El Presente del Pasado, octubre de 2016

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El del

resente asado

una publicación del observatorio de historia

elpresentedelpasado.com tercera época, número 9, 3-31 de octubre, 2016 en esta entrega escriben

Pedro Salmerón Sanginés • Fernando Pérez Montesinos Rubén Amador Zamora • Wilphem Vázquez Ruiz • Luis Fernando Granados Arturo E. García Niño • Sergio Castro Becerra • Benjamín Díaz Salazar además, una entrevista con Claudio Lomnitz v Lunes 3

El teatro de la guerra Pedro Salmerón Sanginés

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ace un tiempo, mi hermana Andrea, que es gente de teatro, me preguntó —como parte de una encuesta que estaba haciendo— acerca de las razones por las que no voy al teatro. Recuerdo vagamente que las respuestas que le di son erróneas. La verdadera es que no voy al teatro porque no me invitan, lo que quiere decir que sí, voy, cuando me invitan; casi siempre ella. Y viene a cuento porque tuve el placer (no, placer no: horror) de ver dos obras recientes de tema similar. Magníficas y escalofriantes denuncias (no, denuncias no: puestas en escena que nos tocan, de cosas que sabemos intelectualmente y que al tocarnos, nos llegan al corazón). El teatro, es decir, el arte, cumple no sólo su cometido, sino que, ade-

más, llena el espacio que los periodistas, por muy justificadas razones, no pueden atender hoy en día: el de hacernos sentir en toda su crudeza la realidad de tantas familias, de tanta gente en México. El horror del narco y el vacío del estado. El horror de las víctimas, el horror de los victimarios, que juegan, que hablan con voces que sentimos suyas. Ambas obras tienen elementos en común: la eficacia minimalista de la puesta en escena, en medio de una penumbra, casi oscuridad, que sobrecoge y que deja a los actores en el centro; actores que van exponiéndose por turno, desgranándose, casi desangrándose ante el espectador; las voces y los rostros que hacen que entres, que casi te sientas dentro de ellos, con el dolor, la fatalidad que ellos expresan. Caborca, de Paulina Barros Reyes Retana, dirigida por Andrea Salmerón Sanginés. La vi en el sótano del teatro Carlos Lazo, de la unam, donde ya no podrán verla; pero como ganó el concurso del “programa de coinver-


siones del Fonca”, estará de gira el primer trimestre de 2017 en San Luis Potosí, Jalisco, Michoacán, Querétaro, Hidalgo y Aguascalientes, de lo que informaré con oportunidad. Hablan Lila, la niña secuestrada por narcotraficantes para obligar a su padre a vender su tierra, y las personas relacionadas con su secuestro: su madrina, el comandante de policía, el gatillero, la cocinera, el encargado de los restos y el guardia de la secuestrada. Todos ellos suman sus voces para hablarnos de lo que es cotidiano: una guerra que a todos nos toca. Dice Andrea: Las personas trabajan para ganarse la vida o para conservarla. Al principio puedes decir que no, pero es tu dignidad contra su ak-47 y no hay mucha duda de quién va a ganar. No hay ellos y nosotros. Todos son vulnerables. Es, a final de cuentas, cualquier pueblo o ciudad de México; y aunque suene a convenenciero lugar común, Caborca somos todos.

En Las veredas de Dante, de José Ángel Solorio, dirigida por Medardo Treviño, escuchamos, sentimos también el golpe, el dolor de las voces de una madre y de un testigo periodista, y también las de un sicario, un agente de la dea y un gobernador. Testigo de primer orden de la tragedia que desgarra a Tamaulipas (ha sufrido en carne propia), Solorio ha convertido su vigorosa pluma de periodista e historiador en la de un escritor magníficamente dotado, sorprendente e inusual. Como Caborca, la obra y quiero toca el corazón. Dice Solorio: Las veredas de Dante son eso: los caminos de los avernos. Los espacios que transitan, con pasos cada vez más inciertos, los hombres del Noreste mexicano. Es un trabajo testimonial, que refleja la lobreguez de una guerra ganada sólo por los que lucran con ella… los personajes síntesis y despliegue de las sensaciones que la sociedad norestense vive y sufre.

Las veredas de Dante estará todavía dos viernes más en El Círculo Teatral de la colonia 2 El Presente del Pasado

Condesa de la ciudad de México. La tercera llamada se dará a las 8.00 de la noche. Luego partirá a Tamaulipas. Seguiremos informando. ❦

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Cartel Land Fernando Pérez Montesinos

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sta reseña llega algo tarde, pero no tanto. Los hechos, desgraciadamente, confirman aún la vigencia de Cartel Land (2015), el perturbador documental de Matthew Heineman. Sólo hace unas cuantas semanas, el 7 de septiembre, un helicóptero oficial del gobierno de Michoacán fue derribado al sur del estado por miembros del crimen organizado (incluido un antiguo cabecilla de los Caballeros Templarios). Este episodio recuerda el más sonado derribo, en el estado de Jalisco y hace poco más de un año (primero de mayo de 2015), de un helicóptero perteneciente al ejército mexicano. Aquella aeronave, de inmediato se supo, fue tumbada por miembros del llamado Cártel Nueva Generación (cng), alguna vez solapado por el gobierno mexicano para mitigar el avance de los templarios y ahora convertido en uno de los cárteles más grandes del país. Semanas después de la caída de aquel helicóptero militar, casi como respuesta a la afrenta al ejército, vendrían los hechos por demás anómalos de Tanhuato, Michoacán (22 de mayo de 2015). Según acaba de informar la Comisión Nacional de Derechos Humanos, la actuación de la policía federal en Tanhuato no sólo pasó por alto protocolos mínimos de uso de la fuerza —poco más de cuarenta personas, todas supuestamente miembros del cng, resultaron muertas tras la intervención policial—, sino que derivó en violaciones flagrantes a los derechos humanos (incluyendo ejecuciones arbitrarias) y la posterior alteración de evidencias y la escena de los hechos. En México —aunque no sólo, pero ciertamente con frecuencia que pasma— la línea entre uniformados y criminales no sólo es difusa sino que ha dejado de existir. tercera época 9: 3-31 de octubre, 2016


Ésa es, precisamente, una de las conclusiones a las que llega Cartel Land. Nada nuevo, se objetará. Y sin embargo, aunque casi por accidente, la evidencia recabada por Heineman y su equipo y la forma en la que es presentada en pantalla son verdaderamente notables y únicas. El tiempo lo dirá, pero Cartel Land quizá pueda llegar a colocarse dentro de la misma categoría que aquella a la que pertenecen obras como Insurgent Mexico, de John Reed (Nueva York: D. Appleton, 1914). No tanto porque el documental de Heineman, como el texto de Reed, tenga por eje conductor la consignación de las acciones de hombres alzados en armas (los autodefensas michoacanos, el uno, los revolucionarios villistas, el otro) o porque los personajes y las circunstancias que ambas obras registran sean análogos (no lo son). La razón por la que Cartel Land podría alguna vez verse como parte del mismo género que Insurgent Mexico es otra: a saber, que capta desde dentro y a ras de suelo (como hace más de cien años lo hizo Reed) un fragmento esencial del espíritu de los tiempos —los turbulentos tiempos del México de principios de siglo. Difícilmente alguien volverá a tener el acceso (y la inocencia) que Heineman tuvo para hacer este documental. Su película reporta con sorprendente cercanía circunstancias y hechos que normalmente hay que leer entre líneas en las notas y comentarios periodísticos. Sorprende hasta dónde pudieron llegar las cámaras y los micrófonos. Cartel Land registra el origen, el ascenso y la caída de los grupos de autodefensa en la tierra caliente michoacana. Documenta las primeras asambleas, las concisas (pero contundentes) arengas de José Mireles, la bienvenida de los locales, la mano alzada de los asistentes cuando se les pregunta quién quiere unirse al movimiento, el momento preciso en que un individuo cualquiera decide tomar las armas —ese momento tan elusivo que los historiadores han perseguido y tratado de desentrañar con nada más que evidencias indirectas y fragmentarias—. La cámara muestra cómo miembros del ejército mexicano son forzados por los habitantes de una población local (Tancítaro) a aceptar la tercera época 9: 3-31 de octubre, 2016

llegada de los autodefensas y luego cómo también se retiran del lugar resignados, despojados de autoridad. Quedan grabadas también las detenciones de presuntos templarios y las balaceras previas a su captura; la gente, se ve en pantalla, sabe sus nombres, dónde viven, quiénes son; ahora puede reclamarles cara a cara haber vejado y asesinado a sus familiares. Los detenidos, antes de ser entregados a la policía, son insultados, golpeados y pateados, una, dos, tres veces —es el miedo y la frustración guardada por años convertida en rabia, en desquite, en violento desahogo. El documental capta los instantes de jolgorio, el sentimiento de alivio que sigue a la rabia contenida, la sensación de justicia alcanzada. Capta, de igual modo, la terrible dinámica engendrada por la violencia. Un individuo es detenido por integrantes de las autodefensas. La cámara está ahí para dar cuenta de ello. La hija del aprehendido (una niña pequeña de quizá menos de diez años) es testigo. Grita y llora. Amenaza con quitarse la vida si se llevan a su padre. Lo dice más de una vez. Nada que hacer. La cámara sigue ahí y graba los golpes, la pistola que apunta a la cabeza del detenido, el momento en que es bajado de la camioneta en la que viaja junto con sus aprehensores y es llevado a lo que claramente es un lugar de tortura. Otras veces, la lente capta el pillaje que acompaña a las detenciones en los domicilios de los aprehendidos. Registra el rechazo abierto de los pobladores de una localidad que las autodefensas trataban de ocupar, las arengas desarticuladas y menos emotivas de Estanilao Beltrán, Papá Pitufo, lo reclamos por los pillajes, la molestia que crece. La cámara no alcanza a mostrarlo, pero el micrófono graba una reunión de los líderes del movimiento en la que Mireles se pronuncia por no entregar las armas al gobierno federal, las posiciones encontradas, la brecha que se hace más grande. Y luego las imágenes de Papá Pitufo abrazando y llamando “mi jefe” al entonces “virrey” Alfredo Castillo, otro de los incondicionales del presidente. El fin de las autodefensas y la integración, con no pocos ex templarios incluidos, de la policía rural. Sorprende hasta dónde pudieron llegar las El Presente del Pasado 3


Mireles y su gente. (Fotograma del documental.)

cámaras. El asombro es aún mayor porque Heineman no tenía experiencia previa alguna en la realización de este tipo de periodismo de alto riesgo. No se trata de la obra de un avezado reportero de guerra. Antes de Cartel Land, Heineman dirigió un documental sobre el sistema de salud en Estados Unidos. La película que finalmente salió, repito, lo hizo casi por accidente. El documental, de hecho, también sigue a un grupo armado de civiles en Arizona en la frontera entre Estados Unidos y México. Uno de los supuestos objetivos de este grupo, según dice su cabecilla (Tim Nailer Foley), es proteger al país del norte del avance de los cárteles mexicanos en la frontera. Al principio, éste era el único objetivo del documental. Sólo después Heineman supo de las autodefensas michoacanas y decidió seguirlas a ellas también (originalmente lo haría por dos semanas y acabó haciéndolo por nueve meses). Su documental se convirtió entonces en una historia paralela de dos grupos de vigilantes enfrentando a un mismo enemigo. Al final, la película resultó en otra cosa, más interesante y valiosa. Sin embargo, Heineman no supo cómo y no quiso apartarse del todo del objetivo y la perspectiva que originalmente había pensado para su filme. He aquí el lado flaco de Cartel Land. La inocencia y la falta de conocimiento de Hei4 El Presente del Pasado

neman sobre lo que por años venía sucediendo en México hasta los primeros días de las autodefensas le permitieron llegar hasta donde finalmente llegó (cosa que pocos reporteros o documentalistas, con más conocimiento de causa, habrían siquiera intentado). Sin embargo, esa misma inexperiencia y ese mismo desconocimiento terminaron también por jugarle en contra. A Cartel Land hay que verlo con más de una pizca de sal. La insistencia de Heineman en mantener un relato paralelo, en dar un tratamiento casi igual y sin suficiente contexto de los de Arizona y los de Michoacán, acaba por ofrecer al espectador un retrato engañoso (aunque quizá no de forma intencional) de ambos grupos, sus motivos y circunstancias. El documental, por momentos, los presenta como parte de una y la misma cosa. No lo son y la película de Heineman hace muy poco para aclararlo. Los de Arizona juegan a la guerra, la imaginan, la inventan hasta el punto de parecer desearla y de verdad buscarla, pero nada más; los de Michoacán la viven y la hacen y sufren sus atroces consecuencias y contradicciones. El propio Heineman lo advirtió en una entrevista: […] las circunstancias son bastante diferentes. En México, la violencia es visceral

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y real; más de 80 mil personas han sido asesinadas desde 2007 y más de 20 mil han desaparecido desde 2007. En Arizona, esa violencia es un poco más teórica. Incluso se puede sentir como si estuvieras en un área sin ley contralada por los cárteles, pero la violencia no es comparable. Se trata mucho más del miedo a que la guerra de las drogas llegue a invadir nuestras fronteras.

Sin embargo, esa acotación fundamental no alcanzó a estar en el documental. Mireles está ahora preso en una cárcel federal, mientras que Foley probablemente sigue patrullando el desierto deteniendo migrantes y viéndose a sí mismo como un héroe en una guerra que, en realidad, tiene lugar en otro lado. ❦

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Todas las personas, ¿todos los derechos? Rubén Amador Zamora

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as recientes marchas convocadas por el Frente Nacional por la Familia, organización que defiende la existencia de un solo tipo de familia, han provocado una variedad de respuestas por parte de la sociedad civil y escasas reacciones de las autoridades. ¿Se trata solamente de una diversidad de opiniones frente a elecciones de formas de vida personales? ¿O estamos frente a una disyuntiva ante la cual tendremos que decidir como mexicanos y mexicanas lo que queremos ser como sociedad? El Frente Nacional por la Familia pretende que en nuestro país sólo exista un tipo de familia que sería resultado de la unión de un hombre y una mujer heterosexuales y sus descendientes. Es lo “natural”, argumentan los líderes de esta organización. Si sólo fuera una postura personal o de grupo, esta idea se tomaría como una expresión más de las que se producen en una sociedad democrática. Sin embargo, cuando el Frente Nacional por la Familia pretende hacer realidad una ley que valida sólo un tipo de forma de vida en matrimonio estamos frente a un verdadero de tercera época 9: 3-31 de octubre, 2016

problema de violación de los derechos de las personas. Y sin duda se trata de un retroceso histórico. En la historia de nuestro país tenemos un claro ejemplo de cómo el estado convirtió en ley formas de pensar únicas. Con el tiempo, hemos aprendido que una de las responsabilidades de los gobiernos es construir los mecanismos más efectivos para garantizar los derechos de las personas y no menoscabarlos al imponer a todos un pensamiento único. Con la consumación de la independencia, la religión católica permaneció como la única fe permitida: “La religión de la nación mexicana es y será perpetuamente la católica, apostólica y romana. La nación la protege por leyes sabias y prohíbe el ejercicio de cualquier otra” (artículo 3). En la mayor parte del siglo xix, la iglesia desempeñó un papel protagónico en las guerras civiles, y trató de imponer a toda costa la existencia de un sólo culto religioso: la fe católica. La constitución de 1857 estableció leyes que debilitaron política y económicamente a la iglesia pero no se estableció explícitamente la libertad de cultos, aunque se consideró que era parte integrante de la libertad de imprenta y de manifestación de las ideas. En 1873 se adicionó al artículo primero lo siguiente: “El estado y la iglesia son independientes entre sí. El congreso no puede dictar leyes estableciendo o prohibiendo religión alguna.” De esta manera quedaba claro el avance en materia de derechos de las personas desde la constitución de 1824 a la de 1857: de imponer a la nación mexicana una religión, se pasaba a la obligación del estado de no establecer o prohibir religión alguna. El carácter católico del Frente Nacional por la Familia es evidente. La defensa de un solo tipo de familia —con la exclusión de cualquier otro— es parte de una sistema de ideas de la religión católica. Por ello mismo, el protagonismo de las autoridades de la iglesia católica en esta organización y movimiento es más que visible. El Frente Nacional por la Familia pretende el regreso de la ley al siglo xix, cuando el estado tenía como obligación prohibir el ejercicio de cualquier otra religión que no fuera la católica. Ahora busca que el estado El Presente del Pasado 5


prohíba cualquier otra forma de familia distinta a la que esta organización considera como única y “natural” para todas las personas. Para demostrar que tienen razón, iglesia, voceros y seguidores del Frente Nacional por la Familia exponen una serie de argumentos de diversa índole pero que, en su totalidad, forman parte de un discurso de exclusión. El Frente Nacional por la Familia pretende convertir en ley el “reconocimiento del matrimonio natural hombre-mujer como la base y fundamento de la familia”. En su iniciativa, que busca llevar al congreso agrega, que debe reconocerse “el derecho del varón y la mujer a contraer matrimonio y a fundar una familia”. Para este pensamiento, necesariamente el varón y la mujer son heterosexuales; una preferencia sexual distinta crearía un tipo distinto de varón o mujer y, en consecuencia, su exclusión del “derecho a contraer matrimonio y a fundar una familia”. Los defensores de un solo tipo de familia mantienen su discusión en el terreno de las preferencias sexuales y no de los derechos de las personas. Rechazan, por este motivo, la posibilidad de que niños y niñas sean educados en el seno familiar por personas del mismo sexo porque éstas son incapaces de reproducirse. Pero no es la única razón para excluir a tipos de familia distintos a los de papá-mamá heterosexuales. Aprovechando los prejuicios que una buena parte de la sociedad mexicana tiene sobre la homosexualidad, sostienen que la existencia de familias homoparentales perjudicaría la educación de los hijos porque, entre varias cosas, afirman que la integridad de éstos correría peligro. Sin presentar información alguna, y sin pudor, afirman que las posibilidades de que padres homosexuales abusen de sus hijos es muy alta. Lydia Cacho, estudiosa de los temas de abuso infantil, es categórica al señalar que en el 96 por ciento de los abusos sexuales que se cometen contra los niños el responsable es un heterosexual. Otro argumento que ofrecen para convencer de su postura única de familia son las palabras de homosexuales que se oponen a la adopción de hijos. Las declaraciones de los di6 El Presente del Pasado

señadores Domenico Dolce y Steffano Gabbana defendiendo la familia tradicional y la necesidad de que los niños tengan un padre y una madre son usadas para respaldar su postura, queriendo destacar que hasta los homosexuales son partidarios de que la educación de los hijos sólo puede darse en el seno de una pareja heterosexual. En este mismo sentido, difunden la postura de homosexuales que consideran que el matrimonio igualitario es consecuencia del lobby de la comunidad lésbico-gay para imponer una “ideología de género” desde los sistemas educativos. Uno de los casos más difundidos en este tema es el del francés Jean Pier Delaume, quien se opone a que homosexuales adopten hijos y defiende el matrimonio de hombre-mujer heterosexuales. Las posturas de Dolce, Gabbana y Delaume son opiniones personales, mas no argumentos, sobre el tema central del matrimonio igualitario: ninguna persona puede ser excluida de sus derechos consagrados en la constitución. El artículo 1 de la constitución de los Estados Unidos Mexicanos señala: “Queda prohibida toda discriminación motivada por origen étnico o nacional, el género, la edad, las discapacidades, la condición social, las condiciones de salud, la religión, las opiniones, las preferencias sexuales, el estado civil o cualquier otra que atente contra la dignidad humana y tenga por objeto anular o menoscabar los derechos y libertades de las personas.” Es inexplicable, entonces, el relativo silencio de una gran parte de la clase política sobre el tema del matrimonio igualitario porque se trata de algo más: la no discriminación de la que habla el artículo primero de la constitución. El Frente Nacional por la Familia está discriminando y, en consecuencia, menoscabando los derechos de las personas con una preferencia sexual distinta a la heterosexual. Si toda persona —como lo señala el artículo 4 de la constitución— “tiene derecho a decidir de manera libre, responsable e informada sobre el número y el espaciamiento de sus hijos”, la idea de que sólo algunas personas tengan derechos, como lo defiende el Frente Nacional por la Familia, favorece una sociedad excluyente que en nada contribuye al fortalecitercera época 9: 3-31 de octubre, 2016


miento de una sociedad democrática. En este sentido, no sorprende que hayan participado simpatizantes nazis en las marchas convocadas por dicha organización. Una sociedad interesada en consolidar relaciones de solidaridad y respeto entre sus integrantes debe impulsar el respeto de los derechos de todas las personas. Sólo de esta manera estaremos en posibilidades de construir una sociedad más justa e incluyente. ❦

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Shimon, el discordante Wilphen Vázquez Ruiz

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uele decirse que la vida está llena de contrastes, que no hay absolutos y que las sociedades al igual que las personas evolucionan. Es cierto, y la historia está para demostrarlo. Nacido en 1923, en lo que entonces fuera territorio de Polonia y actualmente de Bielorrusia, Shimon Peres (Szymon Perski) encarna, como pocos estadistas de la historia reciente, las complejidades de la política interna de un país (en este caso Israel). Todavía más, encarna el tipo de confrontaciones que sólo pueden llegar a resolverse con una mezcla entre la persuasión que otorga la fuerza detentada y el deseo de la negociación para lograr un estadio de paz (que, no obstante, y sin llegar a ser ideal para ninguno de los beligerantes, puede ser preferible que la guerra perenne). Desde 1943, cuando fue electo secretario del Movimiento Juvenil Sionista Laboral, hasta su muerte apenas hace unos días, Shimon Peres ocupó una plétora de cargos políticos muy destacados e importantes que contribuyeron, en mucho, por un lado, al afianzamiento del estado israelí en un entorno por demás hostil y, por el otro, a decisiones que siendo aparentemente contrarias a las iniciativas de paz que encabezó en torno a la cuestión palestina fueron rechazadas por amplios segmentos de la población, no obstante que respondieron a coyunturas muy específicas a las que él, en tanto político y estadista, debió enfrentarse. Deseo hacer hincapié en que, como histotercera época 9: 3-31 de octubre, 2016

riador, mi comentario responde a una serie de consideraciones personales que corresponden a mi formación teórica y a mis intereses intelectuales. Ello no quiere decir, en absoluto, que lo que pueda ofrecer en este momento carezca de una postura en torno a este personaje ni mucho menos en torno al conflicto palestino-israelí. Sí, en cambio, busco enfatizar que para el entendimiento de lo humano, particularmente tratándose de asuntos contemporáneos, los historiadores no pueden partir de presupuestos ni bases teóricas que lo lleven a dictar un juicio absoluto y definitorio a favor o en contra de un individuo o una sociedad. ¿Cómo es que Shimon Peres representa un individuo con contrastes tan notorios que provocan tanto la exaltación de su persona como condenas terribles y ecos de alegría por su deceso? Una respuesta satisfactoria sólo puede ser formulada tomando en consideración tanto al propio individuo como a la sociedad de la cual formó parte, así como al contexto internacional que estuvo detrás en muchas de sus decisiones. Producto del rechazo al que fueron sujetos los judíos en diversas partes del orbe a lo largo de muchas centurias, el sionismo (como un movimiento político de alcances internacionales) apuntó hacia el establecimiento de una patria segura para la nación judía. Esto tendría lugar poco después del término de la segunda guerra mundial, cuando uno de los vencedores, Gran Bretaña, diera por terminado en 1948 su mandato sobre el territorio que hoy ocupan tanto Israel como Palestina y en donde se fundaría el estado de Israel. A partir de entonces, el nuevo país enfrentó en poco tiempo guerras que se proponían aniquilarlo y con ello “echar a los judíos al mar”. ¿De qué conflictos hablamos? Tan pronto se fundó el estado hebreo, el 14 de mayo de 1948, fue invadido por cinco de los estados árabes circunvecinos, a los que derrotó en tan sólo un año. En 1956, ante las amenazas a Israel por parte de Gamal Abdel Nasser, presidente de Egipto, y sus aliados, así como por la nacionalización del canal de Suez, Israel pactó una alianza con el Reino Unido y Francia que no sólo le aseEl Presente del Pasado 7


Yasser Arafat, Shimon Peres e Isaac Rabin, al recibir el premio Nobel de la paz.

guró la victoria militar, sino también la posibilidad de iniciar su propio programa nuclear. Después, en 1967, en lo que se conoce como la Guerra de los Seis Días, Israel derrotó de manera fulminante a una coalición formada por Egipto, Siria, Jordania e Irak. Más adelante, nuevamente con Egipto a la cabeza de una coalición anti israelí, se libró la guerra de Yom Kipur. Estas conflagraciones, cabe señalar, también deben ser entendidas en el marco de la guerra fría en la que Estados Unidos apoyó a Israel en tanto que la otrora Unión Soviética hizo lo mismo con los países árabes involucrados. Por supuesto, la Organización de las Naciones Unidas desde 1967 se pronunció por la retirada de las fuerzas israelíes de los territorios ocupados tras la guerra de ese mismo año. Pero de todos es conocido el resultado de tal resolución. Evidentemente, las victorias israelíes en estos conflictos tuvieron entre sus consecuencias el afianzamiento del estado judío y la ampliación de su territorio en detrimento de sus contrincantes árabes y, particularmente, de los palestinos. De ahí en adelante, aparte de una serie de escaramuzas, muchas de ellas que podrían calificarse como “preventivas”, las principales acciones militares de Israel se enfocaron al combate contra las organizacio8 El Presente del Pasado

nes clandestinas que pretendían devolver los territorios ocupados a los palestinos, quienes los habitaban antes de la creación del estado judío en 1948. La más importante de dichas organizaciones llegó a ser la Organización para la Liberación de Palestina (olp), comandada por Yasser Arafat. Esto, necesariamente, condujo al desarrollo de una cultura de “guerra y defensa” por parte del estado israelí y de la mayoría de sus gobernados, tanto con respecto los países vecinos con los que llegó a combatir, como con respecto a los propios palestinos que habitaban en su territorio. ¿Es de extrañar, entonces, que Shimon Peres habiendo ocupado (algunas veces en más de una ocasión) altos puestos políticos —entre otros tantos, ministro y viceministro de Defensa, primer ministro y ministro de Relaciones Exteriores— hubiera tomado las decisiones necesarias para armar Israel y autorizado la creación de una serie de asentamientos en donde se ubicarían miles de judíos que llegaron a Israel como resultado de migraciones masivas, amén del propio crecimiento poblacional de quienes ya radicaban en él? Opino que no hay, en efecto, nada de sorpresivo, con lo cual tampoco pretendo avalar las acciones violentas y desmedidas que el gobierno de Israel (apoyado por un segmento importante de tercera época 9: 3-31 de octubre, 2016


sus gobernados, mas no todos), ha llevado a cabo como actos “preventivos” en contra de países vecinos y particularmente de la nación palestina que habita en su territorio. Empero, habíamos anunciado que hablaríamos de contrastes. Sigamos con ellos. Si Shimon Peres hubiera sido sólo uno más de los hombres del gobierno israelí cuyo fin último hubiera sido la aniquilación total de los enemigos que asediaban al estado y pueblo judío, ¿por qué habría participado y encauzado tantos intentos por lograr una paz referente al conflicto palestino-israelí? ¿Por ego?, ¿por engaño?, ¿por obtuso? No, lo hizo porque fue la manera en que consideró que podría lograse un estado de paz. Ahora bien, ¿habría llegado a pensar esa paz como un estado ideal en el que todo mundo quedara conforme? La respuesta es tan obvia como lo refleja el asesinato de Isaac Rabin a manos de Yigal Amir, un estudiante judío perteneciente a la derecha radical de ese país que estaba inconforme con la entrega de territorios a los palestinos a cambio de un tratado de paz. Sin dejar de considerar al Shimon Peres que equipó con armas tanto convencionales como nucleares al estado israelí, al que autorizó la creación de una serie de asentamientos y quien ordenó acciones “preventivas” o de defensa que significaron la muerte de muchos palestinos, no debemos ignorar tampoco al hombre que en 1993 (en los acuerdos de Oslo) logró sentar en una mesa de negociaciones no sólo a connotados representantes de los gobiernos ruso y estadounidense, sino (más importante) al primer ministro israelí Isaac Rabin y al propio Yasser Arafat, líder de la olp, quien por décadas combatió al estado judío logrando escapar a múltiples intentos de asesinato y quien, no hay que olvidar, desde finales de la década de 1980 consideró un cambio en su postura ante un hecho irreversible e incontestable: por un lado la existencia del estado de Israel y por el otro la inevitable disparidad de fuerzas entre el tejido social palestino y sus líderes con respecto a sus homólogos judíos. Por supuesto, las negociaciones a las que nos hemos referido hace un momento se enfrentaron a una serie de obstercera época 9: 3-31 de octubre, 2016

táculos que han impedido a los involucrados llegar a mejor fin haciendo que la solución de este conflicto sea por demás difícil, aunque no imposible. Concluyo este comentario señalando que en la historia, en efecto, no hay absolutos y una de las muestras de ello se refleja en un actor tan relevante como lo fue Shimon Peres. Sobre cómo abordar e intentar explicar este problema considero que solamente contando con un andamiaje teórico sólido y que contemple elementos y variantes tan complejos y extensos como los que la historia cultural y la historia social nos ofrecen podremos acercarnos a una interpretación que, sin dejar a un lado nuestra propia postura, se acerque lo más posible a un criterio de objetividad y se aleje de los comentarios tan bizarros que pueden leerse en contra y por la muerte de Shimon Peres. De esas opiniones a las que condenan o rechazan a un individuo por el color de su piel, su preferencia sexual o por su apariencia o capacidades físicas, sólo media un cambio de palabras y destinatario —mas un individuo consciente que se precie de serlo no puede caer en ello. ❦

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Miguel Ángel Granados Chapa Luis Fernando Granados

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iguel Ángel Granados Chapa murió a media tarde del domingo 16 de octubre, 2011, en el cuarto de un hospital abusivo y pretensioso, cuyo único mérito es que ahí trabajaba el doctor Francisco Javier Becerra. Dos días antes, en la tarde de un viernes hace cinco años y tres días, el doctor Becerra le había dado a Miguel Ángel un coctel de drogas para ayudarlo a bien morir. Estaba harto, agotado, de estar muriéndose sin morirse. El jueves en la tarde, desde Tecamachalco, envió su última “plaza pública” y anunció ahí su despedida. Incluso para nosotros —que la leímos en la víspera de su aparición— el final de la columna fue como un latigazo: Miguel Ángel se despedía con la precisión y el doEl Presente del Pasado 9


naire de su escritura. (Aquí está el texto.) El viernes en la tarde serpenteamos por el periférico hasta el hospital. El sábado se despidió de sus hijos, sus nueras, su yerno, sus nietos y su compañera. Shulamit pasó a su lado también esa última noche. Hubo algo de aterradora precisión en todo aquello: Miguel Ángel quería morirse durante el fin de semana, dijo, para no “afectar” nuestras actividades cotidianas. Quería morirse con discreción, y quiso también salvarnos de la monserga —esa palabra tan suya— de tener que saludar al secretario Fulano y al diputado Mengano, que seguramente irrumpirían en el velorio. (Por eso no hicimos velorio.) Supimos que se moría porque su respiración, ya muy menguada, se agitó de pronto, casi con violencia, como hacen o hacían algunos camiones desarreglados cuando tratan o trababan de apagarse, y luego su pecho no se movió más. Las máquinas a las que estaba conectado nos lo anunciaron un segundo más tarde con sus ruiditos. Sylvia y yo nos inclinamos sobre la cama. Lo miramos y nos miramos, estremecidos. La frialdad verdosa de los cadáveres avanzaba rápidamente. Le acaricié la frente, quizá una mano. Y salimos a buscar a una enfermera. Mientras esperábamos a que comenzara el trajín de los médicos, los burócratas y los reporteros, puse en mi computadora la quinta sinfonía de Tchaikovsky. Creo que Tomás —con Valentina y Marina— fue el primero en llegar; Shulamit regresó apenas un minuto más tarde. Me gusta imaginar que el cuarto movimiento estaba comenzando cuando al fin apareció Rosario —con John y con Matías (Sophia era todavía una promesa)—, y que entonces nos abrazamos todos, arropados en los compases con los que comenzaba su programa de Radio Universidad. Pero puede que se trate de un recuerdo apócrifo. Hace un momento he vuelto a escucharla, y me fue imposible conservar los ojos secos: cinco años después, en mi tripa sigue siendo —dolorosamente— la quinta de Miguel Ángel. Esa noche, en la funeraria, Marta Isabel lo vio por primera vez después de no sé cuántos meses. Lo que quedaba de él, en cualquier 10 El Presente del Pasado

caso: un cuerpecito chupado por el cáncer. Los demás nos hicimos ojo de hormiga. Si alguien necesitaba despedirse de él, si alguien podía capturar en un último encuentro la extraordinaria anomalía que fue la vida de Miguel Ángel, ésa era mi madre: la adolescente que lo conoció en el jardín de una colonia proletaria de una insignificante ciudad de provincias, la muchacha que lo novió mientras él escapaba a su destino de clase —hijo bastardo de un agrarista del valle del Mezquital— en la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales de la unam, la señora con quien compró sus primeros libreros en el mercado de la Lagunilla, y también ese vocho rojo-naranja al volante del cual Miguel Ángel hizo más de una siesta guerrillera (“despiértenme cuando arranque el auto anterior al de adelante”) en los meses de la gestación de Proceso. Vicente Leñero la retrató con delicadeza en su hermosa novela sobre el golpe a Excélsior: agobiada porque no había suficientes tasas y copas para recibir a la multitud de colaboradores y periodistas agolpados en la casita de la colonia del Valle para lamerse las heridas e imaginar esa revista que Miguel Ángel y sus hijos repartimos en un vocho rojo-naranja a principios de 1977, cuando nadie daba un clavo por Julio Scherer y su gente. Como mi padre, aunque sin tanta rimbombancia, Marta Isabel nunca dejó de ser —nunca quiso dejar de ser— hija de esa barriada donde se amontonaban (algunos de) los pobres de Pachuca. Esa angustia era como las corbatas, los pañuelos y los trajes, como la formalidad toda, de Miguel Ángel: homenaje que rinde lo plebeyo a lo fresa, a lo catrín, en el proceso mismo de su emancipación. Con los años, por supuesto, el trato de la “gente de bien” y el reconocimiento que muy pronto recibió por su trabajo —tenía apenas 39 años cuando obligó al presidente José López Portillo a devolver un regalo de 80 hectáreas en Tenancingo—, desdibujaron bastante la seca austeridad heredada de su madre y aun la modestia republicana heredada de su hermano mayor. Como tantos de sus contemporáneos, Miguel Ángel experimentó la movilidad social con un mucho de vértigo, tercera época 9: 3-31 de octubre, 2016


a veces con algo de aprehensión, como si intuyera la fugacidad del “milagro mexicano”: muchos años después de haber dejado de ir a Los cocoteros en San Cosme seguía poniéndose nervioso —inseguro, irascible— si su tarjeta de crédito era rechazada en un restaurante finolis de San Ángel o de Polanco. Sospecho que la impaciencia que terminaron por provocarle algunos de sus amigos más antiguos era una expresión de la incredulidad que su propio éxito le produjo; una suerte de culpa —resabio del catolicismo en el que se formó— por haber conseguido casi todo lo que se propuso. Por fortuna, ya sabemos que no hay bien que por mal no venga: si a causa de esa incomodidad dejó de frecuentar a don Tomás Gerardo Allaz —su guru universitario, impertinente encarnación de la iglesia pobrista—, la (sub)conciencia de saberse un infiltrado en la gran fiesta de la sociedad lo salvó al menos del envilecimiento que en cambió consumió a su compadre Héctor Aguilar Camín y a otros muchos hijos de los años sesenta. (No es licencia: Miguel Ángel efectivamente bautizó a uno de los hijos del empresario-escritor.) No hay duda de que la integridad, el talento y la —envidiable, envidiada— capacidad de trabajo de Miguel Ángel son rasgos que explican por qué se convirtió en uno de los periodistas más importantes de la segunda mitad del siglo xx. Pero sólo hasta cierto punto. Toda vida es un hecho social: sin herencias, apoyos, influencias, amores, lecturas, conversaciones, debates, pleitos y coyunturas, cualquier existencia individual no es más que un espejismo (cartesiano). La de Miguel Ángel es por ello también expresión de un mundo, un mundo que ya no existe, y también evidencia de una cultura —de un modo de estar en el mundo— que está desapareciendo ante nuestros ojos. Gracias entre otros al trabajo de Thomas Piketty, hoy es evidente que la época que hizo a Miguel Ángel —en la que se hizo Miguel Ángel— fue apenas una tregua en la historia de la “civilización” occidental; un paréntesis en el proceso de acumulación capitalista durante el cual, debido en parte a la interventercera época 9: 3-31 de octubre, 2016

ción del estado y a la transición demográfica, la clase media —la clase media histórica, no las fantasías estadísticas de Luis de la Calle y Roger Bartra— se expandió exponencialmente, como nunca antes. La movilidad social fue entonces, por única vez, algo más que un eslogan o un espejismo. La universidad pública fue su agente y su indicio más significativo. (Por eso esparcimos una parte de las cenizas de Miguel Ángel en las islas de Ciudad Universitaria.) Que esa clase media —urbanizada, alfabetizada, individualista— se convirtiera en sociedad civil y, más aún, creara una esfera pública digna de ese nombre no era de ningún modo inevitable o mecánico. Era necesario un hecho social de otro orden: una serie de acciones colectivas —conscientes, explícitas— que transformaran esa condición sociológica en una realidad política y cultural; era necesario que se constituyera una ciudadanía capaz de hacer manifiestos y defender los derechos derivados de la modernización de la posguerra. Desde principios de los años sesenta, los movimientos sociales tuvieron por ello un carácter sustancialmente distinto al de las movilizaciones de las décadas anteriores. Simplificando un mucho, ese contraste puede verse ya en la diferencia entre la insurgencia ferrocarrilera de 1958-1959 y la huelga de los médicos en 1964, y quedó obviamente de manifiesto en 1968, cuando los hijos más privilegiados del régimen se rebelaron en contra del orden establecido. Naturalmente, el país emergente de los profesionistas y los burócratas necesitaba un espacio social donde ventilar sus frustraciones y donde articular sus esperanzas. La revolución de la prensa —iniciada hacia 1960 con la aparición de Política— fue consecuencia y, en menor medida, causa de ese despertar político. A partir de 1968, esa historia no puede escribirse sin Miguel Ángel. Estoy casi seguro, más aún, que ningún otro periodista de tiempo completo participó activamente en todas las coyunturas que convencionalmente constituyen el itinerario de la prensa independiente del último tercio del siglo xx: de Excélsior a Proceso a Uno Más Uno a La Jornada a Reforma —pero también de Voz Pública a Monitor a los El Presente del Pasado 11


Miguel Ángel a principios de los años ochenta. (Foto: Pedro Valtierra.).

noticieros de Carmen Aristegui—, el trayecto de Miguel Ángel parece en efecto confundirse con la historia de esa “nueva” prensa que se puso al servicio de la ciudadanía e impulsó la democratización del país. (Las excepciones más grandes son La Cultura en México y las revistas letradas de Octavio Paz y Enrique Florescano.) Por su naturaleza social, aunque también por su carácter de aventura colectiva, los episodios de 1976 y de 1984 resultan los más decisivos tanto en la biografía de Miguel Ángel como para la historia de la prensa mexicana. En ambos momentos se vio con claridad que esa clase de periodismo —investigado y escrito para la gente y no para el poder, como le gustaba decir a Miguel Ángel— necesitaba establecer una relación simbiótica con la sociedad civil, no sólo para prosperar sino aun para sobrevivir: como la editorial Siglo Veintiuno en 1966, tanto Proceso como La Jornada se hicieron literalmente con el dinero de sus lectoras, que pasaron por ello —aunque sólo en espíritu, porque ambas publicaciones son editadas por sociedades anónimas— a ser copropietarias de sus propios medios de información. Con sus dos irrupciones en el campo de la política electoral —como co-cabeza del Ins12 El Presente del Pasado

tituto Federal Electoral (1994) y como candidato de una alianza pan-prd al gobierno de Hidalgo (1997), que se frustró a instancias de Felipe Calderón—, Miguel Ángel confirmó lo inextricable del vínculo entre la prensa ciudadana que él mismo ayudó a construir y la profunda, heterogénea y paradójica marea social que en 1997 destruyó el dominio priista en el congreso y tres años después encaramó a Vicente Fox en la presidencia de la república. Hasta dan ganas de decir que la razón de ser de la prensa independiente hasta fines del siglo xx fue precisamente el desmantelamiento del régimen de partido (casi) único y su cultura política monocorde, corrupta y obsequiosa. Con la “transición a la democracia”, sin embargo, la misión de esa prensa parece haberse esfumado. Salvo excepciones —y más bien: momentos excepcionales—, los diarios y revistas que reinventaron el periodismo para cumplir las expectativas sociales de la ciudadanía finisecular terminaron convirtiéndose en medios de comunicación como cualquier otro, gobernados menos por sus principios político-editoriales que por las exigencias del mercado, y aún carcomidos por groseras pulsiones estalinistas. Todo indica, más aún, que desde fines de los años noventa el carácter mismo de la prensa generalista ha comenzado tercera época 9: 3-31 de octubre, 2016


a modificarse: la idea misma del gran diario y la gran revista —esos medios “nacionales” donde podían conocerse los hechos y analizarse a fondo sus implicaciones— entró en una crisis de la que quizá no pueda recuperarse. La emergencia del periodismo digital suele señalarse como responsable de la multiplicación astronómica de las opciones y la facilidad con que la opinión —simplona e irresponsable, lo que es peor— ha sustituido de hecho a la práctica del periodismo. Creo más bien que así como entre los años sesenta y los años noventa la prensa independiente fue un epifenómeno de la ciudadanización de la clase media posrevolucionaria, la crisis actual de la prensa es una suerte de reflejo de la polarización social que padecemos, o sea este torbellino de violencia, negligencia y corrupción que ya acabó con la clase media de la posguerra, depaupera y margina a todos los trabajadores de manera acelerada, ha vuelto a los poderosos más insolentes que nunca y fragmenta hasta el solipsismo las instancias de organización política independiente. Como si su biografía —de nuevo— fuera un microcosmos donde se condensan y reflejan procesos sociales más amplios y significativos, Miguel Ángel fue durante los últimos años de su vida sobre todo un colaborador de periódicos y un locutor radiofónico. La consistencia cotidiana de su “plaza pública” —que apenas disminuyó cuando el cáncer se apoderó de su cuerpo— nos ha impedido apreciar que esa vertiente de su trabajo había sido más o menos secundaria hasta principios de los años noventa. Ocurrió entonces que Carlos Payán, director general entonces de La Jornada, decidió tomar prestada una página de la vida de Porfirio Díaz y promovió una reforma estatutaria para permitir que el director general del diario pudiera reelegirse más de una vez. Miguel Ángel —que había sido subdirector y más tarde director de La Jornada— creía en cambio que Payán debía retirarse al concluir su (segundo) periodo, y se propuso sustituirlo. (Aquí está su alegato.) En junio de 1992, Payán y sus aliados ganaron la elección interna, y Miguel Ángel emigró con tercera época 9: 3-31 de octubre, 2016

su “plaza” a El Financiero y luego a Reforma. Un par de años más tarde comenzó a producirse la transición —y la prensa independiente comenzó a perderse en el marasmo de la “normalidad democrática”. De ese debe, acaso el episodio más sobresaliente ha sido la tibia reacción de buena parte de la prensa y una parte nada desdeñable de la sociedad civil ante la campaña de la presidencia de la república en contra de Andrés Manuel López a principios del siglo xxi: como pocas veces en la historia mexicana, entre 2004 y 2006 el poder de las instituciones del estado fue empleado de manera facciosa, violenta y, casi con seguridad, corrupta, para destruir a un adversario político, que además es cualquier cosa salvo un radical… y no obstante, lo que discutía entonces era si López Obrador había violado o no el amparo que protegía al predio El Encino. Así, entonces, acabó la “transición”: con un presidente abusando abiertamente de su poder para hacer política electoral. Más grave con todo ha sido la incapacidad de la prensa —esperemos que sólo por ineptitud— para develar los vínculos entre el poder político y el crimen organizado, que muy probablemente es la causa principal de la derrota del gobierno en la “guerra contra el narco”. Por desgracia, afirmar la connivencia entre funcionarios y delincuentes no pasa casi nunca de ser una apreciación deductiva, genérica, sin el sustento empírico que hubiera podido darle una investigación periodística comprometida y sistemática —el tipo de trabajo que llevó a Manuel Buendía a descubrir que José Antonio Zorrilla, entonces director Federal de Seguridad, era también socio o patrón de Rafael Caro Quintero. En el último verano de su vida, Miguel Ángel se agotó escribiendo una biografía del padre que no tuvo y a quien Zorrilla ordenó asesinar en 1984: como imagen de país que hoy tenemos, el libro se llama Buendía: El primer asesinato de la narcopolítica en México. En su columna postrera, Granados Chapa manifestaba su confianza en que la pudrición no fuera el destino inexorable de nuestro país. En momentos (días, meses, años) como éste, El Presente del Pasado 13


me temo que mi padre estaba equivocado. Inexorable o no, la pudrición no hace sino avanzar; no ha hecho más que avanzar desde aquella tarde de domingo hace cinco años y un día. También por eso me hace falta hablar con él en momentos (días, meses, años) como éste. ❦

v Jueves 20

Más joven que entonces1 Arturo E. García Niño

U

na mañana de octubre o noviembre de 1967, a punto de dar las siete horas, escuché salir del zenith de onda corta, patrimonio familiar que mi padre usufructuaba alrededor del 80 por ciento del tiempo que estaba prendido —el radio, no mi padre—, la voz de un tipo que fraseaba como nunca antes en mis trece años de vida había yo oído hacerlo. “¿Quién canta?”, pregunté a mi padre, dependiente de la música casi toda, excepto los mariachis y las estudiantinas, y de los programas noticiosos, quien despertaba a la familia pasadas las seis mediante el girar del dial en pos de las frecuencias radiofónicas de su preferencia. “No sé, acabo de sintonizar la estación”, dijo y siguió bebiendo su café. Yo fui a servirme el mío, sin dejar de atender a la música, de la cafetera italiana que estaba encima de la estufa; y puse en juego las iniciales clases de inglés secundarianas y la voluntad de interpretar lo cantado por el tipo de la radio. Se ahora que era alguno de los dos meses señalados porque estaba ya de vacaciones, como indicaba el calendario escolar de entonces, y la serie mundial no hacía mucho que había terminado. Minutos después aquella mañana de aquel día, en voz de un locutor gringo, supe que la canción era “It’s All Over Now, Baby Blue” y quien la cantaba era Bob Dylan. Así empezó una larga relación entre aquel adolescente que era yo, habitante de una ciudad de la cuenca 1. El basamento del presente artículo es un textito publicado en el número especial monográfico de La Mosca en la Pared dedicado a Bob Dylan. 14 El Presente del Pasado

del Papaloapan en el estado de Veracruz, con el tal señor Zimmerman. Me gustaban más en aquellos años los Kinks, The Who y —ni modo, es tiempo de confesiones— Jerry and The Pacemakers (quizás por buenos melodistas… bueno, algo hay que decir). Los Beatles sólo me convencerían e impactarían con Rubber Soul bien escuchado. Compraba ya muchos discos desde entonces y cuando fui en pos de uno del Dylan me encontré con la nada en la tienda del señor Huerta, la única existente en el lugar. Sería hasta la mitad de 1968 cuando llegaron de regalo —vía mi padre— Bringing It All Back Home, Blonde to Blonde, Another Side Bob Dylan y The Times They Are A-Changin’, así como un ep que contenía en el lado A “Like a Rolling Stone”. Por cierto, en 1967 Dylan no sacó a la venta ningún álbum. Si verdad es que cada época tiene un espíritu particular que le define el rostro, su impronta que deviene estilo de vida, el Zeitgeist de los años sesenta que terminaron ya bien entrados los setenta fue el de los movimientos sociales de variado cuño: por las libertades civiles y la lucha contra el racismo, por la paz y contra la intervención en Vietnam e Indochina, por las libertades democráticas… Todos estaban permeados por la presencia juvenil como dinamizadora y continuadora del caldo de cultivo antiestablishment que fueron los años cincuenta y su carga de incertidumbre para una generación que con toda legitimidad podía decir que el mundo heredado por sus padres era el menos deseable posible: la amenaza nuclear, el macarthysmo y su cauda de conservadurismo galopante y etcéteras circundantes. Era ésa la beat generation condensada en “Howl” y “America”, de Ginsberg; en On the Road, de Kerouak —con The Catcher in the Rye, de Salinger, como antecedente—; en la obra de Gregory Corso, Lawrence Ferlinghetti, Gary Snyder... y en Bob Dylan, un joven que venía del ámbito de la folk music y que estaba influenciado por Woody Guthrie, Pete Seeger, Big Joe Wiiliams, Lonnie Johnson y los bluseros que documentaban el lado oscuro de la American Way of Life, y quien para el año en que me encontré con él era ya la voz tercera época 9: 3-31 de octubre, 2016


Literatura vigesímica..

y síntesis de una civilidad en ascenso que se decantaba en la movilización social de aquellos años, porque había afirmado en 1963 que la respuesta al estado de cosas estaba soplando en el viento y había que ir por ella. Un año después llamaba a los escritores y críticos, a los senadores y congresistas, a los padres y a las madres para que se percataran de que el pasado sucumbía ante el presente porque los tiempos estaban cambiando, sus hijos e hijas estaban ya fuera de control y una fuerte lluvia se avecinaba; para 1966, como afirmaba en “Visions of Johanna”, el jovencito perdido se tomaba muy en serio y era tomado muy en serio por seguidores y detractores. Invocando a Perogrullo y en acto de magna tautología vale decir lo ya dicho: los músicos ingleses habrán inventaron el esperanto melódico de un tiempo y una generación que se volvió herencia artística reciclable y permanente, pero fue Dylan el que lo llevó a la mayoría de edad y a su madurez para convertirlo en patrimonio cultural ampliado. Luego de abrevar en las fuentes del folk y ser entronizado por sus oficiantes, como buen apostador de origen, Dylan atisbó, en 1965, por dónde debería transcurrir el hacer musical contemporáneo y decididamente moderno, y fue negado más de tres veces por los tercera época 9: 3-31 de octubre, 2016

tales oficiantes: la grabación de Highway 61 Revisited, que contiene “Like a Rolling Stone”, y la presentación en concierto con Mike Bloomfield en la guitarra y Al Kooper al piano. El paso decisivo que definiría los derroteros musicales del resto del siglo xx, y lo que llevamos del xxi, lo daría en su primera gira por Inglaterra junto a The Band, y específicamente en el mítico y multipirateado Royal Albert Hall Concert que realmente se llevó a efecto en Manchester: actuación que cambió el concepto de concierto en tiempo, ambiente y propuesta musical. Tocar dos segmentos de casi una hora cada uno, cuando hasta entonces los grupos se subían sólo 20-25 minutos; establecer diálogo crítico y polémico con el público —los ortodoxos folk le abuchearon y silbaron; uno de ellos le grito “¡Judas!”, Dylan le respondió “¡no te creo!”, el gritón contraatacó con un “¡mentiroso!” y Dylan cerró la discusión pidiendo a The Band que tocaran chingón y con fuerza y… lo hicieron—; hacer una parte acústica y una eléctrica para reafirmar pasado, presente y futuro sin que alguna perdiera intensidad ni energía. Todo ello ubicaba ya al profeta que se negaba a serlo como “el primer poeta de los medios masivos de información, el primer poeta de las máquinas tragamonedas, que golpeaba a cientos El Presente del Pasado 15


de miles directo al cerebro y a las entrañas” (Anthony Scaduto). El juglar afirmaba lo que luego sabríamos todos: que tomaba otra taza de café para el camino, que tomaba la última antes de irse para caminar siempre en la vanguardia, marcando con su voz y sus apuestas los rumbos del arte musical hasta ahora. Alguien dijo, y si no lo dijo debió haberlo dicho, que si dos voces hubo que definieron el siglo pasado y lo que va del presente fueron las de Billie Holiday y Bob Dylan. El fraseo de ambos devino arquetipo del decir cantando o cantar diciendo y llevó a la cima lo que hemos dado en llamar “canción de amor”. Además de que en este rubro Dylan es el autor de varios clásicos, como “Shelter of The Storm”, incluida en esa obra maestra de 1975 que es Blood on the Tracks, o como “Visions of Johana”, “Just Like a Woman”, “It’s All Over Now, Baby Blue”, “Sarah” o “Bronksville Girl” (escrita al alimón con Sam Shepard). Lo indudable es que a mediados de los años setenta un Dylan treintón continuaba abriendo las rutas, sobre todo con Blood on The Tracks, pero también arremetía, una vez más corriendo el riesgo, con la trilogía impregnada de una inesperada y sorprendente militancia cristiana —aunque las referencias bíblicas han sido de siempre recursos metafóricos y paradójicos de su escritura—: Slow Train Coming, de 1979, Saved, de 1980 y Shot of Love, de 1981. El primero pudiera salvarse por su riqueza melódica y nada más, en mucho debido a Mark Knopfler; el segundo y el tercero son decididamente los peores trabajos letrísticos que ha hecho. Sólo salvaría del último “Lenny Bruce”, acerca del ácido e irreverente gran comediante. Pero en 1983 volvería a ser el guía de todos los forasteros con su álbum 27, Infidels, apoyado en las guitarras de Knopfler y el ex Bluesbraker, ex Rolling Stone y contundente y creativo jazzista Miky Taylor. Afirmaba ahí, en “Jockerman”, que la libertad estaba sólo a la vuelta de la esquina, y demostraba que estaba aún y seguiría estando en los años noventa y en el nuevo siglo en el que hoy andamos, desbrozando el camino con su decir, su cantar y con otros 34 álbumes a cuestas después de Infidels. 16 El Presente del Pasado

Al levantarme la mañana del 13 de octubre del 2016, como todas las transcurridas en casi cincuenta de mis sesenta y pocos cumplidos, pongo a sonar un disco de Dylan (un álbum no oficial titulado Down in the Flood), preparo café, me siento ante la computadora para teclear los pendientes. Son las seis cincuenta horas y leo que la Academia Sueca decidió otorgar el premio Nobel de literatura a Bob Dylan, alias Robert Allen Zimmerman. ¿Que parece un exceso y quizás lo sea? ¿Que Dylan es un gran contador de historias, pero no es Faulkner ni sus diálogos se acercan a los de Hemingway? ¿Que toca la excelsitud poética con muchos de sus versos, pero no es Paz ni mucho menos Eliot? ¿Que se premia a una expresión de la cultura popular, o mejor aún de la cultura de masas catapultada por la industria cultural y no a la literatura según la entendemos anclados al canon? ¿Por qué, entonces, él y no Roth o Kundera? Ya lo explicó la Academia Sueca; allá ellos y que los perdone Adorno. Si no se lo dieron a Borges y sí se lo dieron a Churchill, aceptemos y celebremos con gusto, señores, este día de placer tan dichoso, y agradecer a mi padre su dependencia radiofónica. No es cierto que todo tiempo pasado haya sido mejor (ni peor); es más bien —Jaime López, en paráfrasis dylaniana, dixit— que los viejos tiempos fueron los nuevos tiempos y que éstos serán los viejos tiempos: lo hasta aquí contado e iniciado en el sesenta y siete pasó y fue hace mucho tiempo y el viejo Dylan es —seguro estoy, como yo mismo— mucho más joven ahora que entonces. ❦

v Lunes 24

Mexicanísimos Sergio Castro Becerra

D

urante 1987, hace ya casi treinta años, leía por segunda vez El Zarco, de Ignacio Manuel Altamirano. Me encontraba en el Instituto Tecnológico de Tijuana. Entre mis clases tenía tiempo libre, estaba enganchado en la lectura, pero no tenía el libro conmigo. Mi ejemplar se había quedado en casa. Fui a la tercera época 9: 3-31 de octubre, 2016


biblioteca central a buscar otro para continuar con la lectura. Lo busqué en el catálogo. Se supone que estaba disponible, pero no había copia alguna en el estante. Me dirigí con los bibliotecarios para solicitar su asistencia. La persona que me atendió tampoco lo encontró; entonces solicitó ayuda a sus colegas. Alcancé a escuchar la conversación cuando les explicaba los detalles del libro. “Es del autor ese… mexicanísimo… Ignacio Altamirano”. El título de “mexicanísimo” que le asignó el bibliotecario me llamó mucho la atención. “¡Qué honor!”, pensé. “Qué merecido honor para Altamirano”. Ciertamente, Altamirano fue un patriota. A la fecha, sigue siendo mi autor favorito del siglo xix. Poseo sus obras completas editadas por el Fondo de Cultura Económica. Al escuchar el título que el bibliotecario le asignó recuerdo haber deseado, aspirado ese honor para mí. Que algún día alguien se refiriera a mi como mexicanísimo. No sé cómo sea hoy día, pero en la década de 1970, cuando estudiaba la primaria recuerdo muy bien el sentimiento anti-estadounidense que se nos inculcaba en las aulas. “Los gringos nos robaron más de la mitad del territorio”, nos decía la maestra. No recuerdo si fue durante tercer o quinto año, pero recuerdo la expresión con claridad. Repito, no sé si actualmente sigua siendo así. Alejandro Lora, quien es mayor que yo, cuando grita “Viva México” en sus conciertos, muchas veces continúa con una frase insultante para los estadounidenses. También recuerdo las muecas de Jacobo Zabludovsky en 1993 cuando anunció que México logró el primer, segundo y cuarto lugar en un importante maratón internacional. La noticia era relevante porque el corredor Arturo Barrios acababa de naturalizarse estadounidense y quedó en tercer lugar. Las muecas sugerían traición. Si no se hubiera naturalizado estadounidense, México habría logrado los primeros cuatro lugares. Si en México siempre hemos tenido conflicto de identidad, en la frontera se acentúa por la diaria convivencia con el país del norte. Soy hijo y nieto de “emigrados”. Emigrados es el título informal que se les da a los mexicanos con derecho a trabajar y residir legalmentercera época 9: 3-31 de octubre, 2016

te en Estados Unidos. Aún hoy en día, muchos emigrados prefieren vivir en México por muchas razones, entre ellas la económica. La mayoría, como mi padre y abuelo lo fueron, son trabajadores de cuello azul que cruzan diariamente la frontera para trabajar, regresando a sus hogares en Tijuana para descansar. El ingreso les permite vivir en una clase media a la cual no alcanzarían de ejercer su oficio dentro del país. Y a la cual tampoco alcanzarían dentro de Estados Unidos de residir allá. El conflicto de identidad y de intereses es una realidad de los fronterizos. Muchos de estos emigrados, a pesar de tener derecho a la nacionalidad estadounidense, prefieren no adquirirla. En mi hogar fue así. A pesar de trabajar toda su vida en ese país, las dos generaciones que me precedieron prefirieron mantener su estatus de mexicanos. El sentimiento anti-estadounidense no solamente se daba en las aulas; también se daba en los hogares fronterizos. El conflicto se acentuaba cuando los familiares que residían de aquel lado platicaban de las bondades de su país, del crédito, sobre todo la facilidad con la que adquirían carros último modelo. Pero también platicaban de los problemas de identidad. Yo percibía cómo dentro de ese país la mexicanidad de mis familiares crecía como defensa ante la sensación de discriminación. En Tijuana los “pochos” nunca fueron bien vistos. Pochos son estadounidenses de ascendencia mexicana. Nos molestaba su presunción y su pronunciación del castellano, su acento. Nos molestaba su presunción; sobre todo que trabajaran en trabajos muy modestos, empacando en un supermercado, pero que sus ingresos eran superiores a los de un profesionista ejerciendo su carrera en México. Parece que la perspectiva es diferente hoy. Existe la doble nacionalidad. Lo cual genera otras situaciones especiales, crea mexicanos de primera y de segunda. Los de doble nacionalidad pueden caer en cualquiera de las dos clasificaciones, dependiendo de la situación. Por ejemplo, un mexicano con doble nacionalidad puede manejar dentro de México automóviles con registro en el extranjero. Mientras esté en el automóvil se le considera El Presente del Pasado 17


extranjero; si la policía lo detiene para verificar documentos, puede mostrar sus papeles extranjeros y se le tratará como si fuera un turista extranjero. Pero después del incidente con la policía este mismo mexicano de doble nacionalidad puede abordar su auto y continuar su marcha hasta una casilla y votar en las elecciones como cualquier otro mexicano, por ejemplo. Son beneficios no disponibles para todos los mexicanos. Por otro lado, a los mexicanos de doble nacionalidad no se les tiene la misma confianza que se les tiene a los que sólo cuentan con su nacionalidad mexicana. Otro ejemplo, uno de los requisitos para poder ingresar a la Policía Federal de Caminos es que la mexicana sea la única nacionalidad que posean. A quien tiene la doble nacionalidad tampoco se les ve con confianza dentro de Estados Unidos. Por ejemplo, no pueden obtener la famosa “acreditación de seguridad” necesaria para puestos federales o militares. Sin embargo, los beneficios incluyen el poder ejercer su voto dentro de los dos países. Como muchos emigrados residentes de Tijuana, mi padre decidió no solicitar la residencia estadounidense para mí. Su objetivo era que estudiara y ejerciera en México, lo cual hoy agradezco. Su intención era el no facilitar durante mis años de adolescencia y temprana adultez la tentación de ganar dinero como trabajador de cuello azul. Después y gracias a esos estudios emigré a través de la visa h1b, y posteriormente obtuve la residencia con categoría e3 para estudios superiores. Ahora tengo doble nacionalidad. Recuerdo mi pensamiento al momento justo de obtener la ciudadanía estadounidense. Mi pensamiento fue para ese bibliotecario; pensé que ahora que también era estadounidense mi aspiración al título de “mexicanísimo” se esfumaba para siempre. Acabo de terminar de leer un libro sobre Juárez; se llama Apuntes para mis hijos. El libro contiene una nota que dice que si México no tiene la fuerza necesaria para defender su integridad territorial, entonces serán las generaciones venideras quienes la recuperarán. Eso lo dijo durante sus años activos en la política de su tiempo, cuando el peligro era Francia. 18 El Presente del Pasado

No lo dijo con dedicatoria a Estados Unidos Pero me pregunto la intención del gobierno de México al implementar la doble nacionalidad. Los sucesores de Jacobo Zabludovsky ya no hacen muecas cuando atletas u otras personalidades obtienen la nacionalidad estadounidense, ya que ahora estos atletas también pueden competir por México, como lo hacen muchos seleccionados del futbol. De hecho, hoy parece ser que es muy patriota el obtener la ciudadanía estadounidense. Me sorprendió mucho que el gobierno del estado de México auxilia económicamente a los mexiquenses que viven en Estados Unidos a obtener la nacionalidad estadounidense. El gobierno no lo dice, no le conviene decirlo, pero no desea perder del todo al capital humano que emigra; por ello permite que mantengan la ciudadanía mexicana. Y a través de ellos, de nosotros, puede influir en las elecciones de Estados Unidos. El gobierno mexicano no lo dice, pero los artistas sí. Artistas como Maná, Saúl Hernández, Los Tigres del Norte lo hacen, piden abiertamente que los residentes legales obtengan la ciudadanía estadounidense y se registren para votar. Y que voten. Y que se vote en contra del agresor. ❦

v Jueves 27

Flores Magón, el regreso esperado

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laudio Lomnitz (Santiago de Chile, 1957) es profesor de antropología e historia en la Universidad Columbia de Nueva York. Fue alumno de Richard Morse; además es heredero de un vasto capital cultural familiar. Como académico y docente es acucioso en la utilización de las herramientas metodológicas, sin caer en el extremo positivista. Como autor, participa lo mismo en debates contemporáneos cotidianos que en aquellos en los que desentrañar el análisis de un sujeto significa, más que curiosidad o pasión, disciplina y largo esfuerzo. Sus libros dan prueba de su compromiso con la investigación histórica y antropológica: Deep Mexico, Silent Mexico: An Antropology of Nationalism (2001), Idea de la muerte en México (2005), El antisemitismo y la tercera época 9: 3-31 de octubre, 2016


ideología de la revolución mexicana (2010), El regreso del camarada Ricardo Flores Magón (2015), La nación desdibujada (2016). Alejandrina Ponce Avilés: Su libro El regreso del camarada Ricardo Flores Magón completa el rompecabezas entre las historias que describieron el movimiento armado y las ideas que llevaron a la revolución mexicana. ¿Cuál es su interés por participar en el debate de la existencia ideológica de la revolución mexicana? ¿Evitar ver a los revolucionarios siguiendo a Hobsbawm como rebeldes primitivos? Claudio Lomnitz: Durante los años setenta en la escuela de antropología (1973) y luego en la uam (1974) —donde fui la primera generación— había entre los antropólogos con los que me formé insuficiente interés sobre la historia intelectual de México y América Latina. Tendíamos a adscribirnos a corrientes de teoría (llamada así). Yo tenía casi siempre exponentes en Francia, en Inglaterra, en Estados Unidos y la historia interna tanto de México como de América Latina en general nos la sabíamos como por partes. Había mucho conocimiento de los pedazos, pero con poco rigor. Había, por un lado, una tendencia profesionalizante en la antropología en buen y mal sentido. Lo malo era que una parte del trabajo intelectual hecho en América Latina se realizaba sin mucho trabajo de campo o etnográfico tal y como podría definirse, por lo que terminábamos viendo las investigaciones como puramente especulativas. Por otro lado, había cierto prejuicio en contra del ensayo como forma literaria y mucho más interés en la investigación empírica sometida a los criterios de las disciplinas de ese momento. Esa combinación generaba que nuestro conocimiento sobre los debates, incluso los de la esfera pública mexicana, fueran superficiales. Eso lo entendí poco después de terminar mi licenciatura, justo cuando llegué a Estados Unidos, porque aquí tuve la fortuna de tener como profesor a Richard Morse. Él era un historiador muy distinguido que trabajaba sobre Brasil y se propuso estudiar la historia intelectual latinoamericana; leía a todos escritores para aprender de ellos. Allí me di cuenta tercera época 9: 3-31 de octubre, 2016

que tendemos a leer a nuestros predecesores para corregirles la planilla, para ponerlos en un contexto, en lugar de hablar con ellos y aprenderles cosas. A mí me interesaba ese diálogo con ellos, que es al fin y al cabo un diálogo con los muertos, porque ya no están. apa: En la introducción de su libro usted establece ese dialogo como imperativo. Allí usted discute con Daniel Cosío Villegas, John Kenneth Turner, James D. Cockroft, pero sobre todos ellos usted extiende su conversación con Friedrich Katz y su libro Los orígenes de la servidumbre, retomando la existencia del esclavismo en México para reconstruir lo que usted llama la causa mexicana. En ese contexto, cuando usted está ya en la ideología de los Flores Magón y la junta del Partido Liberal Mexicano uno entiende que su interlocutor es ahora Arnaldo Córdova. Esta conversación implícita se corresponde con un trabajo de archivo que contribuye a crear ciertos puentes de comprensión de esa realidad. cl: El libro muy ocasionalmente tiene una confrontación directa con la historiografía; muy rara vez discuto con otros historiadores en el libro. Como usted dice, los debates son implícitos y las notas son fuentes primarias y no las secundarias (cuando utilizo éstas es porque tienen un dato). Sí hubiera privilegiado a la historiografía hubiera tenido que tomar sus rutas y lo que buscaba era contar esa historia tal como la estaba armando. Pero como usted dice, eso no significa que no haya hablado mentalmente con esos autores; además, no todos están muertos. Se trata de una conversación con vivos y muertos. Con algunos de los que usted menciona, Katz particularmente (del que fui un colaborador muy cercano), sostuve un dialogo interno fuerte, se trató de una conversación en silencio porque este libro fue escrito después de su muerte, incluso algunos temas fueron conversaciones extensivas entre nosotros. Con Córdova también, porque él fue uno de los pioneros en el tema de la ideología de la revolución mexicana, aunque el grado de intensidad fue menor que con Katz. El tema ideológico es central en El regreso del camarada Flores Magón, por eso pensar con Córdova era importante El Presente del Pasado 19


para este libro. La intención de no hacer explícito mi dialogo con otros autores es porque esta historia de la revolución mexicana está contada como proceso trasnacional, lo que implicó construirla de otro modo. Por ejemplo, el tipo de escritura que me interesó era la de los Flores Magón. Después de haber leído sus cartas, manifiestos y las publicaciones en Regeneración y en otros periódicos, me gustó su estilo directo y situacional, en comparación con la mayor parte de la escritura histórica. Desarrollé un libro que en su forma tiene aspectos literarios más fuertes de lo que es común entre los historiadores. apa: El regreso del camarada Flores Magón no parece dirigirse sólo a la discusión académica. Entre sus virtudes está convocar a distintos públicos. Refuerza mi duda el recuerdo de su presentación en un pequeño saloncito, en la colonia Roma, en la que estuvieron simultáneamente distintos académicos y, sobre todo, estudiantes y jóvenes curiosos. Además, quien lo presentó junto a usted fue el escritor Jorge Aguilar Mora, no un historiador especialista del periodo. cl: Sí, es un libro que no está escrito para académicos, aunque le pueden sacar bastante, pero no está dirigido a un público determinado. Pienso que los textos también crean sus lectores. Hay una clientela historiográfica que tendrá la posibilidad de bregar con él, por ser una investigación muy grande sobre ese tema, por lo que para cuestionarla o para aceptarla tendrán que remitirse a ella. El texto tiene un sentido para el presente, es decir, para la discusión pública en México y en Estados Unidos; trata del primer gran movimiento radical trasnacional que existe en la historia moderna entre estos países. En ese sentido, es como el principio de una historia en la que todavía estamos, aunque está mucho más avanzada ahora. Tiene un lado genealógico, explora el inicio de algo que todavía no entendemos muy bien y que ya está mucho más desarrollado. En ese aspecto, interpela a un motón de gente que no es especialista, lo que afectó la manera de escribirlo y presentarlo con cartas y fotografías, pero sobretodo con otra clase de narrativa. 20 El Presente del Pasado

apa: ¿Cómo distingue usted el pensamiento, de la ideología? cl: Sí, en mis dos últimos libros (Idea de la muerte en México [2005] y El antisemitismo y la ideología de la revolución mexicana [2010]) sobre todo, pero también en mí tesis doctoral publicada como Las salidas del laberinto, tuve como preocupación central el estudio del nacionalismo y cómo estudiar el tema de la cultura nacional o, dicho de otra manera, la cultura en el espacio nacional, que era lo que yo proponía. Me interesaba la diferencia entre la producción cultural y la ideología como un proceso de pensamiento que busca dar cierta consistencia, forma y dirección a las coaliciones políticas, a una dirección histórica, apa: ¿Eso sería la ideología? cl: Sí, y la cultura es un proceso mucho más amplio y general que no tiene una dirección específica. Se trata de un proceso de semiosis, de significación en general y representación. Ese proceso, visto así, como cultura, está menos atado a proyectos políticos. Es una producción colectiva más abierta en el que caben todos los proyectos incluso aquellos que ni siquiera alcanzan a ser proyectos. apa: ¿Eso sería el pensamiento? cl: Sí, y la ideología, en el caso de la revolución, me interesaba porque tiene que ver con el tema del caudillismo y la naturaleza misma de la revolución. Se ha dicho durante mucho tiempo que el caudillismo dominó la revolución; se pensaba que antes que ideologías habían personalidades, “ismos” adheridos a la persona de un caudillo: carrancismo, villismo, zapatismo. Este movimiento en particular me hizo pensar que el tema de la ideología en la revolución no estaba analizado adecuadamente. Porque el Partido Liberal Mexicano nació y rechazó el caudillismo, decían ellos “anti-personalismo”; ideología Esta newsletter es una publicación mensual del Observatorio de Historia, donde se recogen los textos aparecidos en elpresentedelpasado.com Sus editores son Luis Fernando Granados, Fernando Pérez Montesinos y Halina Gutiérrez Mariscal. Toda correspondencia debe dirigirse a observatoriodehistoria@gmail.com

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presente durante su fundación en 1901 que siguió y se mantuvo durante toda evolución del partido. Existieron rompimientos radicales al interior. En términos ideológicos, por ejemplo, Ricardo y Enrique Flores Magón y ese grupo se volvieron anarquistas. No lo eran en 1901. En su historia partidista hubo cambios importantes, pero una constante fue el “antipersonalismo”, que jamás se abandonó. Fue un movimiento puntilloso y explícitamente, anti-personalista, al grado que el concepto de magonismo no era de ellos y lo rechazaban. No se consideraron “magonistas”, claro; tuvieron un problema de nombre después porque al principio eran liberales jacobinos, pero cuando se volvieron anarquistas un sector no los veía muy bien. Aunque ya no eran liberales mantuvieron ese nombre por razones políticas y estratégicas muy importantes. No querían alarmar con el cambio de nombre a la gente que los seguía y estaba de acuerdo con ellos. Al final se quedaron con dilema del nombre del partido ya que no correspondía a su ideología. Lo que sí tenían muy claro es que no querían ser magonistas. Porque no se consideraban seguidores de Ricardo Flores Magón, sino que se asumían como una colectividad adherida a un ideal, lo que ellos llamaban “el ideal”. Me interesó el tema de la ideología porque siempre se ha dicho que la revolución mexicana careció de ella o bien que la ideología de la revolución fue la ideología de construcción de estado. apa: Al parecer esa fue la lectura de Arnaldo Córdova en La ideología de la revolución mexicana. Como su libro, da cuenta del presente y se reconoce dos elementos heredados de la revolución en el sistema político vigente: el caudillismo (personalismo) y la continua necesidad de la inteligencia especializada en los científicos de la época y ahora en los llamados tecnócratas. Pero, más allá, también hay un tercer elemento actual que el estado mexicano vislumbra lejanamente: el comunitarismo como una resistencia al mercado, así como el anarquismo por reducción de las funciones y dimensiones estatales. cl: Una de las cosas que aprendí escribiendo ese libro y que tiene que ver con el trabajo tercera época 9: 3-31 de octubre, 2016

de Katz que usted mencionó, sólo que con un arista más social y menos diplomática, es el grado en que la revolución en sí misma dependía de la frontera con los Estados Unidos, reconociendo sus límites y condiciones. Desde el punto de vista de la historia de América Latina, la revolución mexicana fue un proceso singular; no existió en esa época ninguna que se le pareciera. Eso en parte tiene que ver con que en Latinoamérica no hay una frontera comparable a la que existe aquí. Como se sabe, en las revoluciones las fronteras han sido importantes siempre en todas partes del mundo, y fuimos la excepción. La frontera mexicana con Estados Unidos es muy peculiar por la amplitud de su interdependencia, por lo que desde esa época en el borde fronterizo se podía hacer política relevante para México y los revolucionarios. Por lo menos todos los norteños aprendieron a llevar bien la relación con Estados Unidos. Ver eso cuesta trabajo cuando estamos en la ciudad de México. Era difícil pensar que Villa, por ejemplo, con relativa poca instrucción formal entendiera cómo relacionarse con el país vecino. Obregón y Calles ni se diga. Carranza era un maestro en eso. Madero también y los Flores Magón tuvieron que aprender ese tema de forma dura. Su radicalización fue más universalista. En ese sentido, ellos fueron distintos de lo que se construyó a partir de los años veinte en la revolución mexicana, porque a partir de esa fecha los revolucionarios eran conscientes de que estaban junto a Estados Unidos y que allí no había guerra. La ultima cárcel de los Flores Magón, en 1918, tuvo que ver con la política de la primera guerra mundial y el rechazo de su partido al acceso de ese país a la primera guerra mundial. Tema que no está relacionado con la revolución mexicana sino con la situación en los Estados Unidos. Entraron a la cárcel junto con toda la izquierda americana (los socialistas, los anarquistas) y por las mismas leyes que ellos. Eso es distinto a la forma cómo se ve la revolución desde México, porque su visión es un proceso nacional separado de Estados Unidos. apa: ¿El legado nacionalista de la revolución no existe más en las élites mexicanas? Da El Presente del Pasado 21


la impresión que la dinámica bilateral atraviesa ambivalencias. Estoy pensando en la reciente visita de Donald Trump a México. ¿Cambió la ideología revolucionaria sin hacerse un movimiento armado? cl: Ha estado circulando la idea de que si había muerto o no la revolución mexicana, lo que ello significa es que está bien enterrada. Sin embargo, estos procesos históricos nunca mueren. Siempre tienen la capacidad de reciclarse y de volver a ser pertinentes. Lo que queda de la ideología revolucionaria se mantiene de una forma trastocada. Apropiada desde diferentes rincones. Hay todavía una rebatinga por vestirse de esa revolución. Por ejemplo, durante el mandato del presidente Carlos Salinas de Gortari se declaró que finalmente se había acabado la reforma agraria modificando el artículo 27 constitucional. La desidentificación con la revolución ha sido un proceso complicado. Cuando entró el pan con Vicente Fox, cuya oposición al pri era evidente, no se hicieron grandes cambios. Por ejemplo, al Instituto de la Revolución le llamaron el Instituto de las Revoluciones, pluralizando y metiendo la guerra de independencia, la de la reforma y demás. Tampoco se animaron a quitar el ideario revolucionario totalmente, aunque sí se desdibujó mucho la idea de tener un gobierno de la revolución, que ya estaba suficientemente difuminado desde los años setenta como para que se preguntaran si ya había muerto. Responder si las elites que estudian en las universidades en Estados Unidos no son nacionalistas me parece complicado. Uno de los efectos de las migraciones y sobre todo del tamaño de la mexicana, es que involucran a casi todas las clases sociales. Es por el contrario todos son muy nacionalistas, no sólo los pobres. Creo también que la distancia propicia una crítica a México. Si bien es cierto que hay algunos preceptos del nacionalismo mexicano que son más problemáticos que antes y eso es algo que tenemos que estudiar. apa: ¿Cómo cuáles? cl: En el tema educativo, por ejemplo, había muy poca atención de parte de los gobiernos revolucionarios. Sabían que existía una población modesta que iba y venía de los 22 El Presente del Pasado

Estados Unidos; por ese entonces la frontera era más porosa. Entrar y salir no era tan complicado, aunque uno fuera indocumentado podía regresar. Los trabajadores del campo eran prácticamente estacionales, pasaban un tiempo en la pisca y luego regresaban. Ese movimiento ya lleva un poco más de un siglo. La educación en México no era para nada abierta a esa realidad; la visión de los migrantes fue que la educación mexicana los excluía porque habían cursado dos años de secundaria en Texas o en Nebraska; eso implicó cierta crítica a la burocracia la que se ligaba al nacionalismo antiguo. En esa visión, los logros revolucionarios implicaban tener sus propios estándares y creo que la gente pensaba que era válido, pero debían ser más flexibles. Hay una actitud ambivalente de todos respecto a Estados Unidos; por un lado, sentimos que lo conocemos porque viajamos al shopping de Houston y, por otro, nos defendemos de su invasión consumista. Eso ha provocado una ignorancia activa. apa: Hay una paradoja, ciertos grupos como los tecnócratas y los dueños de publicaciones que viven aquí o estudiaron fuera, reconocen el origen de la migración mexicana, pero no siempre admiten que ellos fueron los beneficiarios directos de los logros revolucionarios, en términos de movilidad social y de acumulación de capital. Al parecer, la ideología revolucionaria acabó y su final quedó, por desgracia, atada a cierta identidad. cl: Es muy desafortunado, pero por desgracia en Estados Unidos hay un mercado de consumo para esas identidades, que se ve en el libro en el episodio de Baja California. De pronto, a la militancia le costó mucho trabajo no darse cuenta del problema de su comercialización personal. En California, ese personaje, Dick Ferris, fue un proto-Trump, aunque menos exitoso en esa época. Se trató de un empresario oportunista, metido a la política en parte para sacar su nombre como marca. A este personaje, los revolucionarios no supieron interpretarlo, lo veían como político, pero no era serio ni tuvo compromiso. Además, lo que no supieron fue que sólo era un empresario de tipo publicista, dedicado protercera época 9: 3-31 de octubre, 2016


fesionalmente a eso. En ese entonces parecía muy incipiente, pero ahora ya está muy consolidada esa personalidad. apa: ¿Qué se puede recuperar de la ideología de la revolución? cl: Yo creo que hay mucho que recuperar. La revolución fue finalmente para quienes la vivieron un proceso terrible con un costo elevado de muertes y sufrimiento colectivo, pero desde el punto de vista de los que vivimos después de la revolución trajo beneficios valiosos como el reparto agrario, aunque haya existido el minifundio y para los campesinos esas fórmulas revolucionarias hayan sido problemáticas. Se acabó con los terratenientes, que tuvieron que dedicarse a otro tipo de actividades industriales, urbanas, etcétera. Otro efecto importante de la revolución fue que se destruyó el ejército federal, por lo que México no tuvo después de la revolución un ejército que hiciera golpes de estado como sí los hubo en todo el resto de América Latina durante el siglo xx. Además, el ejército mexicano fue diferente en su procedencia y en su conformación popular. Otro logro fue el artículo 123 constitucional en defensa de los derechos de los trabajadores; en ello el grupo del Partido Liberal Mexicano estuvo muy atento, fueron pioneros sociales, buscaron un piso básico en salarios mínimos y garantías sindicales. “La no relección” es también un logro importante, aunque tiene también sus bemoles. A mi parece que el laicismo es asimismo una contribución. ❦

Brincó el muro por Sonora, muy confiada en su papel, más fue detenida la Morra por buchones de un cartel.

v Lunes 31

Exigían alebrestados, derogánsen la reforma, sin saber que a unos pasos ya les vienen peores normas.

De paseo por México Benjamín Díaz Salazar

P

Al exigir su derecho de transitar por la tierra, notó allá, que, de hecho, nadie goza de esa prenda. Liberóse hacia el noreste, sector muy recomendado, mas corrió hacia el sureste al ver del Bronco el pasado. Fue a Veracruz, indignada, buscando al gobernador, a reclamarle al canalla por la chamba que le dio. Al preguntar en el puerto qué fue de aquél barrigón, supo que se fue el muy puerco cuando las arcas vació. Camino ya para el centro pasó por zona poblana, notando que ya aquel pueblo es un Disney sin botargas. Cerquitita de la tierra, del mole y del chapulín, la detuvo una barrera de unos profes en “mitín”.

laticaré en estos versos, que les dicen “calaveras” los sucesos de la Huesos en un país ya en la vera.

La Impía muy preocupada, por saber de aquella ley, cuestionó a Nuño impactada mas nada supo aquél… secretario.

Corriendo por el desierto, y huyendo de aquella Migra, llegó al país la Catrina, después de días de destierro.

Con rumbo a la capital, la Muerte ya iba cansada por la violenta postal que de México trazaba.

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Cruzando por la caseta, de una autopista urbana, fue remitida la Prieta pues ese día no circulaba. Al salir del corralón, se enteró la vieja Parca que hasta desfile se arranca copiado de un tal Yeimsbón. Conflictuada y sin saber qué de este país pasaba, decidió ir a moler al que de joder se encargaba. Perdida entre Las Lomas, por referencias mandada, se topó con una dama que a la que apodan Gaviota. Apoyada por aquélla llegó hasta donde Enrique,

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quien con popularidad en pique decidió no hacer querella. El preciso muy atento, a la Catrina escuchaba, esperando muy inquieto a que el prompter le dictara. —Yo no plagié, me plagiaron, fueron errores de estilo— repetía con sinsentido al que en la silla sentaron. Al percibir del sujeto, que el seso no carburaba decidió salir huyendo antes que verse implicada. La Parca muy resignada y lavándose las manos, notó que, a los mexicanos, ya nos lleva la… fregada. ❦ ❦

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