P
El del
resente resente asado
boletín del observatorio de historia, a.c.
elpresentedelpasado.com número 29, primero al 7 de abril, 2013 l Lunes primero
Barroco vacacional o barroco ciudadano Dalia Argüello
H
ace unos meses, mientras gestábamos la idea de agruparnos en una asociación civil de historiadorxs y demás interesadxs, veíamos la necesidad de unir voces y esfuerzos analíticos en torno de asuntos relacionados con el conocimiento del pasado, la memoria colectiva y el patrimonio. En alguna de esas reuniones preparatorias surgió un tema que en estos días ha reaparecido en los medios y que justifica la preocupación que en aquellos días externaran algunxs de lxs asistentes. Hace unos días, el congreso del estado de Puebla aprobó el decreto para la construcción del Museo Internacional Barroco,, que será un complemento al “Eco parque metropolitano”, ubicado en la Reserva Territorial de Atlixcáyotl en San Andrés Cholula. El decreto legislativo autoriza el esquema de financiamiento de asociación pública-privada denominado Proyec-
tos para Prestación de Servicios, que ahora es frecuentemente utilizado por los gobiernos para financiar obras de infraestructura a largo plazo. De un total de mil 390 millones de pesos en que se ha calculado el costo total de la obra, el gobierno del estado invertirá 650 millones de pesos, contratando una deuda pública para los próximos veinte años. Por otro lado, se ha dado a conocer, que Toyo Ito, premio Pritzker 2013, será el encargado del diseño del museo, lo que le añadirá valor a la obra que pretende ser uno de los atractivos turísticos más importantes a nivel nacional. La inminente construcción de un museo que pretende reunir las producciones más relevantes del barroco y neo barroco de México y el mundo nos recuerda la importancia de que lxs historiadorxs tengamos una voz crítica frente a la forma como se gestiona el patrimonio cultural del país, y nos hace pensar en lo necesario que sería la participación ciudadana informada en la toma de decisiones acerca del manejo de los recursos. Pero también, recordando las interrogantes que en
aquella ocasión nos reunían y han sido preocupación constante a lo largo de estos meses, resurge la duda de cuáles son los criterios de la política cultural actual para decidir qué aspectos se promueven y difunden. En este caso específico, me pregunto, ¿será que los funcionarios de Educación y Cultura, se dieron a la tarea de recorrer la oferta museística de su estado, para percibir la pertinencia de este nuevo museo? ¿Existirá una visión integral y de largo plazo que vincule educación, cultura y patrimonio para enfrentar el rezago en el estado de Puebla dónde, por cierto, uno de cada diez habitantes es analfabeta y sólo 33 de cada cien tiene estudios de nivel superior —todo esto de acuerdo con cifras oficiales que se pueden consultar aquí. Cuando el turismo es visto sólo como una fuente de ingresos, los museos se convierten en un establecimiento mercantil más y, por lo tanto, las colecciones se entienden como mercantilizadas y listas para convertirse en souvenir. El peligro de esto es que, así como en el Gran Museo
Maya, recientemente inaugurado en Mérida, los visitantes pueden tener una gran experiencia por los amplios espacios, el diseño arquitectónico de vanguardia (Premio Iberoamericano cidi Obra Emblemática de 2013, en la categoría de cultura) y por los recursos multimedia innovadores… pero con la misma idea acerca del pasado prehispánico, como antecedente lejano y glorioso de la historia de México. Sería lamentable que, al saber más acerca del barroco, los espectadores no cuestionen su idea de historia progresiva y lineal. Así mismo, si el discurso se banaliza y el análisis se hace superficial, tanto los mayas como lo barroco podrán resultar aspectos exóticos del pasado o curiosidades dignas de unas buenas vacaciones, pero poco ayudarán, aún con todo el dinero invertido en estos grandes museos, para la formación ciudadana —esa ciudadanía responsable que se basa en el diálogo, el respeto al otro, la opinión argumentada, la comprensión compleja de la realidad y, sobre todo, la construcción de futuros más equitativos, que tanta falta hace. ❦ l Martes 2
Memoria individual y crítica de fuentes Bernardo Ibarrola
T
oda operación historiográfica se realiza con fuentes. Las fuentes, es decir, los vestigios del paso de las personas por el mundo, son tan diversas como las vidas que las produjeron, y más o menos reveladoras según sus propias características y la capacidad de quienes las leen. Los registros de la memoria de las personas son unas fuentes muy particulares, pues expresan, además del pasado evocado, el momento y la voluntad de recordarlo. Todos estos registros, tanto los escritos por sus emisores (memorias y autobiografías) como los simplemente dichos y con2
servados en un soporte electrónico o digital, son palimpsestos de dos tiempos entreverados. Cualquiera que haya entrevistado con fines historiográficos sabe que es enorme la diferencia entre el pasado que uno imagina y el pasado que el testigo recuerda y comunica. También sabe que los recuerdos del testigo son, antes que nada, suyos, y que él dispone a su guisa de éstos. Unas veces habla rápidamente de lo que el entrevistador quiere (el entrevistador siempre quiere saber algo: por eso entrevista). Otras se lo guarda hasta el final para mantener la atención de su interlocutor y, si éste le cae gordo, sencillamente no lo dice. En no pocas ocasiones, repite exactamente lo que sabe que se espera de él, en una suerte de confirmación programada, y a veces pagada, de las ideas del entrevistador. A pesar de los (casi siempre ingenuos) esfuerzos de disimulación técnica por parte de la antropología, la etnografía y la historia oral, el informador sabe que hay algo en su memoria que interesa al entrevistador, y ese algo condiciona la comunicación entre ambos. La declaración de su memoria y el registro de ésta es, cada vez que ocurre, evidencia de ese hecho, de ese presente específico, antes que vestigio del pasado que evoca. Puesto que así es la memoria individual, los historiadores que utilizan los diversos registros de ésta como fuente tienen que someterlas a las mismas operaciones de crítica (es decir, de examen y juicio) que el resto de las fuentes, partiendo para ello de la evidencia de su particular doble carácter. No es imposible, por ejemplo, encontrarse con dos narraciones hechas por la misma persona sobre un mismo acontecimiento —pero realizadas en momentos distintos— que declaren cosas diferentes y aun contradictorias. Esto no tiene que ser evidencia de error ni de mentira, sino de cómo el pasado propio significa cosas distin-
tas según el momento y de cómo cada quien instrumentaliza —consciente o inconscientemente— esta significación, dependiendo de las circunstancias, en un sentido o en otro. En estos casos, como en todos los demás, el trabajo de crítica deberá servir de base para tomar partido. Los historiadores califican las fuentes del pasado, no a sus emisores, y aspiran a desentrañar sus posibles significados para comprender a éstos, no para hacerles justicia dándoles a cada uno lo que le corresponde. La memoria como base para la justicia es asunto de jueces, fiscales, defensores y tribunales, no de historiadores. ❦ l Miércoles 3
Historia oficial y ciudadanía Halina Gutiérrez Mariscal
E
n medio de noticias que hablan de 23 muertos por día como promedio en lo que va del sexenio, y del narcotráfico como una de las principales fuentes de empleo en el país, preguntarse qué papel ha jugado la educación que ha recibido la población nacional resulta, de tan obvio, extraño. Dado que quien esto escribe trabaja con la historia, y que el público lector espera en este espacio cuestiones en torno de ella, preguntarse sobre el papel que la enseñanza oficial de la historia ha tenido en la formación del ciudadano de a pie (con las carencias y muy particulares características de lo que en México llamamos ciudadanía) parece todavía más pertinente. Todos nos hemos preguntado por qué de algunas reacciones de la ciudadanía ante hechos como los arriba citados. Por un lado, la indiferencia total de parte de aquél a quien las multiejecuciones, así como el desgobierno en el que el crimen organizado ha encontrado acomodo, resultan realidades contra las que nada puede hacerse… ni siquiera protestar (habrá que admitir que si bien se han levan-
El Presente del Pasado, 29, 1-7 de abril, 2013
tado aguerridos y elocuentes movimientos de protesta en contra de la violencia, estos no han tenido una capacidad de aforo notable). Por el otro, el ciudadano que, cansado de vivir en medio de la impunidad y la violencia, toma la justicia en sus manos y decide defenderse y ajusticiar al crimen con sus propios medios, saliéndose así del esquema constitucional. Ambos extremos, como podrá verse, están lejos del modelo de ciudadano en democracia al que se dice aspirar. Tocaré un solo punto que me pareció digno de ser puesto a consideración en torno de este asunto. En un libro más o menos reciente —Contra la historia oficial (México: Debate, 2009)—, José Antonio Crespo ubica el comportamiento de la ciudadanía mexicana como resultado de una transmisión de ideas, a través de la enseñanza de la historia, que va en contra del modelo de democracia que la sociedad actual afirma querer establecer y que defiende. Crespo sostiene, lo cito, que en las escuelas se les enseñado a los niños una historia que los educa “como súbditos, propios para un régimen autoritario, resignados ante el héroe, ante el presidente, o como subversivos potenciales, porque les están enseñando la legitimidad de la violencia como redentora política. O te salen sumisos o guerrilleros. O hablando de las clases altas, te salen oligarcas. ¿Y dónde está el ciudadano demócrata?” ¿Dónde ha estado la deficiencia? Sin hacer de esto un mea culpa, y sin quitarle a los sistemas político y económico con sus deficiencias, la culpa que tienen de las malas condiciones actuales, ¿qué hemos hecho quienes transmitimos el conocimiento histórico, para crear ese inconsciente colectivo en la ciudadanía, que nos ha llevado a extremos tan lejanos del modelo democrático, que dicho sea de paso, ha sido presentado como la panacea que aún no sabemos si será? Pregunta que pongo a consideración del lector. ❦
l Jueves 4
Libertad en los bueyes de mi compadre Alicia del Bosque
H
ace casi un mes, el 5 de marzo, comenzó en Buenos Aires el juicio en contra de los orquestadores del llamado “plan cóndor”, la operación trasnacional que permitió a varias dictaduras sudamericanas asesinar a algunos de sus opositores allende sus fronteras: para efectos del juicio 106 personas, en su mayoría uruguayas. Acusados de crímenes de lesa humanidad se encuentran dos ex jefes de estado argentinos, Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone, así como el ex general Luciano Benjamín Menéndez, el jerarca represor de Córdoba —donde está llevándose a cabo otro juicio, que involucra el secuestro y tráfico de bebés nacidos en cautiverio de madres “desaparecidas”—. (Aquí puede verse una nota de Alejandra Dandan aparecida en Página 12 en la víspera de ese día.) Dos semanas después, el 19 de marzo, comenzó en Guatemala el juicio en contra del ex dictador Efraín Ríos Montt y su jefe de inteligencia militar, Mauricio Rodríguez Sánchez. Los dos están acusados de genocidio por el asesinato, ocurrido entre 1982 y 1983, de 1 771 ixiles, los que —de acuerdo con la Comisión Nacional de Esclarecimiento Histórico— representaban el 33.61 por ciento de los miembros de esa etnia del departamento del Quiché. (Véase aquí el reporte de Jerson Ramos que publicó Prensa Libre un día más tarde.) Uno de los testigos contó apenas ayer que, en agosto de 1982, en Saquil Grande, municipio de Nebaj, tropas del ejército guatemalteco “le abrieron el pecho [y] le sacaron el corazón” a su hija, una niña de 12 años. (La nota, también de Prensa Libre, está aquí.) Ambos juicios son apenas los más recientes de una serie de procesos
El Presente del Pasado, 29, 1-7 de abril, 2013
judiciales mediante los cuales, desde hace una decena de años, se intenta reparar y esclarecer algunos de los crímenes políticos más atroces ocurridos en América Latina en la segunda mitad del siglo xx. Seguramente no serán los últimos. Con tantos agravios que enmendar —y gracias a la notable transformación ocurrida en la cultura político-judicial de ambos países—, es más que probable que otras víctimas individuales consigan confrontar judicialmente a quienes, en los años setenta y ochenta, proclamaban defender la libertad del asalto del comunismo. Además de los acusados y sus defensores, muy poca gente parece dispuesta a cuestionar la legitimidad de los juicios. Pero no sólo, y no necesariamente, porque América Latina haya dado un giro a la izquierda en los últimos años (el mismo día en que comenzó el proceso contra Ríos Montt, el presidente guatemalteco, Otto el Kaibil Pérez Molina declaró sin ambages que en Guatemala no había habido genocidio alguno). Debe ser también porque se trata de acontecimientos recientes, por la “frescura” de los recuerdos que todavía atormentan a los sobrevivientes y a los coetáneos de las víctimas; en una palabra, porque se trata de una historia viva. Ojalá que así sea. Porque mientras esto ocurre en Guatemala y en la Argentina, al otro lado del mundo un grupo de historiadores famosos —Pierre Nora de manera directa, Timothy Garton Ash como patrocinador— ha vuelto a poner en duda la validez, la pertinencia y la sensatez de mezclar la historia con la justicia. Entrevistado por Josie Appleton para el portal Free Speech Debate, el responsable principal de Les Lieux de memoire (París: Gallimard, 1984-1992) acaba de hacer pública, una vez más, su oposición a lo que su interlocutor llama la “moralización” del conocimiento histórico, que según ambos se encuentra detrás de las leyes francesas que prohíben negar o minimizar la Shoah, el genocidio 3
armenio de 1915, el tráfico de esclavos africanos de la modernidad temprana y —sí, aunque parezca contradictorio— los crímenes en contra de los militares argelinos que permanecieron leales a la metrópoli durante y después de la guerra de 1954-1962. (La entrevista está aquí.) Ojalá, digo, que sea culpa de la distancia temporal y emotiva. Pues de otro modo será inevitable ver en el liberalismo radical de Nora, en su defensa a ultranza de la libertad de expresión e investigación, nada más que una máscara de un cierto etnocentrismo epistemológico todavía muy extendido: la libertad de decir lo que sea siempre que el sujeto de lo dicho sean judíos, armenios, turcos, “negros” o árabes. ❦ l Viernes 5
Explicaciones que no explican Aurora Vázquez Flores
G
obierno, movilización o lucha armada? ¿Líder, caudillo o dictador? La reciente muerte de Hugo Chávez planteó la necesidad de discutir y revisar estos términos una vez más. Desde las interrogantes sobre los caminos abiertos para Venezuela en vísperas de una nueva elección presidencial, las controversias sobre la capacidad de Nicolás Maduro y el Gran Polo Patriótico para mantener la presidencia y los esfuerzos de la derecha venezolana por evocar los problemas surgidos y no erradicados por gobierno de Chávez, hasta las perspectivas de la marcha de la izquierda latinoamericana y la construcción de modelos sociales distintos a los actuales. Las críticas surgieron desde posturas como las de Enrique Krauze, quien asegura que el gobierno de Chávez transmitió un “mensaje de odio y de división de clases”, hasta aquéllas que preguntan sobre los limites del cambio social impulsado desde la participación 4
electoral, o por las dificultades de la construcción de un movimiento para la transformación y la relación entre éste y sus dirigencias. Al respecto de esto último, se hace necesario cuestionar, por ejemplo, aquellos modelos que, en países como Argentina, Brasil, Bolivia y el mismo México, han basado su apuesta por la transformación —en mayor o menor grado— en el encumbramiento de personajes carismáticos. Pero critiquemos ésta crítica. Porque pareciera que este planteamiento establece una relación asimétrica y a ratos ingenua entre las dirigencias y la capacidad política de las bases que las sostienen. Como bien lo señaló en este mismo espacio Fernando Pérez Montesinos, la historiografía se acostumbró, durante un buen tiempo, a buscar las características del perfil de los grandes hombres, generando con ello una oposición artificial entre individuo y sociedad sin lograr comprender los mecanismos de poder existentes. Las especulaciones sobre si la muerte de Hugo Chávez cambiará la historia del mundo o no pueden analizarse desde ésta perspectiva. Ésta también es una oportunidad para evaluar los modelos según los cuales lxs historiadorxs construimos relatos acerca del pasado. De cómo entendemos —o intentamos entender— las causas que dan paso a procesos históricos complejos. Ante sucesos como la muerte de Chávez, lxs historiadorxs intentan generar relaciones causales más o menos lógicas entre los acontecimientos para lograr explicarlos. Así, en ocasiones, la idea que se tiene sobre la causalidad —y cómo se aplica en los estudios históricos— reEsta newsletter es una publicación semanal del Observatorio de Historia, A. C., donde se recogen los textos aparecidos en elpresentedelpasado.com Sus editores son Halina Gutiérrez Mariscal y Luis Fernando Granados. Toda correspondencia debe dirigirse a observatoriodehistoria@gmail.com
sulta poco acertada, pues deviene en explicaciones simplistas e insuficientes para hablar de la complejidad de un proceso o, más aún, del controvertido lugar del azar en las explicaciones históricas. Buscar —y más aún, encontrar— el republicanismo de Juárez en sus días de “feliz pastorcito”, el anarquismo de Flores Magón en su infancia o el concepto de revolución bolivariana en el bachillerato de Chávez resultan, también, de esta confusión. La idea de que infancia es destino, y de que las masas son siempre, y directamente, dirigidas unilateralmente por sus líderes surgen, en ocasiones, de esta visión poco crítica de la causalidad y, acaso también, de una comunidad científica que no le presta suficiente atención al problema. ❦ l Sábado 6
La gran fuga hacia adelante Rafael Guevara Fefer
D
urante el siglo xix, los voluntariosos estados nacionales, junto con algunos fanáticos del conocimiento que andaban buscando el método científico, ese otro santo grial, emprendieron la — así llamada por Ian Haking— domesticación de azar. Este proceso incluyó la voluntad de gobernar científicamente usando datos estadísticos públicos sobre cuántas personas mueren, cuántas nacen, cuántas se casan, cuántas son asesinadas, cuántas son criminales o cuántas son mujeres, hombres, niños, jóvenes o viejos. También se usaron registros de otra índole, como los que arrojan las observaciones meteorológicas o los que son resultado de las transacciones comerciales. Entre todos los registros estadísticos que hoy son propios de esa disciplina que lleva en parte el nombre de su progenitor y que conocemos como estadística, hay unos de rotunda importancia para la historia las ciencias sociales: aquéllos sobre cuántas personas se suicidan, día a día, semana tras
El Presente del Pasado, 29, 1-7 de abril, 2013
semana, mes con mes, año por año. En 1897, Émile Durkheim publicó El suicidio, una monografía influyente para el pensamiento social durante todo el siglo xx. El tema no era nuevo, y el morbo que le acompaña tan viejo como la época clásica; la innovación de la obra vino por el uso científico de los datos estadísticos acumulados desde el siglo xviii, así como por las apasionadas teorías científicas de Durkheim para explicar la cosas que le suceden a la sociedad lejos de lo enfoques psicológicos y medicalistas decimonónicos —que veían en la autoaniquilación un fenómeno extraordinario que se ubica en la mente del individuo. Por el contrario, para el sociólogo de marras el suicidio puede ser explicado como un acto en sociedad por altruismo, por egoísmo o porque las cosas van de mal en peor (anomia) y en ocasiones no queda otra opción que ejercer la libertad de acabar con la vida propia. Libertad que cada vez que se ejerce establece que la vida no es monopolio de la biología, que nuestras enfermedades y nuestros cuerpos no pueden ser monopolizados por los médicos o siquiatras —que inventó el estado— y que nuestras vidas en comunidad ignoran los límites que imponen la sociología o la sicología. Y no obstante, los estados nacionales del siglo xix y los del xxi, sin importar sus sistemas e ideologías políticas, se han celebrado a ellos mismos con orgullo por ser los garantes de la salud pública. Eso sí, en los últimos dos sexenios, los líderes de nuestro gobierno dejaron recaer en el ciudadano la responsabilidad por el bienestar de la comunidad. Para saber cómo anda la salud social del país, podemos mirar el reportaje de Ángeles Cruz Martínez que apareció en La Jornada del 3 de abril —que puede verse completa aquí—, en la que se exponía que, en las últimos tres décadas, han aumentado casi en 400 por ciento los casos de suicidio en nuestro país.
Los datos: En 2011 se reportaron 5 mil 718 muertes autoinfligidas; el 41.6 por ciento de los suicidas tenían entre 15 y 24 años de edad; por cada cinco o seis hombres que consuman el suicidio hay una mujer; las mexicanas registran más intentos por quitarse la vida; por cada seis que lo intentan hay un varón. Los métodos: El 78 por ciento de los suicidios es por ahorcamiento; el 25 por ciento de los suicidas usa armas de fuego, y el 5 por ciento recurren a envenenamiento (sobredosis de medicinas).
Llama mi atención que cerca de la mitad de quienes optaron por la libertad de acabar con sus vidas sean jóvenes de entre 15 y 24 años. Sin importar la diversidad de causas de orden mental, social, económico y anímico, lo cierto es que el número de personas adolescentes que en lugar de vivir se matan ha crecido espeluznantemente. Ignoro que hacían y dónde andaban esos chicos que se suicidaron. Lo cierto es que la mayoría de los jóvenes mexicanos de entre 15 y 24 años carecen hoy de opciones laborales y escolares, y su futuro —si no se toman medidas radicales ahorita— se avizora tétrico. ❦ l Domingo 7
El rey como argumento historiográfico Luis Fernando Granados
L
a imputación judicial de una de las hijas del rey de España en un caso de corrupción que hasta ahora había involucrado sólo a su nuero (al marido de esa hija, pues) es en sí mismo un hecho menor, casi trivial, pero es inmejorable como símbolo de la hondura de la crisis que no ha dejado de estremecer al estado y la sociedad españolas desde finales de la década pasada. Que se hable ya de la abdicación del jefe del estado como una verdadera
El Presente del Pasado, 29, 1-7 de abril, 2013
posibilidad para remediar el descrédito de la monarquía, más aún, confirma que el conjunto de “escándalos” en que se han visto involucrados muchísimos miembros de la elite española en los últimos años —por no decir nada del radical desmantelamiento del estado de bienestar— tiene implicaciones más allá del presente y del futuro españoles; también supone un replanteamiento de su conciencia histórica. El restablecimiento de la monarquía se mercadeó desde mediados de los años setenta —cuando comenzó la transición democrática— como el elemento clave para solucionar uno de los problemas políticos y sociales que más ha atormentado a los gobernantes españoles: la heterogeneidad, el antagonismo, de las muchas sociedades que habitan en los confines del estado español. Se quiso convencer a propios y extraños que sólo el rey podía ser garante de la unidad del estado y encarnación de la nación española y, sobre todo, que sólo el rey podía conjurar el peligro de la división española. El argumento, naturalmente, contenía —contiene— una interpretación del pasado, en particular de la historia española reciente. Si bien es cierto que de algún modo sugería el carácter divisivo de la dictadura franquista, es claro que ante todo privaba de legitimidad al gran experimento político y social iniciado el 14 de abril, 1931; esto es, negaba a la república su condición de ámbito racional y dialógico donde pueden dirimirse las diferencias sin cuestionar la existencia misma del estado. Dicho de otro modo —y de manera análoga a lo que más tarde afirmaron las dictaduras latinoamericanas y sus ideólogos—, el argumento insinuaba que la república como sistema y como experiencia histórica era también responsable de la existencia de esas “dos Españas” del mito y por ello de la guerra civil. Es imposible, por desgracia, dudar del éxito de la maniobra: en la hora de la transición, incluso el partido co5
munista se avino a esa interpretación del pasado, mientras que, en los últimos años, el partido “socialista” ha sido particularmente insistente en proclamar su deseo de conservar la monarquía. En términos generales, la sociedad española parece haberla internalizado por completo: ni siquiera la existencia de un partido republicano en Cataluña ha conseguido modificar el consenso monárquico que domina la vida pública peninsular (quizá porque el catalanismo de erc ha terminado por sepultar su proyecto democratizador e incluyente). Estigmatizar a la república de este
6
modo era una manera sutil y perversa de distorsionar el pasado de España: si la república no representaba el orden constitucional existente sino era apenas uno de los proyectos que se disputaban el alma española durante los años treinta, entonces el alzamiento golpista del 18 de julio, 1936, así como la guerra misma, la connivencia con los poderes fascistas, y —en fin— la brutal y multitudinaria represión que siguió a la victoria, no eran más que “opciones” políticas, “proyectos” comparables e igualmente legítimos. Sus personeros, por tanto, no eran responsables sino de sostener sus creencias con denuedo y buena suerte.
Desde el punto de vista político, esta visión de la historia española consiguió resucitar a una institución y a una dinastía que a principios del siglo xx se encontraban ya en una profunda crisis. Desde una perspectiva historiográfica el efecto puede haber sido mayor, y aún más perjudicial, pues afirmó un principio epistemológico que hoy comparten casi todos los periodistas y científicos sociales: que la observación y la comprensión la realidad no deben suponer alguna actitud axiológica, que ser imparcial equivale a considerar todas las opciones y opiniones como iguales. ❦
El Presente del Pasado, 29, 1-7 de abril, 2013