es que desconfíe de ti, es que desconfío de todos –Se le quedó mirando- ¿No piensas decirme lo que te tienes guardado? –Puso la punta del cuchillo sobre el muslo, en la zona rica en músculo, pero sin tocar la vena humeral- No preguntaré otra vez y si comienzo a cortar, no me voy a detener. -Hay otro sitio donde podría estar. Era el segundo lugar si no teníamos éxito aquí…Tanto si las encontrábamos a ellas o a usted. -¡Que interesante!... ¡Cuéntame más! Unos momentos después salía del edificio. Disimuladamente observó las cámaras del circuito cerrado. No vio al portero. Se imaginó que los muy idiotas lo habían asesinado. No lo buscó. Sabía que esos equipos contaban con un servidor remoto y que esa información no podría ser sustraída por métodos convencionales. -Es mejor hacerme invisible un par de días… si me están


buscando. Espero que las dos opciones que tengo me sirvan. Iré a hablar con el coronel, ya que aparezco en estos videos. No vaya a ser que me detengan por ahí, y tenga que pagar los platos rotos. -… Así es coronel. Parece que hay mucha gente que anda detrás de ese dinero. Cuando llegué, no encontré nada. Pero salí y mirar por los alrededores. Unos momentos después fue que me percaté del muerto del cuarto y el de la sala. Usted me habla de un tercer hombre… -Puso cara de circunstancias- Lo lamento por el vigilante. No lo vi al salir. No me imagine que lo habían matado. -Pero ya tenemos identificadas a las mujeres. Emitiremos un boletín por la prensa y bloquearemos sus cuentas. -No deberíamos. Eso solo hará que se escondan más. Necesitamos tener esas cuentas abiertas. -¿Para qué van a necesitar sus cuentas si tienen ese dinero? -Porque solo un perfecto imbécil se le ocurriría sacar aunque fuese un solo billete de esos a la calle –Miró con desprecio al uniformado que hizo el comentario- Hágame caso coronel. Usted me avisa dónde puede haber un contacto con esas mujeres y yo me encargo. Si algo sale mal, me echa la culpa. Si todo sale bien, el mérito es suyo… Yo no estoy aquí.


11 Encontrando el Rumbo Diego Madero se sentía mejor. En contra de la voluntad de su salvador, lo obligó a aceptar un dinero para sus gastos. -Hágalo por Ruco, Bomba y Lola… Merecen darse un gusto de vez en cuando. -Solo por eso, Madero… -Se rascó la cabeza- Sé que no es mi asuntó, pero, ¿a dónde va? -Voy por mis pocas cosas a la pensión. Los mareos y las náuseas desaparecieron. Le diré la verdad: Me enviaron a buscar unos documentos perdidos. Dos mujeres los tomaron en un hotel en circunstancias que no tengo muy claras. No sé qué contienen, pero creo que son un peligro para ellas mismas. -¿No serán de las que dicen en las noticias?... Me refiero a las del dinero. -Tal vez no me creas, pero el dinero no es mi problema. He llegado a la conclusión de que esperan que falle por alguna razón. -Si me preguntas, te enviaron a quemarte. No estabas preparado para esto. ¿Me puedes dar un momento? Raúl lo pensó un momento, mientras acariciaba el lomo de Ruco. Era evidente que se trataba de Alicia y de Mónica. Tenía muchas dudas. ¿Debía darle el número de celular o no?... Lo miró por un momento, mientras palpaba el revólver escondido entre sus ropas. No le parecía mala persona. Le recordaba a él mismo cuando era un uniformado. Cuando era un hombre. Decidió actuar, pero con precaución. Quizá estaba dejando pasar una oportunidad. Garabateó un número en un pedazo de papel. -Si necesitas algo, llama a este número. Conozco a mucha gente. Gente buena. -Gracias… Estaremos en contacto –Le extendió la mano y este le correspondió- Te lo prometo. En otra parte de la ciudad, Ramiro recibía no de muy buen agrado el mensaje enviado por Santos. -… Entonces, todos están muertos. -Sí… Y le envió ese mensaje. -¿Le dijiste a dónde ir? -Sí –Ramiro sacó una pistola del escritorio y le apuntó- ¡Espere!


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–Gritó- Hay algo más… -¿Qué puedes decir para que no te mate? –Lo señaló con el arma- A ver, convénceme. -… Como sé a dónde va, envié hombres para que vigilaran el punto. No ha aparecido por ahí. Ramiro Polanco se puso de pie, pensando. Se rascó las sienes con el cañón del arma, mientras analizaba. Luego, volvió a señalar al asustado mensajero, que se encogía en cada movimiento que este hacía con el arma. -Entonces, me dices que tienes un grupo armado para terminar el trabajo, ¿no es así? -Así es… -Y por eso, no debo matarte, ¿verdad? -Mucho lo sabría agradecer, don Ramiro… -Esto es lo que vas a hacer: Te vas a ir a esa dirección y te vas a juntar con tu gente. Si te parecen muy pocos, contrata más. El dinero no es problema –Acercó su rostro al de aquel hombrePero si te alejas de esto, si escapas, si mandas a otro a hacer tú trabajo, te juro que si tienes familia, la desapareceré de este mundo antes de borrarte a ti. ¿Fui claro? -Como el agua –El hombre tragó grueso- Don Ramiro. -Quiero a ese hombre aquí. Vivo. Entero. En una pieza… Cuando esté aquí, me va a pedir que lo mate… Me va a entregar a su madrecita para que yo le de paz a su alma –Sonrió satisfechoVas a ver… Deja que lo tenga aquí… Después de muchas dudas, Mónica se decidió a salir. Necesitaban algunas cosas, entre ellas, toallas sanitarias. Afortunadamente, había una farmacia en una esquina cercana. Sintió un alivio muy grande de respirar aire fresco, mirar el cielo, sentir la brisa acariciando su rostro. Vio unas aves posando en una rama, un niño jugando en un pequeño parque cercano. Sentía una paz que le parecía no tenía mucho sentido ante lo cotidiano de sus actos. El sonido de la campana al abrir la puerta de la farmacia le produjo una alegría casi infantil. Tomó de los estantes galletas, barras integrales, yogurt. Sabía de un local cercano donde podía comprar comida. De otro tomó las toallas. Pagó y salió. No había llegado a la esquina cuando lo vio: Un hombre con una


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chamarra de motociclista y jeans, con el cabello recogido en un moño, mirando el frente de la tienda. Sintió que se le erizaba la piel. El aspecto de aquel hombre inspiraba temor. Sintió que no era casual que tratara de ver dentro de la mercería. Tenía que hacer algo y rápido. Regresó a paso rápido a la farmacia, sobre la marcha volteó y miró hacia atrás. Supo que aquel hombre revisaría el callejón y encontraría la puerta. Si entraba y encontraba a Alicia, sería su fin. Esta vez el sonido de la campana al entrar le sonó diferente. Se acercó hasta la dependienta. No se sentía muy a gusto. Al cancelarle la cuenta, esta se le quedó mirando de una forma que consideró extraña. Ahora tendría que hablarle. -Disculpe –Sonrió para ocultar su nerviosismo- Mi celular se descargó por completo. ¿Me puede facilitar una llamada?... Seré breve, se lo prometo. Se trata de una urgencia. La mujer la miró con cara de fastidio. Puso sobre el escritorio un teléfono inalámbrico. Y ella lo tomó, mientras miraba hacia el exterior de la tienda. El hombre seguía allí, estudiando los alrededores. Escuchó el tono de llamada. Se le antojaba eterno. -¿Alo? -Alicia, escúchame. -Aquí no vive ninguna Alicia –Y colgó. -¡Mierda! –Dijo entre dientes, mientras volvía a marcar, provocando una mirada de reproche de la dependienta- ¡Yo me lo sabía!... –Comenzó a repicar otra vez- ¡Atiende, por dios! – Dijo entre dientes- ¡Atiende coño! En el local, Alicia se sobresaltó al oír el timbre del teléfono. Sabía que este estaba activo porque Mónica se lo había dicho, pero también que todo el mundo sabía que el local estaba cerrado hacía años. Se acercó al aparato como si este fuera a morderla. De un solo movimiento, levantó el auricular y colgó. Se quedó allí, esperando. Mirando el aparato como si este fuese a atacarla. -¡Coño! –Soltó Mónica desde la farmacia- ¡Atiende esa mierda! –Marcó de nuevo. En el local, Alicia miraba el aparto desconcertada. Levantó con suavidad el auricular y esta vez lo acercó al oído. -¿Aló?... En ese momento escuchó unos ruidos en la parte posterior de la tienda…


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Mónica colgó. Le entregó el aparato a la dependienta, que seguía mirándola de forma extraña. -Gracias… Disculpe el lenguaje… Es que, bueno, usted entiende –Comenzó a buscar la salida, cuando la voz de la mujer la detuvo. -¡Un momento! –Ella se volteó- ¿No la conozco de algún lado? -No lo creo… -Dijo nerviosa, con ganas de echar a correr. -Sí… -Su mirada era inquisitiva- Sé que la he visto en algún lado. -Le dije que no lo creo, señora –Dijo mientras retrocedía- Creo que me confunde con alguien más. -¿No eres la sobrina de Martha? –Su rostro se ilumino- ¡Claro! ¡Ya decía que te conocía! -Sí, claro –Dijo aliviada- Es mi tía Martha. -Es que no te veía desde que eras una muchachita… ¡Cuánto has cambiado! -Usted también. -Cada día más vieja y achacosa –Rió de buena gana- ¿Viniste a ver el local? ¡Deberías abrirlo! Está bien ubicado y no hay negocios así por aquí. -Bueno –Mintió- Apenas lo estoy revisando… Mamá se niega a venderlo, pero no sabe qué hacer con él –Sonrió- Luego paso por aquí. Hasta luego. -Hasta luego hija. Salúdame a tú mamá. Se quedó en la esquina y caminó hasta el parque. Ahora tendría que esperar… Santos había logrado forzar la cerradura con un par de ganzúas. Abrió con delicadeza, procurando no hacer ruido. Todo era silencio. Observó el piso. En el polvo se definían pisadas de entrada y de salida. Caminó hasta el interior del local. Los mostradores llenos de polvo mostraban su abandono. Excepto por uno, donde una pequeña montaña de botones brillaba en varios colores brillantes. Tomó uno y lo puso a la luz. Luego lo puso con el resto. Reviso la pequeña cocina. Quedaba poca comida. Fue al baño. Apretó unas pantis que colgaban de una cuerda. Estaban secas. -Parece que sí estuvieron aquí, fue por poco tiempo… Sus sentidos le decían que no estaba solo. Su cuchillo apareció en su mano. Se sentía observado. Regresó a la tienda. Todo


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estaba en abandono, salvo los botones. Levantó la montaña de retazos para hacer muñecos. El polvo lo hizo toser. Desde su escondite, Alicia no se atrevía a respirar, con la boca tapada y los ojos bien abiertos. No podía verlo bien, apenas un perfil de su rostro. Lo que sí pudo ver bien fue el cuchillo con una hoja de amenazador aspecto. Cuando estuvo revisando los retazos, pudo ver claramente sus botas. Los retazos de felpa se movían sobre su cabeza. Estaba dentro de la caja de madera. Un ratón que a Alicia se le antojó gigantesco caminaba sobre su muslo. Pero no se atrevía a moverse. Apenas podía respirar. Un sudor frío le recorría la espalda. Sintió náuseas, las piernas se le acalambraban. Lo escuchó alejarse y luego, un silencio total. Una humedad caliente recorría sus muslos. Se había orinado encima. No supo si habían pasado minutos o si habían pasado horas, hasta que levantaron la pila de retazos. Lanzó un grito y saltó manoteando el aire. -¡Cálmate Alicia! –Gritaba Mónica, mientras trataba de sujetarle las muñecas- ¡Soy yo, soy yo! Se quedó jadeando, con los ojos húmedos. Cuando por fin pudo hablar, solo pudo decir: -Me hice pipí… -Y rompió a llorar.


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12 Cambiando de Piel -Muchacho, pensé que te había pasado algo. -Mucho me pasó –Trató de sonreír- Fui golpeado, asaltado, hice de mendigo, dormí en la calle, y pasé un susto porque creí que un pitbull me iba a comer .Reflexionó- No estoy seguro, pero juraría que Gato me salvó. Pero tengo recuerdos muy borrosos. -Y regresaste. -Mis instructores me enseñaron que si te pierdes, debes volver al principio. -Y aquí estás… ¿Qué puedo hacer por ti? -Deme la información que tenga del caso. -¿Cómo sabes que tengo algún interés? -Gato no está aquí… -Cierto –Sonrió complacido- Pero si te ayudo –Levantó su manoY no estoy diciendo que tenga algo que ver, ¿Qué gano yo? -No sé si habrá algún dinero. Pero si hay algo, lo que sea, estoy dispuesto a compartirlo. -…Pero podría no haber nada. -Ese será su riesgo… Yo podría estar jugándome la vida por nada. -Hay gente más peligrosa que tú jugando este juego. -Pero nadie cuenta con el fracaso de ellos como con el mío… Si usted se arriesga, puede ser que no consiga nada, pero podría conseguir mucho… -¿Qué quieres? -Toda la información que tenga del caso y un arma… y… -¿Qué otra cosa? -Un sándwich de carne, con papas picantes, por favor. Gaspar Valdivieso lanzó una carcajada y dándole un manotazo a la mesa, le hizo señas a uno de sus empleados en el mostrador para que trajera el pedido. Rato más tarde, mientras bebía un café, leía una carpeta, copia de material suministrado por los contactos. Su sorpresa no tuvo límites cuando vio la copia de un recorte de prensa que hablaba de una noticia de hacía unos cuántos años, donde un coche bomba había estallado en una céntrica calle de la ciudad. Un coche de policía había sido afectado directamente por la


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explosión, con un sobreviviente: El oficial Raúl de La Garza, resultando lisiado por la lesión en su columna. La foto era la del mendigo bajo el puente. -¡Desgraciado! -¿Qué pasa muchacho? Madero le contó lo sucedido. Este le explicó por qué había tenido que desaparecer de esa forma. -… Y ese tipo, Ramiro Polanco, lo estaba buscando. Su verdadero interés es su esposa, Alicia. Tiene algún tipo de obsesión con ella –Sonrió- Cree absurdamente que como ella es de su propiedad, el dinero también… Hay otro tipo con tu misma misión, un tal Santos… -Dijo con tono de preocupaciónUn bicho malo. Torturó y mató al hermano de Ramiro Polanco y este lo anda buscando para vengarse. Ten cuidado de cruzarte en su camino. -Gracias, don Gaspar. -No lo hago por altruista… Si mueres, se anulan mis posibilidades de ingresos por este asunto. Te proporciono las herramientas para facilitar tus metas… Por favor, no mueras. -Trataré de no hacerlo. -Me comuniqué con Gato. Sabe ya dónde están las mujeres. Lo malo es que Santos también lo sabe. A lo mejor ya estuvo por allá. Los hombres de Ramiro ya están cerca del lugar, pues no quieren ser notados, por lo que alguien pasa de cuando en cuando para avisar cuando lleguen. -O sea que no están allí. -Pero van a estar… Eso se cree. Pero sabemos de otro sitio. No es seguro, pero no abandonamos ninguna posibilidad. Alguien le sirvió la comida y una bolsa. La revisó. Era una pistola automática calibre nueve milímetros y dos cargadores. Revisó el arma. Estaba cargada. Se la guardó entre las ropas. Comenzó a comer. El viejo lo miraba complacido. -¿A gusto? -Necesito un transporte de confianza. Alguien que me lleve. No tengo ganas ni tiempo de estar adivinando. -Bueno… Aseguraré mi inversión. Por casualidad tengo que hacer un domicilio. Pediré que te lleven. En la mercería, Alicia se había calmado de su ataque de pánico.


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Luego de conversar con Mónica, acordaron que no podían seguir allí. Saldrían al anochecer rumbo a otro destino. -Te aseguro que si pudiese ir a otro lado, ni dudaría. Eso te lo juro –Dijo Alicia resignada. El vehículo salió al amparo de la oscuridad. El barrio era una zona considerada clase media, con algunos edificios en construcción, amplias viviendas y amplias zonas verdes. Dejaron el vehículo a dos cuadras de donde pensaban quedarse. Era una casa de dos pisos, con un gran portón de madera, decorada con una aldaba de cabeza de león. Golpeó dos veces, esperando en medio de un silencio pesado y una tensión ante la posibilidad de que las agarraran allí, en plena calle. El portón se abrió y sin dar oportunidad a reaccionar, entró, dejando a una asombrada mujer impresionada. -¿Qué haces tú aquí? –Preguntó indignada- ¡Este es el último sitio donde deberías estar! -No crea que es por gusto –Respondió- Pero es solo por necesidad. -Pasen, que no quiero que nadie los vea. La entrada era un pequeño patio con un jardín interior para recibir a las visitas. Granadas, rosas y cayenas adornaban el patio. Se sentaron con sus pocas cosas en el recibidor. Mónica miraba la situación con curiosidad, pues Alicia le había indicado la dirección, pero no le había dicho nada más. -Jamás pensé que te vería por esta casa… Dios te está castigando por la vida que llevas… -¿La vida que llevo? ¿Y dónde estaba usted cuando Raúl quedó en la clínica cuando explotó la bomba? ¿Alguna vez se preocupó por sus dolores? ¿Se preocupó cuando le supuraban las heridas de la espalda?... A ver, dígame. Cuando había que llevarlo a terapia para que recuperara el movimiento de los brazos. ¿Qué me dice de cambiarle la bolsa hasta que recuperó poder ir al baño por sí mismo?... Nunca lo llamó para preguntarle si necesitaba medicinas o tenía para comer. Los medicamentos, las terapias, el cuidado de la niña. Ese dinero no me lo iba a dar un salario mínimo. -¡Eso no es excusa para una vida licenciosa…! -No, pero esto es por dinero, no por placer. Cuando Raúl se hizo


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oficial de la policía, yo no me opuse. Lo apoyé. -Lo empujaste a esa vida peligrosa que no es lo mismo. -Fue su elección. Yo como su esposa, solo lo apoyé. A diferencia de usted, que parece que lo abandonó desde que se casó. -¿Y dónde está ahora? -Escondido. Si quiere saber de su hijo, espere a que salgamos de esto y vendremos a verla. Si le da mucha vergüenza, puede visitarnos. Su nieta ya tiene diez años y usted no la ha visto ni una sola vez… -Bueno –Dijo resignada- Dejémonos de reproches… ¿Qué quieres? -Necesitamos refugio. -Deberían ir a la policía y entregarse. Mataron a un hombre. -Eso es falso –Dijo sin estar muy segura- Todo es por unos documentos. -¡Devuélvanlos! -No es tan fácil. Hay gente muy peligrosa buscándonos… Tenían intensiones de hacernos daño. -¿Y cómo lo sabes? -Tampoco es que lo voy a averiguar. Inicialmente, trataron de dispararnos. Luego, un tipo venía con intenciones de no sé qué, con un cuchillo enorme. No voy a confiar en nadie. -Pero confías en mí. -Sé que no me quiere, pero sé también que no es mala persona. -Bien… -Se puso de pie de mala gana- Síganme. Imagino que no han cenado. No hay mucho, pero es mejor que nada… Comieron en silencio. En todo ese tiempo Mónica había permanecido callada. No quería decir nada que rompiese el delicado equilibrio que allí existía. -No pueden quedarse aquí. A veces vienen otros de mis hijos. Pero toma –Le extendió una llave- Esta casa está a dos cuadras exactas por esta acera, sin pérdida. Allí pueden quedarse. -Gracias, doña Marina. Las acompañó hasta la salida. Antes de que partieran, la mujer le puso una mano en el hombro, en un extraño gesto de afecto. -Dile a Raúl que perdone. A veces las madres no nos gustan admitir que nos equivocamos. No estoy de acuerdo de cómo te ganas la vida, pero tienes razón en una cosa. Soy también


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culpable en cierta medida. Si cuando mi hijo quedó en silla de ruedas, yo lo hubiese ayudado, quizá no habrías escogido ese camino. -Ya no vale la pena hablar de eso. Adiós. Lo que no sabían, mientras su subían al vehículo de Mónica, eran vigiladas desde una camioneta, que las siguió con lentitud. -Tu suegra es bien… No tengo palabras. -Bien suegra. Ni más ni menos… Pero en el fondo, no es mala persona. Solo que el orgullo la ciega. ¡Llegamos! El lugar era una casa de cuatro plantas a medio terminar. El último piso era una especie de terraza techada. La puerta de metal parecía estar trabada. -¿Puedo ayudarles? –Se voltearon de un salto, dando un pequeño grito. Este sonrió avergonzado- ¡Disculpen! No era mi intención asustarlas. Es que vi a la dama peleando con la puerta y me decidí a ayudarles. Mónica miró rápidamente a ambos lados de la calle. Estaba sola. Un vehículo se alejaba en la esquina. Alicia lo estudiaba detenidamente. Si no fuera por la sencillez al vestir y su actitud relajada, hubiese jurado que era policía. -¿Usted vive por aquí? -No… Solo voy de paso. Estoy muy cansado y voy a mi casa. Así que díganme si necesitan mi ayuda. -Bueno, está bien. El hombre estuvo luchando un poco con la puerta, hasta que esta cedió. Se apartó para que pasaran, devolviéndole la llave a Mónica. Alicia se disponía a cerrar la puerta cuando a aquel hombre se lo impidió, interponiendo el cuerpo y empujándola. Antes de que gritaran, las hizo guardar silencio, apuntándoles con una pistola. -Solo tengo una pregunta: ¿Quién es Mónica y quién es Alicia? Y por favor, no quiero gritos. Hago esto para que guarden silencio y me escuchen –Cerró la puerta con el cuerpo- Ahora, les agradezco que caminen y no se pongan dramáticas… Nos sentaremos y hablaremos. Les hizo señas con el arma para que se sentaran. Estas lo hicieron muy juntas, temerosas de lo que pudiera pasar. -No tienen idea de lo que he pasado para encontrarlas… ¿Quién


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es Alicia? –Esta levantó la mano como si estuviesen en la escuela- Conocí a tu esposo. -¿Sí? –Le retó- ¿Y por qué tengo que creerte? -¿Vienes por el dinero? -¿El dinero? –La señaló- ¿Eres Mónica? –Esta asintió- Bien. Déjame decirte que el dinero no me interesa. Vine por unos documentos, nada más. Espero que los tengan. Déjenme decirles que las están buscando. Y no es una persona muy grata. -Creo que ya la vi… -No le creo. De ser así, debería estar muerta. -No me encontró… Por poco. ¿De dónde conoce a mi esposo? -Me salvó la vida. Pero ninguno sabía quién era el otro. ¿Quién sabe que están aquí? -Mi suegra. Ella me dio las llaves. -Debemos salir de aquí mañana a primera hora. -Nadie sabe que estamos aquí. -Se equivocan. La otra persona y yo nos informan las mismas fuentes. Si yo sabía dónde vive su suegra, él también lo sabe. -¿Cómo sabemos que podemos confiar en usted? –Preguntó Mónica. -¿Usted sabe manejar armas, señora Alicia? -Mi esposo me enseñó, pero no me gustan. Colocó el arma sobre la mesa, extendiéndosela. Ella la tomó y le apuntó. Este alzó las manos. -Cuidado… Está cargada -Ella la manipuló con cuidado, apuntándole. Resignado, alzó las manos. -Seguro está descargada –Dijo Mónica. -Si va a halar del gatillo, apunte para otro lado. Aunque no sería conveniente que los vecinos escucharan el disparo… -¿Cómo se llama? -Diego Madero. -¿Es policía? -No aquí –Con un movimiento hábil le quitó el arma. En tres movimientos quitó el seguro, sacó el cargador y expulsó la el proyectil de la recámara. Luego volvió a cargar y asegurar el arma, guardándola- Como le dije, estamos en peligro. Unos golpes a la puerta lo hicieron ponerse de pie, arma en mano. Ellas palidecieron. Madero les hizo señas de que


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guardaran silencio. Señaló a Alicia para que abriese la puerta. Ella negó con la cabeza, el insistió. Fue de mala gana. Tuvo que forzar la puerta para que abriese. Al ver a la persona, no reaccionó, pues no había visto su rostro. Pero Mónica sí tuvo oportunidad de verlo frente a la farmacia. Su rostro hizo reaccionar a Daniel Madero, que apuntó de inmediato. -Tranquilo paisano, no vayas a disparar… -Es el hombre que entró en la tienda… -¿Cómo llegaste aquí? -Mis fuentes me enviaron a la casa de la madre del policía… ¿Es tu suegra? –Sonrió- Dura la señora. Si la hubiese desollado viva, no habría dicho nada. Pero le prometí que no mataría a su hijo si me decía dónde estaban ustedes. -Pasa –Le hizo señas con el arma- ¡Entra! ¡Y no intentes nada extraño, porque te disparo! -¿Un buen boy scout como tú? ¡No lo creo! -No quieres averiguarlo… Pasa. Conoces el procedimiento –Este se colocó contra la pared, con las piernas separadas. Madero le realizó una revisión minuciosa y le despojó del cuchillo- Quiero que te sientes en ese mueble y cruces los pies uno sobre el otro. Pon las manos en las rodillas. Y si cambias de postura, te los atravieso con un disparo. -Cuidado, que las armas son del diablo. Y no se te ocurra golpearme con tu arma. Al último que lo hizo no le fue muy bien… -Lo mataste. Y a otras cuatro personas más. Y te andan buscando. -Por eso toqué su puerta… Es posible que algunas personas se aparezcan por aquí. -Vienen por ti. -No –Señaló a Alicia- Vienen por ella –Sonrió- Tienes un admirador muy obsesivo. Me lo contó su hermano… Debes escoger mejor… Esa… Esa es una relación tóxica. En cuanto a ti –Señaló a Mónica- Vi tus fotos en el apartamento. Tienes un culo espléndido. Me gustaría salir contigo… -La miró como si fuese un gran seductor- Tú sabes… Mucho gusto. Mi nombre es Santos. -Lo que quieres es que yo te salve el culo. -¡No por dios!... Lo que quiero es que negocies nuestras vidas,


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por las de ellas. Eso es lo que quieren. Por supuesto, les daremos el dinero y nos guardaremos los documentos. ¿No es eso par lo que nos enviaron aquí? Escucharon el ruido de un motor, el asfalto quemando los neumáticos, las puertas del vehículo y los gritos de alguien dando órdenes. Madero le señaló las escaleras a Santos. Este se puso de pie con calma y comenzó a subir. -Siéntate allí en esa cama. No te muevas. -Me quedaré dormido si quieres… Y se acomodó en la cama, con la cara contra la pared. Madero se asomó por una ventana. Eran seis hombres. No había que ser un genio para saber que estaban armados. Dos de ellos se colocaron en la acera opuesta, vigilando la calle. El que fungía de líder golpeó la puerta con su puño varias veces. Como no abrían ni contestaban retrocedió hasta el medio de la calle. -¡Allí, en la casa! –Gritó- ¡Más vale que abran la puerta o entraremos por las malas! -¡Ya abrimos! –Respondió Diego Madero- ¿Hay una salida posterior? -No –Respondió Santos desde la cama- Me cercioré antes de tocar, para ver si podía forzar la puerta. Hay una sola entrada y una sola salida. -¿Qué vamos a hacer? –Preguntó Mónica. -Salir por donde entramos… -Comenzaban a bajar, cuando Madero le habló a Santos, que no se había movido- ¿Y piensas quedarte allí? -Bien. Pero dile a las damas que se queden aquí… Vamos a crear una distracción y a bajar los números. -¡No vamos a matar a nadie! -¿Y qué vas a hacer? –Se burló- ¿Los vas a convencer con palabras amables? ¿Les hablarás de la palabra del señor? -¿Qué tienes en mente? -¡Sígueme!... ¡Señoritas, ya volvemos! Bajaron hasta la cocina. Santos comenzó a revolver aquí y allá, colocando productos en la mesa del comedor. -¿Qué haces?


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-Hay que inutilizar ese vehículo. Si no lo hacemos, de nada valdrá la huida. Pero solo tengo dos de estos bebés… ¿Por casualidad no tendrás otra arma? –Diego Madero se le quedó mirando- Bueno, tenía que preguntar. Terminó de llenar la última botella con toda la mezcla, cerrándola cuidadosamente. Le hizo una seña a Madero para buscar la puerta del frente. Madero quitó el seguro de la puerta, abriéndola. Santos se asomó: -¡Hola muchachos, les tengo un regalito! –Sonrió- ¡Algo para el frío! –La botella trazó un arco por los aires, cayendo justamente sobre el vehículo, produciéndose una bola de fuego. Diego Madero aprovechó para hacer unos disparos al aíre, dispersándolos. Contestaron el fuego, bajo el reguardo de unos vehículos y árboles cercanos- ¡Si vas a disparar, no malgastes balas! –Le reclamó a Madero. En ese momento apareció una camioneta, cruzando en la esquina. Les dispararon desde la parte de atrás. Esta vez Madero apuntó y disparó. El vehículo, perdió el control, estrellándose contra un árbol. Había hecho blanco en el chofer y en uno de los que se transportaban en la parte de atrás. Siguió con una explosión, producida por la bomba incendiaria arrojada por Santos. Otro vehículo apareció en la esquina, deteniéndose. Los hombres que bajaron de este lo hicieron disparando armas automáticas. Santos cayó y Madero trató de acercarse al cuerpo, pero la andanada de disparos lo obligó a replegarse al portal, donde en un movimiento rápido expulsó el cargador del arma y recargó de inmediato. Sus disparos, aunque espaciados, fueron precisos, por lo que se replegaron detrás de los árboles de la plazoleta, desde donde disparaban. Madero se vio obligado a agacharse. Desde allí, los vio avanzar. Una táctica militar básica: Un grupo hace fuego de cobertura y el otro avanza. Uno de ellos estaba ya muy cerca, por lo que se arrastró para abrir la puerta y entrar. El hombre pasó al lado del cuerpo de Santos. Comenzaba a alejarse de este, cuando un cuchillo se hundió justo detrás de la rodilla, arrancándole un grito. Un segundo tajo le cortó el cuello. En todo ese tiempo Santos se había fingido muerto. Despojó al cuerpo de su fusil de asalto, utilizó el cuerpo del muerto como escudo y comenzó a


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disparar, obligándolos a retroceder. Detrás de los árboles, el que parecía ser el líder les hizo señas para que se acercaran. Estos lo hicieron, aprovechando la oportunidad para recargar. -Vamos a flanquearlos. El de la pistola es más efectivo, pero se quedará pronto sin municiones. El del fusil tiene dos cargadores. Uno casi vacío. Con fuego cruzado podemos dejarlos sin municiones. El del fusil y una de las mujeres son los objetivos. El resto es prescindible. Un objeto redondo se deslizó por el suelo hasta quedar a los pies del grupo. Todos se quedaron como hipnotizados mirando el objeto. Lo que pareció una eternidad, fueron milésimas de segundos. -Mierd… La explosión fue directa. Los que no murieron de inmediato, quedaron agonizantes. Fueron rematados sumariamente. Los que sobrevivieron, se dispersaron disparando para cubrirse, pero sin saber realmente quién era el atacante. Alguien marcó un número y fue breve. -Unidad de respaldo ¡Ya! Una camioneta detenida a unas cuadras arrancó a toda velocidad. En su interior varios hombres se colocaban chalecos antibalas y cargaban sus armas, mientras se acercaban a su objetivo. En la plaza, ahora los atacantes eran los atacados. Por un lado un sujeto desconocido les disparaba con saña y ahora estaban bajo fuego cruzado. Santos había recargado el fusil sacando un cargador de la bandolera de uno de los cuerpos. Madero había recargado su pistola por última vez. Santos se había quedado sin municiones. Tiró el arma de mal humor. Le hizo señas a Madero para que llamase a las mujeres. Estas bajaron. Su asombro fue manifiesto al ver los cuerpos. -¡Dios! ¿Qué es esto? -Tenemos que irnos. ¡Ahora! Un ruido los hizo voltearse. Era Gato, que arrojaba las armas. Ya no tenía municiones. La camioneta se detuvo en la esquina. Las sirenas de las patrullas de policía cercanas la hicieron detener su ataque.


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Gato avanzó hacia Madero, amenazante. Santos se interpuso, colocándole una mano en el pecho. Este le soltó un manotón, con cara de desconcierto. -¡Está con nosotros! –Trató de detenerlo- ¡Tenemos que irnos! –Gato asintió y señaló a Santos, mostrándole el dedo medio de la mano. Madero le apuntó con el arma- Sí, estoy de acuerdo contigo. -¿Qué pasa? -Tú no tienes problemas con las autoridades. Nosotros sí. Si me sigues, te disparo… Y creo que ya sabes cómo disparo… Mientras se alejaban, Gato le mostró un aro con el pulgar y el índice y metió la lengua por allí, para luego sonreírle con burla. Santos no entendía, pero intuía que se trataba de una ofensa. Los vio correr, mientras escuchaba los gritos de que alzase las manos y que se arrodillase. Cruzó los dedos detrás de la nuca, mientras se hincaba de rodillas, mirando cómo se alejaban.


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13 Un buen refugio, ¿pero por cuánto? El vehículo recorría con lentitud la gran avenida. Mónica trataba de manejar con tranquilidad, por indicaciones de Diego Madero. -Nadie busca a un grupo de personas, sino a dos mujeres. -Tal vez lo que voy a decir sea una tontería, pero me estoy muriendo de hambre. -Yo también. En tanto corre y corre, no parecería que cenamos. -Llevamos horas rodando. Ya casi va a amanecer… -Dijo DiegoEs natural que tengan hambre. Detengámonos para comer. -¿Por qué dejamos al otro hombre? -Porque tiene un blanco en la espalda. El hermano del hombre al que mató… -Ramiro… -Sí. Ramiro. Le puso un precio a su cabeza. Es verdad que viene detrás de su amiga, pero lo de Santos, es tremendamente personal… Recorrió el lugar con su mirada. El lugar era el típico sitio para amanecidos. Aunque faltaban pocas horas para la salida del sol, el sitio estaba repleto. -¿Alguien tiene plástico para pagar? –Sonrió- No tengo mucho efectivo. -¿No es eso un peligro? –Preguntó Alicia- Podrían saber dónde estamos. -Esa es la idea… Y me la dejas después con el vehículo… Gato vendrá conmigo –Dijo señalándolo- Pero primero hay que buscar un refugio. -¿Dónde? Gato alzó la mano. Alicia le posó una mano sobre su hombro y este bajó la mirada, rojo como la grana. -¿Sabe dónde podemos escondernos? –Se extrañó- ¿Qué pasa? ¿Por qué no respondes? -Es mudo –Dijo Diego Madero- Y sordo, creo. -¡Ay, perdón, no lo sabía! –Dijo tomando a Gato por la cara para hablarle- De verdad disculpa. ¿Cuál es tu nombre? -Que yo sepa es Gato –Se encogió de hombros- ¿Verdad? –Le dijo, mirándole la cara. Este asintió- Bueno, como ya terminamos,


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¿puede ir a cancelar, por favor, señorita Mónica? -¡Gracias caballero! –Bromeó. Una camioneta pick up rondaba por los alrededores. De ella bajaron cuatro hombres. Diego observó cómo miraban a las mujeres, especialmente a las mujeres solas. Golpeó suavemente con los nudillos la mesa. Gato alzó la vista. -No hagas movimientos brucos –Le dijo- Cúbrete la cabeza – Este obedeció- Ahora, abraza a Alicia. Pon tu brazo en su cara y quédense así, muy juntos. No se separen hasta que yo les diga. ¿Entendieron?... Si puedes –Le dijo a Alicia- Cubre su cara con tus manos. -¿Qué sucede? –Preguntó Mónica- ¿Pasa algo? -Alguien las está buscando… Ven. La abrazó por la cintura y caminó con ella hasta el puesto de comida para pedir y cancelar. Estaban frente a la caja. Mientras cancelaba, este le hablaba en voz baja. -Entonces me dices que alguien por aquí nos busca. -Estoy seguro. Sería demasiada casualidad que buscaran a otra persona. Llevemos la comida a la mesa. Llamaríamos más la atención si nos vamos en este momento. Sentémonos muy juntos, comamos y nos vamos luego. En la mesa, Gato permanecía muy cercano a Alicia, sin atreverse a alzar la mirada, avergonzado. Alicia aprovechó para hacer que alzara el rostro. -Gracias por cuidarnos… Comenzaron con un caldo de res, luego empanadas. Gato se sirvió plátanos asados con abundante queso, jugo, café. Todos comieron a reventar. Mientras comían, Mónica preguntó algo que daba vueltas a su cabeza y que esperaba que aquel hombre del que no confiaba del todo le aclarase, a fin de conocer su calibre. -¿Por qué? -¿Por qué, qué? -¿Por qué nos buscaba? -Cumplo órdenes. No me interesa el dinero. Solo necesito los documentos. Lo demás no importa… También las ayudo porque el esposo de Alicia me salvó la vida… Vea: Todos apuestan a que yo no lo logre. He pensado mucho. Solo soy carne de


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cañón, nada más. Quién tenía que cumplir la misión es ese tipo, Santos… -Guardó silencio por unos momentos- Hubo una mujer. Se llama Olga. Debí escuchar los rumores… Ya eso no importa. -¿Estás aquí por una mujer? -Mi jefe me envió por una mujer, en realidad. No era nada serio, o al principio eso creí… He estado pensando. -¿Pensando qué? -Que quizá deba ayudarlas. No sé bien como. Pero es evidente que no entregándolas a la policía. Ellos ayudan a Santos – Sonrió- Aunque en este momento no debe estar pasándola bien. Santos se revolvió nuevamente en el frío cemento. La chamarra enrollada le era insuficiente como almohada. Hacía frío. Por lo menos lo habían colocado solo en una celda. Se quejó, discutió, pero la respuesta fue terminante: -Hasta que el comandante no se presente, usted está bajo investigación. Estaba muy molesto. Sabía que mientras más horas pasara allí, más difícil sería encontrarlas. Ahora contaban con el apoyo del novato, que no resultó tan idiota y del asistente del panadero, que resultó ser más peligroso de lo que pensaba. -“Tal vez me estoy haciendo viejo para esto” –Dijo para sí- “Antes no era tan confiado. No me dejaba llevar por la ira, a hacer las cosas muy personales” Pero se dijo que lo hecho estaba hecho y que nada podía hacer para remediarlo. Solo así consiguió información. Ahora solo contaba con salir a tiempo para encontrarlas y recuperar todo. -“Si consigo el dinero, podré cobrar igual”-Siguió pensando“Con medio millón puedo comenzar a hacer algo diferente” El ruido metálico de la puerta al abrirse. Se incorporó de la cama de cemento. Era el Coronel. Tenía cara de muy pocos amigos. -Buenas noches, Coronel. -Buenos días, querrás decir. ¿Me puede explicar su papel en el enfrentamiento de anoche? -Soy solo una víctima de las circunstancias, nada más. -¿Víctima? –Dijo asombrado- ¿Y qué me puede decir de los muertos? -¿Qué quiere que le diga? –Respondió indignado- ¡No lo sé! ¡Cuando llegué se había iniciado el tiroteo! –Se encogió de


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hombros- Es cierto que tuve que tomar un arma durante el enfrentamiento, pero solo para defenderme. -¡A mí no me mire cara de pendejo! –Dijo entre dientes- Usted está metido en eso hasta el cuello. Estoy seguro de ello. -Yo lo que estoy seguro es que el tiempo que me hacen perder aquí, esas mujeres están cada vez más lejos –Le señaló- Y no crea que no voy a reportar esta falta de apoyo. -¡A mí no me amenace! –Avanzó un paso, molesto- Para mí, usted no es mejor que los tipos que armaron ese desastre. Y le diré algo más: Lo dejaré ir. Pero a partir de este momento, le retiro mi apoyo y los recursos de que dispongo. Y se lo advierto: Si lo llego a agarrar en algo ilegal, juro que se pudre en una celda. -Está bien… -Aceptó de mala gana- Pero esto no se va a quedar así. -¡Haga lo que le dé la gana! ¡Salga de aquí! Afuera, miró la calle. Eran más de las diez. Se palpó los bolsillos. Sacó una caja de cigarrillos. Solo le quedaba uno. Tiró el empaque. Buscaba fósforos, pero no los encontraba. Alguien le extendió una llama. La aprovechó y alzó la mirada. Era un hombre de uniforme. Dio una aspirada larga y exhaló, complacido. -Gracias… -¿Y usted es…? -Teniente Pérez, a su orden… ¿Problemas con mi Coronel? -Un poco. -Un tipo estricto. Todo según el manual. -¿Y usted es el típico mala conducta? -¿Tiene eso algo de malo? -No… Las personas como nosotros no las quieren, pero somos un mal necesario. Hacemos lo que los demás no tienen los cojones de hacer. -Cierto… -Dijo el Policía. -¿Y supongo que necesito de su ayuda? -Sí… Supongo que por la motivación adecuada. -De eso hay miles de razones, no se preocupe –Dijo Santos irónico- Solo quiero una sola cosa. Una sola. Use los recursos que disponga. Y le repito: El dinero no es problema.


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-Me alegro. En esta línea de trabajo, como sabrá, no se trabaja a crédito. -Le adelantaré una buena cantidad para que use los recursos disponibles. Una sola cosa quiero. Que se me informe sobre el paradero de dos mujeres. -Sé de quienes se refiere. ¿Se las detenemos? -¡No!... Solo quiero que me den su ubicación, por las vías no oficiales. -¿A qué se refiere? -No se me haga. Debe tener soplones, informantes. Gente que por muy poco venderían su alma al diablo. -Supongo que ya lo están haciendo, señor… -Santos. Solo Santos, nada más… Ya a solas, pensaba satisfecho, mientras fumaba otro cigarro. Ahora solo tenía que esperar. El Teniente era un tipo de cuidado. No deseaba que este las detuviera. Podría querer su dinero, el de las mujeres y los documentos. Era un riesgo calculado. Esa era la razón por la que solo quería que les informara su ubicación. Tiempo… Era solo cuestión de tiempo. Atardecía. Diego Madero había regresado con Gato del otro extremo de la ciudad. Habían comprado comida para la cena. Como Gato conocía la zona, bajo las protestas de Madero, este tomó el volante. Para su sorpresa, lo hacía bastante bien. Antes de arrancar este le dijo, sujetándolo por el hombro: -Espera… Espera. Quiero ver algo. No habían pasado diez minutos cuando vio llegar el vehículo policial, sin aspavientos ni luces encendidas. Como algo de rutina. Pero la actitud al bajarse del vehículo de los funcionarios revelaba lo contrario: Preguntaron en la tienda y buscaron en los alrededores. No los ubicaban, pues estaban detrás de Alicia y Mónica. Le hizo señas a Gato para que pusiera en marcha el vehículo, golpeando el asiento. -¿Cómo lo haces? –Este señaló los espejos y miró a los lados¿Y si alguien se te atraviesa? Gato sonrió y buscó una intersección. Esperó unos momentos. Una camioneta del año iba pasando. Este atravesó el auto y el otro frenó, de golpe. El tipo bajó el vidrio y comenzó a gritar improperios. Gato se limitó a bajar el suyo, se quitó la capucha,


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mostrándole sus ojos amarillos, su cicatriz y una sonrisa que parecía más bien que le estaba mostrando los dientes y que era capaz de atacar. El tipo palideció, levantando las manos en tono apaciguador. -Perdón mano –Dijo asustado- Disculpe. Y subió el vidrio, retrocediendo un poco para darle paso. Gato subió el vidrio y continuó como si nada. Madero no pudo evitar reírse. La casa era un galpón de un taller. Gato la había conseguido con unos conocidos. Allí descansaron unas horas. Madero le solicitó su celular a Gato, que se lo cedió a regañadientes. Este marcó un número. Luego de unos repiques, alguien contestó: -¿Diga? -Este teléfono me lo dio un conocido suyo. Me dijo que si necesitaba ayuda, podía contar con usted. -¿Qué necesita? -Estoy en un sitio provisional, pero no es el adecuado. -Deme una hora. No me llame. Yo lo contactaré. -¿Qué pasa? –Preguntó Alicia- ¿Con quién conversaba? -Amigo de su esposo. -¿De mi esposo? -Como le dije, su esposo me salvó la vida –Tomó su mano- Se lo debo. Iremos de aquí a otro sitio. Uno seguro. Luego veremos que decidimos. ¿Dónde tiene su amiga los documentos? -Ella los tiene a buen resguardo. Le dije que no me informara dónde están. -Está bien. Pero creo que me sería de utilidad leerlos. Algo podría servir para salir de esto. -Pues no pienso mostrárselo a nadie –Dijo a la defensivaAunque seas amigo del esposo de Alicia, eso significa que yo confíe en usted. -No tiene por qué. Pero entienda que yo me la estoy jugando con ustedes. ¿No sería más fácil ayudar a Santos? ¿O entregárselas a la policía? ¿O quizá llevárselas al tipo ese, el tal Ramiro?... Como ve, hay mucho de dónde escoger para mí –Sonrió- Para ustedes las opciones no son muy amplias, ¿Verdad? -Perdón… Pero entienda mi situación, nuestra situación. No pienso justificar nuestra manera de vivir.


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-No estoy para criticarlas. Solo necesito esos documentos, nada más. -¿Y no le interesa el dinero? -No sé cuántas veces voy a decírselo. No me interesa. Por mí, pueden quedárselo. -Bueno… Cuando estemos a salvo, hablaremos. ¿Le parece? -Bien por mí si es bien por usted –Quiso cambiar de tema- Hay hambre. ¿Con qué nos vamos a comer esto? -¿Cómo que con qué? No entiendo. -Bueno, ¡no la vamos a pasar en seco!, ¿verdad?... ¡Necesitamos algo para beber! -¡Gato! –Le hizo señas- ¿Hay para beber? –Este se encogió de hombros- ¿Cómo que no sabes? ¡Explícate! –Este le hizo señas- ¡No entiendo un carajo! –Gato hizo la pantomima de tener el cabello hasta los hombros y grandes senos y un andar femenino, con un bolso en el brazo y que bebía algo. -¿Cómo, cómo que salió? –Preguntó Mónica sorprendida. -¿Quién salió? -¿No entendiste? –Dijo molesta- ¡Alicia salió a comprar algo de beber! -¡Esta mujer está loca! –Se puso de pie y buscó la salida, cerciorándose de estar armado- ¡Quédense aquí! Caminó por una cuadra, sin saber qué hacer. A Alicia un hombre la abordaba y esta le replicaba. -¿Qué pasó amor, sucede algo? –Intervino, mientras miraba retador a aquel hombre- Vine a ayudarte con esto. ¡Vamos, apúrate, que los niños tienen hambre! -¡La culpa es tuya, por no comprar bebidas para la cena! –Le siguió el juego- Ya yo iba para la casa. -¿Y este tipo que quiere? -Yo solo le estaba preguntando una dirección a la señora. -Y yo le dije que no sabía. -Bueno, ya le dijo que no sabía, adiós le dije ya, pues. El hombre se marchó a paso rápido. Ellos continuaron su caminata, mientras Madero miraba en todas direcciones. -¿Cómo se le ocurre salir sin avisar? ¿Está usted loca? -Yo me sé defender… Además, yo le dije a Gato. -¡Bonito mensajero! -Se burló- ¿Y por qué no se fue con él?


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-Porque estoy grandecita para que un niño me esté cuidando. -Ese niño es más peligroso de lo que usted cree… Lo que ninguno de los dos notaba era que a distancia, desde un vehículo, el hombre que había abordado a Alicia los estaba siguiendo. Mientras su acompañante iba al volante, este hablaba por celular. -No estaba seguro, tuve que abordarla. Pero no estaba sola. Debe estar con el otro. ¿Qué hacemos?... Bien. Cuando veamos a las dos, les avisamos. Están en un galpón. Los vemos a pie. Adentro se dedicaban a comer en silencio. Gato no levantaba la vista del plato. Ahora Alicia estaba sentada a su lado. Luego de comer, Diego madero se echó en un asiento trasero de un automóvil, para usarlo como cama. Se quedó dormido en un momento. Hacía calor. Alicia entreabrió una ventana para que entrara algo de la tibia brisa. Mónica se había quedado dormida sobre un mueble, sentada. No supo cuánto tiempo estuvo parada, apoyada en esa ventana. No podía dormir, a diferencia de su amiga. Se volteó. Tenía a aquel joven frente a él, que la miraba con esos ojazos amarillos entrecerrados. Avanzó hacia ella, sin dejar de mirar. Parecía querer abrazarla. Se puso nerviosa, sin saber por qué. Este no se detenía. Se quedó allí, sin saber qué hacer. Sentía el calor de su cuerpo, su respiración calmada, la fuerza de sus músculos. Sus rostros estaban muy juntos. Ella había cerrado sus ojos. Pero no pasaba nada. Giró su rostro y lo vio mirar por la ventana. Emitió un siseo de rabia. La tomó por un brazo y la llevó casi a rastras. -¿Qué pasa? Este no le respondió. Llegó hasta donde Madero dormía y le propinó una patada al mueble. Este se levantó de inmediato. Gato le hizo gestos de que guardase silencio. Le hizo señas para que le siguiese. Le mostró por la ventana. El vehículo estaba a unos metros de la entrada del garaje. Dos hombres esperaban. Uno de ellos hablaba por celular, mientras miraba hacia el galpón. -¿Qué hacemos? Gato sonrió y le mostró un cuchillo. Se mostró la cicatriz del


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cuello. Madero se cercioró de que las mujeres, que recogían sus pocas cosas no vieran el gesto. Le habló de frente y en voz baja, para que ellas no pudiesen oír. -¡No! –Bajó más la voz- ¿Estás loco? –Este puso cara de fastidio- ¿Te imaginas llevar a esas dos mujeres histéricas por toda la ciudad, solo porque tú quieres degollar a dos tipos? – Gato se encogió de hombros, se señaló e hizo el gesto de llevar el volante- Está bien –Dijo de mala gana- Tú manejas, yo arregló el asunto. El portón se abrió con suavidad. El conductor del vehículo zarandeó a su compañero para que despertara. Salió con lentitud. Gato iba al volante. Le mostró el dedo medio a sus vigilantes. Este encendió el motor. El cañón de una pistola les apuntó. Estaba del lado del conductor. Madero metió la mano y quitó las llaves. -Tengamos una conversación rápida… Les daré cuarenta segundos. Ahora corría a toda velocidad. Sabía que debía estar en ese punto o lo dejarían, de acuerdo a sus instrucciones. Gato lo esperaba con el motor en marcha y la puerta del copiloto abierta. Subió y este salió del lugar. -No son los únicos buscándonos. Estos son unos hampones mal pagados. Están al servicio de un teniente de policía. Supongo que Santos está de por medio, porque la orden era que avisaran nuestra posición, no que intervinieran. Santos es un tipo avaro. Quiere todo para sí. -¿Y qué pasó con ellos? -Encerrados en la maleta del carro –Le habló a Alicia- ¿No te han llamado? -No. -Dame el aparato –Tardó unos minutos en ser atendido hasta que le respondieron. -Perdón por la tardanza. Seré breve. Les enviaré una dirección por mensaje de texto. Además de Madero, gente de un tal Ramiro Polanco está pagando una fortuna por el paradero de esas mujeres y por la de un tal Santos. Especialmente por Santos. No me llame más. Hay demasiados informantes. Corren


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peligro. Vayan a la dirección y esperen el próximo mensaje. Tres días. No enciendan este aparato en tres días –Colgó. Madero leyó el mensaje de texto, apagó el aparato y lo desarmó. Se lo entregó a Alicia. Esta lo guardó. Madero le explicó. -Con razón Raúl no me ha llamado. ¿Qué haremos? -Ir a la dirección y esperar tres días. Luego, buscaremos los documentos. Voy a usarlos para que salgamos de aquí. El lugar era una casa de dos plantas, con terraza. Para todos resultó un alivio un sitio donde dormir de verdad, darse un baño y comer. El vehículo lo escondieron en el garaje. -Hay que cambiar de automóvil. Esos hombres lo vieron. Si los informantes de Santos lo saben, los de Ramiro Polanco también. Y esos vienen por todo. Y con la policía hemos tenido una suerte increíble. -Voy a preparar el desayuno –Dijo Alicia. -Si no le molesta, iré a dormir. Avíseme cuando esté listo. Cuando despertó, su comida estaba servida. Comió con gran apetito. Bebía un café cuando se le acercó Mónica. Esta tomó los platos y comenzó a lavarlos. Se sirvió un café y se sentó a su lado. -Quiero disculparme. -¿Por qué? -Por desconfiar de usted. -No puedo culparla, con todo lo que ha pasado. -Matamos a un hombre. -¿Cuál hombre? ¿No vio las noticias? –Bebió un sorbo de su café- Según las noticias, solo hay un detenido. Y si mi memoria no es mala, este murió en la cárcel. Así, que ustedes, son inocentes. Solo se robaron un dinero, que hasta dónde yo sé, ese dinero no existe. Un ruido de un chirrido continuo que ambos conocían de otras experiencias llamó su atención. Provenía del piso de arriba. Ambos miraron sin entender. -¿Y tu amiga? -Creo que iba a darse un baño. -¿Y gato? -Creo… -Enrojeció ante la sospecha- Que iba a darse un baño. Alicia había encontrado una toalla no muy grande, pero se dijo


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que era mejor que nada. El sitio era cómodo, aunque rústico: Piso de cemento, paredes sin frisar. La puerta del baño era una cortina de plástico que había conocido días mejores, de color azul claro, con sonrientes estrellas de mar con una sonrisa dibujada, acompañados de caballitos de mar de color azul oscuro. Un viejo jergón de metal con un colchón servía de cama. Frente a una ventana enrejada sin vidrios, se encontraba un desgastado mueble que había conocido días mejores. Ese era todo el mobiliario en ese piso. Había una escalera de cemento que llevaba a una terraza. La cortina del baño se abrió de golpe. Alicia vio a Gato, desnudo, con los húmedos cabellos hasta los hombros. Su piel era muy blanca, tanto que parecía que nunca había visto el sol. Se concentró en las diferentes cicatrices, disparejas en tamaños, largo y formas. Reconoció especialmente las que tenía en un muslo, el hombro, incluso el pecho. Eran circulares, pequeñas, con marcas concéntricas: Cicatrices de disparos. Gato se cubrió con la toalla al verla, clavando la vista en el suelo. Alicia se le acercó. Con sus manos tomó su rostro, obligándolo a alzar la mirada, como cuando se encontraban en el puesto de comida, acercando su cuerpo al de él, sintiendo la humedad de su piel, la tensión de sus músculos, la fortaleza de su cuerpo, a pesar de su juventud, su respiración. Gato no se atrevía a responder, pero su cuerpo lo hizo por él. Alicia lo notó, alegrándose por ello. Buscó su boca. El beso fue tímido, suave, inexperto. Eso la motivó. Lo tomó por la toalla y lo guió hasta la rústica cama. Como pudo, lo acomodó sobre ella mostrándole sin palabras. Comenzó con suavidad. No pudo controlarse. Su cuerpo se arqueó, tensándose al máximo, hasta que quedó laxo sobre ella, que acariciaba sus cabellos, extrañamente feliz, aunque no satisfecha por lo breve del momento. En su experiencia, no era su primera vez, aunque sí sus deseos. Pasaron unos momentos. Gato comenzó a moverse, a cobrar fuerza. Ahora le tenía bajo un ritmo firme, constante. Ella gemía en silencio, con las rodillas alzadas, recibiéndolo todo, cada vez con más rapidez, pero este no se detenía. Respiraba con ella. Sudaba con ella. Gozaba con ella. Abajo, Mónica y Diego Madero compartían el silencio y el café


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frío, incómodos, con una sonrisa contenida ante el ruido cada vez más veloz y fuerte de lo que estaba ocurriendo arriba. Alicia bajó y relajó las piernas, complacida. Quitó a Gato encima de ella y lo llevó al mueble, donde lo hizo sentarse. Se arrodilló y su cabeza buscó espacio entre sus piernas. Este sintió que se e erizaba la piel al sentir su boca, labios y lengua, jugar con él hasta que no pudo contenerse. Pero Gato quería más: La hizo sentarse y buscó su lugar, tratando de imitarla. En algún momento su voz estuvo por encima de sus gemidos: -¡Sigue así! –Gritó- ¡Así por favor! –Apretó su cabeza con fuerza, hundiéndola entre sus piernas, como si quisiera ahogarlo en su pozo húmedo y sediento- ¡No, con los dientes no! –Gritó otra vez- ¡Sí, úsalos! –Dijo complacida- ¡Usa los dientes! ¡Así! Abajo, Mónica y Diego no fueron capaces de contener la risa. Este se puso de pie y sirvió otra ronda de café que ella aceptó con gusto, cómplices en su silencio. El ruido del jergón al moverse se reanudó otra vez, con la misma velocidad y fuerza. El hombre y la mujer abajo solo se limitaban a sonreír. Pasó un buen rato hasta que volvió el silencio. Horas más tarde, Alicia y Mónica compartían la cama en una de las habitaciones del primer piso, envueltas en la frazada para mitigar el frío. No podían dormir, así que conversaban en voz baja. -¿Por qué? -¿Por qué no? –Se quejó- ¿No tenías sexo con gusto con un cliente tuyo? -Pero era un cliente. Este no lo es, ¿o sí? -Mira, al igual que tú, he tenido muchos clientes… He sentido placer con varios, pero ninguno me ha proporcionado un orgasmo. Tu amigo es un cliente, pero eso no te ha impedido disfrutarlo con él… Sabes que desde el accidente de Raúl, no hemos vuelto a tener intimidad, ni siquiera a compartir una cama. –Sonrió- Tenías razón. La virginidad huele lindo. Y perdí la cuenta de los orgasmos… Creo que para una única vez, está bien. -¿Una única vez? -Soy una profesional del sexo, no una cualquiera. Amo a mi esposo, no me mal entiendas. -Te entiendo amiga. No tenemos dos días de socias.


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-Vamos a dormir. Hasta mañana. -Hasta mañana… Diego Madero miraba la solitaria calle, envuelta en la fría niebla. Sobre el jergón, Gato dormía enrollado en una gruesa manta, fuera de combate. Madero estaba sentado en el mueble, pendiente de todo. Era su turno. Despertaría a Gato en unas horas. Estaba preocupado. Este problema lo sobrepasaba. En realidad tenía que admitir que había tenido una suerte loca. Había que tenido que aliarse con personas a las que tenía que atrapar, a enfrentarse a personas que debían ser aliados. La única posibilidad era que esos documentos contuviesen información que le permitiese salir indemne. También se preguntaba: ¿Qué pasaría con las mujeres? Era cierto que el tal Ramiro no quería a Alicia bien, y que no le importaría llevársela por delante para vengar a su hermano. Era un asunto tremendamente personal. También estaba ese tal Santos: Un tipo codicioso, violento, sádico quizá. Para ese hombre, él no tendría ningún valor. Unas horas después despertó a Gato para que ocupase su lugar y se fue a dormir. Ese día estuvo relativamente tranquilo. La balacera salió en las noticias como un operativo de la policía que dio como resultado que varios elementos del hampa organizada resultaran muertos. Alguien se había beneficiado del suceso. Todo se desenvolvió con naturalidad. Alicia se encargó del desayuno. Mónica conversaba con Diego, mientras Gato cuidaba desde el segundo piso, evitando a Alicia. Al menos así pensaba ella. Diego notó lo contrario: Este se esmeraba en la vigilancia para protegerla, por lo que le dedicaba menos tiempo a su compañía. Ahora Diego Madero sostenía el celular de Gato, esperando. Bastante que le había costado que este se lo cediese. Pero basto unas palabras de Alicia para que este aceptara sin protestar. Aprovechó y le envió un mensaje al colaborador misterioso, para ver cómo le pedía ayuda. Repentinamente, el celular repicó. Este atendió rápidamente. -No puedo ayudarle más –Le dijeron de golpe- Estamos comprometidos. Cuando Raúl le llame, dígale que lo sentimos. -No le entiendo…


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-Ambos trabajamos con las mismas fuentes. Algunos de nuestros compañeros se vendieron. Más temprano que tarde, deben salir de allí. Adiós. -Entiendo. La llamada terminó. Duró solo lo suficiente para pasar la información, pero que no pudiese ser localizada. Era hora de hablar con esas mujeres. Se sentó con ellas en la sala. -Necesito que me den los documentos. Debo leerlos. -¿Para qué los quiere? -No les voy a mentir… No tengo los recursos para salir de esto. No sin detenerlas a ustedes y negociar mi salida. Pero si leo su contenido, quizá pueda usarlo para que todos salgamos de esto. -¿Cómo sé que podemos confiar en usted? –Dijo Alicia- Una vez que tenga los documentos, no hay garantía de nada. -Nunca la ha habido. Solo puedo salir por esa puerta e irme. Regresaría a casa con las manos vacías, pero es lo que se espera de mí. Quizá ya mi carrera esté arruinada. Pero si allí hay algo que nos permita salir de esto en una pieza a los tres, hay que hacerlo. -¿Puede dejarnos un momento a solas? –Preguntó Mónica. -Bien… Iré a relevar a Gato… Se quedaron a solas. Alicia no le parecía una cosa segura y Mónica creía que lo mejor era mostrarle los documentos. -No sé, Mónica –Dijo Alicia no muy convencida- Sé que parece bueno y se ha portado bien con nosotros, pero a la final lo que busca es esos papeles. -Pero no nos ha forzado a nada. Y también podría irse. Y creo que sin él, Gato se iría. -Bueno –Sonrió cómplice- No creo que se vaya. Se derrite cuando te mira. -No digas eso –Contestó apenada- Es solo un niño. -¡Si, claro!... Un niño con el que fornicaste por más de tres horas… Nada silencioso por cierto. -Bueno, tú tuviste tu oportunidad con él “Señor Madero” y no la aprovechaste. -No hubo oportunidad como tal… Hubo fue… otra cosa. -¿Cómo es eso? -No lo sé. Sabe quién soy, pero me trata con respeto, como a


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una amiga. No como otros que cuando saben a qué me dedico, lo primero que quieren es meterme en una cama. -¿Será que es gay? -¡No lo creo!... A mí me gusta. -Pero eso no dice si es homosexual o no. -Yo digo que no. -¿Y cómo lo sabes? -Bueno, una sabe cosas que se aprenden en este trabajo… No creo que sea homosexual… -¿Será que le gustas? -Quizá –Sonrió- Sería lindo… -Pero que le gustes no es aval para darle esos papeles. Además hay que buscarlos. -Ese sería su problema. Pero, ¿qué dices? -Está bien –Dijo luego de pensarlo un momento- Pero espero que no te equivoques… Por nuestro bien. -Bueno, no creo que Gato le permita que nos haga daño. -Recuerda que ese muchacho está aquí por indicaciones de alguien. No te confíes por completo. Vamos a hablar con Diego, a ver qué hacemos. Ahora los tres estaban sentados en el comedor. Estas habían hablado con Madero, que las miraba pensativo. -¿Entonces, dejaste los documentos y el dinero escondidos allí? -Bueno, no podíamos ir corriendo por allí, con ellos encima, ¿no cree? -Es cierto… Eso significa que deberemos salir a buscarlos. -¿A buscarlos? -Bueno, no creo que confíe tanto como para que yo vaya solo a buscarlos. Además, recibí una información. Este lugar está comprometido. Hay gente que le está pasando información a Santos. De un momento a otro podría llegar, como podría llegar la gente de Ramiro. Saldremos esta noche.


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Un cuento antes de dormir 14 Sembrar la Tierra con Sal

Santos caminaba por un estrecho callejón, entre vendedores, voceadores de tiendas y alguno que otro pedigüeño. Un hombre grueso, corpulento, estaba voceando, yendo y viniendo, con un andar lento, apoyado en un grueso bastón que parecía más un cayado. Cubría su rostro bajo el ala de un típico sombrero volteao. Llevaba la guayabera que se usaba en la región, pantalones de caqui y botas. Apenas dejaba ver su tupida barba bajo el ala del sombrero. Se encontraba parado en una esquina, junto a un lote de sombreros. A su lado estaba sentado un joven que usaba un escandaloso suéter deportivo color verde esmeralda, jeans rojos y zapatos deportivos patinados en color blanco. Su largo cabello estaba recogida bajo una gorra de imitación de una marca deportiva AVIVAS. -¡Venga, venga! –Voceaba e hombre del bastón- ¡Aproveche que hoy estoy aquí y quien sabe mañana! ¡Lleve su sombrero volteao! ¡Aquí estamos a la espera! ¡Esperando lo que ya llega! –El joven que seguía sentado parecía estar indiferente ante su celular- ¡Venga, venga, que ya casi viene! Santos no le prestó mucha atención al vendedor, pero si al joven del celular, sentado en una banca de madera justo en la esquina, que cruzó miradas con él por unos breves segundos. Apenas pudo buscar su cuchillo debajo de la chamarra cuando la camioneta frenó cerca de él. El muchacho del celular se puso de pie, metiendo la mano debajo de su ropa, empuñando algo. Se dijo a si mismo que era un idiota. Este había sido una distracción. El viejo lo golpeó con el largo bastón en el brazo. Perdió el aliento del dolor. Por un momento creyó que se le había roto. Alguien cubrió su cabeza con una capucha y manos hábiles ataron las suyas con tiras de plástico. Fue arrojado dentro de la camioneta. -¡Chino! –Gritó el anciano antes de que la camioneta se pusiera en marcha- ¡Cuídeme el puesto! ¡Y cuando termine, váyase para el taller! Este se quedó mirando cómo se perdía en la calle, metiéndose de nuevo en su celular, sentado en su banca.


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Luego de muchas vueltas, que Santos iba contando, así como los minutos, las curvas y si eran a la izquierda o a la derecha. No veía nada, pero pudo escuchar el ruido de un portón metálico al abrirse. La camioneta se desplazó y este volvió a cerrarse. Lo sacaron a empujones. Fue sentado en una caja de madera. La tira de plástico fue sujetaba a esta por una larga cadena, quedando sus manos a su espalda. Le sacaron la capucha. Enfocó la vista para adaptarse a la oscuridad. Frente a él se encontraba el anciano. Ya no cojeaba. Con él se encontraban otros hombres. Este se paseaba de un lado a otro mientras hablaba por celular. Cuando terminó, se sentó frente a él. -¿Cómo le va, señor Santos? Lo estuve buscando con mis muchachos por todos lados… No es muy amigo de las rutinas, ¿verdad? -Lamento que haya invertido tanto tiempo y gente en mí, supongo. ¿Y la razón de su búsqueda es por?... -Se ofrece una bonita recompensa por usted. -No creo que sea tan bonita que yo no pueda mejorarla –Dijo muy ufano- ¿No cree? -¡Uy me muero de la pena amigo Santos! –Dijo mostrando un pesar que estaba lejos de sentir- Pero aparte del dinero, deber favores es lo mejor que me puede ocurrir. Yo lo entrego a usted, don Ramiro me paga y queda en deuda conmigo. Cualquier cosa importante que yo necesite, puedo acudir a él. ¡Mejor que eso, imposible!... Está muy ansioso de hacerle una corbata. ¿Sabe cómo es?... Es sacarle la lengua por la garganta, nada más. -Bueno, podrían pasar muchas cosas antes de que eso pase. Si me deja hacer una llamada, podría conseguirle muy buen dinero. Por cierto, ¿cómo se llama usted? -Andrés Gamarra. Pero mis enemigos me dicen torcido. -Por el bastón, supongo. -Sí… Voy a salir un momento. Espero no le moleste quedarse con los muchachos. -Será un placer… Uno de ellos apareció con la chamarra de Santos, luciéndosela. Este sonrió, pretendiendo ser amigable. Del interior sacó el cuchillo.


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-Veo que lo encontró. ¿Solo eso? –Preguntó pretendiendo ser encantador- ¿Y el dinero? -¿Cuál dinero? -Había unos dólares en un bolsillo secreto… ¿Seguro que fuiste el único que la revisó? -¡Muchachos! –Estos se acercaron- Dije que esta chamarra era mía. ¿Alguien la tomó? -¿Por qué? –Preguntó uno de ellos- ¿Se te perdió algo? Comenzaron a discutir. Este trató de meter las manos en los bolsillos y lo manotearon, quejándose. Santos se puso de pie. La cuerda se puso en tensión al estar atada a la caja, con las manos en la espalda. -¡Hey, tú! –Gritó uno- ¡Siéntate! -Tranquilo muchachos –Quiso apaciguarlos, sonriendo- Solo quiero ayudarlos, nada más… Uno de ellos lo empujó para que se sentara. La caja golpeó sus talones, haciéndolo caer. Todos estallaron en carcajadas. Lo levantaron a empellones. Santos parecía particularmente torpe. Nadie notó que las ataduras ya no estaban en la espalda. -Bueno, ya estás de pie. Ahora, ¡siéntate! -Está bien… Pero quiero que sepan que quizá no encontraron el dinero porque tal vez lo cargo encima –Todos se empujaron para revisarlo. Este retrocedió varios pasos- ¡Esta bien! –Gritó- ¡Esta bien! –Se llevó las manos al cierre del pantalón- Yo mismo sacaré el dinero… A menos que alguno de ustedes quiera hacerlo. El que quiera mirar, que lo haga. Un acto instintivo del hombre es evitar que su masculinidad se vea comprometida. Todos desviaron la mirada. Santos aprovechó la circunstancia. Tomó impulso. La caja pesaba unos tres kilos y era de madera de pino gruesa. Agarró la cadena con ambas manos e hizo un arco. La caja orbitó a su alrededor hasta que se estrelló en la cabeza del más cercano, matándolo en el acto. Aprovechó el impacto para girarla en sentido contrario, metiéndola por un costado de otro. Quedó en el piso, con las costillas rotas. Levantó la caja lo más alto que pudo, estrellándola contra el pie del que tenía más cerca. Fue con tanta fuerza que esta le destrozó el pie y rompió el tobillo, destruyéndola. Ahora tenía solo la cadena. La usó para estrangular al que tenía su


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chamarra, rompiéndole el cuello. -Eso que llevas es mío. Le quitó el cuchillo y se tiró al piso, esquivando un disparo. Al ponerse de pie clavó el cuchillo al hombre justo en el brazo que sostenía el revólver, atravesándolo. Le quitó el arma y le disparó en la cara. Arrojó el acero. La hoja atravesó el ojo izquierdo del otro hombre, entrando limpiamente en su cerebro. Sus funciones de respiración y latidos cesaron en el acto. Recogió una nueve milímetros del piso y les apuntó a los dos que quedaban. -¡Suelten las armas! Estos obedecieron de inmediato. Sin avisar, le disparó en la cabeza a cada uno. Cuando Andrés Gamarra llegó encontró los cadáveres amontonados. No veía a Santos por ningún lado hasta que escuchó su voz. -¿Así que sus enemigos le dicen torcido? –Este se volteóEncontré su bastón. Cuando el ayudante de Andrés Gamarra llegó vomitó sobre su escandaloso suéter verde esmeralda. Además de los muertos a tiros, su jefe yacía en el piso, encadenado a un barril de metal. Le habían fracturado las piernas, comenzando por los pies. En un arranque de humor macabro, Santos los había enredado uno con el otro. Había sido tan fuerte la paliza, que el bastón se había roto y este le clavó el lado filoso en el cuello, abriéndoselo de lado a lado. Ahora caminaba por una calle, en un curioso estado de shock, hablando consigo mismo, como si se dirigiese a alguien: -Esas cosas pasan cuando la gente te acorrala. Uno no quiere portarse así, pero la gente te activa ese ruido en el cerebro. Todo se nubla, uno recuerda lo que no debe recordar y hace cosas, cosas feas. Lo peor es que uno no recuerda, pero sabe que hizo esas cosas. Que uno se esmeró por hacer esas cosas… Cosas violentas. Porque el ruido del cerebro se alimenta de esa violencia. Ahora no me quiero detener, porque el ruido no se detiene, no se quita –Se dio varios golpes en la frente, sin dejar de caminar- La gante te ata, te quiere torturar y esas cosas pasan una sola vez… Pasó entre un grupo de hombres que bebía en una esquina, alrededor de un vehículo del que salía una música estridente.


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Santos apretó los puños, entrecerró los ojos y quiso apurar el paso. Luces estallaban en su cabeza. Uno de los hombres extendió los brazos al ritmo de la canción, entre gritos desentonados. Una de sus manos golpeó el hombro de Santos, -¡Bueno hombre! –Protestó- ¿y es que usted no ve por donde va? -¡Hombre! –Dijo el otro conciliador- ¿No ve que el amigo va pasando? –Lo sujetó por un brazo- ¡Venga amigo!... Mi amigo solo está muy alegre con los tragos, nada más –Ante la mirada de Santos, este lo soltó- Bueno, yo decía… Se retiraba, cuando una botella pasó muy cerca de su cabeza. Se detuvo al escuchar: -¡Ay sí! –Había burla en la voz- El niño es muy fino para beberse un aguardientico. Giró sobre sí mismo, recorriendo apenas unos diez pasos. Aquellos hombres se dieron cuenta de que su actitud no era nada amistosa. El que arrojó la botella salió al frente. -¡Uy sí! –Dijo retador- Muy machito el hombre, ¿no? El golpe con la mano abierta fue directo a la garganta. Este se llevó las manos al cuello, jadeando. Lo arrojó al piso con el impacto del antebrazo en el pecho. Una patada en el estómago a otro y un bofetón al tercero. El que estaba de pie ante la puerta del automóvil buscó debajo del asiento, sacando una pistola nueve milímetros. Santos lo tomó por la muñeca y apoyando el brazo sobre el techo del automóvil lo atravesó con su cuchillo. Este quedó en shock, mirando impresionado su brazo atravesado por la hoja de acero, que salió por el otro lado. Comenzó a gritar, sin poder apartar la vista de aquello. Santos le arrebató el arma y disparó a cada uno de esos hombres. Arrancó el cuchillo del auto, aprovechando para cortarle el cuello. Se guardó la pistola y salió de allí, caminando, mientras seguía hablando consigo mismo, golpeándose la cabeza. El portón de la casa se abrió lentamente. Diego Madero salió y comenzó a mirar en todas direcciones, especialmente en aquellos sitios donde podría estacionarse un vehículo o esconderse un tirador, a pie o motorizado. Hizo señas y el automóvil de Mónica salió con lentitud, con Gato al volante. En el asiento trasero iban sentadas Mónica y Alicia. Madero subió al auto y comenzaron a


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avanzar. Se deslizaron con tranquilidad por la avenida. Se detuvieron en un semáforo. A pesar de la hora, aún había tránsito. Gato esperó. Alicia miró a la calle, admirando los vehículos y los locales. Al igual que Mónica, estaba hastiada de tanto encierro. La luz del semáforo cambió a verde. Los vehículos se pusieron en movimiento. Alicia miró el canal contrario. Una cara se le hacía familiar. Un hombre cruzaba mirada con ella: Ramiro Polanco. Vio su rostro mientras el vehículo se alejaba. -¡Diego! –Gritó asustada- ¡Nos siguen! -¡Arranca Gato! –Palmeó su espalda- ¡Nos siguen! Gato pudo ver por el retrovisor el vehículo que giraba en u a toda velocidad, con las luces altas. Pisó el acelerador y puso todos sus sentidos en la vía. El motor rugió como un animal asustado, mientras zigzagueaba entre los vehículos, pues habían entrado a pleno centro. Las mujeres se agarraban de donde podían, mientras Diego se agarraba del tablero, mientras trataba de ponerse el cinturón de seguridad como podía. -¡Cuidado Gato del carajo, que nos vas a matar! Sin bajar la velocidad, Gato pudo ver que otro vehículo se unía a la persecución, colocándose justo delante del otro. No era una patrulla, pues no tenía luces en el techo. Manoteó el pecho de Diego, haciéndole señas para que sacase e arma. Este entendió y desenfundó. Revisó el cargador y puso una bala en la recamara. Gato miró el otro canal y sonrió. Hizo sus cálculos y en un momento determinado puso el freno de mano y tiró del volante, girando a la izquierda en un solo movimiento. Las mujeres gritaron ante el bamboleo del auto. Diego apuntó y esperó. Por la cercanía no disparó al primer vehículo, sino al segundo, ya que desde ese, le estaban apuntando. Hizo dos disparos perfectos: Uno atravesó el radiador y el otro en el neumático trasero. Mientras se alejaban, pudieron ver como chocaban. El club social y deportivo “El Picolo” se encontraba lleno. El sonido de las botellas de cerveza al entrechocar era la rutina. En algunas mesas, los más exigentes pedían servicios de ron y whisky, aupados por las acompañantes en ceñidos vestidos en colores escandalosos, moviéndose al ritmo de la cumbia y la salsa. Al fondo, a través de una cortina, las parejas se trasladaban


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discretamente a los cuartos del fondo, para intercambiar sexo por dinero. La parte trasera del local era un pasillo largo, con cuartos a los lados. La privacidad se protegía apenas con unas cortinas. Pero nadie molestaba a nadie. Al fondo había una puerta aparentemente clausurada, pero que en realidad se usaba para sacar a los indeseables discretamente y sin testigos. También se usaba para la recepción de drogas. Y esa noche estaban esperando una entrega. Afuera dos hombres armados con fusiles esperaban. Alguien se acercaba tambaleante, con una botella en la mano. -¡Amigo, si sabe lo que le conviene, váyase de aquí! -¡Sí! –Gritó el otro- ¡Si quiere unos tragos o una puta, la entrada es por el otro lado! El hombre dejó caer la botella, solo para empuñar una pistola. Los hombres trataron de responder, pero no tuvieron oportunidad. Cada uno murió de un disparo en la cabeza. No hubo ningún ruido. El cañón del arma llevaba una especie de silenciador improvisado con tela. Arrastró los cuerpos hasta un rincón. Revisó sus bolsillos, sacó un juego de llaves. Cubrió con unas cajas de cartón. Se colgó un fusil al hombro y empuñó el otro. Se cercioró que las llaves abrieran la puerta. Sabía que tenía que esperar. Una camioneta apareció una hora después. Dos personas iban adelante y uno atrás. Al amparo de la oscuridad se atrevieron a sacar sus armas para cuidar su valiosa carga. -¡Buenas noches! –Les gritó- ¡Los estábamos esperando! La camioneta se detuvo a unos pocos metros. Dos de los hombres bajaron y el tercero se quedó en la parte trasera, pendiente de los alrededores. -¿Y tú compañero? –Preguntó uno desconfiado- ¿Dónde está? -Está por allá –Señaló- Haciendo del dos… Y creo que se va a tardar. -Abre la puerta… Si tienes la llave. -¡Claro que la tengo! –Dijo alegremente- ¿No me ve aquí? Procedió a abrir. El silencio de la calle desapareció, dando paso al sonido dentro del local, que se oía lejano. -Bien. Voy a buscar la mercancía. -Yo espero aquí.


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Lo vieron alejarse. Santos se ajustó la chamarra y suspiró, ante el frío de la noche. -Un mal momento para dejar de fumar –Miró al otro hombre con un poco de vergüenza- ¿No tendrás un cigarrito por ahí? Este puso cara de fastidio y saco de entre sus ropas una caja de cigarros, ofreciéndole uno. Este lo tomó y se lo colocó en los labios. Se tanteó las ropas y puso cara de disculpa y vergüenza. El otro hombre se revisó y sacó un encendedor. Le dio flama y se la acercó, cubriéndola con las manos. Santos acercó el cigarro y se detuvo. -¿Qué? -¡Perdón! –Sonrió apenado- Acabo de recordar que yo no fumo. La hoja del cuchillo atravesó su tráquea y salió justo en la nuca. No cayó al piso, porque Santos lo sostenía por el saco. Sin voltearse gritó al otro que se acercaba: -¡Oiga, parece que su amigo se siente mal! ¡Está como desmayado! ¡Ayúdame a sujetarlo! Cuando lo agarró, Santos aprovechó para dispararle a quemarropa. Dejó caer a ambos y buscó apuntó con su fusil al hombre de la camioneta. -¡Hey! Un solo disparo fue suficiente para derribarlo. Caminó hasta la camioneta. Subió al vehículo. Puso en marcha el motor. Este rugía con toda su potencia. En un momento, soltó el freno y aceleró al máximo, estrellándose contra la entrada. Mujeres corrían desnudas, lanzando gritos. Algunos hombres corrían llevando solo como vestimenta las medias. -¡FUERA DE AQUÍ TODO EL MUNDO, COÑO! Hizo varios disparos apuntando al techo. Pero mantuvo el cañón de su arma al frente, mientras avanzaba. Un disparo le dio en el hombro y otro pasó muy cerca de su cabeza. Sin perder la calma, apuntó en dirección a los fogonazos y respondió, dando en el blanco. Dos hombres salieron a medio vestir, armas en mano. Estaban disfrutando de un servicio cuando se desató la balacera. Uno de ellos forcejeaba con la mujer que le acompañaba para que corriera y ella quería quedarse. -¡Quieto, policía! –Gritó uno, apuntando su arma- ¡Entréguese!


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-¡No me importa! –Y respondió, abriendo fuego. El hombre cayó bajo los disparos. El que estaba con la mujer logró responder, pero sin puntería. Santo no falló. El hombre y la mujer murieron en el acto. Avanzó apuntando en todas direcciones. Llegó a los mostradores. Dos hombres es parapetaban detrás de este, mirándolo horrorizados. -¡Comunícame con tu jefe y te dejaré vivir! -¡Vete a la mierda! –Santos le disparó y apuntó al siguiente. -Ya conoces la oferta… En la ciudad, Ramiro se estaba secando la sangre de una cortada en el rostro. Su chofer había chocado por detrás al otro automóvil cuando perdió el control. Había sacado el celular cuando este iba a hacer una llamada. Reconoció el número. -¡Marco! ¡Chocamos y los perdimos! –Se miró la sangre en la palma de su mano- ¡Seguramente van hacia el negocio familiar de una de ellas o donde la suegra! -¡Gracias por la información! -¿Quién es? -Su eterno amigo Santos. -¡Hijo de puta! -No nos pongamos prosaicos, amigo Ramiro. Debieron dejarme en paz. Ahora estoy en su negocio. Acabo de destruirlo. Voy a quemarlo y a acabar con su cargamento. Y le recomiendo que se lama sus heridas y me deje en paz… No respondo si insiste en buscarme… Supongo que debe tener otro hermanito, una hija, una madre. Gente que le duela. -¡Hijo de puta! -Mi mamá nunca tuvo sexo por dinero, sino por amor –Dijo muerto de la risa- Eso, si tenía mala puntería… Se buscaba a cada cabrón, así como tú. -Si te vuelvo ver… -Si me vuelves a ver, corres en sentido contrario –Dijo en tono de amenaza- O te pasará o que a Marquitos aquí presente. Mientras se colocaba licor en la herida de bala del hombro, cerciorándose de que había entrado y salido limpiamente. Se bebió un largo trago y lanzo una mirada al hombre. -¿A mí? –Preguntó asustado- ¡Pero dijiste que me dejarías vivir!


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-Cierto –Dijo antes de disparar dos veces- Pero se debe predicar con el ejemplo ¿Me escuchaste, Ramiro Polanco? –Gritó- ¡Estoy muy molesto porque me obligaste a faltar a mi palabra! -¡Desgraciado! –Masculló entre dientes, asustado- ¡Eres un maldito! -Y este maldito va para allá… Chaito. Colgó. Ramiro Polanco se quedó mirando el celular, sin saber que decir. Uno de sus hombres se le acercó. -Jefe, ya logramos poner uno de los autos en marcha. -Vayan detrás de ese maldito. Una fortuna para el que me traiga su cabeza. Necesito ver que daños ha hecho en mi local. Cuando Ramiro Polanco logró llegar al Bar y Club Social “El Picolo”, no daba crédito a los restos humeantes del que había sido su negocio. Entre la estructura pudo reconocer lo que quedaba de la camioneta de las entregas. Volvió a sonar el celular. -Hola, Ramiro. -Irlandés –Dijo Ramiro, tratando de demostrar tranquilidad en su voz- Cuéntame. -Supe que perdí tres empleados. Empleados leales. Estaban realizando una entrega. Una grande. -No es mi culpa. Es que… -Ramiro, Ramiro, Ramiro –Le interrumpió- No es mi problema. Lamento que vivas una tragedia griega, pero negocios son negocios. Me debes la carga, una camioneta, además de una compensación por la pérdida de mis empleados. -Bueno, es una cuestión de días, nada más… Simples detalles. -¿Por qué no vienes a mi negocio, me firmas unos papeles y me cedes tu local? Quiero decir tú terreno, porque ya no tienes local. Sería un buen negocio por el punto, además de tu personal, claro está. Y no me deberías nada. -¡Siempre te has querido quedar con mi negocio, Irlandés de mierda! -No te lo tomes a mal… Son solo negocios. Negocios, nada más. -¡En unos días te tendré el dinero! -Hagamos una cosa –Su voz se oía burlona. Evidentemente se estaba divirtiendo- Mis hombres saldrán a buscarte. Y tú te esconderás y tratarás de tenerme el dinero. Si aceptas, olvidaré


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la compensación por el personal perdido. ¿Qué te parece, amigo Polanco? -¡Desgraciado! -Voy a tomar eso como un sí. Y te voy a dar ventaja: Te aviso que te voy a buscar en caso de tus familiares, amigos, tú amante y los negocios pequeños que te quedan. Es innecesario decir que se visitarán los burdeles, hoteluchos y hoteles de lujo. -¿Qué quieres, que me la pase en la calle? -Así tendré oportunidad de agarrarte, amigo Polanco. Estoy aburridísimo. Me gusta divertirme. Adiosito. Ramiro sabía que necesitaba más que unos días para tener ese dinero. Hacía tiempo que el irlandés, se había quedado en el país, reclutado en su momento como un “asesor militar” por los grupos subversivos. Su español era muy bueno, pero sus términos a veces eran confusos para sus oyentes. Eso lo divertía, pues tenía un humor mordaz y cruel. Ahora iba tras Ramiro. Este estaba desesperado, pues muchos de los números que había marcado en su celular no le respondían. -¡Me ignoran como si yo fuese un leproso! –Masculló entre dientes- ¡Pero van a ver, ratas, me van a conocer! Comenzó a caminar por esas calles, donde pululaban los locales nocturnos de mala reputación. De allí recibió más de una mirada torva. Evidentemente ya era un secreto a voces. -¡Irlandés hijo de puta! –Se quejó- ¡Extranjeros indecentes, que vienen a quitarle el pan de la boca a uno, que nació en este país y que se jode todos los días! Se detuvo en una esquina, mirando en todas direcciones. Del otro lado de la calle, tres hombres murmuraban entre sí, lanzando miradas retadoras. Comenzaron a caminar hacia él. Las luces de una patrulla de policía los hicieron disimular y alejarse. -Buenas noches, don Ramiro. -Buenas, Teniente Domingo. -¿Qué hace por allí tan solo, señor Polanco? -Tú ya debes saber. -Sí. Pero aunque esté usted en la mala, yo no olvido que más de una vez usted me tendió la mano. -No nos caigamos a mentiras. Sabes que eran negocios, nada más.


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-Pero yo soy un tipo derecho. Déjeme sacarlo de aquí. -Gracias Teniente. Muy decente de su parte. -¿A dónde lo llevo? -Solo sácame de aquí… Transitaron por varias calles, hasta llegar al centro de la ciudad. La unidad policial se detuvo. Ramiro Polanco se bajó de la patrulla. Esta se alejó y este se despidió con un gesto. Caminó por varias calles. Observó un automóvil que se desplazaba con las luces apagadas. Este cobró velocidad al ver la figura de Ramiro. Este apuró el paso. Cruzó en una esquina y se escondió al amparo de la entrada de un local, entre las sombras. Lentamente se fue desplazando. La luz de una linterna hirió sus ojos. Se arrinconó, para no dejarse ver. Le pareció escuchar que hablaban de él. Era evidente que lo estaban buscando, calle por calle. Caminó a paso rápido, al amparo de las sombras, apurándose cada vez más. Le faltaba el aire. Hacía años que no tenía que huir, que era el perseguidor, no el perseguido. Que era su voz y su mandato quien decidía la vida de otros. Escuchó el ruido de un motor acercarse. Cruzó la calle y se lanzó por un declive, hasta esconderse debajo de un puente. El automóvil pasó. Pudo ver las luces de las linternas. Ahora eran dos los vehículos. Terminó de bajar. No se sentía desanimado. Cuando amaneciese, le sería más fácil esconderse, hacer llamadas, buscar ese dinero. Tenía una fuerte suma en el banco, pero no era suficiente. Recordó los tiempos en que era un gamín, casi un adolecente y se escondía en lugares así, cuando robaba comida o asaltaba a alguna víctima. Sabía que la fuerza era lo que permitía mantener los espacios. -¡FUERA DE AQUÍ! –Les gritó a los mendigos que dormían entre cartones- ¡VAMOS, FUERA! Los sacó a patadas y empujones. Todos corrieron asustados. Vio un bulto que se movía al final del puente. Se acercó, con intenciones violentas. Una perrita que apenas le llegaba a las pantorrillas se le apareció, gruñendo y mostrando los dientes. Este amenazó con darle una patada. -¡Quieto! –Gritó una voz entre las sábanas y cartones- ¡No se te


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ocurra tocar a mi Lola! Se descubrió el rostro. Entre el sucio y la mugre, Ramiro Polanco reconoció a aquel hombre. -¡Caramba Raulito! –Dijo en tono burlón- ¡De policía a inválido y de inválido a mendigo! ¡Así a Alicita te va a perder el poquito de amor que te tiene! -¿Y qué haces por estos lados, Ramiro Polanco? ¡Qué cochinadas habrás hecho! -Eso no te concierne –Señaló al animal- Aparta a esta bicha o le caigo a patadas… Y luego, seguirás tú. -¿Y yo que te he hecho, animal? -Si tú no estás, Alicita será mía. ¡Por tu culpa no tengo ese dinero, que en este momento necesito! -¡No seas pendejo! –Se burló- ¿Cuál dinero, si eso es una mentira? ¿Usted se va a ponerse a creer bobadas? -¿Bobadas? –Retó- ¿Y hay un tipo que las está buscando?... Acá solo estamos tú y yo –Tomó un pedazo de madero de un montón para alimentar un pequeño fuego para darse calor- Y si yo mato a un pobre inválido aquí, nadie lo notará. -No se atreva. Se lo advierto –Raúl apretó el revólver oculto entre sus ropas. Ramiro Polanco avanzó amenazante, mientras Lola le ladraba incesante. Solo un paso dio, mientras a Lola se le unía el pequeño Bomba, envalentonado por su compañera. Un perro como el pitbull puede llegar a unos treinta y cinco kilos. El impacto de Ruco en el pecho de Ramiro lo arrojó hacia atrás. El animal se prendió con todas sus fuerzas de la garganta, destrozándosela. En menos de un minuto se formó un charco de sangre de aquel hombre. Una breve vibración en los pies era la señal de que la vida se le escapaba. Los otros compañeros de Raúl regresaron, mirando la dantesca escena. Ruco se acercó a su amo moviendo la cola, como avergonzado, con la cabeza gacha, gimiendo. Trataba de limpiarse a boca, coronada de rojo. -Ven acá viejito… Sé que me estabas defendiendo… -Le palmeó un costado- Tranquilo muchacho. -¿Qué hacemos con este? –Uno de ellos golpeó el pie del cuerpo- Venía muy violento.


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-Hay que deshacerse del cuerpo… ¿Me ayudan? -¡Claro! –Dijo uno de ellos, de buen humor- ¡Vengan muchachos! Uno de ellos comenzó a lanzar agua con una lata para eliminar la sangre, que escurría desde el piso de cemento hasta el cauce de aguas negras. Otros registraban sus bolsillos y lo despojaban de sus pertenencias. Otros le quitaban los zapatos. -Tranquilo hermano, nosotros nos encargamos. Más adelante hay un desagüe que llega bien pero que bien lejos. El cuerpo fue encontrado un mes después. Tardaron en identificarlo, pues estaba completamente desnudo y descompuesto. No se volvió a hablar de él. Para cuando lo encontraron, ya el irlandés le había comprado el negocio a su esposa, que se daba por abandonada.


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15 Un Cuento Antes de Dormir -¿Así que aquí lo tenías? -Sí. Lo dejé aquí cuando me escondía de ese hombre, el tal Santos… Alicia salió debajo del montón de retazos para fabricar animales de felpa. Sacudió el bolso de cuero y se lo entregó. Diego Madero lo revisó. -Necesito otro bolso… -¿Te sirve el mío? –Preguntó Mónica- Ya sé que es muy femenino, pero es un morral. -Eso no importa. Sacó el dinero del bolso y se lo entregó para que lo guardara. Tomó el bolso y se fue al último piso. Mónica agarró el dinero sorprendida. Sin decir palabra, se lo entregó a Alicia, que puso su mano sobre el hombro a Gato, que alzó la mirada. -¿Puedes comprar comida?... Traje algo, pero es insuficiente – Le entregó unos billetes. Gato asintió y salió rápidamente. -¡Alicia! –Gritó Diego Madero- ¿Hay por allí sobres manila? Necesito dos. Mónica subió con los sobres y una taza de café. Sobre una rústica mesa de madera estaban los documentos extendidos. -¿Qué haces Dieguito? –Le extendió la taza y colocó los sobres sobre la mesa. Este la recibió sonriente- ¿De qué te ríes? -Que solo mi mamá me decía así. Hacía años que nadie me decía así. Estoy leyendo estos papeles. Ahora entiendo por qué mi jefe los quiere. Con esto se pueden extorsionar jueces, fiscales, ministros. Tendría más poder del que ya tiene. No quiere el dinero. Quiere es esto. Los guardó por separado en los sobres. -A mí me da pena contigo, pero no tienes el tipo. -¿El tipo de qué? -No eres como Santos… Ese tipo da miedo. Se ve que es un asesino. -Yo era, porque creo que quede por fuera, un simple escolta. -¿Y cómo terminaste aquí? -Estuve involucrado con una mujer… -¡Ajá! –Dijo en son de broma- ¡Una mujer!


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-Sí –Dijo un poco apenado- Pero no pasó de un coqueteo. Y no duró mucho. -¿Y eso? -Era secretaria del viceministro… Hubo rumores a los que no presté atención. Lo he estado pensando todo este tiempo… -¿Sientes que fue una trampa? -Justo él en persona habló conmigo, haciéndome esta “fabulosa oferta”… -Hizo un gesto incómodo- Casi me matan. -¿Y estaba buena la mujer? –Preguntó con picardía- ¿Así como yo? -Son dos bellezas diferentes… Pero tú tienes más clase. -¿Así sea… una puta? -Yo no soy quien para juzgarte –Sonrió- Además, tú me preguntaste por el atractivo, nada más. -¿Te parezco bonita? -Esa es una palabra grosera para describirte. -¡Que galante!... Guardaron un silencio cómplice. Parecían dos adolescentes. Ella paseó su dedo índice por el borde de un sobre, mientras pensaba. Diego tomó los sobres y los guardó. -¿Yo puedo pedirte algo? -¿Te puedo dar un beso? Ambos sonrieron y ella acercó su rostro al suyo, saboreando el momento. Cuando estaban a punto de besarse los separó la voz de Alicia: -Gato se está tardando, así que aquí les traje… -Guardó silencio al darse cuenta de qué había interrumpido- Unos sanduchitos… -Está bien Alicia –Dijo Madero sonriente- Se agradecen. -Si Alicia. Gracias… -Ya vuelvo. Creo que Gato ya llegó. Ella bajó rápidamente, dejándolos comer en silencio. Sin saber porque, comenzaron a reír. Diego escupió un pedazo de pan. Mónica rió más aún. -¿Viste su cara? En ese momento la vieron regresar. Estaba ´pálida. Detrás y abrazada a ella venía Santos, apuntando. Diego Madero desenfundó su arma y apuntó. -Pero que tenemos aquí –Dijo burlón- Mónica… ¿Me estás


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traicionando? ¿Y con ese tipo?... Baja esa arma, idiota. Quizá seas bueno, pero yo soy mejor y tú no tienes protección. Tengo más oportunidades de volarte la cabeza de que tú me hieras. Suelta la pistola. No tienes oportunidad. -Déjala –Madero no bajó el arma- Ella no tiene lo que tú buscas. Yo lo tengo –Le mostró el bolso. -¿Eso es lo que yo creo que es? -Sí –Tiró el bolso al piso- Son los documentos. -¿Y el dinero? -No seas imbécil. No hay ningún dinero. Toma los documentos y déjala ir. -No les creo, Un ruido en mi cabeza me dice que tú mientes y que ellas son culpables –Se mordió los labios- Y esa mujer que está contigo, me muero de ganas de estar con ella. Sería una forma de cobrarme ese dinero. Madero giró el cuerpo al tiempo que disparaba. Santos le respondió disparando. Ambos cayeron. El disparo le atravesó el hombro, soltando a Mónica. Su disparo le había dado en la sien a Diego. Estaba tirado boca abajo en el piso, sangrante. Mónica y Alicia gritaban asustadas. -¡Cállense! –Se llevó las manos a las sienes- ¡Aún tengo ese ruido, esas luces! –Les apuntó- Si no son unas niñas buenas, voy a tener que dispararles. Creo en la igualdad. Puedo dispararles a hombres y mujeres por igual. Que estén armadas es irrelevante. –Señaló a Alicia- ¡Tú! Recoge el bolso y tráemelo. Cuando Alicia le entregaba el bolso este la tomó con fuerza por el brazo. Estaba pálida y no se atrevía a hablar. Susurró apenas: -No estas nada mal… Tal vez entre las dos me convenzan de que las deje ir. No se preocupen por Ramiro Polanco… Ya yo me encargué de él… Una figura lo arrolló a ambos. La pistola de Santos rodó por el piso. Este se incorporó como pudo. Alicia y Mónica se refugiaron en la escalera, pues no se atrevían a irse. Santos evaluó la situación. Gato estaba entre él y los documentos, allí, parado frente a él, con el cuerpo arqueado y los puños apretados. Quiso moverse hacia las mujeres, pero este hizo el gesto de cerrarle el paso. Sonrió. -Bueno… -Se revisó su hombro. Le dolía, pero no era


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incapacitante. El disparo había sido de entrada y salida, como el otro- Vamos a ver qué tienes… Gato avanzó y tiró el primer golpe. Santos lo dejó pasar e invadió su guardia, propinándole una seguidilla de golpes en el abdomen y rostro, finalizando con una patada en giro justo en el pecho. Gato retrocedió. Se despojó del suéter deportivo, quedando en camiseta, revelando su musculatura. Lanzó otro golpe, fácilmente evitado por Santos, que respondió con un gancho de derecha. Gato recibió el golpe, giró sobre sí mismo y respondió con un golpe de martillo y una patada en el rostro. Se lanzó sobre Santos. Lo golpeaba con los codos, las manos, los hombros inclusive. Cada golpe de Santos era respondido por Gato. Santos sentía que se estaba agotando. Aquel muchacho parecía no cansarse. Se separaron. Esta vez fue Santos quien atacó, sometiéndolo, haciéndole una llave al hombro. Gato no podía zafarse. Su rostro estaba rojo, pero no cedía. Su escuchó un crujido. Gato le dio un cabezazo en el rostro y retrocedió. Jadeaba por el dolor y miraba a Santos con odio. Un crujido que les heló la sangre llenó el silencio: Gato había apretado el puño lentamente hasta que quedó como una maza, para luego lanzarlo hacia atrás con todas sus fuerzas. Se había colocado el hombro en su lugar. Se arrojó hacía él, clavándole la rodilla en el pecho. Un puñetazo en el rostro fue seguido de un codazo. Santos trató de rodear su cuello, pero este interpuso el antebrazo. Santos comenzaba a ganar espacio. Quería estrangularlo para romperle el cuello. Sin pensarlo dos veces, Gato buscó su hombro y atacó la herida de bala: Lo mordió. -¡Suéltame, hijo de puta! –Gritó de dolor. Sacó su cuchillo. El puñetazo que recibió fue tan fuerte que le rompió la muñeca. El arma cayó al suelo a unos metros. Gato lo tomó por la chamarra y lo lanzo contra la pared, Santos vio su mirada. Deseaba hacerlo sufrir. Giró en el piso sobre sí mismo y recogió el cuchillo. Lo cambió de mano. No tenía fuerza para sujetarlo. Buscó su mirada. Santos pensaba rápido. Reconocía que no tenía como estaba una posibilidad de vencer. Para ponerle las cosas más difíciles, Diego se estaba moviendo, lo que quería decir que vivía. Si se ponía en pie, se quedaría sin


opciones. Miró a las mujeres y tuvo una idea. -Bueno, tal vez una de ustedes sea mi boleto de salida. Se abalanzó sobre Alicia. Había leído el miedo en los ojos del muchacho. Había confirmado sus sospechas. Cuando estaba encima de Alicia, se giró sobre sí mismo y clavó la hoja de acero en un costado y lo empujó. -¡Acerté! –Gritó triunfante- ¡Sabía que podías oír! Gato miró el cuchillo allí, clavado en un costado. Comenzó a jadear, cada vez con más fuerza. De su boca salió un sonido extraño, parecido a un grito. Tomó a Santos por la cintura, levantándolo hasta elevarlo sobre su cabeza. Ni los puños, ni las patadas lograban que lo soltase. Caminó a paso veloz hacia el borde del muro del `piso. Lo arrojó con fuerza por los aires. Cruzó hasta el edificio vecino. Pero apenas llegó al borde de la platabanda. Se escuchó un crujido cuando la columna golpeó con el borde del muro. Madero, que ya se había puesto de pie, vio el cuerpo perderse en la oscuridad del callejón. Gato dio unos pasos, buscando la pared para apoyarse. Le fallaban las piernas. Tenía la mirada perdida y la boca abierta. Le faltaba el aire. Su respiración se hizo cada vez más espaciada hasta que desapareció. Alicia se inclinó y cerró sus ojos. Jugó un poco con su cabello. Se puso de pie, sin saber qué hacer. Mónica ayudaba a Diego a lavarse el rostro con agua del grifo para quitarse la sangre. La herida era un surco desde el pómulo y pasando hasta la sien. Sin la sangre se podía ver la grasa de la piel. -Hay que llevarte a un médico. -No siento nada, por ahora. Creo que mi cuerpo está en shock. Recogió la pistola de Santos y la suya. Se escuchó el derrape de un auto. Santos se asomó. No conocía el vehículo, pero era evidente que sabían a dónde ir. Bajaron tres hombres. -No estoy en condiciones para enfrentarlos. Debemos escondernos. Había un pequeño baño en la terraza. Se introdujeron allí. Diego Madero sacó las armas. Y esperó tenso. No quería alarmar a las mujeres, pero solo podía ver por el ojo derecho. Dos de los hombres aparecieron, pistola en mano, apuntando en todas direcciones. Vieron el cadáver de Gato. Uno de ellos miró la


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puerta del baño. Del otro lado esperaban, expectantes, tensos. Sonó su celular. -¿Si?... –Escuchó con atención- Bien. -Salgamos de aquí. Se nos adelantaron. El tal Santos es un fiambre en la vereda. Supongo que fue este. Esperaron diez minutos para salir del baño. Recogieron todo y salieron de allí. -Vas a tener que conducir tú. No estoy en condiciones. -¿A dónde vamos? -Pásame el celular –Trató de llamar, pero no pudo. Se lo extendió a Alicia- Mejor marca el último número. Explícale todo a quien te atienda. Es un amigo de Raúl. Horas más tarde Diego abría los ojos. No reconocía el lugar: Paredes en verde manzana, una franja a la mitad de esta, con adornos en color bronce y negro. Luces blancas en las paredes. Frente a la cama esta un cuadro con intenciones artísticas abstractas: Entre sábanas y almohadas blancas, se resaltaba la silueta de una mujer blanca de senos pequeños y un voluptuoso trasero se arropaba con una sábana de color negro. Entre las líneas de esta se mostraba una réplica de la mujer en sentido contrario, como si se tratase de un naipe de la baraja. Era una representación erótica de carácter lésbico. Miró hacia arriba. Se veía a sí mismo, reflejado en un espejo. Tenía suturas donde la bala le había rozado. -¿Qué sitio es este? -Tranquilo –Dijo Mónica dulcemente, en baja voz- Descansa. -¿Cómo llegamos? -En el automóvil. El amigo del esposo de Alicia nos mandó para acá. Es un apartamento del médico que te atendió –Sonrió- Dice que eres una linda mascota. -¿Cómo es eso? -¡Buenas, buenas, buenas! –Interrumpió a viva voz- ¿Cómo se encuentra nuestro lindo paciente? Aquel hombre debía pesar cómo ciento cincuenta kilos. Medía uno noventa, por lo que a pesar de no ser bajo, se podía apreciar su obesidad. Vestía una bata floreada, bermudas de color blanco y pantuflas felpudas de color azul cielo. En su negro cabello ondeaban reflejos amarillos. A pesar de su volumen, se movía


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con gracia y rapidez. -Bien, doctor –Respondió Mónica entre risas- Ya despertó. -Te dije que no te preocuparas –Le reconvino- Que con los calmantes y reposo, se iba a sentir mejor… A ver –Sin preguntar, lo tomó por la cara e iluminó sus ojos, estudiando su reacción¿Cómo te sientes? -Me duele un poco la cabeza, pero apenas. -¿Y la cara? -La siento un poco tensa –Musitó, mientras trataba de tocársela. -¡Niño, eso no se toca! –Le propinó un manotón, como si se tratase de un niño- Mira que te hice la mejor sutura. Tengo manos mágicas –Dijo con orgullo- Cuando esterilizo a mis pacientes, al día siguiente están caminando. -¿Es usted gineco obstetra? -¡No chico, por dios! –Se burló entre carcajadas- Soy veterinario. Eso sí –Le señaló con el dedo- Soy el mejor que te puedas encontrar. -No podía llevarte a una clínica. -Entiendo… -Eso que tienes en los puntos son parches clínicos. Así no te quedarán cicatrices tan notorias en ese rostro tan lindo. Y mira que te revisé completo. -¿Y para qué lo hizo, si solo tenía una herida en la cabeza? -¡No discutas con el doctor! –Le preguntó a Mónica- ¿Tiene dueño? -No que yo sepa –Dijo entre risas, siguiéndole el juego- Llegó solito. -Bueno, aprovéchalo, porque lo revisé bien y es de raza grande. -Le agradezco que me curó… -Dijo con mala cara. -¡Ay no te enojes cariño, que es pura burla! Mira que aquí donde la ves, esta niña no te quitó un ojo de encima… Yo que tú aprovecho. Pero si tus gustos son otros –Se señaló- Aquí tiene este cuerpecito. -No gracias… Se siente uno halagado, pero no. -Bueno, tú te lo pierdes –Dijo con un enojo teatral- Permiso. Mónica se sentó en el borde de la cama. Tomó con suavidad la mano de aquel hombre. Diego Madero le correspondió. -¿De verdad estuvo pendiente de mí?


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-Sí… -Gracias… -No. Nosotras somos las que estamos agradecidas…Se la jugó por nosotras. -Lamento lo de Gato. No se lo merecía. -No… -¿Que le dijeron a Alicia? -Este es nuestro refugio provisional. -¿Podría traer a Alicia? Necesito conversar algo con ella. -Vuelvo enseguida. No te levantes. Fausto dijo que los calmantes te podían causar mareos. -¿Y quién es Fausto? -Tú “doctor”… -Muy graciosa… Diego Madero pensaba rápidamente. Las circunstancias habían cambiado. Era hora de darle un giro a los acontecimientos a su favor. Tenía los documentos necesarios para eso. No se engañaba. Sabía que el viceministro Gaspar Valdivieso lo había “quemado”. Era cien por ciento cosa segura que ya no era funcionario del ministerio. Volver no le entusiasmaba. Pero tenía que hacerlo, si no quería correr el resto de su vida. Sabía más o menos que hacer. -Hola. ¿Cómo estás? -Bien. Ya se me quitó la migraña. Solo un poco de mareo. Y mi médico dice que me porte bien, o no me sacarán a pasear. -¡Já!... Mónica me dijo que querías conversar conmigo. -Voy a ser directo: Creo que con la muerte de Santos y creo que la de Ramiro Polanco, somos libres. -¿Crees que esté muerto?... Santos dijo que se encargó de él, pero yo no me lo creo. -Te aseguro que si Santos resolvió sus asuntos con él, somos libres. Y sé que Santos está muerto. Gato lo asesinó antes de morir. Todos lo vimos… ¿Te dijeron de más gente, vehículos, algo de nosotros en las noticias? -No hay nada de eso… -Somos libres, creo yo. Solo tenemos que ser prudentes, nada más… -Entonces, ¿puedo volver con mi hija y mi esposo?


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-Una cosa más… -¿Qué? -La vida como la conoces, como la conocemos… Ya no podemos volver a vivirla. -¿A qué te refieres? -No puedes volver a tu casa, ni a tus antiguas amistades. Aunque la gente tiene mala memoria, alguien podría acordarse, y créeme, no quieres volver a vivir esto. -¿Me tengo que olvidar de los míos? -Yo no dije eso mujer. Quita esa cara y límpiate esas lágrimas. Alicia trató de limpiarse las lágrimas, pero fue como si una fuente se liberara. Estas no paraban, por más que trataba, -Tú no sabes… -Sollozó- A mi princesa, todas las noches, siempre, siempre, le he leído un cuento antes de dormir… Todas estas noches he llorado por no tenerla. Solo quiero estar con ella… Extraño a mi Raúl. Tal vez no me creas. Pero lo amo. No hemos estado juntos, tú me entiendes en años. Pero no concibo mi vida sin él. -No lo vas a dejar… Tienes ciento veinticinco mil dólares. Puedes iniciar con tu familia donde quieras… ¿No te parece? -Te juro que no lo había pensado… ¡Han ocurrido tantas cosas! -Por favor, permíteme el celular. Voy a asegurarme de todo antes que salgamos. -Diego… -¿Qué? -¿Qué vas a hacer? -Debo regresar. No puedo andar por ahí, con esas cuentas pendientes. -¿Y Mónica? -¿Qué con ella? -¿Sabes que le gustas? -Y a mí. Pero no puedo ponerla en riesgo. No sé con qué me voy enfrentar. No me gustaría que le pasara algo. -Pero deberías hablar con ella, ¿no crees? -No lo sé. No sé qué decirle… Voy a bañarme. -¿Quieres que llame al doctor?... Quizá necesites anti parasitarios, garrapaticida, un collar antipulgas, que te restrieguen el pelaje.


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-¡Já, Já! –Hizo ademán de arrojarle una almohada- ¡Fuera de aquí! El celular repicó varias veces. Diego Madero comenzaba a preocuparse. Por fin alguien respondió: -Sandro Benavidez al habla –Dijo secamente. -Don Sandro –Dijo un poco desconcertado- Soy yo, Diego Madero. Quería hablar con usted. -Menos mal que llamas… Antes de venir aquí, hay alguien con quien tienes que entrevistarte. -¿Alguien? –Ahora entendía menos- No comprendo. -El negocio de Ramiro Polanco es ahora de un tal irlandés. Te está buscando. Dice que solo quiere hablar contigo. Tiene muy mala fama, pero a su favor, solo le interesa una cosa: Dinero. Te recomiendo que acudas. No te hagas esperar. Colgó. Diego se quedó mirando en celular. Pensó que la pérdida de Gato había causado un impacto en sus maneras. Revisó el mensaje de texto. Era la dirección de la reunión. Decidió conversar con Alicia y Mónica. Era hora de que se marcharan. Hizo otra llamada y luego le dijo a Alicia: -Debes reunirte con tu esposo amiga. Tú hija te espera… Se reunieron en una pequeña plaza. Amanecía. Diego había hablado con su contacto desconocido. Fue a recoger a Alicia en una pick up. Este se bajó de esta y le extendió la mano, cordial. -Mucho gusto. Jairo Peñaloza. -El gusto es mío. Usted no sabe cómo le agradezco todos los riesgos que usted se tomó para ayudarnos. -Se lo debo a Raúl. Como dos años antes del accidente, recibí unos disparos y quedé en cama. Solo era mi cucha y yo –SonrióComo verá que Raúl corrió con todos los gastos y la comida de la vieja hasta que yo pude salir al ruedo. Sin eso, nos hubiésemos muerto de hambre. Usted sabe que nosotros los policías somos muy mal pagados. Lo que él hizo por mí, no tiene precio. Nunca podré pagárselo. Pero venga, para que lo conozca. En ese momento Alicia abrazaba llorosa a Raúl, sentado en la parte trasera de la camioneta. Ambos esperaron, sonrientes. Cuando se separó Diego se aproximó a Raúl, extendiéndole los brazos. -En mi país a los amigos, a hermanos, se les da un abrazo –Dijo


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palmeándole la espalda- ¡Gracias! ¡Mil gracias! -Gracias por devolverme a mi Alicita –Le extendió la mano y ella le correspondió, para darle un beso- Usted no sabe cuánta falta me hacía. Y ahora nos vamos a buscar a nuestra hija, que nos está esperando –Señaló la parte de carga- Ahí te saludan. Dentro de unos contenedores Lola y Bomba se movían, como almas inquietas, gimiendo y moviendo sus colas. Por su parte Ruco dio un par de ladridos y se echó a dormir. Alicia lo abrazó y besó en la mejilla. Diego Madero. Este le correspondió. -¿Qué van a hacer? -Iniciar una nueva vida, allá en provincia. Comprar un terrenito cerca de la playa. Vivir allí, en paz. Un sitio dónde mi hija crezca sana y yo dejar esta vida atrás. -Dios sabe que es justo. Alicia y Mónica se alejaron unos metros, agarradas de manos, con los ojos húmedos. Finalmente, se detuvieron a la sombra de un cedro. -Entonces, ¿es la despedida? -Si amiga –Alicia contuvo las lágrimas- Pero podemos volver a vernos. Cuando tenga mi casa, siempre habrá un lugar para ti… ¿Y qué vas a hacer tú? -Aún no lo sé… Tengo todo confuso. Pero debes irte amiga. Allí está tu esposo… Tú hija te espera. Ya no tendrás que volver a esta vida. -No. ¿Y tú? -No. –Sonrió- Pero aún no sé qué hacer con mi parte… -¿Y Diego? -¿Qué con Diego? -¿Lo vas a dejar ir? -No… -Sonrió- No lo creo. Guardaron silencio unos momentos, alargando la despedida. Mónica miró la copa de los árboles, meciéndose al viento. Alicia bajó la mirada -Pasamos momentos malos y buenos, ¿cierto? -Cierto –Sonrió- Siempre me divirtió salir de pesca cuando se quedaban sin nada y con las ganas. -Bueno, era divertido cuando nos salíamos con la nuestra.


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-Si… -Adiós amiga… -Adiós… Mónica quedó allí, mirándola subir a la camioneta. Se quedó allí, bajo la sombra del cedro, hasta que la perdió de vista.


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16 Conociendo al “Ruco” En el camino Diego hizo un alto para comer en un restaurant. Era un local con cierto lujo, donde llamó la atención por su aspecto sencillo y los parches clínicos en el rostro. Pero sus modales y maneras pusieron a la gente en su lugar, además del aspecto de su acompañante: Mónica vestía unos pantalones chinos en color marfil, una camisa blanca con un discreto escote y un blusón del mismo color, que le llegaba a las rodillas, haciendo juego con sus zapatos de tacón alto. La gente tomó a Diego como un informal guardaespaldas. -Debiste aceptarme la ropa. Aunque sea un saco, una chamarra. -Es tu dinero. Además, así no levanto sospechas… Te ves muy hermosa. -Gracias –Sonrió coqueta- Me gusta estar así de sencillita. -Vamos al baño. -¿Al baño? –No entiendo- ¿Ya? -Vamos al baño… Mónica se puso de pie y comenzó a caminar, seguida por Diego. Los baños se encontraban al fondo, con un muro para darle privacidad. Mónica entró al baño de damas. Diego le siguió. Mónica se apoyó a la pared y Diego se apoyó contra ella. Estaba sorprendida. Las manos de Diego recorrieron sus duras nalgas, metiendo las manos dentro de los pantalones. -Diego… -Gimió- Contrólate. -¿Usas bóxer de mujer? -¿Te gustan? -Puedo decir que soy afortunado –Diego se llevó la mano a la cintura y sacó algo, mientras la miraba a la cara- Disculpa. Volvió a meter las manos detrás de ella, que no le quitaba los ojos de encima. Le estaba bajando los pantalones hasta los muslos. -¿Cómo que te gusta demasiado mi culo? –Sonrió- Porque en esta posición no vas a poder hacer nada por ahí -Más o menos… -¿Cómo que más o menos? –Mónica dio un pequeño salto, mientras Diego le tapaba la boca.


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-No digas nada. Sé lo que hago –Le susurró, mientras la vestía otra vez. -¿Qué no te diga nada? –A Mónica le llameaban los ojos de furia- ¿Te parece poco?... ¡Vas a ver lo que te va a pasar si esto es por nada! -Vámonos, que tenemos que hacer… A la salida del baño de damas, casi tropezaron con una mesonera. Antes de que pronunciara palabra, Diego le puso en el bolsillo un billete de veinte dólares. Esta lo revisó, se lo guardó en el sostén y guardó silencio, mientras los miraba irse. Mike O´rourke medía un metro setenta. Pelirrojo, con ojos verdes y una sonrisa infantil. No era un hombre de fiar. Su humor, su risa fácil escondía a un hombre entrenado. Se había iniciado a los quince años en las filas del Ejército Republicano Irlandés. A los dieciocho ingresó en las filas del ejército de su majestad. Al terminar el servicio, se encontró sin el favoritismo de sus colegas por los naturales de Inglaterra. Sin más trabajo posible que terminar de policía en contra de sus coterráneos, prefirió emigrar con unos amigos que le invitaron a ser un “asesor privado” a ciertos grupos en el nuevo mundo. Luego de unos años, donde arriesgó el pellejo en la selva en la frontera con Panamá, se desplazó a la capital del país, donde se hizo un “comerciante” a quien nadie quería de enemigo. Ahora era el dueño del espacio que había sido de Ramiro Polanco. Como a todos se les hacía muy difícil pronunciar su apellido, terminaron llamándolo Ruco…. Y así se llamaba su flamante negocio: El Ruco. Diego Madero pudo apreciar la ironía al ver el letrero al estilo europeo: Un Irish Wolfhound o lobero irlandés tallado en metal. Abajo en letras con estilo inglés se podía leer el nombre del establecimiento. Diego Madero llevando de la mano a Mónica entró con paso seguro al local, que se parecía muy poco al antiguo negocio: Mesas de madera, mucho más iluminado, aunque la cancha de tejo, totalmente renovada seguía allí. Al fondo podían distinguirse las áreas privadas con las cortinas levantadas, sin clientela. Algunas mujeres en ceñidos trajes, aunque sin llegar a la vulgaridad comenzaban a llegar. Mónica miraba todo con curiosidad. A pesar de sus experiencias y nunca haber estado en un lugar así, las consideraba, a pesar de criticarse a sí misma


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sus prejuicios, que eran lo más bajo en la cadena. Ella hacía lo mismo, pero no por centavos ni para nadie más que ella misma. Alicia fue la que, al principio de su relación como socias y amigas la hizo bajar de esa nube: -“Sea en sábanas baratas o de seda, todas los que nos dedicamos a esto le metemos las rodillas al colchón y le levantamos el culo al aire para que nos lo metan. Unas esclavas, otras víctimas, otras ociosas, otras porque pueden y viven bajo sus propias reglas” -“Pero las novias y las esposas que o hacen bajo el matrimonio o por “amor” son unas ilusas que a veces terminan sin nada” –Le respondió. Ahora Mónica pensaba que también ellas terminan sin nada. Ahora era menos cínica y más sabia. -Buenas tardes. ¿Señor Santos? Mike O´rourke estaba sentado en una silla, hojeando un periódico en inglés. Sus gafas de lectura eran dos pequeños rectángulos de cristal. Se los había quitado para hablarle a Diego, mientras doblaba el diario. A su lado estaba sentado un hombre que no le quitaba las manos de encima. -No. Mi nombre es Diego Madero. El señor Santos murió trágicamente al resbalar de una azotea. -Creo que hay que revisarlo, Ruco. -Hazlo Contreras. Me disculpa, señor Diego. Seguridad –Este alzó las manos y otro hombre lo revisó a conciencia- ¿Me decía que el señor Santos murió? -Sí… -Lamento oír eso… Pensé que el negocio era con él. Un asunto con el antiguo dueño. El señor Sandro Benavidez fue muy parco, pero colaborador. Parece que era un asunto –Dirigió su mirada a Mónica- por una mujer… -Sí. Así es. Pero le aseguro que ella está fuera de su alcance. Es un asunto concluido. -Entiendo. Una mujer vistiendo unos jeans muy ceñidos se apareció del salón del fondo. Usaba una camisa negra con un escote que dejaba sus senos casi al aire. Se acercó a Mónica y se puso a su lado, mirándola con admiración. Pasó su mano suavemente


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por su espalda hasta la cintura y el nacimiento de las nalgas. Mónica dio un respingo. Se acercó a Diego y pasó un dedo con suavidad por el parche clínico. -Pobrecito –Musitó- La mujer no está armada. Avanzó y se acercó al irlandés. Le dio un beso en los labios y el correspondió con un pequeño beso en cada seno. Una silla fue colocada junto al hombre. Ella se sentó, cruzando las piernas con coquetería. -¿Por qué estoy aquí? -Bueno… -Cruzó los brazo sobre su pecho- Me declaro un poco ignorante. Soy el nuevo dueño de este negocio. Y con eso vienen pagar las deudas y cobrar las deudas. Y esta, según tenía entendido, era una. Y soy una pobre comerciante que necesita de su plata. -¿Una… pobre comerciante? -No me haga caso –Sonrió- El español no es mi idioma natural. Como le decía. No puedo perder dinero. Es malo para mi reputación. -Entiendo perfectamente –Tomó la mano de Mónica- Supongo que podemos irnos. -Tú no vas para ningún lado si el señor Ruco no te dice que te puedes ir. -Perdón –Diego miró al hombre que permanecía sentado¿Quién coño eres? -El tipo que te dice que no puedes irte. -¿Y sentado allí me lo vas a impedir? –Diego pasó la mano por la cintura de Mónica como algo natural- ¿Cree que pueda? El hombre chasqueó los dedos. De la nada, apareció un hombre que caminó directo hacia Diego, mientras se llevaba la mano a la cintura. Antes de que pudiera desenfundar, Diego metió la mano detrás de Mónica. Esta lanzó un grito que distrajo a todos. Una pistola apareció en su mano, con la que propinó un golpe en la mano, desarmándolo. Tomándolo por el cuello, le introdujo el cañón del arma en la boca, además de cubrirse con su cuerpo. Con la otra mano atrajo a Mónica, resguardándola. El hombre que estaba sentado se puso de pie y apuntó. -Disfrútala –Le dijo al hombre- Que ni tienes idea de donde estaba.


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-¡Baja el arma! –Le gritó- ¡O de aquí no sales! –Todos los hombres sacaron las armas. -Bajen las armas –Dijo O´rourke- Nadie haga nada ni interfiera –Sonrió- Quiero ver cómo termina esto. -¿Y ahora qué hacemos? –Preguntó Diego- ¿Bailamos? -Si no sueltas el arma, te mato. -Dale pendejo. Voy a disparar. La bala le atravesará la espina de este desgraciado y te aseguro que te estoy apuntando y no voy a fallar… Se te va a hacer un poquito difícil matarme. ¡Dale! ¡Huevón! -¡Bueno! - O´rourke aplaudió- ¡Suficiente! ¡Bajen las armas! -¡Pero señor Ruco! –Protestó- ¿Lo va a dejar ir? -Si se atreve, voy a dejar dos muertos… Después vemos cómo nos toca. O´rourke se puso de pie y caminó hasta los dos. Un solo gesto suyo y todas las armas volvieron a relucir. -Si no bajan sus armas, les prometo que todos ustedes van a quedar en ese piso… Y no quiero manchar mi piso nuevo con sangre –Hizo un gesto conciliador- Bajen las armas… Bajaron las armas. Alguien desarmó a Diego, que entregó su pistola sin oponer resistencia. -Señor Madero, ¿podría seguirme, por favor?... Le aseguro que su amiga estará bien. Tiene mi palabra. Se sentaron, separados por una mesa. Alguien puso dos cervezas entre los dos. Brindaron y bebieron en silencio. -¿Ejército? –Preguntó O´rourke. Diego asintió- Yo igual… Me licenciaron a los dos años. Me quemaron. -Igual yo. Solo que recientemente. Le aseguro que no tengo cuentas pendientes con usted. Solo tengo lo que ve. Y esa dama, que no pude convencer de que no me acompañara. -Me encantó su truco… No se me hubiera ocurrido, lo confieso. Pero no puedo dejarlos ir, así nada más… Cosas de imagen. Tú me entiendes –Sonrió- Pero si alguien respondiera por ti, otra sería la historia. -¿Y si no? -Con mucha pena, tendré que matarlos… -Permítame… Diego Madero marcó un número en su celular y conversó varios


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minutos con alguien que O´rourke no podía identificar. La frase que cerró la conversación fue: -Bueno, no hay problema. Pero si morimos, no obtendrá nada – Luego de unos momentos, le extendió el celular a O´rourke- Ahí le hablan… Rato después se desplazaban por la avenida en silencio, aliviados. Lo único que Mónica alcanzó a decir fue: -¡Si hay una próxima vez, tú llevarás el arma, hiojeputa! Diego Madero no pudo reprimir una carcajada, mientras Mónica le golpeaba el hombro, mientras iban a reunirse con Sandro Benavidez.


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Un cuento antes de dormir 17 El Llegadero

Diego Madero estaba impresionado con el cambio que había experimentado Sandro Benavidez. Estaba barbado. Parecía un viejo rabí. Sobre la mesa reposaba una botella abierta. Junto a ella había un vaso corto del que aquel hombre bebía a sorbos. Puso un sobre en la mesa. Este lo tomó y abrió el contenido. Comenzó a leer con los ojos entrecerrados. -¡Bueno! –Exclamó riendo- ¡Parece que te quede a deber, después de todo! -No me debe nada, don Sandro. Le debemos la vida. -Cierto… Se quedó en silencio, mientras volvía a llenar el vaso. -Don Sandro –Dijo apenado- Lamento lo de Gato… -Gato, Gato –Murmuró, mientras se servía un trago- Era un gamín cuando lo encontré… Tendría unos catorce… Un drogadicto le había cortado el cuello por un par de zapatos que ni siquiera valían la pena… Pudo morir –Sonrió- Pero no quiso. No quiso morirse. Pataleó, golpeó, mordió ¡Y eso que lo estaba ayudando! –Se bebió otro vaso a sorbos- El médico me dijo que se le dañaron las cuerdas vocales –Sonrió- Nunca escuché su voz… Un mocoso flaco, delgado, muerto de hambre, feroz. Así era. Yo le brindé una oportunidad mejor que escarbar en la basura para comer… Y se quedó conmigo… Aprendió muchas cosas. Pero solo quiso hacer una y muy bien. Feroz… Era muy feroz. Y así terminó. Fueron muchos años… Hasta ahora –Se restregó la cara para despejarse- Bueno. ¿Hay algo más que necesiten? -Don Sandro… -Dígame viejo Sandro… -Viejo Sandro… Necesito documentos. Pasaportes. Como dicen por aquí, vamos a hacer unas vueltas. -Cuente con ello. Diego Madero se sirvió un trago, alzó el vaso a modo de brindis y lo vació de golpe. Sandro Benavides asintió complacido. Era viernes de un mediodía. “La paella de oro” estaba a reventar. Los mesoneros iban y venían con bandejas, licores y dulces. Era un mundo aparte. Un sitio para privilegiados. Para los que


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podían pagar o los que estaban a su sombra podían disfrutar. Gaspar Valdivieso disfrutaba de varias cosas: De la comida, la copa de vino y la compañía de su secretaria, Olga. En una mesa adyacente, la mano derecha de Valdivieso, Florencio se daba un atracón de su plato favorito, pulpo frito, acompañado de mucha cerveza acompañado de otro escolta. -Bueno Olga, esta tarde no hay nada que hacer en la oficina. ¿Te gustaría que pasáramos la tarde juntos, en el hotel que tanto te gusta… Tú sabes, ese que tiene el jacuzzi rodeado de espejos. Desde hacía un tiempo, Aquella mujer había cambiado. Estaba un poco más rellena. Había desviado sus amarguras internas hacia la comida. Pero ese lado solo había destacado lo sexual de su aspecto. Se veía más deseable, más apetecible. Y más disponible. Su jefe se sentía con todo derecho de controlarla. En lo emocional, se odiaba a sí misma por ser tan débil, débil ante su necesidad, ante la comodidad, ante la forma de aquel hombre manipularla. Y lo odiaba a él, por haber alejado a Diego. Aunque no había pasado nada entre los dos, había sido como una ilusión adolescente perdida. Ahora la hacía lucir una falda más corta, una blusa más descotada y medias de liguero. -No sé Gaspar –Dijo con un leve dejo de fastidio- Comenzamos muy temprano el trabajo en el ministerio. Pensé que podía pasar la tarde con mi mamá, como otras veces. -Olga, arrima la silla. Siéntate aquí, junto a mí. -¿Eso para qué? -Nada… Ven, acércate. Ella obedeció, con cierta resignación en su interior. Sabía que era el centro de las miradas desde las otras mesas, disimuladas algunas, descaradas otras, desaprobadoras las de las esposas y las acompañantes femeninas. Se puso de pie con lentitud, arqueando la columna parar resaltar su escote. Se inclinó para tomar la silla, consciente de su audiencia. Cuando iba a sentarse, se encontró con la mano de Gaspar Valdivieso, justo debajo de su sexo apenas cubierto por el minúsculo biquini, debajo de la falda. Este la sujetó con firmeza. Ella dio un pequeño respingo y miró en todas direcciones, nerviosa. Sin mirarla al rostro, Gaspar Valdivieso comenzó a hablar. Al tiempo que le ordenaba al mesonero coctel de camarones.


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-Deme dos, por favor. Sé que a mi amiga aquí presente le encanta, ¿no es así, mi amor? –Olga bajó la mirada, nerviosa ante los movimientos de la mano de aquel hombre- Y otra botella, pero de una sidra bien fría, por favor. Me encanta con camarones –Ella bebió un sorbo de agua helada, con mano temblorosa- ¿Sed? ¿Estrés? –Ella ahogó un jadeo, entrecerrando los ojos y bajando la cabeza para disimular- Yo también me siento estresado. ¿Sabes que me desestresa? –Acercó su boca al oído- Esa boca rica que me emociona. Y ese culo que no me explico como, por más que te cojo, sigue siendo tan apretado –Ella se mordió los labios y se le escapó un gemido que llamó la atención de algunos comensales. En ese momento el mesonero se presentó con lo solicitado y se dispuso a servir, mientras ella si cubría la boca con la servilleta para disimular, al borde del orgasmo. El hombre sacó la mano de golpe su gemido hizo alzar la mirada al mesonero, con ceja alzada. Pero, conociendo a su cliente, se hizo de la vista gorda, porque este daba muy buenas propinas. -Disculpa, Gaspar –Musitó avergonzada. -No te preocupes cariño –Dijo mientras se limpiaba la húmeda mano con la servilleta- Ahora, creo que estás más que dispuesta a disfrutar del jacuzzi. Desde la mesa cercana, Florencio había disfrutado de todo el espectáculo. Su compañero había comentado: -Esa mujer es un hembrón con un culo como al que a mí me gustaría partir. -¡Cállate! –Dijo áspero. -Perdón, señor. Florencio pensaba lo mismo. Pero el sentía algo más que deseo por aquella mujer: La recordaba todas las noches, doblada sobre el escritorio, moviéndose a cada golpe de cadera de su jefe, sin quitarle la vista de encima. La deseaba. La quería para él. Pero el hecho era que sentía una profunda admiración por su jefe, su manejo de los hilos del poder. Sentía que no podía superarlo. Le faltaba presencia. Se definía en una sola palabra: Clase. -Bueno –Sonrió satisfecho- Creo que debemos irnos –Hizo gestos a Florencio, que siempre solícito, llamó al mesonero, quién se presentó de inmediato.


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-Don Gaspar, la cuenta está pagada, propina incluida. -¿Quién?... Florencio se quedó en una pieza. Pero algo en su instinto le dijo que no se moviera. Su subalterno iba a ponerse de pie, pero lo detuvo con un gesto. Estaba más repuesto. Una ligera barba cubría su rostro, donde se podía distinguir la línea de la cicatriz. Vestía jeans, botas de cuero, camisa negra y saco de cuero. A su lado iba una mujer con un vestido estampado estilo años cuarenta, acampanado en color azul cielo. Derrochaba clase, con su minúsculo reloj de brillantes y discretas gafas de diseñador. -Martes y viernes… -Diego Madero –Dijo con una sonrisa, mientras su mente trabajaba a toda velocidad- Es una sorpresa. -Claro. Esperabas a Santos. Pero un gato le comió la lengua. No hablará más con usted. -Supongo que consiguió lo que pedí… -Si… -Tomó una silla y se sentó- Pero estuve averiguando varias cosas… Por ejemplo, que ya no soy funcionario. Dado de baja deshonrosa por abandono de cargo. Así, si yo moría, nadie se molestaría en hacer preguntas. -Pero estás aquí –Dijo muy animado- Mostraste tú valía. Con una simple llamada telefónica puedo restablecer tu estatus, si tienes mis documentos. -Resulta que esos no son sus documentos. Ya sé lo que puede hacer con ellos. Y creo que no los va a obtener. -Hola Olga… -Hola Diego… -Luces diferente… -Tú también. -Un pequeño accidente, pero estoy bien. Quiero presentarte a alguien. -Hola –Dijo Olga, mirándola con desagrado. -No Gracias. –Respondió Mónica- Estoy bien de pie. -Disculpen –Dijo Gaspar, tratando de controlar su voz- Necesito saber de los documentos. -No. No lo necesita. No aún. -¿Qué quieres? –Dijo tratando de parecer conciliador.


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-Gaspar… -Calla Olga. ¿Qué dices Diego? -Digo… Que usted es el más redomado hiojeputa que he conocido en mi vida. -Escúchame bien carajito –Amenazó perdiendo su aplomo- No sabes a qué te enfrentas. Tienes aquí a tu amiguita. No tienes trabajo. Tu hoja de vida es una mierda. ¿Te imaginas que se sepa que estuviste implicado en enfrentamientos con el crimen organizado en otro país? Nadie te va a creer lo que digas. Y si vas a la cárcel, no creo que vivas mucho… ¿Y qué va a pasar con tú amiga? -Solo estamos de paso, se lo aseguro. Y sus amenazas, puede metérselas por el culo. -¡Tú a mí me respetas! –Le dio un manotazo a la mesa- ¡Yo solo tengo que dar una orden! ¡No eres nada! Gaspar le hizo una seña a la mesa de Florencio y este envió a su segundo que le puso una mano en el hombro con fuerza a Diego. -Más te vale que te alejes –Le advirtió- Luego no te quejes… El hombre le sujetó por el antebrazo para torcérselo. Al ponerse de pie, Diego apretó el cuchillo romo de cocina. Lo golpeó justo en los nudillos y luego en la garganta con el mango. Este se llevó las manos en la garganta y Diego lo tomó por la nuca y estrelló su cabeza contra la mesa en un solo movimiento, derribándolo. Como pudo, este se puso de pie, sentándose con la mirada vidriosa. Florencio se acercó. -Quieto ahí, amigo. -Por favor –Extendió la mano hacia la salida- Acompáñeme hacia afuera. -¿Qué vas a hacer? –Retó- ¿Me vas a disparar? –Bajó la voz¿Sabes cuántos nos están mirando? ¿Cuántos pueden estar grabando esto? -Solo acompáñeme hacia afuera, por favor. -Bien… -Miró a Gaspar- Cuando lo visite, le daré sus saludos al periodista Manuel Gallego. Tengo entendido que es muy amigo suyo… -No saldrás de esta con vida –Dijo entre dientes- ¡Y tú! –Dijo al guardaespaldas, aún aturdido- ¡Regresa a tú mesa!


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Antes de irse, ambas mujeres se miraron con odio. Mónica aprovechó para decirle a Gaspar Valdivieso: -Se ve que viene con el cargo. Florencio los llevó a lo más alejado del estacionamiento, él atrás y ellos delante. Llevaba una mano dentro del saco, empuñando la pistola. Mientras metía la otra mano para sacar su celular, Diego le dio con la palma de la mano abierta justo entre los ojos, al tiempo que le quitaba la pistola. Este estaba aterrorizado. Para su sorpresa, Diego Madero se la devolvió, dejándolo desconcertado. De su saco extrajo un sobre doblado. Antes de entregárselo, le hizo una pregunta: -¿Le gustaría ser Viceministro? En el restaurant, Gaspar Valdivieso hacía grandes esfuerzos por controlarse. Era su prioridad. No había llegado donde estaba por dejar que su carácter lo dominase. Esos dos tenían que desaparecer antes de que hablasen con ese periodista. Recordó que allí estaba esa mujer, disponible y esperando sus deseos. -Olga, vete para tu casa –Dijo con amargura- A ver si tu mamá te necesita… El lunes fue un día de sorpresas para todos, salvo algunas excepciones. Bajo la exposición de los medios de comunicación, y con el llamado “tubazo” de la prensa, a Gaspar Valdivieso se le practicó detención preventiva a la salida de su lujosa quinta ubicada en una de las más antiguas urbanizaciones de la capital. La misma había pertenecido a un ex presidente y militar que luego de ganar unas elecciones dudosas, instauró una dictadura. Era una casa diseñada por un afamado arquitecto, artífice de grandes obras en el país, como una urbanización y diferentes fuentes y esculturas. Se le acusaba de tráfico de influencias, chantaje, incluso complot para cometer homicidio. El periódico “El Hermes” había presentado ante la fiscalía, pruebas irrefutables de una “fuente confiable”. Refugiándose en la confidencialidad de esta, que no podía ser expuesta. -“Esto no es más que un complot de mis enemigos políticos para acabar con mi carrera. El editor de “El Hermes” tiene una vendetta personal en contra mía que no me explico” –Dijo enérgico ante las cámaras, mostrando sus muñecas esposadas-


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Un cuento antes de dormir

“Mis abogados se avocaran de inmediato a demostrar lo falaz de estas acusaciones” Para sorpresa de propios y extraños, fue Florencio Nunes, el doctor Florencio Nunes, pues hasta ese momento nadie sabía que el funcionario fuese abogado, quien encabezó la detención y la investigación. -“En vista de las pruebas aportadas por la editorial del periódico “El Hermes”, y por datos de mi propia investigación, llevado por mi sentido de la justicia y rectitud, me he visto en la obligación de hacer las denuncias respectivas ante el poder judicial y ejecutivo y la fiscalía general de la república para que se haga efectiva la destitución del cargo” -¿No teme que se vea implicado? –Preguntó una periodista y de inmediato, todos los micrófonos lo apuntaron- ¿Qué el ahora ex viceministro implique su participación? -“He entregado pruebas –Respondió con aplomo, mientras desabotonaba su elegante saco de cuatro botones con chaleco y miraba directamente a las cámaras, luciendo recién afeitado, con corte de cabello de estilista- Que demuestran el largo tiempo de seguimiento de mi investigación. Eso deja más que claro lo lejos que estoy de cualquier implicación” –Levantó un dedo en alto, luciendo un rolex enchapado en oro en su muñeca- Sin embargo, pongo mi cargo a la orden y me someto a cualquier investigación” El resultado final fue el que Gaspar Valdivieso terminara con sus huesos en la cárcel y que Florencio Nunes, luego de la investigación fuese el flamante viceministro. Temiendo futuras represalias de su antiguo jefe, se encargó de quitarle cualquier privilegio. Este murió en circunstancias no muy claras en un motín carcelario. El viceministro declaró en televisión, medio del que se había vuelto asiduo, esta vez acompañada de su asistente ejecutiva, Olga Pérez, luciendo ahora traje y corbata. -“Si bien es cierto que Gaspar Valdivieso cometió un delito y que fue procesado acorde a nuestro ordenamiento jurídico, no es menos cierto que fue un ser humano con el que, en algún momento de nuestras carreras, compartimos con él, por lo que lamentamos su pérdida, más allá de sus fallas”


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Ahora lucía más delgado y elegante, muy lejano a lo que era en el pasado. Olga ya no era la secretaría, simplemente. Florencio había encargado de seducirla con algo que Gaspar nunca le había dado: Poder. Ahora vestía de ejecutiva, iba a gimnasios y a boutiques de lujo. Mónica y Diego Madero se disolvieron en el anonimato. Nadie se molestó en preguntar, buscar o investigar.


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Un cuento antes de dormir 18 Viviendo Sin Miedo

Un domingo cualquiera en un país cualquiera, en una ciudad cualquiera, en un lugar cualquiera. La vida sigue. Mientras algunos viven, otros lloran, otros mueren y otros se envuelven en la cotidianidad cuando no hay situaciones trascendentales en sus vidas. Eran casi las once de la noche, al este de una ciudad. El sitio era la última parada antes de llegar a la playa a unos diez kilómetros de allí. Ya los pocos bañistas que quedaban buscaban los sitios abiertos que quedaban para comer o buscaban algo para llevar. Una hora más tarde apenas quedaban unos cinco. La mayoría se había marchado, ya que eran puestos motorizados o habían cerrado sus locales En un estacionamiento quedaban unos camiones de comida. Unos despedían los últimos clientes. Otros se dedicaban al aseo de sus vehículos para el día siguiente o simplemente para trasladarse a otro destino. Allí en buenas horas se podía escoger entre las últimas tendencias gastronómicas: Comida mexicana, tex-mex, italiana, thai, fusión, venezolana, colombiana, china, japonesa y árabe. Un lujoso uber llegó al sitio, ubicándose en el aparcadero. De este bajó un hombre vestido todo de blanco: De lino el pantalón, guayabera con adornos en negro y sandalias de cuero italianas. Se acercó a un puesto donde, aunque estaba abierto, parecía no haber actividad. El encargado estaba sentado en uno de las mesas de comida con su delantal puesto, con una cerveza en la mano. No se movió para nada. Solo se limitó a sonreír. -Buenas noches… -Buenas noches. -Disculpe. Ya cerramos. -¿Un buen día? -No nos quejamos… -Diego Madero… -Veo que me recuerda, señor Gallego. -Se ve diferente. -Soy una persona diferente.


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Ahora Diego Madero era mucho más corpulento, usaba barba cerrada y en los brazos llevaba tatuajes tribales. Su cicatriz era una fina línea que partía su barba de ese lado del rostro. Sin quitarle la vista de encima, gritó: -¡Cariño, sé que me toca, ¿podrías llevar a O´rourke? -¡Está bien! –Gritó una voz femenina- ¡Pero esta te la anoto! Madero se echó a reír mientras vaciaba su botella de un trago, mientras le hacía gestos al hombre para que se sentase. Este aceptó gustoso. -No fue difícil encontrarlo. -No me escondía realmente. ¿Qué desea? -Hablar, nada más. -¿No va a decirme que viajó hasta aquí desde tan lejos solo para hablar conmigo? -¿Sabía que Gaspar Valdivieso murió? -No… Hace tiempo que no me ocupo de esas cosas. -Su muerte volvió a alborotar las cosas. En el diario emitimos una edición especial, con un resumen de todas las investigaciones que surgieron a raíz de su detención… Hay rumores de que el flamante viceministro, Florencio Nunes no llegó a ese cargo por casualidad, pero se abocó a sangre y fuego a fuertes investigaciones, detenciones, renuncias en el gobierno. El y su asistente ejecutiva, Olga Pérez, creo que se llama son las figuras de moda en el gobierno. -Interesante… En ese momento apareció un enorme bull terrier de color blanco y marrón. Llevaba alrededor de su cuello una traílla de color rosa con cascabeles. Se sentó frente a Diego haciendo gestos con la cabeza y gimiendo. Diego sonrió y le extendió los brazos. Este se subió, sentándose en las piernas de Diego. -Lindo animal… -¿No le asusta? -No. -A mí sí –Palmeó su costado- Pero luego pienso que igual de peligroso es un cuchillo o una pistola, hombres como usted y cómo yo. -¿No veo como un hombre como yo pueda ser peligroso? -Usted es un peligro para el orden desde las trincheras de su


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periódico, ¿no es así?... Yo, bueno, en otros tiempos –La mujer se acercó a colocarle la correa. Galante, Manuel Gallego se puso de pie. Madero permaneció sentado- Amor, te presento a un viejo conocido. Mi esposa. -Manuel Gallego –Se inclinó con elegancia, mientras sostenía su mano- Un honor. -Gracias –Le habló a su esposo- Me llevo a O´rourke. Vamos, princesa. A pesar del uniforme, se podía ver la hermosura de esa mujer. El periodista pensó que ese hombre era un tipo con suerte. -¿Tiene cerveza? -No vendemos licores… -Pero tiene cerveza… -¡Cariño! -¿Sí? -¡Dos cervezas, por favor, cortesía de la casa! -Aquí están… No olvides que te toca lavar el camión. -Si mi amor –Los hombres brindaron, disfrutando la bebida. Manuel Gallego colocó un abultado sobre en la mesa. Diego Madero lo ignoró- ¿Qué quiere? -Decidí cerrar esta investigación editorial hablando de los documentos que dieron origen a la investigación… Como los que usted me dio. -Mi esposita es una mujer muy inteligente… La última vez que vi a Gaspar Valdivieso le dije que iba a hablar con usted. Lo que él no sabía era que yo ya lo había hecho y usted ya tenía las pruebas en su contra. Me dijo que usted no se iba a quedar tranquilo… Y aquí está. -Una entrevista. Solo una entrevista. Puede declarar cómo comenzó todo. Diego Madero comenzó a reír. Primero en voz baja. Después a mandíbula batiente. Eso desconcertó a Manuel Gallego, pero comenzó a reír con él. -¡Preferiría sacar una pistola y dispararle! –Dijo entre risas- ¿Se imagina? -¡Como en las películas! –Le señaló. -¡Como en las películas! –Le correspondió. -Dígame, ¿cómo haría con el chofer del uber?


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-Si tuviese una pistola, a esta distancia no fallaría… -¡Uy! –El periodista seguía riendo- ¿Y luego? -Luego… Luego sacaría una pala del camión y los llevaría a un sitio –Miró su reloj- SI comienzo ahora, para el amanecer, estaré cerrando un hueco de unos cinco o seis metros… Tardarían bastante en aparecer… Deshacerme del carro sería lo más fácil… Y sepa que cambiar el color del camión y su diseño no es problema y tengo varios registros con otros nombres… Como en las películas de espías… -Como en las películas de espías… -Hablemos en serio: No me interesa. Pero como es periodista, le contaré una historia: Hubo una vez un potentado de la prensa escrita que tenía una negociación con unos empresarios del papel de Manila. Usted sabe, Filipinas. Varias toneladas de papel que ingresaron ilegalmente a un país. -Debe entenderme –Dijo nervioso- Valdivieso me había cerrado todas las puertas… Miles de trabajadores se quedarían sin el pan que llevar a sus hogares… “El Hermes” se hubiese ido a la quiebra. -Esa era la única prueba que necesitaba Gaspar Valdivieso para tenerlo en un bolsillo. Imagínese. Tener a “El Hermes” como su vocero –Hizo un gesto con la mano. No lo estoy criticando. Yo entré ilegalmente a otro país. Hice cosas no muy santas. Como quien dice, llegamos al Llegadero. Solo quiero que entienda que lo único que quiero es vivir en paz… Como le dije, solo estaba bromeando. -Le entiendo –Le extendió la mano- Imagino que es la despedida. -Llegamos al Llegadero –Le correspondió- No olvide su sobre. -Déjelo. Usted sabe… -Escuchó lardar a la perra- ¿O´rourke es hembra? -Una larga anécdota. Adiós… Vio el uber alejarse. Se enderezo en el asiento, guardando la pistola debajo de su delantal. Mónica llegó a su lado, colocándole una mano en el hombro. -¿Ya se fue?... Ya saqué la pala del camión. -Sí… Ya se fue. -¿Crees que vuelva? -No lo creo –Recogió el sobre.


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-¿Y eso? -Vamos a llamarlo un regalo de salida –Se puso de pieTerminemos de recoger. Hay que irse. Mañana será otro día... ¡O´rourke! –Gritó- ¡Ven! Una hora más tarde, Diego Madero manejaba el camión de comida por la sinuosa carretera, en dirección a su casa, con la tranquilidad interior de que los días por venir eran, finalmente, una nueva vida. FIN


Agradecimientos: Quiero agradecer a Nancy, mi esposa, por su interés y opiniones durante el desarrollo de esta historia. De sus dudas y preguntas, que me ayudaron a darle coherencia. A Cesar Ruiz, quién siempre me colabora con los detalles de corrección y hace algunas observaciones. A las personas que consulté sobre algunos temas tocados aquí y que me recomendaron algunos textos de información sobre mis investigaciones previas.

Jesús Leonardo Castillo


Versión digital enero 2021 Sistema de Editoriales Regionales Yaracuy - Venezuela


Colección El Libro Hecho en Casa

Serie: Narrativa

Jesús Leonardo Castillo Nace en Maracay el 24 de septiembre de 1968, estudió en el liceo “Oswaldo Torres Viña” de Maracay. Egresado en estudios jurídicos de la Misión Sucre. Ha sido productor teatral y conducido dos programas de radio y escribe desde su adolescencia. Actualmente se dedica en el área de seguridad de la aviación civil. Sus títulos son: Olegario y Otros Relatos, Jesús Vino a Cobrar el Alquiler, División Zombie, La Tata Cumple Cien Años, El Árbol de las Ramas Rotas, Tierra Húmeda, Vlado el Vampiro.

Sistema Editoriales Regionales

Yaracuy

Un cuento antes de dormir Un relato, donde el autor muestra la índolencia de una familia, que busca la manera de estar juntos de cualquier manera, encontrándose con el sexo y el aprovechamiento de otros en cada situación, un desenlace muy peculiar y nédita.


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